Imprevisto II

Me animarón a crear esta continuación, espero la disfruten, saludos!

Imprevisto.

II

  • ¡Quédate!... ¡Quédate conmigo Liliana!

Su mirada triste respondió por ella, me evadió y llevo a cabo su plan de subirse en el taxi.

Sin girarme a ver, mi corazón roto pudo sentirla partir. No volvería a verla.

Ocho meses luego *

Observe la hora en mi reloj, la una de la tarde, recién despierto, estoy en el departamento de Dayana, llevo tres días aquí, el olor de la manipulación en forma de pasticho animo mis sentidos. Me coloque su short de hello kitty y fui a la cocina.

  • Sabía que con solo olerlo vendrías.

  • ¡Tienes que dejarme ir!

Se pegó a mi cuerpo, si quisieras irte, ya lo habrías hecho. Beso mis labios suavemente. Además, ¿De qué te quejas?, te estoy dando sexo ilimitado y tus platos favoritos.

Para que negar que ambas cosas estaban siendo bastante placenteras.

Termine de comer, en realidad un par de días más aquí y tendrían que sacarme rodando. Un poco de ejercicio me haría bien, pensé observando su silueta recostada del lavaplatos, tomando mi ruta hacia ella sonó el timbre.

  • ¡Oh! Debe ser mi nueva

roommate

, ¡Quédate quieta! – la mire traviesa.

Recogí mi camisa que estaba tirada detrás del sofá.

  • ¿Llegue en mal momento?

  • No vale, solo estoy con una amiga.

Incrédula me erguí detrás del sillón. Liliana y yo nos observamos con asombro, palidecí, Dayana lo entendió de inmediato y trato de disimularlo, hizo un ruido tosco con su garganta para recordarme que mi pecho continuaba parcialmente cubierto. Salí de mi impresión.

  • Liliana ella es mi amiga Alejandra, Alejandra ella es mi antigua compañera de la facultad, Liliana.

Allí estaba yo, terminando de abotonar mi camisa más seria con los calzones más rosa que me había atrevido a usar en la vida, en la posición más incómoda que jamás pude imaginar. Ninguna de las dos decía nada, Dayana se inquietaba.

  • ¡Veo que se conocen! – nos empujó un poco Dayana. Yo solo deseaba que me tragara la tierra.

  • Si – sonreí – me sorprende verte de vuelta en la ciudad.

  • Acabo de llegar. ¿Cómo se encuentra la señora Isabel?

  • Excelente, se está portando bien con su tratamiento y esas cosas. Suele preguntarme por ti.

  • ¡Dale mis saludos por favor!

Sonreí de nuevo, estaba nerviosa, mil cosas pasaban por mi mente, y la veía tan serena. Creo que nunca logre penetrar su coraza.

Otro segundo incomodo me tomo pensar en una salida de escape, le sonreí a Dayana.

  • Voy a alistarme, debo irme, fingí ver la hora en mi reloj. Fue un placer verte Liliana.

  • El placer fue mío, dio su mejor esfuerzo en imitar una sonrisa.

Me introduje en la habitación, en 3 segundos ya tenía puesto mi pantalón y buscaba mi segundo zapato, blasfemándole al universo.

  • ¿Qué sucede Alejandra?

  • ¡Debo irme!

  • Es ella ¿no es cierto?

La mire, para que mentirle, si lo es, respondí, debo salir de aquí Dayana, te llamo luego.

Dayana entro en mi vida justo una semana luego de yo haberle rogado a Liliana que se quedase, me consumía el despecho para entonces y ella me ayudo a sanar, la gratitud por sus cuidados no alcanza para llamar a lo nuestro amor, pero la estábamos pasando bien, me sentía tranquila a su lado. Pero ya es tiempo pasado.

Salí a paso firme de la habitación, Dayana tras de mi entendió que no era momento de decirme más nada. Con sorpresa notamos que Liliana se había ido, la sala estaba sola y la puerta abierta.

“Dada las complicaciones obvias no puedo quedarme contigo Dayana, de igual manera te agradezco”

El formal mensaje que me reenvió Dayana, Liliana se lo había enviado una hora luego de huir del departamento. Ya iba una semana de aquello y solo atendía mensajes de Dayana, del resto la evadía totalmente mientras Francis me lo reprochaba con enojo y frustración.

  • A ver cabeza dura ¿Por qué la viste ya no vas a seguir intentándolo con Dayana?

  • No – observo satisfecha por un segundo – porque la vi es que me di cuenta que no puedo seguir jugando con los sentimientos de Dayana, no puedo darle lo que ella espera de mí. Me observo dudosa. Solo trato de ser responsable ¿sí?

  • ¡Solo buscas una mínima excusa para buscarla! ¡Luego de que te rechazo y aun piensas en ella!

Agache la mirada. ¡No lo hagas! ¡Oye lo que te digo, no la busques!

