Incesto Sin Sangre (2)

Le metí el dedo nuevamente, pero no medí mi fuerza y se lo introduje entero. Ahora se quejó más fuerte y se removió frenéticamente en la cama. -No, no lo hagas.- Suplicó.

He estado todo el puto día en mi habitación. No quiero verla. La vi hoy al desayuno y la imagen de ella duchándose, me vino a la mente en el acto, cohibiéndome. Decidí encerrarme hasta que se me pase este aturdimiento. Me tuve que masturbar tres veces la noche pasada para quedar en paz. Ni se imaginan el escozor que tengo en el pene y en la concavidad de entre mi dedo índice y el pulgar, me duele también cuando voy a mear. Incluso la idea de llamar a Nancy o a Theresa para follármelas me resulta tan aburrida, sosa.

Sé que mis padres no llegarán hasta tarde hoy. Me debato entre bajar o quedarme aquí. Tengo la necesidad inexplicable de aparentar adultez ante ella, así que lo mejor que puedo hacer es bajar y bueno…lo que salga.

Primero voy a la cocina y me encuentro con la Sra. Might.

-Por fin te has levantado Ted.-Me dedica una sonrisa. Acercándome a ella, la envuelvo en un suave abrazo, esta mujer ha cuidado de mí desde crío.

-Sólo quería flojear un rato. ¿Ya estás preparando la cena? ¿No es un poco temprano?

-Es que estoy haciendo pavo, eso se demora un poco.

Pasando por su espalda, me dirijo al refrigerador y saco una botella de cerveza. Abro uno de los cajones del mesón y extraigo el abrelatas.

-¿Hay alguien en casa?- Sabía la respuesta, pero necesitaba cerciorarme.

-Sólo la Srta. Alexandra.

-Ah.- Di un trago a mi cerveza que estaba realmente helada.- Voy a ver un poco de tele.

Salí de la cocina y me dirigí al living. Ale estaba allí. Estirada en uno de los sillones, a pies descalzos y viendo televisión. Me tiré en el sillón frontal a la tele. El ruido de los cojines hizo que volteara la cabeza y me viera.

  • Hola Teddy.- Me saludó amable.

-Hola.- Le respondí secamente.

-¿Estás bien?

-¿Por qué lo preguntas?

-Estuviste todo el día en tu habitación, pensé que estabas enfermo.

En mi cabeza una vocecilla dijo: “Enfermo por cogerte” la idea llegó tan inesperadamente que me quedé en silencio un rato, sin saber qué decir. Ella seguía observándome, esperando mi respuesta,

-Sólo quería…dormir.

-Ah.

Pareció darse cuenta de mi  poca disposición para hablar y se volteó a la televisión.

-¿Así que Dragon Ball Z, eh?

Soltó una carcajada y se volvió.- Siempre los monos te suben el ánimo.

-Siempre te gustaron.- Le recordé.

-Sí.- Concedió con una sonrisa infantil.- Nunca me aburriré de los Saiya.- Mi rostro le devolvió la sonrisa involuntariamente.- ¿Tienen cerveza?- Dijo viendo la que sostenía en la mano.

-Claro.

-Iré a buscar una.- Se puso de pie.

-Toma.- Le tendí la mía.- Está casi llena y no me gustan tan frías.

-Ah. Vale Teddy.- La cogió y se sentó a mi lado, aunque a mi lado se refiere al otro extremo del sofá. Creo que ya no me siento tan independiente con esta proximidad.

Le dio un sorbo y siguió mirando la tele.

Traté de enfocar mi vista en la TV. Traté en serio de interesarme por el repetitivo capítulo de Gohan contra Cell, pero no pude. Alexandra estaba a mi lado con unos shorts la mar de cortos. Se notaban sus piernas largas y fibrosas. Aunque su polera no me dejaba adivinar mucho. Era muy ancha, blanca. Comencé a morderme el labio inferior desesperado.

El capítulo llegó a su intermedio y comenzaron los comerciales. ¡Comerciales! Ahora tengo que rellenar el silencio.

-¿Qué harás luego de las vacaciones?- Me preguntó ella antes de que lo hiciera yo.

