Idas y Vueltas 25

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-¿Has sabido algo de ella? –Pregunté mientras llevaba la taza de café hacia mí. Noté a Ámbar observarme impresionada.

-No, ni siquiera hemos hablado –confirmó.

-¿Por qué no? –Cuestioné confundida –Ella debe necesitarte –pensé de pronto.

-¿Es broma Anto? El que sea mi mejor amiga no significa que no pueda decepcionarme

-Claro, pero sigue siendo tu mejor amiga y es seguro que ella te necesita más que yo en este momento –declaré con suma tranquilidad –después de todo no quiero ser la persona que además le quite a sus amigos –agregué intentando esbozar una sonrisa, de esas que había sido tan difícil de pronunciar en el último tiempo.

Ya iban casi dos semanas desde que habíamos terminado y no podía recordar ningún día, durante ese tiempo, en que no me doliera. Sin embargo había llegado a un determinado punto en que no podía decidir si lo que me dolía era su estúpido error o el hecho de que estuviera lejos. Era absurdo sentir que la necesitaba más de lo que podía repelerla y que por más que intentaba odiarla por haberme mentido, me seguía cuestionando el hecho de siquiera haberla escuchado una última vez.

-Anto no sé, estoy cabreada pero sí, puede que tengas razón, puede que esté siendo una completa traidora –añadió mientras hundía en su taza dos cubos de azúcar –supongo que debe odiarme

-Deberías hablarle –recomendé.

Me lanzó una mirada inquisidora –Supongo que esto no tiene nada que ver con el hecho de que quieres que le saque algún tipo de información o quieras saber de ella ¿no?

-Yo he estado planteándome el hecho de hablarle pero no puedo –confesé con afección. En mi mente había intentado configurar esa imagen que había roto todo. Cada vez que la imaginaba besando a Simona mi estómago se constreñía de ira ¿Y si me había mentido respecto a eso y si ese beso había significado todo para ella? O quizás nada. Quizás era cierto y ella no significaba nada. Luego me golpeaba la mejilla y volvía a recordar que no importaba nada de eso porque de todos modos me había engañado.

-Creo que es muy pronto –insinuó

-¿Pronto para qué? ¿Para perdonarla? ¿Qué crees que espera que haga?

-Supongo que se enfríen las cosas

-Olvidarla. Eso es lo que debería hacer –planteé por primera vez como una opción. Pero inmediatamente se precipitaba un gran “¿Cómo?” sobre mi cabeza dándome una pequeña visón acerca del futuro; tormentosos meses con inacabables días respecto de los cuales solo querría levantarme de mi cama la mitad de ellos gastándome las energías imaginando si el decidir olvidarla era lo mejor que podría haber hecho. Y entonces recordaría los días tomada junto a ella de la mano, recordaría sus besos, recordaría las infinitas veces que me hizo feliz solo por ser ella y por estar ahí, solo por abrirme la puerta a una vida más completa, incluso de lo que pensaba que merecía, y por tanto seguiría insistiendo, poniendo todo sobre una balanza para determinar si su engaño pesaba más que todo eso. Me volvería a amargar antes de aceptar que todo lo que había hecho fue por dignidad y por evitar a toda costa sostener una relación que se contaminaría con el tiempo por los recuerdos. Por la imposibilidad de perdonar.

-Sé que ella me odiaría si me escuchara decirte esto pero creo que si no puedes perdonarla entonces comenzar a olvidarla no es algo tan terrible –agregó –y puede que suene estúpido, pero bueno nada obsta de que en el futuro no puedan hablarlo otra vez…

-No puedo ser su amiga si es a eso a lo que te refieres Ámbar –afirmé de tan solo imaginármelo. No cabía esa posibilidad en mi cabeza. De eso solo saldría el vacilante deseo de querer volver a su lado todo el tiempo.

-Creo que quién necesita hablar con ella es otra, no yo –comentó en ironía –es hora de civilizarse

-Ese es el problema –dije sorbiendo la última gota de café de la taza –yo realmente no puedo ser civilizada, sé que la miraré y solo querré matarla y entonces luego iré y mataré a Simona y es todo tan nefasto en mi cabeza ahora mismo –concluí absorbida –además, no soy yo quién debería correr a sus brazos, no soy quién debería estar golpeándose la cabeza intentando arreglar las cosas

Ámbar río –Arreglas las cosas. Entiendo

-Yo debería estar inundándome en un mar, en un océano de lágrimas, quemando todo lo que tenga relación con Paula y sin embargo estoy aquí, preguntándome qué hacer con ella

-“La ingratitud de una relación” –consignó con una pronta nostalgia que captó mi interés.

-¿Estás teniendo problemas con la ingratitud también? –supuse intentado por primer vez desviar mi atención de otra cosa que no fuera Paula.

