Incesto
Un viejo moribundo cuenta a jovencita incrédula varios relatos de incesto que ha ido viviendo a lo largo de su vida...
- Pue sí querido Luis, esta lesión de rodilla no me deja ser autónomo del todo y tengo que quedarme aquí este verano.
- Como lo siento amigo Rafael, te echaremos de menos en las partidas de cartas estivales, en los paseos por el campo y en las fiestas patronales.
- A mí también me gustaría estar con todos vosotros sabes que amo el verano del pueblo, este año no va a poder ser ya nos desquitaremos el año que viene.
- ¡Qué bien suena eso! ¿Las pruebas médicas que te estabas haciendo salieron todas bien?
- Sí, todo perfecto. Es esta vieja lesión del menisco la que me impide caminar, por eso he decidido no viajar este año.
La conversación telefónica con mi amigo Luis transcurre entre disculpas y lamentos. Mis disculpas por no viajar al pueblo este año y sus lamentos porque no vaya;
- Me echa una mano una de las nietas de mi hermana. La niña me hace la vida más tranquila y amena – Sandra es una de las nietas de mi hermana Carmen. La chiquilla que está por la mayoría de edad viene a mi casa y me ayuda un poco a mantener el orden y esas cosas, a cambio le doy unas buenas propinas para sus salidas – como ves amigo la familia me arropa mucho.
Me despido de Luis después de una hora al teléfono y dejo caer mi cuerpo dolorido sobre el sofá de cuero. Los dolores de mi cuerpo han ido en aumento las últimas semanas, evito ir al médico ya que sé que dentro de seis meses estos dolores se habrán terminado para siempre. El oncólogo del 12 de octubre me dio un año de vida, como mucho, con un cáncer tan avanzado y no queriendo recibir ningún tipo de tratamiento es lo máximo que puedo estar en este mundo, según él. Han pasado seis meses desde que hizo esa predicción, así que con suerte me quedan otros seis. No se lo he contado a nadie, no tengo mujer ni hijos a los que les duela mí marcha, la única familia que tengo es mi hermana Carmen, sus hijos y nietos. A ellos no se lo he dicho para evitar ser una carga, además sé que mi hermana se volvería loca si supiese mi sentencia de muerte, intentaría convencerme de ir aquí y allí, probar mil tratamientos para acabar muriendo de igual forma después de ser la cobaya de algún médico y no es eso lo que quiero. Así que he decidido abandonar este mundo dignamente, con la cabeza alta y siendo yo mismo hasta el final. El timbre de la puerta suena y maldigo en arameo, me cuesta un mundo dejar el sofá donde también me había acoplado;
- Sandra cariño, te he dicho medio millón de veces que te lleves llaves.
- Lo siento Rafa, las he dejado en la casa. ¿Te encuentras bien, tienes mala cara?
- Perfectamente, es que estaba dormido.
Lo cierto es que Sandra me cae muy bien, me alegra el día cada vez que viene a la casa. Es una niña un poquillo ingenua y muy mona. Ella a heredado la figura exótica de su madre caribeña y la dulzura de su abuela paterna, aunque su cuerpo aun no está desarrollado del todo me gusta verla contonear su delicado cuerpito por los pasillos de mi vieja casa. Casi siempre va vestida con camisetas muy ceñidas que resaltan sus incipientes pechos y faldas o shorts muy cortos que hacen volar la imaginación de alguien tan depravado como yo. No me gustaría dejar este mundo sin poder saborearla:
- ¿Te ha llamado la abuela?
- Sí – le contesto mientras asiento con la cabeza.
- ¿Y mamá?
- También – ella sabe la respuesta a esas dos preguntas así que las hace de manera retórica. – no sé porque se preocupan tanto por mí, de veras que estoy bien.
- Has adelgazado mucho y veo como te quejas constantemente cuando vengo aquí, además no quieres que te acompañemos al médico. Tienes que entender que todos estemos un poco preocupados.
- Siéntate al lado de este viejo – le indico con la mano que lo haga a mi lado, lo más cerca posible de mi maltrecho cuerpo, lo que hace al momento. – No me había fijado en que llevabas una falda tan corta – le digo sonriente. La falda que es muy corta fue lo primero que vi cuando abrí la puerta, aunque a ella le miento. La tela se le sube nada más sentarse hasta dejar los muslos más que generosos a la vista, Sandra se sonroja, pero se deja estar. – De verdad que estoy bien, son los achaques propios de un hombre de setenta años. Me gustaría que no les dijeses a tu madre y abuela que me ves mal, ellas se preocupan por nada, ¿lo entiendes? – Sandra me mira y asiente con la cabeza – Ahora cuéntame, como le va a esa amiga tuya con su novio. La historia esa que medio me contaste la última vez que estuviste aquí.
- Bueno Rafa – Sandra se mira las manos, sé que se está pensando si me lo cuenta o no. Entiendo su desgana de hablar conmigo, sólo soy su viejo tío abuelo y no uno de sus amiguetes – te lo voy a contar, pero debes prometerme que no se lo dirás a nadie.
- Te lo prometo – le digo levantando la mano derecha.
