Impaciencia.
Un hombre muy sexual, y un encuentro furtivo muy inusual.
Como hombre, no soy nada sutil a la hora de la conquista. Me gusta ponerme en el rol de “macho conquistador de la hembra” y voy siempre al grano sin vueltas. No me van ni el histeriqueo ni esa cosa de los “juegos previos”, y a la hora del sexo apunto directo a lo que busco: coger, a full. Tampoco me van los sentimentalismos, siempre fui demasiado carnal y me jacto de disfrutarlo plenamente. Por eso estuve siempre con minas guarras, de esas que te comen con la mirada de entrada y ya te dicen lo que buscan y quieren sin palabras. Para qué perder el tiempo en hablar si se puede ganar en sexo desaforado y salvaje.
Esa noche salimos con un amigo -gran compañero de andanzas- y en viaje en su auto me iba comentando sobre la supuesta “reunión” a la que íbamos, y ya me relamía por la descripción que hacía de las mujeres que encontraríamos disponibles en el lugar. Mi pene palpitaba anticipándose a la gran acción que seguramente tendría a lo largo de la noche. Llevaba en uno de mis bolsillos una cajita de preservativos, y en el otro un sobre de pañuelos descartables como siempre. Llegamos y ya se vislumbraba desde afuera el ambiente lujurioso del lugar, y lo que más me motivaba: muchas mujeres, todas vestidas para matar. Apenas entramos hice una vista panorámica del todo, y de repente me crucé a poca distancia con unos hermosos ojos verdes que me miraban provocativamente. Nos hicimos ambos a la vez una vista completa de pies a cabeza con mirada furtiva, y cuando mis ojos se clavaron en sus grandes pechos atrapados parcialmente en el escote profundo de su vestido, ella me tomaba de una mano llevándome hacia la pista para bailar.
Comenzó a menearse lentamente muy sexy, mientras yo no podía apartar mi mirada de su escote; sus pezones se notaban a través del vestido y eran un show irresistible para mí. La tomé por las caderas trayendo su cuerpo hacia el mío y acompañando sus movimientos a ritmo, mientras rozaba mi pecho con los suyos y me rodeaba con sus brazos por el cuello. Asomándome por su espalda pude ver el escote pronunciado que llevaba por detrás justo hasta donde comenzaba su cadera, y por lo ceñido del vestido cómo se dibujaba un pequeño triángulo en su trasero de formas muy apetecibles. Sin dejar de bailar con su pelvis pegada a la mía, fui resbalando con mis manos por su espalda desnuda hasta llegar a sus nalgas hasta estacionarlas en la redondez de ese trasero de muñeca y presionarlo contra mí pronunciando sus movimientos. Al notar que ella también tomaba mi trasero con sus manos haciendo el mismo movimiento, comencé a deslizar las mías recorriendo esas curvas peligrosas que ya comenzaban a inquietarme demasiado. Posé mis labios en su cuello, lo besé y enseguida deslizando mi lengua le hice saber que estaba preparado para todo, y ella comenzó a girar su cuerpo llevando mis manos hacia su vientre y apoyando esa cola infernal en mi bulto, continuando con su danza frenética. Mis manos subieron por su vientre hasta debajo de sus pechos sosteniéndola firmemente para que siguiera con ese apoyo coreográfico que me iba enloqueciendo. Hasta que ya sin poder ni querer controlarme subí con ambas manos a sus pechos masajeándolos y presionándolos, y ella girando su cabeza buscaba con su boca la mía hasta devorarla en un beso de lengua alucinante. Aprovechando el tumulto que nos dejaba escaso espacio para desplazamiento, deslicé una de mis manos desde su escote hasta la entrepierna buscando su sexo por sobre el vestido y palpándolo como podía. Ella continuaba moviéndose y presionaba mi mano con las suyas cubriéndola, y su lengua continuaba luchando con la mía por dentro y fuera de las bocas, con euforia. Ya no quise esperar más y le susurré al oído que fuéramos a otro lado, y enseguida tomó mi mano y abriéndose paso entre la gente me llevó hacia un pasillo en semipenumbra que atravesamos observando a distintas parejas en situaciones candentes. Llegamos a una puerta al final que abrió rápidamente, y luego cerró tras de mí.
