Idas y vueltas 20

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Y de pronto, la mochila que cargaba con todos los últimos angustiosos eventos se sentía más cómoda pero no menos pesada. Seguía a la espera de acostumbrarme o a la idea de que algún día podría hacerlo.

50

-Podrías meterte con esa niña que estaba siguiéndote como psicópata, apuesto que Antonia se moriría

-Camilo ¿qué te hace pensar que quiero hacer algo así? –dije llevándome mi cono de tres sabores distintos a la boca cuando comenzaba a escurrir. –y además ¿por qué sigues nombrándomela? –

-Bueno, apuesto a que la que ‘no puede ser nombrada jamás’ se pondría celosa y volvería contigo en un segundo –dijo él mientras casi terminaba su propio helado –a veces tienes que hacer ese tipo de cosas

-Bueno si a ti te funcionan ese tipo de cosas, woah genial pero te recuerdo que fue ella quién me dejó y con todo eso ¿Por qué iba a querer volver con ella?

-Como si no fuera cierto Pau –dijo divertido –si ella te calentara la sopa de nuevo irías a corriendo tras suyo, eres como un poco ingenua

-No ayudas mucho como amigo, amigo

-¿No? Te pagué el helado, si eso no es ser amigo no sé a qué le llamas así

Me reí naturalmente. Me hacía falta ese tipo de distracciones tras la horrible semana que había pasado intentando soportar y disimular que lo que sucedía con Antonia no me provocaba nada aunque era consciente que al final del día sólo esperaba que el cúmulo de emociones no guardara relación con mis crecientes y continuos dolores de cabeza.

-Bueno, si lo dices de esa manera tienes razón –accedí –¿Y Ámbar? –

-Cuando la llamé apenas estaba levantándose así que como sabrás, tenemos para rato esperándola –

Y en lo que él terminó de decir la frase ella apareció, apresurándose en la medida que Camilo le hacía señales.

-No puedo creer que tardaras tanto mujer –reclamó Camilo

-Mujer –le gritó Ámbar –eso es lo que soy ¿tú cuánto tardas? ¿Cinco minutos?

-Seis –admitió él. Reímos un rato de un par de tonterías, incluyendo reclamos idos y venidos que terminaban en carcajadas.

-Le decía a Paula que de ninguna manera se resistía si Antonia venía por ella de nuevo –explicó Camilo otra vez.

-¿Por qué tienes que ser tan terriblemente inoportuno? –exigió ella

-No soy tan fácil –terminé por decir exhausta de oírlos hablar de mí.

Ambos me miraron extrañados -¿Qué? No lo soy –me defendí.

-Claro –aclaró irónico Camilo –permiso, iré a hacer una llamada.

Seguí negándome divertida. Miré a Ámbar –créeme, no lo soy –dije una vez más. Ella me miró como si quisiera decirme algo y preocupada además de intentarlo -¿Pasa algo? –intenté por mi parte.

Titubeó –Ayer me topé con Antonia y bueno me quedé hablando con ella un momento –contó. No veía venir nada bueno sobre lo que ella quería contarme pero si se trataba de ella, aunque supiera a acto de masoquismo, quería saberlo.

-¿Y? ¿Está bien? –pregunté intentando sonar despreocupada sabiendo que me veía ridícula ante la contradictoria condición.

-Sí, eso creo –respondió ella haciéndome sentir impaciente. –¿Tú cómo estás con todo esto?

-Bien también, creo

-Pau…

La miré firmemente –no quiero seguir llorando por esto –confesé. Había sido duro aceptar todo de una sola vez. Al principio, era confuso conectar con la parte que me afirmaba que todo había pasado realmente, que ella me había dejado. No concedía aceptarlo, me había parecido demasiado fugaz. Pero luego la vi con él nuevamente y así el resto de los días,  haciéndome caer en dirección a mis antiguos miedos.

Pero aún no me convencía, no podía entender cuál era el plan de Antonia sobre lo que estaba haciendo ¿quería que me olvidara de ella de esa manera? O quizás, con dolorosa tardía se había dado cuenta que quería a Claudio y que conmigo sólo había estado encontrando la manera de averiguarlo.

-¿Sabes? –llamé su atención sonriendo –no quiero darle demasiadas vueltas al asunto o sino me encontraré en el eterno dilema de ser demasiado desafortunada.

Ámbar sonrió conmigo pero no dijo mucho, me extrañó su actitud –¿Te sucede algo? Estás como demasiado callada y no sé si sentir alivio o preocuparme –bromeé

Ella sonrió nuevamente –tonta, no pasa nada

-¿Segura?

Me miró nuevamente confusa de cómo continuar –Ayer ella me dijo esta cosa que yo le dije que no te contaría pero yo creo que simplemente no puedo no contártelo

Traté de rebobinar y encajar sentido a lo que Ámbar había tratado –en acertijo- decir

-¿Esto va a matarme? –pregunté

-Depende de cómo te lo tomes

-Cuenta

Así con lo de no ser fácil

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Quería apresuradamente que la adrenalina en mi cuerpo se detuviera.

