Idas y vueltas 19

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Me sentí completamente enferma de pronto y tomé asiento para escuchar lo que tenía que decir. Temí de un segundo a otro. Sabía que no era nada bueno.

48

-Mamá ya deja de apurarme, sé que estoy atrasada –alegué mientras intentaba vestirme tras una rápida ducha.

Esa mañana no había comenzado bien, partiendo por el hecho de que me había quedado dormida, todo lo posterior parecía ir más lento e inestable.

Me había quedado hasta altas horas de la madrugada dándole vueltas a todo lo había sucedido con Antonia. Me reprochaba las últimas actitudes que había tomado hacia a ella y hacia nuestra relación. Me sentía avergonzada. ¿Cómo debía sentirme a propósito? Me comportaba como la pendeja salida de un libro de autoayuda.

Sin duda también me atacaba por sorpresa mi inmadurez y por sobre todo esa falta de seguridad que conectaba mi cabeza solo con lo que mis ojos querían pensar respecto a lo que veían.

Al encontrarme tan sobresaltada por el mal despertar que me había generado no colocar reiteradas veces la alarma, mi mente volvió a nublarse empañada esta vez por los malos presentimientos que me acompañaban esa mañana.

-Desayuno –gritó esta vez mi madre.  Entendí el mensaje y me apresuré a amarrar los cordones de mis zapatos.

Y entonces me encontraba ahí, siendo adolescente una vez más. No cabía duda que no importaba cuántos años pasaran sobre el cuerpo. Bastaba con que un atractivo capricho juvenil se acercara para arremeterse con todas sus espadas a mi impaciente vida.

“Estoy contigo porque no creo que haya nadie más increíble que tú en este pequeño mundo de personas iguales” recordaba con dolor las palabras de Antonia el día anterior pues de ninguna manera me sentía diferente al resto. Solo me había  dedicado a escapar de las situaciones que me asustaban al igual que los demás y no era solo eso. Al escapar tropezaba con todas las piedras puestas en el camino.

Llegué a pensar eventualmente que no la merecía.

-¿Estás bien? –preguntó mi madre mientras me acercaba la brillante caja de cereales con el erguido tigre tapizado en ella.

-Si –contesté en voz baja.

-¿Segura? –insistió

-Estamos atrasadas ¿no?–exclamé exaltada. Me miró con desaliento. Se retiró en silencio dejándome con el “lo siento” atorado en la garganta.

¿Dónde quedó esa bofetada que tanto merecía, mamá

?

Y el día no siguió mejor.

Llegué a clases y la primera persona a la cual esperaba ver no había llegado. Me sentía derrotada por una simple mañana. La telenovela juvenil continuaba.

-Cambia esa cara –anunció Camilo. No respondí, preferí omitir la inminente explosión a tan temprana hora.

-Pau, qué pasa –preguntó empeñado por saber que sucedía.

-Nada, mis días–mentí insignificantemente.

-¿Otra vez? –Interrogó horrorizado ante la idea –¿no te llegó hace dos semanas? De pronto me sentía incómoda ante la idea de tener que discutir sobre mi ciclo menstrual con mi mejor amigo. Gran mentirosa, pensé.

-Es normal –atendí apresuradamente. No tenía ganas de entrar en más rodeos que no sabría cómo contestar.

-No sé cómo viven con eso –exclamó espantado.

-He vivido con cosas peores –me lamenté en voz baja.

-Deberías llorar para creerte además –se burló él –no puedes ser tan dramática Pau –argumentó mientras reía aguantando las carcajadas.

No volví a responder. Me irritaba tremendamente lidiar con Camilo. Asumí cuidadosamente la excusa de mi periodo como verdadera. Después de todo, tanto mal humor no podía ser en vano.

Refregué mi rostro con las manos como solía hacer cuando estaba cabreada con algo. Al quitarlas, vi a Antonia entrar por lo que me puse enseguida alerta. Ella me miró de reojo sin embargo no hubo más que eso.

