Incesto Sin Sangre (8) N.

La tomé por la cintura y la empotré contra el umbral, encerrándola con mis brazos, besándola con furia en la boca, sin importarme si respondía o no, naciendo una necesidad incontrolable de ella. Le abrí sus labios con los míos e introduciendo mi lengua, le saqueé la boca, buscando su lengua, conminándole a que jugara con la mía, presionándola con mi cuerpo.

Los ojos de mi padre estaban abiertos de par en par.

Ale se quedó quieta, impávida de miedo. Yo lo miré, sosteniéndole la mirada. Era increíble que mi padre me infundiera tanto respeto, haciéndome creer que era un niño perdido que había estado haciendo maldades sin su permiso, en realidad, me sentía como un crio ante su mirada fría, refulgente de una ira contenida. Apretó su mandíbula y las aletas de su nariz se agrandaron por el curso de su respiración contundente.

Me coloqué enfrente de Ale, enfrentando a mi papá. ¿Cómo mierda estaba aquí? Mi mamá dijo que volverían mañana lunes. Mierda. Los mensajes. De seguro que si los leo ahora, dirán que tuvieron un percance y que volverían más pronto de lo acordado. Me pateé el culo mentalmente por mi estupidez.

-Papá…- Dije con voz ronca, sin ápice de vacilación.

-Fuera. Ambos.- Espetó controlando su rabia, observándome fijamente.

-Vamos.- Le susurré a Ale, tomándole de su mano petrificada. La coloqué a mi lado izquierdo para que no tuviera que cruzarse en el camino de mi papá. Salimos del living, sin dirigirle una segunda mirada a mi padre. Subimos a mi habitación, buscando sus cosas. Alexandra trataba de mostrarse imperturbable, pero se notaba su nerviosismo al moverse. De seguro que algo olvidaría por la presura que tenía en salir de mi casa.

Ya en el auto, ambos nos sumimos en un silencio incómodo y tangible. Intermitentemente la observaba de reojo tratando de adivinar sus pensamientos, pero supo mantener su cara de póker, haciendo que la ansiedad creciera dentro de mí. Era obvio que todo terminaba aquí, jamás la había visto tan asustada cómo cuando mi padre nos descubrió. Tenía un extraño sentimiento dentro de mi cabeza. Sabía que esta relación no podía perdurar por mucho tiempo, pero tenía una esperanza bastante absurda con respecto a “nosotros”. No lo sé en realidad. La pesadumbre cayó sobre mí, no tanto porque nuestra relación se viera rota, sino porque sabía que era el miedo de Alexandra hacia su hermano, el miedo, respeto, amor; lo que fuera que ella sintiese por él, lo que nos separaba.

La acompañé hasta su departamento en un completo mutismo, subimos por el ascensor y agradecí profundamente esa música cliché y sosa de los ascensores. Ya en la puerta de su casa, un nerviosismo incalculable me sacudía el estómago. Ella se giró, abrió su puerta y se quedó detenida bajo el umbral, volteándose hacia mí, escondiendo su mirada. Listo, esto era todo, pensé. Tomé aire y me apresuré en hablar.

-Yo…- Musité sin saber bien como hilvanar palabras en aquel momento- … lo lamento.- Dije.

Ella alzó su rostro impenetrable hacia mí.

-Lamento haberte enfrentado a mi padre, de ninguna manera hubiese querido que ustedes dos terminaran peleados- Mentira. Mi lado mezquino siempre lo quiso, pero de alguna manera necesitaba excusas para tapar mi propia frustración.- No quisiera que te sintiera incómoda de aquí en adelante…

Alexandra abrió los ojos sorprendida.

-Ya sabes…-Me expliqué- después de… de todo lo que pasó entre nosotros.- Callé sin saber qué más decir.