Repasaba mentalmente lo que Ámbar me había contado y me parecía ilógico no poder aterrizar en casa de Antonia con el solo hecho de pensarlo. Me resistía a pasar más tiempo lejos de ella.  Hace algunos días había estado evaluando sobre lo que sentía por ella, buscando el momento en que todo había tomado forma, el momento en que todo me había parecido más que un revoloteo en el estómago a causa de una mirada. Me había estado negando la remota pero existente posibilidad de sufrir buscando el significado que Antonia tenía en mi vida por temor a encontrar decepción en esa búsqueda.

Me vi desesperada alcanzando la otra vereda sabiendo que bastaba con que su nombre reviviera algunas ilusiones en mí para hacerme enloquecer. Camilo tenía razón recordé, fastidiándome.

Estar cerca de su casa me daba nuevos ánimos, sentimientos que sabían a un cuarto de valentía. Y entonces todo me habría iluminado tanto de pronto; las únicas veces que había sido verdaderamente valiente fueron para acercarme a ella. ¿Cómo entonces podría dejarla ir tan fácilmente?

Toqué a su puerta sin prudencia hasta que los nudillos me pidieron detenerme. Procuré alejar de mí la cobardía que me ataba a la cordura.

Nadie abrió y volví a tocar. Una imagen –en otras circunstancias –se me vino a la mente y quería con desesperación que por esa vez no terminara igual que en aquel distorsionado recuerdo.

Intenté volver a golpear entonces la puerta se abrió dejándola al descubierto. Había pasado casi una semana desde que no la veía tan de cerca y quería huir al hecho de que la última vez que la miré así fue cuando ella terminó conmigo.

Antonia me miró asustada –Paula ¿qué haces aquí? –preguntó descolocada por mi presencia.

-Necesito hablar contigo

-No creo que sea bueno que hablemos –respondió tajante.

Me llevé la mano a la cabeza casi perdiendo la paciencia. Me atreví a cerrar la puerta que estaba a ese momento tras ella, tomé de su muñeca y me apresuré a llevarla conmigo teniendo en cuenta que no tenía idea a dónde iba. Sólo quería estar lejos, lejos con ella.

-¿Qué mierda estás haciendo Pau? –me gritó intentando zafarse. No contesté, yo seguí caminando con el cuidado de no lastimarla, asegurándome de no tomarla directamente de su mano.

No llegamos tan lejos pero si lo suficiente hasta que ella realmente se detuvo sin que pudiera hacer más. Estaba ahí, frente a mí, mirándome confundida y ante la posibilidad de dejarme llevar y querer besarla en ese mismo lugar donde estábamos recordé todo lo que Ámbar me había contado y me resigné a calmar mis emociones y respirar profundo.

-Dime que es cierto Anto –me dispuse sin ningún preámbulo.

-Ohhh, me sacas de mi casa, me llevas lejos y luego me preguntas cosas de las que no tengo ni remota idea  ¿quieres decirme qué te pasa?

-Anto –exclamé  –por favor dime que es cierto que me dejaste porque él te amenazó -

Ella se quedó sin palabras dejando ahogados sus reclamos.

Tomé su rostro intentando tranquilizar mis temerosas manos –Dime que es cierto, por favor, sé que estoy enloqueciendo por esto –declaré jugándome todas las cartas a modo de que no fuera cierto.

Ella tomó mis manos y las tiró hacia abajo –ella te lo dijo

-Da igual  –intenté dándole poca importancia –necesito que me digas si es verdad, si es verdad que entre tú y él no hay nada porque he estado muriéndome todos estos días al verte junto a Claudio –resumí quedando exhausta y preocupada por ser demasiado forzosa pero la incertidumbre también era una poderosa y estratégica arma de doble filo.

Encontré en su silencio un “sí” como respuesta, una afirmación que por dificultosa que fuera de confesar estaba ahí volando en evidencia.

-¿Por qué no me lo dijiste Anto?

-Por esto Pau ¿ves cómo te pones? –me miró intensamente –si te lo hubiera contando tú habrías dicho que todo estaría bien, que todo se pondría bien y aunque así no hubiese sido te hubiera creído Pau, me hubiera quedado contigo –terminó, cubriendo rápidamente una arremetida lágrima.

