Idas y vueltas 22

Quiero posarte a la deriva de todo lo que pueda ser nefasto

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-Te veo tan contenta últimamente –comentó mi madre tras la copa de vino que me hacía perderle la vista.

Al volver a casa mi madre me sorprendió con la cena. Estaba cansada por aquel día pero el aroma era tan placentero al acercarme a la entrada y su propuesta me había parecido tan adorable que no pude resistirme.

-Tal vez es porque en verdad lo estoy –aclaré orgullosa. Orgullo, esa era la palabra correcta. Sentía que mi pecho se hinchaba afablemente cada vez que hacía la comparación. Era como si hubiese estado durante mucho tiempo caminando en la cuerda floja, pidiendo permiso a un pie para mover el otro y de pronto infalibles zancadas se aproximaban a esclarecer un panorama que me parecía tan incierto como remoto. Aquel panorama que era el restablecimiento de todas las cosas que había perdido cuando Simona se fue. No sabía si aquellos pasos eran en gran medida a causa de lo que Antonia hacía o bien, yo había aportado algo en eso. De todas maneras, me sentía orgullosa.

-Me alegra que ella esté provocándote esa sonrisa –dijo dócil. Me alegraba que ella se diera cuenta. Me alegraba que la gente pudiera verlo. Noté que por primera vez se refería al hecho puntual de que ahora estaba con Antonia. Mi madre respetaba mis decisiones sin perjuicio de los arreglos que, a modo de consejos, quisiera entregarme. Me alegraba saber que no solo lo respetaba sino que también lo aprobaba.

De pronto, ambas fruncimos el ceño ante ruido de la bocina de un auto que retumbaba fuera de nuestra casa. Un par de segundos después, el timbre de la casa resonaba avisándonos que alguien llamaba en la puerta.

-¿Esperas a alguien? –preguntó mi madre con extrañeza.

-No –respondí sintiendo curiosidad sobre la situación. Ella se paró para dirigirse a la entrada y yo dejé mis cubiertos y pasé la servilleta por mi boca para levantarme y seguirla. Grande fue mi sorpresa al descubrir quien estaba tras la puerta.

Antonia me había mostrado fotografías de ella y de su familia en algunas ocasiones por lo que no podía confundirme al reconocer a sus padres parados justo frente a mí. Me sentí paralizada ¿Acaso iban a reprenderme por algo? Observé a mi madre dando las respectivas buenas noches de ese momento a aquellas dos personas que desconocía y que naturalmente dirigieron su mirada hacia a mí.

-¿Paula? –preguntó él estando uno centímetros más adelante que ella. Su padre, mi suegro, lo que fuese.

-Si ¿Qué sucede? –intenté para averiguar. Busqué con mi mirada a alguien más que pudiese darme una explicación al respecto. No la encontré. Mi pecho se oprimió y mis manos reaccionaron con una desagradable comezón -¿Pasa algo con ella? –Pregunté esta vez con más desesperación.

-Esperaba que estuviera aquí contigo –comentó con decepción y una nueva preocupación en su rostro.

-Pero si apenas hace unas horas atrás la dejé en su casa – añadí con una oleada de ansiedad que elevaba efectivamente el tono de mi voz.

-Pau cálmate –intercedió mi madre

-¡No me pidas que me calme!–grité con soltura olvidando por completo que quienes estaban delante de mí eran sus padres. Perfecta impresión le daré.

-Lo sé –explicó –solo que… tuvimos una discusión en casa y ella se fue y apagó su teléfono y no tenemos idea a dónde fue

Quería gritarles ¿Qué le hicieron? ¿Qué era aquello tan terrible para que ella se fuera así sin avisar? Entonces me frenó el reconocer esa impulsiva y arrebatada aptitud que ella tenía frente a la vida – ¿Y ya buscaron en otros lugares? –pregunté esta vez apaciguando mi ansiedad e intentando no perder el norte.

-Preguntamos a su hermano y nada, como te dije, pensé que estaría contigo, yo…

-Tengo que irme –no me interesaba escuchar más –Tengo que ir y buscarla –dije agitando mis manos dirigiendo mi vista a mi madre buscando esta nueva aprobación. Imploré con mi mirada.

-¿Tienes idea de dónde está? –preguntó ella y los padres de Antonia miraron expectantes.

Pensé en un lugar. Pensé en su lugar favorito con preocupación. Eran las diez de la noche y me provocaba un enorme desasosiego imaginar que ella habría estado deambulando sola por ahí a tan inapropiada hora.

-Necesito que me prestes tu auto mamá –pedí asegurándome de mantener la calma para que ella lo entendiera. Agradecí en ese momento que ella me obligara a sacar licencia de conducir. Aquello que en un momento determinado me había parecido tan innecesario ahora era una urgencia de vida o muerte para mí.