¿Qué había hecho ahora? fue mi primera reacción. Quizás solo estaba apresurada por entrar –quise argumentarme- o quizás vio mi rostro en cuestión de pesadumbre. Quizás había tenido una mala mañana como yo o tal vez una mala noche. Quizás iría a sorprenderme más tarde. Quizás no tenía el humor de ser educada. Todas eran posibilidades para mí. Quería tomar todas las posibilidades, tirarlas al cielo y tomar en el aire la indicada.

Lotería

.

Ella se sentó en el lugar que había sido suyo todo ese tiempo y no volvió a mirarme. No quería sentir pánico, no quería salir corriendo nuevamente y encontrarme con mi torpeza de frente solo para que la caída fuese aún más dolorosa por lo que preferí a mis brazos como hogar antes de que el mundo se me viniera encima. Y me hundí en ellos decidiendo dejar de pensar lo que trajo consigo el sueño que desafortunadamente no había tenido en toda la noche.

-Oye despierta –dijo alarmante Camilo. Instintivamente me levanté de un susto.

-¿Cuánto dormí? –pregunté confundida intentando sobrellevar el mareo de la repentina acción.

-como cinco minutos –respondió él desinteresado. Cinco minutos que me habían parecido un siglo.

-Anto vino y dijo que tenía que hablar contigo –me explicó Camilo quién tenía la vista puesta en el bosquejo que estaba dibujando.

Me sentí expectante -¿Te dijo sobre qué? –pregunté viendo lo que hacía

-No –respondió con normalidad. No daba razón a mi paranoia. Yo creía que estaba de pronto exagerándolo todo pero era inevitable sentirme atemorizada.

-¿Se veía bien? –insistí con más preocupación.

Camilo no dejaba de lado su actividad –normal, como siempre –comentó

Frustrada le arrebaté el lápiz de la mano -¿Quieres comportarte como un buen amigo y poner atención en lo que me preocupa? –exigí con autoridad. Era el primer indicio de mi locura, él no tenía por qué adivinar nada sobre lo que pasaba.

-Oye si quieres una “amiga” sabes que te equivocas conmigo –respondió –deja eso de la intuición femenina a Ámbar, yo sigo pensando con otra cosa –se defendió orgulloso indicando lo que sería “su otra cosa”

Y él tenía razón, en esos momentos de ninguna manera quería un amigo “femenino” que –por el contrario de Camilo –me alarmara de todo. Agradecí que él le agregara una cuota de humor y no se molestara.

-Como sea, veré de qué se trata –dije decidida a levantarme

-Espera –me detuvo –como tu amigo femenino considero que quizás deberías esperar un mejor momento para hablar con ella.

Lo consideré llegando a la conclusión que también tenía la razón sobre eso -¿Sabes que eres una maravillosa amiga cierto? –contesté sonriente tratando de apaciguar mi ansiedad.

-Soy hermosa –dijo él en cambio sin tapujo. Agradecí tenerlo, como lo había hecho tantas veces.

-No puedo resistirme

Decidí dejarlo en sus trazados nuevamente. No quería que la clandestinidad de mis emociones perjudicara su pequeño e interesante mundo.

Y me vi a mi misma indefensa y seguía sin querer preguntarme qué era lo que ella quería hablar conmigo en ese momento, sólo quería correr a sus brazos y sentirme tranquila. La sensación era incómoda a niveles más allá de lo descriptible. Antonia me tienes insuperablemente loca, y ni siquiera podía decidir si eso era algo bueno o malo.

Estiré el puño mientras reunía la valentía suficiente para mirarla. Era tan hermosa, sólo un ser infinitamente superior podría saber todo lo que sentía por ella y que jamás me había atrevido aceptar hasta ese entonces. Me había prohibido tanto a la idea de llenarme de ella que ahora con toda libertad temía que se fuera. Volvió a mirarme fugazmente y noté que mi corazón nuevamente se sentía cercano a mi mano, o a punto de escaparse por mi boca, sin embargo, ella salió del lugar y el hechizo se rompió justo al darme cuenta que el resto de las personas también se retiraban.

