Imagina
Imagina por un momento que tú estás en mi cuerpo y sientes lo que yo siento cuando estamos en la cama.
"En las relaciones sexuales dentro del matrimonio, la mujer obtiene menos amor del que pensaba, y el hombre menos sexo del que esperaba" Dicho Popular
Imagina que, por un momento nuestros cuerpos se intercambian, tú eres yo, y yo soy tú. Notas que tus pechos han crecido hasta transformarse en unas hermosas tetas y tu pene da lugar a una cálida vagina. Todo tu cuerpo se ha despojado del exceso de vello y músculo. Ahora tu piel es más suave y tersa, y tu figura, antes angulosa, ahora está llena de sensuales curvas. Mi cuerpo también ha cambiado. Ya no es el de una mujer sino el tuyo, el de un hombre.
Me aproximo hacia ti y mi mano roza la piel de tus pechos. Los acaricio un poco, estrujándolos entre mis manos. Mi boca se abre para recibir uno de tus pechos mientras mi mano recorre tu cuerpo hasta llegar a tu entrepierna. Ahí hurga hasta que un dedo logra introducirse en tu vagina, que recién empieza a lubricarse, por lo que encuentro un poco de resistencia. Empiezo a moverlo dentro de ti y tu emites pequeños jadeos de placer. Te está gustando, lo disfrutas tanto que ahora tu vagina ya está totalmente húmeda. Mi mano continúa ocupada en tu cavidad mientras mi lengua recorre tus pechos, jugando un poco con tus pezones. No pasa mucho tiempo antes de que acerque mi miembro a tu boca. Tú la abres y le das unas lamidas. Luego te lo metes y yo empiezo a bombear, hacia adentro y hacia fuera repetitivamente. Tu lengua recorre todo mi pene, jugando con mi glande.
Te lo saco de la boca y me acomodo entre tus piernas. Nos encontramos con la típica, por no decir monótona, posición de siempre. Tu abres tus piernas y yo meto mi pene dentro de tu vagina. El roce de nuestro miembros hace que empieces a gemir de nuevo. Disfrutas cada movimiento, al igual que yo. Nuestras respiraciones se entrecortan por el esfuerzo realizado. Una y otra vez entro y salgo de ti. Tus ojos me miran sonriendo, estás feliz. De pronto, siento que ya no puedo más, que he alcanzado ese punto sin retorno en el que aguantar el orgasmo es ya inútil. De mi potente miembro sale un fuerte chorro de semen, caliente y espeso, que inunda todo tu interior. Tres o cuatro movimientos más para terminar. En cuanto acabo me salgo de ti, te doy un beso y me volteo para dormir. Tú te quedas tumbada de espaldas sobre la cama. Aun tienes las piernas abiertas y sientes ese cosquilleo que, de haberte seguido atendiendo, hubiera desencadenado en un orgasmo. Pero no, fui demasiado egoísta para pensar en tu placer. Yo ya estaba satisfecho y no había más que hacer. Tú te quedaste frustrada e insatisfecha, quizás en otra ocasión podrías sentir lo que es un orgasmo, pero hoy no. Mañana te levantarás de mal humor y resentida.
Pero no, no se trata de que yo actúe como tú lo haces, así que vuelvo el tiempo para atrás, hasta el momento en que intercambiamos de cuerpos. Me aproximo hacia ti y mi mano roza la piel de tus pechos. Los acaricio un poco, rozando con mis dedos tus pezones. Mi boca se abre para recibir uno de tus pechos mientras mi mano recorre tu cuerpo hasta llegar a tu entrepierna. Mis dedos acarician tus labios vaginales e incluso le doy pequeños tirones a los vellos de tu pubis. Uno de mis dedos se va introduciendo en tu vagina, que ya está lubricada, por mis caricias. Empiezo a moverlo dentro de ti y tu emites pequeños jadeos de placer. Te está gustando, lo disfrutas tanto. Mi mano continúa ocupada en tu cavidad mientras mi lengua recorre tus pechos, jugando un poco con tus pezones. Después de un tiempo acerco mi miembro a tu boca. Tú la abres y le das unas lamidas. Dejo que seas tú la que decidas qué hacer con él. Tu lengua recorre todo mi pene, jugando con mi glande. Mientras atiendes mi pene con tu boca, mi mano no ha salido de tu conchita.
Me aparto de ti y pongo unas almohadas bajo de tu pelvis. Aunque vayamos a practir la típica posición del misionero quiero elevar tus caderas para que sientas más placer. Tu abres tus piernas y yo meto mi pene dentro de tu vagina. El roce de nuestro miembros hace que empieces a gemir de nuevo. Disfrutas cada movimiento, al igual que yo. Debido a las almohadas, el roce dentro de ti es más intenso y diferente, la penetración es más profunda. Nuestras respiraciones se entrecortan por el esfuerzo realizado. Una y otra vez entro y salgo de ti. Tus ojos me miran sonriendo, estás feliz. De pronto, siento que estoy a punto de alcanzar ese punto sin retorno en el que aguantar el orgasmo es ya inútil, por lo que bajo la velocidad de mis arremetidas y trato de pensar en otra cosa, sin embargo sólo logro retardar mi eyaculación por escasamente un minuto. De mi potente miembro sale un fuerte chorro de semen, caliente y espeso, que inunda todo tu interior. Tres o cuatro movimientos más para terminar de vaciarme. A pesar de que ya tuve mi orgasmo sigo metiéndolo y sacándolo dentro de ti. Por tu respiración sé que te hallas cerca de tu clímax y pongo todo mi esfuerzo para complacerte. Tú sientes tu respiración entrecortada, y una especie de explosión, que nace en tu vientre, recorre rápidamente cada centímetro de tu cuerpo, que es sacudido por un espasmo. Del fondo de tu garganta sale un grito de placer que rompe el silencio de la habitación. En cuanto acabas me salgo de ti, te doy un beso y nos quedamos abrazados. Tú te recargas en mi pecho, y poco a poco el sueño nos vence. Estás agotada pero contenta. Te sientes la mujer más feliz de la tierra.
Y ahora imagina que volvemos a recuperar nuestros cuerpos. Tú eres el hombre y yo la mujer. Hemos vuelto de una experiencia maravillosa que espero te haya enseñado algo. Espero que ya no pretendas que sea la esposa sonriente si tú no satisfaces mis necesidades sexuales. No quieras que esté dispuesta a tener sexo si es un acto en el que sólo disfrutas tú. En tu capacidad por comprenderme y satisfacerme está la base de la felicidad de nuestro matrimonio. Recuerda que una mujer satisfecha sexualmente hace maravillas, tanto en la cama como en la vida diaria. Así que ya sabes, si quieres tener una esposa alegre y complaciente, lléname, ya que una mujer insatisfecha, tarde o temprano se convierte en una bruja amargada o sale de casa a buscar quién la haga feliz. Has podido probar lo que siento y cómo me siento, ahora tú decides si me sigues cogiendo o hacemos el amor.