Incesto Sin Sangre (7)

-Ahora- Mascullé, enterrando mis dedos en su cadera.- Sujétate con fuerza. En un solo movimiento, me enterré en ella bruscamente, haciéndola gemir con todo su cuerpo.

¿Nancy?

-No voltees la cabeza.- Le susurré a Ale.

-¡¡ ¿Quién es esa?!!- Vociferó, abalanzándose hacia nosotros.

Alcancé a erguirme y la tomé por los hombros.

-¡¡Suéltame!!- Gritó, zarandeándose en mis manos. La tomé de la cintura y la empujé fuera de la habitación, cerrándole la puerta en la cara.- ¡¡Abre la puerta Ted!!-Comenzó a patear la entrada, que se remecía bajo sus golpes.

-Quédate ahí.- Le ordené a Alexandra, mientras me ponía los jeans y nada más.

Abrí la puerta y Nancy volvió a tirarse sobre mí, con claras intenciones de golpearme. La agarré por las muñecas con fuerza para que se quedara quieta.

-¡Ay!- Se quejó y la fui arrastrando por el pasillo hasta las escaleras.

-¡¿Cómo entraste a mi casa?!- Le pregunté furioso, jalando de ella para que bajara.

-¿Quién es ella?-Exigió. ¿No alcanzó a verla?

-A ti no te importa.- Bufé entre dientes.

Al llegar al primer piso, vi a la Sra. Might asustada con los gritos de Nancy.

-¿Qué sucede?- Preguntó.

-Nada.- Le respondí  molesto, tirando de Nancy hasta la entrada de la casa. Salí al patio delantero, Nancy trataba de zafarse, tirando hacia el lado opuesto, pero eso sólo servía para causarle más daño.

-¡Suéltame Ted, me duele!

-Debiste pensarlo antes de irrumpir en mi casa.- Abrí el portón y la lancé a la calle, no con demasiada potencia, no quería que se cayera.- Última vez que haces un escándalo aquí.- Le advertí antes de dar media vuelta y entrar a mi casa, respaldado por sus insultos.

-¿Usted la dejó entrar?- Pregunté a la Sra. Might, cerrando la puerta detrás de mí.

-Me dijo que era su novia… pensé que era verdad,  la vi en su fiesta de cumpleaños.- Contestó asustada por mi expresión.

Quería asesinarla. Por su culpa casi todo se va a la mierda. Respiré profundamente. “Esta mujer te crió de niño, esta mujer te crió de niño” Me repetí para no perder los estribos con ella. Inhalé profundamente.

-No, ella no es mi novia ni nada.- Le informé en un tono hosco.

-Lo siento Ted, yo no…

-Está bien, no se preocupe.- Agregué. Me pasé la mano por el pelo. Me acerqué a ella y la abracé.- Usted no tenía por qué saberlo.

Me devolvió el abrazo.

-¿A qué hora se va?- Le pregunté ahora, en un tono más dócil.

-Estaba a punto de irme. ¿No quieres que te prepare el desayuno?

-No, no se preocupe, comeré después.- Le sonreí dejando atrás mi enojo. La besé en la mejilla y subí  las escaleras, realmente cansado.

Cuando llegué a mi habitación, vi como Ale yacía vestida, sentada sobre la cama.

-Todo bien.- Exclamé al entrar. La miré con recelo, acercándome a ella.

No dijo nada, su mirada no decía nada. Odiaba cuando se las daba de invulnerable. Se levantó, plantándose delante de mí.

-Oye Ted, esto…- Se interrumpió, tratando de darle algún orden a sus pensamientos.

Cuando intuí lo que quería decir, me apegué a su cuerpo con brusquedad.

-Ale, no empieces con esa mierda de que somos tía y sobrino ¡ella ni siquiera te vio!- Me atropellé con mis propias palabras, nervioso.

Me miró perpleja.

-Iba a sugerir que deberíamos ser más cuidadosos y cerrar la puerta con llave de aquí en adelante.

Quedé sin habla. Solté la respiración contenida y me besó.

Cuando la Sra. Migth se fue, bajamos por fin libres de mi habitación. Ale se puso uno de mis pantaloncillos de mezclilla, argumentando de que estaba más cómoda con ropa ancha. Fuese como fuese, se veía exquisita. No le quitaba las manos de encima, manoseándola a cada instante posible. Al llegar a la sala de estar, la acorralé contra uno de los sillones para besarla.

