Incesto

Hace años cometí el más delicioso de los incestos imaginables...

He leido con gusto

He leído con gusto, añorando los pasados tiempos, muchos de los relatos eróticos que ustedes aquí van dejando como testimonio de sus vivencias y de sus fantasías. Por esta razón me he decidido a contarles mi propia historia. Esto es difícil para mí, porque nunca me atreví a hacerlo antes con nadie, aquí lo hago amparado en el anonimato que la nueva tecnología de Internet ofrece.

Soy un adulto mayor, tengo ahora 73 años, pero lo que les voy a contar sucedió cuando era yo un joven de 26 años, en el año de 1958.

Como ustedes sabrán en mi país República Dominicana, hubo una férrea dictadura en la década de los cincuenta a manos de la familia Trujillo. Aquella fue una época muy dura para las clases pobres. Sin embargo mi familia estaba en muy buenas condiciones pues pertenecíamos al círculo gobernante, a la élite. Mi padre fue un célebre militar incondicional de Héctor Trujillo. Lo teníamos todo: plantaciones de azúcar, de café y una excelente mansión donde se nos obedecía como a reyes.

Vivíamos en una hermosa Villa a las afueras de la población de Maguana, que es una zona rural y montañosa. Éramos una familia de cuatro miembros: mi padre que nunca estaba en casa y se pasaba su tiempo en los burdeles anexos a los cuarteles de Ciudad Trujillo

( Santo Domingo) donde ejercía. Mi madre, una señora muy devota a Dios y a la iglesia, y bastante regordeta. Y mi hermana de 17 años, una señorita callada y algo chica de estatura. Y yo, que ya era un hombre hecho y derecho, y que, como mi padre, era ya un valiente soldado trujillista, y que, como él, me encantaba pasar semanas enteras entre las prostitutas de los burdeles.

Pues bien, aquí comienza mi historia, que es real y verdadera. Tan real como esta habitación donde estoy ahora.

Todo pasó cuando tenía yo 26 años. En ese año de 1958, sufrí un pequeño accidente en auto, y el ejército me dió licencia de volver a casa por todo el tiempo que quisiera. Tenía ya como 7 años de no habitar permanentemente en casa, desde que había ingresado al servicio militar. Sólía ir a visitar a mi familia por algunos días una o dos veces por año, y a la verdad ya tenía casi 1 y medio de no ir a casa. Así que no puse objeción y me fui a la zona rural, de vuelta con mi hermana y madre.

En casa mi madre y hermana me agasajaron, y estuvieron felices de mi vuelta y se esmeraron en recuperarme. Sus cuidados fueron muchos, su plática un bálsamo para mi espíritu. Por cerca de dos o tres meses me sentí "puro" y como vuelto a mi inocencia perdida, rezando el rosario por las noches con mi madre y conversando largamente por las mañanas con mi hermana sobre música clásica, pintura y arte. Pero todo acabó pronto. Lentamente, como sin darme apenas cuenta. Y es que la bestia que había en mí se reveló.

Por las mañanas solía mi hermana siempre, todos los seis días de la semana, sentarse sobre el cesped del jardín, a leer un libro absorta, sin cuidarse del mundo circundante. Todos los días excepto domingo, cuando iba a misa con mamá.

Parecía una hada extraída de un libro de cuentos. Ella leía con devoción a Bécquer, el poeta del amor, al que yo bien conocía, pues de él acostumbraba yo a recitar versos a las prostitutas mulatas de Santo Domingo, mientras les estampaba besos lascivos y las llenaba de caricias. También leía mi hermana a Larra y a Espronceda, a Nuñez de Arce y otros que ya no recuerdo. Así me di cuenta que era ella una joven, además de pequeña y hermosa, como siempre la había considerado, también un poco cándida y soñadora.