-No, solo es una consecuencia necesaria de saber que estoy al lado de un posible completo tonto

-¿Duele reventar la burbuja? –asumí con cercanía

-¿Sabes? Camilo siempre me gustó, siempre lo miré más que como a un amigo pero ahora que estoy desde el otro lado de la vereda –explicó mientras articulaba nerviosamente con sus manos –desde esa vereda de esas tontas mujeres con las que estuvo, yo realmente me siento mal. Pero tampoco creo que pueda ser solo su amiga otra vez. Cuando estás ahí es como si te atara inevitablemente aunque toda la vida hayas pretendido ser de lo más liberal del mundo. Es una mierda

-¿Ves a lo que me refiero? –Reafirmé mi posición –No podemos volver a ser sus amigas tampoco

-Estamos cagadas –estampó célebremente –Tu más que yo pero cagadas al fin y al cabo

Ya lo creo.

z

“Setenta y cinco llamadas perdidas, veinte mensajes. De Pau” impresionante, pensé. Recogí mi celular que yacía en un rincón de mi habitación después de dos semanas asumido en el abandono. No me parecía sano intentar saber algo de Paula pero ese día hablando con Ámbar me había sumergido en la imperiosa necesidad de al menos saber si aún existía. Leí cada mensaje y me encontré preguntándome si ella se sentía como yo. Parte importante de mí me decía “Claro que no. Si se sintiera como tú, si se hubiese puesto en tu lugar no habría hecho eso”.

-¿Mi hija es una pandillera? –escuche cerca de la puerta de mi habitación. Era mi padre.

-¿Mm?

-La capucha –explicó torpemente haciendo referencia al enorme polerón de capucha.

Sonreí ligeramente –Estoy horrible –aseguré. Me avergoncé de pronto de la idea de que Paula me viera así. Olvídalo, eso no pasará.

-Eres mi pequeña hija hermosa –declaró con seguridad

Suspiré

-¿Estás bien? –preguntó preocupado mientras se acercaba para sentarse junto a mí.

-Más o menos –respondí no queriendo dar demasiado espacio para discutir el tema.

-¿Necesitas hablarlo? –insistió

Me acurruqué entre sus brazos –No, ya pasará –mentí aun deseando que pasara. Que todo pudiera disiparse. Me separé y lo observé preocupado -¿Tú estás bien?

-Yo necesitaba hablar contigo pero supongo que puede ser después –respondió nervioso

-No, dime –animé arrugando levemente mi expresión.

Me examinó durante un momento hasta que se atrevió a hablar –Pasa que de nuevo van a trasladarme.

No me costó ni medio segundo comprender lo que ello significaba ni el porqué se sentía con esa expresión tan inmensamente culpable al informarlo. Me quité la capucha de la cabeza y lo contemplé –No te culpes

-Si no fuera tan lejos yo no los obligarí…

-Está bien –interrumpí. No quería discutirlo, no quería siquiera oponerme a la idea de que posiblemente era la mejor forma de dejar atrás todo antes de que se pusiera más confuso.

-Lo siento –insistió.

Tomé su mano –Supongo que las cosas pasan por algo. Creo que tal vez pueda sacar algo bueno de esto –quise mostrarme segura sospechando que no duraría mucho en esa aptitud. Pedí sutilmente si podía dejarme sola un segundo argumentando que necesitaba pensar la situación para contárselo a Paula. La verdad era que necesitaba sentarme tras la puerta y derramar por completo la sola gota que acababa de rebalsar el vaso. Me senté en la alfombra y comenzó la función.

No puede estar pasándome esto a mí, fue lo que atiné a reiterar una y otra vez en mi cabeza y luego, tras unos segundos se materializó en una serie de maldiciones arrojadas contra el ángulo de mis rodillas. Le daba vueltas al asunto como si realmente tuviera la posibilidad de elegirlo. Si las cosas realmente “pasaban por algo” solo estaba clara de que ese algo era la sumatoria de mi karma, un castigo por haberme dado la libertad de la vida junto a Paula. Paula. Vino a mi memoria como un martillazo en la cabeza. Cómo voy decírtelo. La desesperación se precipitó a mi cuerpo. Tomé mi celular nerviosamente mientas mi manos tiritaban buscando su número. No le di a la tardía marcación el privilegio de hacerme retroceder. Responde la maldita cosa.

-¿Anto?

-Necesito hablar contigo –fue todo lo que resolví sin darle demasiadas pista al respecto. Vas a odiarme. Por siempre.

59

“Me voy de la ciudad” fueron las palabras que me provocaron un acertado disparo en la cien. Recordaba, antes de ir a mi encuentro con Antonia después de esas semanas sin haber tenido noticia de ella, que esperaba que me dijera cualquier cosa menos aquello. Me imaginaba esperándola con ansiedad, aguardando con desesperación que ella dijese algo como “realmente eres lo peor que me ha pasado” o bien, se apiadara de mi situación en tanto yo le rogaba por una oportunidad. Ni en mis peores pesadillas podía visualizar la inesperada crónica que tenía por anunciarme.

