In memoriam

En pocas líneas explico una serie de hechos que han marcado muy especialmente mi vida. Unos hechos que juventud que explican quién soy y como soy. Es un relato para el corazón, no para la polla. Espero que os guste

Este relato ya lo he publicado anteriormente en otra web, e incluso diría que ha sido copiado en parte o en su totalidad; pero es una historia muy especial para mí. En pocas líneas explico una serie de hechos que han marcado muy especialmente mi vida. Es un relato para el corazón, no para la polla. Espero que os guste

IN MEMORIAM

Estoy felizmente casado y soy padre de familia y sin embargo una nube de duda ensombrece mi felicidad. Tengo que retroceder más de treinta años. ¿Parecen muchos, verdad?. Pero la vida es como es y nuestros hechos pasados siempre pesan en nuestro karma.

En aquella época de estudiante de bachillerato (¡quién volviera a vivir aquellos años!), dentro del grupo de amigos y compañeros, había uno muy especial. Un gran amigo que se llamaba Carlos y que era totalmente opuesto a mí. Él, de cuerpo atlético, pelo largo castaño claro y que recogía en una cola de caballo, "de letras" y no muy buen estudiante. Yo, físicamente desgarbado, pelo corto y negro, "de ciencias" y uno de los mejores estudiantes del centro.

Éramos felices estando juntos, extraordinariamente felices. Carlos no se entendía bien con su familia y yo le hacía de paño de lágrimas. Sus padres no veían con buenos ojos que saliera con amigos de su edad, sin embargo yo tenía bula. Iba frecuentemente a su casa, me invitaban a comer y su madre intentaba sonsacarme cosas de su hijo y convencerme de que tenía que hablar con él para que cambiara de forma de ser. Realmente no entiendo la razón de esa obsesión. Carlos era una de las mejores personas que yo he conocido y lo único que necesitaba era que le dejaran ser él mismo.

Aquel era el último curso antes de la Universidad y como de costumbre yo acabe con muy buenas notas, mientras que a Carlos le quedaron tres o cuatro asignaturas. Mis padres se iban de vacaciones dos semanas y yo me quedaba en Barcelona trabajando para ahorrar dinero e irme después a mi aire (mis padres eran muy tolerantes y me dejaban vivir mi vida, ya desde muy joven). No se como lo conseguí, pero convencí a los padres de Carlos de que se podían marchar y de que yo me ocuparía de hacerlo trabajar. Carlos estaba radiante de poder vivir dos semanas fuera del control continuo y agobiante de sus padres y me invitó a que me fuera a su casa a pasar esos días ya que las vacaciones de nuestras familias coincidían.

Mantuvimos nuestros planes en secreto, no fuera que no les parecieran bien y nos aguaran el verano. Nada más marcharse mis padres, metí en una bolsa cuatro cosas y me fui a casa de Carlos. Me abrió la puerta, sacando sólo la cabeza y haciéndome pasar deprisa. Estaba desnudo, absolutamente desnudo.

Va desnúdate y ponte cómodo, que en esta casa hace mucho calor.

Era cierto, hacía mucho calor y la situación no me causó ningún enojo. No era la primera vez que estando solo me recibía en su casa de esa guisa, nos habíamos bañado desnudos en ríos de montaña e incluso no habíamos masturbado uno frente al otro; así que, en el fondo, era una situación normal. Me comencé a desnudar y la verdad que no puedo recordar como comenzó la cosa, pero acabamos revolcándonos desnudos el uno sobre el otro riendo como tontos y metiéndonos mano. La cosa no hubiera pasado de un juego entre amigos si, en un momento dado, Carlos no hubiera comentado

Estás trempando, se te ha puesto dura, Ricardo.

Y era verdad, tenía una incipiente erección. Nada extraño en una situación de contacto físico como aquella, pero aquello tomó un aire totalmente inesperado para mí. Carlos acercó sus labios a mi verga y me dio un beso en la punta retirando hacía atrás el prepucio que cubre mi glande.