-Podemos llevarte nosotros –comentó la madre de Antonia alzando la voz por primera vez.

-Escuche –dirigí intentando mantenerme en mis casillas –Si ella se fue así de casa supongo que es porque no quiere…verlos –expliqué intentando sonar lo más cortés posible, teniendo en cuenta que algo muy pertinente me decía que su madre había tenido “todo” que ver en lo que había pasado.

-No me pidas que me quede así como así, si tú sabes algo de dónde está mi hija necesito que me lo digas ahora –exigió ella con prepotencia. Me enervaba su disposición pero entendía también su desesperación. Era lógico y de esperar que fuese así.

-Ángela cálmate –pidió su padre y luego se volvió hacia mí –Si la encuentras ¿Me prometes que nos avisarás? –preguntó casi de manera suplicante. Ante aquello cedí considerablemente.

-Claro que sí

-Gracias –correspondió él.

Mi preocupación en el tiempo volvió –Mamá tengo moverme ahora

-Está bien –accedió –pero por favor prométeme que te vas a cuidar y actuarás con la cabeza fría –rogó cediéndome las llaves de su auto.

-Lo prometo –acepté rápidamente.

Le besé y me despedí para abordar el vehículo. Pensé en que podría tardarme menos si iba más rápido pero decidí calmarme pues aun no sabía si ella estaría en aquel lugar en el que había pensado. Aunque todas mis esperanzas apostaban a que la encontraría ahí.

Por favor Antonia.

-Diles que la encontré, que está bien y que la llevaré a casa en cuanto esté mejor –pedí a mi madre al teléfono. Los padres de Antonia iban a quedarse un momento más en mi casa aguardando alguna señal divina de mi parte y confiaba en que mi madre haría lo profesionalmente posible para calmarlos. Terminé la llamada, tomé mi chaqueta y me dispuse a bajar del auto.

La agonía había sido tortuosa hasta el momento de verla sentada mirando la laguna. Sentí como el alma se devolvía al cuerpo en el acto.

Caminé hacia donde estaba sabiendo de antemano que ella ya había notado mi llegada.

-Me encontraste –gritó con indiferencia en cuanto estuve más cerca. Me dolía su actitud.

-¿Por qué no me buscaste? –exigí abruptamente. No podía contener mi disgusto con tal arrebato aun cuando ella tuviera poderosas razones para hacerlo.

-Es evidente que quería estar sola ¿no?

-¿A millones de kilómetros de todo? ¿No te parece exagerado? –reclamé notablemente molesta más cerca de ella.

-¿Me estás diciendo exagerada? –confrontó aun de espalda.

-No –respondí rápidamente –estoy intentando decirte que fue la peor idea que pudiste tener, que estaba preocupada, que si no te hubiese encontrado yo me mue…

-Pero me encontraste –irrumpió –y me alegro que así sea –manifestó devolviéndome la mirada.

Me acerqué hasta su lugar sentándome justo detrás de ella –me aterraba la idea de no encontrarte aquí –confesé honestamente mientras me fundía en sus hombros e intentaba atraerla hacia mí. No podía evitarlo. Ella podía torcerme fácilmente y no quería que todo se volviera sobre juzgarla. Sabía que estaba mal.

-Gracias por estar aquí –comentó aferrándose a mí. Si supieras que de eso dependía mi vida .

-No vuelvas a hacerme esto por favor –supliqué fatídicamente.

-Si me pones esa carita no puedo pensar en algo que pueda herirte –intentó disculparse pretendiendo una desarmada sonrisa. Asentí con quietud. La luz de la luna me permitía una leve visión de ella. Todo me reflejaba la pesadumbre que había pasado durante esas horas. Recordé el motivo.

-¿Estuvo muy mal esa pelea? –pregunté recapitulando los hechos que la habían llevado hasta donde estábamos

-Más o menos  –musitó ella –pero no es algo de lo que quiera hablar ahora Pau –convenció ofreciéndome un adorable gesto. Me ahorré las preguntas y decidí abrazarla incluso con mis piernas que seguían rodeándola.

Todo ese tiempo ella había intentado ser tan dura y estable que me había vuelto a la idea de que tenía a una mujer invencible a mi lado. Me asustaba un poco esa actitud tan desafiante. Sin embargo ahí estaba, la mujer frágil a quién quería sostener en mi brazos por siempre. Quería decirle que sin importar si los tiempos no eran los mejores yo estaría ahí para cubrirla de la lluvia, ser el paraguas a quién pudiera recurrir cuando se despegara el diluvio.

Seguí mimándola hasta que tristes ojos fueron reemplazados por resplandecientes pupilas que me observaban con diversión. Eran tan hermosa como me era posible distinguir dentro de las cosas más encantadoras que había visto en mi vida.