Era el momento.

Me levanté apresuradamente casi con un nudo en la garganta divisando de inmediato su cabello que danzaba al ritmo de sus pasos por el pasillo pero había demasiada gente como para correr hasta su lado y estar cerca como realmente quería estarlo. No es adecuado, no es adecuado , me convencí.

Seguí siguiéndola, porque seguirla era todo lo que quería. Pensaba e intentaba disfrutar de la luz solar que aparecía tras salir a uno de los patios y agradecía el aire puro, intentaba distraerme en otras cosas, agradecía que mi madre hubiese escogido ese colegio, agradecía seguir caminando aun cuando no estaba en posición de enviar esas señales a mi cerebro, pero entre otras cosas, lo que más agradecía era no tener que preocuparme por presuntos problemas cardiacos pues, como una contradicción casi biológica, mi corazón siempre había estado fuerte.

Antonia se detuvo y se dio media vuelta teniéndola cara a cara y cerca de una vez por todas. Entendí que quería que la siguiera porque de ninguna otra manera se habría molestado en ir tan lejos.

-Cómo estás –preguntó

-Como la mierda –dije esperando que entendiera toda mi ansiedad reunida en ese primer contacto.

La noté dudar sobre decirme algo de inmediato o no. Dudé en acercarme, quería abrazarla pero su cara era de un maldito funeral, como si…

Va a terminar conmigo

-Yo espero que de verdad puedas perdonarme –advirtió.

-Perdonarte sobre qué –recriminé fastidiada.

-Sobre esto que tengo que decirte

La miré confundida. Va a terminar conmigo.

-De verdad de pronto me siento perdonándote todo –dije intentando tomar fortaleza sin tener idea de dónde. Solo quería que lo dijera de una vez por todas.

-Estuve pensando mucho, mucho y es imposible que vaya a retractarme sobre-

-Solo dilo Anto –interrumpí serena, lo cual era también una contradicción sobrehumana a como me sentía interiormente.

Me miró esperando algo más. Casi suplicando que dijera algo más pero me mantuve en mis casillas.

–Debo terminar contigo, terminar todo –anunció. Su voz se había quebrado en la última frase y me sentí inmensamente aterrada de sentir que en vez de querer golpearla ahí mismo o salir corriendo solo tenía infinitas ganas de abrazarla y decirle que podía o arrepentirse o no, pero sin embargo yo estaría de todos modos.

Nada hice. Me quedé estática ante la idea de preguntarme de manera extraordinaria día y noche que había pasado.

-Pau lo sien…

-No, no lo lamentes por favor –insistí –tú misma dijiste que no te retractarías y no quiero tus disculpas –La miré detenidamente convenciéndome de que era eso lo que quería –Pero ¿por qué lo hiciste? Y no hablo de por qué estás terminando conmigo si no que- me detuve

-Qué cosa

-Por qué me elevaste a un puto altar y ahora me botas así –rogué

-Sé que piensas que jamás debí haberte hablado y sabes, tienes razón Pau, prefiero que realmente te quedes con eso.

-¿Eso es todo? –pregunté atónita.

-Sí–dijo finalmente y tras esa última palabra la prisa se la llevó y la quitó de mi vista.

Ella se había marchado así como si nada y no podía creerlo ya que nada se sentía como un quiebre. Había esperado más, habría esperado gritos, dolor o llantos pero por el contrario sólo se había diseñado un gran signo de interrogación en mi cara.

Durante mucho tiempo estuve preguntándome cómo hubiese sido si Simona hubiera terminado conmigo. Qué tanto se habría roto mi corazón. ¿Se habría roto más de lo que lo hizo cuando ella se marchó sin decir nada? O quizás habría descubierto otra forma de dolor mucho más duradera; el odio habría sido una opción no demasiado difícil de atraer y estaba latente en cada recuerdo.

