Imagina.

Tú y yo en nuestro pequeño refugio.

Imagina.

Una larga playa desierta. El cielo está encapotado pero se puede ver el amanecer. Los tímidos rayos del sol naciente se cuelan entre los claros. En medio de la playa hay una tienda de campaña solitaria. El mar está en calma y sólo se oye el suave sonido de las olas y alguna gaviota ocasional. La mosquitera de la tienda está abierta, mecida por la suave brisa.

Si te acercas, podrás verme, tumbada boca abajo, desnuda sobre un revoltijo de mantas. No importa cómo me llamo, cómo soy o mi edad. En realidad esos detalles ya están dentro de tu cabeza. Una breve ráfaga de viento se cuela en la tienda, erizandome todo el vello del cuerpo. Éste es nuestro refugio secreto, nuestro pequeño rincón, donde podemos estar juntos siempre que queramos. No sé si es real. Tal vez si. O tal vez sólo existe en nuestra imaginación.

Siento un movimiento detrás de mí. Cierro los ojos. Puedo sentir cómo te acercas, por fin despierto. Me relajo, esperando tu tacto y, de repente…. Aaahhhhh… Me penetras sin previo aviso.Te has subido sobre mi sin apenas darme cuenta. Sonrío pese a la sorpresa. Por fin has decidido qué hacer con esas erecciones matutinas.

Con una mano sobre mi hombro y la otra sobre tu pene, lo diriges directo a mi sexo. Apoyas el glande suavemente sobre mis labios vaginales, empujando un poco, haciendo que se abran al intruso invasor. Y entra. Mi vagina está seca, estrecha, cerrada… pero no será así mucho tiempo. Pese a todo, lo encuentro extrañamente placentero.

Me susurras

“Buenos días”

al oído. Tus manos han pasado bajo mis axilas y me sujetan los hombros. Te agarras a ellos para empujar con un poco más de fuerza. Un nuevo susurro.

“Es hora de despertar”

. Y empujas aún más fuerte. De una sola embestida tu pene entra por completo en mi coño cerrado.

Siento tu cálido aliento junto a mi oreja, tu respiración entrecortada.

“Dicen que el ejercicio a primera hora es muy sano…”

Aún no he podido reaccionar a esa devastadora embestida y ya estás sacando el miembro. Pero no del todo, la punta sigue dentro. Intento recuperarme y tomo aliento.

“¿Me quieres?”

me preguntas en voz muy baja al oído. Apenas he empezado a balbucear un sí cuando me penetras sin dudar. Hasta el fondo. Uffff. Golpeando las entrañas. Estás frenético. Desatado. Quieres estar dentro de mí, necesitas poseerme. Tu cuerpo pide más y más, no puedes reducir el ritmo y tu pene arde, queriendo explotar.

Entras y sales sin control, rápido. Fuerte. Como si ésta vez fuese la primera. Como si fuese la última. Tu pelvis golpea contra mis nalgas con un sonido seco. Agghhh. Te gusta oir esa música. Y mis gemidos. No paras. Cada vez más deprisa. Me tienes bien sujeta. Soy un juguete en tus brazos. Y me gusta. Siiii. Siento que te falta poco, que ya estás cerca. Empujas aún más fuerte si cabe. La sensación de penetrarme sin condón te vuelve loco, sientes cada movimiento amplificado.

Hasta el fondo. Ahhh… Te mueres por correrte dentro de mí, por llenarme de semen. Necesitas descargar toda esa tensión, sentirte ligero, libre, agotado… feliz.

“Lléname”

. Pero en realidad no he llegado a pronunciar la palabra.

“No pares, sigue, si…”

No sé si las palabras están saliendo de mi garganta o sólo las estoy pensando. Y de repente todo se detiene. Con un sonoro suspiro, siento como tu semen caliente se dispara dentro de mi. Mi vagina está inundada. Aún sigues en mi interior, pero siento como el semen chorrea por los labios de mi sexo. Mmmmm… Pese a que no me he corrido, he disfrutado de esta faceta tuya tan… impulsiva.

Te separas un poco de mi, pero no te levantas. Siento el peso de tu cuerpo sobre el mío.

“Buenos días, dragoncito. Te quiero”

te digo con un hilillo de voz, abriendo por fin los ojos. Me besas en el cuello, con mucha delicadeza. Y me dices que me quieres. Una gota, cálida y salada cae sobre mi mejilla. Estás temblando. Emocionado. Sorprendido.

“Ven, túmbate junto a mí. Veamos cómo amanece”.