Idas y vueltas 23

Pelo corto, mirada distinta, pelo corto y mirada distinta, seguía diciéndome, tratando de demostrar que era otra persona, una desconocida a la cual mi imaginación le había atribuido –en un certero esfuerzo –la imagen de...

CUARTA PARTE

Adiós a todo. Adiós a un proceso. Adiós la escuela, adiós a los días de depender de un horario tan estricto. Adiós a los acogedores recuerdos de los mejores y más cordiales años de mi vida. Adiós a aprender por qué uno más uno es igual a dos; y porque uno no es igual a uno.

Adiós a las confusiones. Buena vida a los días marcados de desalentadores pensamientos empañaban una vida entera llena de ilusiones y sueños. Adiós amoríos y encontrones pasados. ¡Hola Antonia!

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-¿Qué? ¿Y desde cuándo? –fue lo que principalmente atiné a decir al ver la imagen de mis dos mejores amigos de toda la vida notablemente cariñosos entre sí. No sabía si eran las luces del lugar que distorsionaban mi vista o una impactante broma aquello que me tenía brutalmente atónita y preguntándome cómo pasó.

-Tú estás en tu burbuja de amor con Anto –explicó ella mientras intentaba desabrochar el cinturón de brazos que la rodeaba melosamente -¿Para qué íbamos a decírtelo aún?

¿Aún?

-¿Y entonces? ¿Hace cuánto…? –exigí horrorizada ante la posibilidad de parecer una idiota al no haberme percatado de nada.

Se miraron con extrema complicidad y diversión –¿Hace mm un mes? –preguntó Camilo a Ámbar y luego se dirigió hacia mí para confirmarlo –Si, hace un laaaargo mes

Un mes, un mes… ¿Dónde estaba yo hace un mes para no darme cuenta? Me interrogué sintiendo de pronto suaves y frías manos que me tapaban los ojos

– ¿Cómo está la segunda mujer más hermosa de todo este lugar? –me susurró una voz que me hizo recordar dónde había estado los últimos meses.

Ahí estaba, en un par de meses, permitiéndome todo lo que en diecinueve años jamás había si quiera dimensionado. Ella me daba una generosa muestra de felicidad que era completamente distinta a la felicidad que siempre había imaginado.  Por el contrario de la seguridad, tranquilidad y madurez que pensé que traería consigo, Antonia ponía todos los días una cuota distinta de ese sentimiento. Me arrastraba irresistiblemente a la incertidumbre de esperar algo diferente todos los días, aprendiendo que la paciencia y la tolerancia también eran felicidad a la hora de hacer presencia a sus infinitos cambios de humor y su irrompible espíritu, inmune a cualquier soborno de mi parte por ganarle en la razón. La vida junto a ella estaba lejos de ser un caluroso día de sol retratado en un paisaje. Pero en definitiva –solía pensar –la vida junto a ella también se encontraba aún más lejos de ser nubes grises en el horizonte. Así me gustaba, libre e insostenible, porque sabía que al final del día bastaba un par de reñidos besos para fundirme.

-¿La segunda? –comenté curiosa y celosa.

-Por supuesto que yo soy la primera –dijo brillantemente. Cómo no lo había notado antes…

-Espera, antes que vengas aquí con tus corruptas coqueterías ¿tú sabías que estos dos estaban juntos hace como un mes? –pregunté desplazando mis mariposas a otra parte.

-¿Tú no? Paula, mi amor, no es mi culpa que seas tan torpe a veces –respondió inocentemente.

-Traidora –acusé mientras ella se acurrucaba sobre mí –No, no, no quiero ni tus besos, ni tus abrazos ni tus manos traidoras –insistí con dudosa seriedad.

-Te recordaré eso último más tarde –agregó

-Graciosa –respondí, advirtiendo que me costaría caro aquella sentencia.

-Ya, ya, graciosas –dijo Camilo reprimiendo nuestra cuestionable contienda –Deberíamos hacer un salud por estar juntos los cuatro, vivos, enteros y felizmente emparejados –anunció empalagoso contemplando a mi mejor amiga.

Podía ver esa actitud ¿Acaso era cierto? ¿Acaso Ámbar podía notarlo también? Y entonces la observaba a ella, tan contenta y esperanzada casi negada a la posibilidad de renunciar a ese creciente… ¿Amor? ¿Qué era lo que realmente tenían? ¿Cuándo se dieron cuenta de lo que sentían el uno por el otro? ¿Siempre? ¿Era reciente? ¿Debía preocuparme por ambos? Tenía la leve sensación de estar a tiempo para objetar lo que mis ojos estaban viendo.