- Carlos es el hermano de Sofía, ella Sara y yo somos amigas desde pequeñas. Desde que tengo uso de razón a Sara le gusta Carlos. Sofía le ayudó mucho en el empeño de Sara para que fuesen novios y todo fue bien hasta hace unas semanas. Aquella tarde Sara salió de su casa hacia la casa de su novio como hacía muy a menudo, cuando se encontraba con ellos los tres se iban a la piscina, al cine, a algún salón de juegos, a ver tocar algún grupo malillo a cualquier bar, lo importante era pasar la tarde juntos yo alguna vez también los acompañé, pero me gustaba dejarlos solos. Aquel día Sara encontró a la madre de su novio de camino a su casa, la mujer le dio las llaves para entrar en el portal cuando llegase pues el telefonillo no funcionaba. Cuando llegó a la casa iba a llamar a la puerta, pero se lo pensó mejor y decidió ver que hacía su novio cuando ella no estaba, entró con mucho sigilo y todo estaba en silencio. Creyendo que su novio dormía se acercó a su habitación sin hacer ruido para darle una sorpresa, pero al abrir la puerta la sorpresa se la llevó ella…
- Se encontró a los dos hermanos en la cama – le digo acabando su relato.
- Sí – me responde sorprendida - ¿Cómo lo has sabido?
- No sé, creo que era lo más lógico como final. – Sandra me miró unos segundos con el ceño fruncido antes de seguir hablando.
- Mas tarde las dos pensamos en la relación que tenían ellos y no era normal para nada, los abrazos constantes, besuqueos, juegos. Ha sido una ingenua y yo también – dice lamentándose - ¿no te parece asqueroso?
- Pues no Sandra – me mira con los ojos como platos ya que esperaba otra respuesta por mi parte. Cómo yo me temía a esta ingenua chiquilla le falta mucho rodaje y yo quiero dárselo antes de mi partida. – El incesto es mucho más común en nuestra sociedad de lo que tu piensas, aunque no te lo creas, en muchas familias es de lo más normal. Es más, está comprobado que la gran mayoría de las personas comienzan su flirteo con el sexo con hermanos, primos e incluso padres o abuelos.
- No puedo creer eso Rafa, será el reportaje guarro de alguna revista de tías en bolas – me dice negando con la cabeza y con cara de asco. – Carlos y Sara son hermanos y no deberían acostarse juntos.
- ¿Has visto a tu padre desnudo alguna vez? - le pregunto y la sorprendo siendo tan directo.
- Pues claro – contesta titubeante.
- ¿Y él a ti?
- También.
- ¿Y luego no te has tocado pensando en la polla que acababas de ver?
- No. ¡Como puedes pensar eso! – me dice ofendida y un poco colorada.
- Pues te aseguro que él si lo ha hecho pensando en ti y también te aseguro que luego habrá pensado mil y una maneras de poder acostarse contigo. – Sandra se queda callada mirándome con la boca entreabierta sin saber que contestar. – Te voy a contar un par de historias que seguro va a cambiar tu manera de ver las relaciones familiares, o al menos va a darte algo en lo que pensar. – Posé mi mano casi de forma inconsciente sobre la rodilla derecha de Sandra y comencé mi relato. – Como ya sabes tú abuela y yo somos hermanos mellizos, también habrás escuchado que nos abandonaron al nacer, que nuestra madre era una drogadicta que murió poco después de darnos a luz, que por eso nuestras vidas comenzaron en un orfanato y que nuestra infancia estuvo bien a pesar de eso – la chica afirmó con la cabeza – ahora te voy a contar de verdad como fue nuestros comienzos en este mundo, quitándole el romanticismo que a tu abuela le gusta poner. Crecimos en un orfanato de monjas con lo que eso conlleva, hambre, soledad, falta de cariño y miseria. Cuando teníamos casi cinco años nos adoptó un matrimonio de bohemios y nos llevaron al campo a vivir. Ellos querían solo a Carmen, pero las monjas les insistieron tanto que al final me llevaron a mí también. Eran gente muy rara, se pasaban los días abrazados a los árboles, no comían carne ni pescado, nunca iban a la ciudad, ni a un centro comercial o al cine, se divertían haciendo interminables caminatas por el monte y otras cosas raras. Yo odiaba todo eso y tu abuela también, la diferencia es que ella fingía que le gustaba todo aquello para tenerlos contentos y yo los mandaba a la mierda, para que me entiendas. Mi relación con ellos era muy tensa y en la adolescencia empeoró, ellos decidieron ocuparse de mí como si fuese un perro al que cuidar y yo los ignoraba. La relación entre tu abuela y yo fue siempre maravillosa, por suerte lo sigue siendo. Los dos fuimos creciendo de esa forma, cuando cumplimos los quince ya éramos unos adultos a la fuerza por la falta de atención que aquellos dos impresentables nos daban. Por aquel entonces Carmen ya se había convertido en toda una mujer en todos los sentidos; las tetas y las caderas destacaban en su esbelta figura, además la melena rubia, los ojos claros y la piel blanca la convertían claramente en alguien muy apetecible. Yo no era ni la mitad de atractivo que ella, pero ya me afeitaba y me hacía muchas pajas todos los días lo que me convertía de igual forma en un adulto. Llegué a casa un día como otro cualquiera, me dirigí a la habitación de Carmen muy enfadado, la habitación de ella era la mejor de la casa nada que ver con el cuchitril que me habían dado a mí, entré para quejarme sobre la enésima discusión que había tenido con aquel par de gilipollas. Entré sin llamar, empujé la puerta con rabia como si fuese la responsable de mis desgracias y encontré a mi hermana completamente desnuda secando su cuerpo con una toalla. Ella ni se inmutó, siguió secándose con una pierna sobre la cama y la otra en el suelo mientras yo miraba su cuerpo desnudo desde el umbral de la puerta. No podía apartar los ojos de las tetas, de aquellos rosados pezones, de aquel cuerpo perfecto ni de aquel coñito tan apetecible al que lo tapaban unos pelos tan claritos que parecían transparentes. Me dejé caer sobre la cama mientras ella se vestía, pero ya no pensaba en los dos inútiles, ni en lo que me había pasado con ellos toda mi atención era para ella ya no podía sacar mis ojos del cuerpo de mi hermana. Le di vueltas y más vueltas a si era lo correcto sentirme atraído por ella de aquella forma, hasta que poco después me decidí, iba a intentar follarla…
- ¿Querías acostarte con tu hermana? – me dijo Sandra horrorizada. Mi mano ya había subido una cuarta y estaba a medio camino del muslo y la rodilla de la delicada chiquilla.