Cada escenario que habría imaginado de ella terminando conmigo no se comparaba en nada a lo que había pasado con Antonia. Su expresión, más allá de darle seguridad y control a sus palabras, ofrecía un asfixiante “no sé qué estoy haciendo”.

Era tan confuso.

Al cabo de un tiempo volví a la realidad y respiré profundamente solo para pensar una vez más si al menos sabía qué se había quebrado. ¿Cuánto de Antonia había perdido? ¿Cuánto habíamos tenido? ¿Cuánto realmente valía la pena recordar?

49

Portazos. Brevemente pensaba que era en lo único que se había convertido mi vida cada vez que llegaba a casa. Un sinfín de explicaciones ahorradas cada vez que cerraba la puerta de mi habitación.

Tampoco había explicaciones para nada de lo que había hecho ese día con Paula, no había manera de justificar que había terminado con ella sin siquiera decirle la verdad pero sobre todo no había manera de explicar el dolor que sentía al saber el daño que le había causado.

Cómo podía explicarle que era una cobarde, que prefería normalmente pasarme la vida detrás de mi puerta llorando -como lo hacía apenas había vuelto a casa- y ser infeliz sabiendo que había dejado al amor de mi vida en manos de la suerte de quién pudiese tomarla nuevamente. Cómo explicarle que había accedido a estar con alguien a quién no quería y que jamás querría aunque me pasara los días convenciéndome de lo contrario porque no podría lidiar con el hecho de que cada vez que despertara estaría ahogándome la desesperación de volver a los brazos equivocados. Cómo explicarle que había preferido todas esas cosas antes de ser honesta con mi familia y conmigo misma.

Mi celular había comenzado a sonar e ilusamente había tenido la esperanza de que Paula fuera la que llamaba. Yo torpemente le habría dicho que todo había sido un maldito error, una confusión de mi parte, que me había tomado volando bajo y que haría cualquier cosa para recuperarla. Pero mi desilusión esfumaba todas las excusas que probablemente habría dicho en un momento de debilidad al darme cuenta que el “número desconocido” que salía en pantalla era el de Claudio. Lo recordaba –lamentablemente- a la perfección.

-Ya hice todo lo que me pediste –anuncié sin mayor preámbulo pues después de todo entendía que eso era lo único que Claudio quería saber.

-Bien Anto –dijo rápidamente –será lo mejor, para ti, para mí –

-Claro

No podía decidir si lo odiaba más por lo que me había hecho hacer o si simplemente lo odiaba por existir, por respirar el mismo aire que yo respiraba y además que por defecto, viviera la misma vida que yo vivía

-¿Quieres salir?

-No creo que sea una buena idea Claudio, realmente no tengo por qué fingir que estoy bien contigo

-Bueno, al menos espero que te esfuerces para que lo nuestro funcione.

Pensé que había escuchado mal, que en algún segundo de su cínico diálogo me había perdido y había entendido qué el mencionó “lo nuestro” como si nada hubiese pasado.

-No tengo idea de qué estás hablando

-¿Pau crees que te pedí esto solo por gusto de verte sola?

-No voy a volver contigo –me rehusé tajantemente. Se me venía encima el peso de la culpa de permitirle que él se tomara esa atribución y muy pronto comencé a entender lo que iba a suceder de ahí en adelante.

-Como que no tienes mucha opción

-No puedes obligarme Claudio –respondí rápidamente. No podía creer en lo que se estaba convirtiendo todo. Me preguntaba qué me detenía para frustrar los infinitos planes que Claudio se figuraba a la medida que mi sorpresa se incrementaba.

-Como quieras, sé la egoísta que destruya la visión que todos tenían.