Antonia volvía a distraerme –Espera, Pau aún no tiene nada en la mano para brindar

-¿Cuál es la novedad? –agregó Camilo medio burlándose de la situación.

-¿Se reirán toda la vida de mí por ser más sana que todos ustedes? –pregunté en mi defensa

-Claro que no mi amor, es más, iré por una Coca Cola para ti –dijo con toda amabilidad mientras se retiraba hacia una de las barras. Observé con vacilación.

-¿Vieron eso? No se burló de mí, esto es una señal de que tienen que hacer lo mismo –aconsejé con ilustración.

-Jamás pasará –se justificó. Nos reímos.

Brindemos por ello. Bridemos por estar juntos los cuatro disfrutándonos entre risas. Brindemos por estar vivos después de un año tan engorroso que ya se había ido en un triunfal término. Brindemos por tenernos. Porque ellos estaban juntos a pesar de que no sabía exactamente cómo terminaría eso, o si terminaría o si aquello sería algo bueno o malo.

Mi mirada se dirigió a la barra. Quería brindar por ella. Por ser completamente bella. Por entrar a mi mundo en el momento preciso. Por rescatar con su cautivante esencia el alma de una pobre víctima de las paradojas de la vida. ¿Qué sería yo sin ti? ¿Dónde habría acabado? Tal vez no hubiese sido demasiado malo. Tal vez me habría escudado tras la idea de que alejarse de todos sería lo mejor. Habría optado por una absurda indiferencia al punto de apartarme de todas las esferas de la vida.

Yo no quería saberlo. La observaba y sentía amor. La observaba y realmente sentía que valía la pena golpearse en la cabeza hasta romper con la muralla de desconfianza.

La vibración en uno de los bolsillos de mi pantalón me apartó súbitamente de mis reflexiones. Lo busqué para ver de qué se trataba al momento que ya había dejado de agitarse. Lo revisé. Número desconocido. Bah! Qué extraño! Justo cuando intentaba restarle importancia a la situación, el teléfono volvió a vibrar. Lo quedé mirando nuevamente, esta vez con más extrañeza. No era gran fanática de contestar números desconocidos pero dada la insistencia me dispuse a contestar –¿Hola? –atendí.

Ruido vago.

-¿Hola? –pregunté nuevamente elevando la voz. No estaba en el lugar más reservado y silencioso precisamente pero aun así podía oír que alguien estaba al otro lado de la línea. Noté un sonido que se me hacía familiar a través del teléfono. Lo alejé un momento de mi oído para escuchar la música del lugar. Lo acerqué nuevamente para comprobar que era la misma melodía alrededor. Miré a Camilo y Ámbar para asegurarme de que no fueran ellos –¿Quién es? –exigí enojada. Y nerviosa.

-Estás hermosa –contestó una voz imprecisa que apenas podía escuchar con el ruido pero que tenía algo familiar. Algo estremecedoramente familiar –Pau ¿estás ahí?

-¿Quién e…

-Soy yo. Simona –aclaró rápidamente finalizando la llamada.

Durante al menos unos diez segundos mi cuerpo había permanecido ahí, intacto, parado en medio de nada o medio de todo. Sin embargo mi mente, mi orgullo y mi vida entera estaban desplomados por el piso, fundidas junto con el agua y los tragos que la gente derramaba por torpeza y descuido, tras escuchar ese nombre y con más claridad esa voz. Despegada de la impresión, en un impulso sobrehumano mis ojos comenzaron a buscar con desesperación a la dueña de ese llamado.

¿Acaso era una broma? No lo era. Mi corazón y mi cabeza habían estado rogando con impaciencia a que fuera una mala broma. De esas que te sientes incapaz de perdonar. Pero entonces la vi, la vi más bien acercarse a ellos y luego fijar la vista en mí. Observé a Ámbar y a Camilo que me miraban perplejos ante lo que parecía simplemente una ilusión para todos.

-Pensé… -vaciló –sin antes darle muchas vueltas al asunto, que sería educado saludarlos –dijo mientras notaba su enorme inquietud.

