Idas y vueltas 15

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38

Habiendo casi un metro más de cama,  Antonia insistía en estar hombro a hombro conmigo mientras dormía. Yo estaba alerta esa mañana, y así lo estuve en modo vigilia toda la noche. Apenas había pegado un ojo, y cuando ya comenzaba a hacerlo, fui interrumpida por el ruido del auto de mi madre saliendo muy temprano de casa.

Al menos ella no estaría ahí para reprocharme nada.

Teniendo la tenue luz proveniente del tardío amanecer comencé a detallar la situación que se veía más real, desde la perspectiva de ese nuevo día.

La última vez que había compartido ese rincón en mi cama había sido tan cruel que no concedía demasiado la escena. Me levanté despacio y con cuidado de no despertarla porque no había caso, no podría dormir a esas alturas y si seguía ahí a su lado, continuaría torturándome.

Fui a buscar un vaso de agua y una aspirina, presentía que Antonia lo necesitaría más tarde cuando despertara por fin, entonces me senté en la silla del escritorio esperando que eso sucediera.

Cómo había pasado que el día anterior habíamos discutido y durante la mañana del día siguiente ella estaba en mi cama, no tenía la menor idea. Cuando la vi fuera de mi casa a esa hora me sentí tan extraña, por un lado moría por correr hasta su lugar sin embargo, me sentía confundida y los mismos límites que me había impuesto con anterioridad, me impedían hacer mi cometido.

Antonia se movió aun dormida, quedando frente a mí. Desde mi lugar podía apreciarla muy bien. Su cabello claro cubría su cara desde un lado y sus brazos acurrucaban el resto de su torso. Ella era tan hermosa, de verdad a veces sentía la necesidad de no entender el motivo por el cual me resistía tanto a todo.

Ella comenzó a abrir los ojos, dando pequeños parpadeos para dimensionar la expuesta luz fuera de sus sueños. Me di el tiempo de seguir paso a paso sus primeros movimientos hasta que ella me buscó, me buscó a su alrededor y me encontró mirando hacia el frente. Le sonreí y ella me devolvió su sonrisa también. Mi estómago era el que siempre salía afectado con tanta revuelta.

Desvió su mirada hacia el velador, poniendo especial atención en el vaso de agua que había dejado ahí –No tenías que molestarte –dijo sin devolverme aun la mirada. Y no lo volvió a hacer.

-No es una molestia Anto, yo sé que te hará bien –concluí. Antonia se sentó aun en el mismo lugar de la cama y tomó la pastilla para ahogarla con el vaso de agua.

-Estoy avergonzada –dijo mientras su mirada se escondía lejos de que yo pudiera verla.

-No tienes por qué estarlo –me apresuré

-No eres tú la que despertó en casa de otra persona –dijo en voz baja

-Lo importante es que estás a salvo –dije tajante. No transaba en que se sintiera mal por haber terminado en mi casa, su seguridad estaba antes que cualquier cosa para mí en ese momento.

-Esto está mal –dijo sin mirarme, incluso dándose aún más la vuelta. No entendía su reacción. Me acerqué, me sentía impaciente ante la inconclusa circunstancia.

-Anto –mencioné para que me mirara, me sentía en un plano extraño dónde no sabía que papel cumplía ¿Le había hecho algo? Era inevitable ponerme en tela de juicio, siendo yo la única persona con la que había hablado las últimas horas. ¿Pero cómo? Si de todas las cosas que habría deseado en la vida, estaba que ella pudiera estar bien.

-Yo no he sido muy sincera –comenzó. No sabía a qué se refería, pero me asustaba y me desentendía principalmente de la lógica

-¿Por qué dices eso? –pregunté naturalmente. Entonces hubo una pausa muy larga, demasiado para mi gusto en ese momento, cuando empezaba cuestionar absolutamente todo. El silencio era la tortura más grande.

-Si hubiese… -dijo con calma –si hubiese algo que pudiera hacer para –nuevamente pausó. Y se quejó –olvídalo

-Por ningún motivo –alegué rápidamente –ya empezaste, dime ¿qué sucede? –insistí con urgencia

Suspiró y arrugó la expresión -Si hubiese algo que pudiera hacer para… estar contigo –dijo -¿Qué sería?