Yo me sentaba frente a ella, sólo para fastidiarla, y le hablaba de pianistas atormentados, de escultores inspirados por las Musas, de obras de arte que cobraban vida por Amor, de cuadros, paisajes parisinos, leyendas y canciones...Le hablaba yo de mil y mil tonterías que había aprendido aquí y allá o que yo mismo me inventaba para entretener las horas, mientras llegaba la hora de comer. Durante esas horas mi hermana Trinidad me escuchaba absorta, como estupidizada, y ya casi no leía sus libros, esto me llenaba de orgullo, y me motivaba a volver al otro día con más historias.

Desde hacía algunos años había yo notado esa fascinación de Trinidad por el Mundo Exterior, siempre había sido así. Y creo que a mi hermana por esta razón le encantaba que yo llegase a casa. Al acaso sentía ella que de mí podría aprender todo lo que en el "mundo" sucedía.

Pero tantos días, tantas tardes, con mis ojos fijos en Trinidad, junto con el hecho de que mi recuperación era ya completa, me empezó a afectar el buen juicio.

Mi hermana tenía 17 años en ese entonces. Pero se vestía como una señora de 40. En aquellos años todo era así. Y no había diferencia entre la ropa de mi abuela y la de mi hermana. Sin embargo, ella era una chiquilla, bastaba hablar con ella dos o tres palabras para darse cuenta de su inocencia absoluta. Le gustaba la ropa color blanco o rosado, y sus vestidos eran muy bonitos, se veía muy linda con su piel trigueña y su pelo negro recogido en un moño aristocrático sobre su cabeza. Se veía como una gran dama, aunque sólo era una chiquilla. Pero además esos vestidos tan recatados no podían impedir, para el ojo de un buen observador, que se descubriera que Trinidad estaba plenamente desarrollada.

Al verla caminar se distinguía bajo sus vestidos un cuerpo exquisito y tierno, virginal. Sus piernas eran fuertes, rellenitas, sus caderas amplias y su cintura pequeña. Pero Trinidad además de tener esas formas torneadas, tenía una cara muy graciosa y bonita, parecía una carita de virgen de retrato de convento, como con una queja de suplicio o de tormento en su boca y ojos, que la hacían ver preciosa.

Como ustedes se podrán imaginar, con odio hacia mí mismo me empecé a dar cuenta de que estaba mirando con complacencia, con deseo, a mi hermana Trinidad. Me di cuenta que esa jovencita me agradaba, que resultaba muy codiciable a mis ojos. Y nunca antes la había yo mirado así. Bueno, tal vez sí.

Era muy bonita, no había duda. Y las formas de cuerpo, de sus grandes pechos, de sus caderas anchas, de sus nalgas bien proporcionadas y de sus piernas rellenitas y apretadas, todo en ella, su risa, el brillo de sus ojos, el blanco de sus dientes, todo en ella, repito, gritaba que estaba lista para amar, para disfrutar del amor carnal. Pero ese grito mudo de su cuerpo, nadie lo escuchaba, sólo yo. Y eso me excitaba terriblemente.

Y así empecé a pensar mucho en Trinidad. Ella me ocupó toda la imaginación. Verdaderamente deseaba, con mi mente descifrar todo lo que esa chiquilla podría sentir al ser acariciada, al ser excitada. Me volvía loco pensando en ella, viéndola en mi mente siendo cogida por cualquier hombre. Qué placer le daría ella a cualquiera!

Me preguntaba: "¿ Qué se sentirá meterle el pene a una chiquilla así de joven e inocente?" " ¿Qué se sentirá ver el pene de uno hundirse dentro de las nalguitas de esta niña?" " ¿Qué se sentirá llegar a eyacular dentro de esa vaginita, mirando esas piernas deliciosas una a cada lado?" Todo esto pensaba. Y pensando esto me masturbaba muchísimo. Y los días pasaron... Y me sentí terriblemente atraído por ella.

