Incesto Sin Sangre (5)

-No me rechaces.- Me pide sin apartarse. -Nunca lo haría.- Dije con total franqueza.

-¡¡Hey!! ¡¡Hey!!- Me grita Jason, tomándome por debajo de las axilas, levantándome de encima de mi adversario. Es la única persona en el mundo que puede detenerme así.

Otro tipo viene y examina atentamente a mi contrincante, supuestamente desmayado en la lona.

-¡¿Qué te pasa?!- Vocifera mi amigo- ¡¿Quieres matarlo?! ¡¿Qué tienes en la cabeza?!- Me golpea con fuerza la sien, haciendo que mi cuello se tuerza. No me duele por la protección que llevo, pero no estoy para aguantar cuestionarios  ni sermones.

Me quito la protección bucal, escupo en el balde situado en una esquina y me vuelvo, ignorándolo. Salgo del cuadrilátero y todos los que observaban esa pelea de entrenamiento, forman una senda, abriéndome paso, estupefactos por mi forma de lucha.

Soy conciente de que se me pasó la mano. Me enceguecí golpeándolo, pero necesitaba sacar toda mi furia acumulada de estos últimos días. No he hablado con Alexandra en dos semanas, las semanas más lentas de mi vida. La he visto en casa, nos visita con demasiada regularidad últimamente. La saludo con toda la frialdad de la que soy capaz. Me enfurece verla, su cinismo es inmenso.

Toda la dicha que experimenté aquel día, quedó reducida a cenizas. La mujer que me podía hacer tan feliz, también podía dañarme a carne viva, y la odiaba por eso.

Cuando ya voy saliendo del gimnasio, sin despedirme de nadie- porque nadie se atreve a acercarse- Jason me llama.

-¿Qué?- Mi voz refleja fastidio.

-Cálmate Ted.- Dijo, apoyando su mano en mi hombro.- ¿Problemas con la susodicha?

“Susodicha”, así le decía a Alexandra. Jason es mi mejor amigo y no tenía tapujos en contarle mis cosas. Le hablé de ella en cuanto comenzó a transformar mi vida en un martirio, me entendía y comprendía mi situación. Para él no existía pecado sino había sangre. No obstante, no he podido revelarle lo que pasó la última vez, no tengo cabeza para relatarlo nuevamente.

-No quiero hablar de ella.- Respondí quedo.

-Ya veo.- Captó mi tono de voz- Se nota que estás demasiado…tenso, Ted.- Habló en tono conciliador.- Pero contrólate, casi matas a ese pobre chico. Los directores se te tirarán encima si sigues así.

-Ahí veo que hago.- Torcí mi boca en un vago intento por sonreírle y me fui.

Llegué a casa, evitando cruzarme con mi padre. Salgo temprano y llego tarde para no verlo, ni a él ni a Alexandra, que cómo les relaté, viene constantemente. Salgo tan cansado de los entrenamientos, que a penas tengo tiempo de pensar antes de dormir.

Hoy es jueves y no me corresponde asistir. Me quedo más tiempo del necesario en la cama, sabiendo que mi papá está abajo, gozando de sus vacaciones. Quiero reventarlo. Cuando iba a levantarme para ir a buscar algo de comer, llaman a mi puerta.

-¿Quién?- Pregunto.

-Soy yo, Ted.- Quedé paralizado al oír la voz de Alexandra del otro lado.

Con camiseta y pantalón de pijama, abro la puerta. Me mira cauta, mientras yo la escruto. Lleva el cabello tomado, una blusa negra, estampada con el logo de los “Rolling Stones” sus jeans y sus infaltables zapatillas de lona. En sus manos traía un paquetito.

Le hice una señal con al cabeza para que entrara.

-Te traje tu regalo.- Dijo insegura, pasando a mi habitación.

-Gracias.-  Cerré la puerta. Tomé el bulto y lo dejé en mi velador. Me senté en el centro de mi cama, con las piernas cruzadas.- ¿Eso es todo?- Mi tono adusto pareció incomodarla. Se revolvía indecisa frente a mí, sin saber cómo proceder.

-Necesitamos hablar.

-Te escucho.- Me recosté, llevando mis brazos detrás de la nuca, intimidándola.

