In memoriam

Un cuentecillo melancólico y dulce. ADVERTENCIA: contiene escenas de sexo homosexual.

Enterramos a papá por la mañana. Yo había acudido a Madrid para despedirme de él, pero llegué tarde. Hacía un día de la mierda: viento, frío y lluvia. Sonia, mi hermana, me invitó a recogerme en su casa, en casa de mi padre.

  • ¿Tienes dónde quedarte?
  • ¿Eh?... No… He venido corriendo, sin pensar…
  • Vente a mi casa, anda.
  • No quiero molestarte.
  • No seas tonto.

Sacudió la chimenea al llegar, puso un par de trozos de encina, y enseguida crepitaba. Nos vino bien. Había que sacarse el frío de los huesos. Permanecimos en silencio, reconcentrados cada uno en sus propios pensamientos, fríos y solos.

  • Tengo algo de comida que ha dejado Nanci. Le he dado la tarde libre. No me apetecía estar con este muermo y ella andando por ahí.
  • Ya…

Una sopa, un buen plato de carne guisada y una botella de Contino terminaron de entonarnos. Comimos en silencio, casi sin mirarnos. Me sentía violento.

  • Cuando murió Nacho…
  • No importa.
  • No sabía qué decirte. Hacía años que no hablábamos…
  • Ya…
  • No sé…
  • Podías haber llamado.
  • Ya…

Trajo el café al salón y lo sirvió en la mesita baja frente al tresillo junto con una botella de brandy y dos copas. Me senté en el sofá pequeño y ella en la alfombra, junto a mis piernas. Bebimos un rato en silencio. Lentamente, se iba apoderando de mi ese soporcillo dulce del calor y el alcohol tras haber pasado frío.

  • A ti también te follaba.
  • Os vi una tarde. Llevabas puestas unas braguitas mías. Te las bajó y te la metió en el culo.
  • ¿Has dicho “también”?
  • A mí me follaba todo el mundo. Hasta tú.
  • ¿Yo?
  • Bueno… Tú venías por la noche a tocarme las tetas y el coño.
  • ¿Lo sabías?
  • Claro.

Pasó un ángel y se hizo el silencio. Me quedé perplejo por la revelación. Sonia estaba preciosa. Eché cuentas: 38 años. No era difícil, uno menos que yo. Se había convertido en una mujer magnífica: pequeñita, morena, bien dotada, muy bien dotada. Tenía la piel dorada, muy cuidada, y aquellos rasgos fuertes, raciales: la nariz aguileña, la boca grande de labios gruesos, aquellos ojos oscuros y grandes… Se parecía mucho a mamá, aunque no la recordaba más que en las fotos.

  • Tenías las tetillas duras y suaves, y el chochito velludo…
  • ¿Te gustaba?
  • Siempre me gustaste. Creo que me fui por eso.
  • A mí me gustabas también. Me ponía muy caliente cuando venías.
  • Nunca dijiste nada.
  • Tú tampoco.
  • Supongo que nos daba vergüenza ¿No?
  • Sí…

Había apoyado el brazo en mis rodillas. Hablábamos mirándonos a los ojos, con las lenguas torpes. Me iba invadiendo una sensación de alivio, como de quitarme de encima el peso con el que nunca había dejado de cargar.

  • ¿Cómo fue?
  • ¿Lo de papá?
  • Sí.
  • Vino a mi cuarto una noche. Yo estaba despierto, pero ni me moví.
  • ¿Fue a tu cuarto y…?
  • Me empezó a tocar la polla.
  • ¿Y se te puso dura?
  • Casi la tenía dura siempre.
  • Claro.
  • Empezó a pelármela como con cuidado de no despertarme y, al cabo de un rato, se la metió en la boca.
  • ¿Te corriste?
  • Nadie me la había tocado nunca. Me corrí como un loco. Pero fingí que era en sueños, como si no me hubiera enterado.
  • ¡Joder…!

Serví otro par de copas. La conversación, además de liberarme, me estaba causando una excitación que no me molesté en disimular. Observé que los pezones de Sonia se marcaban en la camiseta ceñida amarilla que se había puesto al llegar a casa.