Luché conmigo mismo a lo interno, pero con los días iba yo cometiendo más errores que me inducían a querer más y más tener alguna experiencia con ella. Aveces me sentaba junto a ella y me absorbía en mirar sus pechos, virginales, pero grandes y bien formados, que emanaban un aroma a perfume. So pretexto de cualquier cosa, la abrazaba para sentir esos pechos contra mi propio pecho. Ella no lo notaba, era una tontita novicia de monasterio. Así fue como envalentonado con los días, solía yo verdaderamente "profanarla" rodeando su cintura con mis manos y tocando sus senos, disimulando atraerla hacia mí o jugueteando con ella.

Esto lo hacía yo siempre en el jardín, que era muy extenso, lleno de árboles que daban buena sombra y donde no había "testigos". Esto me excitaba muchísimo.

Para lograr mi propósito de tocarla más abiertamente se me ocurrió inventarle todo un cuento de religiones orientales, de faquires y de meditación. Este tema a ella le agradaba muchísimo.

Así que ideeé todo un rito para practicar, que incluía relajación y masajes. Lo que yo pretendía era acariciarla... y quien sabe, tal vez excitarla un poco. Y efectivamente, lo logré. Pues esta fue la perdición de Trinidad. Pues ella, más por curiosidad y por el ciego embeleso que conmigo tenía, que por otra cosa, aceptó a compartir conmigo "esas devociones" de tan lejanas tierras.

Yo lo que verdaderamente deseaba era profanarla, y para mi sorpresa fue muy fácil. Ese mismo día, tuve a Trinidad acostada en el cesped, boca arriba, con sus ojitos cerrados, mientras yo le frotaba los brazos, los hombros, el cuello, las mejillas... y con un movimiento "casual" le rozaba sus mismos pechos. Yo miraba como un loco para todo lado, temiendo ser visto, pero estábamos en un lugar muy escondido y nadie nos veía. Así que con mi pene duro como el metal, intenté más a cada minuto que transcurría...

Decidí jugarme el todo por el todo. Si Trinidad se sentía ultrajada por mis caricias debía protestar, si no, yo continuaría.

Con un movimiento "casual" con mis dos manos acaricié muy suavemente los pechos de mi hermana, haciendo leves círculos sobre sus pezones... Yo me moría de miedo y de deseo... Pero Trinidad no abrió sus ojos... Así que lo hice con más fuerza hasta verdaderamente sentir mis manos estrujar aquellos pechos grandes y hermosos... Pude hasta sentir como sus pezones se ponían rígidos entre mis dedos...

Aquí Trinidad abrió sus ojos lentamente, y como sintiendo un dolor apenas me dijo:

—Leonel... que bien... se siente...

Pero tuve miedo esa mañana. Creo que ese mismo día me la hubiera tirado si hubiese querido, pero tuve miedo.

Entonces sonrojado le dije a ella que era normal sentir "tan bien" ese masaje, pues se los estaba haciendo yo, que la amaba mucho, y que se lo hacía con mucho cuidado y mucho cariño, pues ella era mi hermanita. Y aproveché para hablarle de "muchos otros" que se lo hubieran podido hacer de mala forma, causándole dolor y malestar, y también le dije que debía mantener en secreto todo lo que hacíamos, pues entonces nuestra madre se pondría furiosa, pues ella era muy devota de la iglesia católica, y aquellos ritos eran de la relgión de los hindúes y escandalosos para los cristianos, pero no para los antiguos hebreos... Es decir le inventé una mar de artificios, que ella creyó sin dudarlo un instante.

Trinidad todo lo creía, con su carita sonrojada, más bien como asustada del placer que sentía por vez primera, solamente asentía con la cabeza, y si hablaba su voz era como una queja.

Yo, para acabar con este trance embarazoso y excitante, le solté los pechos tembloroso y le pedí que me masajeara ella a mí. Así lo hizo. Pude sentir como con sus manitas chicas y blancas se esforzaron tontamente en hacerme sentir el mismo efecto que ella había vivido al yo tocar sus pechos, oprimiendo mi pecho y sonriéndome...

Salvadas las apariencias de lo que había hecho, me dejé acariciar y le decía a intervalos a Trinidad que sus manos eran una maravilla, un regalo de Dios.

Luego de un rato nos fuimos.

