Idas y vueltas. 9

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“Sin embargo, con el pasar de los días su mano ya no se sentía tan fuerte al presionar la mía. Su mirada parecía más bien perdida. Sus besos eran fríos y poco continuos. Algo le sucedía y yo estaba temiendo.

El cuerpo entero me repetía a diario que algo no estaba bien…”

20

Me estaba matando saber que era lo que le pasaba. Quería preguntárselo, quería hacer algo para que las cosas estuvieran mejor. Me inquietaba haber hecho algo que le haya molestado.

-¿Simona qué sucede? –le pregunté mientras caminábamos. Yo me quedé atrás mientras ella dio unos dos pasos más adelante hasta que se detuvo para mirarme.

-¿A qué te refieres? –dijo ella. Estaba mirándome a los ojos y yo estaba a punto de quebrarme. Hacía frío ese día. No sabía que pasaba con el clima pero hacía frío y quizás eso contribuyó a amargar la escena que sucedía.

-¿Por qué estás tan extraña? –quise averiguar por fin.

-No sé de qué hablas –dijo negando con la cabeza. Regresó hasta mí para tomar mi mano y seguir con el camino para continuar nuestro paseo pero me detuve nuevamente en seco.

-Simona, dímelo por favor –le rogué

-No tengo nada que decir Pau –respondió ella. Una lágrima empezó a caerme por encima sin que la haya dejado salir. Mi cabeza simplemente ya no lo aguantaba. Ella se acercó para secar esa lágrima. Y las que le siguieron.

-Si ya no quieres esto debes decírmelo –le hablé estremecida –no estoy precisamente siendo adivina y no puedo entenderte

-Paula, no lo ahogues por favor… -dijo con desesperación.

¿Estaba ahogándola? Intentaba recordar que era Simona antes de que yo llegara. Ella tenía sus amigas y sus propios planes se suponía y ¿qué habíamos hecho todo este tiempo? No demasiado.

Ella me abrazó de pronto y agradecí la calidez de su cuerpo cerca de mí. El viento se hacía sentir y el tiempo no tenía buena cara.

-Tranquila –susurró cerca de mi cuello.

-Estás alejándome. Yo no puedo –le repliqué. Y me perdí en ese abrazo aferrándome a la esperanza.

Cualquiera que me haya visto en semejante escena diría que era una fanática de la tv. Parecía cautivada a las imágenes frente a mí sin embargo no era así. Yo sólo había buscado alguna distracción.

Me había vuelto a casa luego de despedirme de Simona. Llegué y prendí la televisión y dejé simplemente las caricaturas. Me regresaban a unos diez años atrás cuando no existían complicaciones. Cuando lo máximo que podría afectarme era que mi madre se fuera al trabajo o que mi programa favorito terminara. No existía ni Simona ni amores, ni reacciones extrañas ni nada. Yo era feliz con lo que tenía.

Añoraba eso.

-¿Qué haces hermanita? –preguntó Gabi sacándome del sueño.

-Nada, creo que de pronto me siento conquistada por Bugs Bunny – le dije mirando la televisión

-Que madura, hermana, creí que habías dejado eso –bromeaba ella

-¿Recuerdas cuando estaba enamorada de él? –le pregunté divertida

-¿Recuerdas cuando mamá te compró sus orejas? –me recordó ella.

-Me sentía lista para ser su novia –le respondí. Reímos juntas.

-¿Y entonces que pasó? –preguntó cambiándome de tema.

-¿Por qué? –no entendía

-Llegaste a casa muy angustiada. No me digas ¿problemas en tu paraíso? –adivinó ella.

Había olvidado un par de minutos a Simona y ella me la recordaba de nuevo. No sabía qué hacer con ello.

-Algo así –le respondí.

-¿Necesitas hablarlo? –preguntó preocupada. Mis dos hermanos siempre me habían molestado mucho en el pasado aprovechándose que era la menor pero paralelo a eso siempre habían sido muy protectores conmigo.

-Es que no sé qué sucede –le comenté –Ella no es la misma de antes y si tan sólo supiera qué hacer para arreglarlo

-¿Ya le preguntaste? –dijo Gabriela

-Sí y ella no me dijo nada al respecto –le confesé.

-Entonces dale un tiempo, quizás lo necesita. Puedes ser observadora desde lejos –me sugirió.

