Idas y vueltas 24

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57

-Me juntaré con Ámbar –fue lo que dije a través del teléfono para salir del paso en un desprevenido intento por no ser descubierta. Estaba mintiéndole a Antonia. No era una simple mentira que pudiese enmendar así nada más. Sabía que me costaría caro si ella lo descubría.

Aquella mañana me había levantado asqueada del desorden en mi habitación por todas partes. Había descuidado muchas cosas con la misión de mantenerme ocupada en otras. Mi ropa estaba tirada por todos los rincones del lugar y ni hablar de la basura. Era un real tiradero.

Decidí levantarme, enjuagar mi rostro en agua fría, recoger mi cabello y posterior a eso, disponerme a ordenar. Comencé por llenar una gran bolsa de plástico negra con todos los papeles, envolturas y un sinfín de basura. Luego seguí por situar la ropa limpia y la sucia en sus respectivos lugares. Casi terminando lo principal, me propuse eliminar aquellas cosas que sobraban en mi espacio. Abrí, exploré y desarmé muchas cajas en las que guardaba diversos cachivaches que se restaban de mi memoria, sin embargo había una caja en particular, que en cuanto vi supuse que me traería recuerdos que había intentado despachar durante toda la semana.

Algunas pequeñas y simples notas con corazones a mano alzada, fotografías y pequeños detalles que en su momento me habían parecido las muestras de amor más importantes en mi vida. Y también ahí estaba aquella otra cosa. Esa carta que me quitó las lágrimas más estremecedoras. Esa carta que tenía un mensaje poco claro que dejaba tanto a la imaginación y sin embargo nada real, nada concreto excepto el hecho de que ella ya no estaba.

Había leído tantas veces la carta que me había dejado Simona intentando descifrar algo que me indicara el porqué. Había memorizado cada palabra, cada letra, cada punto intentando ver qué era lo que estaba oculto pero con ello solo encontraba una tras otra interrogante.

(…) Tenía mis razones para ya no estar hoy y no tenían que ver con que yo lo quisiera, él único error que cometí es el no haber querido verte con el corazón roto.

¿Cuáles eran tus razones Simona?

Me observé tensando sobre mi mano la carta al momento que entendí que tenía que resolverlo. Era un esfuerzo extraordinario estar firme y concentrada por esos días. A pesar de que quería desplazar a Simona a otra parte, a algún lugar oscuro donde no pudiese verla, donde no me generara un ruido constante en la cabeza entonces mis pensamientos volvían a aquella noche en que la vi de nuevo presentándose como si nada hubiese ocurrido jamás.

(…) Espero que sanes esta herida pronto, aunque entierres todo lo que tenga que ver conmigo, tú menos que nadie merece sufrir. Gracias por cada y una de las cosas.

¿Cómo enterrarla así nada más? ¿Cómo vivir con ello? Si en el fondo tenía tantas preguntas que me urgía responder ¿Cómo olvidar definitivamente algo que no entendía? ¿Cómo sanar una herida que no sabía que aún existía hasta hace entonces unos días?

Me di una rápida ducha, me vestí en un segundo y salí de mi casa. En cada uno de los pasos que me atreví a dar recordando calles que reconocía perfectamente pensé en Antonia. ¿Acaso era justo todo lo que le estaba haciendo? Primero excluirla de todas las explicaciones que merecía y luego mentirle así ¿Cómo le confesaba lo débil que había sido? ¿Cómo explicarle que había altas probabilidades de fallarle –no por falta de amor –sino por falta de fortaleza? La amaba. Sabía que la amaba. Cada vez que la veía mi cuerpo entero lo sabía. Entonces ¿Cómo explicar que mi cuerpo estaba enfermo? Que estaba enferma y esa enfermedad se llamaba Simona y que por más que intentara extirpar cualquier huella de esa enfermedad, no tardaría en aparecer otra. Me dolía saber de Simona. Me dolía su nombre, me dolía su presencia. Me provocaba enormes jaquecas pensar en todo lo que ella significaba.