-Quiero follarte.- Dije con voz ardiente, mordisqueándole el hombro. Ale suspiró ante mis palabras.

De repente, un sonido agudo y estruendoso se extendió por la habitación. ¡Puto celular!

-¿Quién será?-  Me pregunto irritado por la interrupción.

-Contesta, pueden ser tus papás. Yo buscaré algo para comer.

Me siento en el sillón y tomo el teléfono que está a mi lado. Suelto un suspiro.

-¿Aló?

-¡Amigo!- Saludó una voz alegre, era Jason. Me reí por el entusiasmo de su voz.

-¿Quién es?- Pregunta Alexandra, sentándose a mi lado sosteniendo un tarro pequeño en la mano.

Cubrí la parte inferior del fono para contestarle.- Es Jason.

-Ah. Habla tranquilo, yo veré un poco de tele.- Me sonrió cándida.

Comencé a charlar con Jason, mientras Ale encendía el televisor. Un poco extrañado, vi como echaba la cabeza hacia tras y llevaba el tarrito a su boca, bebiendo algo. Se percató de que la miraba y respondió a mi pregunta no formulada.

-Es leche condensada.

¿Lecha condensada? ¿Eso no se come con postres o algo? Sonrió, se reclinó sobre mí y vertió un poco en mis labios. Mmm… qué dulce, además de helada. Un poco se derramó por la comisura de mis labios, iba a limpiarla, pero Ale me besó justo allí, sorbiendo el resto derramado. La miré con las cejas fruncidas, ella se lamió los labios, saboreándolos.

¡Mierda! Eso tuvo repercusión inmediata en mi entrepierna.

-¿Aló? ¿Ted?- Buscaba una voz preocupada por el teléfono.

-Sí, sí. Te escucho Jason.- Le hablé, volviendo a la realidad, observándola aún.

Sonrió pícara. Se movió para quedar más cerca de mí. Atrajo el pote hacia mi boca y vació otro poco. Admito que esta vez yo dejé que se escapase otro tanto por mis labios. Diligentemente, Ale se acercó a limpiarme, aunque esta vez pasó su lengua desde mi mandíbula hasta el borde de mis labios, extrayendo todo vestigio de la leche condensada derramada.

Quiero follarla.

-¿Vas a ir?- Dijo Jason.

-Sí, sí. Iré.- Respondí  sin saber a qué decía que sí. Ahora Ale bebió un poco del tarro, e inclinándose sobre mí, me besó. Al abrir la boca para responderle, dejó que un líquido tibio y dulzón cayera por ella. Tragué la leche condensada de su boca y la besé fogosamente. La tomé por la nuca, acercándola a mis labios, profundizando el beso. Sus labios eran caramelos fríos, exquisitos. Tengo que cortar.

-Supongo que participarás…- Seguía hablando Jason por teléfono, sin percatarse de que hace rato ya no le prestaba atención.

-Sí, participaré.- Respondí distraído.- Eh… Jason, tengo que colgar. Hablamos más tarde.

No alcancé a oír su respuesta y colgué. Alexandra me observaba, y pude intuir satisfacción de su mirada. Sabía lo que estaba haciendo.

-Ven.- Le dije con voz ronca. Le tendí mi mano y ella la aceptó un tanto reticente. Hice que se sentara a horcajadas sobre mí. Le quité el tarro de las manos y bebí un poco. Si que está helada.

Nos miramos mutuamente por unos cuantos segundos. Hice un ademán con la mano que sostenía el tarro, dejando clara mi intención de querer darle un poco. Con ojos expectantes, se dobló hacia delante. Entreabrió sus labios y dejé caer leche condensada en su boca, e intencionalmente derramé un largo trago, que escurrió por su barbilla. Antes de que ella se limpiara, la tomé por la cintura. Acerqué mi boca a su cuello, besándola, lamiendo por donde la leche había escapado. Fui ascendiendo hasta llegar a su boca. Le di un beso apretado, tratando de quitarle el dulce de los labios.

-Sí que eres deliciosa.

Ella rió.

-¿Copiándome el juego?- Susurró divertida.

-El mío es la versión mejorada.- Musité contagiado por su alegría.