Podía hacerlo. Tal vez la había ahogado demasiado y ella realmente necesitaba un tiempo. Si era así entonces se lo daría.

-Oye quién sabe, quizás ahora de grande tengas oportunidad con Bugs… -bromeó mi hermana. Reí con su comentario.

Mujeres, conejos peculiares… no sé qué sería más difícil.

21

Comencé  a hacer otras cosas entonces. Atraje los libros que había dejado en cola, salí con más frecuencia con Ámbar. Pero Simona comenzó a evitarme de todos modos. Cuando le pedía vernos inventaba otras excusas.

Por ejemplo un día llegué hasta su casa para sorprenderla e invitarla a salir.

-Mi padre me llamó esta tarde y dijo que quería conversar conmigo así que no pensara en moverme de acá –dijo ella. No sabía si estaba diciendo la verdad o si era otra excusa.

-¿Eso es cierto? –le dije directamente

-Sí –aseguró ella –él se oía preocupado por decirme algo.

Asentí y me resigné a creerle.

-¿Quieres que te acompañe mientras vuelve? –le ofrecí

-No yo… necesito pensar, estoy temiendo algo… –me dijo en cambio. Me preocupaba esa aclaración.

-¿Qué cosa? –pregunté

-No puedo decírtelo –me respondió

-Siempre es lo mismo Simona, ya estoy cansada  –dije harta. Me fui y la dejé ahí. Ella no me necesitaba. Si lo había hecho en algún momento ya no era así y lo había demostrado. Constantemente estaba golpeándome con su indiferencia y frialdad y estaba cansada.

Caminé todo el día sin algún rumbo. A paso lento, observando la gente que iba deprisa con algún objetivo, los perros en la calle, los autos moverse. Yo y mi melancolía. Me detuve en lo que parecía una plaza, ya cansada. Me arrojé al pasto mojado sin importarme nada y perdí las ganas. Las ganas de regresar y enfrentar a Simona una vez más, la ganas de saber que le sucedía. El medio era más grande que todo.

Empezó a oscurecer y no tenía la menor idea de donde estaba. Continué arrojada en el piso pensando. Si algo tenía que pasar, ya nada importaba.

-¿Paula? –oí una voz que me parecía familiar. Alcé la cabeza por primera vez para ver si tenía razón. Y efectivamente. Era Camilo –Paula ¿Qué haces en este lugar a esta hora, estás loca? –preguntó-

Volví a mirar alrededor porque no sabía dónde estaba y qué parecía tan terrible. El por qué de que Camilo haya estado ahí y hablándole tampoco lo sabía.

-Yo sólo caminé y llegué hasta acá –respondí

-¿Sabes lo peligroso que es este lugar? –dijo indicándome su alrededor también.

Me sentí abatida. Tenía razón, yo no me había dado cuenta pero se veía terrible y además ya estaba oscuro. Las horas se habían pasado volando sobre mi cabeza sin que me diera cuenta.

-Vete a casa –ordenó él. Lo miré y comencé a llorar de nuevo. No sabía nada de él hace casi un mes y era extraño que estuviera parado hablándome. Se acercó a mí para ver que sucedía y entonces lo abracé. Fue casi por instinto, porque le necesitaba.

-Vamos a casa –dijo él –te acompaño. Yo sólo asentí.

Me prestó su chaqueta y caminó a mi lado. Me sentí segura y agradecía ese día, agradecía que apareciera ahí.

-¿Vas a decir que hacías ahí? –me preguntó

-Yo sólo estaba pensando –respondí. Él se largó a reír.

-¿Necesitas escapar tantos kilómetros sólo para pensar en ella? –dijo riendo también e intuyendo que había sido por Simona.

-Las cosas no están bien –confesé

-así veo –asintió Camilo

Lo observé y se veía bien. Tranquilo y sereno. Y me vi a mi misma, pensé en mí y en lo terrible que yo me veía. Estaba preocupada y nerviosa constantemente. Era tan paradójico.

-Ella es extraña –dijo Camilo. Puse atención en lo que había dicho dándole la razón. Simona era extraña y dentro de sí, guardaba mucho que no sabía.

-No me quiere –dije sin pensar. Entonces me dolió esa aclaración temiendo más que todo que fuera cierto.

-¿Estás loca? Ella si te quiere –afirmó él. –Quizás sea extraña e incomprensible, pero te quiere. Hay que verlo en su cara.

Quise creer eso.