Era un cuarto de depósito pequeño y con una luz tenue que me provocaba más excitación aún. Se quitó el vestido rápidamente y esos pechos monumentales quedaron frente a mis ojos mirándome con sus pezones enormes, incitándome al placer. Me saqué la remera con la misma velocidad, y mientras desabrochaba mi pantalón la vi quitarse la tanga y sentarse en un pequeño banco de madera con las piernas abiertas. Todo parecía tan perfecto para mí que dejé que mis pantalones cayeran solos al suelo mientras bajaba mi boxer mostrándole justo a la altura de su cara cómo mi pene se había puesto por ella. Di unos pasos para acercarlo a su boca, y entonces ella me frenó posando sus manos en mi pelvis y mirándome sonriente. Tomó mis manos entre las suyas y las llevó hacia su cara, y cuando yo volvía a dar un paso al frente para acercar mi sexo desesperado a su boca, ella giró su cuello hacia un lado y llevó mis manos hacia sus orejas. Comencé a acariciarlas con cierta extrañeza, mientras ella tomaba mis dedos y los empujaba por los orificios de sus oídos y volvía a mirarme a los ojos con esa expresión de gata en celo que me mataba. Acerqué mi pene a su cuello y lo deslicé suavemente, incitándola a que se acercara con su boca, pero ella nuevamente hizo torsión hacia un lado y seguía empujando mis dedos en sus oídos. Me invadió un nerviosismo desesperante en medio del cual atiné a apartar mis manos y llevarlas a sus pechos, ante lo cual ella las tomó suavemente volviendo a colocarlas sobre sus orejas. Luego estiró sus brazos tomando mi cara entre sus manos y haciendo que me colocara de rodillas delante suyo, y nuevamente cuando intento acercarme con mi boca a sus pechos me retiene y la lleva hacia una de sus orejas. Pensé que podría tratarse de algún fetiche o juego caliente para ella, y entonces sin dudar me dediqué plenamente a lamerlas una a una, primero por fuera y luego por dentro, chupándola y entrando con mi lengua por cada espacio posible.
Mis ojos no podían creer el espectáculo de su cuerpo cambiando sus tonos y texturas de un momento a otro por tan solo hacer lo que hacía. Primero las areolas de sus pezones tan grandes comenzando a arrugarse y empequeñecer hasta volverse como un par de pasas deliciosas endurecidas que invitaban a ser paladeadas a mordiscones. No me permitía tocarla ni tampoco ella se tocaba; solo se movía en pronunciadas contracciones y balanceaba su cuerpo como si algo estuviera penetrándola, casi atravesándola, y lo único que hacía era tener uno de mis dedos introducido en una de sus orejas, mientras con mi boca succionaba el lóbulo de su otra oreja como si fuera su sexo y luego jugaba adentrándome en su oído con mi lengua penetrándola imaginando su vagina completamente mojada.
Cuando por fin se puso de pie, el banco tenía el dibujo de un caminito húmedo y viscoso por la frotación frenética de esa mujer que me estaba enloqueciendo con su extraño placer. En medio de mi impostergable calentura me incliné y deslicé mi lengua por el almohadón de esa silla, como para degustar un poco el sabor de su sexo de alguna manera. Cuando me incorporé ella se había colocado detrás de mí, y comencé a sentir cómo comenzaba a deslizar ahora su lengua por una de mis orejas mientras con una de sus manos masajeaba el lóbulo, y con su otra mano jugueteaba en mi otra oreja. Mi miembro ya estaba completamente erecto y segregando sustancia por demás, y comencé a desesperarme pensando en abordarla súbitamente para penetrarla de una vez. Pero ella tomó mis manos entre las suyas, quizás intuyendo mis intenciones por mi nivel de excitación tan evidente, y penetraba una a una mis orejas con su lengua lánguida y hábil, proporcionándome un placer que jamás hubiera imaginado como posible. Ya cuando sentí que succionaba mis lóbulos de a turnos con una desesperación inusitada, creo que perdí el control sobre mí en todo aspecto, y antes que pudiera pensarlo estaba acabando contundentemente quedando las huellas de ello estampadas en la pared. Y entonces, a pesar de mi visión algo borrosa por mi estado de éxtasis, pude verla a gatas frente a la pared con esa cola irresistible empinada y esos pechos letales colgando sensualmente... limpiando mis jugos con su lengua hasta no dejar ni un solo rastro… lamía lánguidamente la pared manchada por mi explosión.
Sentí algo cercano a la impotencia –aunque no sexual, claramente- ante toda esa situación, pero en verdad era tanto más el placer y tan extraño por lo insólito, que permanecí inmóvil mientras veía cómo ella me acomodaba la ropa y luego hacia lo propio con la suya. Finalmente me miró con una expresión picaresca, casi infantil, me guiñó uno de sus ojos, y salió del cuarto. Fui detrás de ella, pero entre el tumulto no pude seguir sus pasos y me quedé parado sin terminar de procesar lo ocurrido. Ni en mis fantasías más descabelladas hubiera imaginado ni imaginé nunca algo así. Lo pensaba y no lo creía. Todavía me recorría todo el cuerpo un hormigueo irresistible, tanto como esa casual compañera que difícilmente olvidaré.