-Eh, no sé. Estudiar creo.- Le dije sinceramente.

-¿Nada claro?

-Absolutamente nada claro.- Sonreí.

-Bueno, no a todos les llega la luz…- Alzó las manos en un gesto de “Aleluya” que me hizo reír- …de inmediato. Sólo tienes que saber que es lo que te gusta y te dedicas a ello.

¿Existirá una carrera llamada “Alexandrología”?

  • Entonces a esperar.- Suspiré.

-¿No te gusta nada?- Preguntó llevando la botella a su boca.

-Follar.- Le respondí sin pensarlo. Alexandra espurreó la cerveza que bebió y comenzó a toser. Me acerqué a ella un poco alarmado y le golpeé la espalda tenuemente. Cuando logró tranquilizarse, empezó a reírse fuertemente y yo no tuve más remedio que seguirla.

-Sí que eres sincero enano.- Me dijo cuando sus risas remitieron.

Apoyé mi codo en el respaldo del sillón y descansé mi barbilla en la mano, mirándola fijamente.- ¿Es que a ti no te gusta follar?

De pronto, por un segundo todo su cuerpo se tensó y la alegría desapareció de su rostro. Recuperándose de su impass, fingió una sonrisa que no le alcanzó a los ojos. ¿Qué mierda?

-Digamos que tengo algunos intereses más intensos que el sexo.- Dijo aparentando despreocupación por el tema.

Me quedé observándola un rato, considerando si debía seguir hablando del tema o no.

-¿Cómo la fotografía?- Le pregunté, a conciencia de que a eso se estuvo dedicando en todos estos años. Su cuerpo se relajó notablemente.

-Como la fotografía.- Concedió.

-Tendré que esforzarme por encontrar algo así de intenso.- Me burlé alzando las cejas.

Me dio un puñetazo amistoso en las costillas.- Bueno, puedes dedicarte a esas “actividades extraprogramáticas”- Hizo las comillas con los dedos- con tu novia, ¿no?

-No tengo novia.

-¡Nah! ¿Cómo no vas a tener?- Dijo incrédula.- Pero si eres un adonis andante enano.

Solté una carcajada

-No me gustan las “novias”

-Ammm… ya veo ¿Pero tienes tu pierna suave?- Rió.

-Seee.- Le respondí con suficiencia.

Luego de eso, seguimos conversando sin prestar atención a nada más. Le conté lo que había hecho todos estos años, de las chicas que me gustaban y que había mantenido sexo, incluso le hable de las tipas con las que ahora mantenía relaciones a dos bandas. Se rió bastante al saber mi modo de cortejar tías.  Me contó de ella y sus días allá, lejos de casa. Hace mucho tiempo que no hablaba tan tendidamente con una mujer, y da la casualidad de que la última vez que me explayé tanto con una chica fue con ella, antes de irse. Nuestra relación seguía intacta. Una sensación extraña me invadía. Algo así como un entusiasmo y ansiedad agradable.

Llegaron mis padres y nos sorprendieron conversando. La Sra. Might nos sirvió la cena y la noche transcurrió sin nada en especial.

Cuando todos estábamos en nuestras respectivas habitaciones, me encontraba inquieto, revolviéndome en las sábanas demasiado calurosas. Me saqué la camiseta, esperando que fuera el calor el que me hacía removerme. No, incluso fue peor. Quiero hablar con ella.

Impulsado por mis expectativas recobradas esa tarde, me levanté y salí al pasillo en pos de la habitación de invitados. Golpeé su puerta despacio. Nadie respondió. Volví a golpear, lo mismo. Me aventuré a abrir la puerta y entrar, no creo que se moleste.

La habitación estaba a oscuras, aunque increíblemente fresca. Un frío me recorrió mi torso desnudo. Los ventanales estaban abiertos y el viento mecía los visillos. Me acerqué a ellos y los cerré.  Me giré y me acerqué a la cama. Sólo podía ver su silueta bajo las sábanas. Tanteé el velador y prendí la lamparita. La luz me molestó por unos segundos hasta que me acostumbre.