¿Qué haces Carlos?"- Interrogué sorprendido, mientras un escalofrío placentero recorría mi cuerpo.

Me miró sonriendo y me dijo:

Tranquilo, necesitas correrte y para eso están los amigos.

Abrió la boca y se tragó mi miembro semierecto. Era la primera vez que alguien que no fuera yo mismo tocaba mi sexo y me gustaba, me gustaba mucho. Protesté débilmente y sin convicción. Le deje hacer y acabé en poco tiempo corriéndome en su boca. Cuando acabé de expulsar toda mi leche en medio de intensas contracciones que llenaron de gozo todo mi cuerpo, Carlos se incorporó y su polla totalmente erecta quedó a la altura de mi cara. Muy sereno, aún con restos de mi leche entre los labios, musitó:

Mira que caliente me he puesto, pero tranquilo, si no me la quieres chupar, no lo hagas. ¿Me haces una paja?.

Sin contestar alargué la mano y empecé a agitar torpemente el miembro de mi amigo. Poco a poco me centré en lo que estaba haciendo y mis movimientos se volvieron más rítmicos y precisos. Había visto aquella polla en innumerables ocasiones, pero jamás me había fijado en ella. Larga y no muy gruesa, coronada por un glande sin prepucio, grueso, rotundo y carmesí, acompañada por unos testículos colgantes, también grandes y cubiertos de escaso bello claro, muy claro, apenas perceptible, como la mata de bello que cubría su pubis juvenil.

Carlos acabó con un profundo gemido de placer duchándome con su esperma. Nos bañamos y pasamos el día sin comentar nada de lo sucedido. Yo pensé que se había tratado de una locura aislada de unos jóvenes necesitados de sexo, pero no fue así. Dormíamos en la misma habitación, él en su cama y yo en la de su hermano. Yo estaba desnudo, tumbado en la cama boca arriba y con los ojos cerrados intentando conciliar el sueño. Me estaba acariciando el sexo maquinalmente y sin demasiada premeditación, pero, como muchas veces, acabé masturbándome, Carlos debió oírme, y sin que yo me percatara, se acercó a mi cama y volvió tomar mi pene erecto con su boca. Esta vez no dije nada, aparté mis manos y me relajé dispuesto a lograr el mayor placer posible. Acabé de nuevo corriéndome en su boca. Se limpió los labios con el dorso de la mano, se acostó a mi lado y me dijo al oído:

Ahora me toca a mí, ¿no?

Me incorporé y sentado en la cama le hice una paja, una paja concienzuda y meticulosa. Quería verlo gozar en toda su plenitud. Durante aquellos momentos no quité el ojo de miembro erecto de Carlos. Observaba como crecía entre mis manos, como las venas se marcaban hasta parecer que iban a estallar, como el glande se congestionaba y como los testículos se iban contrayendo a medida que nos acercábamos al gran momento. Cuando estalló en una serie de potentes chorros blanquecinos, que se elevaron con fuerza en el aire como una fuente, sentí una extraña sensación. El semen resbalada por entre mis dedos, dando a su verga un aspecto brillante y un tacto untoso y no paré hasta que su erección cedió totalmente. Carlos no regresó a su cama y pasamos juntos el resto de la noche, cuerpo contra cuerpo, en aquella cama estrecha, mezclando nuestro sudor y nuestro semen en el calor de la noche.

Aquello se repitió varias noches más. Cada vez me lo pasaba mejor, tardaba más en correrme y me excitaba más masturbarle, y sentir su esperma salpicando mi cuerpo y corriendo por entre mis dedos. La última noche, dormía placidamente cuando sentí que Carlos me abrazaba por la espalda. Estaba muy excitado, su sexo erecto se metía entre mis muslos rozando con el mío y su bello pubiano acariciaba mi culo. Con una mano asió ambas vergas y comenzó a masturbarnos a los dos a vez, mientras me musitaba:

Es nuestra última noche, hemos de celebrarlo.

