In media res

Me odiarás por esto.

G regorio intentó abrir la hebilla de su cinturón para quitarse la correa y hacerse un torniquete, pero le temblaban tanto las manos y era tal la cantidad de sangre que tenía en los dedos que el maldito trasto se le escurría constantemente, impidiendo realizar una cosa tan sencilla y tan trivial como quitarse la correa del pantalón. Por la cantidad de sangre que había en el suelo de su apartamento calculó que le quedaban un par de minutos antes de entrar en shock. En su profesión lo había visto muchas veces. Tenía que volver a intentarlo, no podía perder el tiempo en buscar el teléfono o pedir ayuda a través del portátil, ni tampoco ponerse a dar gritos con la esperanza de que algún vecino lo oyese.

Todo eso podría hacerlo después, más tarde. Pero primero tenía que impedir que la vida se le escurriera a borbotones por la arteria femoral.

—Vamos, vamos, vamos… —gimoteaba en un susurro lleno de pánico.

Desde algún lugar de la vivienda le llegaban los llantos del pequeño Raúl, probablemente estaría encerrado en el cuarto de baño. Durante el ataque, el niño había demostrado un coraje y una templanza más propia de un adulto que de un crío de seis años, pero en esos momentos debía de estar absolutamente aterrado.

Desesperado, Gregorio se restregó las manos encharcadas de sangre contra la camisa para secarlas y volvió a tirar del cuero, sujetando y accionando el diminuto mecanismo con dedos temblorosos. La pequeña pieza de metal se le volvió a escurrir y Gregorio soltó un alarido de fustración y pánico a partes iguales, golpeando el esquivo cierre con el puño.

La hebilla saltó y se abrió.

Gregorio la miró incrédulo durante dos preciosos segundos antes de reaccionar. Destrabó la hebilla, tiró de un extremo de la correa y levantó la pierna herida para pasarla por debajo y rodearla. Apretó con saña, con la fuerza suficiente como para insensibilizar el muslo. En ese momento escuchó un gemido cerca de él. Se giró y vio el cuerpo de la adolescente que los había atacado. Durante el forcejeo ella le había disparado en el muslo, pero él consiguió arrebatarle el arma y golpearle con ella en la cabeza.

Se estaba despertando.

Gregorio comenzó a arrastrarse por el suelo hacía ella, dejando un rastro de sangre tras él.

Mientras escuchaba los llantos de su hijo pequeño su cerebro bullía con una serie de interrogantes:

—«A esa muchacha la conozco desde que era una niña, incluso ha hecho de niñera de Raúl cuando me tocaba guardia en el hospital, ¿por qué ha hecho todo esto? ¿Por qué atacarnos? Parecía lúcida y no tenía aspecto de estar drogada. ¿De dónde sacó el arma?, por el amor Dios, ¡es una cría!, no tendrá ni dieciséis años. Esto no tiene pies ni cabeza».

El cuerpo de la chica volvió a agitarse y su cabeza giró en la dirección en la que se encontraba Gregorio. Tenía los ojos abiertos y miraba a un punto a medio camino entre ellos dos.

Gregorio siguió la mirada y vio el arma bajo la mesita del salón.

Ambos se movieron al mismo tiempo, arrastrándose por el suelo para alcanzarla antes que el otro.

No sé si lo he conseguido, pero es probable que ahora sientas ganas de saber qué ocurre a continuación; puede que incluso te preguntes cuales son los motivos por los que los personajes han acabado en la situación que acabo de describir.

Tranquilo, jamás lo sabrás.

Lo que acabas de leer es conocido en el mundo literario como «in media res».

Cito textualmente de la Wikipedia: « In medias res (latín: ‘hacia la mitad de las cosas’) es una técnica literaria donde la narración comienza en medio de la historia».

Tú, como escritor o escritora tienes varias opciones (infinitas) para comenzar tu relato, pero para tí, como lector, solo existe una válida: aquella que te invite a continuar leyendo lo que has escrito.

Ahora te pregunto a ti como lector, ¿te hubiera llamado más la atención si hubiera comenzado la historia diciendo que:

«Hola, mi nombre es Gregorio y soy un hombre de 32 años, mido 1,79m y peso 81 kilos; tengo el pelo moreno ligeramente canoso en las sienes, pero es sedoso y fuerte; no estoy muy musculado pero tampoco estoy gordo, soy así como normal. Tengo los ojos de color marrón rasgados con pestañas masculinas y mi barba así como cortita, pero arreglada.

Cuando me desperté me afeité antes de ducharme y tomé un café cargado como a mi me gusta. Luego me puse mi pantalón negro de marca cara, con pernera suelta y cinturón marrón de hebilla de metal con unos gemelos de acero blanco a juego. Mi camisa azul claro, con tres botones desabrochados para que se me vea el pecho lampiño.

Esto lo digo para que se hagan una idea de mi aspecto formal y arreglado, y que soy guapo y atractivo, pero no mucho, no me vayan a confundir con un afeminado o un gay, jajajaja; así, cuando lean toda mi historia y estén bien calientes, piensen en mí con ese aspecto, o sea, quiero decir en mi personaje, porque Gregorio no es mi alter ego , que vá. Lo que he descrito no es una versión idealizada de mi mismo, uy no, no te equivoques. Gregorio es un personaje de ficción, jajaja, nada que ver conmigo.

Bueno, ahora paso a describir a otro personaje, que seguro que te mueres de ganas por saber cómo son todos mis personajes físicamente, ¿a que sí?».

Vosotros veréis, pero yo hubiera acompañado a esos dos en la carrera por conseguir la pistola que había debajo de la mesita.

Pero para pegarme un tiro.

No es necesario que todas las historias comiencen «in media res», pero sí que lo hagan de tal manera que despierten un mínimo de interés. Naturalmente, en casa de herrero cuchara de palo: yo también he pecado de comienzos insulsos y aburridos (y seguiré haciéndolo, seguro). Al menos intento no espantar a la gente con largas descripciones que no aportan nada y que el lector olvida nada más leer.

Y si no me crees, ¿serías capaz de recordar la edad, el peso y la estatura de Gregorio así como el color de sus ojos y la ropa que llevaba?

Seguro que sí.

K.O.