Quedé un poco tonta, un poco atónita y fuera de mí. Quería decir algo pero comenzó a sonar su teléfono y me puse histérica, me refregaba el rostro de tal nerviosismo.

-No contestarás –pregunté alterada, porque el sonido me estaba matando y por parte de Antonia, no había reacción alguna. –Anto, tú estás confundida –articulé con miedo cambiando completamente el contexto de lo anterior, incluso llegué a notar que esa frase salió sin si quiera haberlo pensado mucho.

-¿¿Qué? ¿Confundida? –Reclamó herida –no tienes idea-

-Si, lo estás y fue mi culpa –insistí intentado salir del paso con lo anterior

-Tengo que irme Paula, fue un error haberte dicho esto –dijo triste. Antes de marcharse me agradeció por permitirle quedarse esa noche y entonces, la vi marcharse.

No la detuve. Y las razones parecían tan significantes como diminutas en ese momento. No había sido lo suficientemente ingeniosa para decir algo mejor; “…Estás confundida” se oía como un intento desesperado por no aceptar, porque aceptar significaba que una pequeña parte de mi corazón se sentía en gozo y otra parte estaba atándolo de pies a cabeza.

Aceptar lo que Antonia me había confesado significaba correr tras ella y ofrecerme sin más nada. Significaba aceptar que yo también sentía algo que aún no descifraba del todo pero que sin embargo, aunque intentara con todas mis fuerzas ocultarlo y esconderlo, encontraba alguna manera de respirar libertad cada vez que ella aparecía.

Me encontré de brazos cruzados, con la imposibilidad de moverme o hacer otra cosa. Todo había sucedido en cuestión de segundos  y el espacio, por más obvio que fuera recordarlo, se sentía vacío sin ella.

Revisé la hora junto a la pared, debatiéndome el siguiente paso. Tenía uno, o dos minutos para cuestionarme si ir a clases ese día sería una buena idea.

El tráfico durante la mañana era abrumador. El sonido de las bocinas en cada calle, por cada cuadra atemorizaba a cualquiera, y la gente que iba tan deprisa hacia todas las direcciones tal cual hormigas disueltas desde el núcleo de trabajo.

No llevaba prisa, a pesar que debería tenerla. Pensaba lento y con retraso, culpando a la falta de sueño de aquella noche pero sabía perfectamente que aquel retraso se debía por el poco interés de encontrar las caras interrogantes, o de dar explicaciones o simplemente, de que en caso que fuera el caso, verla a ella.

Me escondía detrás del tiempo, me estaba escondiendo detrás del retraso y me había vuelto en pocas horas la persona más cobarde del universo.

Sin embargo, me vi detenida frente a la escuela, como todos los días con la diferencia de que el sol parecía estar en un punto diferente en el cielo. Era más tarde de lo común.

Dudé en entrar, dudé en mi capacidad de dar una buena explicación por lo que recordé que el gran portón que daba al patio trasero tenía una falla, y corrí rápidamente a él. El ingenio de haber recordado eso me devolvió el alma al cuerpo, pero no obstante, me pregunté por qué lo estaba haciendo una vez allí. Ya estaba. No había tiempo para retractarse y perder todo el día por el mero capricho y cobardía de no saber enfrentar la situación.

Decidí que tenía que esperar algunos minutos antes de ingresar al lugar, no era justo que interrumpiera a alguien y en lo posible, quería pasar desapercibida.

Si me lo preguntaban, creía poco probable que Antonia fuese ese día a partir del estado del cual se había marchado de mi casa. También asumía que no querría verme, aunque todo era posible. Al menos ella era más valiente.

Ella tenía todo lo que no tenía ni yo, ni otra. Era fuerte y arriesgada y no dejaba espacio a duda sobre ello. Quizás, si hubiese estado en algún tipo de programa, el público entero habría apostado que me la jugara por ella, parecía ser perfecta, exceptuando para mí el detalle que bebía.

Escuché el timbre de término de clases y me obligué a interrumpirme. Caminé rápida para no ser notada, logrando mi objetivo hasta que llegué a la sala y casi como por arte de radal, Camilo se dirigió a mí.

-No creí que llegarías –comentó a penas me vio -¿Qué ha pasado, no sonó la alarma?

-No la escuché –mentí, sin embargo lo intuyó porque no parecía muy convencida.