Tenía un nudo tremendo en la garganta –y así debería ser, porque aggg –suspiré para tranquilizarme. Ella estaba nerviosa tras su decline y yo sólo podía sentir que la amaba. Que daba igual las palabras que existieran o no existieran para decírselo y que no importaba cuántas veces se lo dijera, no importaba cuál era la ocasión para anunciarlo, el sentimiento estaba ahí flotando en el aire golpeándome la frente impidiéndome ignorarlo –quiero que estemos juntas –

-Es difícil –se apresuró

Me acerqué para tomar su rostro nuevamente –Lo sé, pero te quiero y no puedo imaginarme mañana ni pasado odiándome por no haberme jugado todo lo que tengo por ti –

Acorté aún más esa distancia que estaba pareciéndome innecesaria y la besé, en virtud de todos los prejuicios que nos rodeaban estar con ella me hacía hacer cosas que normalmente pensaría dos veces. Me sentí gloriosa al saber que ella también lo necesitaba –Estoy dispuesta a quedarme en secreto contigo aunque tengas doscientos ojos puestos sobre ti –confesé reparando sus preocupaciones

-Tú no te mereces eso Pau –susurró con dolencia en mi oído.

-No me importa Anto –insistí –realmente nada me importa mientras sea yo en quién pienses cuando te vayas a dormir y mientras sea yo a quién quieras llamar para contarle cualquier estupidez, todo lo demás me parece insignificante  –calmé.

Se alejó levemente –No, no voy a arrastrarte a esta mierda conmigo, es injusto

-Injusto es que estemos separadas por esto –aclaré atrayéndola hacia a mí de nuevo –dime que no me quieres y yo realmente te permitiré que cometas todo eso en lo que has estado pensando –

-¿Tengo otra posibilidad?

-Si me dices que me quieres sabes que no me iré a ninguna parte –le sonreí buscando su sonrisa de vuelta encontrando en cambio sólo confusión -¿qué sucede?

-Ojalá sólo pudiera quererte –comentó ella abruptamente –ojalá solo se tratara de querer tenerte y ya, sería todo menos difícil –

Fruncí el ceño ante la imposibilidad de querer entender que significaba eso pero antes que me propusiera a hablar ella sonrió –pero te amo, tonta, te amo tanto que saber que voy a hacerte daño hace dolerme todo –

Ella me amaba.

Ella realmente me amaba y sentía que no había ninguna manera en que tenerme sonriendo como una idiota fuera hacerme daño –todo estará bien –

-tienes que dejar de decir eso o tendré que callarte yo misma –amenazó con una sonrisa en su boca que escondió tras un beso que desordenó todos los estrictos límites que nos habían impuesto.

-No puedo seguir así –dijo ella despegándose de mis brazos.

-No te he pedido que hagas nada Anto –respondí intentado hacerla entrar en razón.

Si bien, desde que habíamos regresado intentábamos hacer todo lo posible para apoyarnos mutuamente, Antonia seguía sintiéndose culpable todo el tiempo.

-No puedo seguir exponiéndote a esto –

-¿Y qué piensas hacer? ¿Dejarme nuevamente? –pregunté asustada.

Me miró triste y se acercó para hundirse en mi hombro izquierdo –no podría hacerlo –confesó. Luego se retiró un segundo para arrojarme una mirada reprochadora -¿Tú no lo permitirías cierto?

Sonreí –claro que no Anto-

Y era cierto. Sabía lo que se venía, sabía que sería difícil, que algunos días podríamos estar odiándonos intentando alejar a una de la otra para no hacernos daño y que otros días no tendríamos mayor tesoro que contemplar nuestras manos tomadas a la espera de que las horas que teníamos para estar juntas no acabaran jamás. Quizás en algunos momentos la presión se sobreponga a nuestros abrazos obligándonos a dejarnos torcer por el destino pero no la dejaría así como así. No mientras ella me siguiera sonriendo de la forma en la que lo hacía transportándome al lugar donde me sentía la mujer más afortunada.

-¿Qué puedo hacer? –me preguntó inocentemente.

Besarme, besarme infinitamente sin darle lugar a nuestras preocupaciones. Disfrutar el paisaje que habíamos descubierto hace poco, disfrutar de los árboles que oscilaban a pasión del viento que nos recorría el cuerpo también. Respirar del aire a la fuerza por no querer despegarnos –Tranquilízate –respondí en cambio –es mucha responsabilidad para ti por hoy –agregué con serenidad.

-Responsabilidad que estoy compartiendo contigo por si no lo recuerdas Pau –dijo a la defensiva

-Y me alegro que sea conmigo –me apoyé -¿Te imaginas pasando por todo esto por otra?

-No pasaría por todo esto por otra que no fueras tú –explicó

-Dices eso ahora porque fui yo la que apareció y te conquistó, no otra –insistí no ignorando lo importante que sonaba para mí lo que ella había dicho. Me derrites.

-¿Que tú me conquistaste a mí? Já, tonta –respondió –deberías haber visto tu cara cuando te escondías de mí por coquetearte tanto –

Me reí junto a ella mientras las hojas del gran roble al que robábamos sombra seguían cayéndonos en la cabeza producto del viento. Sabía que quería que me pusiera seria y ayudara a darle el ánimo que necesitaba para reunir valor y salir del apuro en que estaba sometida pero también añoraba verla libre de sus problemas, al menos por un momento.

