Incesto Sin Sangre (6)

La calidez de sus paredes, fueron abrazando mi glande. Alexandra tiró su cabeza hacia tras, cerrando los ojos, formando un “O” silenciosa con sus labios.

Quedé helado.

Mi madre me miraba fijamente, esperando una respuesta. ¿Cómo lo supo? Imposible, nunca di ninguna pista que demostrara algo entre Alexandra y yo. Tras cranear una respuesta, decidí darle alguna indirecta, para así averiguar a que se refería.

-¿Qué quieres decir?- Le pregunté indignado.

-Qué te traes con tu tía, eso quiero decir.- Contraatacó.

-No sé a qué te refieres mamá. Sé más explícita.- Exigí falsamente malhumorado.

Suspiró y vi que cuadraba los hombros- Sé lo que te traes entre manos y la respuesta es: No.

Fruncí el ceño. ¿Qué quiere decir?  Vio la duda en mi semblante y se apresuró a explicarme.

-No quiero que mañana hagas ninguna fiesta durante nuestra ausencia.

-¿Ausencia?

-¿No recuerdas que mañana nos iremos con tu padre a un viaje de negocios?

¡Oh Dios! Boté el aire contenido. No recordaba que se irían por el fin de semana. Estos últimos días no había pensado en nada, excepto en Ale. Le sonreí a mi madre abiertamente, con el alivio dibujado en mi cara.

-Ah. A eso te referías. Cómo se te ocurre mamá, por favor ¿Tú crees que osaría provocar un disturbio en nuestro hogar?- Le dije sarcásticamente (y relajado).

-Mmm… Te lo estoy advirtiendo Ted, no quiero sorpresas.- Me amenazó.

Volví a morder mi emparedado, que pasaba sin problemas por mi garganta ahora.

  • ¿Cuándo vuelven?

  • Lo más probable que el lunes por la mañana ¿Por qué me sonríes?- Preguntó divertida y extrañada a la vez.

Una sonrisa de satisfacción apareció en mi rostro inesperadamente. ¿Un fin de semana completo? Traducido: Mucho sexo con Ale. El estómago se me encogió ante la expectación.

-No lo sé- Respondí, encogiéndome de hombros.- Supongo que hoy amanecí de buen humor.- Volví a sonreírle y me predispuse a pararme.

Mi madre me observo recelosa por unos instantes y agregó:- Nada de sorpresas.

-Absolutamente nada de sorpresas.- Coincidí mansamente. Di la vuelta a la mesa, le di un beso en la coronilla y me dirigí a mi habitación.

Llamé a Jason para que quedáramos en la tarde. Notó de inmediato el tono alegre de mi voz, preguntándome el por qué de aquello. Me reí quedamente por el teléfono rememorando esa mañana. “Ahí te lo explico” Le dije.

-¿Así que te la follaste?- Inquirió incrédulo.

Yo asentí mientras bebía un trago de cerveza.

-¿Cómo fue eso posible?- Era el escepticismo en vida.

Me encogí de hombros, ladino.

-Tú y Ale…- Dijo acariciando las palabras, como admitiendo un hecho.- Increíble.

-Ni yo me la creo.- Aclaré riéndome.

-¿Cómo fue?- Preguntó Jason con curiosidad, inclinándose sobre la mesa.

-Asombroso.- Contesté sin pensarlo.

Vi como mi amigo sopesaba mi respuesta y se imaginaba a Alexandra.

-¿No que tenía una tara?

-Aún la tiene.- Esclarecí a mi pesar.- Tuve que tantear terreno.

-O sea que la sedujiste.- Bufó- ¿Tuviste paciencia?

-Por ella…- Dejé la palabra en el aire, no había necesidad de terminarla.

Jason me observó unos instantes, escudriñándome. Al cabo de un rato, sonrió para si mismo, meneando la cabeza.

-¿Qué?- Pregunté.

-Te pegó fuerte.- Respondió.

Sonreí mientras me bebía el último trago. Llamé a la camarera para poder pagar la cuenta.

-Mañana- Habló mi amigo- ¿Tienes algo que hacer?

-No- ¿A dónde quiere llegar?

-¿Por qué no vamos a un suburbio? Así aprovechas de presentármela.