-Entiendo… -dijo sarcástico –si buscas a Antonia, ella no ha llegado –dijo él, al verme revisar cara por cara a cada uno dentro del lugar

-Lo sé –respondí inconsciente adjudicándole al hecho que sabía que Antonia estaría en su casa en ese momento

-Y cómo si acabas de llegar? –me atrapó. Comprendí, que mi yo interno sentía la necesidad de revelar algo.

-Hay algo que debería decirte –comencé resignada pero directa –pero no se lo digas a Ámbar por favor –advertí, porque el revelar no significaba que quería divulgarlo.

-Dime, desde cuándo le ocultamos cosas a Ámbar –preguntó

-La conoces y la conozco, y se preocupará –insistí –¿lo prometes? sé que si no te cuento me lo sacarás de alguna u otra manera

-Ok ok –aceptó -¿Cuál es el misterio?

-Pasé la noche con Antonia –dije como si fuera dramático

-Mientes –dijo seguro, lo que me sorprendió en seguida.

-¿Por qué dices eso? –pregunté descolocada

-Anoche la vi, bebiendo copas muy cariñosa con su novio –comentó con pesadez, por lo que reaccioné de mal humor a ese dato imaginándome la escena cariñosa –acaso soñaste pasar la noche con ella o qué? Tontita –agregó

-No… Camilo, ella llegó más tarde –expliqué –algo bebida, y completamente asustada y no me quedó otra opción que dejarla pasar la noche en mi casa

-Apuesto que lo hiciste con mucha pena y molestia –se reía de mí y yo no lograba reaccionar de otro modo porque sabía que esa no era toda la verdad

-¿Cuál es el problema Pau?, no creo que sea un crimen que ella se quede ahí –me aclaró como si no lo supiera.

-Hay otra cosa –expresé

-¿Qué cosa? –preguntó

-Ella se…se me declaró –respondí como si no creyera demasiado en que hubiese sucedido.

-De ninguna manera –respondió desinteresado

-Aggg, ni siquiera sé por qué me molesto en contártelo –reparé.

Él se acercó más –lo dices en serio, de declarar “declarar” o ella simplemente se lanzó hacia ti –dijo discreto

-¡Camilo! –reclamé

-Si no fueras mi amiga y si no tuvieras ese particular gusto por las mujeres, yo lo habría hecho –se justificó riendo. Me reí para romper aquella tensión que me mantenía con los nervios sensibles.

Recordé la última vez que había estado tan cerca de ella y lo bien que se sentía ese hecho. Podía negar que me daba miedo cualquier cosa a su lado, pero no negaría que ella en sí era la que me movía por completo y que a pesar de lo sucedido, la buscaba y me dolía en efecto su ausencia.

39

Volví herida a mi casa por muchas circunstancias, pero había una en particular que me había roto el corazón por completo.

Odiaba a la gente que intentaba zafarse abordando ideas falsas. Paula podría haber guardado silencio y no intentar remediar las cosas diciendo que yo estaba confundida. ¿Lo estaba? Me negaba a ello.

Ella tenía razón sin embargo, era su culpa. ¿Y cómo no?  Si ella había estado ahí en cada nuevo paso que comenzaba a dar en esa nueva vida.

Y pensaba y le daba miles de vueltas. Alguna vez me había llamado la atención quizás fijarme en otra mujer, sin embargo, el enfoque que le daba a Paula era completamente diferente. Ella podía mover o no mover mi suelo con tan sólo algunas palabras.

No me daría por vencida tan fácilmente, no sin que antes ella me conociera realmente.

Mi madre empezó a gritarme durante la mañana porque no había respondido sus llamadas al darse cuenta que yo no había llegado a casa. Comenzó a decir cosas sobre aquel reciente cambio que había experimentado y armar piezas que según ella encajaban a la perfección con esas repentinas actitudes extrañas a mí. Creía que la vida capitalina me había vuelto loca.

Me limité a escuchar y mover la cabeza de arriba abajo, asumiendo responsabilidades. Era temprano y a pesar de que el dolor de cabeza se había disipado, aún no había recuperado todas las energías. Obedecí a sus órdenes y no comenté nada. Había tan poco que podía decirle. ¿Cómo le explicaba que el supuesto encantador novio que tenía había querido propasarse? Cómo podría si quiera referirme a ello, cuando de todas maneras había sido mi culpa.