¿Educado? Educado, claro . Educado habría sido saludarme si al menos yo la hubiese visto antes pero todo era tan inesperadamente forzado. Yo no la había visto, ni esperaba verla, al menos por el resto de mi vida no esperaba verla. Pero estaba ahí, parada frente a mí con esa mirada tan inocente que la caracterizaba, con altura, dándome la cara después de todo ese tiempo.

Educado.

-Supongo que estás bien, te ves bien –agregó al notar que no me atrevería a decir nada. Pero ¿Qué se supone que debía decir? “Sí Simona, he estado viviendo estupendamente bien desde que te fuiste, he sido enormemente feliz” ¿Acaso le importaba a ella si yo había estado bien?; pero no, seguía contemplándola sin poder escupir toda la incomodidad que me procuraba. ¿Y qué era eso de que me veía bien? ¿Acaso una imagen fortuita podía resumir un año completo batiéndome en confusas y estrechas riñas para poder sacar adelante los miedos que la mujer –que en ese momento tenía al frente –me había generado?

-Estoy bien Simona –decidí responder porque sabía que ni toda la indiferencia posible que pudiera propinarle se compararía de alguna manera al resentimiento que realmente tenía contra ella. Resentimiento que jamás había tenido la oportunidad de comprobar pero que ahora que estaba parada frente a mí, se aproximaba en caída libre sin resguardo, sin protección, a punto de encontrar el término de su precipicio al momento en que yo le dijera que la odiaba tanto como era posible odiar a alguien ¿Pero era odio realmente? Sentí el miedo de no estar sintiendo lo correcto, aún teniendo presente que Antonia estaba ahí a cualquier segundo de llegar hasta donde yo estaba.

-Me alegro Pau –dijo con una inestable sonrisa –bueno, ya no te quito más tiempo

-Eso deberías haber dicho apenas te acercaste –discutió Ámbar sin escrúpulos y con un evidente enojo que Camilo, a su lado, intentó sosegar.

-Puede ser –aceptó con falsa resignación y con algo muy parecido a satisfacción en su mirada –Adiós Paula

-Adiós –me despedí sin más. Miré a Ámbar, miré a Camilo, la miré marcharse, completamente confundida. ¿Realmente había pasado? ¿Realmente era ella?  Lucía un corte de pelo distinto. A pesar de la inoportuna situación su voz se oía más segura en comparación a todas las veces que la había oído. Su mirada era distinta. Realmente era ella, intentaba convencerme.

¿Qué era todo eso? ¿Qué eran todas esas sensaciones recorriéndome el cuerpo? ¿Qué era ese creciente dolor en la sien? ¿Acaso había bebido? Habría deseado hacerlo antes de eso.

-Con quién hablabas bonita –oí muy cerca de mi oído como una alarma que intentaba con todas sus ganas despertarme; sentí empalidecer, sentí la vergüenza y la incomodidad rodearme las mejillas, sentí la inapropiada necesidad de ocultarle todo y decir “oh, nadie, solo era alguien que preguntaba algo” y seguir como si nada. En lo pronto, miré a mis amigos intentando encontrar comprensión y aprobación pero rápidamente Antonia me robó la mirada con exigencia, con preocupación, advirtiendo que algo pasaba. Realmente era ella. Mis ojos se fueron a la lata que ella sostenía ahora con molestia en sus manos y también con nerviosismo y su nerviosismo comenzó a alterarme, a comprender que algo estaba mal conmigo, con la expresión en mi cara que en absoluto me delataba. Su nerviosismo rápidamente me llevó a…

-Quiero salir –anuncié con precipitación, sin esperar que me detuviera a cambio de una explicación.

Intenté pasar lo más rápido entre la múltiple colisión de personas que se desplegaban por el lugar y alcancé la salida, la gloriosa salida; la ráfaga de viento me golpeó de inmediato trayéndome un poco de sosiego. No puedo con esto , pensaba mientras rebobinaba la película una y otra vez. Intenté caminar para zafarme del olor a cigarrillo que se difundía y se concentraba en la entrada y que empezaba a asquearme al punto de hacerlo insoportable.

Pelo corto, mirada distinta, pelo corto y mirada distinta, seguía diciéndome, tratando de demostrar que era otra persona, una desconocida a la cual mi imaginación le había atribuido –en un certero esfuerzo –la imagen de Simona. Pero esas cosas no pasaban. En la vida real no se acercaban mujeres de la nada, con un exactísimo parecido a la mujer que había marcado mi vida, pronunciando mi nombre y preguntándome cómo estaba. Era real, y aunque probablemente no significaba nada y probablemente no sabría otra vez de ella, había sucedido.