-Vale.- Respondí.- ¿A las once en el “Harvard”?

-Ok.

Nos callamos al momento en que llegó la camarera con nuestra cuenta. Debo decir que estaba tan contento que decidí pagarla yo.

-¿No quieres nada más?- Me preguntó la chica, aleteando las pestañas.

-No, gracias.- Le dije sonriéndole amablemente. La tipa se sonrojó y soltando una risita tonta, se fue a buscar el cambio.

-¿No le vas a pedir el número?- Habló Jason, extrañado.

-No. ¿Debería hacerlo?

-¿Viste cómo te miró?

-No me interesa.- Volví a responderle, es más, ni siquiera me di cuenta de si me coqueteaba o no.

-Alexandra te dejó Knock out, hermano.- Ambos nos reímos fuertemente.

-¿Aún te coges a  Helen?- Pregunté cuando mi risa remitió, para cambiar de tema.

Volví a casa muy tarde y un poco achispado. Mis padres ya estaban durmiendo. Me fui directamente a mi habitación, cansado, a penas me quité los zapatos y me tiré a la cama. Lo último en lo que pensé antes de dormirme, fue en Alexandra y su risa.

Me desperté a regañadientes cuando mi mamá me remecía.

-¿Qué pasa?- Balbuceé con un ojo abierto.

-Nos vamos hijo, despídete.- Me apresuró.

-¿Qué hora es?

-Las cinco de la tarde.

¡Mierda! Y yo que quería ir a verla esta tarde. Me vestí rápidamente, sacudiéndome la resaca y los fui a dejar al aeropuerto. Mi padre me miró con reprobación, pero no dijo nada. Dejándolos en la puerta de embarque, me despedí cariñosamente de ambos. Debo decir que ahora no tenía tanta antipatía por mi padre, aún me quedaba un resquicio de celos irracionales, pero no lo suficiente como para no ser sincero.

Silbando, me fui de vuelta a mi casa. Me bañé y me vestí para la noche. Unos jeans, mis botas y mi aniquiladora chaqueta de cuero. Me miré al espejo tratando de darle algo de forma a la maraña de pelo rojizo. Al final, lo dejé ser.

Me subí al auto, dirigiéndome hasta su departamento. Toqué la puerta y esperé a que me abriera, reclinado sobre un brazo contra la pared. Un nerviosismo extraño me atrapaba el pecho ¿Seguiría todo igual que ayer? No he hablado con ella desde nuestro encuentro, espero que no se haya molestado por no llamarla. No lo encontré necesario.

La puerta se abrió, dejándome sin aliento. Llevaba una camisa gigante, un tanto manchada y unos shorts usados. Su cabello recogido, con unos cuantos mechones sueltos, pegados a su cara avergonzada por la sorpresa. Cuando recobró la compostura, me sonrió tiernamente y el sonrojo volvió a cubrir sus mejillas.

Le correspondí a su sonrisa bobaliconamente. Nos quedamos así, sonriéndonos mutuamente. Se veía bella, harapienta, salvaje, pero bella.

-Pasaba de casualidad por este edificio y decidí visitarte.- Le dije.

Ella rió, se apartó a un lado para que entrara.- ¿A qué se debe el honor de tu visita?

-Como te dije, pasaba por aquí…- Repetí con lascivia. Me acerqué a ella, la tomé por la cintura, atrayéndola hacia mi. La observé a los ojos, asegurándome de que nuestra confianza no había desaparecido. Alzó su barbilla y buscó mis labios. La besé con satisfacción. Es mía. Le metí la lengua, y en un segundo éramos labios, lenguas y jadeos. Bajé mi mano por su espalda, hasta llegar a su cadera. Iba a seguir hasta llegar a su culo, pero Ale se tensó imperceptiblemente. Detuve mi avance y separándome la besé por última vez en los labios. Nos sonreímos antes de distanciarnos por completo.

-¿Qué haces?- Le pregunté señalando su ropa, haciéndole creer que había dejado correr el impass.

Me tomó la mano y me dirigió a una de las habitaciones.- Estoy pintando.- Me aclaró.

-Qué bien.- Dije distraidamente.- Ahora debes bañarte, vamos atrasados.