-Camilo ¿me habrás perdonado? –dije recordándolo  todo de pronto. Camilo había sido muy amable acompañándome a casa y  yo había olvidado todo lo que pasó.

-Olvídalo ¿sí? Creo que ya pasó –dijo convencido y ofreciéndome su sonrisa. Me sentía tranquila esta vez, era como quitarse una mochila de gran peso de la espalda.

Entre tanta conversación ya habíamos llegado a mi casa. Se despidió de mí y se marchó.

Abrí la puerta y entré a casa anunciándome pero no había ni un alma. El sonido del timbre que daba a mi casa me asustó. Supuse que era Camilo que quizás volvió porque había olvidado entregarle su chaqueta. Abrí nuevamente y mi sorpresa fue otra. Era Simona.

22

-Yo intentaba ubicarte pero tu celular daba a la chica del buzón de mensajes –dijo ella.

Hice pasar a Simona cuestionándome que hacía en mi casa a esa hora. Definitivamente mi celular estaba apagado. No quería que nadie me molestara.

-Ya sabes… batería baja –le mentí.

-Entiendo –dijo ella no creyéndome demasiado.

-¿Y qué sucede? –pregunté impaciente.

-Estaba sintiéndome estúpida por no haberte detenido cuando te fuiste hoy –respondió.

La miré fijamente. Había estado llorando y lo noté enseguida. Quería comprender lo que pasaba.

-¿Qué era lo que tenía que decirte tu padre? –pregunté para cambiar el tema.

-Es algo personal Pau yo…-decía

-¿Tú qué?? –Éxigí –¿acaso ya no confías en mí? -. Simona comenzó  a llorar nuevamente y el corazón se me rompía. Si había algo que me hacía cambiar de actitud inmediatamente era verla así de destrozada.

-Paula, te amo, perdóname –me dijo entre sollozos.

Me acerqué a ella y la abracé. La abracé muy fuerte por todo lo que me había torturado pensando que no me quería. -¿Qué debo perdonarte? –pregunté

-Todo esto que está pasando –dijo ella.

Si me lo pedía de esa forma, yo la habría perdonado mil veces.

Simona se sentó en mi cama y aún no hablaba sobre nada. Ya no quise presionarla más. Me preguntaba porque todo en ella tenía que ser un misterio. Las mujeres como Simona deberían venir con un manual de advertencias también.

-Te amo –me confesó mirándome tiernamente. Ella lo había repetido unas cinco veces ya y no sabía si lo hacía porque estaba leyéndome la mente de que necesitaba saberlo, o porque realmente lo sentía.

-Te amo –le respondí

Se levantó y vino hacia a mí tomándome por la cintura ajustándome a ella. Lo hacía con delicadeza porque ella no acostumbraba a dejar de actuar con ternura jamás.

-Déjame quedarme aquí contigo hoy –me pidió ella.

-Claro que sí –respondí de inmediato. Me tomó por el cuello y atrajo mi cara hacia ella para besarme. Cerré los ojos y disfruté cada segundo de ese beso. Luego tomó mis manos y me guio hacia mi cama. Amaba la sutileza con que hacía todo, sin que me diese cuenta demasiado.

Y así mismo, sin darme cuenta ya estaba tumbada en la cama disfrutando de sus cálidos besos.

-No olvides esto por favor –dijo ella separándose un poco de mí.

-¿Olvidar qué? –pregunté angustiada por la lejanía de su boca.

-Que me encantas, que eres mi todo, que he sido inmensamente feliz contigo –dijo con desesperación.

Me aferré nuevamente a sus besos. La necesitaba cerca, porque era tan mía y estaba tan lejos. La besé con desenfreno y ella respondió igual. Nos necesitábamos.

Llevó sus manos a mi cuerpo y me estremecí. Las encaminó por debajo de la polera y mi cuerpo entero respondió a eso. Podía haber hecho lo que quisiera conmigo y yo la dejaría, me tenía a su merced.

Se deshizo rápidamente de mi ropa y yo de la suya. Quería tocarla por todas partes pero ella me detuvo.

-Hoy eres mía –susurró cerca de mi oído

-Simona yo … -y no conseguí decir más. Ella puso suavemente sus dedos en mi boca señalándome que debía callar y nada más. Posó sus labios en los míos y su mano comenzó a recorrerme el torso con lujuria. Sentía como el corazón me palpitaba más fuerte y también otras partes del cuerpo… A medida que ella seguía bajando su mano.