Se acercó a mí y me besó tiernamente, entrelazando sus dedos en mi cabello. Por mi parte, la apretujé contra mi torso, recorriendo su espalda, como una caricia de arriba abajo. De esa forma  me percaté de que no traía sostén.

-Quítate la camisa.- Dije entre suspiros. Titubeó ante mi sugerencia, y antes de que le entrara el pánico, tomé la iniciativa, descorriéndosela hacia arriba.- Levanta los brazos.- Ordené, tratando de emplear un tono seguro. Lo hizo.

Nunca me cansaría de verla desnuda.  Sus pechos quedaron a la altura de mi rostro. Bajé una de mis manos hasta su cadera, separando los dedos, volví a atraerla hacía mi. Con mi boca, tomé uno de sus pezones y succioné fuerte. Ale gritó bajo en mi oído y mordió mi cuello en respuesta. Con mi lengua jugueteé con ambos pechos, mordisqueándoselos. Con la otra mano le acariciaba el culo parsimoniosamente. Alexandra repartió besos a lo largo de mi cuello, llegando hasta mi barbilla, ahora mordiendo toda la línea de mi quijada. Tiró de mi cabello, a lo que respondí con un gruñido gutural; para tener mayor acceso a mi mandíbula.

-Levántate.- Le pedí de pronto. Paró su trabajo y me miró confusa. –No lo pienses tanto.- La besé en los labios con amor.- Anda.

Lo hizo. Con rapidez, retiré todos los adornos de la mesa de centro. Era de madera maciza, de raulí, lo bastante ancha y larga como para su cuerpo. Descubrió mis intenciones y sin decírselo, se sentó en el borde de la mesa. La ayudé a situarse. Su culo quedó colindando con la orilla de la mesa. Sus piernas- que eran lo suficientemente largas- quedaron flexionadas, tocando el suelo.

Era tan bella y sensual. Ahora sólo llevaba puesto mi short. Su pecho se extendía y se encogía. Sus ojos refulgían ansiosos y deseosos.

-¿Te he dicho que eres bella?- Le pregunté, sin darme cuenta de que formulaba la pregunta en voz alta.

Se sonrojó y una sonrisa tímida apareció en su rostro.

-Sólo me importa parecer bella ante ti.- Entrecerré mis ojos, analizando sus palabras y un regocijo inesperado me tomó por sorpresa. Le sonreí con plenitud, reflejo de lo que sentía.

Con cuidado apoyé mi rodilla entre sus piernas y me cerní sobre ella, con ambos brazos estirados a su costado.

-Ahora jugaremos de verdad.- Le siseé al oído. La miré a los ojos y entre ambos creció la expectación.- Levanta la cadera.

Me retiré. Levantó su culo y le quité los shorts. Cerró sus muslos, avergonzada, sintiéndose vulnerable, creo. La dejé ser. Tomé el tarrito de leche condensada y volví a situarme encime de ella.

-Abre la boca.- Vertí un poco y Ale tragó ansiosa. Con calma, fui derramando leche por su barbilla, su cuello, su clavícula, hasta llegar a la separación de sus pechos. De esa forma, fui besándola húmedamente, intercalando besos y chupetones. Premeditadamente, pasé mi lengua  con avidez entre sus senos. Alexandra, inhaló fuertemente, contrayendo las costillas. Retomé el tarrito y esparcí otro poco de su contenido sobre sus pezones, que se levantaron y endurecieron al instante. Encerré un seno dentro de mi boca, saboreándolo, chupando todo el contenido sobre él. Ale soltó un gemido y su espalda se arqueó. Con ambas manos, apretó mi cabeza contra su pecho.

-Ted…- Suspiró.

Levanté mi cabeza y con una sonrisa malévola, le mordí el pezón. Ella cerró los ojos y gimió. Me trasladé al otro seno, haciendo lo mismo, aunque esta vez no pude resistirme a juguetear con su pezón entre mis dedos, haciéndolo rodar entre el índice y el del medio, apretándolo con fuerza. Ale volvió a gemir, esta vez más alto. De mi garganta escapaban jadeos guturales de satisfacción.

Alzándome, esparcí leche condensada desde su ombligo, hasta la cúspide de su entrepierna, deteniéndome justo ante su vello. Alexandra apretujó sus piernas, nerviosa. Introduje mi lengua en su ombligo y barrí el pequeño charco de leche que se concentró allí. Ale comenzó a acariciar mi cabello, acunando mi cabeza con ternura mientras descendía por su cuerpo. Me detuve frente a su intimidad.