Con un gesto torpe, sacó la silla de mi escritorio y se sentó en ella. Me observó, devolviendo la irritación de mi mirada. Carraspeó y habló.

-No entiendo el por qué de tu enojo en realidad.- Alcé las cejas, sorprendido, ¿no lo sabe?- Quizá que carajo pasó por tu mente… no sé…

-Oye- la paré encolerizado, sentándome nuevamente.- No me vengas con esa basura de que no sabes.

-No, no lo sé.- Parecía sincera al decirlo.- Si fueras un poco más franco, Teddy…

-¡¿Franco!?-Grité, sobresaltándola.- ¡¿Quieres que sea franco contigo?!- Mi enojo resguardado todo este tiempo, apareció de la nada, ascendiente, no puedo controlarlo.

-No grites Ted, te van a escuchar tus padres.- Miró la puerta de reojo algo nerviosa.- Y sí, quiero que seas franco. No logro comprender tu indignación conmigo.

-Yo no comprendo tus múltiples secretos.- Espeté, tratando de regular el tono de mi voz.

-¿Qué secretos?-Preguntó extrañada.

-¿Quieres una lista?- respondí sardónico.- Bien. Para comenzar, el origen de tu fobia. No sé cómo mierda darte a entender que puedes confiar en mí. Segundo: Esa extraña relación de sobreprotección entre mi papá y tú. – Alexandra abrió los ojos- Tercero, el por qué debes hablar a hurtadillas con él. ¿Qué esconden?

Pude ver el debate interno en sus ojos al expresar mis dudas. Se mantuvo en silencio, sopesando sus respuestas. Espero que sean buenas, porque realmente me siento engañado. A nadie le gusta que le vean la cara de idiota, si he “contenido” mi ira estos días con mi padre, ha sido por la conmoción familiar que podrían provocar mis declaraciones- aún inconclusas- además, de que comienzo a trabajar dentro de una semana. Necesito una base para moverme, porque el día en que me vaya, no pienso volver.

-Con respecto a tu primera duda, la de mi…fobia- Dijo con voz trémula, sacándome de mis cavilaciones- No es que no confíe en ti, si no que…- Suspiró- Entiende que es difícil revivir algo que has tratado de enterrar.- Estaba acongojada.

-Entenderé.- Le aseguré en un capcioso tono dulce.

Tragó saliva.

  • Mi padre biológico me violó…-Siento arder mis orejas- Desde, no sé ¿los cuatro años?- Cerró los ojos y sacudió su cabeza, como queriéndose librar de aquellos recuerdos.- Emmm… cuando mi mamá murió, yo tenía siete. Él desapareció luego de aquello, me llevaron a la casa de acogida, hasta que me adoptaron mis papás, tus abuelos.- Se explicó- Nunca más supe de ese tipo.

No sé cómo describir la sensación que me ha tomado. Es más que obvio que ya no estoy enojado con ella, pero sí con… ¿el destino? Es difícil no sentir furia. La considero mía, ella es mía, y enterarme de que la dañaron de tal manera… ¡Dios, si era una niña!

-No te enojes Ted.- Me pidió, sonriéndome. No me había dado cuenta de que mi mandíbula se había tensado y de que mis manos se habían transformado en puños.

-¿De ahí parte todo?- Logré decir con voz ronca.

-Sí, él me tocaba constantemente…- Inhaló- En aquellas partes donde no me gusta que me toquen.

¿Y su mamá? ¿De qué mierda sirve una mamá si no es para proteger a su hijo?

-Mi mamá- Prosiguió, adivinando mis pensamientos- Nunca lo supo. Desde pequeña entendí el significado del dinero Teddy. Él era el sostén de mi casa y sabía lo que pasaría si él se iba.- Su mirada se enterneció al recordar a su madre.- Nunca la culpé.

Múltiples sensaciones se agolpan en mi cabeza. Lo único que tengo claro, es que nadie volverá a tocarla, nunca.

-Pero bueno…- Soltó con una risa forzada- Tu lista es larga. Vayamos al segundo punto.- Quería distraerme del tema…y  lo consiguió.

-La sobreprotección de mi papá.- Le recordé mordaz.

-Sí, creo que debería aclararte otra cosa, antes de proseguir. Las únicas personas que saben de…mi “pasado” son tú y Christian.