Y ahí estaba. Eso era lo que me detenía torpemente a acriminarme con él. Todas sus amenazas me daban una y otra vez vuelta en la cabeza. Su visión era increíblemente macabra, digna de antagonista y entre todas las cosas que en ese momento me afligían se encontraba la pesadumbre y la estúpida pregunta sobre qué aspecto de él me había atraído alguna vez. No podía comparar nada sobre el tipo de persona que había sido y lo que era hasta ese momento. Un completo desgraciado.

-Espera

-¿Lo pensaste?

Asfixiada por su absurdo tono burlesco me quedé a la espera de que todo lo que sucediera de ahí en adelante valiese la pena en algún momento.

-Está bien

Manos cálidas y suaves fueron reemplazadas por la constante impertinencia de las manos de Claudio al sentirse inseguro de que me fuera corriendo en un abrir y cerrar de ojos.

El tipo estaba loco. Se había encargado de llamarme como unas cinco veces durante esa mañana para asegurarse que me iría con él hasta el colegio. No estaba aterrada -en absoluto- pero de pronto comenzaba a creer que era una buena idea buscar por ahí el “cómo zafarme de mi ex y aparentemente actual novio enfermo y psicópata sin salir con traumas psicológicos en el intento”

Deseaba dejar de sentir repudio y asumir que de alguna forma había tomado una decisión correcta para mí, o bien,  para los que me rodeaban sin embargo se entrometía entre mí el horripilante aroma del perfume de Claudio que entorpecía todos mis intentos de sobrellevarlo ¿Lo habría notado antes? ¿Me habría parecido desagradable? ¿Había notado alguna vez la manera exagerada en la que sus manos sudaban? ¿Y el estruendo que provocaba su risa? ¿Las connotaciones de sus bromas? ¿La falsa sonrisa que ponía junto a mí en las fotografías? O al menos la dirección a la cual se dirigían sus intenciones cada vez que sus besos se prolongaban. Quería apartar esos punzantes pensamientos que se proyectaban a mi ‘crónica de un suicidio emocional anunciado’ y sabía que la única forma de impedir el inminente vómito verbal que moría por expulsarle en la cara era pensando en ella.

El cuello de Paula era ciertamente el único lugar en donde quería estar y el aroma que desprendía su perfume y su cuerpo era imperiosamente el único aroma que quería sentir. Pensar en la torpeza y dulzura con la que jugueteaba con mi mano –sin el desagradable sudor del actual acompañante- hacía revolotear mi estómago. Recordar sus inocentes e infantiles bromas para alegrarme me hacía sonreír inevitablemente. Evocar sus besos provocaba que se me erizara la piel y sin más, sabía todo perfectamente; si bien ella jamás habría intentado propasarse ni había dirigido sus intenciones a algo más, yo lo hubiese dejado todo en sus manos.  El solo imaginar la situación me desplazaba a otro paisaje, uno más profundo e incauto, más apasionado e indómito.

-¿Qué piensas? –preguntó él con curiosidad. Me sonrojé.

Pero últimamente pensar en ella normalmente tranquilizaba mis irreverentes impulsos. Recordaba las amenazas de Claudio constantemente que también incluían el hacerle daño a ella. No sabía exactamente de lo que él sería capaz de  hacer y a qué se refería con “hacer daño” sin embargo no me atrevía a averiguarlo. Quería a Paula y no podía soportar que alguien le hiciera daño por el mero impulso de escuchar mis caprichos y botar a Claudio. No imaginaba una forma más egoísta de quererla.

-Nada, solo me quedé pegada con algo que vi esta mañana en la tele

-¿y te sonrojaste por eso? –comentó inquisitivo pero divertido. Me alivió saber que no exigió más explicaciones. También me alivió el que soltara mi mano.

Comenzabas a inundarme

Sin darme cuenta ya habíamos llegado al lugar, el habitual camino se había hecho corto divagando sobre toda la cuestión. Había estado toda la mañana resignándome a la inhumana situación. ¿Qué podía hacer yo con un gorila como ese en una caminata de más de quince minutos? Mi disgusto se precipitó cuando por tacto volví a sentir su mano junto a la mía.