-¿Qué quieres hacer tú? –pregunté trayendo el tema nuevamente

-Besarte –respondió seductoramente, casi como si pudiera leer mis pensamientos de algún momento.

-¿Y además? –sonreí

-Besarte frente a mis padres, frente a todo el mundo –comentó agregándole una cuota de seriedad –quiero decírselo a ellos, no aguanto esta mierda.

No quería negarle la posibilidad de que lo hiciera pero tampoco quería animarla demasiado rápido a hacer algo que podría costarnos todo lo que habíamos logrado mantener bajo control. Quería estar con ella sin preocuparme de que viniera otro a quitármela pero la prudencia me acompañaba cada noche recordándome que tenía que esperar tranquila -¿Estás segura que quieres hacerlo?

-Estoy segura que no quiero seguir dándole en el gusto a Claudio

-¿Y segura de querer pasar por eso con tus padres?

-Si no es ahora tendrá que ser en algún momento –dijo mientras removía un mechón de pelo que tapaba accidentalmente mi vista, en tanto yo le tomaba profundidad a sus palabras que implícitamente me decían que se quedaría conmigo por mucho tiempo más -¿Qué es lo peor que podría pasar?

-Que tu madre se vuelva loca y te separe de mí por ejemplo

-No quiero eso

-O también podría conocerme y quedar absolutamente encantada conmigo ¿cómo lo sabes? Hasta ahora nadie se ha resistido a este inocente rostro

-Eres una gran gran gran tonta y te amo y valoro el hecho de que quieras hacerme reír –dijo divertida –realmente necesito concentrarme en esto ¿Cómo se los digo? –preguntó pensativa

-Dile que estás enamorada de una hermosa e inteligente mujer, no podrían juzgarte

-¿Cuál hermosa e inteligente mujer? –preguntó siguiendo con nuestras tonterías. No podía concentrarme cuando ella reía, no podía darle prioridad a nuestras urgencias, su sonrisa contagiaba los rincones de inquietud. –No eres de mucha ayuda hoy eh –me recriminó

-Linda –dije ironizando mis palabras –puedes buscar en internet cuando llegues a casa la manera de salirles sin que ellos busquen un psicólogo o un exorcista para curarte, pero ahora disfrutemos esto –dije señalando el paisaje –por mi parte voy a apoyarte en todo, incluso si no quieres decírselo a ellos seguiré apoyándote –aclaré por fin más seria.

Ella asintió y empujó su cuerpo hacia mí con los brazos extendidos –no sé cómo lo haces para estar tan tranquila después de todo –dijo besando mi mejilla.

“Estamos trabajando para usted”  parafrasee.

Y sabía bien que era así. Sabía que los sacrificios solo podía entenderlos ahora y no antes, ahora que realmente estaba dispuesta a renunciar, a esperar, a privarme por ella.

51

-¿Desea alguna otra cosa? –preguntaba el joven y apuesto garzón.

-Una bebida –respondí con amabilidad antes de que me echaran del lugar por sólo ahogarme con el vaso de agua que ofrecían al llegar.

-En seguida –agregó con una amable sonrisa a su vez y se retiró con prisa atendiendo el llamado de otros clientes, mientras el pequeño e impecable delantal que rodeaba su cuerpo se lanzaba a volar.

Luego de darle eternas vueltas a la importante decisión que estaba por tomar me figuré que con independencia de lo que concluyera no iba a darme la amarga molestia de dar un paso atrás y arrepentirme de sea lo que fuera a hacer. O decir.

-Hola fea –escuché saludar con su burlesco tono de siempre que los años no se habían encargado de remediar sino más bien verlo a sus veinticinco años de edad ridículo a mis ojos pero cercano como lo esperaba. Cercano a casa, cercano a la confianza que en ese momento necesitaba.

Luego del torbellino imaginario de innumerables escenarios me fui directo a la parte en que le escribía a mi hermano preguntándole si es que en su ajetreada vida bajo los miles de documentos que tenía que revisar a diario aún podía agendar un momento para ver a su odiosa pero consentida hermana pequeña.

-Hola tonto –respondí al momento que se sentaba frente a mí, con la complicidad que sólo reúne a los hermanos a esa edad.

Cuando por fin había determinado decir la verdad, la primera persona que se me vino a la cabeza fue él. No tenía la certeza de que decírselo a mi hermano resultara menos doloroso para todos ni que en definitiva él lo aprobaría del todo pero siempre me sostuve firme a la idea de que no podría ir más adelante sin ser él la primera persona en saberlo y así fue como me vi en la obligación de tener y querer contárselo.

Él por supuesto no me fallaría. Acudiría a mi llamado en cuánto se lo pidiera y así era, estaba frente a mí preguntándome por qué no había pedido ya el almuerzo por él.