Regresé a esa parte de mi noche. Recordé lo vulnerable que me había sentido y, una vez lúcida, tomaba conciencia de lo horrible que habría sido haberle permitido a Claudio aquello que había procurado cuidar tanto.  Nunca en todo el tiempo que llevaba con él me había imaginado o propuesto entregarme, jamás le había dado la mínima oportunidad. Y quizás, sonaba tonto y cursi, pero más que eso es porque no lo deseaba y esa noche sólo lo había comprobado. Tal repudio que sentí cuando me acorraló y sobre todo cuando insistí en que se detuviera me abrió medianamente los ojos.

Me duché y luego de eso, tomé un breve descanso sobre mi cama. No sabía que quería exactamente.  Empezar por terminar esa relación desde luego parecía lo más apropiado para la ocasión, sin embargo, me sentía aterrada de no poder hacerlo. De que llegara el momento de verlo de nuevo y no poder cortar por lo sano. Por otro lado, estaba Paula y de ello, aún menos sabía. No sabía realmente que quería de Paula, pero estaba segura que no sería del tipo de personas que iba por ahí escondiéndose después de haber hecho algo.

Si dejaba las cosas como si jamás hubiese dicho algo probablemente no volvería a dormir tranquila preguntándome ¿Qué habría pasado si al menos lo hubiera intentado? Y no quería mentirme, intentar algo con ella parecía muy tentador.

-La vida aquí es agitada –dije al celular mientras esquivaba a un ciclista –pero te acostumbras pronto-. Una de mis amigas me había sorprendido con un llamado, sin embargo no estaba demasiado atenta en ese momento y la verdad que también comenzaba a olvidar pronto.

Terminé de despedirme amablemente y seguí mi camino con más compostura. No tenía planeado, sólo consideraba que darme una vuelta algo casual por el instituto no estaría mal. No tendría nada de malo esperarla, incluso verla de lejos y si tenía la valentía suficiente, hablarle.

Quería tanto resolver eso, quizás por la desesperación y el impulso le diría que todo estaba bien y que esa confesión de la mañana no interferiría en nuestra relación de amistad, pero apuesto que sería la mentira más grande antes oída.

Quedaban unos diez minutos antes de que terminaran las clases y comenzaran a retirarse del lugar. Estaba nerviosa, aun no quería encontrarme con Claudio pero si quería ver a Paula. Cada vez estaba más convencida que mientras más puntos restaba él, ella estaba ahí para equilibrar la dificultosa situación en mi corazón.

Entonces, sentada en una banca a lo lejos lo vi a él y me fundí en mi misma , creyendo que así me notaría menos, sin embargo él siempre iba lo suficientemente distraído para notar algo más allá de su nariz y por lo que veía, no estaba demasiado preocupado por mi ausencia. No es como si no me doliera, como si fuera de piedra. Aún sentía todos esos meses probablemente perdidos que estuve junto a él y también me hacía fruncir el ceño o apretar el puño ver que a él nada le importaba si yo estaba bien o mal, mientras que el algún momento de mi vida, hasta ese momento lejano, yo lo había querido.

Decidí que era hora de despedirlo de mi vida, ya sea por todas las confusiones que estaba teniendo ese momento era también por amor propio.

De pronto, mi instinto se puro alerta nuevamente cuando divisé esta vez a Camilo. Presentía por ende que Paula estaba cerca, y era de esperarse, los nervios me comían por dentro.

La vi, ella salió e iba con un caminar normal, bastante paciente y serena. No iba tan feliz y expresiva como de costumbre, sin embargo, no quería relacionarlo con lo de la mañana porque entonces volvería a mi casa y me escondería ahí y no volvería a salir. Intentaba comunicar mi cerebro con mis piernas, para que lograran emplear el movimiento y procurar cruzar la calle, de otra forma, no llegaría hasta ella sólo por desearlo. Ojalá fuera así de sencillo.

Comencé a moverme entonces, a pesar de que no tenía la menor idea de que iba a decirle pero me topé con un torpe obstáculo; ella alzó su mirada y de reojo me vio y casi como si no lo hubiese notado, cambió rápidamente de actitud. Vi alejarse a Paula y entonces me retiré dos pasos atrás, creyendo inútil cualquier intento mío por acercarme.