- Quería follarme a una mujer maravillosa, a la chica más despampanante de la ciudad, lo de hermana era algo tan trivial para mí, es como si me dijeras que te horrorizas porque quería follármela por ser negra o coja, eso son simples adjetivos nada que me importase. – Sandra me miraba mientras digería mi respuesta, yo seguí hablando. - Los jueves los dos gilipollas tocaban con un grupo de hippies como ellos, tocaban por el bosque mientras se bebían unos extraños zumos de hierba y cantaban en élfico, con toda esa parafernalia estaban por ahí gran parte del día y no solían volver hasta las tantas. Carmen llegó a casa después del colegio como cada tarde, yo estaba en mi cuarto esperando su llegada, completamente desnudo. La oí entrar a su habitación y como sabía que ocurriría poco después de su llegada a casa el agua de la ducha comenzó a correr. Entré decidido al baño donde ella estaba después de cruzar su habitación, la mampara dejaba ver su escultural cuerpo, sólo eso ya hizo vibrar mi polla, corrí la puerta de cristal y balbuceando una disculpa que no tenía sentido entré a donde ella estaba. Carmen me miraba entre sorpresa y ansia, más bien miraba mi polla que en aquel momento palpitaba como loca de lo dura que estaba. Me acerqué a ella y sin más la besé, primero suave esperando su reacción, luego ya con más fuerza e insistencia al verla receptiva, nuestros cuerpos se juntaron mientras mi lengua se enredaba con la suya. Le besé la nariz, los ojos, los pómulos y me recreé en sus orejas a las que mordía y lamía mientras le susurraba lo mucho que la quería, el agua templada no dejaba de caer sobre nosotros lo que aumentaba el placer que nos estábamos dando. Mi mano comenzó a jugar con el bello de su entrepierna mientras mi boca comía y succionaba aquellas dos preciosas tetas, soltó varios jadeos que me hicieron temblar, ver lo que le gustaba lo que yo le hacía me daba placer a mí. No tardé en arrodillarme y pasarle la lengua desde la entrada de su ano hasta el botoncito que la hacía vibrar, chupar su clítoris le hacía doblar las piernas y temblar todo el cuerpo. Mi boca recorrió su húmedo coñito hasta que sus manos agarraron mi pelo con fuerza y los jadeos se convirtieron en chillidos que resonaban en todo el baño. Se quedó sin fuerzas después del mayor orgasmo que haya visto tener a una mujer, y su cuerpo se deslizó por la pared hasta que su culo se sentó en la ducha. Quisiera poder haber esperado más, pero mi juventud me hizo abrirle las piernas de manera un poco forzada y comenzar a meterle mi polla sin miramientos. No me costó mucho a pesar de su virginidad, tres golpes y ya estaba toda dentro, me fijé como su vagina se estiraba casi de forma antihumana para dejar entrar mi gruesa polla. Ella se quejó casi sin aliento, aun así, me abrazó con fuerza enroscando sus piernas a mi cintura y comencé el mete saca. No podía dejar de mirar su rostro, sus ojos que me miraban con un deseo desmedido mientras mi polla entraba y salía de su cuerpo. Los calambres de placer comenzaron en mi espalda, luego pasaron a mi vientre y a mis piernas, al poco tiempo ya recorrían todo mi cuerpo. Mis huevos comenzaron a vibrar y un placer inmenso comenzó a brotar de mí polla, quise correrme fuera de ella, pero fui incapaz, al sentir que la leche comenzaba a salir mi reacción fue apretarme más y más contra ella. La leche brotó por todos lados, incluso por los bordes de su vagina atestada por mi polla, fue una corrida brutal. Poco después volvía a follarla a cuatro patas en la misma ducha y volví a correrme dentro de ella.
Desde aquel día nuestra relación se volvió casi como novios, nos besábamos a escondidas y follamos siempre que podíamos, descubrimos el mundo del sexo y la lujuria juntos, nos hicimos de todo hasta que la bruja nos descubrió. Ambos ya éramos mayores de edad cuando supieron lo que pasaba entre nosotros dos lo que hizo que, cortésmente me invitaran a irme de casa mientras que a Carmen indultada de todo aquello por mi más que probable incitación al mal, esas creo recordar que fueron sus palabras, comenzó sus estudios universitarios en otro país. Yo quería lo mejor para mi hermana así que decidí alejarme para que ella consiguiese su ansiada carrera.