Era ella.

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Necesito estar sola, resonó pulcramente en mi cabeza.

Luego de retirar una pierna de la cueva que se formaba entre las sábanas, de rodar incesantemente sobre la cama y de arrojar finalmente la ropa que a esta cubría, renuncié definitivamente a la posibilidad de conciliar el sueño a las 09:22 A.M. Los rayos del sol se burlaban en mi cara del estúpido espectáculo que estaba dándoles.

-Calor de puta madre.

Si bien entendía de ninguna manera era posible dormir con el calor asfixiante que poco a poco se infiltraba y ascendía sabía que este no era el único culpable de mi desvelo durante aquella noche. Desde mi llegada, había repasado unas ochenta mil veces lo que había pasado, poniéndole pausa a circunstancias que podría haber cambiado, a cosas que pude haber dicho y que no me atreví a decir por miedo a lo que pudiera pasar.

Me recordé yendo a buscar una bebida para ella. Necesariamente mi mente se saltaba toda la trivial conversación con el barman, y se iba en segundos al momento en que me di vuelta para localizarla con la vista. Instantáneamente todos mis miedos y dudas se arrumaron como si de alguna manera ellos supieran que pasaba. Vi a Paula parada frente a una niña ligeramente más baja que ella y –hasta donde mi vista alcanzaba a definir –hermosa como tal. Antonia, no puedes ser tan estúpida de sentirte celosa por cada persona que se le acerca, mírate fue lo que inmediatamente me dije mientras no me permitía despegar la mirada de ese lugar. Aquella indeterminada y sospechosa persona sostenía en su mano izquierda un vaso mientras que con la derecha intentaba animar su conversación. Quién eres. Me arriesgué a despegar mi vista para observar la expresión de Ámbar o de Camilo a ver si me daban alguna pista, pero era un caso perdido pues estaban casi hipnotizados por la presencia de la mujer misteriosa. En violenta actitud mi mirada se fue hasta Paula, y Paula estaba inmóvil y aquel fue el momento en que tomaba mi mágico control remoto y hacía una inevitable pausa.

¿Por qué no había ido hasta ellos en ese preciso instante? Me preguntaba como por duodécima vez, mientras despegaba mi cabeza de la almohada con una latente jaqueca asechándome sin piedad ¿Por qué no me alcé en un acto heroico para borrarla en el asunto, para decirle quién era y lo que estaba dispuesta a hacer si se acercaba de nuevo? Sin embargo me hundí en la sospecha y en el miedo y seguí espiando. La fría lata de Coca Cola entre mis manos comenzaba a molestarme sin la posibilidad de una tercera mano que me ayudara. Era el momento exacto para canalizar mis encendidas energías y dar los quince pasos que me separaban de ella pero la barrera invencible de la cobardía me detenía ¿Qué era lo que me vencía? Su nombre se me pasó por la cabeza cuando la vi, aquel nombre que Paula me había mencionado alguna vez para contarme la refundida historia y dejarme tranquila. Cada una de las letras que formaba su nombre se anteponía en mi cabeza como conos en la carretera, siendo el mayor obstáculo y desvío la pronta y creciente molestia que me generaba el que Paula siquiera se volteara a ver si venía. Entonces noté que Ámbar dijo algo y al cabo de unos segundos la persona –ya no tan misteriosa –se marchaba. ¿Cuánto tardaría en dar quince pasos? Me pregunté cuando ya me encontraba dando el tercero. Recordaba los absurdos intentos por forzar una sonrisa y disimular el agónico estado que me había acompañado durante esos minutos que me habían parecido eternos.

-Era Simona –dijo Ámbar con evidente malestar. Se notaba que ella habría estado muy apenada de tener que decírmelo y avergonzada de que Paula se fuera así.

Me senté sobre la cama antes de pararme, refregándome la cara con descuidada fuerza. Los recuerdos no habrían sido tan malos, pero tenían una cara y un nombre a quién culpar por una de las peores noches que había tenido. Un nombre que sospechaba antes de ver la cara de Paula y descubrir como intentaba esconderlo. Un nombre que sospechaba incluso antes de que Ámbar lo pronunciara. Ese mismo nombre, cuyo rostro no quise ver cuando salí corriendo tras Paula.