Me paré frente a su casa. Cada vez que tenía la oportunidad de recordar la última vez que había estado ahí, un escalofrío me invadía el cuerpo. Esta vez llamé con paciencia a su timbre esperando a que apareciera. Si ella no estaba ahí entonces había decidido a olvidarlo, a hacer como si nunc…

-¿Hola? –una voz completamente reconocible para mí se alzó a través de un sucio citófono.

-Simona, soy Paula –me identifiqué. Silencio ¿Acaso no esperaba que lo hiciera realmente? La puerta se abrió y ella salió a recibirme.

-No esperaba verte aquí –dijo ella con una sonrisa en su rostro.

Ignóralo

-Necesito que me expliques esto –ignoré con frialdad antes de permitirle intimidarme mostrándole la carta que había llevado en mi mano hasta su casa.

Ella me observó sorprendida – ¿Cómo estás Simona? Oh bien ¿y tú? Es genial! –Comenzó su diálogo – ¿Dónde quedaron tus modales Paula?

-No necesito ser tu amiga para exigirte explicaciones sobre esto, creo que es lo mínimo que me merezco –incité

-Como yo aún tengo modales –insistió – ¿Quieres pasar a mi casa para hablar sobre esto?

Dudé un momento sobre qué era toda esa actuación de desentenderse. Supuse que tampoco estaba haciéndolo demasiado bien al llegar con esa actitud tan autoritaria. Me limité a pasar a su casa en silencio.

-Ponte cómoda –ofreció.

-Gracias –accedí. Estaba haciéndome perder la paciencia. Me senté sobre un aterciopelado sillón. Me quedé observándola, centrándome en su mirada. En un ayer no tan lejano me perdía y me fundía en esos ojos a través de los cuales conocía un mundo totalmente nuevo. Hoy sentía temor porque no sabía exactamente a quién pertenecían; si a la parte adorable de Simona que me había conquistado o si a aquella que me había destrozado el corazón. No podía concebir cómo era posible mirar a una persona después de tanto tiempo y sentir cosas tan diferentes a las iniciales. Donde había ternura ahora había miedo. Donde había amor ahora había un rencor que se esbozaba una y otra vez en mi cabeza.

-Dijiste que querías que te explicara esto –añadió arrebatándome la carta de mis manos. Su vista se fijó en ella – ¿Para qué quieres explicaciones?

-¿Es una broma? Simona ¿Quieres dejar de hacer como si nada hubiese pasado? –pregunté con histeria.

Ella comenzó a reírse –¿Sabe tu novia que estás acá Paula?

-No me cambies el tema –dije intentando no sentirme culpable.

Volvía a reír –Tú no me cambies el tema –dijo a su juicio -¿Sabe ella que estás pidiéndome explicaciones?

-Esto no tiene nada que ver con ella Simona, no la metas en esto –alegué intentando impedir que me manipulara –¿Creíste que me quedaría demasiado tranquila? ¿Creíste que sería fácil venir y aparecerte y luego hacer como que todo estaba arreglado?

-Y si te explico ¿Entonces qué?

-Entonces quizás deje de pensar que eres la persona más despreciable del mundo –señalé con franqueza.

Ella agachó la cabeza buscando qué decir. Le seguí la huella en cada paso. Jugueteaba con sus manos dibujando las líneas de sus palmas. Comenzaba a perder mi temple el verla sin decir nada.

-¿Por qué te fuiste? –comencé

-No es nada importante Pau –añadió sin expresión alguna. Deseaba tanto tener al menos una pista pero ella se interponía con un muro inquebrantable.

-No me importa Simona –me erguí –necesito saberlo.

-Tú no necesitas saberlo

-¡Lo necesito! –exclamé a viva voz. Mucho de mi vida había dependido de eso.

Ella titubeó, arrojándome una mirada tan culpable como sospechaba que lo era.

-Simona…

-Me fui a vivir con mi madre fuera del país Pau –confesó con inseguridad –mi padre… se enteró de todo y él simplemente fue lo primero que me obligó a hacer

La miré sintiéndome idiota –Y de la noche a la mañana te dijo que te fueras ¿no?

-Claro que no Pau…

-Por supuesto que no ¿Y entonces por qué no me lo dijiste? –reclamé perdiendo la dirección de lo que estaba buscando. Ya lo sabía ¿Y entonces ahora qué?