Par de semanas pasaron y dude de mi ridiculez, ¿Por qué dejar a Dayana?, Francis estaba en lo correcto, de alguna manera esperaba que el destino me trajese a Liliana de vuelta.

Mi madre inocente me preguntaba por ella, si habíamos continuado teniendo contacto, ¡pobre vieja!, si tan solo supiera todo lo que ha pasado, ¡me mataría!

La tentación me consumía, ¿debía llamarla? ¿Buscarla? ¡Darle un cierre a todo esto!

Pero una vez más mi madre seria razón para encontrarnos.

Salíamos de la cita médica con el especialista en el hospital, chequeo de rutina.

Ella venia, entraba por el corredor, con su sonrisa natural y su cabello suelto. Mi madre la observo con alegría, yo quise entrar en pánico. Nos saludamos, todo normal, “

normal”,

¿Cómo puede estar todo normal?

Mamá se alejó un momento para despedirse de las enfermeras, Liliana y yo nos miramos a los ojos sin decirnos nada. Me sentía sudando. Hizo un gesto para decir algo, yo solo aguarde, se arrepintió por un segundo y prosiguió con su impulso.

  • Me gustaría mostrarte algo, ¿te puedo llamar luego?

  • Claro – respondí intrigada, mi madre salió, nos despedimos y partimos.

Deje a mi madre en casa y en vez de proseguir con mi día, partí a mi casa, en un intento desesperado de refugiarme en la lectura, tome el primer libro que encontré y comencé a leer. Las ansias me consumían pero tenía prohibido llenarme de expectativas.

El celular solo se dignó a sonar hasta pasada las 6pm.

  • ¿Crees posible que vengas a un lugar?, quiero mostrarte algo.

  • Dame la dirección. De inmediato reconocí el lugar y partí para allá.

Una clínica. Tercer piso, consultorio 7.

La encontré en medio de una habitación vacía. La pared falta de pintura le daba un toque tétrico al consultorio.

  • Por un momento creí que no vendrías. Me saludo.

  • ¿Por qué no hacerlo? – respondí con politiquería.

Me analizo un segundo.

  • Este consultorio está disponible para mí, dadas sus condiciones me dejaron la renta más económica. No es como lo había soñado…

  • Pero puede llegar a serlo – la interrumpí entendiendo el motivo de su invitación.

Ignore por un momento que estaba con ella, me concentre en el sitio, en cuál sería la mejor manera de remodelarlo. Ella comprendiendo lo que yo hacía, guardo silencio unos minutos.

  • ¿Lo crees posible? – volví a notar su presencia solo para fijarme sin reparo en aquellos lindos ojos oscuros durante el instante que me tomo asegurarle que dejaría aquella habitación mejor de lo que podría imaginarse.

Pase de no saber de ella en ocho meses a verla casi a diario. Escogíamos juntas colores, telas, materiales. Ambas moldeábamos el que sería su lugar de trabajo. Pero al acercarse la semana decisiva no la deje volver al consultorio por un par de días, quería instalar todo y que se llevara la grata sorpresa de ver aquella pálida pieza en un cálido lugar para ejercer su profesión.

“Vamos a cenar”, le envié. Accedió y pase por la posada en la cual se quedaba; por rechazar la propuesta de Dayana, o mejor dicho huir de su casa, aun no consigue sitio para alquilar; sorprendida pronto noto que la llevaría al consultorio.

Los ojos relucientes centraban todo, tratando de no dejar pasar ni el más mínimo detalle.

  • ¿Cómo pudiste culminar tan pronto? Sonreí. Tomo asiento en la silla del escritorio, una que compre por muy bajo costo y solo tuve que mandar a tapizar. Yo de pie junto a la puerta la veía cual niña jurungar todo. Abría las gavetas, encendió la lámpara que le sitúe para que visualizara con claridad los Rx. Se adentró al baño, probo la tubería nueva que había instalado, abrió las puertas del pequeño closet, halago las lámparas, se percató del detalle de las iniciales de su nombre sublimemente tallado en cada objeto.

  • ¡No puedo creer todo el trabajo que has hecho! ¡Es maravilloso!

  • Eso no es nada, le respondí con entusiasmo, ven acá. Tome su mano y la ayude a subir en la camilla.

  • ¿Por qué me haces subir a la camilla? Pregunto sonriente y ansiosa.

De pie delante de ella, hundí una palanca con mi pie, la camilla subió un poco. Dio un pequeño salto.

  • La lleve al taller de mis amigos locos, la acolcharon y le colocaron este sistema, similar a las sillas de las peluquerías, le señale el pedal cerca del suelo, cuando tengas un niño de paciente podrás subir la camilla lo que gustes o te sea necesario. Hundí de nuevo el pedal, dando otro pequeño sobre salto sonrió. Quedo a mi altura, justo a mi frente.

  • ¿Qué te parece?

  • Me encanta, susurro sin apartar su vista de mí.