De sólo pensar que no la poseería más me ponía enfermo, también estaba el hecho de que nunca recuperaríamos la camaradería “Tía- sobrino” luego de esto. Sería una farsa, ya que nunca volvería a verla del mismo modo. La miré imperturbablemente, sin dejar a relucir nada. Ella me sostuvo la mirada y guardó silencio. ¿Por qué no dice nada? Me irrité, quería patear algo. Resoplé entre los dientes furioso de su mudez, en otro momento le hubiese gritado, pero este no era el momento adecuado, debía reservar mi rabia para la conversación que tendría al llegar a casa con mi papá.  Airado, me dispuse a despedirme de ella, aunque no supe bien cómo hacerlo.

Cuando me incliné para besarla en la mejilla, ella retrocedió un paso con estupefacción, incluso yo quedé de piedra con su reacción. ¿A esto se reducía todo?

-Ted…- Habló mirándome directamente a los ojos, seria. Suspiré preparado para el batatazo final- Yo no quiero que esto termine.- Dijo con determinación.

La boca se me desencajó. ¿Qué?

-¿Tú quieres que esto termine?- Preguntó vacilante al ver que yo no movía un músculo.

No oía nada, sólo el bombear de mi puto corazón a toda regla. Siempre creí que era yo el que presionaba esta relación, que ella había cedido por cansancio a mis insistencias.

-Di algo Ted.- Presionó Ale asustada por mi mutismo.

-No.- Gruñí guturalmente. La tomé por la cintura y la empotré contra el umbral, encerrándola con mis brazos, besándola con furia en la boca, sin importarme si respondía o no, naciendo una necesidad incontrolable de ella. Le abrí sus labios con los míos e introduciendo mi lengua, le saqueé la boca, buscando su lengua, conminándole a que jugara con la mía, presionándola con mi cuerpo.

Ale sorprendida, no supo responder al acto, pero luego de unos fugaces segundos, tomó de mi nuca, agarrándose de mi cabello y devolviéndome el beso con igual o más intensidad. Nuestras bocas se aplastaban y se mordían con un deseo floreciente, desbocado. Subí una de mis manos hasta su cuello, hasta el nacimiento de su cabello, y tiré con fuerza de el hacia un lado para tener accesibilidad a su cuello. Ella gimió dentro de mi boca.

-Entremos- Susurró con voz trémula cuando le mordisqueaba al cuello.

La agarré por sus caderas, pegándola a mi entrepierna, dirigiéndola hacia el interior de su departamento. Sin separarme ningún instante de su boca, cerré la puerta con alboroto. No veía por dónde íbamos. Enfocado solamente en ella, tropezamos por todo el camino, con un sillón, con una mesa de centro y otras mierdas. Alexandra se enredó con la alfombra, perdiendo el equilibrio. Alcancé a sujetarla por la cintura antes de que cayera, aunque sin querer le mordí el labio con fuerza por su desequilibrio, ella gimió y yo reí entre dientes febril.

La guié hasta la isla de su cocina, la cogí por las nalgas y la alcé hasta sentarla en la encimera. Le separé las piernas, situándome entre ellas. Ale tiró de mi chaqueta para que me la sacara, lo hice y ella metió las manos por debajo de mi camiseta, levanté mis brazos y estuvo fuera. Nos quedamos mirándonos a los ojos. Extasiados uno del otro, jadeantes. Dios, quiero estar dentro de ella.

-Eres tan hermosa.- Exhalé como una resignación, besándole el hueco de su clavícula. Ale susurró algo inteligible, mientras acunaba mi cabeza en sus manos. La tomé por debajo de las rodillas, levantando su cadera, haciendo que se acostara en el islote.

-No quiero preámbulos.- Murmuré mientras le desabrochaba el pantaloncillo y lo retiraba junto a sus bragas. Ella se fijó en mis ojos y asintió obedientemente.

Se los saqué y los lancé lejos. Desabotoné mi jeans, bajé un tanto mi bóxer y liberé mi erección. La tomé por los muslos, acercándola bruscamente hasta mí, dejando su culo al borde de la encimera.