-Porque éramos unas niñas Pau, lo seguimos siendo y yo no iba a arruinar tu vida así, no iba a atarte a algo respecto de lo cual no podíamos hacer nada

-Pero me ataste, me condenaste a vivir preguntándome qué había estado mal conmigo durante todo ese tiempo –aclaré

-El que lo supieras no habría cambiado nada –insistió mientras se paraba de donde estaba y me daba la espalda. Sentí invadirme la ira de pronto ¿Tan poco le importaba todo?

-No habría estado odiándote gratuitamente todo este tiempo –declaré poniéndome de pie –Simona te quería, no sabes lo tanto que habría hecho por ti en ese momento

-Me querías…

Te quería. Sentir su voz tan frágil me quitó los últimos hilos de valentía que me quedaban.

-Creí que te amaba pero mierda, fuiste tan egoísta –asumí sintiéndome mareada. Estaba lo suficientemente agitada para seguir cuestionando todo. Olvidé que podía respirar. Olvidé pestañear. Solo estaba absorta no creyendo demasiado todo.

-Lo siento –rogó dándose la vuelta, haciendo enormes esfuerzos por encontrar su compostura permitiéndome notarlo.

-¿Para qué volviste Simona? –intenté aguardando las ganas infinitas de querer golpearla. Estaba torturándome, estaba poniéndome en la boca del lobo con cada pregunta.

-Querías tu verdad y ahí la tienes. No necesitas saber más –se opuso enérgicamente.

-Por qué tenías que aparecerte en mi vida otra vez

-Porque te amo –aclaró provocando que la atadura en mi garganta se tensara torciendo la impaciencia que traía de compañera. Hablar significaba quebrarme, quizás en mil trozos que no podría recoger y poner en su lugar. En mil trozos que me negaba a que ella recogiera –Mi padre me pidió que volviera y acepté porque sabía que eso significaba al menos una mínima posibilidad de verte de nuevo. Y entonces… -pausó –entonces me enteré que estabas con ella. Me enteré que estabas bien y feliz con ella –declaró mientras se cruzaba de brazos –Yo me prometí que no te molestaría y no interferiría en eso pero te vi de casualidad y mi corazón se rompería si no te decía algo –comenzó a acercarse –si no te dec…

-Olvídalo Simona –irrumpí antes de que avanzara. Me encontré frunciendo cada vez más el ceño. Aquella cercanía que antes me ponía en la cúspide hoy me atacaba como una espada sin filo. Una peligrosidad que se disfrazaba de inocencia.

Se alzó a tocar sigilosamente mi mano mientras no retiró su mirada de encima. Sus dedos se deslizaban cautelosamente por mis nudillos precipitándome una ráfaga de sentimientos enredados. Nerviosismo, incomodidad… ¿Incomodidad? ¿Podía ser cierto? ¿Podía ser real que las manos de aquella mujer a quien tanto quería pudiesen ser la proyección de algo tan ajeno? –Por favor –rogué con pavor. Pero de mis nudillos se pasó a mi brazo y un metro se convirtió en pocos centímetros que se resistían y le abrían el paso al mismo tiempo.

Temor

-No tienes idea lo mucho que duele verte con alguien más –susurró inclinándose hacia mi oído y reposando su cabeza en mi hombro. Mi pecho se oprimió sin auxilio. Pensé en Antonia, en aquella “alguien más” que se negaba a ausentarse por mucho tiempo de mi cabeza.

¿Qué diría ella? Desde luego lo mismo. Desde luego no aprobaría verme con otra mujer en esa imagen que, a vista y paciencia de todos, parecía tan romántica e ideal pero, que en su plano interno, escondía imperiosos deseos de huir y enterrar un innecesario momento. Desde luego Antonia no estaría de acuerdo en ver como otra mujer deslizaba su rostro junto al mío intentando buscar una salida victoriosa en ello. Claramente ella no estaría de acuerdo en ver lo débil que había sido para permitírselo. Pero cuando ese virtual reproche aterrizó sobre mi cabeza recordándome lo estúpida que había sido, aquella respiración que se encontraba distraída entre mi cuello y mi cabeza ahora se acercaba para recordarme lo tarde que era, al tiempo que cálidos labios se precipitaban con ansiedad a mi boca fulminando sus huellas con un estremecedor beso.