-¿Atrasados?

-Sí.- Contesté con sorna- Hoy iremos a bailar.

Se quedó mirándome un poco sorprendida. Luego de un momento, una sonrisa indulgente apareció en su rostro.

-Yo no bailo.- Me informó. Puse mala cara.- O sea, no me gusta bailar.- Se corrigió.

-Bueno, también es un pub.- Expliqué a la defensiva.

-Ted, yo…- Titubeó.

La jalé hacia mí y la acorralé contra el mesón de la cocina. Acomodé ambas manos, a los lados de sus caderas.

-¿Qué pasa?- Le susurré, reclinado a unos centímetros de su rostro.

-No estoy segura de…- Habló bajito, cortada.

-Dilo, sabes que puedes confiar en mí.- Utilicé el tono más dulce que pude. La besé castamente en los labios, instándola.

-Quizá, no es buena idea que… nos vean juntos, después de todo, somos tía y sobrino.- Finalizó, un tanto ruborizada.

-¿De verdad te preocupa eso?- La interrogué.- ¿Sabes cuán grande es esta ciudad?- Alcé mis cejas.

-Pero Ted…

-Escucharme- Le corté.- Sólo nuestra familia y unos cuantos cercanos saben de nuestra relación familiar. No creo que los encontremos esta noche, justamente al lugar que vamos hoy.

Torció la boca, digiriendo mis palabras. De pronto una duda me asaltó.

-¿Estás segura de que es esa la razón?

Ladeó la cabeza, confusa.

-Ya sabes…- Ahora me tocaba a mí estar nervioso.- ¿No te arrepientes de lo que hicimos?

Me miró inmutable, sin poder descifrar lo que pensaba, y luego, de un momento a otro comenzó a reírse con todas sus ganas. Era la risa que tanto me gustaba, aunque ahora me irritaba un tanto. Cuando vio que yo no me unía a su risa, trató de aminorarla.

-Anda ya, Teddy ¿Cómo se te ocurre?- Preguntó, aún sonriente.

Hice una mueca.

-Me heriste riéndote de mi.- Le reproché fingidamente molesto.

-No tengo por qué arrepentirme de ti.- Agregó con gravedad.

Se acercó a mi rostro, acortando la poca distancia entre ambos y me besó. No tardé nada en responderle, taladrándola literalmente con mi lengua. Deslizó sus manos por mi espalda, por debajo de mi chaqueta. La aplasté con mi pecho, sintiendo la turgencia de sus senos bajo esa delgada camisa. Cuando percibí que la temperatura se estaba caldeando, me separé bruscamente de ella, dejándola con sabor a más

-Te dije que era tarde.- Le recordé.

Meneó la cabeza frustrada. Eso era una buena señal.

-¿Quieres que me bañe contigo?-Sugerí ladino.-Puedo tallarte la espalda.

-No, no, no, no. Gracias, espérame en mi pieza, ya vuelvo.- Dicho y hecho, se dirigió al baño, contoneándose con toda confianza.


El espacio Harvard estaba repleto y denso. Era un local para fumadores. Agarré firmemente a Ale por la cintura, conciente de las múltiples miradas de fascinación que despertaba, aunque ella no parecía darse ni cuenta. Ubiqué a Jason al fondo del local, el muy puto se había conseguido un VIP. En cuanto llegué, mi amigo me saludó, le presenté a Ale y ambos parecieron congeniar muy bien. Nos sentamos en un lugar apartado por Jason y nos sentamos. La mayoría de la gente con la que compartíamos, no la conocía, sólo de vista; así que dediqué gran tiempo entablando nuevas amistades.

Alexa parecía cómoda y a gusto allí. Me encantaba verla en plan sociable, era una Ale que pocas veces se deja ver. Que mejor que tu chica fuera amistosa, admirada, además de poseer una gran tara que no dejaba que nadie se acercara, a excepción de ti.

-¿Son pareja?- Nos preguntó un tipo con el que conversábamos; por encima de la música.

-Sí.- Le contesté de inmediato. De soslayo, pude ver como Ale sonreía con una clara satisfacción. Me apretó suavemente la mano, que yo tenía sobre su rodilla y me plantó un beso tierno en los labios.