-No tienes que darme explicaciones por esto – fue lo que dije mientras la alcanzaba la noche anterior aun sabiendo que aquello se alejaba notablemente de todo lo que realmente quería. Mis impacientes sentimientos se contradecían torpemente con lo que sentía que ella necesitaba: un espacio.

Su rostro tenía un enfermo aspecto de un tono pálido que poco podía atribuírsele al inexistente frío –no deberías verme así –dijo ella.

Me acerqué –no me excluyas Paula –exigí en un ahogo al tiempo que me acercaba para tomar su mano. Observé confusión y sorpresa en su rostro.

-¿Qué pasa? –pregunté intentando sonar calmada.

-Quiero irme de acá Anto. Asentí con prudencia, me despegué para despedirnos de los chicos y entonces volver al tiempo que ella ya estaba instalada en el auto con la vista fija en el frente. El tiempo que tardé en llegar fue el que me tomé para decidir que había un rastro de esperanza tras el turbio incidente, que quizás podíamos hablarlo y estar en la misma línea, pero aquella mañana siguiente, de pie frente a la cama saludando con torpeza al mismo sol que hace unos minutos se había mofado de mi paupérrimo aspecto, podía afirmar que durante la noche anterior algo se había quebrado y que lo posterior solo lo empeoraría.

Me senté a su lado a la espera de que dijera algo, sin embargo solo encendió el motor y se dedicó a acomodar los espejos. Durante todo el camino hasta mi casa no me dirigió la palabra, evitando a toda costa cualquier contacto conmigo. Dentro del incómodo e irritante silencio podía imaginar e incluso oír lo que ella estaba pensando.

-¿Acaso tengo la culpa de algo? –pregunté una vez que se estacionó frente a mi casa.

-Es obvio que no –respondió con una tristeza que no podía ver en su rostro, el cual intentaba esconder de mí imperiosamente frente al volante pero que si podía escuchar e interpretar claramente.

-¿Entonces por qué no me hablas?

-Porque no sé qué decir Anto

Saliva tras saliva era lo que amenizaba el despiadado nudo en mi garganta. Quería abrazarla, no me importa si decía demasiado o si no decía nada, quería estar ahí.

-¿Quieres quedarte aquí conmigo? –propuse neciamente.

-No creo que sea buena idea –inquirió con una muy vaga y esforzada sonrisa.

-Entonces no sé, me iré contigo donde tú quieras, solo no me apartes –imploré. ¿Cuánto era capaz de rogar una mujer? Era la estúpida pregunta que me daba vueltas.

-Necesito estar sola –fue lo que finalmente decidió.

¿Por qué? Podía entender perfectamente el hecho de que era impresionante ver a la mujer que le había quitado el sueño durante tanto tiempo y que la había mantenido indispuesta del mundo, indisponible para mí y atesorando la convicción de que estaba mejor sola que accidentalmente mal acompañada. Pero ¿por qué estar sola? si me tenía ahí. Ella podría haberme lanzado toda esa rabia acumulada durante tanto tiempo y yo lo hubiese entendido, a menos de que no fuera rabia lo que tenía dentro sino que otra cosa, otro reprimido sentimiento que Paula tenía miedo de consentir tanto como yo tenía miedo de imaginar.

-¿Anto? -Llamó mi padre -Paula está aquí -informó sintiéndose curioso al notar mi estado. Perfecto, ahora cómo le explicaba todo.

-¿Puedes pedirle que pase? -pregunté intentando disimular mi aspecto. Aunque era estúpido, él ya lo había notado.

-¿Estás bien? Si quieres le pido que vuelva después

-No! -exigí -de verdad estoy bien, solo es una tonta pelea -mentí diestramente.

-Bueno -dijo no demasiado convencido -Le diré que pase.

-Gracias -fingí una sonrisa con paciencia.

Me dejó y al minuto la vi entrar sintiéndome molesta de inmediato.

-Te ves como la mierda amorcito –expresé con ironía. Podía imaginármelo. Ella pensando toda la noche en lo que había ocurrido, tal como yo lo había hecho aunque no exactamente sobre lo mismo.

-¿Estás fumando nuevamente? –esquivó apuntando la mirada en la cajetilla de cigarros sobre mi velador.