-Rodéame la cintura.- Gemí al verla tan vulnerable ante mí. Lo hizo, y en un solo movimiento me inserté en ella profundamente. Alexandra soltó un gritito y yo un siseo de satisfacción. No sé de dónde nacía esa necesidad tan inconmensurable de poseerla, de enterrarme hasta el fondo en sus entrañas, sólo quería tenerla.

La penetré tan a fondo y con rudeza sorprendiéndome incluso a mí, la levantaba con cada embiste, haciendo que su pelvis flotrara en el aire y sólo su espalda reposara en la mesa. Ale, alzó sus manos por encima de su cabeza y trató de aferrarse a las orillas de la encimera para no resbalar, gimiendo, ahogándose, tratando de respirar grandes bocanadas de aire. Pude sentir como Alexandra llegaba al orgasmo, contrayendo sus paredes en torno a mi miembro, apretándome deliciosamente en su cálida vagina. Eso sólo provocó que me excitara aún más. Me recliné hasta ella y apoyé mi frente en su vientre mientras seguí penetrándola sin detenerme.

Ella tomó mi rostro en sus manos, obligándome a mirarla. Sus ojos lucían tan cansados, satisfechos, que rememoré aquel tiempo en que añoraba verla así, compenetrada a mí. Rosó mis labios con los suyos, jugando conmigo. Encajó su lengua entre mis labios, entre abriéndolos, para poder darme un beso caliente, posesivo. Gemí en su boca de pura satisfacción y supe que mi clímax estaba cerca. Me erguí y con mis pulgares abrí los labios de su intimidad y acaricié su clítoris hinchado, Ale gritó posesa de placer y volvió a asirse del borde de la isla.

Alexandra llegó a su segundo clímax con espasmos y yo me corrí dentro de ella bramando salvajemente, inundando su vientre cálido y palpitante. Me vacié dentro de ella por muchos segundos, como si toda la frustración de esta tarde necesitase explotar y encontrar una salida de escape. ¡Dios! Juro que en mi vida había tenido un orgasmo tan intenso y estrepitoso. Mis rodillas flaquearon y tuve que encontrar apoyo en el pecho de ella. Me quedé allí, tratando de calmarme. Bajo de mí, el esternón de Ale subía y bajaba presuroso. Cuando me vi sosegado, apoyé mis manos entorno a su cintura y me incliné, besándole en el cuello con ternura. Me miró y sonrió.

-¿Así que no quieres que esto termine?- Alcé mis cejas con arrogancia.

Ella soltó una carcajada catártica.

-No, no quiero. -Respondió, izando su mano para acariciarme la mejilla. Digerí su caricia cerrando los ojos. Imposible que deseara esto de alguien, nunca en mi vida me gustaron las caricias, bueno, las caricias calientes sí, pero… deseo todo de ella, quiero que toda ella sea mía sin tapujos. Siempre lo quise, pero ahora lo reclamo.

-Entonces será mejor que hable con mi papá.- Repuse estudiando su expresión. Se mantuvo cauta y asintió.

  • Iré contigo.

-No.- Dije terminantemente.- Deja que yo lo solucione.

-De todas formas tengo que hablar con él, Teddy.

-Pero no hoy.- Rebatí- Hablaré con él cuando llegue a casa y si quieres, tú mañana hablas con él.

-Vale.- Respondió Ale sonriéndome. Le devolví la sonrisa y la besé castamente en los labios.

Me salí lentamente de su interior, sin perder detalle en el estremecimiento de su cuerpo. Ridículamente sentí frio al alejarme de ella. Le ayudé a erguirse y a bajar de la encimera. Tenía los hombros enrojecidos por el roce de su cuerpo contra el gris tapizado. Sobé sus hombros con delicadeza. Me subí los bóxer y el jeans.

-¿Dónde está mi ropa?- Preguntó Ale.

Me giré, buscando con mi mirada su pantaloncillo. Estaba en el ala derecha, enganchado a la esquina de una de sus repisas  y sus bragas estaban tiradas en el suelo, en la misma dirección. Se rió y fue en su busca, segura y sin vergüenza ante su desnudez. Esbocé una sonrisa y me dispuse a buscar mi camiseta y mi campera.