Se sacó el sobretodo, la mire sin razonar. Un segundo tardo en besarme, dos tarde yo en reaccionar. La suavidad del beso se tornó desesperada y violenta de un instante a otro. Recordé lo sedienta que me hallaba por sentirla. Apenas oí sus zapatos salir volando, concentrada besaba su escote, los botones de su blusa cedían ante mi contacto. Me alejo de ella para alzarse en sus propias manos y solicitar mi ayuda para despojarle el pantalón, lo hice sin perder tiempo, la desnudez y perfección de sus piernas intento distraer mi mano de su destino final. Los besos apasionados enloquecían mis sentidos al instante que me reencontré con ese lugar preciado suyo. En unos vibrantes minutos la agilidad de mi mano sacaba suspiros y gemidos ahogados de ella. El clímax intenso nos arropo pero ella sin dar tregua siguió moviendo su cadera, exigiendo más de mí, con la respiración en tensión seguí su desquiciante ritmo, “suave” susurro suplicante, cerré mis ojos para controlar mi frenesí. Ahora era la agilidad de su cadera quien nos guiaba delicadamente por el camino de la demencia. Detalle sus ojos cerrados, entregados a sentir, su cabeza reclinada hacia atrás y el gesto pícaro de su boca, mordiendo su labio inferior un segundo previo a aumentar la velocidad y el ritmo con ímpetu y elegancia, paso uno de sus brazos alrededor de mi cuello apoyando su peso en mí. Entendí que era el momento, subí mi ritmo, mi fuerza, mi intensidad y sin demora la sentí contraerse por mí.

Agitada abrió los ojos para mirarme.

  • ¡Carajo! – Exclamo empujándome lejos de ella – ¡la puerta!

Apenas en ese momento note que no la habíamos cerrado, antes de que yo si quiera procesara algo de aquellos últimos 20 minutos, ya tenía el jean de vuelta sobre ella  se colocaba los zapatos.

  • ¡No sé qué decirte! – Aquí viene el rechazo; fue lo único que paso por mi mente - ¡No podría percibir una mejor manera de decorar esto!

¡Jodida habilidad de hacerse la loca!

  • Y eso que no has visto el cuadro que encargue para ti – asombrada término de ajustar su atuendo – mañana lo buscamos.

Seguí su liderazgo y no pregunte nada, la acababa de tomar allí, en el sitio en el cual trabajará durante quien sabe cuánto tiempo pero para ella no había pasado nada, debía fingir que para mí era igual.

  • ¡Vamos cenemos! Y discutiremos lo que debo pagarte, seguro esto se salió del presupuesto que estaba pago… y siguió hablando de finanzas lo que resto de noche, yo solo seguía como autómata lo que me decía.

La lleve a su aposento y partí al mío, a no dormir, a no saber que desear, que esperar.

A mitad de mañana fui en su búsqueda, para llevarla a una humilde galería de un conocido, un tanto bohemio pero talentoso.

Liliana.

Debe creer que no tengo la más mínima capacidad de sentir, pero ¿que se suponía que debía decir?, ese arrebato no estaba en mi agenda, ¿Cómo logra desactivar mi raciocinio?

Entramos a un galpón, yo fingía detallar todo pero solo la detallaba a ella, en el fondo de mi esperaba que me diera un empujón, que me obligara a hablarlo, pero conocía con total certeza que si lo hacía solo recibiría de mi parte un incomprensible rechazo.

Varias pinturas yacían tiradas o colgadas por el lugar.

Alejandra se sacó sus gafas de sol y se acercó a darle la mano a un hombre alto, blanco, de ojos claros y lleno de pintura. Lo introdujo ante mí.

-

Mademoiselle.

Sonreí con gracia al verlo besar mi mano. Alejandra detallo el gesto, me apene al instante.

  • Bueno Salazar – hablo con tono rígido – muéstrale a la señorita lo que te he encargado por favor.

  • ¡Claro!, sigan por aquí. Nos llevó más adelante en el pasillo. Helo aquí, las dejare un minuto a solas.

Se retiró dejándonos frente a un cuadro algo torcido pero artísticamente hermoso.

Una doctora yacía agachada frente a un hombre, elevaba su corazón por fuera del cuerpo del paciente, su rostro lucia afligido, preocupado; el detalle era impactante; un vestigio de alas se dibujaba alrededor del médico. El paisaje tétrico les hacía contra luz a los personajes. Todo en la pintura me impactaba.

  • ¿Te gusta? – Susurro su autor un poco cerca de mí.

  • Si – le sonreí.

  • Perfecto, no se diga más, envuélvela por favor.

  • Enseguida. Dio un paso y se giró de vuelta. Sé que es atrevido pero ¿te dejarías retratar?

Reí - ¿Yo?

  • Tienes un rostro hermoso. Me sonroje y el partió ante el sonido de Alejandra aclarando su garganta.

  • Gracias le dijo ella, repleta de seriedad, tomando el cuadro en sus brazos y dirigiéndose de inmediato al auto.