Traía el pelo suelto, estirado y alborotado encima de la almohada. Lucía tan frágil, indefensa mientras dormía, todo lo contrario a lo que aparentaba. Sus labios estaban entre abiertos. Me doblé para alcanzar su rostro con mi mano. Con cuidado pasé mi pulgar por su quijada fría, hasta llegar a su sobresaliente labio inferior. Me entraron ganas de morderlo. Me incliné aún más y con cuidado lo rocé con mis dientes, sintiendo su prominencia y el vaho que provenía de su boca. Se removió un momento. Me aparté con cuidado, guardando la calma. Sólo se estiró y se reubicó en la cama, quedando derecha, con ambos brazos a un lado de su cabeza.

Al hacerlo, la sábana cedió, descorriéndose, quedando al aire su pecho desnudo. Tragué saliva instintivamente. Sus senos eran redondos y alzados, en vista de que mantenía los brazos arriba. Unos pezones rosados y duros se erguían producto de la brisa. Di unos pasos adelante y con mi índice comencé a recorrerlos. Primero la base, lentamente, con cautela. Los recorrí ambos. Tomando valor, subí por  uno de ellos y redondeé la base del pezón. Volví a tragar saliva. No pude aguantarlo. Le pellizqué un pezón. Lo agarré entre mis dedos y lo tiré con cuidado. Ella soltó un quejido, pero no hizo nada más.

Estaba caliente y mi osadía fue creciendo. Apoyé una rodilla en el piso alfombrado, quedando a la altura de ella. Mi mano derecha- ahora sin temblores-cerró entre sus dedos su teta más lejana, dejando salir de entre el índice y el dedo del medio, su pezón duro, apretándolo entre ellos. Aguardé un segundo a ver si reaccionaba. Nada.

Incliné mi cabeza y observando detenidamente su rostro, pase mi legua por su otro seno. Nada. Pausadamente, desde el inicio hasta su pezón pasé mi lengua; jugueteé con él un rato y luego lo chupé con ansia, apretándolo entre mi paladar y mi lengua. No me había dado cuenta de cuán excitado estaba hasta que se me pasó la mano y tiré fuerte de él con los dientes. Alexandra se quejó guturalmente, removiéndose nuevamente. Me erguí con miedo. Iba a echar a correr, pero vi que volvió a quedarse quieta. Tengo que irme, pero mis pies no se mueven. ¡¡ES TU TÍA CABRÓN!! El sólo recordar mi parentesco con ella me excitó aún más. Esto estaba prohibido para mí, ella… estaba prohibida para mí.

Volví a inclinarme y con determinación, pasé mi mano desde su cuello, pasando por entre sus pechos, hasta su cintura, donde la sábana aún la escondía. Si la retiro se despierta, pensé. Seguí mi camino por encima de ella. Pude palpar su estómago duro y plano. Llegué a una abertura, su ombligo. Me quedé allí, meditando la idea de seguir bajando.

Lo hice. Llegando a su sexo, no pude evitar ahogar un jadeo. Estaba sin bragas. Toqué su hirsuto vello púbico por encima de la tapa. Descendí hasta llegar a su abertura. ¡Mierda! El dedo del medio recorrió sus labios vaginales de arriba abajo, gracias a Dios que la sábana cedió. Estaba mojada. Mi dedo se humedeció al pasarlo por su vagina.  Volví a la parte superior de su coño y con el pulgar tanteé su clítoris. Lo encontré duro y expectante. Lo aplasté y Alexandra soltó un gemido. Con arrojo y caliente al máximo, le metí un dedo. Sólo entró la mitad, debido a la sábana. Volví a introducirlo suavemente, volvió a gemir. Lo saqué y volví a penetrarla, su cadera hizo un movimiento vago por inercia hacia mi mano. Le metí el dedo nuevamente, pero no medí mi fuerza y se lo introduje entero. Ahora se quejó más fuerte y se removió frenéticamente en la cama.

-No, no lo hagas.- Suplicó entre sueños.

No abrió los ojos. Me detuve, observándola, intrigado con el ceño fruncido. El tono de su ruego me resultó abrumador.

Creo que esta noche tendré que volver a masturbarme.