La noche pasaba rápido y con ello, los tragos se acababan con la misma rapidez. Yo sólo había bebido una cerveza, el resto de la noche bebí agua mineral. Alexandra se ofreció a ir por más alcohol, soltándola a regañadientes, la seguí con la mirada hasta que llegó al bar. Al pasar diez minutos, me volví para buscarla. Aún esperaba  a que el barman le entregara su pedido. Lo que no me gustó nada, fue ver un tipo que se le acercaba más de la cuenta, buscando entablar conversación con ella.  Ale sólo asentía y sonreía cordialmente, tratando de aumentar la distancia entre él y ella en cada segundo, notoriamente nerviosa. Lo más probable es que el gilipollas pensara que era porque él le gustaba. Un calor se apoderó de mi rostro, y antes de que me diera cuenta, me vi caminando en dirección a la barra.

Al llegar hasta ella, pasé mi brazo por encima de sus hombros, en un claro acto de posesión. Ale giró su cuello hacia mi y sus labios se curvaron en una sonrisa.

-Te estabas demorando demasiado.- Le dije, dándole un beso suave en la sien. Luego me volví al tipo, mirándolo con mala cara. Él se tensó y asintió en forma de despedida, para luego desaparecer.

-Te dejo un rato sola y lo jotes aparecen.- Carcajeé dejando mi cabreo Express atrás.-Culpo a esa ropa indecente con la que andas hoy.

Alexandra rió.- Vamos a dejar estos tragos y bailemos.

-¿No que no te gustaba bailar?- Pregunté.

-¿No fue por eso por lo que vinimos aquí?- Me recordó

Eran alrededor de la cuatro de la mañana y lo único que quería era irme para llevarla a mi casa. Le dije a Ale que se despidiera para que nos fuéramos. Al parecer guardada mis mismas intenciones, porque asintió de inmediato. Antes de abandonar el lugar, decidió ir al baño. Entre tanto ella iba, yo comencé a despedirme del resto. Jason se rió de mí, adivinando el por qué de mi apuro por irme. Estaba hablando con él, cuando sin quererlo, mi mirada se detuvo en la entrada del baño de damas. Vi cómo Ale trataba de pasar por entre dos sujetos, que le dejaron un minúsculo espacio para que transitara. Eso, cómo podrán suponer, ya había despertado mi enojo, pero lo que me ofuscó por completo, fue que reconocí a uno de los tipejos: El mismo que trató de conversar con ella en la barra. Dejé hablando solo a Jason y a grandes zancadas llegué hasta allí.

Ale me vio venir, y intuyendo lo que quería hacer, ase apresuró a llegar a mi encuentro. Me sujetó por la cintura.

-Ted, no es necesario.- Habló con preocupación.

-¡¡¿Qué crees que haces hijo de puta?!!- Le grité al tipo, ignorando a Alexandra.

La hice a un lado, guardando delicadeza con ella en mis movimientos. Me lancé hacia él y le solté un golpe con mi zurda. Perdió el equilibrio, cayendo contra la pared en busca de apoyo. Iba a reventarlo de nuevo, hasta que como siempre, Jason llegó por mi espalda y me atrajo hacia él, frenando mis intenciones.

-¡Mierda Jason, suéltame!- Le grite, zarandeándome. Era una pelea imposible, Jason me doblaba en cuerpo, pero mi ira era tal que forcejeé de todas maneras.

-¡Basta Ted!- Me gritó Ale, colocándose enfrente de mi nuevamente.- Cálmate.

Sus palabras me conminaron a tranquilizarme parcialmente. Respiré entrecortadamente, analizando la situación.

-Vale, vale. Suéltame Jason.- Le dije alzando las manos en son de paz. Me hizo caso y me soltó. Ahora ya más calmado, vi que le había reventado la nariz al tipo, que ahora era asistido por su amigo.

-Vamos fuera, antes de que lleguen los guardias.- Me apuró Jason, empujándome. Tomé la mano de Ale y salimos a la calle. No me había percatado de que un gran cúmulo de personas nos observaban. El aire puro me sentó mejor, provocándome una relajación instantánea. Mis hombros cayeron pesadamente tras la tensión.