-¿Nadie más?- Inquirí sorprendido.

-No. No he sentido nunca esta clase de confianza con otras personas Ted. Quiero a mis padres, pero no puedo revelárselo.

-¿Por qué mi papá?-Estoy siendo irracional, lo sé, pero aún siento a mi padre como una piedra en el zapato.

-Hay cosas de tu papá que tú no sabes, Ted- Me aseguró seria- No me corresponde a mí revelártelas, sin embargo, gracias a ello encontré el apoyo que necesitaba, la compresión, la protección que no tuve de niña… en Christian.

¿Mi papá? ¿Con un pasado?

-¿Qué…?- Farfullé.

-Ya te dije, no te lo diré.- Me cortó.- Él conoce toda mi vida Ted, y a sabiendas de las estupideces que he hecho por dejar todo atrás.- Oh sí, lo de drogarse y emborracharse para que la tocaran sin problemas. Un nuevo subidón de ira me ataca- Me protege.

-¿Han follado?- La pregunta de oro, fue lanzada sin premeditación.

Sus ojos casi se desorbitan. -¿Cómo…?-  No pudo articular palabra.- ¿Cómo puedes decir eso?- Estaba enojada-¡Christian es mi hermano!- Gritó sobresaltada.

-Él no tiene tu sangre, además, aún no respondes mi pregunta.- Insistí testarudo.

-¿De verdad estás preguntándome eso?- Habló bajito. Su rostro era una mueca entre cabreo y estupefacción.- Aunque no tenga mi sangre, él ES mi hermano.- Enfatizó.

-Yo no llevo tu sangre, pero soy tu sobrino y de todas maneras cruzamos la línea.- Le espeté enfadado, sin filtrar mis palabras.

-Eso fue un golpe bajo, Ted.- Reprochó.

-Lo sé. – Admití- Lo que pasa es que estoy intentando entenderte.

Nos miramos, desafiantes.

-No.- Dijo al fin.- Nunca he tenido sexo con Christian, ni nunca lo tendría.

Y como si sacaran una roca de mi espalda, respiré aliviado. Todos mis músculos se destensaron en sucesión, relajándose.

-¿Estás contento ahora?- Me regañó exasperada.

Una duda me asaltó al preguntarme eso. - ¿Qué esconden?- Frunció el ceño.- Esa mañana, cuando conversabas con él por teléfono.- Le expliqué- ¿De qué hablaban?

-No tengo por qué contarte estas cosas.- Se encrespó. Desapareció la Alexandra complaciente. Se siente acorralada, hay algo más.- Si quieres creerme es tu problema, no el mío.- Finalizó molesta.

-¿Lo amas?- Pregunté al fin, pudiendo darle un orden a mis pensamientos fugaces. Debo admitir que mi pecho se cerró, comprimiendo todo el aire en sus pulmones.

Mi pregunta la pilló desprevenida, cambiando inmediatamente de postura y actitud.

-Es…- Susurró aún contrariada.

-¿Complicado?- Adiviné.

-Sí.

Lo ama. ¡Mierda! Prefiero la opción de ellos dos follando. No, mentira, ninguna de las dos. Vergüenza, decepción, ¡rechazo! Nunca he sentido el rechazo. He estado haciendo el puto ridículo todo este tiempo. No me interesa tener sexo con ella sabiendo que sólo lo hace porque no puede estar con mi papá. Porque eso es lo que sucede, no puede estar con él.

-Vete. Ahora.- Dije enfadado. Volví a recostarme con los ojos cerrados, anteponiendo un brazo sobre mis ojos.

-No, Teddy.- Musitó angustiada.

Oí que se paró de la silla, pero no sentí que se acercara a mí.

En verdad no oigo nada hace algunos minutos. Abro los ojos extrañado y la veo a los pies de mi cama. Está sacándose los jeans. Los tira a un lado. Estoy sorprendido y como acto reflejo, me dirijo a la puerta, me aseguro de que nadie venga y le echo llave. Me giro y veo que está desabotonándose la blusa.

-Oye, para.- Le advertí sujetando sus manos,  un poco espantado por su reacción.- ¿Qué crees que estás haciendo?

-Quiero demostrarte que tú me importas.- Susurró serena.

