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Él la mira y siente. Ella lo ve y se excita. El encuentro comenzó mucho antes que sus ojos se cruzarán. El cruce, como un ritual atávico, se dio mucho antes que sus manos se rozaran. Que sus cuerpos quedarán a la vista y en cueros. Que ambos se hallaran...
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Él la mira y siente. Ella lo ve y se excita. El encuentro comenzó mucho antes que sus ojos se cruzarán. El cruce, como un ritual atávico, se dio mucho antes que sus manos se rozaran. Que sus cuerpos quedarán a la vista y en cueros. Que ambos se hallaran.
Se buscaron con sus mentes y al instante siguiente se hablaron a la distancia. Compartieron sensaciones por teléfono.
Ambos se miran.
La mirada es el puente que se tiende hacia la nada. Una nada que será conquistada y transformada a partir de ese deseo que nace de los dos. Aún desde antes de encenderse la llama de la excitación.
Se miran y la danza se vuelve realidad. Las fantasías hiladas en charlas llenas de tal vez, están allí y todo lo que había se borra para empezar a ser.
Se acercan y se besan. Sus labios se rozan apenas. Un beso tímido. Sus cuerpos desnudos ya, se reconocen tocándose por hitos. Se abrazan. El pecho de él sobre los pechos de ella. Los pezones de Verónica se endurecen y su boca se entreabre. La lengua de Miguel busca el contacto y la desea. Se aleja y la mira así desnuda como está. Como la quiere. Absoluta y total. Toda ella.
Se acerca y suavemente con la yema de los dedos, siente la piel en los hombros femeninos. Su cabeza baja hasta los pezones. Los siente. El cálido aliento es para Verónica presagio de placer. Miguel los chupa. Los mordisquea. Verónica empuja con sus manos para sacarlo de ahí pero él sigue y ella gime. Siente. Goza. Entre las piernas de él, el sexo está vibrante. Entre las de ella ardiente. Se alejan y vuelven a encontrarse. Se enredan. Las manos de él recorren la espalda y esta vez llegan hasta las nalgas. Busca el deseo mayor de Verónica. Sabe que le gusta por atrás y la provoca. Ella lame su cuello y baja, él juega con su cola pero sólo para hacerla desear. Verónica busca los testículos de Miguel y los lame. Siente los vellos de esa piel suave sobre la lengua y va por más. Su boca envuelve el miembro y busca a mordiscos la punta. Sus labios forman una "O" perfecta y le lame el glande. Miguel goza y juega con los pechos de Verónica mientras lentamente va girando en su danza para buscar con su boca la vulva de ella.
Perfecto 69.
Los brazos masculinos se entremeten desde adentro para abrazar los muslos y ponerla en posición bien abierta a su entera disposición. Miguel se acerca y la huele. Le gusta ese olor a hembra caliente. Su dedo busca el clítoris hinchado y su lengua lame los jugos. Su otro dedo se mete atrás. La mujer gime más alto. Ya está lista para su orgasmo pero él la va a hacer esperar. Salen de la posición y la pone en cuatro. La abre toda y le mete suave un dedo atrás mientras le chupa la vagina y la penetra con la lengua. Se aleja un poco y la mira. La levanta suave y la besa desde atrás. Sus manos ahora están en los pechos de ella y su pene se mete como al descuido en la entrada de su cola. La vuelve a alejar. Ella le pide que entre y él no la escucha. Le mete dos dedos ahora y Verónica estira su mano y se masturba. Su dedo siente el clítoris hinchado. Su vulva tiembla. Él le ha metido cuatro dedos atrás y ella goza de forma increíble. La da vuelta en todos los sentidos. Ella se entrega toda y él también.
Están ahora frente a frente. Ella abierta de piernas acostada y el arriba arrodillado mirándola. Le acaricia los pechos. Le pellizca los pezones. Con la punta de su pene le hace masajes en el clítoris. Ella quiere más. Lo pide a gritos y él va por más. Le mete la punta apenas y ella contrae la vagina. Lo quiere atrapar pero se le va. Presiente la dureza de su miembro penetrándola y delira.
Así estuvieron toda una noche. Los orgasmos innumerables por parte de Verónica se sumaron a los dos memorables de Miguel. Uno que le lleno de semen la cola y otro que le regó la boca. Los de ella fueron casi a pedido del delirio. Montada en su cara. Otro en sus manos. Un tercero juntos cuando el la penetraba por detrás. Un cuarto cuando la penetraba por delante. Y más. Impensadamente más.
Al amanecer todo había cambiado. La nada ya no estaba y el sueño de sus fantasías se había esfumado. Quedaba, en su lugar, una caja de recuerdos que formaban el pasado reciente más digno de recordarse de los últimos tiempos y la promesa de empezar de nuevo.
Hasta un nuevo encuentro que transforme la nada
Jorge
Mensaje entre líneas (imágenes 2ª parte)
"Al amanecer todo había cambiado. La nada ya no estaba y el sueño de sus fantasías se había esfumado. Quedaba, en su lugar, una caja de recuerdos que formaban el pasado reciente más digno de recordarse de los últimos tiempos y la promesa de empezar otra vez.
Hasta un nuevo encuentro que transforme la nada"
Juana terminó de leer y quedó ahí. Sentada de cara al jardín de su casa. La respiración agitada los ojos enrojecidos y el cuerpo temblando. El corazón le bailaba enloquecido y las mejillas estaban rojas de excitación. Sus muslos vibraban al calor de su vulva.