- No me creo lo que me cuentas Rafa – me dijo Sandra un poco enfadada mientras apartaba mi mano de su pierna - eso es sólo una historia inventada por ti para hacerme creer que en el sexo todo está permitido.
- No lo es Sandrita, estoy seguro qué tu abuela te la confirmará si se lo preguntas, ella jamás se avergonzó de ello.
- Bueno, supongamos que es verdad lo que me dices, una golondrina no hace verano, eso no quiere decir que lo vuestro o lo de Carlos sea lo más normal del mundo.
- Hay muchacha ¿Tú crees que tú abuela y yo o ese tal Carlos somos los únicos que hemos caído en brazos de tan preciado deseo? – Sandra no dijo nada. Mi mano volvió a posarse sobre su pierna, pero esta vez sobre su cadera, mis dedos traviesos comenzaron a jugar su braguita cuando volví a hablar.
Después de que me echaran me pasé meses deambulando de aquí para allá, dormía en parques, iglesias, algunas veces en albergues sobre todo cuando apretaba el frío así anduve hasta que llegué a Zaragoza. Tenía claro por aquel entonces que necesitaba trabajar, pero no sabía cómo encontrar trabajo fue un golpe de suerte el que me permitió conseguir mi primer empleo. Una pila enorme de cajas volcadas en el arcén de una bocacalle me llevó a mirar que les había pasado a aquellas cajas, un chico de mi edad más o menos recogía del suelo multitud de naranjas y otras frutas que se desperdigaban por todos lados. Ni siquiera le pregunté, me agaché a su lado y comencé a ayudar al chico a recoger todo aquel estropicio. Estuvimos varias horas recogiendo la fruta y subiendo las cajas a la furgoneta que estaba al lado:
- ¿Cómo te llamas? – me dijo el chaval cuando ya habíamos terminado.
- Rafael.
- Yo soy Rubén – me dijo mientras alargaba la mano en modo saludo. Nos chocamos las manos y luego Rubén se subió a la furgoneta y la puso en marcha – esta es la nave donde trabajo si quieres trabajar están buscando a alguien – y me dio una tarjeta por la ventanilla antes de irse.
Unos días después ayudaba en la descarga de mi primer camión en aquellas inmensas naves. El trabajo era duro pero el sueldo era bueno y la gente maja, todos a excepción del encargado al que llamaban el rottweiler. El hombre que rondaba los cincuenta y pocos años, sudaba como un cerdo sin parar, olía a estierco de asno, era el más feo del mundo y lo peor es que no sabía hablar sólo chillar. No había un solo empleado que se librase de sus gritos e insultos a lo largo del día, la cara se le ponía roja como un tomate, se le hinchaba la vena del cuello, los botones de la camisa que realizaban un esfuerzo titánico para no romperse ante la inmensa presión de aquel barrigón que tenía, comenzaban a deshilarse en el momento justo que comenzaban los improperios. Por suerte para Rubén y para mí casi nunca había reproches ni tampoco palabras bonitas, como mucho pequeños gruñidos, todos allí sabían que era porque Rubén era su sobrino y yo el amigo de este.
Cobré mi quinta nómina y me pasé la noche en los billares como cada fin de semana con mi recién adquirido amigo. Lo cierto es que él era un imán para las chicas, no es que yo fuese un adefesio como ya sabes, pero él tan moreno como era, con aquella melena por los hombros super cuidada, un rostro con unos rasgos muy bien definidos y bastante aniñados, con aquellos ojos azules tan claros y una figura tan esbelta, estaba rodeado siempre de alguna muchacha que lo miraba como si fuese un ángel. Te puedo decir que incluso sentí envidia de él cada vez que se iba andando hacia su casa con la conquista de aquella noche. Al día siguiente de aquel cobro, el rottweiler nos envió a su sobrino y a mí al almacén de las naranjas para clasificarlas. No llevábamos una hora en aquel almacén cuando el rottweiler entró y me mandó ayudar a la descarga de los camiones que llegaban, dejé la nave sin prisa sabedor de que aquella tarea era de las peores. Las primeras cajas de fruta que salían de los camiones se cayeron desparramando cientos de ciruelas por todo el suelo de la nave, los hombres que allí estaban empalidecieron como muertos. “Voy yo y se lo digo al perro” les solté con el pecho hinchado y lleno del valor que te da la juventud- Lo cierto es que me importaba una mierda como se pusiese, si me echaba me importaba de igual forma una mierda yo no tenía mujer e hijos o hipotecas