Salazar fijo sus felinos ojos en los míos con una picardía atractiva para mí.

  • Espero volver a verte, utilizo para despedirse de mí, solo le sonreí.

Incomoda no sabía cómo lidiar con el silencio de vuelta en el auto, Alejandra trato de ocultar su enojo tras las gafas de sol.

Colgó la pintura en su lugar, el consultorio había quedado perfecto, no había un solo detalle que yo pudiese cambiar.

  • ¿Te gusta? – pregunto con la misma seriedad que la había envuelto toda la mañana.

  • Me encanta. ¡Está perfecto! Sonreí buscando alivianar la tensión.

Interrumpió mi impulso por decir algo más.

  • Me alegra mucho, te veo en la cita médica de mamá, el mes entrante.

Sonrió, beso mi mejilla y salió, di un par de pasos tras ella y me contuve, esto de seguro es lo mejor para ambas.

Alejandra.

Yo puedo ser la persona más serena que existe sobre la faz de la tierra pero no me jodas, tengo mis limites; ¿Cómo puede usarme con tal facilidad?, aparte llega este payaso seudo francés a dársela de galán. Simplemente no pude resistir más.

Un par de meses pasaron, lleve a mi madre a la segunda consulta con ella.

  • ¡Qué pena que se vaya! – oí decir a unas personas que salían del consultorio, no preste mayor atención.

Tras el correspondiente saludo Liliana procedió a chequear minuciosamente el estrado de salud de mi madre. Todo perfectamente normal.

Yo sonriente permanecía en silencio. Detallaba la pintura, recordaba cómo me identificaba con el paciente de aquella escena, con ella con mi corazón extraído por esa carita angelical.

  • Me temo que debo enviar la actualización de tu historia al hospital, de nuevo con el especialista – oí aquello y de inmediato me puse alerta.

  • ¿Qué sucede? ¿Por qué?

Liliana me observo dudosa, ¿no la oíste?, pregunto con enojo mi madre; debe irse, cerrará el consultorio.

Atónita quise más información.

  • No logro hallar un alquiler coherente o por lo menos cercano a la clínica, no podré mantenerme aquí durante mucho tiempo.

Observe a mí alrededor, todo el trabajo, toda su ilusión por estar en el consultorio desvanecida por un mísero detalle de alquileres.

Daban las seis de la tarde cuando salíamos de la consulta, no teniendo más pacientes, me ofrecí a llevarla.

Mamá la alentaba a quedarse un poco más, la conversación en el auto solo giro en torno a aquello, yo silenciosa no paraba de pensar.

Dada la cercanía de la casa de mi madre a la clínica, la deje a ella primero y continuamos nuestro viaje a la posada donde se estaba quedando Liliana.

  • ¡Estas inusualmente callada!

  • Es que no puedo creer que te vayas, que abandones todo así.

  • No lo estoy abandonando, he intentado de todo. O los precios son exagerados o los lugares de arriendo son demasiado lejanos, solo me queda volver a intentar en mi tierra.

  • Eso ya lo hiciste y por algo volviste ¿no?

Frustrada poso sus ojitos tristes en mí, comencé a hablar sin el mínimo dominio y control de mis actos.

  • Deja de lado lo que ha pasado entre nosotras y escúchame – sorprendida cambio su semblante, aparque el auto frente a la posada – mi apartamento tiene espacio.

  • Alejandra no creo que…

  • Te digo, olvida lo que ha pasado entre nosotras, no te pido que te cases conmigo y que vivamos juntas, te digo que en mi apartamento hay suficiente espacio, si ya habías considerado quedarte con Dayana pues no es la gran diferencia quedarte conmigo, esta es una oferta como una amiga, no tengo doble intención alguna.

  • ¡Sé que no la tienes! Pero igual es complicado.

  • No lo es, tengo una habitación, tú necesitas una, si quieres me pagas alquiler lo que tú quieras me da igual, pero no abandones el consultorio, sé que te está yendo bien y mudarte solo retrasara tu progreso.

Guardo silencio, yo sincera me sentí tranquila por ofrecerle mi mano amiga, después de todo es lo mínimo que podría hacer por ella.

  • ¡Debo pensarlo!

  • ¡Eso es! Exclame entusiasta, yo solita me ponía la soga en el cuello.

Dudosa y pensativa se bajó del auto, un par de días pasaron hasta que acepto mudarse a mi departamento, contenta la recibí, al principio fue extraño pero luego todo fluyo, a la final no era que nos veíamos tanto como uno podía pensar, ambas pasábamos el día fuera, y llegábamos agotadas a descansar.

Sábado por la tarde, mi usual “cita” con Francis, charlábamos en la sala, viendo una película de HBO. Apenas y logro contentarla, dejar de ver a Dayana, remodelar el consultorio, invitar a Liliana a vivir conmigo, todo la había sacado de sus casillas. No había visto a Liliana ese día, aparentemente había dormido hasta tarde y fue hasta algo entrada la noche que oí la ducha de su habitación.