Vestidos, me fue a dejar al ascensor. Apreté el botón y esperé a que subiera al piso número ocho.

-Llámame cuando hayas hablado con Christian.- Dijo cuando el ascensor llegó a mi encuentro.

La tomé por la nuca y la besé en los labios sonoramente. Rió contra mis ellos. Las puertas se abrieron. Soltándola, entré.

-Nos vemos.- Le dije guiñándole un ojo con picardía.

Me sentía verdaderamente pletórico de buen ánimo. Una extraña corriente me tomaba el cuerpo. Nada podía salir mal, me sentía optimista.

Llegué a la casa, encontrándome con mi madre sentada en uno de los sitiales de la sala de estar. ¿Dónde estaba antes?

-Hola, mamá.- Saludé llamando su atención- ¿Dónde está mi papá?

-En su estudio.- Respondió. Frunció las cejas y me miró especulativamente.- ¿Estás bien?

-SÍ.- Respondí ansioso. Al parecer no sabe nada… aún.- Iré a hablar con él.

Le sonreí para tranquilizarla y subí enérgico por las escaleras. Llegué, abrí la puerta y me asomé. Efectivamente estaba allí, leyendo algo concentradamente en la pantalla de su McBook. Toqué con los nudillos y el alzó su cabeza,  cambiando inmediatamente su semblante de aparente relajación. La habitación era espaciosa, iluminada por la única lamparilla encendida en el gran escritorio caoba de mi papá, ubicado delante de unos grandes ventanales que dejaban ver a un cielo entrando en las proximidades de la noche.

Entré y cerré la puerta detrás de mí. Caminé hasta plantarme delante de él y de su escritorio. Retiré una silla y me senté con desenfado. Mi papá me observaba impasible. Levanté una de mis piernas, dejando que el tobillo descansara sobre la rodilla opuesta.

-Supongo que ahora estás más calmado. - Adiviné mirando a sus ojos azules, reflejo de los míos. -Antes de que digas algo, quiero que sepas que no siento remordimiento alguno por lo que viste hoy. – Mi papá alzó sus cejas, sorprendido.- Ella no es mi tía consanguínea y si el problema es el lazo que nos hemos impuesto como familia, debes saber  que nunca la vi de ese modo, pero de seguro, tú ya lo tienes claro, así que no pierdas tu tiempo sermoneándome con lo que es bueno y lo que es malo, porque ya lo sé.- Finalicé,  juntando las yemas de mis dedos, esperando a que respondiese.

El rostro de mi padre se mantuvo indiferente, pero vi como una emoción extraña cruzó por su rostro.

-No, no te sermonearé.- Dijo al fin, recostándose en su asiento de cuero, que soltó un pequeño chirrido.- ¿Desde cuándo están juntos?- Preguntó con aparente desinterés.

¿Desde cuándo estábamos juntos? ¿Desde mi cumpleaños? No. Esa noche sólo la masturbé y al otro día me fui enfurecido,  porque ella y él habían mantenido una conversación por teléfono que me sacó de mis casillas. Juntos desde hace… ¿Cuatro días? Juraría que han sido cuatro meses.

-Cuatro días.- Respondí con sinceridad.- Aunque he estado persiguiéndola desde que volvió.- Confesé encogiéndome de hombros.

-Sí que eres descarado.- Observó mi papá sin asomo de diversión. Vio que no pretendía volver a hablar, así que decidió hacerlo él. Suspiró y cuadró sus hombros.- No negaré que estaba y estoy enfadado, después de todo tú eres mi hijo y ella mi hermana. Véndeme el cuento de la sangre todo lo que quieras, pero para mí es así.

-Eres demasiado sobre protector con ella.- Le acusé. Maldición, quiero tirarle todas las decepciones que he sentido por su culpa todo este tiempo.

-Es mi hermana Ted, obviamente la cuidaré.- Replicó.

-No, la conexión que tú mantienes con ella no es de hermanos. Ustedes dos disfrutan de una extraña complicidad.- Dije sarcásticamente.