-Medio atraso que llevamos –comentó tirándome para que lo siguiera. Confusa por la situación me solté de él para arremeter a la causa.

-No entraré contigo así –afirmé media nerviosa y media segura, indicándole su mano. Casi podía sentir que tenía el control de ese momento, casi podía sentirme más grande que él.

-¿Qué tiene? –preguntó como si fuera todo normal.

Podía imaginarlo. Él exhibiéndome como medalla de oro, él con su gran pero por sobre todo desagradable y falsa sonrisa haciéndose el varonil y campeón. Él disgustando a Paula. Paula condenándome de por vida.

-¿Qué es lo que te gusta de todo esto Claudio? –pregunté segura de que la tragedia estaba plasmándose en mi rostro y que mi voz reproducía lo mismo. Pedazos de fragmentos que entre líneas escondían el dolor de imaginar a Paula rompiéndole el corazón por segunda vez.

-¡De qué Anto!

-De hacerle daño a los demás

-Ahhh, ¿lo dices como el daño que me hiciste tú a mí cierto?

-¿Qué?!!! –Se me desplomó la mandíbula -¿el daño que te hice yo?, fuiste tú el que me dejó de lado, él que se presentó con sus roterías de cantina ¿tengo que sentirme culpable por haber dejado eso?

-Te paseaste con ella dejándome como el gran pelotudo por todos lados

-¿Ehh?

-Todos estaban como “¿tú no estabas con la que se le dio vuelta? Muy bien”

-Eres patético.

Él sonrió. Yo no concebía tanta superficialidad en palabras que él hacía sonar como cruciales, como si fuera la historia más triste antes escuchada. Lo miraba y no podía imaginármelo sufriendo por nada de eso.

-Te quiero Anto y bueno todo esto llegó en un buen momento –intentó señalar –esto sirve para que te des cuenta ahora que estarás mejor conmigo antes que sea demasiado tarde-

-No sabes lo que dices Claudio

-Sí, si lo sé Anto. ¿Te imaginas siendo feliz así? digo, puedo entender que te hayas calentado con ella y que te confundió y caíste pero ¿y más allá de eso?

Tenía ganas de arrojarme sobre él y golpearlo, mutilarlo, hacerle tanto daño como el que él estaba haciéndome a mí. Era absurdo intentar cuestionarlo porque una persona como él jamás entendería nada sobre sentimientos, nada sobre ser feliz. Además, sabía que tenía razón sobre algo; era difícil admitir que todo estaría bien todo el tiempo junto a Paula; una sociedad completa diciéndote qué hacer, hablando detrás de ti, una madre a punta de padres nuestros pidiéndole –además a todos los santos –que yo solo estuviera pasando por una etapa.

Me prohibí seguir pensando sobre lo que podría pasar, sobre supuestos que jamás se materializarían. Decidí subir la vista y seguir adelante sin responder nada porque el sentido estaba más que perdido sobre la razón ante una persona que sólo le importaba no ser la burla de sus, tan como él, estúpidos amigos.

-¿Dónde vas?

-¿No te preocupaba llegar tarde? –pregunté en cambio y él asintió.

Tomó mi mano nuevamente y seguimos el mismo paso hacia el lugar que estaba ansiando evitar. Esperaba que el hecho de que otros compañeros entraban al mismo tiempo que nosotros nos hicieran pasar desapercibidos pero al tiempo que cruzaba ese marco de doble puerta sabía que ella estaría en la esquina donde estaba siempre junto a sus amigos alzando la mirada al tiempo que me viera pasar y sabía que dolería. Cuando el momento sucedió, intenté a toda costa no mirarla y evitarnos ese sufrimiento, ese intercambio de miradas tan criminal como condenado.