-Sé que te importo.- Le mentí.- Pero no hagas esto, no es necesario.

Mi entrepierna gritó: “Sí, si lo es”

Se quedó escudriñándome, sin entender mi postura. De un momento a otro, se lanza hacia mí. Tomándome por el cuello, me besa con fuerza, obligándome a seguirle el ritmo. La tomo por la cintura, la estrecho contra mí, mientras le meto la lengua y la devoro.

-No me rechaces.- Me pide sin apartarse.

-Nunca lo haría.- Dije con total franqueza. Sin parar de besarnos, fuimos acercándonos a mi cama, hasta que caímos en ella. Arrastré a Alexandra junto conmigo para situarnos bien y quedar cómodos.

No, ahora yo no tomaría la iniciativa, a menos que ella lo desee. Me dediqué sólo a besarla, con toda la pericia que poseía. Le mordí los labios, provocándola; y resultó. Sus manos hurgaban inquietas debajo de mi camiseta, tironeaba de ella. Me levanté y me la quité. Volví a situarme encima, besándola. Sus manos recorrieron mi espalda de arriba a bajo.

Me moría por recorrer su cuerpo con mi lengua.

-Ted…-Murmuró.

¡Mierda! ¿Qué hice mal ahora?

-¿Qué?

-Tócame, por favor.- Rogó.

Por un segundo me detuve impactado. ¿No era esto lo que quería? Su fobia aún no desaparece, he de ser cuidadoso. Hay que seducirla.

-Recuerda que sólo debes pensar en lo que YO te estoy haciendo, nada más. Sólo yo.- Le advertí. Ella asintió aliviada al ver que accedía.

Le sonreí, dejando toda la seriedad atrás. La besé escuetamente en los labios y decidí bajar por su barbilla, besé su mentón, su cuello. No pudo evitar tensarse. Me volví a su rostro y le mordí el labio, juguetón. Se rió, tomó mi cara entre sus manos y me besó.

Soltándome, me animó con los ojos a que siguiera.  Retomé mi camino desde la base de su cuello, desde su clavícula. Seguí besándola hasta llegar a su tercer botón- los otros los había desabrochado ella- Lo desabotoné y le besé sonoramente. Desabroché el siguiente y volví a besarle allí, dónde ahora aparecía su piel.

Seguí bajando, encontrándome con su vientre ansioso y agitado. Rocé con mis labios su ombligo y me detuve en la parte superior de su ropa interior. Apretó los muslos. Me moví hasta quedar a su altura nuevamente, ayudándola a incorporarse para que se sacara por completo la blusa y el sostén. La recosté con cuidado. Observándola, rocé una de sus tetas con el pulgar. Cerró los ojos y apretó su entrepierna. Encerré un seno dentro de mi mano y lo apretujé con firmeza y dulzura, moviendo círculos con el. Alexandra dejó escapar un gemido.

-Abre los ojos.- Le ordené.

Los abrió. Me incliné y tomé un pezón entre mis labios, lo oprimí con fuerza, tirando. Volvió a gemir y se retorció ansiosa debajo de mí. Succioné su teta, jugueteando con ella y su aureola. Repetí el mismo proceso con la otra, mientras que la que quedaba sola, la apresaba con mi mano, masajeándola, sintiendo la turgencia de sus senos y la dureza de sus pezones, que se erguían a cada caricia.

Ale se revolvía, presa de un placer ascendente. Apretó los dientes, impidiendo que gemidos escaparan de su boca. Ahora era mi oportunidad.

Volví a besarla en la boca, con ternura. Ella sólo me devolvió pasión. Con una de mis manos, comencé a recorrer el contorno de si figura. Primero por el óvalo de su rostro, su cuello, sus hombros. Con cada milímetro que tocaba, mi sangre se encendía, los vellos de todo mi cuerpo se erizaban y mi pene palpitaba deseoso. Bajé por cintura, su cadera, hasta sus muslos. Con tacto, fui cubriéndolos con mis manos. Acariciándolos, apretándolos, masajeándolos, hasta que para Ale  ya no fue razón de miedo.

Me situé en medio de ella, obligándola a abrir las piernas. Soltó un gruñido, pero nada más. Introduje mis dedos en la parte interna de sus muslos. Trató de juntarlos, pero lo impedí. Me torcí hacia delante y comencé a besarla desde el ombligo, comprendiendo todo el recorrido hasta su intimidad.