Cuando consiguió que me pusiera en forma, me volvió de cara hacia él, se colocó de costado metiéndose mi polla en su boca y dejando su sexo a la altura de mi cara. Esta vez no me lo pensé dos veces y dejé que su verga erecta fuera penetrando lentamente entre mis labios. La sensación era absolutamente extraña para mí. El placer me invadía, lo vivía como una experiencia en la que lo estaba compartiendo todo con mi mejor amigo. Difícilmente se puede pensar en una compenetración mayor, era como si los dos fuéramos uno sólo. Cuando las primeras gotas de líquido seminal llegaron a mi boca, lo sentí mío, más mío que nunca y cuando finalmente nos corrimos, fue como una comunión de cuerpos y mentes, el máximo exponente de camaradería que podíamos manifestar en ese momento.

Al día siguiente, nuestros padres regresaron de vacaciones y todo volvió a la monotonía de todos los veranos. Yo me marché en septiembre con otros amigos y a la vuelta me encontré que Carlos no había aprobado y debería repetir curso. En noviembre empezaron las clases en la Universidad y Carlos y yo dejamos de vernos diariamente; pero nuestra amistad no se vio afectada. Los componentes del grupo de amigos tuvimos la gran suerte de poder disponer de una trastienda para podernos reunir y ese fue el detonante para que se iniciara una temporada de tórridas fiestas con poca luz, mucho alcohol, algunos porros y todo el sexo que podíamos, que dejaban tras de sí un rastro de vasos sucios, ceniceros llenos, condones usados y olor a semen. Después de cada escarceo amoroso, allí estaba Carlos, con un cigarro en la boca, un vaso en la mano, sentado junto al tocadiscos, haciendo de DJ y dispuesto a escuchar el relato de mi éxito o a compartir las penas de mi fracaso del día. Jamás hablamos de lo ocurrido en el verano, ni volvimos a tener experiencias semejantes. Poco a poco los ánimos se fueron calmando, surgieron parejas estables y las fiestas pasaron de ser partidas de caza a reuniones de parejas de amigos. Carlos y yo nos quedamos solos, sin pareja femenina, tan buenos amigos como siempre y con el secreto de aquel verano en el recuerdo. Pero nada en este mundo es eterno, yo conocí a una chica fuera del grupo que me gustaba mucho y Carlos se convirtió en el confidente de mis dudas y en el compañero de mis maniobras para coincidir con ella y poder hablar un rato.

Se acercaba Carnaval, y organizamos una fiesta de disfraces. Decidí invitar a Carmen, así se llamaba mi aspiración y durante la fiesta confesarle mi deseo de que saliéramos, de que fuéramos pareja. Así se lo expliqué a Carlos, que sólo me dijo:

¡Que tengas suerte!.

La fiesta trascurría normalmente y durante un baile le propuse a Carmen que saliéramos a dar una vuelta. Quería que estuviéramos solos para declararme. Ella aceptó y bajo el frío de aquella noche de febrero manifesté mis intenciones. Carmen no me rechazó, pero tampoco me dijo claramente que sí y volvimos a la fiesta. Al entrar nos encontramos con un revuelo enorme. Carlos, absolutamente borracho, se había subido a una mesa, bajado los pantalones y mostrando una tremenda erección había empezado a masturbarse gritando:

¡Soy un maricón, un maricón de mierda!. ¿Nadie quiere chuparme la polla?. Por favor, que alguien me haga una mamada.

En aquel momento yo no estaba para nada que no fuera Carmen, que además quería irse a su casa. Así que me marché para acompañarla y sin preocuparme de lo que había pasado. Carmen y yo estuvimos un buen rato hablando en el portal de su casa y nos despedimos con un beso en los labios apenas insinuado. Estaba contento, todo parecía que iba a salir como deseaba. Al día siguiente y ya sereno, Carlos confirmó su homosexualidad y Carmen y yo comunicamos nuestro emparejamiento. Alguien comentó que lo de Carlos no le extrañaba y que pensaba que yo era su pareja. La cosa no tuvo mayor trascendencia, se asumió que en el grupo había un homosexual y que había surgido una nueva pareja. Poco a poco, a medida que las parejas se iban consolidando, el grupo fue diluyéndose. Mi relación con Carlos fue haciéndose cada vez más lejana, y finalmente perdimos el contacto.