Esa noche antes de dormir yo me besaba las manos con las que había sostenido los pechos de Trinidad, con la que los había estrujado tan deliciosamente.

Estos encuentros, entre las altas hierbas de la hacienda, se dieron por espacio de cuatro días más. No diré más que mis masajes se volvieron ardientes y apasionados, y que Trinidad de seguro lo notaba, pero lo disfrutaba enormemente.

Ella veía como yo, sobre su ropa , le tomaba los pechos y se los estrujaba entre mis dedos con pasión. Ver su cara trigueña con su expresión de muda queja de placer, me enloquecía. y a veces la veía estremecerse toda. Con mis dedos sujetaba sus pezones y se los friccionaba con la palma de mi mano. También le acariciaba las orejas y el cuello y la besaba en las mejillas... Esos cuatro días de martes a sábado fueron delirantes para mí, apenas llegaba a casa me iba al baño a masturbarme y derramaba verdaderos chorros de semen.

Al quinto día de este suplicio, era Domingo, tras ir a la misa de la capilla por la mañana, nuestra madre salió a casa de una familia vecina como a 6 kilometros de nuestra hacienda. Trinidad no quiso ir. Se quedó conmigo. Recuerdo a la pobre decirme "Leonel, vamos a caminar... explícame más sobre la meditación de los faquires".

Creo que a su edad todo el Cuerpo hermoso de Trinidad se revelaba contra ella y le pedía, le exigía a gritos el placer. Solo así me explico lo que sucedió esa mañana en esos años de nuestra juventud. Pero bueno éramos jóvenes y merecíamos perdón.

En nuestro mismo rincón de la hacienda, donde nadie podía sospechar de la soledad de dos hermanos, allí volví a abusar de Trinidad... La acaricié mucho. Como en un juego, con mano temblorosa, mientras Trinidad cerraba los ojos, yo metí mis manos por entre su bonita blusa y esa otra prenda que antes llamaban "combinación" y comencé a tocar, a "verdaderamente" tocar sus pechos, que eran de una piel suavecísima y deliciosa.

Por lo ajustada de la blusa, tuve que acariciar solamente un pecho a la vez y así aunque incómodamente, apreté mucho ambos pechos y jugué con aquellos pezones cuanto quise. Trinidad con sus ojos abiertos, tenía su carita muy sonrojada y respiraba afanosamente, en sus ojos tenía como una pena, pero con sus labios intentaba sonreír...

Verdaderamente Trinidad era una chiquilla exquisita, y una tontuela. Yo simplemente no podía comprender mi suerte de haber encontrado a mi hermanita así, tan inocente, tan pura, con un cuerpo tan delicioso y sin ninguna malicia. Era increíble. Allí estaba mi hermana, una auténtica mujer capaz de matar de placer a cualquier hombre, ¡a varios hombres! y dispuesta, inocentemente, si yo lo deseaba, a que yo me la cogiera. A que yo saciara mis deseo de su sexo. Era increíble. Y eso me excitaba terriblemente...

Yo le acaricé entonces, y por vez primera en su vida, más íntimamente. Le dije que su blusa estaba muy ajustada, que si me permitía abrirle los botones... Y ella asintió con la cabeza... Fue un delirio: Tiré afuera sus pechos, eran grandes, turgentes, con una bella luna sonrosada alrededor del pezón... Trinidad mientras yo se los "acariciaba" procuraba cubrírselos un poco... Turbado puse mis labios sobre esos pezones sonrosados y comencé a lamerlos, a mamarlos con pasión... Hasta lo indecible estaba yo de excitado por lo que pasaba, bajé una de mis manos hasta sus rodillas, y allí recogí su enagua, tan larga que llegaba casi hasta sus pantorrillas, y comencé a acariciar sus piernas ... Sus rodillas primero... luego más arriba... hasta la cara interna de sus muslos... El rostro de Trinidad mostraba ese tono de rubor intenso que denotaba deseo sexual... Me decía que yo era un hermano maravilloso, que estar conmigo era muy dulce, que ojalá nuestra "amistad" fuera eterna y mil tonterías más de su mente de niña.