Envolvió sus manos en mis sabanas, aferrándose a ellas. Volví a besarle y Ale jadeó. Levanté mi rostro y vi que me observaba. Con una señal le pedí que levantara las caderas. Me obedeció en el acto. Sin perderla de vista, fui quitándole su ropa interior.

-Quítate la tuya.- Exigió- Es lo justo.

Ambos reímos. Con agilidad salté de la cama y me quité el pantalón de pijama. Mi pene liberado apareció totalmente erecto. Mi glande estaba rojo y palpitaba frenético. Vi que sonreía avergonzada y por un momento pienso que quizá nunca haya disfrutado de la confianza en el sexo.

Volví a situarme entre sus piernas. Su vagina estaba depilada, exceptuando su parte superior. Se había dejado una pequeña motita de vellos. Sonreí para mí mismo. Podía ver que mis caricias no pasaron desapercibidas para su cuerpo. Con el índice recorrí sus labios sonrosados y Ale dio un respingo.

-Estás húmeda.

-Ay, Ted.- Replicó sonrojándose.

Arrodillado en medio de sus piernas, la admiré. La luz cálida de la mañana entraba por mi ventana, bañándola sutilmente. Su esternón se extendía producto de su agitamiento. Tenía los ojos cerrados, a la espera de mi movimiento. Su piel era tan tersa, cobriza. Entre sus pechos, se dibujaban leves gotas de sudor, que seguían la curve de sus senos.  Sus senos,  levemente caídos y expectantes, arrogantes. Su vientre plano y tenso ante la expectación. En la cadera, en el extremo derecho, tenía un pequeño lunar.

Cuando se dio cuenta de mi quietud, abrió los ojos preocupada, buscándome. Cuando me localizó, no pude evitar sonreírle abiertamente. Volvió a ruborizarse  y buscó una de mis almohadas para cubrirse. Se la quité de las manos, imposibilitándoselo.

-¿Ted, qué haces?- Pregunto pudorosa.

-Admirándote.- admití-  Eres hermosa.

Se sonrojo aún más, y fingió mirar algo entre las sábanas. Me deslicé hasta quedar encime de ella, aprisionándola. Le besé los labios castamente.

-Eres hermosa.-repetí., observándola fijamente.

Volví a arrodillarme, y sin perderme su mirada, mis yemas comenzaron a recorrer pausada y deliberadamente el empeine de su pie, su pierna, hasta llegar al interior de su muslo. Ale cerró los ojos, ansiosa. Luego hice lo mismo con su otra pierna, tranquilamente hasta llegar a su entrepierna, donde sólo rocé su vagina delicadamente. Soltó un jadeo y comprimió su vientre.

Me incliné y besé su rodilla. Su muslo. La cúspide de su intimidad, besé su clítoris.

-Ah- Gimió y sus caderas se alzaron hacia mi, buscando mis labios.

La besé en el mismo sitio y mi lengua rebelde decidió recorrer sus vagina de arriba a bajo, adentrando sólo la punta. Mmm, realmente es suave y sabrosa, jugosa. Alexandra volvió a gemir más fuerte. Fui subiendo por su cadera, besé aquel lunar situado allí. Su vientre, su ombligo.

-Mírame.- Le pedí mientras iba subiendo. Lo hizo. Seguí subiendo hasta llegar a la separación de sus senos. Olí su sudor tenue y no pude evitar pasarle la lengua, saboreando la sal que expedía su cuerpo. Se arqueó hacia mí, pegando su vientre al mío. Mi pelvis rozó la suya, provocando otro gemido en Alexandra.

Llevé una de mis manos a su pecho y comencé a masajearlo, con cuidado, excitándola.

Cerró los ojos.

-Mírame.- Le exigí nuevamente. Volvió a abrirlos y ahora su mirada tórrida me dijo que estaba preparada. Seguí besándola hasta llegar a su barbilla  y finalmente, a sus labios. No me contuve y la besé vertiendo todo el deseo que he venido guardando, toda mi desesperación por poseerla. Metí mi lengua, buscando la suya. Alexandra me tomó de la nuca y me atrajo aún más hacia ella. No cabía aire entre nuestras bocas. Nos besábamos con desesperación, mis dientes chocaron con los de ella variadas veces.