-No he podido pedir nada porque estuve casi dos horas intentando encontrar la manera de decir esto que tengo que decirte –dije anunciando la posibilidad de explicar el objetivo por el cual lo había convocado.

-No creo que has sido tan tonta para quedar embarazada –dijo impactado de pronto. Mi rostro debió de ser de total reprobación y horror al ver el alivio en su propio rostro.

-Maldición, no  -dije con una risa nerviosa –créeme que aún no he necesitado de tus incuestionables consejos sobre el porqué también debo andar con un preservativo en la cartera

-No quería detalles, hermana –respondió perturbado

-Bueno al menos puedes descartar que tampoco se trata de ninguna enfermedad ni nada –dije bromeando

-Giu, ya –dijo hostigado -¿y entonces qué es tan terrible? ¿Te metiste en un problema y necesitas dinero? ¿Repetiste?

-No Juanpa –negué rotundamente ante su impulsivo intento de adivinar. Respiré profundamente y lo solté -¡creo que soy un poco lesbiana!

Y me encontré a mí misma ridiculizándome por lo estúpido que había sonado eso ¿un  poco lesbiana?

Levanté la vista para mirar a Juan Pablo quien hacía por su parte un enorme esfuerzo por contener la risa hasta que se decidió hablar -¿un poco lesbiana? ¿me puedes explicar que mierda es eso Anto?

-Yo quise decir que…

-¿Qué eres un poco

torta

? –Comenzó a reír dejándome totalmente atónita –O lo eres o no, es simple –dijo con sencillez

-¿Es simple? Como se nota que no eres tú el que desarmó la cama dándose vueltas encontrado una manera de decirlo

-Bueno, fracasaste, hace mucho no oía algo tan rídiculo –aclaró

No sabía cómo tomar eso, si lo ridículo para él era la forma en que se lo había confesado o lo que significaba, y desde luego, dejando de lado mis ganas de golpearlo me propuse a no desviarme de la línea –Supongo que no puedo ser tan sólo un poco si estoy con alguien y ese alguien es

-¿Mujer? Espera –dudó atemorizándome – ¿Hace cuánto que no nos vemos Anto? Si bien lo recuerdo la última vez que te vi tú tenías a ese enfermo mental de Clau…

-Y aún está ahí –completé

-¿Y esto qué es? ¿Estás haciendo todo esto para alejarlo? Porque si es así prometo que te apoyo, pero creo que no es la mane…

-No, es una larga historia y te la contaré pero primero tienes que prometerme otra cosa y esto si es en serio –expliqué temerosa –tienes que ayudarme a contárselos

-¿A mis padres? Por ningún motivo, menos a mamá –señaló mientras se tomaba mi bebida –ella es tan anticuada.

-¿Recuerdas todas las tonterías que te tapé y de las que ellos jamás se enteraron? Mierda, ellos de verdad deberían haberse enterado cuando te escapabas de clases y de casa pero no lo supieron ¿Y recuerdas también que te apoyé cuando estabas con esa tipa a la que mi mamá odiaba? Bueno, ahora realmente necesito que me apoyes con esto –indiqué agotando en ello mis últimas esperanzas y haciendo un último esfuerzo por contener mi paciencia.

Él suavizó su expresión para suspirar finalmente –Está bien Anto, te ayudaré

Sonreí con mayor tranquilidad y me paré para abrazarlo –gracias tonto –

-Ya, basta de agradecimientos, realmente estoy muriendo de hambre y tú tienes que contarme como pasó todo esto –obligó mientras observaba el menú.

Me tomé la frente agotada –Ya, ok –anuncié -¿Estás preparado?

-Lo que sea

-Mientras me daba cuenta que Claudio efectivamente era el enfermo mental del que hablas apareció esta mujer de la que me enamoré profundamente…

-No voy a lograrlo Juanpi –exclamé mientras el dolor de estómago producto de los nervios incrementaba.

-No puedes echarte atrás ahora Anto –dijo él más histérico que yo –se preguntarán qué hago en casa y sabes que de ninguna manera vendría si no fuera por algo importante

-Es que no puedo imaginarme otra cosa que no sea el hecho de que van a odiarme y entrarán en un shock eterno –susurré mientras esperábamos a mis padres que aún no llegaban a casa –entonces cuando por fin salgan de ese shock y recuerden qué sucedió, volverán a odiarme –

-Prometo que si te echan de casa, las puertas de la mía estarán siempre abiertas para ti –comentó concentrado en el juego de su celular –

Nerviosa se lo arrebaté de las manos –esto es serio

-Mira, ya me contaste tu romántica historia a mí, ahora díselo a ellos –indicó para tranquilizarme –yo estaré ahí contigo para decirles que siempre quise tener una hermana lesbiana y que no hay nada malo en ello y que tienen que comprenderlo

-Si es tan sencillo, díselos tú –respondí a su sensata defensa al momento que mi cuerpo se paralizó ante el sonido del auto de mis padres –mierda mierda mierda

Me tomó de los hombros –tranquila, todo estará bien, no dejaré que te reten demasiado ¿ok? Si te sirve de algo, piensa en ella al menos.