Yo mientras tanto la cubría de besos en la mejillas y en los pezones. Para mi mayor gozo voltée a mirar hacia su cuerpo que comenzaba yo a descubrir, a desnudar, y noté que la piel de sus piernas era más tersa que lo más terso que jamás he sentido en esta vida, y que sus muslos eran rellenos y suaves, eran grandes, anchos, eran muslos de mujer perfecta en una chiquilla de apariencia frágil. Verlos desnudos para mí, con su tono trigeño, como sus pechos, me hizo desear estar sobre Trinidad, con mis caderas atrapadas entre sus muslos exquisitos.

Pero había algo más... Miré a Trinidad directo a los ojos, como con una súplica de que no acabara con ese momento. Mi cara estaba cerca de su cara. Y de hecho yo estaba casi tumbado a su lado, apoyado sobre mi codo. La miré... y con mi mano que le rozaba hacia arriba y hacia abajo esos muslos preciosos... Con mi mano que tantas veces llegué a besar después, con mi mano abierta, deslicé mis dedos hasta la vulva velludita de Trinidad... ¡Ahhh!!!

Su vulva pobladita de vello, que era exquisita, tan afelpada como no hay nada, estaba entre mis dedos... Trinidad jadeaba, yo temblaba.... Empecé a darle caricias sobre su clítoris muy suavemente...

De repente ella comenzó a revolverse, como queriendo desasirse de mis caricias... Pero aquello era sólo un amago... Bastó que con uno de mis dedos alcanzara yo su rajita y me humedeciera los dedos con su abundante lubricación para que en ella cesara toda expresión de queja. En sus ojos había agonía... Su cuerpo todo pedía la penetración...

Yo lo deseaba hacer. Pero como cualquiera puede suponer, tenía miedo. Miedo de echarme a mi hermana. De poder, no sé, preñarla tal vez... Pero sabía que era mi hermana, y que así sería casi imposible que eso pasara... Pero la miraba, con su blusa desarreglada, con esos pechos grandes totalmente "chupados", totalmente deseosos de verse "mecer" con las embestidas de mis caderas. Miraba esos muslos, con las rodilllas levemente arqueadas por instinto de Trinidad, listos para recibirme... Y me resolví a hacerlo. Mis dedos jugaban hacía rato con su clítoris y sus labios apretaditos de virgen...

Mientras yo apenas le masajeaba el clítoris muy suavemente me abrí los pantalones y a como pude me los bajé un poco... Trinidad me miraba como una boba, y eso me excitaba más, yo quería que ella sintiera mi pene entre sus grandes nalgas, quería ser el primero en eyacular entre esas piernas blancas y torneadas, directo en esa vagina virgen de labios apretaditos y velluditos.... Pero no sabía si hacerlo o no, pero lo hacía ,dudaba, pero lo hacía... Al fin tuve mis pantalones tan bajos que tiré afuera mi pene.

Trinidad que era trigueña, estaba roja de placer, con vergüenza me miró el descomunal pene un momento y cerró sus ojos con pena... Para ella si yo me desnudaba, fuese para lo que fuese, estaba bien... Así que acerqué mi boca a su frente... y con un beso en su cutis terso y ardiente, hice todo un movimiento, y eché mi cuerpo sobre ella... Ahhhh!!!! ¡Cúánto placer!!! La sensación inmediata fue de suavidad y calor. Sus muslos recibieron afelpadamente a mis caderas. Sus piernas eran en verdad exquisitas. La punta de mi pene rozaba apenas los vellos de su vulva... Con una mano le acaricié la vulva velludita... y tomé mi pene y lo dirigí hacia ella. Puse la cabeza, el glande, en la rajita amada y lo froté un poco. Esto fue una descarga eléctrica!!! Cuánto placer sentir la vulva aceitosa y tibia de mi hermanita entreabrirse y apenas recibir la puntita de mi pene!!!