como aquellos tipos. No vi a nadie en el lugar de la nave donde los había dejado, caminé entre la multitud de cajas buscando a los dos hombres sin suerte, ya iba a gritar el nombre de ambos cuando oí susurros que venían casi del fondo. Me subí a una de aquellas pilas enormes para tener una visión más amplia de la zona y los vi, en aquel momento me quedé de piedra. Delante de mí a escasos diez metros Rubén de rodillas delante de aquel gordo asqueroso y sudoroso que era su tío, engullía la polla de este de forma apasionada. El hombre resoplaba por la nariz con fuerza cada vez que la punta de su polla tocaba lo más profundo de la garganta del chico, me froté los ojos varias veces creyendo que no podía ser cierto lo que veía, pero cada vez que mis ojos volvían a enfocar me confirmaban lo que había visto desde un principio. Después de estar un buen rato follándole la boca al chico, lo puso de pie y ambos se besaron con pasión, los ojos claros de Rubén se habían oscurecido a causa de la multitud de lágrimas que le habían provocado las numerosas arcadas producidas en su garganta. El hombre se quitó los pantalones y su barrigón se cayó hasta la mitad de sus piernas, había grasa y mierda en aquel cuerpo donde quiera que mirases, pero al chaval no parecía importarle. El perro le quitó el pantalón y la camiseta a su sobrino dejándolo completamente desnudo, el cabrón tenía un cuerpo de escándalo. El gordo comenzó a acariciar la pequeña polla del chaval mientas lo seguía besando, estaba claro que él era el que llevaba la voz cantante y el chaval el que se dejaba hacer. No tardó en darle la vuelta con delicadeza, le apoyó de igual modo las manos en unas de aquellas cajas y le puso su polla justo en la entrada del culo. “Aquí no tío, puede venir alguien” le imploró varias veces el muchacho mientras este escupía en su polla y en el agujero del chaval. Se la metió de un golpe y ambos soltaron un quejido que resonó en toda la nave, aquella polla ya había perforado aquel agujero más veces sin ninguna duda. La sacó despacio mientras acariciaba la espalda de Rubén y la volvió a meter en aquel estrecho culo de un solo golpe. Las embestidas del viejo fueron aumentando su fuerza mientras acariciaba la polla de su sobrino, sólo ralentizaban las embestidas mientras se besaban y lamían. El hombre agarró las caderas de su sobrino cuando ya llevaban más de quince minutos de mete saca y comenzó a bufar por la nariz como un toro, el chaval que hacía un buen rato que se pajeaba también comenzó a subir el tono de sus quejidos, dos embestidas fuertes y ambos se corrieron como locos. Estuvieron así un par de minutos largos, luego la polla del hombre abandonó el culo de su sobrino y la leche comenzó a salir del agujero a borbotones, ellos siguieron así desnudos como estaban besándose un buen rato. Me precipité por el aire cuando me iba y las cajas junto con mi cuerpo rodaron por el suelo haciendo un estruendo infernal, ambos me vieron cuando salía cojeando de la nave no volví más a aquel trabajo sabedor de que hacerlo sería un problema para mí. Al día siguiente estaba viajando hacia la costa;
- ¿El chico guapo y su tío el viejo cerdo eran gais? – me preguntó Sandra que ya comenzaba a cambiar su actitud de incredulidad.
- El chico tal vez sí, el viejo seguro que no. Sólo aprovechaba la ocasión de disfrutar del culo de su sobrino.
- ¿Se aprovechaba de su sobrino?
- ¿Nunca te ha tocado el culo alguien de forma disimulada, un profesor, un amigo o incluso alguien de la familia aprovechando el momento?
- No… ¿creo que no? – contestó dubitativa.
- Estoy seguro de que sí – le dije con toda seguridad cuando mis dedos ya se habían deslizado dentro de su braguita y ya tocaban el vello de su coñito – y seguro que lo recuerdas si te lo piensas bien.
Sandra no dijo nada mientras daba vueltas en su cabeza a mi pregunta. Estaba seguro que ella sentía mis dedos en su coño menudito, pero la calentura que le iban produciendo mis relatos no la dejaban parar mis manos al menos por el momento. – ¡Querida niña! – le seguí diciendo cuando uno de mis dedos ya estaba sobre su rajita – pensarás que todo termina aquí, pero no es así, mis encuentros con el incesto siguieron a lo largo de mi vida. ¿Quieres seguir oyendo?
- Sí – me dijo con voz temblorosa mientras afirmaba con la cabeza.