-Abre las piernas.- Pedí, tragando saliva. Sus ojos se abrieron.- Seré suave.- Le aseguré.

Dudosa, me obedeció, aunque lo hizo lentamente, como si fueran compuertas pesadas que dejaran al descubierto un más que apetecible tesoro. La contemplé fascinado. Su vagina sonrosada y  abultada incitaba a comérsela.

-Siempre he querido hacerte esto.- Musité para mí mismo, antes de esconderme entre sus muslos e introducir mi lengua.

-¡Ah!- Gritó Ale. Su intimidad me resultó extremadamente cálida, en contraste con el frío de mi lengua gracias a la leche condensada.

Chupé, extrayendo sus juegos, lamiéndola de arriba abajo.  Me erguí un tanto, y esta vez vertí leche condensada en su vagina, que resbaló por su clítoris y por entre sus labios. Alexandra se estremeció en un escalofrío.

-Está helada.- Balbuceó, antes de que pasara la punta de mi lengua por su clítoris y lo mordiese. Me embebí en la excitación de Alexandra, mezclada con leche condensada. Introduje mi lengua más adentro, recorriéndola por dentro, acariciando sus paredes vaginales, catando  el producto de mi juego.

-Ted, Teddy, por favor…- Suplicó Ale entre jadeos.

-Por favor ¿Qué?- Pregunté sin alzar mi rostro.

-Por favor… ¡Aaah!- Gritó al morderle nuevamente el clítoris. Ale jalaba mis cabellos, desesperada.

Metí dos dedos en su vagina, penetrándola lentamente, trazando círculos, entre tanto seguía atormentándola con mi lengua. Lamí por última vez su intimidad, desde su nacimiento, hasta la unión de su ano, y Alexandra, se deshizo en un silencioso orgasmo en mi boca. Sus manos soltaron mi cabeza, cayendo sobre la mesa.

Sorbí todo rastrojo de su coito. Parándome, me quité los jeans de un tirón. Ale aún tenía los ojos cerrados, recuperando el aliento, cuando la tomé por los muslos, atrayéndola hacia mi pelvis, dejando su cadera al aire y su espalda sobre la mesa.

-Ahora me toca a mí.- Gruñí entrecortadamente. Ella alcanzó a abrir los ojos, cuando la embestí con fuerza, hundiéndome en una estocada.

Ale gritó y yo solté el aire entre los dientes. La penetré salvajemente, consciente de que no duraría mucho.  Ensartándola una y otra vez, estiré el cuello hacia tras, saboreando el éxtasis de ese momento. Arremetí contra ella, como si fuera mi primera vez: Exasperado, ansioso y bestia. Alexandra no gemía, aullaba con mis penetraciones sin ritmo y frenéticas. Doblándome un tanto, la agarre por el culo, alzándola un poco más, para poder entrar más profundamente antes de correrme con un grito ahogado dentro de su vagina. Ella se tensó junto a mi cuerpo y llegó al clímax junto a mí.

No pude acompasar mi respiración hasta que dejé de eyacular. Sin duda ha sido el orgasmo más intenso de mi vida. La tomé por los brazos, jalándola, desmoronándonos sobre el sofá.

La respiración trabajosa de Alexandra contra mi pecho, me ayudó a ralentizar la mía. Cerré los ojos, tratando de encontrar el sueño esquivo.

-Esto no es exactamente a lo que me refería cuando te dije que fuéramos más cuidadosos.- Dijo Ale con voz grave. Sonreí débilmente. Claro, desnudos y en el centro de la sala de estar, súper resguardados.

Sentí como ella depositaba un beso suave sobre mi pecho. Abrí los párpados, descubriendo una mirada exhausta e inocente que me observaba. Es la misma mirada que me imaginaba hace un mes atrás. Con una de mis manos, le acaricié su mejilla, la que recibió cerrando sus ojos, absorbiendo mi tacto. La contemplé, embelesado por ella. Coloqué un mechón de pelo rebelde detrás de su oreja, me erguí un poco y le besé en la frente. Suspiró fuertemente.