-¿No estás en una posición muy cómoda cierto? –se burló irónicamente de mí al tenerme aun en eme alrededor de su cuerpo. Yo solo reí. Ella en cambio se dirigió a mi rostro trazando un curvo camino con su mano que fue bajando lentamente hasta detenerse en mi cuello. Mi respiración se cortó por un momento.

-Tu mano está tan fría –revelé agitada por el contacto.

Ella nuevamente reía –quizás en un momento dejará de ser importante

¿Qué significaba eso? En la medida de que su mano había decidido seguir su camino lo entendí. Mis piernas dejaron de tensarse alrededor suyo traspasando esa rigidez a otras partes de mi cuerpo.

-Hola ¿recuerdas dónde estamos? –intenté mientras ella se aproximaba a mi boca

-Lo sé perfectamente –reconoció mientras jugaba con toda autoridad con mi labio inferior –y créeme que no me importa –sostuvo sin declinar el jugueteo paralelo con su mano. Le creía cuando me decía que realmente no importaba si estábamos con menos cien grados a la intemperie. Ella estaba acomodándose imperiosamente sobre mi cuerpo y la sensación comenzaba a ser insoportablemente deliciosa aun cuando todavía algo hacía ruido en mí por la situación anterior. Aunque a esas alturas para ella parecía menor.

Antonia seguía regateando con mi cuerpo. El frío de su mano se ensamblaba en mi vientre con todo dominio. Temblé. Estás volviéndome loca.

Su mano libre se dirigió hasta el centro de mi pantalón empleándose con toda táctica a desabrocharlo. Justo en ese momento mi cerebro hizo un pequeño click frente a lo que estaba pasando ¿Qué estaba haciendo? ¿No se supone que era ella quién debería estar delirando encontrándose con esa nueva sensación recorriéndole el cuerpo?  -Espera–me apresuré a detener.

-¿Qué haces? –cuestionó descolocada ante mi prisa por contenerla.

Me ahorré las explicaciones. La desplacé unos centímetros para moverme y ponerla justo donde estaba yo antes –Estabas haciendo trampa –comenté mientras me escabullía lentamente por el trayecto que había entre su cuello y sus hombros. Comenzaba a olvidar todo lo que había pasado.

-Tú eres la tramposa –añadió con dificultad.

-No, solo que ahora estás justo donde te quería –comenté adueñándome de su cuello mientras con un noble esfuerzo intentaba quitar la ropa que cubría la parte superior de su cuerpo. Su busto quedaba a la vista, tal y como lo recordaba aquella vez en que accidentalmente la encontré vistiéndose, con la única diferencia de que ahora estaba a centímetros de mí y que ella era completamente mía.

-Ya no quiero que seas respetuosa –aclaró con una sonrisa tan nerviosa como seductora que estaba acabando con el poco control que tenía sobre la situación. Removí suavemente la prenda que sostenía a sus pechos y besé, mordí y devoré a mi antojo. Sus manos se tensaban en mi cuello en el acto. Pequeños gemidos se escapaban de su boca

-Creo que tengo tu aprobación –ella solo me lanzó una mirada que terminó por darme la razón. Me parecía que todo en su cuerpo exigía que no perdiera más el tiempo.

Me acomodó con precisión entre sus piernas abriéndome todo el camino que necesitaba para continuar. Me dirigí a desabrochar esta vez su pantalón, a bajarlo con desesperación, a deslizar su ropa interior. Ella por su parte hizo grandes esfuerzos para quitar del camino mi –ya desajustado- pantalón sintiendo al instante la frigidez invadirme; frescura que se menguó al momento que ella me atrajo hasta su sexo haciendo un sublime contacto con el mío. El sutil roce era suficiente para ahogarnos a ambas en jadeos que imploraban más. Mis manos se fueron a su trasero para apoyarse mientras el vaivén de nuestros cuerpos era más intenso; sus manos en cambio, se fueron a mi espalda en donde se desquitaron por todo lo que el resto de su cuerpo no podía hacer. Su entrepierna húmeda hervía junto a la mía. La fuerza con la que seguía oprimiéndome me indicaba que estaba por pasar. Abruptos quejidos se ahogaban en el espacio abierto. Mis manos se escaparon de su trasero y se posaron en el frío césped arrancando con ello unos cuantos ramilletes en tanto un contenido orgasmo se escapaba y se unía al de ella. Me extendí sobre su cuerpo cubriéndome en el calor que aún emanaba de él.

-Te amo –comentó mientras recuperaba el aliento. También te amo pensé. En cambio, respondí con un beso que me hizo volver a la vida después de haberme elevado a otra parte. El cielo quizás. O quizás el cielo era demasiado cerca.