  • A mí me cogió en la ducha.
  • ¿En la ducha?
  • Se metió conmigo diciendo que así nos ayudábamos. Fue más o menos cuando tú empezaste a venir a mi cuarto.
  • Todo más o menos a la vez.
  • Sí. Empezó con que a enjabonarme, a que yo le enjabonara… Se le puso la polla como una piedra.
  • ¡Menuda polla tenía papá!
  • Sí.
  • ¿Y…?
  • Pues nada: me pasaba las manos por todas partes, y me ponía muy “nerviosa”, sobre todo cuando me sobaba las tetitas, y luego…
  • ¿Sí?
  • Pues empezó a “lavarme” el chochito. Me pasaba la mano enjabonada diciendo que eso era muy importante tenerlo limpio, que si tal…
  • ¿Y te puso cachonda?
  • Me puso como una perra. Al cabo de un rato, me tuve que agarrar a su cuello por que me caía. Empezó a meterme un dedo, a movérmelo dentro… Nunca me había corrido.
  • ¿Y te folló?
  • No, aquella vez no. Ni siquiera se le meneó. Me hizo enjabonarle también, claro, pero no se corrió.

La tarde iba cayendo. Oíamos soplar el viento empujando las gotas de lluvia contra la cristalera. En la habitación caldeada, el sonido rítmico y tempestuoso hacía valorar el bienestar que sentíamos. Bebíamos y hablábamos despacio, como cuando éramos niños.

  • A mí, la siguiente vez, también me cogió en el baño. Empezamos igual: enjabonándonos y eso.
  • ¿Y…?
  • Luego empezó a chupármela. Yo me quedé paralizado.
  • ¿No querías?
  • Sí. Claro que quería. No pensaba en otra cosa.
  • Vale.
  • Primero me chupó la polla, pero no quiso que me corriera. Luego me dio la vuelta y empezó a enjabonarme el culo. Me apretaba el perineo y me metía la lengua. Me ponía como loco.
  • ¿Y te folló?
  • No, aquella vez no. Cuando me tenía como un loco, me dijo que se lo hiciera yo, que se la chupara.
  • ¿Y se la mamaste?
  • Con ansia. Apenas me cabía el capullo en la boca. Estaba caliente como en mi vida. Se la chupé como si me fuera la vida en ello, y se me corrió en la boca.
  • ¿Te dio asco?
  • No. Me lo tragué todo.
  • Ufffff…
  • Luego me la chupó él. Yo de pie, y él arrodillado. Se la tragaba entera. Tampoco era difícil. Se me la tragaba y me metía un dedo en el culo. Me tuve que apoyar en sus hombros cuando me hizo correrme. Me temblaban las piernas.

Mi polla estaba dura, muy dura, pero no sentía ninguna urgencia. Tenía la impresión de estar descargando la vieja tensión acumulada. Me parecía que Sonia se sentía como yo. Observé que la miraba. Sonreía.

  • La primera vez que me folló estabas de campamento. Fue en la casa de la sierra, en la alberca junto al prado. Ahora es una piscina con depuradora y todo.
  • ¡Qué frío!
  • Sí. Empezó así, envolviéndome en la toalla para secarme. Ya sabes…
  • Te puso como una perra.
  • Loquita perdida. Yo ya se la había mamado alguna vez, y él a mi me había comido el chochito, pero aquella vez lo hicimos a la vez: yo echada encima de él. De repente, me dio la vuelta como si fuera una pluma, y me dijo que no tuviera miedo. Estaba empapadita, pero aun así le costaba entrar. Lo hizo muy despacito, sentado en la toalla y conmigo en brazos. Me sujetaba por el culito y me iba haciendo bajar. Era increíble notar cómo iba llenándome de polla.
  • ¿Te dolía?
  • No. No era exactamente dolor. Era como si me abriera, pero estaba muy caliente. Lo quería.
  • Uffffff…
  • Cuando la tuvo toda dentro, empezó a moverme muy despacito. Al cabo de un rato, era yo la que culeaba. Me abracé a su cuello y movía el culito. No mucho, apenas haciéndola menearse un poco dentro. Me chupaba las tetillas y me sujetaba el culo con las manos. Yo no había sentido nada ni parecido.
  • ¿Y…?
  • Sí… Se me corrió dentro. Yo estaba como una perra y, de repente, empezó a llenarme de lechita. Era caliente, y lubricaba mi chochito. Me corría como nunca. Al final, me quedé como desmayada. Cuando me la sacó, me chorreaba por los muslos. Entonces sí que me dolió un poquito.

Se había sentado entre mis piernas en posición de loto, respaldada en la mesa, y me miraba a los ojos. La falda tejana arrebujada me permitía apreciar la evidente mancha de humedad en sus bragas de algodón blancas.