Tranquila seguía hablando con Francis, discutíamos qué cenaríamos, daban aproximadamente las ocho y escucho el timbre. Algo sorprendida me dirijo a la puerta.

  • ¿Salazar? ¿Qué haces aquí?

  • Hola Alejandra, estrecho mi mano como solíamos hacerlo, vengo por Liliana, ¿se encuentra?

Francis y yo nos observamos, ehmmm si, dudé, ya la llamo.

  • Lili te buscan, afirme cerca de su puerta.

Salazar de pie en la entrada lucia sus jeans llenos de pintura y su cabello un tanto enmarañado. Ella perfecta salió de su habitación con una falda blanca que prudentemente resaltaba sus piernas y una blusa del mismo color que enaltecía su pecho.

  • Gracias Ale, hola Francis – saludo pasando por el living, le dio un beso en la mejilla a Salazar – te dije que esperaras abajo, le susurro.

Yo incrédula seguía los movimientos de ambos hasta que tras despedirse salieron de mi campo visual.

Tome asiento, Francis preparaba el gatillo.

  • ¡No puedes ser tan pendeja en la vida! ¡Está saliendo con ese loco, que tú misma le presentaste! ¡No puedo creer esto!

En silencio seguí un rato, no quería decir nada, ya que no podía entender nada.

Francis notando mi estado no partió, pasó la noche conmigo. Buscaba distraerme de lo que yo pensaba, la hora que era y que Liliana no llegaba.

Oír la puerta siendo abierta y cerrada con cuidado a media noche fue lo único que me permitió conciliar un poco el sueño. La ira de saberla pasar la noche con él me consumía el alma.

Sentí que arrojaron objetos sobre mí, Francis abría las cortinas para que el sol me despertara.

  • Ya estuvo bueno no puedo permitir que sigas con esta actitud tan patética, dejaste a Dayana, no sales, no haces nada, y esperas que mágicamente ella se enamore de ti, - enojada arrojaba ropa sobre mi cama.

  • ¿Qué rayos quieres Francis?

Restregaba mis ojos, había tenido una terrible noche y ahora esto.

  • Vas a levantar tu deprimente trasero y aprovecharas que Dios aun te ama y te ha enviado de vuelta a Dayana, te escribió para almorzar y eso harás así tenga que llevarte a rastras.

  • ¿Qué carajos dices? ¡Déjame en paz! – Me recosté de nuevo, arrojo agua sobre mi cara - ¡Qué demonios!

  • Levanta tu pálido trasero he dicho, es en serio Alejandra, deja de compadecerte de ti misma y de esperar por imposibles, te levantarás y te irás a almorzar con Dayana y si es posible te la follarás hasta que se te caiga la mano. ¡Vamos levántate!

Tras un infantil forcejeo entendí que si no hacia lo que decía jamás me dejaría en paz, me duche y vestí, me mostro el mensaje de Dayana indicándome el lugar al cual ir. Partí de inmediato, ya era un poco tarde.

La vi al fondo, recién tomaba asiento en una mesa arrinconada, como suelen gustarle, por lo menos no la había hecho esperar.

La salude con un beso en la mejilla, la pequeña pelirroja estaba más hermosa de lo que la recordaba, pero sabía que yo no debía estar aquí.

  • Me sorprendió ver tu mensaje – Me dijo, yo tomaba asiento, asombrada note que Dios no me amaba para traerme a Dayana de vuelta, sino que la terquedad de Francis había forzado toda la situación - Pero admito que me alegro saber de ti. Así que Liliana está viviendo contigo – Francis, Francis ¡Carajo!

  • Si bueno es raro – sonreí – no es lo que podría parecer.

  • Si lo sé, me lo dijiste, ¿recuerdas?

  • ¡Claro! Fingí estar al tanto. Disculpa que te evadiera estos meses.

Me sincere.

  • Tranquila, de igual manera yo tuve bastante trabajo.

Ordenamos la comida.

  • Si querías un pasticho decente bien podríamos haber ido a mi casa. Afirmo coqueta, podría jurar que me sonroje.

Guarde silencio el instante que nos servían los platos.

  • ¿Me dirás algo?

  • Es que no sé por dónde empezar – o debería decir no sé qué te ha dicho Francis ya, pensé.

  • Lo haré yo entonces, tomé aire, me pareció muy tierno que me expresaras sobre tu temor a herirme, y lo agradezco, pero no corres ese riesgo, creo que esto es un mal entendido.

La mire intrigada.

  • Yo no quiero que te enamores de mí, ni quiero una relación romántica, un noviazgo.

  • Pero – balbucee recordando su trato conmigo, si eso no es romance ¿qué lo es?