- Llegué a la costa de Málaga varias semanas después de dejar Zaragoza. Estuve varios años recorriendo toda la costa del mediterráneo y trabajando en los más diversos lugares, desde repartidor de pizzas, camarero, albañil hasta botones de un hotel. Ya había superado los veinticinco años cuando comencé a trabajar en uno de los cientos de chiringuitos que hay en las playas de Valencia. Trabajaba para Juan, un treintañero bastante simpático, que le importaban mucho más las juergas y las mujeres que su propio negocio. En aquel chiringuito conocí a Raquel y Eva, dos hermanas cercanas a mi edad que tenían la inmensa suerte de ser las hijas de la dueña de los mejores hoteles y restaurantes de toda la costa y otros turbios negocios. Las dos preciosas mulatas dominicanas se pasaban los largos días estivales sacando brillo a las tarjetas de mamá, sus inmensos gastos eran en su mayoría locos y estrafalarios, aunque a mamá no le importaba en absoluto. Después de unas semanas de tira y afloja conseguí que me llevasen a una de aquellas elitistas fiestas donde ellas se divertían cada noche. Uno de los restaurantes de mamá congregaba en aquella velada la crem de la crem del famoseo español. Cualquier bebida, coctel o comida que allí servían superaba diez veces el valor de mi nómina, por suerte para mí todo en la fiesta era gratis ya que los ilustres invitados habían pagado una más que generosa cantidad por estar allí, todos menos yo que era un mero polizón. Me divertí como nunca lo había hecho antes, bailamos y cantamos hasta que el sol comenzaba a asomarse por el horizonte momento en que las hermanas decidieron cambiar de fiesta. Cuando ese mismo sol estaba ya en lo alto del cielo, los tres nos sumergíamos desnudos en el jacuzzi de la habitación de hotel más caro de la ciudad. Tenía a cada lado a una de aquellas morenitas con cuerpos de modelos, piel brillante, pelo rizado, labios carnosos, pezones negros y gordos como dedos y unos coñitos finitos completamente depilados. Besaba a la una y luego a la otra, aprovechaba para dar un sorbo a mi copa de carísimo cava cuando ambas se estaban besando, lamiéndose las tetas o acariciándose el coño. No tardamos casi nada en estar los tres revolcándonos en una de aquellas camas, que era mucho mayor al piso donde yo vivía. Eva que era la pequeña de las hermanas me comía la polla con brío, mientras mi lengua se deslizaba en el coño de Raquel arrancándole suaves gemidos y algún que otro improperio al succionarle el culo. Eva no tardó en sentarse sobre mi polla, la ensartó poco a poco en su estrecho coño hasta que sólo quedaban fuera mis huevos, Raquel también se sentó en mi boca mientras acercaba su cuerpo al de su hermana, ambas se besaban y lamían los rostros mientras saltaban a la vez sobre mi cuerpo. Las dos comenzaron a chillar con más fuerza a la vez, lo que hizo que mis huevos se pusiesen duros, mi polla vibrase y la leche comenzara a llenar el coño de Eva, los tres nos corrimos juntos y de la manera más escandalosa que te puedas imaginar, fue brutal. Entonces de seguido sin casi tiempo de reponer fuerzas las dos volvieron a besarse y a sobar sus cuerpos sin miramientos, Raquel le cambió la posición a su hermana, esta vez Eva sentó su coño en mi boca mientras Raquel se pasaba la mano por el coño y culo a consciencia, para mi sorpresa la escultural chica estaba lubricando su ano. Me quedé de piedra cuando aquella despampanante mujer comenzó a insertar mi gruesa polla en su culo. Jamás había penetrado un culo y pocos minutos después de comenzar a perforar su agujerito, aquella mulatita sonriente cabalgaba sin miramientos sobre mi polla, vi alguna gotita de sangre corriendo por el tronco erecto de mi verga mientras le llenaba el intestino. Si le hice daño en algún momento no llegué a saberlo, ella siguió saltando sobre mi polla como si yo fuese un toro mecánico mientras gritaba a pleno pulmón lo mucho que estaba disfrutando. No te lo crearás Sandrita, pero aquel culo estaba tan dilatado al cabo de un rato que hubiera entrado otra polla como la mía o quizá dos. Los tres nos corrimos como locos, aunque esta vez yo fui el primero en llenar el culo de Raquel, luego ella y su hermana volvieron a gritar, los chillidos de los tres se debieron oír en todo el hotel. Después de eso sin tiempo casi de vestirme, las dos me pusieron fuera de la habitación mientras ellas quedaban en la cama besándose y sobándose. No las volvía a ver jamás.
- Madre mía Rafael, ¿también sexo anal? – esta vez Sandrita ya hablaba más con deseo que con reproches.
- Te aseguro que mi polla estuvo más de media hora dentro de aquel culo – le dije sonriente mientras mis dedos ya rozaban el coño humedecido de la jovencita. – Unas semanas después mi trabajo en el chiringuito se terminó, Juan fue detenido por un asunto de drogas y yo volvía a estar en movimiento.
- Debo irme Rafa – me sugirió Sandra cuando mi mano ya recorría su coño y yo había puesto la suya sobre mi dureza – es tarde.
- He dejado lo mejor para el final – le dije intentando hacer un juego de palabras, aunque ella no lo notase – una más y te vas.
- Vale – me dijo gimiendo y separando más las piernas.
- Conocí a Rubén cuando rozaba los cuarenta. Los dos trabajábamos en una fábrica de electrodomésticos. La diferencia es que yo era un mero operario y él era unos de los mayores accionistas de aquella marca. No se porque, pero le caí bien desde el principio y nos hicimos amigos lo que me llevó a ser su chofer. Supe por alguna de las personas que trabajaban para él, que aquella y otras fábricas las había heredado de su padre muerto en un naufragio cuando él era un jovencito, ahora era uno de los hombres más ricos del país. Una noche nos emborrachamos en un club de mala muerte y comenzó a soltársele la lengua. Nunca antes me había contado nada de su vida, era muy reservado con todo lo que se refería a su vida fuera del trabajo. Pero aquella noche con un montón de wiski en el estómago me comenzó a hablar del episodio más controvertido de su vida.
