Incesto en el monte de los cuervos

... No tanto, al correrme se la llené de leche y echaba por fuera. Si vieras cómo le caía...

Carmela, después de haber estado diez años en Suiza, había hecho una casa de ladrillos en una apartada aldea gallega donde las otras casas estaban hechas de piedras y barro y donde solo había un puñado de vecinos y todos viejos, menos su hermana, su cuñado y su sobrino.

Era sábado, Sandro, el sobrino de Carmela, un joven muy fuerte, de estatura mediana, moreno, de ojos negros y delgado, iba con su burra por el monte de los cuervos. En los serones la burra llevaba seis sacos que pensaba llenar de piñas, seis sacos y una bolsa que tenía dentro una tartera con una tortilla, vino tinto en una bota y una bolla de pan para comer su tía Carmela antes de coger las piñas. Por los balidos de las ovejas supo donde andaba. Lo que no esperaba era encontrarla sentada en una roca con la cabeza agachada y cogiendo con una mano la polla colorada de su perro ovejero. Se quedó mirando y vio cómo con dos dedos le tiraba la piel para atrás, cómo volvía a sacar la polla colorada... Cómo le hacía una paja al perro. Sandro se empalmó. El perro con la lengua fuera miró para él y le dio al rabo. Sandro iba a esperar para ver si su tía era capaz de hacer que el perro se corriera, pero el burro rebuznó y se quedaría sin verlo. Carmela vio a su sobrino mirando para ella, quitó la mano de la polla y se puso en pie. Al llegar Sandro a su lado sacó del serón la bolsa con la tortilla y el pan, y mientras graznaban los cuervos cerca de las copas de los pinos más altos, le dijo:

-Lava las manos en el regato antes de comer, tía.

-Por favor te lo pido, Sandro, no le diga nada a nadie nada de lo que has visto.

-Tranquila. Todos hicimos tonterías.

Carmela se sorprendió.

-¿Qué tonterías pudiste hacer tú si no hay chicas de tu edad en la aldea?

-Siempre hay con quien hacerlas

-Dime una.

-Un día esperé a que Paca fuera a recoger la cabra a la tomada y cuando llegó me encontró cómo yo quería que me encontrara.

-¿Y cómo querías que te encontrara?

Sandro se sentó en la roca en la antes estaba sentada su tía y le dijo:

-Con la polla en la mano haciendo una paja.

-¿No te corrió a pedradas?

-No, lo que hizo fue mamarme la polla.

Carmela no quiso seguir con aquella conversación, le dijo:

-¿Por que no comemos?

-Vale.

-Voy a lavar las manos al regato.

Carmela era una mujer de treinta y tres años, morena, de ojos marrones, tenía el cabello negro, largo, rizado y recogido en una cola de caballo. No llegaba al metro cincuenta de estatura, estaba rellena, tenia buenas tetas y buen culo y no era fea. Ese día llevaba puesto un vestido verde que le daba muy por debajo de las rodillas y calzaba unas sandalias.

Al volver ya Sandro había puesto un mantel con un par de sietes encima de la hierba, se había sentado, metiera un trozo de tortilla en medio del pan y comía con ganas. Carmela llegó a su lado, y le dijo:

-¿No podías esperar por mí?

-Te estoy esperando.

-Ya veo, ya.

Carmela después de echar un trago de vino de la bota y de limpiarse la boca con la manga del vestido, retomó la conversación.

-Es bien puta la vieja Paca.

-Y mamaba de miedo, cómo no tenía dientes su boca parecía un coño.

Carmela metiendo un pedazo de tortilla en medio del pan, le dijo:

-Un coño muy grande.

-No tanto, al correrme se la llené de leche y echaba por fuera. Si vieras cómo le caía...

-Calla, calla que esas cosas no se le dicen a una tía.

-Fuiste tu la que me dijo...

-¡Pero sin tantos detalles! Ni que yo fuera tonta.

-¿Por qué dices eso?

-Por qué lo que quieres es calentarme. Seguro que Paca no te hizo esa cochinada que dices, lo que probablemente pasó es que te encontró montando a su cabra.

-Esa fue otra vez.

Carmela, que le iba dar un mordisco al bocadillo, se quedó con la boca abierta, y después le dijo:

-¡Cona! (¡Coño!) Eso si que me lo creo. ¿Hiciste más tonterías?

-Sí, muchas más, cómo dejar que me hiciera una paja el Ambrosio, darle por el culo a Inocencio. Si vieras cómo gozaba al sentir cómo mi polla entraba y salía de su culo...

-¡Calla, cona! Jodiste con casi toda la aldea.

-Con toda, menos con padre.

Aquello quería decir una cosa.

--¡¿Qué?! ¡¿Te follaste a tu madre?!

-No.

-¡Menos mal!

-Me folló ella a mí.

-¡La madre que te parió!

-Sí, esa misma.

Se lo soltó sin anestesia.

-¿Me dejas que te de un beso, tía?

Carmela, que ya estaba caliente, se hizo la ofendida.

-¡En el culo me vas a dar un beso!

-Eso va después de comerte el coño. Todo empieza con un beso.

Quiso besarla y le cayó una hostia que le puso la cara del revés.

-No, todo empieza y acaba así.

Sandro se abalanzó sobre su tía, le agarró los pulsos con las manos, y le dijo:

-¡A mí no me pega ni mi padre!

Carmela con las piernas abiertas se revolvió debajo de él, y le dijo:

-¡Déjame, cabronazo!

Sandro apretando su polla contra el coño de su tía le buscaba la boca, ella movía la cabeza hacia los lados y no había manera. Cada vez que lo movía solo lograba chuparle el cuello y meterle la lengua en el oído. Carmela se puso brava.