Guardamos un silencio cómodo.  Yo, abrazándola y acariciando su cabello cariñosamente, ella, recostada sobre mí, saboreando ambos el postcoito y nuestra naciente  intimidad, franqueada por sentimientos incondicionales.

-Oye, ¿bañémonos?- Le sugerí tras un largo rato.

Girando su cabeza para verme, me dedicó una risa escéptica.

-¿Qué?- Me reí.- Estás pegajosa.

Se estiró hasta mi rostro, depositó un tierno beso en mis labios, desconcertándome.

-Gracias.- Dijo seriamente-

-¿Por qué?

  • Por tener la habilidad de borrar recuerdos.

No supe qué responder. Sin saber cómo, me propuse evitar cualquier sufrimiento en su vida. Nos besamos nuevamente. Este beso fue diferente al resto, era como si transparentara todo, sincero.

-¿Nos bañamos entonces?- Volví a preguntarle.

-Vale.

Bajo el agua caliente, el cuerpo de Ale parecía más esbelto y grácil, como si estuviera en su hábitat. Nos fuimos repartiendo caricias y besos por largos minutos, olvidando el verdadero propósito de la ducha.

-Agáchate un poco, deja que te lave el pelo.- Recomendó.

Sonreí recordando mi infancia, cuando ambos nos bañábamos juntos, sin morbo. Nunca creí que repetiría esa escena, menos ahora, con Ale como mi mujer.

Le obedecí, inclinándome un tanto hacia ella. Masajeó mi cabeza por largos minutos y toda la presión de este último tiempo pareció desaparecer.

-Cuando llegaste de tu viaje…-Empecé a contarle- …sin querer me metí al baño cuanto tu estabas bañándote.

-¿Así?

-Sí, y te vi desnuda.

Se quedó quieta. Levanté un poco la vista para estudiar su expresión.

-Aunque no vi mucho… salí corriendo.- Añadí sonriéndole.

-¿Entonces el del puertazo fuiste tú?- Alzó sus cejas, encajando por fin todos los hechos.

-Sí.- Ambos reímos. Me acercó el agua y me aclaró el cabello, guardando delicadeza en su trato.

Ahora me tocaba a mí. Me eché gel en las manos, las froté hasta conseguir espuma. Le hice una seña para que se volteara y me dejara bañarla. Quiso decir algo, pero se contuvo. Enjaboné su nuca, sus hombros, bajando hasta sus omoplatos. Gradualmente fui descendiendo.  Llegué a su culo.

-Inclínate un poco.- Dije, tragando saliva.

Apoyó sus manos contra las baldosas de la ducha. Su culo se levantó un poco, dejando entrever un trasero redondeado y turgente. Pasé mis dedos entre sus nalgas, percibí como Ale se tensaba a mi contacto. Seguí bajando hasta llegar a sus muslos, perversamente metí mis dedos en su entrepierna, con la mentira de estar lavándola. Ella contuvo la respiración, apretando sus piernas entorno a mi mano. Sin duda mis caricias ejercieron efecto en ella.  Mis manos resbalaron por sus piernas, hasta llegar a sus pies.  Derramé más gel en mis manos, las pasé por debajo de sus brazos y empecé a masajear sus senos, apretando  sus pezones en cada roce.

-Siempre me gustaste.- Le susurré al oído, apegándome a su espalda. Mi erección se encontró con sus nalgas.- No quiero que seas de nadie más… nunca.- Jadeamos cuando mis manos se situaron en su vientre. Extendí los dedos y mis yemas rozaron su vagina.

-Nunca, nunca más.- Coincidió ella, estirando su cadera hacia tras en busca de mi pene. Acaricié su nuca con mi nariz y dejé escapar grandes bocanadas de aire. Ale dio media vuelta para encontrarse con mi mirada ardiente. Encerró sus brazos entorno a mi cuello y me besó. La tomé por el culo, atrayéndola a mí, dio un respingo al sentir mi erección contra su vientre.

-¿Por siempre mía?- Balbuceé contra sus labios.

-Siempre.- Concordó con un tono que no dejaba lugar a discrepancias. Gemí cuando sentí como su mano  húmeda tomaba mi falo con fuerza, masturbándolo con frenesí. Mordió mi hombro con fiereza, meneando la muñeca que sujetaba mi pene.

-Vuélvete y apoya tus manos en la pared.- Jadeé. Apretó mi glande andes de obedecerme y colocar sus manos contra la pared.- Abre más las piernas y agáchate.- Me retiré un poco para darle espacio.