Alexandra volvió a alzar su cadera hacia mí, buscando mi penetración.

Me aparté unos centímetros de ella. Recorrí su labio inferior con mi pulgar y la miré a los ojos.

-¿Segura?

-Sí.- Susurró deseosa.

Y sin separar mi rostro del suyo, sin dejar que sus ojos rehuyeran  los míos, tomé mi pene y fui introduciéndolo en ella. Alexandra inspiró con fuerza, mientras yo iba sintiendo la calidez de su interior. Tanto que esperé este momento, ahora caigo en la cuenta de cuánto la deseé, siempre.

Poco a poco, vigilando cada mueca de su rostro, hasta que encajamos perfectamente. Ale se aferró a mis brazos y escondió su rostro en mi cuello. Volví a salir de ella, con lentitud. Moví mi pelvis hacia ella, saciándola poco a poco, invadiéndola. Quería disfrutar de ella, así que intencionalmente moví mis caderas, trazando círculos y entrando despacio en su intimidad.

Apreté los parpados, saboreándola. Mía, por fin.

Ale recibía mis estocadas acoplándose conmigo, siguiendo mi ritmo torturador. Qué magnífico.

-Ted…- Oí que dijo.- Más fuerte.

Acto seguido, mordió mi lóbulo con fuerza y no pude evitar soltar un jadeo. Apreté los dientes, y dejando descansar todo mi peso sobre ella, la embestí sin contemplaciones. Tomé un ritmo vertiginoso, sin parar, penetrándola hasta donde me era posible. Alexandra alzó sus piernas y las entrelazó en torno a mí, facilitando mi invasión. Ella apretaba sus labios contra mi cuello, ahogando los gemidos que querían escapar y aferraba sus manos a mi espalda.

Eché la cabeza hacia tras, digiriendo el placer  de mi penetración. Sus gemidos, sus dedos hundidos en mi espalda me acuciaban, me excitaban hasta un punto inexplicable. Todo mi cuerpo estaba despierto, la sangre me hervía. Me hundía en ella. En cada estocada, sentí como mi falo se fundía en su interior, consumiéndolo.

Mi ansiedad me jugó en contra. Iba a correrme, no me importaba hacerlo dentro, pero no quería hacerlo antes que ella. Aceleré aún más, haciendo que el respaldo de mi cama se sacudiera y repiqueteara contra la pared. Sentí como Alexandra se tensó por completo, apretó sus muslos entorno a mi cintura y de un momento a otro, quedó lánguida debajo de mí, con un sonido gutural suplicante.

Había acabado.

Un líquido templado envolvió mi glande al volver a penetrarla y fue suficiente para poder llegar al orgasmo. Mis entrañas se derritieron, transformándose en semen, que llenó cada recoveco de su vagina. Exhausto, me quedé sobre y dentro de ella, hasta que mi respiración se regularizó. Quise moverme, pero Ale no me lo permitió. Entonces, la abracé por la cintura e hice que giráramos hasta quedar ambos de costado. La apreté contra mi cuerpo, con los ojos cerrados. Cinco, diez, quince minutos quizá pasaron.

Cuando los abrí, ella me observaba divertida.

-¿Qué?- Pregunté. No dijo nada.

Volví a besarla con cariño, atrayéndola.

-Supongo que ahora sabes que eres mía.- Le dije totalmente serio.

Ella abrió un poco los ojos, sorprendida por mis palabras, pero finalmente respondió:

-Sí.- Sonriéndome, acalorada aún por nuestro encuentro.

Dejé escapar el aire de mis pulmones satisfecho. Pegué mi nariz a la suya y ella me dio un piquito.

-No desconfíes de mi, Ted.-Dijo, recordando nuestra anterior conversación. Tensé mis brazos a su alrededor, No quería pensar en eso…ni en los sentimientos que ella le profesaba a mi padre.- Tampoco te enojes- Me regañó, suavizando con sus dedos el espacio entre mis cejas.

-Si bien es cierto…- siguió- … que quiero a tu padre de una forma “complicada” – Rió- No se compara a lo que siento por ti.

Mi corazón volvió a desbocarse.