Simona llegó hasta ese lugar que tanto deseaba y comenzó a jugar antes de decidirse por entrar.

-Hazlo por favor –rogué con clemencia. La sentí dentro de mí de pronto y la tomé por la espalda más fuerte casi arañándola. Mis gemidos se convirtieron en gritos de placer que terminaron en una gran convulsión en todas partes. Me deshice esa noche en ella y luego sólo quedaron espasmos que recorrían la habitación.

Estaba exhausta y sus brazos fueron mi mejor hogar. Caí rendida diciéndole por última vez que la amaba más que todo.

-Tú no olvides jamás que me lo has dado todo –dije recuperando el aliento.

-Te amo, descansa preciosa –dijo ella. Y me devolvió a sus brazos.

Unas lágrimas no consentidas me envolvieron los ojos y luego simplemente me perdí en el sueño.

Sin imaginarme si quiera que pudiera pasar más adelante.

23

Me despertó el ruido de la lluvia. El tiempo de Febrero se robaba los rayos del sol anunciando el nuevo cambio de clima.

Moví los brazos y abrí los ojos inmediatamente para percatarme que Simona no estaba a mi lado. Me levanté, refregué mis ojos para mirar bien a mi alrededor y no estaba ni ella, ni su ropa ni nada que me dijera que seguía en casa. Salí de la cama con desesperación, porque tenía un terrible presentimiento que me estaba atacando el pecho.

Busqué por toda la casa sin actuar con demasiado razonamiento. Me había envuelto la locura por encontrarla.

Volví a mi habitación en busca de mi celular para llamarla y en su lugar encontré otra cosa. Una hoja doblada firmada con su nombre. Sin si quiera revisarla no dejé pasar más tiempo, me vestí rápidamente y corrí hasta su casa.

Corrí como si de verdad se me fuera la vida en ello. No quería pensar en nada en el camino, porque temía detenerme. Las pulsaciones me iba demasiado rápido, agradeciendo que mi corazón siempre hubiera estado muy sano. Al menos hasta ahora pensaba eso. Que mi corazón estaba en su lugar y no a punto de salirse.

Llegué hasta las afueras de su casa y comencé a llamar a su celular. No contestaba, la llamada se redirigía a un buzón.

Me tomé la cabeza con angustia. Comencé a llorar por los nervios que me estaba provocando todo. Seguía llamando con esperanza sin respuesta alguna.

Me paré y decidí saltar la reja que permanecía cerrada,  sin precaución alguna. La adrenalina en el cuerpo hacía cosas impresionantes y a mí me importó realmente poco si alguien se atrevía a detenerme. Me dirigí a la puerta y comencé a golpearla, tras unos minutos, fueron golpes más continuos y fuertes. Estaba fuera de mí.

No tenía respuesta. Y la no respuesta me estaba volviendo loca.

Me senté a la entrada observando que no había señal de vida alguna.

Me retiré completamente desesperanzada del lugar. Si era lo que yo creía que estaba pasando entonces estaba lista para encerrarme en mi habitación y no salir jamás.

Y recordé mi habitación y mis pensamientos también se dirigieron a la hoja puesta en perfecta ubicación para que fuese vista. Me sentía demasiado agotada como para correr pero decidí hacerlo de todos modos.

Recuperé la adrenalina nuevamente, dejando atrás cualquier cansancio. Quería llegar a casa en un acto impaciencia. Ojalá volar fuese más fácil que sincronizar los pies perfectamente para crear movimiento.

Llegué a mi casa, subí las escaleras que llevaban a mi habitación a toda prisa y tomé la hoja. Leí el nombre de Simona y recordé la primera vez, cuando supe su nombre y como jugaba en perfecta sintonía con los curiosos ojos miel tratando de reconocer a las personas a su alrededor y sus labios que pronunciaban con mucha invitación cualquier palabra.

Desdoblé la hoja y a medida que le daba sentido a las palabras, el frenesí se convirtió en lágrimas.

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Quizás yo debí advertirles que era una amante del drama. Bueno el final de este capítulo llegó no en un buen momento de mi rutina. Me siento media frutrada, aunque nunca en imposibilidad de seguir.

Bueno ahora les advierto, aquellas(os) de piel sensible que se preparen o que pueden dejar la lectura cuando gusten.