-Ahora- Mascullé, enterrando mis dedos en su cadera.- Sujétate con fuerza.

En un solo movimiento, me enterré en ella bruscamente, haciéndola gemir con todo su cuerpo.


Mientras me vestía, eché una ojeada a mi celular. Tenía llamadas perdidas Theresa y Nancy, seguramente querían conversar por lo de hoy en la mañana, más tarde les daría el corte; otras de unos cuantos amigos, dos de mi mamá y un mensaje de voz de mi papá de ayer por la noche. Fruncí el ceño extrañado, ellos nunca me llaman. Marqué al 500 para escuchar el mensaje, alcancé a oír un “Hijo, mañana…” antes de que mi batería muriera y se apagara el celular.

Bajé hasta la cocina, encontrando a Ale entretenida cocinando. Me senté en uno de los banquitos, examinándola fijamente. No puedo creer que ella sea realmente mía. Hace unas semanas atrás ni siquiera lo hubiese imaginado posible. No… no quiero separarme de ella, hay que encontrar una fórmula para mantenerla a mi lado… ¿Y si la llevara a vivir conmigo?

En ese instante, Ale se voltea y me encuentra observándola, sorprendida por mi presencia. Le sonrío para tranquilizarla.

-Huele rico.

-Espero que te guste.

Comimos mucho, realmente muertos de hambre. Conversamos demasiado. Le conté lo que sentí cuando ella llegó a casa y mis hazañas visitándola en la noche. Se avergonzó al escucharme y me explicó que yo también remecí su mundo cuando volvió a verme. No creía que hubiera crecido tanto, ni tampoco aceptó las emociones que yo le hacía padecer. Contó que sintió culpa al pensar en mí de aquella forma. Por mi parte, le confesé que siempre había tenido sentimientos que no eran propios de un sobrino, pero que a su regreso, también creció un apetito carnal por ella. Se rió, coincidiendo en el mismo punto conmigo. Le pregunté por qué nunca dio muestras de celos cuando me veía con otras mujeres, ya que por mi parte, ardía en rabia si alguien siquiera pronunciaba su nombre. Me respondió: “Soy humana Ted. Obvio que sentí celos, pero soy de las que los comen en silencio. No creas que me gustó verte con Nancy, arrodillada en el baño”.

-¿Cuándo te diste cuenta de que te gustaba?- Pregunté engullendo lo último de mi plato.

-Mmm…- Reflexionó- Cuando fuimos a ver los departamentos y te vi flirteando con la enana rubia.

Ah, verdad, la rubia. Creo que aún tengo su tarjeta por algún lugar.

-¿Y tú? ¿Cuándo?- preguntó de vuelta.

-Siempre.- Respondí lacónico mirándola a los ojos, haciendo que el rubor cubriera sus mejillas.- Venga, vamos a ver la tele para corrernos mano.- Dije.

Dejé los platos en el fregadero y nos dirigimos al living. Recordé mi celular.

-Toma asiento, tengo que ir a buscar el cargador.

-¿Para qué?

-Mi papá me dejó un mensaje de voz, debe ser urgente para que haga eso.

-Vale.

Antes de soltarla, la tiré y rodeé con mis brazos su cintura. La luz de la tarde nos pegaba de canto. El cabello de Ale, refulgía bajo el atardecer con destellos rojizos y castaños. Acerqué mi rostro al suyo, sintiendo el vaho tibio de su respiración. Cerré los ojos digiriendo todas las sensaciones que su cercanía me proporcionaba. Con el solo roce de su piel, bastaba para que todas las células de mi cuerpo giraran sobre sí mismas y funcionaran bajo un nuevo modelo. Respiré su aroma y la besé. Alexandra me tomó por la nuca, logrando que nuestro beso fuera más intenso.

Estábamos tan  perdidos el uno en el otro, que no nos percatamos de una presencia enfrente de nosotros. Unas llaves se dejaron caer sobre uno de los mesones prorrumpiendo el silencio, miré en la dirección de la que provenía el ruido. Unos ojos celestes, desorbitados, con unas pupilas dilatadas por la sorpresa se encontraron con los míos, y un terror horrible me paralizó.

-Christian…- Musitó Ale con voz trémula, cargada de miedo.