Comenzaban los saludos y sonrisas innecesarias, el estruendo que generaban cinco simios iguales que el querido novio que tenía al lado y volvía también la falta de atención hacia a mí lo que agradecía infinitamente pues de ninguna manera podría sobrevivir a la sobreexposición, a las preguntas poco elocuentes si apenas podía estar ahí parada en el mismo lugar que ella sin hablarle.

¿Qué habría pensado ella? ¿Estaba odiándome? ¿Lo perdonaría algún día? Probablemente no lo perdonaría y no esperaba que pudiera hacerlo, no me permitiría que me perdonara algo como eso.

Era irresistible estar ahí y no poder mirarla y a pesar de que sabía que no tenía que hacerlo puse en disimulo mi vista sobre donde estaba. Para mi alivio y al tiempo tristeza, ella no estaba mirándome en ese momento. La veía forzosa poniendo atención a un libro que tenía sobre sus manos lo que me hacía pensar que enigmáticamente se resistía igual que yo. En mi descaro seguí mirándola, incluso si Claudio me descubría, yo hubiese seguido colgada mirando,  intentando entender por qué no me permitía que las cosas siguieran su curso.

Estaba a punto de dar un paso, a punto de pararme y llegar hasta ella y decirle cualquier cosa, estaba a punto de...

“Good morning, students”

A punto de mirar a mi profesora de inglés.

-Por fin te encuentro sola –anunció Ámbar casi como un saludo.

Me había sentido como un barco anclado a un horrible puerto por casi una semana hasta que Claudio por fin había decidido ir a entrenar con sus amigos y dejarme ir a casa sola. Lo había estado anhelando: privacidad, hermosa privacidad que me permitía sumergirme en mis sentimientos que con vileza se resumían en una cadena de escrupulosos pensamientos sobre lo que no lograba rodearme; Paula había estado evitándome todo el tiempo tras cada pequeño intento de robar una mínima atención.

-¿Estabas buscándome? –pregunté torpemente y comenzando a temer lo peor. Enfrentarme a la mejor amiga de Paula no estaba en mis planes para ese día. Aun cuando sabía que ese momento podría llegar, quería evitarme por un tiempo la vergüenza de ser la causante de los problemas de su amiga, quería poder mirarla y no sentirme tan culpable.

-Sí y me imagino que sabrás por qué

Me quedé en silencio. Con certeza lo sabía.

-La destrozaste y ¿sabes qué es lo peor? Yo te permití que lo hicieras, fuiste hasta mí diciendo que te interesaba, que no le harías daño y me doy cuenta que podría haberlo evitado

-¿Evitar qué cosa?

-Que le rompieras el corazón Anto, fuiste una completa perra con todo esto

Y volví a quedarme callada ¿Valía la pena si quiera intentar defenderme? Yo sabía que ella tenía razón incluso cuando se refería así hacia a mí.

-Sé que ella no te pidió explicaciones pero yo si las quiero porque o si no voy a acriminarme contigo

-No hay nada que tenga que decirte

-¿No? Maldita sea, confié en ti, te confié a mi mejor amiga así que tú ahora serás lo suficientemente mujercita para confiar en mí y decirme la verdad.

Vacilé durante mucho tiempo sobre si era una buena idea contarle o no.

-Yo no quería hacerlo Ámbar

-Entonces por qué lo hiciste –preguntó teniendo esta vez un poco más de compasión en el tono de su voz.

No sabía si ella me había encontrado volando bajo o lo suficientemente agotada mentalmente pero lo solté. Quise por una buena vez liberar esas aprisiones.

-Él me obligó a hacerlo –respondí avergonzada de ser yo quien afirmara que mis decisiones dependían de alguien más.

-¿Debiste tener razones buenas para hacerle caso, no?