-Oye, deja de ser tan camorras.- Me reprendió mi amigo, arrugando las cejas.- No siempre estaré allí para pararte. ¿Qué te dio ahora?

Me humedecí los labios secos, giré mi cabeza para mirar a Alexandra que también me contemplaba con mala cara, a esperas de una contestación.

-Ah, ya veo.- Murmuró Jason, sonriendo.- Bueno, creo que ella no es de las que caen en el juego, Ted.

-Él lo sabe.- Confirmó Ale.

Puse los ojos en blanco.- Aquel idiota quería meterse en sus bragas ¿Qué querías que hiciese?- Refunfuñé.

-Ya, ya, ya. No te sulfures.- Ambos rieron- Será mejor que nos vayamos.

-Hazle caso a tu chica.- Dijo Jason y Alexandra se sonrojó. “Mi chica”, suena bien.- Gusto en conocerte Ale, al fin.- Se acercó a ella y le dio un abrazo, un poco tosco, ya que no le solté la mano a mi pareja.

-Listo, listo. No es necesario tanto abrazo.- Tiré de Alexandra para separarla de Jason.

-Eres un gran hijo de puta.- Murmuró Jason riéndose. Me brindó un breve apretón y un beso en la mejilla.- Nos vemos el lunes.

-Vale.

-Adiós Jason.- Se despidió Ale.

Nos subimos al auto en silencio. Tomé la avenida principal para llegar pronto a mi casa.

-¿No vamos a mi departamento?

-No, vamos a mi casa.- Respondí inocentemente, girándome brevemente para sonreírle.

-Pero Ted, tus papás…- Su voz desprendió un poco de pánico que me hizo sonreír.

-Da lo mismo.- Me encogí de hombros.- Trata de no gemir tan alto.

La miré y sus ojos se desorbitaron. Me eché a reír con todas mis ganas.

-Mis padres se fueron de viaje hasta el lunes, no te preocupes.

Se tranquilizó visiblemente. Luego de un rato, junto las cejas pareciendo acordarse de algo.

-Christian no me dijo que iría de viaje.- Habló para si misma.

-¿Tendría que decírtelo?- Los celos que creí enterrados, reverberaron.

-Es mi hermano.- Respondió escueta, como si eso lo justificara todo.

Me mordí la lengua para no despertar esa discusión nuevamente. ¿Por qué mi padre tiene que ser una sombra en esta relación? Hay algo que no me cuadra, pero la idea se me escapa antes de que pueda agarrarla.

-Oye, Teddy- Dijo Ale con voz zalamera.- No te enojes.- Se reclinó sobre mi hombro y me besó la mejilla. Su mano subió lentamente por mi rodilla, mi muslo, deteniéndose en la parte interior de mis jeans, rozando mi paquete. Una deliciosa tensión se apoderó de mi cuerpo.- Disfrutemos de la noche.- Bisbiseó contra mi oreja, mordiendo el lóbulo.

La miré de reojo, esbozando una leve sonrisa.

-Vista al frente.- Me reprendió, riéndose. Volvió a besarme, esta vez en los labios, y luego volvió a su asiento.

-Creo que esta noche será larga.- Musité, dejando los celos atrás.

Llegamos a la casa en completo silencio. Entramos de puntillas, como ladrones para no despertar a la Sra Might que dormía en una de las habitaciones del primer piso. Mañana era su día libre, se iría como a las diez de la mañana, dejándonos en total soledad. Entré en mi habitación, encendí la luz e ingresamos.

-Quítate la ropa y quédate sólo con el bóxer.- Pidió Ale. Me giré sorprendido por sus palabras. -No hagas preguntas.- Sonrió al ver mi cara llena de duda.

Bien, no es primera vez que me desnudo tan rápido. Chaqueta, polera, zapatillas, calcetas, jeans; todo fuera. Ale recorrió mi cuerpo ávidamente, procurando ser disimulada.

-Ven, recuéstate en la cama.

Tomó de mis manos y me guió. Me acosté, ya erecto producto de la expectativa.

-Debes prometerme algo.- Pidió.

-¿Qué?

-No debes tocarme.

-¡¿Qué?!- Me sobresalté.- ¿Por qué no quieres que te toque?