Cerré mis ojos por un momento intentando resolver lo que pasaba. Simona me besaba y no lo negaría. No lo hacía. Ahí estaba, ese gesto tan dulce que solo ella podía ofrecer con poco esfuerzo. No podía negarlo, ahí estaba su ímpetu que aterrizaba con sutileza sobre mí. No podía negarlo, todo en ella parecía perfecto. Era hermosa y delicada y nada obstaba en detallarlo. Pero luego abrí mis ojos y nada se ajustaba. Fruncí el ceño nuevamente y me alejé. Simona me miró con confusión. Buscaba en cada rincón de mi cuerpo algún rastro que me dijera que aún había algo, que aun mi estómago se retorcía, que aún podía decir con justa razón que había hecho lo correcto pero entonces comprendí que ya no era el momento, ni el lugar ni la persona indicada. Ya no me fundía en su presencia.

-La amas –dijo cuan segura se sentía de comprender todo.

-Lo siento tanto –asumí con culpabilidad. Antonia, Antonia, era en todo lo que podía pensar. Deseaba no haber tenido que ver a Simona de nuevo en la vida.

-Claro que la amas –respondió resignada.

No lo había advertido pero mis ojos prontamente comenzaron a nublarse como la lluvia contra el vitral –La amo –confesé –lo siento, ella unió todo lo que tú dejaste tirado y ella está ahí y Dios! No puedo creer que estoy haciéndole est…

-Basta –detuvo –Vete Pau, haz tu vida y se feliz con ella. Lo mereces ¿No?

¿Lo merecía? ¿Realmente merecía a Antonia después de eso? El remordimiento se dirigió hacia la boca de mi estómago. Me apuñaló. Miré a Simona. Sentí que no tenía sentido quedarme un segundo más cerca de ella. Veía su rostro y sentía cariño, aquel cariño que me recordaba que aún tenía el aura de un ángel. Pero estaba perdida en la ocasión de un ángel que ya no era mío y que estaba lejos de serlo.

-Tengo que irme –aclaré preocupada buscando con la vista la puerta

-Como sea –respondió indiferente. Quería decir algo, quería disculparme por habernos puesto en esa situación. Realmente no quería castigarla ni desquitarme por todo lo que sentía con ella.

-Simona…

-No te quedes ahí parada. Solo vete –rogó.

-Bien –comprendí su frialdad. No tenía caso seguir forzando la nada, si la nada quería quedarse así. Miré de reojo antes de marcharme de su casa. Ella me sonrío, sabiendo que esa sonrisa era el disfraz de un dolor tan irreconocible hasta ahora. Salí por la puerta esperando algún día hacer un equilibrio entre aquella culpa y mis ganas por superar a las Simonas del pasado.

Salí a la calle y la tarde había pasado en cosa de minutos. El viento era lo suficientemente intenso para remover de su lugar mis cabellos enredándolos en su juego. Me hastié.

No podía dejar de pensar en cómo iba a decírselo a Antonia ¿Iba a hacerlo? ¿Sería lo mejor? No podía ocultárselo. Mi cuerpo de se lo diría, mis sentimientos intentarían soltarl…

Llamada. El tono de mi celular me distraía con prepotencia. Ámbar. ¡ Ámbar! –¿Hola?

-Deberías avisarme la próxima vez que quieras mentirle a ella usándome como excusa –la escuché molesta. Mierda, mierda y más grande mierda.

-Lo siento Ámbar –anuncié derrotada

-No te disculpes conmigo estúpida –gritoneó del otro lado –es a ella a la que le debes una explicación. Creo que ahora sí que la cagaste –advirtió. No pude hacer nada más que cortar la llamada.

¿Cómo iba a decírselo?


No podía recordar exactamente algo que me hubiese provocado más miedo que esperar a que ella me hablara. Estuve todo el camino perdida intentando justificarlo de algún modo pero entonces llegué a su casa, donde ella me esperaba y no pude ni siquiera ser capaz de recordar la síntesis de todo aquello.

-¿Dónde estabas? –fue lo primero que exigió al verme. Estaba molesta pero incluso más que molesta, podía verla herida –No, espera ¿Fuiste a verla verdad? –supuso en su lugar.