“Nos pasábamos muchos meses navegando en un inmenso catamarán propiedad de papá”, comenzó a decirme “desde niño habíamos navegado los tres, papá, mamá y yo por eso para mí el mar era como mi casa. Fue el verano del ochenta y dos, yo acababa de cumplir los veinte, papá y mamá decidieron que aquel año nos pasaríamos todo el verano por las Filipinas, Indonesia… En ese lugar del mundo hay miles de islas, lugares paradisíacos y queríamos viajar por los más bonitos. Recuerdo a papá con su gorra de marinero, el pantalón corto y una gran sonrisa en la boca el día que partimos, mamá se pasó aquel primer día sentada junto a él sin apartar los ojos del mar, fue maravilloso. Jamás vi un mar tan en calma como aquel primer mes de travesía, recorrimos cientos de millas, vimos islas maravillosas, disfrutamos de playas de ensueño y sobre todo nos tiramos horas y horas en aquella cubierta disfrutando de las estrellas en las noches más claras. El día tres de agosto a primera hora de la mañana avisaban de una tormenta que se acercaba por el este de la península de Indonesia, papá decidió dirigirse a la isla más cercana y que allí nos refugiaríamos de la tormenta. Jamás llegamos a tierra, los aires huracanados nos pillaron a medio camino y una de aquellas olas inmensas volcó la embarcación. Creí que me iba a ahogar, estaba en el agua sin fuerzas a punto de quedarme inconsciente cuando sentí que algo tiraba de mi chaleco salvavidas, era mamá que había conseguido subirse a uno de aquellos botes. Cuando mi cuerpo ya estaba dentro del bote los dos buscábamos a papá sin éxito. Los trozos del catamarán golpearon nuestro bote llevándonos de un lado a otro hasta que las olas nos alejaron del naufragio. Estuvimos tres días a la deriva mamá y yo hasta que llegamos a una pequeña isla. Nada más llegar vimos que estaba desierta como la mayoría en aquel zona, aun así nos alegramos mucho pues con suerte nos encontrarían antes o después y allí podríamos sobrevivir mejor que en medio del océano. Los dos estábamos muy preocupados por papá, aunque estábamos convencidos de que había sobrevivido. Las primeras semanas hicimos un refugio muy cutre, pero hacía su función. No tardamos en conseguir agua potable, aunque teníamos que caminar bastante cada día hasta el lugar donde estaba. La comida fue a diario a base de fruta, cangrejos y algún pescado que se quedaba varado en los charcos de la marea. Mamá y yo sufrimos un cambio físico importante en pocas semanas, adelgazamos mucho, el sol nos tostó la piel y sobre todo comenzamos a desesperarnos, aunque no lo dijésemos cada día confiábamos menos en un rescate. Miles de islas miles de posibilidades. No me preguntes como pasó fue casi sin querer, pero las cosas entre mamá y yo comenzaron a cambiar de forma extraña. No teníamos mucho que hacer, así que la mayor parte del tiempo estábamos tumbados a la sombra, sobre todo las horas más calurosas del día. Luego, cuando el calor del día comenzaba a suavizarse nos bañábamos en el mar largas horas. Aquella tarde, después de más de seis meses en la isla, me fijé en el culo de mamá mientras caminaba hacia el agua, aunque había perdido peso, su culo, sus caderas y sus tetas seguían siendo muy generosas. Además, su melena rubia y sus ojos claros destacaban mucho más sobre aquella piel oscura, en aquel momento ya no era mi madre era una deliciosa hembra de cuarenta y seis años. Algunas veces habíamos jugado en el agua sin más, pero aquella tarde en mi cabeza comenzó a rondar la idea de intentar sobar aquel culo, aquellas tetas y la marcada rajita que dejaba ver su gastado bikini. Mis brazos rodearon su cintura y la subí en el aire varias veces, después la bajaba despacio frotando su cuerpo con el mío mientras ella se reía como loca. Intentaba que mi boca quedase a la altura de sus tetas cuando la tela de su sujetador dejaba a la vista alguno de sus pezones, disimuladamente lo lamía cuando pasaba cerca de mis labios. Ponía mis manos sobre su culo apretándolo con fuerza y discurría alguno de mis dedos por dentro de la tela hasta tocar lo más cerca posible de sus agujeros. No sé si ella se dio cuenta de mis intenciones en un primer momento si lo hizo no lo paró, al contrario, mamá fue aumentando la fricción de nuestros cuerpos más y más durante el juego. Me di cuenta en uno de aquellos roces, cuando mi polla dura se resbalaba por su vientre y su raja que ya no éramos madre e hijo, sino un macho y una hembra en celo. Mamá me miró unos segundos a los ojos como si buscase algo en ellos, luego enroscó sus piernas a mi cintura y me besó en los labios, fue ella la que comenzó a meter su lengua dentro de mi boca y fue ella la que comenzó a jugar con la mía. Yo sentía como mi polla tan dura como para romper una piedra, rebotaba contra la tela de su bikini cuando buscaba un agujero donde aplacar sus palpitaciones. Así como estábamos la lleve hasta la arena, colgada de mi cintura y besándonos llegamos a la mitad de una pequeña playa donde el sol comenzaba a escurrirse por el horizonte. Dejé caer su cuerpo delicadamente en la arena y me puse sobre ella, aparté la tela de su sujetador y sus dos hermosas tetas que el sol no había oscurecido saltaron enfrente de mi cara, los dos pezones rosados se colaron en mi boca casi sin darme cuenta. Los chupé y succioné como