Me encontré nuevamente en un debate interno, entre el querer y no querer. Entre el orgullo y las ganas. ¿Acaso ella estaba enojada? Porque no me explicaba de otro caso porque habría rechazado así mi presencia sólo con ese acto.  Cuando comenzaba a retirarme, me puse un alto, y mi voluntad osciló eventualmente. Recordé que había llegado hasta ahí porque mis convicciones sobre Paula eran fuertes, no era justo que me acobardara.

Di media vuelta, esperé el cambio de semáforo, y planeé acorralar a Paula por el otro lado de la manzana, sabría que ahí al fin y al cabo me toparía con ella.

Ahora ya no iba con temor, si no que plena seguridad de encarar su actitud.

Corrí rápidamente hasta el término de la otra calle para llegar antes que ella, y para mi sorpresa lo conseguí  con la suerte de que esta vez iba caminando sola, perdida en sus audífonos y con la mirada baja. Aun no notaba que yo estaba frente a ella, unos pasos más adelante.

Al no notarlo, permití que chocara conmigo para que no tuviera posibilidad de zafarse esta vez. Chocamos, me miró y quité de sus oídos los audífonos –¿Estás evitándome? –pregunté pese a la obviedad de la respuesta.

Ella titubeó y luego me miró resignada –Lo siento –expresó. Yo no quería escuchar eso, quería que fuese más directa.

-¿Por qué? –pregunté casi en súplica y a esto me refería a el porqué de actitud

-¿Me creerías si te dijera que estoy asustada? –confesó entendiendo el sentido. La miré, con un rastro de ternura y compresión, a pesar de que no entendía por qué ella estaría asustada, mientras ella yo quien estaba aterrada por su respuesta.

-Paula yo… no estoy confundida –comencé en un acto heroico –de haberlo estado no habría llegado hasta aquí –

-Yo lo sé, pero yo no puedo Anto –respondió ella. Era esa parte de Paula que no podía entender, por lo pronto, yo jamás había procurado saber ese lado de su vida, aquel lado emocional que la mantenía a distancia de cualquier relación.

-Pau… yo no me voy a rendir así como así –le admití, a pesar de que ella prácticamente ya me había rechazado –la única forma que me limite a seguir es que tú me digas que jamás podrías sentir algo por mí –encaré directamente, sabiendo de antemano que tenía un no por respuesta, y que por supuesto, no podía obligarla.

Yo estaba esperando a que ella respondiera. Definitivamente me rompería el corazón, pero prefería eso, prefería convencerme más temprano que tarde, sin embargo ella no dijo nada. Y una pequeña luz de esperanza irradió mis ojos.

Ella simplemente añadió algo insegura –Yo no puedo asegurarte que eso no pasaría –. Y entonces me quedé pensando en eso, con mi mirada puesta en su persona –Anto, yo ya debo irme ¿sí? Dejémoslo así –me comunicó ante mi falta de decisión.

Se despidió de mí y entonces le perdí la vista.

Paula se había empeñado en encerrarse en una habitación ante mí, asegurando puertas y cualquier otra entrada sin embargo, ella dejó una ventana abierta con esa declaración.

Si en ese momento existía una remota posibilidad de que ella si sintiera algo por mí, no cabía duda de que haría lo que estuviera a mi alcance por acortar esa distancia que me separaba de esa ajena esperanza.

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He estado atrapada en una cita con Nietzsche, lo cual me ha hecho incompetente para realizar otras actividades. Por el lado bueno, me he convertido en un ser ultra pasional y dionisíaca XDD algo que rescate de su pensamiento.

En fin, han sido unas semanas cargadas de fuertes emociones y me alegra llegar aquí y ver los comentarios y ver por cierto a algunitas personitas que siguen enganchadas con la historia pese a mi demora. En serio se agradece un montón, de otro modo, no sería posible cierta motivación para seguir escribiendo. Espero seguir también pronto con el otro relato, antes de que me atrapen nuevamente con una exposición sobre algún otro autorsito de complejo pensamiento.

Por supuesto, quedo a libre disposición de sus ideas, como siempre...  soy una simple y fiel servidora, como por ejemplo no duden en corregir una que otra faltilla gramatical u ortográfica ajajaj, en verdad me siento culpable porque no lo revisé arduamente antes de enviar.

Cariños y saludos.