  • Estoy en una ciudad que no es propia, mi familia está lejos y no cuento con tiempo para nada mas allá que algún compartir, lo que teníamos era perfecto para mí, el sexo era maravilloso y yo amo cocinar, a ti te encanta comer, y estando tan enamorada como lo estás de Liliana – casi me asfixio con el bocado de pasticho, intente refutarlo y su sonrisa me calló -  tengo toda certeza de que no nos complicaremos la vida. Eso es todo lo que yo quería decirte. Si funciona eso para ti, créeme que para mí más.

Guarde silencio, pase la servilleta de tela por mis labios. Recordé a Salazar buscar a Liliana, el regaño de Francis y mis semanas sin un contacto cálido con ninguna dama.

  • ¿Crees que estemos a tiempo de comer en tu casa?

Sonrió y asintió, pague la cuenta y partí a cumplir con las ordenes de Francis y de mis deseos carnales. Relajada regrese al departamento, Liliana en el living solo me observo curiosa, sin decir nada.

Liliana.

Mi conciencia desconocía la razón por la cual yo deseaba ocultarle que estaba saliendo con Luis, o Salazar como lo llama ella. Lo desconocía casi al mismo nivel del porque decidí aceptar su invitación a salir. Y mayor aún era mi confusión luego de haber salido con él, no era tan agradable y caballeroso como lo aparentaba. Pero todo en mi quería lanzarme por cualquier camino que me alejara de lo que en realidad sentía por ella.

Incomodo fue encontrarme con la noticia de que Dayana y ella salían de nuevo, bueno hacían más que salir, veía más a Dayana de lo que veía a Luis, pasaba noches en el departamento, las oía reír, conversar, con recelo la veía cocinarle a Alejandra y con mayor disgusto me imaginaba las otras actividades que seguramente llevaban a cabo.

Retome mi interés por una pieza en alquiler.

Ya sin pena y con algo de búsqueda de retribución, lo admito, permitía o mejor dicho le pedía a Luis que me buscase hasta el departamento, si yo veo a Dayana, Alejandra también podía ver a Luis, aunque seguramente no le importaba en lo mas mínimo.

Viernes en la noche, Luis acababa de buscarme pero tuve que regresarme, olvide mi celular. En el sofá estaban ellas besándose, trague grueso, como decimos acá.

  • ¡Lo siento! ¡Olvide mi celular! – Dayana reponía su camisa y Alejandra apartaba el labial carmesí de sus labios. Luis entro un par de pasos tras de mí.

  • ¡Hola chicas! – su entusiasmo lo asocie con el de todo hombre al ver una pareja de lesbianas, ese tono levemente morboso que tienen ellos, me asqueo.

Alejandra reservada lo saludo, Dayana indiferente atendió su celular.

  • ¿Qué harán? – pregunto él, alargando la conversación justo cuando yo más quería huir de allí.

  • Cenar, respondió Dayana pegándose a Alejandra, no supe identificar si lo hacía apropósito.

  • Deberíamos ir juntos, ¿no creen?

Alejandra y yo fruncimos el ceño, buscando disimularlo inmediatamente, me causo gracia aquella simetría.

  • Si, ¿Por qué no?

Tentó Dayana. Alejandra retomando la seriedad asintió y partimos al estacionamiento.

Nos acercamos al auto de Alejandra, Luis tomo la vía hacia el lateral izquierdo para subir al auto, mientras que Alejandra abría la puerta para Dayana, culmino su gesto caballeroso con ella para repetirlo conmigo, le sonreí.

Tomamos camino a un restaurante elegante, observe la fachada del lugar y el jean pintorreado de Luis. Resaltaría en aquel lugar.

De nuevo Alejandra atendía caballerosamente a Dayana abriendo la silla para ella, Luis tras ver aquel gesto quiso imitarlo, tome asiento por mi cuenta.

Alejandra sonriente solicito una botella de vino blanco. Luis descaradamente observaba a Dayana, a la mesera y a cuanta falda se le pasaba por al frente, lejos de celarlo me generaba repugnancia y sorpresa detenerme a pensar como había aguantado su presencia hasta este punto, ciertamente le agradecía al cielo por no haber permitido que nada con él trascendiera a algo más de un par de besos.

El silencio se apodero de mí la mayor parte de la noche.

  • Este cordero estaba delicioso – exclamo Luis limpiándose con la servilleta – iré al baño pero al volver ya tengo un tema para que discutamos – alzaron sus miradas para verlo, yo trataba de ignorarlo – intercambio de parejas – Dayana tosió, ahogada con el vino, incrédula observe su rostro tranquilo diciendo tales disparates – ¿Lo han pensado?

Y se fue, Alejandra con su rostro enrojecido arrojo la servilleta sobre su plato.

  • Discúlpenme.

Yo muda no supe que decir, Dayana y yo nos observamos, y la vimos ir tras él.

  • ¡Oh por Dios que apenada estoy! – Dayana sonrió con lastima devolviendo su copa a la mesa.

  • Sí que has tomado malas decisiones Liliana. Opto por decirme, tensé mi mordida, me enojo saber que tenía razón.