-Tranquilo- Rió- Comprende, aún se me hace un poco difícil todo esto.- Movió la mano abarcando el espacio entre nosotros.- Me sería de gran ayuda el que te quedaras quieto.

Lo pensé un rato, amargado con la idea de no poder tocarla, pero pensándolo bien, tan sólo ayer fue el día en que se atrevió a dar el paso. No debes presionarla, no debes presionarla.

-Vale.-Dije al fin, resignado.

Se inclinó, besándome en la frente. Fue hasta mi escritorio y tras buscar en su bolso, conecto un aparato en mi equipo.

-¿Me vas a bailar?- Le pregunté divertido.

-Algo así.- Contestó pícara.

Buscó entre los temas de la lista de reproducción un buen rato, hasta que pareció encontrar el indicado.

-¿”Closer”?

-Siempre me pareció un tema muy sensual.- Se explicó.

Apagó la luz de la habitación y encendió la lamparita del velador, que bañó tenuemente mi silueta recostada en la cama con una luz mortecina. La seguí con la mirada, mientras Caleb nos cantaba con aquella voz tan dolorida. Evitó mi mirada, como era de suponer, pero no por ello sus movimientos se mostraron torpes. Se quitó lentamente los zapatos y los shorts de mezclilla. Quedando con sus bragas y vestida completamente de la cintura para arriba. Apoyó su rodilla desnuda aun costado de la cama, hundiéndose en el colchón. Con agilidad, pasó su otra pierna sobre mi, quedando por encima de mi pelvis, sin rozarme siquiera.

No me había dado cuenta de la ligera aceleración de mi respiración hasta ese momento. Alzó su rostro para verme y ambos nos quedamos inmutables ante nuestras miradas, aunque por dentro contenía un fuego in crescendo, cuál de los dos ocultaba mejor sus emociones.  Cuidadosamente se acercó a mí, situando sus manos a ambos lados de mi rostro.  Reclinándose, besó tímidamente mis labios, y en ese momento en que nuestras bocas se tocaron, el impulso de su beso cambió. Guió mis labios con los suyos y jugueteó con mi lengua. Inspirado por la situación, traté de erguirme y mis manos subieron ociosas por sus muslos cálidos, acariciándolos.

-Ted…- Me advirtió Ale en un susurro.

-Lo siento.- Musité.

Sonreí contra sus labios, ella hizo lo mismo, mordiéndome el labio inferior con fuerza, aunque eso sólo sirvió para calentarme aún más. Un leve gruñido escapó de mi garganta. Enderezándose, sin perderme de vista, fue desabotonando uno a uno los botones negros de su blusa escocesa. Algo en su mirada había cambiado, era la Alexandra segura de si misma, la que pocas veces he tenido opción de ver. Llegó al último de la larga hilera de botoncillos, y con extrema lentitud, descubrió sus pechos, resguardados por un corpiño marfil.

Tragué saliva instintivamente ante tal espectáculo. La leve luz que nos ofrecía la lamparilla, parecía convertir a la mujer que tenía ante mi en una diosa de cobre líquido, además de ensombrecer la parte superior de sus senos, dando la impresión de un volumen perfecto.

Tiró la camisa hacia el piso alfombrado. Se sentó sobre mi entrepierna, dando un respingo al sentir mi erección bajo ella. Una calida humedad pareció traspasar la tela de mis calzoncillos. Reprimí el impulso de alzar mi pelvis, para clavarle mi pene atrapado. Retirándose un poco para atrás, curvo su espalda y depositó un beso mojado por encima de mi boxer. ¡Mierda! Un extraño escalofrío se expandió en mi pecho. Levantó su cabeza y con una sonrisa fiera, pasó su lengua por entre sus labios, humedeciéndolos. Volvió a besarme, allí donde un línea de vellos se abría hasta llegar a mi ombligo.