-¡Cuando me sueltes te voy a moler a palos!

Cómo no podía besarla mientras le chupaba el cuello y le metía la lengua en el oído le frotó la polla en el coño... Una vez que giraba el cuello pudo plantarle un beso en los labios, Carmela, le escupió, la volvió a besar, le volvió a escupir, la besó de nuevo, le escupió él y después le metió la lengua en la boca, Carmela se la agarró con los dientes. Sandro pensó que lo iba a dejar mudo, pero dejó de revolverse y se la chupó. Se estuvieron besando largo rato con la polla frotándose en el coño, luego Sandro le soltó las manos, se apoyó con una mano sobre la hierba y con la otra le levantó el vestido. Carmela levantando el culo para facilitarle el trabajo, le dijo:

-No, Sandro.

Sandro viendo que su tía ya se dejaba, se arrodilló entre sus piernas, acabó de subirle el vestido y le quitó las bragas. Unas bragas encharcadas de babas. Vio su coño, un coño rodeado por un bosque de vello rizado y mojado. Sandro le dijo:

-Tienes un coño precioso, tía

Carmela sintió el aliento de su sobrino acercarse a su coño y sin oponer resistencia, le repitió:

-No, Sandro.

Carmela decía no, pero su coño decía lo contrario, ya que salió de él un reguero de jugos que se extendió por el ojete. Le levantó el culo con las dos manos, le lamió el ojete, después le pasó la lengua por el coño y con ella pringada de babas lamió el clítoris. Hizo ese recorrido más de una docena de veces, luego le metió la lengua dentro del coño para acto seguido presionarla contra el clítoris y lamer transversalmente y a toda pastilla. Carmela, que para no gemir mordía el canto de su mano derecha, dejó de morderlo y le dijo:

-¡Me corro!

Se corrió cómo sacudida por un terremoto y desbordando cómo un río. Sandro se hartó de beber de su coño. Al acabar de gozar, le preguntó:

-¿Quién te aprendió a comer un coño?

-Señora Rosa, pero ella no se mojaba tanto y tardaba una eternidad en correrse. ¿Puedo meter ahora?

-Meter, no, meter no que puede ocurrir una desgracia.

-No me voy a correr dentro.

-No me fío. Lo que puedes es jugar con mis tetas

-Pensé que no te querías desnudar del todo.

-Pensaste mal. A una mujer le gusta que le coman las tetas.

-Lo sé, lo sé.

Se quitó el vestido y el sujetador. Sandro vio sus tetas gordas con grandes arelas marrones y pezones gordos cómo percebes. Sacó la polla empalmada y mojada y se la frotó en las areolas y en los pezones, después se las juntó y se las folló, y follándolas, le preguntó:

-¿Quieres conocer el sabor de mi polla, tía?

-No. ¡Por dios! ¡¡Qué asco!!

Sandro le puso la polla en los labios.

-Quita.

Al decir "quita" abrió la boca y Sandro le metió la polla dentro. Carmela la cogió para quitarla y lo que hizo fue bajarle la piel y dejar el glande al descubierto. Con la corona en sus labios comenzó a mamarla y Sandro, que ya estaba el pobre frito del todo, se corrió cómo un pajarito. Carmela sintiendo la leche caer en su boca, sacó la polla hasta dejar solo la punta dentro, la chupó y se tragó toda la corrida.

Sandro quedó sin fuerzas, se echó boca arriba a su lado, y le dijo:

-En mi vida me había corrido tan bien.

Carmela estaba otra vez cachonda.

Lo besó, le agarró la polla, se la meneó despacito y le dijo:

-Jura que no te vas a correr dentro.

-Te lo juro.

Sandro le cogió la teta derecha, se la magreó, le lamió el pezón derecho y le pasó dos dedos de la mano izquierda por su coño empapado. Chupando la teta le acarició el clítoris y después le metió los dos dedos dentro del coño. Le entraran apretados. Carmela tenía un coño muy estrecho. Masturbándola le cogió la teta izquierda, se la magreó y lamió el pezón de la derecha para luego mamarla. Carmela ya gemía sin reparos, estaba disfrutando cómo una adolescente y eso era debido a que iba a ser su primera vez.

Cuando la polla de Sandro entró en su coño, fue cómo si entrara en un culo bien engrasado. El placer que comenzó a sentir Carmela era diferente, era otra clase de placer, más sordo, pero poco a poco, con el mete y saca, el placer se fue haciendo mayor. Fue a más, a más y más. Los besos que le daba a su sobrino ya eran de lujuria, de querer devorarlo... Comenzó el cosquilleo en los pies, le subió y explotó. Pensó que se moría de placer. Se corrió sacudiéndose como si estuviera poseída por algún espíritu maligno. Estranguló la polla con su coño una y otra vez y se la anegó con sus jugos. Sandro, casi al final, viendo sus ojos en blanco y oyendo cómo jadeaba, sacó la polla del coño y se corrió en sus gordas tetas.

Al acabar, con la polla dentro de su coño, Carmela, con una bella sonrisa de satisfacción en los labios, le dijo:

-¿Te acuerdas de lo que me dijiste de señora Paca?

Sandro le dio un pico, y le respondió:

-Claro, la esperé para que me viera meneándola.

Le devolvió el pico.

-Yo también estaba esperando que me viera alguien que me iba a traer la comida cuando le tocaba la polla al perro.

Sandro se quitó de encima, sonrió, y después le dijo:

-¡Qué cabrona! ¡¡Ponte a cuatro patas!!

-¿Quieres que también ladre cómo una perra?

-¡Lo que vas es a aullar cuando te la meta en el culo.

-No, eso no.

Ya sabemos lo que quería decir Carmela cuando decía "no."

Quique.