-A ti te deseo Ted… y te quiero de alguna forma extraña.- Carcajeé fuertemente ante su definición.

-Somos extraños- Coincidí, riéndome aún- Pero soy celoso, al menos contigo.- Aclaré, cambiando de humor rápidamente.

Ella me sonrió pletórica.- Así que no era una fijación de niñez.- Concluyó.

-No, creo que no.

Se acercó y me besó con cariño, como si me agradeciera algo. ¿Qué?

-Tengo que irme.- Dijo al soltarme.

-No. Quédate. – Entrelacé mis piernas con las de ella, inmovilizándola.

-Ted, le dije a tus padres que tenía que hablar algo importante contigo…hace más de dos horas.- Sonrió.

-No. Quédate.- Repetí, tirándole del labio.- No quiero que te vayas.

-Ted…- Me dijo en tono admonitorio.

Le di un beso escueto y la solté resignado. Trató de taparse con las sábanas al levantarse, pero se lo impedí. Quería verla moviéndose por mi habitación desnuda. Se sonrojó y comenzó a recolectar sus ropas esparcidas por mi pieza.

-Ted, deja de mirarme.- Me retó apocada, mientras se subía los jeans.

Me estiré, desnudo ante ella. Volví a llevar mis brazos detrás de mi cabeza, divertido.

-Te acabo de ver completamente desnuda y abierta ¿Y sientes vergüenza?

-¡¡Cállate!!- Me gritó riéndose.

-Vale, vale. Te miraré con un solo ojo.- Me tapé el ojo izquierdo fingiendo severidad. Ella volvió a reír y me lanzó un almohadón, el que agarré al vuelo.

-Nos vemos pronto.-Dijo con una promesa tácita, inclinándose sobre mi para besarme.

La cogí por la cintura con fuerza, arrastrándola a mi regazo. La tomé por la barbilla e hice que me mirara los ojos.

  • Eres mía.- Volví a enfatizar.

Le di un beso fugaz y la solté. Me sonrió tímida y salió de mi habitación.

Me estiré en mi cama, cansado, con sueño y con una sonrisa idiota en mi cara. Tuve sexo con Alexandra… Sí, tuve sexo con ella.

Me levanté con una alegría inocente en el cuerpo. Me metí a la tina, dejando que el agua caliente me bañase. Recordé cada segundo que pasé con ella esta mañana. Sus besos, su cuerpo… sus gemidos. Sólo al pensarlo mi pene vuelve a ponerse duro. Me masturbo ansioso bajo la regadera en nombre de Alexandra, repasando mentalmente su figura y sus declaraciones. Sin duda ha sido el polvo más satisfactorio de mi vida. Aunque a pesar de todo, la incógnita de la relación entre mi padre y ella, aún no está completamente resuelta para mí. Pero mejor no pensar en eso. Carpe Diem Teddy.

Bajo a la cocina, con un hambre voraz. Me encuentro con mis padres. Mi mamá al parecer ya está preparando el almuerzo. Cuando me ve, me fulmina con la mirada, tratando de analizarme. Lo dejo pasar, en verdad que tengo hambre. Me hago un pan jamón- queso, y me lo sirvo sentándome enfrente de mi papá... mi papá el que no ha tenido sexo con su hermana. Él, que seguramente la desea. Sube su mirada hacia mi, y enarca las cejas extrañado, al ver mi sonrisa jubilosa y descarada.

-¿Qué te sucede?- Pregunta entretenido.

-Nada.- Contesto, encogiéndome de hombros y mi sonrisa se ensancha aún más, sin el más mínimo disimulo.

Menea la cabeza parándose de la mesa. Le dice a mamá que irá al living a ver el partido de fútbol, y tras un beso dulce, abandona la cocina.

Yo también me disponía a dejar la mesa, pero mi madre se sentó, obligándome a quedarme por “educación”. Estaba muy seria.

-¿Qué ocurre mamá?- Hablo para rellenar el silencio. -¿Peleaste con papá?

-Ted, no me gustan los rodeos.- Sonó severa y mi cuerpo se tensó en una respuesta intuitiva, alerta.- Iré al grano. Sé lo que tienes con tu tía Alexandra.

Y mi planeta se detuvo en su propio eje.