Mi padre me miró extrañado, hasta que descubrió el sentido de mis palabras.

-¿Acaso crees que ella y  yo…?- Entendió incrédulo. Entorné los ojos. Luego de unos segundos, mi papá estalló en carcajadas sonoras.- ¡Por Dios Teddy!- Exclamó sonriente.- Seamos o no de sangre, Alexandra es mi hermana. Si yo me comporto de esa forma con ella es porque…- Se calló, temiendo a decir algo indebido.

Pude intuir lo que se acallaba: La fobia.

-¿Por su miedo?

-¿Lo sabes?- Preguntó asombrado.

-Sí, aunque se lo sonsaqué con un sopapo.- Resoplé, recordando lo que hacía para superarla. Asintió impresionado por mi declaración.

-Me sorprende que te lo cuente. Supongo que entre ustedes existe mucha confianza.- Dijo dándolo por sentado.  Asentí.- Hijo- Dijo apoyando los codos en su escritorio- si yo me comporto de esa forma con ella es porque me preocupa. Me preocupa esa decisión idiota que tomó para deshacerse de su miedo.- Me observó un instante, esperando a saber a qué se refería. Asentí nuevamente.- He tratado de ayudarla en todas la maneras posibles, por eso la sobre protejo y cuido de que no recaiga en esas estupideces.

-Comprendo.- Dije, sin estar realmente convencido. Ambos enmudecimos.- ¿Y bien?- Inquirí.

-¿Y bien qué?- Preguntó mi papá.

-¿Qué sucederá ahora?

-¿Me lo preguntas a mí? Fuiste tú el que me dio una diatriba con respecto a ti y a Alexandra.

-Te lo pregunto para saber si harás algo al respecto, de lo otro, no dudo.

Frunció los labios, aparentemente desilusionado.

-No tienes buena opinión de mí, ¿verdad, hijo?

Suspiré. No, en verdad no la tenía.- No es eso. - Mentí- Es sólo que quiero que tengas claro que no me separaré de ella.

Él asintió pensativo.- No me gusta la idea, en lo absoluto.- Reconoció.- Para mí sigue siendo incestuoso.

-Para mí no lo es.

-Está claro que no lo es.- Me acusó. Puse mala cara.- Pero creo que aunque te diga que no lo hagas, lo harás de todas maneras a mis espaldas.

-Si te sientes mejor, dentro de una semana me iré.- Le informé impasible.

-¿Con Alexandra?

-No, con Jason. Su papá me ofreció trabajo en su empresa. Trataré de estudiar y trabajar a la vez.

-Yo puedo darte un sitio en mi empresa Ted.- Ofreció, herido por haber ignorado el hecho de que él podía darme trabajo.

-Lo sé, pero así será más fácil para ambos. No creo que te guste tener cerca a tu hijo y a tu cuñado a la vez.- Maldición, si uno lo decía así, de verdad que sonaba a incesto.

A mi papá le incómodo notablemente la idea.- Supongo que nadie más sabe de esto.

Di un respingo. Jason lo sabe, mejor oculto ese detalle.- No, nadie lo sabe.

-¿Esperas que nadie nunca sepa de esto?- Preguntó con real interés.

-¿Tú se lo dirás a alguien?- Contraataqué.

-En realidad no. No quiero estar ahí cuando tu madre estalle, o cuando a tu abuela le dé un infarto, pero creo que será bastante extraño verte llegar en las fiestas con Alexandra de la mano y que se den un beso con lengua frente a todos nosotros.- Dijo irónicamente. No pude evitar reírme, ya me lo imaginaba. Él se rió junto a mí.

-Ya que lo planteas de esa forma…- Bromeé- No, no lo he pensado. Supongo que no se lo diremos a nadie, quizá lo dejemos fluir, hasta que sea, no sé, algo obvio.

Mi padre asintió, supuestamente satisfecho con mi respuesta.