El cuento le había generado sensaciones inimaginables. Su bombacha mojada lo decía todo.
El sol pegaba de lleno en los ventanales del jardín y los pájaros rondaban como nunca cerca de las flores, cantando alborotados.
Alborotados como los sentimientos de Juana.
Largos minutos tuvo que esperar la mujer para serenar su estado descolocado.
No podía presentarse ante nadie así. Menos ante su marido que estaría por llegar a almorzar en cualquier momento.
El timbre de calle la terminó de asentar en su mundo real y sincronizando sus tareas diarias fue de a poco volviendo a ser la de siempre.
Ni su marido ni sus hijas lograron descubrir el brillo fugaz que aparecía cada tanto en sus ojos. Un brillo que tenía que ver con ese relato que había encontrado en un taxi hecho un bollo y ella, que todo lo leía, se lo llevó de puro curiosa nomás.
A sus casi 37 años, dos hojas escritas por un desconocido la pusieron de frente a las cosas que no quería ver hace rato.
Lejos habían quedado los tiempos de juego cariñoso con su pareja. Lejos también su pareja. Perdido en la rutina de los días, su príncipe azul comenzó a desteñir y sin besos mediante se convirtió en un sapo.
O en un cerdo sería mejor decir.
Costaba reconocer a aquel muchacho apuesto y gallardo que la conquistara con sus halagos y sus sonrisas.
Esa masa informe, a medio afeitar, que se la pasaba sentado embobado frente al televisor mirando noticias, fútbol o, lo que es peor; mirando babosamente idiotizado, muchachas ligeras de ropa, pensando que él tendría alguna oportunidad de conquistarlas.
¿El amor? Vaya a saber una donde quedó.
Quizás se escondió tras los pañales, las tareas de la casa o la pretensión de su gordo marido de que sea la mujer perfecta. Que trabaje fuera y dentro de casa y que para él dispuesta, cuando él lo quiera se transforme en la amante ideal.
¿Sabrá él las noches que a solas Juana sueña con una loca vida distinta? ¿Sabrá las tardes de soledad en que las manos de su esposa dibujaron en la piel caricias de ternura que sabían a deseo y fantasía?
Él que presume de ser el hombre.
¿Sabrá que Juana de a poco se fue escapando? ¿Que buscó de a pasos cortos y después más largos un camino que la llevó a otros lares, a otras pieles, a otros cuerpos?
Amantes que le dieron por un rato la sonrisa de antaño.
Juana es práctica ¡Si señor!
Se cansó de esperar que el príncipe despierte, haga dieta. Que comparta codo a codo las tareas de la casa. Que se transforme en el compañero que tantas veces de novio juró ser para arrancarle la ropa con más facilidad.
¿Eran promesas mentidas? ¿O un cúmulo de buenas intenciones aplastadas por las circunstancias de la vida?
¿Cuántas veces intentó despertarlo antes? ¿Cuantas veces escuchó las excusas eternas del cansancio, del trabajo, de los problemas?
Excusas que la dejaban mas sola y mas ida. Hasta que se terminó de ir y se perdió tras los pasos de amantes mas jóvenes. Dispuestos. Tiernos.
Amantes que le den por un tiempo lo que hace años pensó que era eterno. Amantes de los que recibe sin pedir más que lo que necesita, sin creer falsas promesas.
Mentiras de cama. Palabras sentidas con el tácito acuerdo que son por un rato.
Así iba Juana más o menos, emparchando los agujeros de su vida hasta que se le ocurrió leer ese maldito cuento.
¿Cuánto hace que no se dejaba consumir por una pasión igual que la de los protagonistas del relato?
¿Por qué sigue donde está? ¿Por qué navega de esa manera entre la mentira y el absurdo?
Pasan los días y Juana se obsesiona.
Se vuelve loca.
Imagina un amor que la consume. Un amante de tiempo más o menos completo, con el que enmendar las fallas de su matrimonio. Un empezar de nuevo con reglas de juego mas justas, menos inocentes, y mas claras. Una pareja que sea primero su amante, en la misma línea su amigo, y no muy atrás un hombre que la entienda y la atienda. Uno con la certeza de que debe conquistarla cada día. Que no es un trofeo con obligaciones eternas.
Nunca más un animal antropófago que la quite la libertad y la ate a sus problemas, intentando convencerla que son más importantes que los suyos. Que le dé ropa de lavar y tardes de fútbol que lo dejan deprimido, si pierde el equipo de sus amores.
Tan deprimido que a veces ni sirve para lo único que a veces sirve. Atenderla sexualmente creyendo que es el amante más preciado del mundo.
Juana imagina y piensa.
Busca y encuentra por un tiempo caricias pasajeras; pero quiere algo más y decidida un día se marcha en busca de su libertad.
No sabe si encontrará lo que busca. Sabe que prefiere esta soledad elegida, antes que esa, acompañada por un desconocido que hace años dejó de ser.
Atrás quedó él.
Con su desalineo, con su barba crecida, con su sillón ante la "tele" y su estúpida idea de ser el mejor en vaya a saber que.
Juana se fue loca tras su sueño. El sueño que despertó un trozo de papel garabateado con una loca historia de dos desconocidos.
Jorge