  • Ya regreso – quise levantarme pero la llegada de Alejandra me contuvo.

  • Tranquila no volverá a molestarte – me afirmo con su rostro totalmente serio y su camisa manchada de vino.

  • ¿Qué sucedió? – inquirí preocupada, buscaba mayores indicios de forcejeo pero no halle ningún otro.

Dayana acaricio su brazo justo como yo desee hacerlo ¿estás bien? Le susurro.

  • Tranquilas, perdonen por el penoso incidente.

  • La que debe disculparse soy yo – debatí.

Me miro ya más relajada, ¡no ha pasado nada!

  • ¡Quiero irme! Afirme con hastío. Esta era sin duda la peor noche de mi vida.

  • Claro, vamos, no tenemos ya nada que hacer aquí.

  • Puedo tomar un taxi Alejandra, tranquila.

  • ¡No como crees! Afirmo Dayana sin dejar de ver el rostro de Alejandra. Lo más conveniente es partir; culminó.

Llegamos al departamento, Dayana usando de nuevo su tono de lastima me deseo una feliz noche y se adentró a la habitación de Ale, yo suspire apenada.

  • Ale de verdad lo siento – ella tomo una botella de agua de la nevera, ya más relajada y sonriente me pidió que olvidara todo lo ocurrido.

Inicio sus pasos hacia su habitación.

  • ¿Qué le dijiste? – no soporte la curiosidad.

  • Eso no importa, lo que importa es que no volverá a molestarte.

Me guiño el ojo y continúo su ruta.

Alejandra.

Dayana con mayor avidez busco mis labios y sedujo mi cuerpo, me hizo rendirme ante su cabello rojizo y sus encantos. Olvide por la noche todo lo que había sucedido, pero al amanecer temí que se le hubiese olvidado su propio discurso y toda aquella seducción y táctica hubiese sido para distraerme de la presencia de Liliana. Pero era yo la que estaba totalmente distraída pues ni en lo más mínimo era esa su intención.

Sonriente se vestía frente a mí.

  • ¿Dormiste bien?

  • ¡Excelente!, tomé asiento, la atraje hacia a mí para besar sus labios, darle los buenos días.

Fugazmente me rozó - ¡El labial! – reí. Me estiraba, despertando mi cuerpo, pensando en algo delicioso para desayunar, moría de hambre, esa cena había sido un fiasco en todo sentido – ya es hora.

  • Espera te llevo. Me levante.

  • No Ale, no me refiero a eso. Tomó asiento instándome a hacer lo mismo.

  • Ya no podemos vernos más.

Capte que lo salvaje de la noche anterior no era más que una despedida.

  • Ella esta lista Ale, has lo que tengas que hacer, serán una gran pareja.

No supe que decir, me abrazo, la correspondí, me regaló un te quiero y otro beso. Atónita solo atine a decirle que la quería, y era cierto, sentía por ella una gran admiración y aprecio, era una mujer por demás bella, inteligente, sensual e interesante; y sin entrar en detalles sé que gracias a ella logre calmar mis ansias y mis sensaciones desbocadas por Liliana.

Salió de mi departamento y de mi vida sin mayor drama.

Bebía mi café, Liliana salió, serví uno para ella.

Observaba sus piernas descubiertas por el short del pijama, sus ojitos aun tomando ritmo para el día que le esperaban, ¿tendría razón Dayana?

Par de días luego ambas notamos que ninguna salía con nadie, que estábamos solas de nuevo, nos encontrábamos en el sofá cada noche para apreciar algo en la tv mientras cenábamos, me conversaba de su día y yo del mío, era sencillamente espectacular aquello, algunas variables entraban en escena sin alterar la dinámica de ninguna manera, amaba ver como su hermana venía a visitarnos, o mi madre cenaba con nosotras, Francis venía a ver alguna película; resignada jamás volvió a intentar regañarme, todas las piezas encajaban por si solas, pero yo aún no sabía cómo terminar y ponerle pegamento a aquello que inocentemente construíamos, ¿cómo formalizaba aquello que ya éramos? ¿Cómo le hacía ver lo funcional y estable que éramos juntas?

Tras un par de semanas, un miércoles la lleve al terminal, iba a su casa, a ver a sus padres, no quiso que yo la llevara. Le di su espacio. Sentí especial y distinto su abrazo de despedida, más cálido de lo normal. Un beso en la mejilla lento y tierno, antes de partir.

Una semana estaría lejos, Francis venía a hacerme compañía y fastidiarme un poco. Martes en la noche recibo un mensaje, Francis no paraba de hablarme sobre una conquista y yo me quede muda al leer el texto.

  • ¿Qué sucede?

  • Lee – le di mi celular.

  • Aja un mensaje de Liliana ¡que novedad! – Guardó silencio antes de proseguir – “llévame a una cita”.

  • ¿Es lo que yo creo?

  • Si pendeja, ahora sí. Te llevo más de un año pero como que ahora si quiere.