Años después, Carmen y yo nos casábamos y durante este tiempo iban llegando noticias de Carlos. Finalmente se había marchado de casa de sus padres, abandonó los estudios y entró en el mundo de la marginalidad: paro, drogas, pequeños hurtos, etc., etc. Un día llegó la terrible noticia que en el fondo todos esperábamos, Carlos estaba ingresado en un hospital, agonizando víctima del SIDA.

El día de su entierro ha sido él más duro de mi vida. Alguien, que había sido mi gran amigo y camarada, moría con apenas 35 años. La muerte siempre es dura, pero en estas condiciones más. Como complemento, tuvimos que oír al cabrón del padre de Carlos diciendo a todo el mundo:

No sé a que vienen tantos lloros. A fin de cuentas ha muerto como se merecía por drogadicto y maricón.

Tuve que contenerme, para no agarrarle por el cuello y darle de bofetadas allí mismo. Al final del acto, me dirigí a dar el pésame a su pareja, la persona con la que había convivido y le había cuidado los últimos años de su vida. Mientras me acercaba a él escuché a un grupito de hombres de una cierta edad que le señalaban diciendo con evidente desprecio:

Mirad, ese es la "viuda".

Debían ser bestias de la misma calaña que el mal nacido de su padre, probablemente del mismo círculo de machos intolerantes. Es increíble como puede haber gente que sea así. No nos conocíamos, me presente y le tendí la mano. Me miró fijamente a la cara y se me abrazó llorando y diciéndome:

Así que tú eres Ricardo. Carlos me había hablado muchísimo de ti.

Sentí que con aquel abrazo compartíamos cosas que las palabras no pueden describir y yo también lloré, lloré amargamente, en el hombro de aquel desconocido con el que el destino había hecho que tuviéramos cosas muy íntimas en común.

Aquel encuentro disparó una alarma en mi conciencia, me percaté de lo imbecil que había sido al no darme cuenta que Carlos estaba... (la verdad que no sé que palabra utilizar), digamos simplemente que me quería. No puedo apartar de mi mente que la brutal confesión que hizo de su homosexualidad -en el mismo momento en que yo me estaba declarando a la que hoy es mi mujer- era un último intento desesperado de llamar mi atención. Pero en aquel momento en que Carlos me necesitaba más que nunca, abandoné a mi amigo a su suerte, preocupado exclusivamente por conseguir a Carmen. Y hay una pregunta que me hago y no me atrevo a contestarme: ¿Qué hubiera sucedido si me hubiera percatado de la situación o si él me hubiera confesado sus sentimientos?, ¿Qué hubiera sido de mi vida?, ¿Viviría Carlos?.

Estas ideas me torturan desde entonces, sobre todo porque hay un factor adicional. Adoro a mi mujer y a mis hijos, nuestra vida sexual es satisfactoria; pero me siento tremendamente atraído por los hombres. Cosa que casi nunca he hecho con las mujeres, sigo con la mirada a los jóvenes atractivos que me encuentro por la calle, intento imaginármelos desnudos y fantaseo sobre lo que ocultan en su paquete. Y sobre todo, los chicos con pelo castaño claro, largo y recogido con una cola de caballo me producen una tremenda excitación. Raramente explico a nadie mi secreto, mi secreto duramente guardado durante años y que me ha ido corroyendo poco a poco, sin que me diera cuenta.

Mi familia no lo sabe, pero practico sexo con hombres. Necesito de vez en cuando dar rienda suelta a mis deseos más ocultos y sentirme penetrado por un sexo masculino duro y potente. Me agrada el tacto del semen cálido y pegajoso sobre mi cuerpo, sentir vibrar de placer una verga entre mis manos, devorar un sexo morfológicamente como el mío y ser devorado por un hombre que siente las mismas necesidades que yo. Probablemente estoy buscando a Carlos; pero Carlos, mi gran amigo, el camarada de mis mejores tiempos, no volverá.