  • ¿Y a ti?
  • Un día me propuso un juego y acepté. Siempre aceptaba. Me moría porque llegara el momento de volver a hacerlo.
  • ¿Un juego?
  • Me depiló. Bueno, me afeitó el pubis, y dijo que iba a vestirme de niña. Me puso unas braguitas tuyas, y el uniforme del cole, y me pintó los labios y los ojos. Me llamaba su nenita y me ponía delante del espejo para que me viera. Me excitaba muchísimo.
  • ¿Vestirte de niña?
  • Sí. Me puso a cuatro patas sobre la cama, frente a la luna del ropero, me subió la falda y me bajó las braguitas, y empezó a lamerme el culito, a untármelo con una crema…
  • ¡Vaya…!
  • Yo estaba como una perra. Me tocaba la colita, aunque muy poco, sólo rozándola, agarrándola muy suave de vez en cuando. Me chupaba el culito y las pelotas. Me tenía loco. Me veía en el espejo.
  • ¿Y te gustaba?
  • Muchísimo. Luego sacó un vibrador de la mesilla y empezó a pasármelo por la rajita, a hurgarme el agujerito…. se me iba la cabeza. No paraba de darme cremita… Cuando me metió la puntita, me hizo impresión, pero no daño. Al cabo de un ratito, lo tenía todo dentro y era una locura. Lloriqueaba de gusto.
  • ¿Y te corriste?
  • Todavía no. No me dejó. Me lo sacó y me apuntó la polla. Lo vi en el espejo: se untó la polla de crema. La tenía como una piedra. Me la apuntó al culo y me agarró por las caderas.
  • ¡Ufffff…!
  • No me hizo daño. Como me lo había dilatado con el vibrador… Fui sintiendo como entraba muy poco a poco y, cuando la tuve toda dentro, me incorporó y me subió la falda. Tenía tus braguitas a medio muslo, y la pollita como una piedra. Me chorreaba. Empezó a besuquearme el cuello y a follarme despacio. Cada vez que me apretaba, era como si me estallara por la espalda, un calambrazo. Lloriqueaba de gusto.
  • ¿Y te la meneaba?
  • No. Ni me la tocaba. En realidad, era como si supiera que no hacía falta. Al cabo de un rato, empecé a correrme como nunca. No salpicaba ni nada. Ma salía la lechita como un chorro manso y suave.

El aire denso, cargado por la lumbre, el brandy y la luz cambiante del fuego animando las sombras dotaban al cuarto de un aire irreal. Me incliné para besar sus labios y Sonia devolvió mi beso. Sus dedos manipulaban los botones de mi pantalón para liberar mi polla. La tomó entre los suyos y comenzó una caricia lenta haciéndolos resbalar sobre ella lenta y suavemente.

  • Si hubieras respondido…
  • ¿Cómo?
  • Alguna de aquellas noches cuando iba a tu cuarto…
  • ¿Qué hubiera pasado?
  • No sé…
  • Claro. Yo tampoco. Si no te hubieras ido…
  • Necesitaba distanciarme.
  • ¿Eres gay?
  • No. Nunca lo fui.
  • ¿Y aquello?
  • Aquello era un juego. Papa lo dijo, y yo jugaba.
  • ¿Y tienes novia?
  • No. Nunca he tenido pareja. Ni siquiera la busco.
  • ¿No te gustan las chicas?
  • Sí… Nunca me olvidé de ti.

Se inclinó y la metió en su boca, y yo sentí como si volviera atrás, como si Sonia se hubiese despertado y me devolviera mis caricias. Jugueteaba con ella entre sus labios, con la lengua, y me retrotraía a aquel momento lejano, cuando me fui de casa de tanto quererla pensando que no podía ser.

  • Vas… vas a hacer… que me…
  • Córrete…

Me dejé ir en su calor temblando quedamente, sintiéndola, mirando sus grandes ojos oscuros, que me devolvían la mirada entre los muslos.

  • Se te han puesto muy grandes.
  • Pues tu pollita sigue siendo igual.
  • Ya…

Sentada de nuevo en el suelo, dándome la espalda, me incliné sobre ella para besarle los labios y me gimió en la boca. Bajo las bragas, me reencontré con su vello jasco. Era mullida y cómoda. Su carne había perdido aquella dureza de entonces, y su piel era más suave. Gimió. Como entonces, sus labios se abrían para mí entre los dedos.

  • ¿Sigues invirtiendo?
  • Gestiono capitales, sí.
  • Papá nos ha dejado mucho dinero.
  • ¿Sí?
  • Muchísimo. Podrías quedarte aquí y gestionarlo.
  • ¿En Madrid?
  • En mi casa. Bueno, en casa… Aquí.

Hicimos el amor de todas las maneras. Lo hicimos como niños, sin vergüenza ni miedo. Nos lamimos, nos besamos, nos tocamos y nos follamos por todas partes durante toda la noche, durante todas las noches. Fue como si se hubiera despertado una de aquellas tan lejanas. Gemimos, jadeamos. Follé su chochito, su culo, y ella metió sus dedos en el mío. Jugamos como niños, como si no me hubiera ido.

Veinte años después, seguimos juntos.