Recordé la seguridad de Claudio al pedirme claramente que dejara a Paula o si no la que saldría perjudicada numerosas veces sobre todo eso sería yo. Recuerdo reírme al principio sobre lo ridículo que sonaba que él me pidiera ese tipo de cosas pero también recuerdo el momento exacto en que todo se volvió serio y él me puso entre la espada y la pared ante la posibilidad de delatarme frente a todos y además hacerle la vida imposible a ella.

Noté que Ámbar aún seguía expectante a mis explicaciones. Miré a mi alrededor sintiéndome incómoda de querer comenzar a relatar ahí mi infortunada historia sin embargo observaba el poco tránsito de personas y me permití dejar de evadir la discusión.

Respiré hondo –él iba a contarle a todo el mundo

-Ohhh –ámbar miró pensativa –pero como te exhibías con ella yo pensé que eso no te importaba, no sabía que…

-No –interrumpí, no quería que malinterpretara las cosas –cuando hablo de todo el mundo me refiero a mi mundo –expliqué. Ella asintió dándome entender que comprendía el significado de ello –y bueno, yo no quería que él le hiciera daño –adjudiqué lastimosamente.

-Hacerle daño a quién

-A Paula, Ámbar –admití con angustia.

No podía eludir las responsabilidades que tenía con lo que sentía cuando ella salía al tema. Podía cerrar los ojos sin embargo era ridículo hacer caso omiso a que la luz seguía ahí afuera recordándome que era inútil mantener lejos algo que había invadido por cortesía casi todos mis sentidos. Que la persona que adoraba también seguía estando allá afuera y no iba a desaparecer y aunque así fuese mi cabeza seguiría recordándola porque los asuntos pendientes aún permanecían en el camino y era agonizante pensar que aún nos faltaría vida para seguir preguntándonos  ¿qué hubiese pasado si…?

-Pero mierda esto es como mucho –dijo algo impactada -¿Por qué no se lo dijiste a Paula? –

-Paula no se hubiese alejado –encontré por primera vez las razones que me convocaban a ser una estúpida. Paula se hubiese quedado a mi lado, habría encontrado la forma de darme consuelo antes de haber tomado una decisión tan apresurada y hubiésemos estado juntas ante la inoportuna y descontinua historia de nuestro amor. Eventualmente habríamos puesto puntos suspensivos a la espera de que apaciguáramos nuestros temores, eventualmente habríamos pausado con algunas comas intentando pensar detenidamente cuál era nuestro siguiente paso sin embargo ella jamás le habría timbrado un punto final.

Era mi gran temor, que sin punto final el cariño no bastara para sostener esa relación cubierta de tantos obstáculos.

-No puedes decírselo –apunté inquietamente ante la idea de que ella corriera a contárselo.

-Pero es que esto es demasiado Anto

-No se lo digas, por favor –rogué –yo no quiero meterla en problemas. Prefiero que me odie, así tal como quedaron las cosas –

-¿Pensaste todo esto antes de querer estar con ella? –preguntó cercana al enfado.

Claro que lo había pensado. Decir que lo había pensado muchas veces parecía poco al reflejo de lo que realmente me había desvelado descifrando mis sentimientos hacia ella y cómo me había atrevido a que todo sucediera aun cuando la experiencia era única y completamente nueva –Ámbar, la quería, aún la quiero ¿puedes pensar en otra cosa cuando quieres a alguien?

-Sí, en no parecer una egoísta más adelante, por ejemplo –

-Lo soy, pero no puedo arrepentirme de esto –aseguré con gusto a no querer afirmarlo pues una odiosa parte mí quería con todas mis ganas arrepentirse de todo lo que estaba permitiendo.

-No tendría sentido decírselo por lo que veo, sólo tu podrías cambiar las cosas por ahora –dijo resignada –ten suerte –sonrío ligeramente y luego se marchó.

Y de pronto, la mochila que cargaba con todos los últimos angustiosos eventos se sentía más cómoda pero no menos pesada. Seguía a la espera de acostumbrarme o a la idea de que algún día podría hacerlo.