-Tengo sentimientos encontrados.- Reconoció- No sé si alegrarme porque Alexandra está superando el temor a que la toquen.- Hizo una mueca reprobatoria, de seguro me imaginó a Ale y a mí “tocándonos”. Reí maliciosamente.-  O enfadarme por…- Exhaló e hizo un movimiento con la mano-… todo esto.

-Prefiero la opción uno.- Dije.

Él sonrió cansinamente, meneando la cabeza. Se levantó de su asiento y yo le imité. Se acercó hasta mí. A mi papá siempre lo había visto como un gigante, pero ahora, frente a mí, me parece común, incluso creo que lo paso por algunos centímetros. Extendió su mano hacia mí. Se la estreché fuertemente.

-No estoy de acuerdo, que lo tengas claro, es más, sigo enfadado con ustedes dos. Sin embargo, sólo conseguiré echar leña al fuego si hago un escándalo de esto ¿No?, además no quiero que la familia se quiebre, porque esoes lo que pasará.

Yo asentí humildemente, sin cortar el contacto óptico entre nosotros.

-Ahora vamos a comer algo.- Sugirió malhumorado aún.- Con algo en el estómago, todos nos sentiremos mejor.

………………………………..

-¡Ah!- Gimió Ale, al sentir mi mano acariciando su sexo, mientras la penetraba por el culo. Estaba afirmada al respaldo de nuestra cama de bronce, que gemía y se sacudía por mis embestidas. El sol de las cinco de la tarde entraba por el ventanal que se situaba delante de nosotros, bañando y arrancando destellos del cabello castaño oscuro de ella. Con la otra mano acariciaba su seno turgente y tambaleante, oprimiendo su pezón duro con mis dedos. Ale se acoplaba a cada embestida que le daba, yo salía y al volver a entrar, sus nalgas iban a mi encuentro, profundizando la invasión en su ano estrecho, que parecía exprimirme a cada movimiento. Cernido sobre ella, la transpiración de su espalda y el sudor de mi pecho se mezclaban.

-Sujétate con fuerza.- Ordené, al presentir un orgasmo inminente entre ambos. Alexandra asintió, con los brazos completamente estirados hacia delante, apretando con más fuerza el barrote dorado, horizontal, que formaba parte de nuestra cama.

Le besé entre los omóplatos con dulzura. Levanté la cabeza para besar su nuca, pero vi como el vecino del edificio de enfrente abría sus cortinas y se disponía a abrir sus ventanas de par en par.

-El vecino.- Gemí. Ale no me prestó atención y siguió acoplándose y gimiendo.

A ella no le importaba, pero yo no quería que aquel tipo la viera. Introduje dos dedos de sopetón en su interior, masturbándola. Ale se tensó y explotó entorno a mis dedos. Tiré de ella para que se soltase, y caímos de espalda en el mullido colchón, entre sábanas  caóticas y albas. Cayó sobre  mi pecho y yo eyaculé en su ano, derramándome.

-Cerraré las cortinas.- Dijo separándose de mí, tras recuperar la respiración.

-Ponte mi camiseta. No quiero que nadie te vea desnuda.- Ella me sonrió y me besó en los labios.- No sé desde cuando eres tan exhibicionista.- La atraje hasta a mí, metiendo mi lengua en su boca.

-Tú quisiste colocar la cama con el respaldo mirando al ventanal. No me culpes a mí.- Me retó, devolviéndome el beso.

-Entonces daremos vuelta la pieza.- Afirmé.

Ya han pasado dos años desde que mi padre nos descubrió, dos años desde que me fui de casa y ocho meses desde que vivo con Ale. Mi papá mantuvo su palabra y no dijo nada sobre nuestra relación. Dicho y hecho, nosotros tampoco nos pronunciamos al respecto. Hicimos parecer como una coincidencia el que ambos nos mudábamos a la misma ciudad, al mismo edificio. Esta navidad, increíblemente llegamos juntos y nos fuimos juntos. Nos compartamos como siempre lo hacíamos delante de ellos, sin muestras de una relación, pero mi madre no podía ocultar sus dudas, su recelo hacia nosotros. Hasta ahora no ha tenido la valentía de preguntarme algo. Mi primo también me ha soltado indirectas del tipo: “Tú y la tía parecen pareja”. Yo sólo me río ante sus sugerencias. No se atreven a preguntarnos nada y mientras no lo hagan, nosotros no nos revelaremos, como un secreto a voces.