Trinidad estaba toda lubricada... Trinidad me miraba con ojos divinos... Puse ambas de mis manos junto a los hombros de Trinidad y la atraje hacia mí con suavidad, par penetrarla un poco... Ella respiraba hondo, sin duda le dolían los dos o tres centímetros de pene que ya comenzaba a tener adentro... Volví a tomar mi pene y lo froté con fuerza contra su rajita, contra su clítoris... Trinidad se estremeció de placer... Y yo levanté mis caderas con lentitud hacia atrás, sacando la puntita de mi pene de ella... y me dejé luego llevar suavemente por la gravedad... sentí como lentamente toda la cabeza de mi pene entraba en su vulva y .... siguiendo el curso de la anatomía de mi hermanita... la mitad de mi pene, todo entero luego fue a dar hasta el fondo de su rajita!!! Luego volví a subir y bajé de nuevo, sintiendo como mi pene se iba muy hondo dentro de esa vagina virgen, apretada, caliente y resbalosa, veía yo en éxtasis tocar mis téstículos sus vellos, tocar rítmicamente mi pubis su monte de Venus... y en medio de mi gozo Trinidad jadeaba y se quejaba!!! ¡Ahhhh!!! Fue delicioso!!! Otra embestida... ¡Ahhhh!!! Otra más... ¡Ahhhh!!!!! Otra... Ahhhh!!!! Ahhh!!!Ahhh!!!Ahhh!!! Trinidad era suave, caliente, lubricada, y abría su boca en una queja apenas audible, pero acompasada, rítmica... Y todo su cuerpo sobre la hierba se movía al impulso de mis embestidas, sus pechos subían y bajaban... Ahhh!!! Ahhh!!! Ahhh!!!Ahhh!!! Su virginidad era mía. Los labios de su vagina apretaban mi gran pene, y lo acariciaban y llenaban de lubricación... Ahhh!!! Ahhh!!! Ahhh!!!... Seguí embistiendo a mi hermanita virgen una y otra vez, soportando el enorme placer como por tres minutos más, hasta que, al sentir como ella se contraía toda, llegando al orgasmo, no resisté más, al sentir mi pene y testículos todos bañados por su orgasmo, yo eyaculé un verdadero pozo de semen dentro de esa niña tierna, dentro de su vagina, en medio de sus muslos, muy dentro de su cuerpo...

¡Manjar de los dioses!

Todo estaba consumado. Seguí agitándome sobre ella todavía un buen rato, saboreando el placer de su carne. El placer de friccionar mi pene contra sus piernas y nalgas... Saqué al cabo de un buen rato mi pene húmedo y flácido... Y ya sin miedo, besé a Trinidad en la boca, jugando mi lengua con la suya un rato. Creo que ella se veía ahora más excitante que antes de empezar. Con ella junto a mí le dije que lo que habíamos hecho era un gran secreto. Que jamás nadie debía saberlo.... Y ella a todo me asentía en silencio. Trinidad me amaba, era una mujer maravillosa sin duda.

Nos fuimos a casa riendo, como dos niños que han hecho travesuras.

Al día siguiente desperté con la sensación de que todo había sido un sueño. Busqué a Trinidad y la hallé afuera de la hacienda charlando con las criadas. Al verla con sus vestido blanco de princesa, me afirme en que todo había sido un sueño. Era imposible que yo, un hombre sin mayores atractivos y zafio, hubiera gozado de una niña así.

Simplemente me decía que ella era muy hermosa para estar ya "cogida", y que el que la hubiera cogido fuera yo, me era como imposible de creer. Mi hermanita me habló como de costumbre... y eso me intrigó todavía más. Pero pronto saldría de dudas.

A media mañana Trinidad salió con su libro a leer como de costumbre, pero se veía asustada. Tras cerciorarme que todo estaba "normal" yo la seguí tras un rato. En un rincón apartado ella se detuvo y me esperó. Yo me acerqué y la abracé, pero por miedo a que alguien nos viera, tomé a Trinidad de la mano, y apartando hierbas altas, y un poco de maleza, nos pusimos al resguardo de los ojos curiosos, en un pequeño escondite de yerbajos junto a un tronco. Mi hermanita se sentó sobre sus piernas a mi lado, yo excitadísimo la miraba.