-Es un caso de emergencia –expliqué avergonzada. Paula deja de doblegarme . Era cierto. Luego de determinar que dejaría de fumar para no molestarla demasiado convenciéndome además que sería lo mejor para mí, insistí que guardaría la última cajetilla por si alguna vez me sentía realmente angustiada como aquella noche. ¡ Gracias por haber sido ridículamente oportuna!

-No me debes explicaciones –indicó ella.

-No, esa eres tú –desafié –porque supongo que a eso viniste ¿cierto?

Se sentó sobre mi cama y desde ahí me observaba fatídicamente, como si de ese suplicio dependiera lo que me urgía oír. Volvía al hecho que lucía terrible, su rostro se veía cansado, su cabello a penas en un intento de ser arreglado se desparramaba por sus hombros y sus ojos hinchados… ¿de tanto llorar? ¿Llorar por quién? ¿Por ella? Estaba obsesionándome con el hecho de querer sacudirla hasta que me dijera todo aunque eso pudiera dolerme. Estaba castigándome por ser tan egoísta y volverlo todo sobre lo que yo sentía respecto de lo que había pasado la noche anterior pero necesitaba saber. Necesitaba que ella me hiciera sentir que podía comprenderla.

-¿Quieres ir a otra parte para que hablemos? –sugirió.

No quiero salir, quiero que me digas por qué mierda estoy tan asustada, por favor mírame y haz algo –Ok –respondí -¿Me esperas? –pregunté señalándole mi aspecto. Pijama y aliento a cigarrillo. Al menos estábamos en el mismo desastre.

-Creo que lloverá –comentó observando el cielo grisáceo que se tendía sobre la apacible laguna de siempre. Seguía sin entender por qué necesitaba ir tan lejos para decirme lo que sentía, por qué era tan infinitamente agonizante conseguir algo de ella siempre.

La miré resolviendo sobre retractarme de haber pensado que lucía terrible. Bajo el triste escenario que se configuraba a la espera de hablar, ella seguía luciendo hermosa. Comenzaba a sentirme débil de desearla tanto después de haber querido matarla por algo tan constante como lo era la incertidumbre. Hacía frío y anhelaba abrazarla, fundirme en el calor que se empleaba entre su oscuro y lacio cabello y su cuello, el cual me llamaba insensatamente para romper la tensión que existía y que me provocaba a olvidar y enfrentarme resignadamente a la posibilidad de envolverme entre sus brazos protegiendo lo que era mío. Ella era mía.

-Sí, creo que no es buena idea quedarse aquí más tiempo –intenté que captara el mensaje. Entendí que algo debió haber hecho conexión porque entonces su mirada se volteó hacia mí en un intento de dosificar mis sentimientos.

-Lamento haber sido una ingrata contigo anoche –empezó con sutileza.

-No quiero que te lamentes, quiero que…

-Anto –me calmó con serenidad –Yo realmente te debo una disculpa por haber pensado únicamente en mí cuando tú solo estabas intentando llegar a mí. Fui una estúpida y no sabes cuánto lamenté al llegar a casa y sentirme completamente sola el no haberte hecho caso, el no haberme quedado contigo. Yo quise llamarte, decirte que quería dormirme a tu lado y sentirme segura nuevamente –aclaró con dificultad. Me quedé pensando en cada una de las cosas que decía. No era de extrañarme concluir que si ella hubiese hecho eso yo habría corrido al segundo hasta donde estaba para decirle que todo estaría bien.

No tenía sentido seguir juzgándola por una actitud que podría haber sido perfectamente normal como perfectamente equivocada. No era exactamente eso lo que me importaba –Pau yo no quería ni quiero forzarte a que me expliques ni me prometas cosas que no puedes hacer, solo quería saber cómo te sentías con todo esto, porque mierda, es tremendo y lo entiendo pero no me pidas que no me sienta aterrada de pronto –comencé sintiendo desplazar la soberbia y el resentimiento de mi cuerpo reemplazándolo por indulgencia y pasividad.

-No tienes que sentirte aterrada por nada

-¡No puedo! –Insistí –Pau yo la vi, la vi al frente tuyo totalmente segura de lo que estaba haciendo al presentarse ahí. Es linda. No, miento, linda no. Creo que en verdad es hermosa y esto que siento no son solo celos infantiles sino que de veras estoy aterrada de que ella me robe lo más valioso que tengo en mi vida en este momento que es tu cariño –declaré agotada. No podía concebir ni aceptar esa idea. No podía permitirle que ella en un segundo me despojara de todo lo que me había costado meses.