Su sorpresa no se comparaba a la mía.

  • ¡Respóndele pues!

  • Y ¿Qué le digo?

  • ¿Cómo que qué le dices?, dile que sí, o mejor aún dile el cuándo y la hora, ponle firmeza.

  • Pero ¿estas segura de que es…?

  • Si gafa, escríbele de vuelta, me entrego el celular.

“Viernes a las 8 pm”; le envié.

  • Y ahora ¿A dónde carajos la llevo?

Francis se burló - ¿Te vas a acobardar ahora?

  • ¡Jamás!

Llego de viaje el jueves en la mañana, fui a buscarla al terminal, la lleve a casa y sin decirnos nada la tónica de nuestro trato había tenido un ligero cambio, una chispa picara nos inundaba. Me sentía a las puertas del cielo, tan solo esperaba por San Pedro y una luz verde que me ceda el paso.

Viernes a las ocho, puntual salí de mi habitación para llamar a la suya, era jocoso aquello pero quería mantener la tradición, ella seguía siendo independiente de mí y yo caballerosamente debía ir por ella. Abrió la puerta con una radiante sonrisa en su rostro, lucia perfecta, su cabello negro liso bamboleándose contra sus hombros, un vestido ceñido que me recordaba lo perfecto de su silueta, y yo allí una pobre mortal deseando salir con un ángel.

La lleve a uno de los restaurantes más lejanos de la ciudad, un poco rural, una hacienda, la mesa estaba en un balcón, por supuesto con luz de velas y de la luna. Era un cliché aquello, pero no espere tanto para llevarla a una arepera en cualquier esquina, eso no, hoy no.

Conversamos y poco a poco fue cediendo mi nerviosismo, tras la comida aun degustábamos del vino y tome su mano sobre la mesa, sonrió ante el gesto, complacida me acerque un poco más a ella.

  • ¡Espere mucho por este momento!

  • Te confieso que yo también.

Correspondió mi gesto, brindemos por nosotras, alzó su copa, por al fin tener la valentía de hacer esto. Apretó mi mano en la suya, chocamos suavemente nuestras copas y busque besar su mano.

  • ¡Estas hermosa!

  • Gracias, se sonrojo un poco, este vestido me lo dio Sofía, creo que en casa estaban más ansiosos que yo porque esto sucediera.

Reí.

  • No quiero que vayamos rápido; asentí, estaba de acuerdo con ella; el hecho de que vivamos vamos el mismo techo ya es mucha rapidez, no quiero que lo arruinemos.

  • Tranquila que todo fluirá, ya no pueden pasarnos más cosas raras de las que nos han pasado.

Reímos. La velada estuvo maravillosa, sus labios me llamaban, anhelaba poseerlos, literalmente fantasee con mil modos de besarla durante toda la noche pero debía aguardar, y sobretodo no arruinarlo.

De nuevo, jocosamente la deje en su puerta, me despedí rozando la comisura de sus labios, abrazándola antes de adentrarme a mis aposentos.

Múltiples citas sobrevinieron a aquella, la lleve al cine, al teatro, a conciertos de la orquesta de la universidad, a cuanto evento me topaba así fuese una película interesante en Netflix, cualquier excusa era perfecta para compartir tiempo con ella, y en cada cita adelantaba mis líneas, ya los besos eran normales entre nosotras, contaba las horas del día para rozar esos labios de nuevo.

Es irónico lo sé, hemos estado juntas previamente y ahora es que decidimos a tomarlo lento, pero tendría que llegar el día en que decidiéramos hacer las cosas bien.

Liliana.

Amaba verla reinventándose una cita cada par de días, ella seguía creyendo que aun debía hacer méritos por, no digamos mi amor, suena demasiado poético, ni digamos por estar conmigo pues ni que fuese una princesa yo pues. Digamos méritos por llamar mi atención, y ni si quiera notaba que mi atención estaba más que centrada en ella.

Regresamos de una promoción de grado de la facultad de medicina; como de costumbre me escolto hasta mi puerta. Bese sus labios un par de veces antes de pedirle que pasara, ya habíamos esperado suficiente.

Su cuerpo no era extraño para mí, su tacto no me era desconocido, su habilidad mucho menos lo era, pero algo en ella, en todo el ambiente estaba completamente distinto. Encantadoramente distinto. No quiero llamarlo magia, pero se parecía mucho a eso.

Luego de hacer turismo de aventura cada una en la otra nos recostamos a descansar. Reposada sobre su pecho jugaba con su mano en la mía mientras sentía su respiración relajarse, lista para dormirse.

  • ¿Qué piensas? – pregunto con tono dormilón.

  • En todo el tiempo que desperdiciamos.

  • No lo desperdiciamos

  • ¿Ah no?, replique.

  • Lo invertimos. Me corrigió.

  • ¿Cómo es eso?

Alcance sus labios.

  • De otra manera no valoraríamos lo que ahora tenemos.

FIN