Lo intenté, con todas mis ganas lo intenté. Trazar -en ese cuadro que estaba por vivir- el motivo que me impulsaba a hacerlo, adornaba de tranquilidad la ansiedad y adrenalina que recorría mi cuerpo. Nunca en mi vida pensé que sería capaz de hacer grandes cosas por otra persona. Y entonces me vi, me vi pensando en Paula, pensando que la vida entera podría entregársela si tan solo diera ese paso que estaba por dar.

-¿Y ustedes? –Preguntó mi madre con sorpresa, cargando las numerosas bolsas que traía -¿Juan Pablo, qué haces aquí?

-Tuvimos un almuerzo de hermanos –dijo él como si nada sucediera –y bueno, Anto me trajo porque quería contarles algo –

-¿Tú o ella? –mi madre no lo comprendía. Cuando mi hermano iba a contestar mi padre apareció por la puerta cargando el resto de bolsas que suponía habían ocupado gustosamente a mi madre esa tarde. Se saludaron y mi padre volvió a reiterar la pregunta.

-Bueno, Anto quería decirles algo y es importante para ella que yo esté aquí –respondió mostrando esta vez un poco más de inquietud, lo que repercutió en mis nervios con el doble de intensidad.

-¿Y bien? –preguntó mi padre, aunque ambos me miraban expectantes.

Sentí pánico al tener todos los ojos puestos sobre mí y me paré. –Mamá primero que todo quiero decirte que ya no estoy con Claudio y entre él y yo ya no hay nada –anuncié rápidamente para tantear el terreno. Sabía que a ella le impresionaría esa noticia pero lo haría todo, de cierta manera, menos confuso.

-¿Pero si estuvo aquí la semana pasada y se veían tan bien juntos? ¿Qué sucedió? – dijo extrañada

-Sé que estuvo acá, pero entre él y yo no hay nada, todo es una mentira –explique con certeza.

Mi madre lanzó una carcajada de ironía -¿Por qué ibas a mentirme con algo como eso hija? –preguntó arqueando una ceja

-Porque ese Claudio es un tarado de mierda –interrumpió mi hermano esta vez –la obligó a que armaran todo este show de que estaban juntos

-¿És cierto Anto? –preguntó preocupado mi padre precipitándose a un evidente enojo que podía notar en ese incipiente gesto que tenía al hacerlo.

-¿Pueden dejar que les siga explicando? –dije perturbada no creyendo necesariamente si quería seguir hablando.

No sabía cómo continuar, no sabía si seguir con el plato de entrada explicando el porqué de la vida o si arrojarles directamente el plato fuerte sobre la hija lesbiana e impactar sus vidas de esa manera. No encontraba las palabras precisas, ¿lesbiana? ¿Me gustan las mujeres? ¿Bisexual? ¿Una confusión? ¿Estoy enamorada de ella? Habría deseado tanto en ese momento ensayar al menos una vez lo que estaba por decir. Intenté buscar en la raíz del asunto y ahí estaba; ella, no había otro motivo que me hiciera enfrentarlos. Sabía que Claudio era una molestia de la que me habría gustado deshacerme hace mucho tiempo pero no era justo que intentara menguar el dolor o la inesperada reacción de mis padres con la excusa de que él estaba amenazándome. Quería hacer las cosas bien, aunque fuera esa una única vez, aunque no hubiese otra oportunidad de decirles por primera vez.

Miré a Juan Pablo quién me daba su aprobación y me animé –Estoy enamorada de una mujer y estoy con ella –dije lentamente, modulando en cada una de las palabras que componían esa frase, de modo que no cupiera duda de que así era.

Mi mamá soltó las bolsas que traía despertándome del enigmático trance -¿Qué te pasa Antonia? Supongo que esto es una broma porque de otra manera no lo entiendo –dijo completamente ida. Me desplomé completamente.

-No mamá –negó Juan Pablo –no es una broma –agregó seriamente.

-Estás enferma Antonia –dijo ella entonces –enferma, escúchate ¿enamorada? ¿Crees que realmente es posible? Es ridículo, deberías haberlo pensando dos veces antes de decir semejante estupidez –empezó a gritar mientras yo me hundía cada vez más en mí misma. Había planteado la palabra “ridiculez” y “estupidez” tantas veces que en ese momento me empezaba a parecer ridículo haber pensado si quiera por un segundo que ella podría llevarlo bien.

-Estás siendo totalmente retrógrada e intransigente mamá –siguió insistiendo mi hermano en mi defensa.