-¿No vas a decirme nada? –preguntó alarmante. Los cinco minutos siguientes a que ella me dijera todo fueron como un flashback de todo lo que había vivido tras Simona. Pero esto era peor.

-¿Qué quieres que te diga Anto? –respondí absorta sin saber que lo estaba haciendo.

-No lo sé Pau, si no tienes nada que decirme me voy porque vine a acá solo porque me parece injusto que no lo supieras, no después de todo lo que hemos pasado –añadió intentando mantener la intensidad de su voz en una línea. La supe enojada y herida aún.

-No puedo decirte “que te vaya bien” ni que estoy feliz, no puedo decir nada –exigí sintiendo que mi garganta se rasgaba por palabras atoradas –Me estás matando con esto.

Ella sostuvo mi mirada sin decir nada sin embargo con una expresión que lo decía todo. No había vuelta atrás para ella. No había ninguna manera de posponerlo, ninguna manera de enmendarlo. Que era un hecho que apagaba todas las luces de posibilidades de volver con ella. Una lágrima de pronto se tensó hasta el final de mi rostro.

-Pau no tienes que llorar…

-Entonces no me rompas el corazón de esta manera por favor –supliqué.

Observé el enojo precipitarse de sobremanera en su rostro –No me hables de eso Pau –exigió –Tú menos que nadie tienes derecho a pedirme eso. Fuiste tú la que lo arruinaste todo en principio y esto… yo creo que es lo mejor que nos puede pasar en este momento

Comencé con la negativa –No te atrevas a decir eso Anto. Puedes irte, ok, pero no me digas que es lo mejor para ambas. No lo hagas

-Pero si es cierto, es obvio que estás confundida ahora mismo

-¡No estoy confundida Antonia! Deja de pensarlo. Sé que fui una imbécil pero Dios! Soy una imbécil que te ama y que realmente habría deseado decírtelo antes –declaré en abrumante meta. Mis ojos se nublaron. Pensaba que el día que realmente pudiera decírselo sería el día más hermoso en mi memoria. Que podría mirar atrás y sonreír anticipadamente. Pero entonces solo me quedaba el residuo de todo eso, el gusto amargo de ponerle fin a la historia con la mujer que efectivamente amaba.

-No me hagas esto a mí –sostuvo escondiendo su rostro – ¿Por qué ahora? ¿De pronto te diste cuenta que me am

-No –frené con desazón –yo te amo desde que te vi por primera vez, desde que me lancé a la vida solo para conocerte. Desde que me miraste con esos ojos cargados de energía y ternura yo solo sé que crucé un largo puente entre mis peores pesadillas y tú solo para abrirte mi corazón y créeme, no lo habría hecho si no creyera que eres la mujer de mi vida –solté entre pausados sollozos –Entiendo que ahora es tarde pero si vas a irte quiero que lo sepas.

Estiré mi brazo y entrelacé mi mano junto a la suya buscando refugio. Ella enroscó su mano junto a la mía y se devolvió hacia mí para escudarse en mi hombro. En lo consiguiente lo sentí humedecer –Odio mi vida en estos momentos –

-Déjame adivinar –comencé mientras acomodaba mi mentor en su mejilla –Odias haberme conocido y todo lo que tenga que ver conmigo

-¡No! –Golpeó mi brazo –Odio amarte y tener que renunciar a ti, odio dejarte a disposición de cualquiera. Simona estará ahí rondándote, de tan solo imaginarlo yo…

-¿Crees que no me pasa lo mismo? ¿Y si alguien más te enamora? Mierda esto está tan mal –declaré deslizando mis manos por su rostro.

-Me niego a creer que esto volverá a pasar con otra persona –susurró aprehendiéndose de mí. Disfruté el momento. No podía creer que no tendría nunca más el calor de ese cuerpo entre mis brazos.

-¿Cómo se supone que se olvida a alguien como tú? –pregunté desolada

-De la misma manera como lo hiciste con ella. Llegará alguien más –añadió con inconveniente.

Quería aclararle que era irremplazable. Que la vida podía dar muchas vueltas, que podía pasar alguien por mi lado musitando algunas poesías pero no podría olvidarla. Que si me era posible iba a seguir pensando que no tenía sentido entregarle tal cariño a otra persona. Que despertar con alguien más no se comparaba a la idea de despertar pensando en ella aun cuando no estuviese en la misma almohada.

-Tengo que dejarte ir –aclaró. Pensé en la frase, pensé en lo real que ahora se oía. Pensé en la idea de libertad y me parecía lejana si ella no estaba ahí. Por el contrario, solo podría verme esclava de su regreso.

-Me estás quitando toda la libertad que tengo –manifesté temerosamente.

-Estoy segura que vas a lograrlo

Estoy segura que no.