-Anto eso no va a pasar –continuó ella –Tú me das cosas que ella jamás podría haberme dado.

-Eso no lo sabes –respondí certeramente. Ella realmente no lo sabía. ¿Cuánto habían estado juntas? ¿Un mes? ¿Un poco más? ¿Era suficiente un mes para decidir que ella no fue suficiente? Yo creía que no y era eso lo que me asustaba, el pensar que esa mujer podría ser impecablemente mejor que yo y Paula ni siquiera lo sabía y tampoco se atrevía a admitirlo pero posiblemente podría mostrárselo si ella se acercaba lo suficiente para abrirle los ojos. Prefería advertírselo yo antes –Ella podría haberte dado mucho más que lo que yo según tú te doy –confesé tristemente.

-Pero se fue –agregó a su defensa

-¿Y qué? –Sostuve –Ni siquiera sabes por qué se fue

-Exacto –Afirmó –Ni siquiera sé por qué se fue y eso lo dice todo. Apenas dejó una carta que concretamente no decía nada. Si ella me hubiese querido realmente no habría hecho eso. ¿Puedes imaginarlo? ¿Qué podía esperar de ello? ¿Que ella un día también terminara conmigo a través de una carta? Tú estás aquí ahora y si me permites compararlo prefiero mil veces todo lo que he pasado contigo antes que aquello que pudo haber sido con ella.

No quería seguir debatiéndole. Miré las lágrimas que se escapaban de sus ojos sintiendo la inevitable necesidad de aprehenderla junto a mí hasta agotar su dolor –Anto, yo sé que me viste dudar y te lo reconozco, estaba choqueada de ver a Simona después de tanto tiempo sin saber nada de ella y siento aún la poderosa obligación de exigirle explicaciones pero también quiero que sepas que el estar contigo me hace sentir tranquila.

-¡Qué suerte la tuya de poder estar tan tranquila! –aclaré molesta redirigiendo mi vista a los árboles que bailaban a favor del viento.

-Anto, por favor –me buscó pidiendo comprensión –Yo no dejaré que esto nos distancie

-¿Y cómo puedes estar segura de eso? –Exigí en tanto le devolvía la mirada–Paula confío en ti pero no seas tan ingenua, ella no te buscó precisamente para saludarte y saber cómo estabas. Probablemente pensó que estabas sola y estoy segura que no le seré exactamente un impedimento si es que ya no lo piensa.

-¡Basta! –Ordenó –Ya no quiero que pienses que cualquier cosa que pase depende de ella.

La observé rendida. Quería sentirme tenaz nuevamente, quería descansar en la idea de que no podía tener el control sobre todo. Tenía que confiar en ella y en mí. Sobre todo en mí. Sabía que no había ido hasta tan lejos con Paula solo por suerte. Poder decirle a Simona o a quien fuera “aquí te espero”.

-Te adoro Anto y pienso, con toda honestidad, que eres tú la mujer más hermosa que he conocido –afirmó con dulzura. Me apoyé en su blanda mirada y me vertí en sus hombros. Ya no me quedaba más que fluir. Si ella lo creía entonces no me quedaba más que darle razón a sus pensamientos y erguirme para demostrarle que seguiría siendo la misma de siempre.

De pronto una insípida gota cayó sobre mi mano. Tras ella se arremetió otra que trajo consigo unas cuantas más que discurrieron sobre mi rostro.

-Creo que tenemos que movernos –sugirió ella no despegándose de mí.

-No me importaría quedarme un rato más contigo –añadí dándole tregua a las preocupaciones. Ella me miró y se precipitó a darme cortos besos hasta robarme a regañadientes una sonrisa. El diagnóstico cambiaba. Quizás por el momento eso era todo lo que necesitaba. Un poco de esa medicina que solo ella podía darme.

Aquí te espero, Simona! Pensé de nuevo enérgicamente.

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Como siempre, muy agradecida de sus visitas. Espero haber resuelto la intranquilidad de algunas personas con este capítulo, aunque sea con una pequeñita cuota de esperanza (?) jajaj. Escribí este capítulo esuchando el "Let Go" de la gran e inigualable (en su momento) A.L (Ok, puedo escuhar sus bullidos). Advertencia por si sueno muy abatida.