Solo asentí con la cabeza. Me sentía lo suficientemente avergonzada y horrible como para siquiera comenzar a hablar.

-Y me mentiste. Tenías que hacerlo

-Anto tenía que resolverlo –me precipité

-Lo sé –afirmó –Yo supe desde el primer momento en que la viste de nuevo que no ibas a quedarte de brazos cruzados Paula, lo sabía pero tú me hiciste creer que todo estaría bien y yo idiota te creí –confesó devastada –Y ni siquiera eres capaz de decirme toda la verdad

-¿De qué hablas?

-¿Qué pasó? ¿O piensas que soy lo suficientemente idiota para creer que solo fuiste hasta allá para hablar con ella y resolverlo de una vez?

La observé implorando un respiro ¿tenía sentido ocultárselo? –La besé –confesé sin detallarlo demasiado. Decir que en realidad había sido Simona la que me besó no cambiaría demasiado las cosas. No lo haría menos doloroso. El hecho estaba ahí y había sido lo suficientemente real para intentar excusarlo.

-Vete de mi casa –ordenó muy dócilmente, tanto que apenas pude notar que lo hacía.

-Anto, ella no significa lo mismo para mí

-¿Y tenías que besarla para averiguarlo? –Protestó con vehemencia -¿Sabes? Hubiese entendido si me hubieses dicho que necesitabas un tiempo, que necesitabas pensarlo, que necesitabas resolver todos los cabos pendientes pero en cambio me prometiste que esto no nos distanciaría y a la primera oportunidad que tienes de correr a sus brazos lo haces

-Anto no siento nada por ella –reafirmé ilusionada de encontrar algún destello clemencia en aquellos puntos verdes que se clavaban ante mi apremiante posición.

-No me importa. Me mentiste. He deseado todo este maldito tiempo que seas honesta conmigo y tú me haces esto –señaló mientras estregaba sus manos contra su rostro.

-Lo siento –supliqué ahogando cualquier orgullo insignificante que entorpeciera mis sentimientos. Me dolía físicamente su dolor. No podía creer que estaba haciéndole eso.

Un accidental rocío se aproximó por su mejilla –No puedo estar con alguien que no confía en mí y en quien ciertamente tampoco sé si confío –añadió en ese vago intento por mantenerse intacta. Un tren de inseguridades me arrolló rápidamente. Comprendí el cometido de sus palabras que perforaron en magnitud mi corazón –Yo no puedo Pau…

-No estás terminando conmigo Anto –corté con impaciencia

-Lo estoy –culminó –Es lo mejor para ti y para mí

-No me digas que es lo mejor para mí

-¡Cállate! –Protestó –No me pidas que acepte que mi mujer se bese con otra y que obviamente se sienta confundida con otra. No tengo por qué tolerarlo, yo solo quiero que te vayas de mi casa Paula, por favor… hazlo

Observé detenidamente. No iba a lograrlo, nada resultaría de aquello. Tenía miedo de dar un paso fuera de su casa. El frío afuera era un escándalo. También el hecho de alejarme de ahí con la condición de no volver. Me parecía descabellado procurar que era una buena idea dejarla. Era un absurdo. Pero sus ojos no querían devolverme la mirada.

-Esto está mal Anto –aclaré antes de decidir marcharme. Mis palabras solo rebotaron y se volvieron hasta mí recordándome que yo estaba mal. Todo lo había hecho mal y ahora solo me enfrentaba a ella con la desfachatez de haberlo echado a perder.

-No me busques –vociferó antes de mi partida. Su eco se hizo eterno en mi cabeza. Y caminé con la certeza que así lo sería por los próximos días.

Di los siguientes pasos debatiéndome si devolverme o no. Pero eso era todo. Conocía su determinación y ella no me permitiría hacer un retorno de aquellos que se encuentran en la carretera. No estaría dispuesta a olvidar todo como si no hubiese pasado nada. Ella no era Simona. Era la mujer que amaba y a quién otra vez había olvidado confesar lo importante que era para mí. Había arruinado toda la oportunidad de que lo supiera. Otra vez.

Me senté en una banca junto a una pequeña plazoleta. ¡Estoy jodida hasta el fondo