-Llámame retrógrada y todo lo que quieras Juan Pablo, pero no voy a tolerar esto, no voy a aprobarlo y tu padre tampoco lo hará ¿no es así? –preguntó, haciendo partícipe a mi padre por primera vez de todo lo que sucedía. Lo miré entonces esperanzada. Sabía que era mucha información de una sola vez, sabía que estaba totalmente cagada pero esperaba de él todo lo que había visto de mi persona favorita toda mi vida. El hombre que me había enseñado la mayoría de las cosas que sabía, que me enseñó a ser más fuerte de lo que aparentemente podía ser, que me apoyó en todo lo que siempre anhele, de él era precisamente de quién esperaba una oportunidad.

Me miró intentando buscar una explicación, una salida. Deseaba con toda el alma abrirle mi corazón y contarle todo lo que me había sucedido durante ese tiempo, todas las cosas que habían cambiado desde que nos habíamos mudado, contarle que estaba loca por una mujer, que ella era buena y me hacía infinitamente feliz. Habría deseado explicarle todo, reclamar por todas las veces que sufrí por ella, por las veces que me alegré y me llené de emoción –Ángela, es mi hija –dijo inseguro pero recobrando las fuerzas tras el shock –y es tu hija también, y no sé, no sé qué sucedió para que pasara esto pero no puedo cerrarle las puertas como tú lo planteas, no así –señaló.

Me resistí hasta lo imposible por no llorar, por mantenerme fuerte hasta que ella me reprochara todo nuevamente pero no pude. Él no me había fallado y lo único que pasaba por mi cabeza era recaer en sus brazos cual niña pensaba aún que era. Soltar en sus hombros todas aquellas lágrimas que había aguantado durante tanto tiempo.

-¿Vas a seguir consintiéndola? –Confrontó mi madre –Por si te interesa saberlo, tú eres el más culpable de todo. Siempre consintiéndola, dándole en el gusto, claramente ahora está en todo su derecho de hacer lo que quiera

-Mamá cállate –respondí por primera vez a flor de las lágrimas que ya había soltado –él no tiene la culpa de nada, ni tú ni nadie, esta soy yo, puedes aceptarlo o repudiarme por el resto de tu vida, pero no hay nada que puedas hacer para cambiarlo

-¿Así de fácil, no? ¿No pensaste si quiera un segundo en cómo arruinarías todo con esto? –dijo destrozada. Mi corazón se alteró, nunca la había visto así. Quería calmarla, aun cuando nuestra relación nunca había sido la mejor me descolocaba totalmente verla mal, pero al observarla casi rogando al cielo para que no fuera cierto, mi vista se cegó de odio. Un odio parecido al que tiene cualquier ser humano al ver la injusticia y la mierda misma delante de sus ojos.

-¿Y tú has pensado en mí siquiera un segundo? –Pregunté con las mismas lágrimas en los ojos -¿Crees que es tan fácil? ¿Te has preguntando todo el terror que he sentido al decirles esto? ¿Y lo angustioso que ha sido descifrar si esto es lo correcto o no? No tienes idea lo culpable que me siento de arruinarte la vida –aclaré finalmente –si esto gira en torno a ti, entonces sí, lo siento, lo siento por no ser lo que tenías planeado, lo siento por tener un novio que resultó ser un enfermo y la persona más cruel que he conocido –dije con quebrantada voz –lo siento por encontrar la felicidad que tú deberías desearme en… en otra persona que tú no deseabas.

-Anto –intentó alejarme mi padre

-No, déjame –me solté –escucha, si todo esto se trata de ti, lo siento ¿pero sabes qué, mamá? No se trata de ti, es mi vida y me da igual si no quieres aceptarlo –indiqué secándome lo que quedaba de lágrimas con el antebrazo - estoy convencida de que no seré mejor o peor persona si en tu estúpida burbuja logras aceptarlo –concluí emputecida, retirándome del lugar.

Me encerré en mi habitación como siempre tras una insostenible discusión con la persona más terca del universo. Sentí de inmediato como la carga se había aliviado, como el peso sobre mi cabeza había disminuido. Les había confesado todo sin más, y a pesar de que desde ese momento en adelante habría incómodos vacíos que llenar en la familia al menos sabía que había hecho lo correcto.

Mis manos seguían temblorosas tras haberle levantado la voz a mi madre. Si bien me dolía profundamente que me considerara una enferma, me dolía pensar que cada vez que me recuerde o alguien le mencione mi nombre solo pensaría en la terrible decepción que había traído a su vida y aunque me descolocaba su falta de comprensión no podía ser indiferente a su propio dolor. Ella estaba en todo su derecho de no aceptarlo, y de aberrarlo a su modo pues jamás había deseado traer semejante desilusión a su vida y me sentía incapaz de separar ese sentimiento de culpa con la propia inocencia que significa no deberle nada sino más bien exigirle una oportunidad.