-Creo que ahora jamás podré olvidar este lugar –dije observándola con deleite. Su cabello estaba desordenado, su pecho aún al descubierto.

-Me encanta estar aquí contigo –añadió ella.

-¿Quedémonos para siempre? –sugerí caprichosamente.

Se inclinó un poco desde donde estaba –Señorita futura arquitecta –empezó recordándome pasadas conversaciones respecto del futuro –voy a contratarla algún día, no muy lejano por cierto, para que diseñe mi casa en este lugar

-Voy a construirte un palacio –aseguré muy convencida de que era eso lo que ella merecía. Podía verlo. Un inmenso lugar donde ella pudiera ser feliz el resto de su vida en el lugar que más añoraba en el mundo.

Observó apacible desde su lugar –No quiero ni un palacio ni un castillo –explicó –Quiero una hogar pequeño donde pueda estar con la mujer a quien amo

La contemplé el resto del tiempo tras sus palabras ¿Por qué no podía decirlo también? ¡ Antonia te amo! Quería que leyera mi mente, que supiera que lo era todo para mí.

Ella frotó sus manos sobre sus brazos. Comenzaba a temblar y pronto me di cuenta que el frío también había invadido mi desnudo torso.

-Creo que es hora de que te lleve a casa cenicienta –comenté tomando su mano.

Ella se acercó a besarme. Cortos besos que me llenaban de dulzura. Se acercó a mi oído y susurró –Gracias por esto

Mi corazón se agitó no deseando demasiado querer llevarla a casa esa noche.

Te amo, te amo y deseo tenerte todo el tiempo que nos resta a mi lado. No puedo imaginar esta vida que nos ha visto crecer, lejos de ti. Quiero posarte a la deriva de todo lo que pueda ser nefasto. Te amo.

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Y fin!... No, broma! sería fatal; queda harto a mi parecer (a mi escribir) de esta historia.

Reitero mis agradecimientos a la gente que sigue leyendo; a "los tele-videntes que recién se integran" también por comenzar desde el principio. Es por el amor a esta historia, a esta tarea y por la gente a quién le ha llamado en algo la atención que todo sigue en pie.

Este relato, como habrán podido notar, es considerablemente más corto que los anteriores. Por eso me tienen aquí,haciendo el relleno. No broma. No es relleno, es explicación. Se cierra un capítulo, se abre otro, solo diré eso.

Por último, quería agregar que estoy dispuesta a charlar siempre respecto de la historia. Recibo todo tipo de insultos por ser tan angustiosamente desagradable con mis personajes.

Cestef : algunas oportunas aclaraciones:

-En primer lugar, quería agradecer con suma emoción y todas esas cosas que revolotean por mi alma de "escritora" tu disposición principalmente a leer y compartir conmigo y "la comunidad" (Del anillo) buenas críticas y animados comentarios.

-Luego, en mi inocente defensa, quería decirte que soy completamente consciente de todos los errores tanto como gramaticales, de orden ortográfico, de coherencia, etc.  que he cometido (qué petulante de mi parte!). Lo digo porque lo he revisado cincuenta mil veces hasta ahora en la comodidad de mi not. cosa que curiosamente no hago al momento de subir los relatos. Llámalo "emoción" de la inspiración. Soy un poco impaciente y hago todo tan rápido (maldita mi impaciencia con algunas cosas y mi pasividad con otras). Es más, posiblemente sea descuidada en enviar esta misma explicación y este mismo relato. Supongo que por eso la gente tiene editores, secretarias, ETC ETC

-Respecto de tu eventual molestia (y razonable, entiendo que no eres la primera) por no incluir la perspectiva de la señorita que no puede ser nombrada cuyo nombre comienza con S y termina en imona, hay algo exquisito e irresistible en la incertidumbre. La historia aún no termina. No puedo prometerte a ti ni a ningún miembro del fansclub de dicha señorita el llenar las expectativas sobre un personaje al que inventé en una etapa diferente; a quién creí diferente. Estamos hablando de ficción y yo te digo que pensé que esta señorita sería diferente cuando comencé a escribir. Ahora no sé qué creer sobre ella. Hace tanto que no sé nada de ella (al igual que ustedes) que también me gustaría saber qué pasó.

Entiendo lo de los "derechos de lector/a".

**Me rompe el corazón el leer "

Si tu intención era fijar la historia en Antonia, no debiste hacer que me enamorara de esa forma de Simona". Lo siento y quizás será un sentimiento inhumano pero ¿Acaso no hay algo -enfermizamente- atractivo en ello? Si en nuestras novelas favoritas nuestros deseos se hubiese cumplido al pie de la letra ¿Habría tenido algún sentido ver el final? Parece que soy malvada.**