Ella me dijo: "Leonel, no dormí bien anoche... de hecho no dormí nada... Pasé toda la noche buscando respuestas en mi biblia—y me la mostró—y las encontré"

Yo le dije curioso:" ¿Qué buscabas, mi pedazo de cielo?" Trinidad me dijo:

"Quería saber qué era lo que ayer hicimos tú y yo. Y en mi biblia aparece, se llama ‘conocer a la mujer’ y tú ayer me conociste."

Yo la miraba con una sonrisa maravillado de sus ansias de saber y de su candor.

"Y leí—ella continuó— que aunque no está bien, pues lo dice el Génesis, que aunque no está bien, es cierto lo que tú me dijiste, que los hebreos lo solían hacer hasta con sus hijas como Lot, o con hasta sus hermanas como Abraham con Sarai y así, así" .

Yo le miraba maravillado: "Trinidad, no dejas de sorprenderme, yo mismo te quería decir eso hoy. Pero tú lo has descifrado tú sola." Mi hermanita sonrió satisfecha. Yo aproveché para decirle: " ¿Pero te gustaría que yo te conozca en alguna otra ocasión Trinidad?" Ella me dijo un poco turbada: "Siempre que tú quieras, Leonel" Yo le dije: "Pues yo quiero ahora" . Y Trinidad sonrió.

La acosté a mí lado, y la hice entreabrir las piernas. metí mi mano y comencé a masajearle los muslos, la vulva, el clitorís... Pero me detuve y le dije: "Mira, Trinidad, aquí nadie no mira... siéntate sobre mí..." Y con mis brazos la alcé y la puse sobre mí, ella echó una de sus piernas a los lados y quedó en posición para el coito. Yo, para no asustarla jugué todavía un poco más con sus pechos, a los que tiré afuera y mamé mucho.

Ella estaba sobre mí, y la ropa interior de ella entonces era como una moderna pantaloneta, muy holgada. Por lo que, tras bajr mis pantalones, pude pasar mi pene hasta su vulva como si estuviese ella desnuda.... Un minuto después, tras unas pocas caricias, mi pene estaba hasta los cojones muy dentro de ella... Le dije que se moviera un poco sobre mí... Ahhh, lo hizo tan dulcemente que rápidamente acabé echándola abajo y embistiéndola con fuerza hasta correrme abundantemente en su vagina....

Al siguiente día volvimos a tener coito, y al otro, otro coito igual. Desde ese día lo hacíamos cada vez que nadie nos veía. Aveces dentro de la misma casa, pues excitado al verla levantarse en camisón, le hacía el amor allí mismo en su cuarto, descubriendo su culo, su vulva, y golpeando rítmicamente sus nalgas contra mi pubis.

Confieso que llegué a hacérselo como a la mismas putas de Santo Domingo, y era delicioso hacerlo totalmente desnudos, pues como dije Trinidad era muy hermosa de carnes, parecía una mulata, solo que era blanca y virginal, algo pequeña tal vez, pero sobre todo una tontuela divina y tierna. Le hice el amor cuatro meses seguidos, día y noche.

Después de mi vuelta a la vida de militar, ella me visitó frecuentemente al cuartel durante siete años. Allí la follaba muchísimo.

Luego cuando ella tenía 24 me confesó que se había enamorado de otro tipo. Aunque dolido lo acepté, y ella se casó poco después. Alguna que otra ocasión sin embargo hicimos el amor. Ella no fue dichosa con su marido, en lo sexual me confesaba que su esposo se lo hacía "de mala forma". Y es que con él ella nunca tuvo un orgasmo, al menos eso me confesó. Y creo que no mentía.

Baste esto para aliviar mis fantasmas del pasado. Ella murió hace cosa de 12 años. a sus cincuenta y cuatro años.

Yo todavía la añoro.