El sonido de un golpe tras la puerta me quitó la atención -¿Se puede? –preguntó mi padre. Sonreí aun trasmitiendo la misma melancolía que me robaba la quietud, señalando con la cabeza que podía entrar. Él entró con un vaso de agua en sus manos, se sentó junto a mí y me lo ofreció -¿Estás bien? –preguntó con una tierna sonrisa.

Dentro de lo que esperaba, estaba bien. Lo había logrado y no había salido del todo mal pero seguía pensando en mi madre. Mi madre era la mujer más correcta que había conocido. Pero no correcta en el sentido en que hubiese deseado que lo fuera, sino más bien como aquella mujer criada en los estrictos márgenes de la familia, que hasta cierto momento de mi vida pensé que existía. Con un padre, como mi abuelo, imponiéndole como meta en la vida ser una mujer ejemplar cuyo único objetivo era encontrar un hombre igual de ejemplar y con una madre como mi abuela enseñándole que el universo de su vida debía centrarse en cómo mantener unida a su familia. Pero no era todo, era toda la vida a su alrededor que le había enseñado a no aceptar otra cosa que se escapara de lo que ella consideraba apropiado.

-Estoy bien, creo –respondí -¿Tú? –pregunté preocupada de pronto por lo que él pensaba. Sabía al menos que no me repudiaba pero tenía tanto miedo sobre las condiciones que implicaba eso.

-Bueno es algo como totalmente inesperado –empezó sin despegar su mirada del piso –es difícil acostumbrarse a los cambios, e incluso si quiera aceptarlo pero no puedo forzarte a que sea diferente –dijo alzando la mirada, queriendo entregar un poco de seguridad.

-Lo que significa que no necesitas aceptarlo –indiqué

-No dije eso –respondió rápidamente. Observé la dulzura de su mirada y agradecí a la vida tenerlo junto a mí porque aunque la preocupación seguía acechándome al menos él lo aliviaba y estaba ahí para recordarme que no estaba sola.

-Gracias –pronuncié delicadamente

-No me agradezcas esto, yo te escuché tan convencida que no podría dudar que esto es importante para ti –explicó, demostrándome una vez más que para él lo más importante era lo que también lo fuera para las personas que quería, como siempre me lo había dicho.

-Lo es –aseguré, avergonzada de cómo explicar tantas cosas que pasaban por mi cabeza, como el hecho puntual de hablarle sobre Paula.

-Entonces lo de esta niña, ¿es serio? –adivinó tratando con cuidado sus palabras. Lo pensé detenidamente sin dudar de que así fuera pero aun sintiéndome cohibida en cómo tratar el tema.

-Es serio, de otro modo no lo habría llevado a estas… -jugueteé con las manos buscando la palabra adecuada mientras el observaba concentrado –cir –cu-uu-unstancias –con dificultad

-Es fuerte ¿sabes? Pero realmente fue muy valiente de tu parte y lo reconozco Anto –añadió –Conociéndote, ella debe ser muy especial

-Es muy especial –dije con una sonrisa irremediable en mi rostro que de pronto calmó todos mis temores –durante un tiempo realmente creí que quería a Claudio ¿sabes? que lo que sentía por él era eso especial, pero conocí a Paula, me mostró la felicidad con cosas tan… pequeñas, que me siento ingrata de haber vivido tanto tiempo ciega –argumenté dejándome llevar por las emociones sin darme cuenta que hablaba con él, con mi padre, a quien le había contado todo hace apenas unos minutos.

-Así que Paula-repitió, notando su alivio al asimilarlo –si ella te hace feliz entonces no puedo hacer otra que sentirme tranquilo –se encontró diciéndome.

-Pero ella no lo entenderá de esa manera –le recordé tristemente sobre mi madre.

-Ella necesita tiempo –dijo calmado –la conoces, sabes que ha fortificado las murallas y barreras de su mundo tan definidamente que es difícil para ella encontrarse con algo tan diferente

-¿Y si nunca lo supera? –pregunté temerosa.

-Lo hará Anto, quien más que yo puede asegurarlo, que he vivido más de veinte años junto a ella.

Reímos juntos un momento. Me abrazó tan paternalmente como lo necesitaba, prometiéndome que no iba a dejarme sola y que haría todo lo posible para acostumbrar a mi madre en el proceso. Sabía que quedaban muchos cabos sueltos en relación a ello, y que dolería llevarlo adelante pero si de algo estaba segura es que no postergaría mi felicidad por priorizar la suya.

Me sentí satisfecha, como en mucho tiempo no lo había estado y más que todo plena. Sólo quedaba una persona a quién anunciarle la nueva noticia sin embargo, decidí, aun ante la ansiedad que me provocaba, guardar el misterio hasta el día siguiente, hasta que la viera nuevamente.