Siguió ascendiendo con parsimonia por mi estómago, por mi esternón, haciéndome estremecer a cada instante. Besó una de mis tetillas, pasó su cálida lengua por encima de ella, finalizando con un leve mordisco. Nunca antes ninguna mujer me había hecho eso, lo que resultó perturbadoramente placentero. Hizo lo mismo con el siguiente, haciendo que sintiera un frío en mi columna. Besó  le hendidura de mi clavícula, subiendo por mi garganta. A estas alturas, creo que hubiese podido acabar en cualquier momento. Mis manos buscaban inquietas por encima de mi cobertor algo en lo que aferrarse. Rozó con los diente mi mentón, hasta llegar nuevamente a mis labios. Pensé que me besaría, pero la muy maldita, volvió a erguirse. Con dedos rápidos desabrochó su corpiño, se quitó ambos y tirantes, dejando al desnudo sus senos.

Eran tan apetecibles como los recordaba. Voluminosos, con sus pezones sonrosados endurecidos. No me di cuenta que me había quedado embobado viendo sus tetas, hasta que levanté mis ojos y vi que me miraba, sonrojada no sé si por su excitación o por mi mirada descarada. Quería enderezarme y aplastar con mis manos esos senos, masajearlos, tirar con fuerza de sus pezones, haciéndole gemir de un dolor placentero…pero no, debo controlarme.

Movió su cadera, restregándose contra mi pelvis. Dejé escapar el aire entre los dientes, conteniéndome. Ale pareció soltar un jadeo contenido. Reiteró su movimiento contra mi pene y esta vez ambos dejamos escapar gemidos ahogados. Lo habrá hecho…no sé, unas cuatro veces, torturándome con aquel movimiento, como si estuviera cabalgándome, hasta que se alzó levemente, descorriendo mi boxer. Mi pene apareció totalmente erecto. Tomó mi miembro con una de sus sudorosas manos, con la otra hizo a un lado el pequeñísimo pedazo de tela que le cubría la vagina, sin molestarse en quitarse las bragas; y con calma, fue introduciendo poco a poco mi pene en su intimidad. La calidez de sus paredes, fueron abrazando mi glande. Alexandra tiró su cabeza hacia tras, cerrando los ojos, formando un “O” silenciosa con sus labios.

-Maldita sea.- Bramé para mi mismo. Quise cerrar los ojos, pero observarla era erotismo mayor.

Así, fue bajando hasta que ambas pelvis chocaron. Estaba dentro de ella, de forma completa, ahora Ale me tenía de forma completa.

-Es tan…lleno.- Dijo Alexandra con voz trémula, saboreando la plenitud de mi miembro.

-Muévete.- Le exigí.

Asintió. Repitiendo los movimientos anteriores, frotándose contra mi. Hacia adelanta, hacia tras. Pude sentir como apretaba las paredes de su vagina, contrayéndolas, estrujando mi falo en cada penetración. ¡Dios! Con el meneo de sus caderas sobre mi, sus senos se agitaban acorde al aumento de su ritmo.

-¡Ah!- Jadeaba a cada instante Ale, yo por mi parte trataba de controlar las súbitas groserías que decía en momentos como éste. Apreté la mandíbula, soltando con empuje, grandes cantidades de aire.

-Apoya, ¡Mierda, Ale!- Solté al tratar de hablar- Apoya, apoya tus manos contra mi pecho.- Le ordené apretando los puños.

Se inclinó y situó sus manos sobre mi pecho. Acto seguido, apoyándose sobre sus rodillas, alzó y dejó caer todo el peso de sus caderas sobre mi, engullendo mi erección.

-Así.- Le susurré. Se levantaba, y al bajar, yo alcé mi pelvis para ir al encuentro, haciendo que la penetración fuera más profunda. Y así, fuimos repitiendo el proceso. Alexandra gemía muy cerca de mí, haciéndome llegar el ardor de su respiración. Mis manos picaban por poder tocarla. Añoraba depositar las manos en su culo y guiarla por mi propio ritmo, algo más pausado al actual, que me haría acabar en cualquier momento. Ante la frustración de su prohibición por tocarla, mi placer parecía ir en aumento, como un niño al que le prohíben comer un dulce. Debía cerrar los ojos, pero las muecas del rostro de Ale me hacían mirarla hipnotizado. Levanté mi cabeza y la besé. Ella me respondió al instante, devorándome.

Esa sensación tan familiar se acercaba. Sin poder aguantar un poco más, me corrí vociferando cualquier mierda contra su boca. Ale utilizó lo que quedaba de mi erección, para llegar a un orgasmo primitivo, poniéndole refreno al morderse los labios hasta que la sangre pareció desaparecer de ellos. Se dejó caer sobre mi, exhausta.