loco mientras ella me agarraba del pelo con fuerza y se mordía los labios con los ojos entrecerrados. Mi polla sufrió dos o tres calambres cuando sentí como las manos de mamá tiraban de mis bermudas, me las quitó sin esfuerzo y mi polla quedó enfrente de su agujero. La tela de su bikini aun se interponía entre mi polla y la deseada entrada a su cuerpo, no se lo quitó, la apartó con la mano y dirigió mi miembro con la otra mano hasta que comenzó a deslizarse por su vagina. No puedo explicar con palabras el placer que me dio sentir como entraba dentro del coño húmedo y caliente de mamá mientras ella arqueaba la espalda y la separaba del suelo con mi primera embestida. Las piernas de mamá estaban sobre mis hombros y su coño peludo estaba completamente abierto para mí, la embestía con fuerza sin miramientos, mi polla entraba hasta lo más profundo de su ser, luego salía y volvía a entrar en un bucle infinito. Fueron los minutos de sexo más intensos de mi vida, hasta que mi polla comenzó a palpitar con fuerza, mi garganta comenzó a rugir, mi espalda y huevos temblaban con los numerosos espasmos que los recorrían, entonces la leche brotó con una fuerza desmedida de mi polla inundando el útero de mamá. Ella también rugió con fuerza al sentir mi leche caliente dentro de ella y apretándose contra mí comenzó a chillar mi nombre seguido de fóllame más y más. Me quedé sobre su cuerpo sin fuerzas para moverme después de la inmensa corrida, ella me acariciaba el pelo mientras me miraba sonriente. Supe días después que ella había tomado la decisión de follar conmigo cuando me vio empalmado una noche repitiendo su nombre en sueños, que más da si ni saldremos con vida de aquí pensó ella el tiempo que estemos lo disfrutaremos al máximo. Follamos casi cada día durante un año hasta que unos pescadores nos encontraron de casualidad y nos devolvieron a la civilización. Dos cosas nos enteramos al llegar a tierra, papá había muerto en el naufragio y mamá estaba embarazada de mí.
- ¡¿Embarazada – balbuceo Sandra?!
- Sandrita cariño, el incesto es mucho más común de lo que siempre nos han hecho creer. Y te aseguro que el mejor sexo del mundo es el incestuoso.
- Esto no está bien. – comenzó a decir Sandrita con la voz entrecortada mientras mis manos recorren todo su coño.
- Recuerda siempre lo que este viejo te va a hacer disfrutar hoy – le susurré al oído. – Mis manos se recreaban en su culo y coño, mientras mi boca chupeteaba las tetas de Sandra encima de la camiseta. Las manos de la deliciosa chiquilla rodearon mi polla que ya había abandonado su prisión en mi pantalón, mientras las oleadas de placer recorrían mi espalda al sentir el contacto de unos dedos tan menuditos, uno de mis gruesos dedos fue entrando poco a poco en su vagina, luego fueron dos y así hasta que la vi preparada para ser perforada por mi enorme polla. La levanté del sofá y me recreé un buen rato viendo el delicado cuerpo y la inocente carita sonrojada de la chiquilla que me iba a follar. Una de sus manitas sujetaba en la cintura la pequeña falda de cuadros que llevaba puesta mientras esperaba mis movimientos, la senté sobre mi regazo como el abuelo a su nieta, pero entre sus piernas sobresalía mi palpitante miembro. Moví mi prepucio entre sus piernas un buen rato mientras acariciaba muy despacio su rajita. Levanté su culito y la senté sobre mí, esta vez nos mirábamos a los ojos mientras mi polla comenzaba a penetrarla con delicadeza, yo estaba tan caliente que deseaba destrozarla, metérsela con furia desmedida hasta hartarme, pero fui cauto y controlé mis impulsos. Cuando todo mi miembro estaba dentro de su delicado cuerpo se quedó quieta con los ojos llorosos y mordiéndose los labios esperando a que su vagina se adaptase a aquel enorme aparato que la había invadido. Miré su rostro fijamente cuando mi polla se deslizó dentro de ella por primera vez, era una niña tan jovencita y hermosa que me dio miedo romperla. Comencé a follarla cuando ya no pude esperar más, las embestidas fueron aumentando poco a poco de intensidad y el placer igual. Saqué una de sus preciosas tetas, aquellos pezones delicados se hundieron en mi boca como mantequilla, su sabor era el de la mera juventud, el de la primera vez. No pude aguantar mucho como si fuese un adolescente la leche iba a salir sin control, supe que me corría cuando los sonidos de mi garganta se convirtieron en gruñidos involuntarios que recorrían el salón igual que el placer recorría mi cuerpo. Sandra se apretó fuerte contra mí mientras descargaba toda mi leche dentro de ella, después de aquellas embestidas tan fuertes que la levantaban del sofá mi cuerpo se relajó y el movimiento paró. Mis hábiles dedos jugaron con su clítoris hasta que sentí que su cuerpo se contorsionaba de manera salvaje, aunque sus quejidos eran más suspiros que otra cosa. Sandrita había tenido su primer orgasmo con una polla enorme dentro de su aniñado cuerpo, luego se dejó caer sin fuerzas sobre mí.
Mi leche llenó su vientre varias veces en aquellos días, también me corrí en su boca y en su apretado culito. La follé hasta que mi cuerpo dijo basta. Les aseguro que no puede haber mejor manera de dejar este mundo que el poder follarme en mi vejez, en el desenlace de mi vida, a una deliciosa jovencita que comienza su andadura sexual.