Me he mantenido en la empresa del padre de mi amigo, con un sueldo bastante generoso. Sospecho que mi papá tiene algo que ver con eso. Estudio mecánica automotriz en mis tiempos libres y Ale sigue con su fotografía. Increíblemente es bastante solicitada, aunque claro, es buena en lo que hace. No pensé que esto duraría tanto, pero siento el mismo deseo adolescente, haciendo de mí un dependiente física y emocionalmente a ella. Alexandra sigue con su fobia, y cómo podrán inferir… yo soy su Kriptonita, aunque al principio me fastidiaba bastante, ya que se mostraba bastante bipolar en la intimidad. A veces era como una gata en celo que hacía y deshacía conmigo, cabalgándome, tomando las riendas. En otras, yo tenía que seducirla y ser tan delicado como si fuera su primera vez, tiritando como una hoja bajo mi contacto. Pero ahora, después de dos años, sé adivinar sus estados anímicos y conozco al pie de la letra los procedimientos.

-No hagas eso.- Gruñí al notar su mano alrededor de mi miembro, mientras me seguía besando. Sin hacerme caso, movió su muñeca de arriba a abajo. Se levantó, poniendo distancia entre nosotros. Tenía una mirada descarada y ardiente. Se mordió el labio deliberadamente.

-Eres una maldita.- Siseé encerrando su pecho con una de mis manos.

Se inclinó hasta a mí, susurrando en mi oído.- Te follaré con la boca.- Apretó mi glande con su pulgar. Yo tragué saliva, sintiendo como mi pene crecía bajo sus caricias. Me mordió la barbilla, bajando así por todo mi cuerpo, dejando un reguero de besos, mordiscos y chupetones, hasta llegar a mi sexo. Me miró a los ojos y pasó la lengua por mi glande, tragándose una gota de líquido pre-seminal que había en el, sin perderme de vista.

Apreté la mandíbula cerrando los ojos, y un gruñido ronco reverberó en mi pecho.

-Oh, mierda.- Bisbiseé al advertir como su boca cálida y jugosa engullía mi erección. Me encantaba que ella me hiciera esto. Su parte favorita sin duda era el glande, porque lo succionaba y mordisqueaba como si fuese un caramelo. Pasó su lengua desde el nacimiento, hasta arriba y volvió a metérselo entero en la boca, chupando. Gemí deshecho ante su pericia. Alexandra soltaba gemiditos satisfactorios al ver  cómo me provocaba.

Repitió variadas veces el mismo proceso. Abrí los ojos y me la encontré sonriéndome maliciosamente. Se lo introdujo todo, cubrió los dientes con sus labios, y succionó llegando al glande, me lo mordió y yo me corrí irremediablemente en su boca. Nunca duraba mucho cuando ella practicaba sexo oral conmigo. Tragó mi semen, para luego limpiarlo diligentemente con su lengua, haciendo que mi erección creciese nuevamente, sin apartar sus ojos de los míos.

Se relamió los labios, mientras su mano seguía masturbándome.

-No sabía que eras de tiro corto.- Bromeó.

Yo solté una carcajada. Me senté en la cama, le agarré por la nuca e invadí su boca con mi lengua. Tenía un sabor cítrico y sus labios parecían cremosos. La jalé, obligándole a que se tirara conmigo en la cama. Dejé que cayera de espaldas, le abrí las piernas con brutalidad, situándome entre ellas. Coloqué mis codos uno a cada lado de su cabeza.

-Ahora vamos a ver si soy de tiro corto.- Amenacé, penetrándola con una sola embestida, haciendo que nuestras pelvis encajaran a la perfección.

Ale gritó y se rindió a mi merced.

'N.

Gracias por sus comentarios a lo largo de esta... "serie".