“KOL”  aún sonaba de tras fondo en modo repetición. Esto me resultó más excelso de lo que creía. No era la primera vez que lo hacía de esta manera, pero creo que la tara de Ale tiene sus ventajas. La súbita imagen de ella y un hombre imaginario llegó a mi mente ¿Lo habrá practicado ella de esta forma antes? Lo más probable era que la respuesta fuera un sí. Como siempre, mis emociones volubles tomaron parte de mis acciones, y dejándome guiar por una frustración instantánea, le abracé por la cintura y rodamos por la cama, quedando encima de ella.

-Es mi turno de enloquecerte, tía.- Le susurré al oído con malicia, mientras dos dedos se deslizaban por sus muslos, hasta encontrarse con su jugosa intimidad. Ale soltó un jadeo y fue mía.

La luz de la mañana entró por los ventanales, despertándome de mi letargo ¿Qué hora será? ¿Se habrá ido la Sra Might?. Me removí, tratando de estirar mis extremidades, que parecían pesar cinco kilos más. Al tratar de mover el brazo izquierdo, me encontré con Alexandra, apoyada en él, usándolo de almohada. Estaba boca abajo, dormida plácidamente, con todo el cabello enmarañado. Es la segunda vez que despierto a su lado. Sin moverla, fui quitando mi brazo con cuidado, hasta que lo liberé del todo. Se removió inquieta, pero siguió con los ojos cerrados. Analicé los detalles de su rostro, encontrando nuevos detalles que me gustaban. Su nariz recta, las ojeras desvanecidas que siempre tuvo, sus cejas espesas, pero perfectamente delineadas.

Sin contenerme, acaricié su mejilla con mis nudillos. Abrió los ojos de sopetón, espantándome un poco. Le sonreí y le besé en los labios.

-Buenos días.

-Buenos días.- Respondió avergonzada al descubrir que la observaba.- ¿Qué hora es?

-No lo sé, pero no quiero levantarme.- Flexioné mi brazo, apoyando mi cabeza contra la palma de mi mano.

-Yo tampoco.- Admitió, sonriéndome.- ¿La señora Might se habrá ido?

-No lo sé, pero podemos esperar aquí.- Me moví hasta quedar arriba de ella, presionando mi pene erecto sobre la hendidura de sus nalgas.- Debo admitir que es realmente placentero amanecer contigo.- Mordisqueé su oreja.

Alexandra se tensó por unos segundos. Creí que diría que me corriera, pero para mi sorpresa, rió alegremente y volteó su cara hacia el otro lado para que dejara su oreja en paz.

-Te tengo a mi me merced.- Amenacé, tirando de su otra oreja. Flexioné mis caderas, enterrando mi pene en su culo.

Volvió a reír.

-¿Piensas que te será tan fácil?- Ronroneó juguetona.

Una carcajada gutural y ronca salió de mi boca.

-No me importa utilizar la fuerza.- Aplasté su cuerpo con el mío, inmovilizándola. Moví su cabello hacia un lado, dejando al descubierto su cuello. Fui besándolo poco a poco y Ale, fue estirándolo para darme un mayor acceso. Llegué a su oreja, tomé su lóbulo entre mis dientes y tiré de él. Alexandra soltó un jadeo aprobatorio. Con mi rodilla, abrí sus piernas y me situé en medio. Seguí besándola, repartiendo pequeños mordiscos en su mandíbula, cuello, hombros. Con la otra mano, bajé por las sábanas, buscando sus nalgas para abrirlas y penetrarla nuevamente. Si su vagina era un tanto estrecha, me imagino la delicia de su ano.

Iba a ensartarla, cuando mi puerta se abre de sopetón.

-Ted…- Masculló una voz, que quedó detenida ante la visión de nosotros dos desnudos y a punto de mantener sexo.

Volví mi cabeza para ver quién era. Era Nancy.

-¡¡Maldito cabrón!!- Gritó enfurecida- ¡¿Quién es esa puta?!

Alexandra y yo, nos agarrotamos ante la inminente revelación de nuestro secreto.

N.

Siento la demora.