Ida y vuelta (y 2)

Volver, quizá, es no irse.

Ida y vuelta (y 2)

Me volví lentamente y besé la frente de Felipe. Estaba profundamente dormido, pero debería despertarlo para aprovechar el día.

¡Felipe, Felipe! – le dije susurrando y acariciándolo -, deberíamos levantarnos.

Abrió los ojos y al verme sonrió:

  • Pensaba que todo lo que ocurrió anoche fue un sueño – dijo entre dientes -, pero estás a mi lado.

  • Pues tócate el pecho – le dije – y comprobarás que necesitaremos asearnos un poco.

Sin decir nada me besó y me sonrió, sacó la mano y me acarició los cabellos cortos.

  • ¿Tienes algo para desayunar? – me dijo -; traigo algunos dulces y leche.

  • ¿Qué te parece si nos vestimos y bajamos al pueblo? – le propuse -; podríamos tomar una tostada y café caliente.

  • Es que estoy pensando… - dejó de hablar -; no importa, bajemos.

  • No – le respondí seguro -, antes quiero saber lo que estás pensando.

  • No quiero dejarte solo; ahora no; no quiero perderte. Pensaba en desmontar la tienda y volverme a casa. Contigo soy muy feliz, te lo aseguro, pero no quiero pasar más noches en una tienda en medio del campo.

  • ¡Es fácil! – le dije -; bajaremos a desayunar y buscaremos un hostal baratito. Luego, subiremos a desmontar las tiendas y le diremos a la vieja que nos han llamado y que tenemos que irnos.

  • ¿Harías eso? – exclamó ilusionado -. No hago más que cambiar tus planes.

  • Te equivocas, bonito – lo besé -, los cambios los estoy haciendo yo porque no quiero separarme de ti. Pasaremos una noche más en una buena cama; tú y yo. Ahora lo que me interesa es estar contigo.

Nos aseamos un poco como pudimos; nuestros pechos estaban pegajosos. Nos pusimos ropa limpia y desmontamos rápidamente mi tienda. Luego, dando un paseo entre hierba húmeda, fuimos hasta la suya. Me contó muchas cosas. Me dio la sensación de que quería que yo le conociese bien en poco tiempo, pero no podía contarle demasiadas de las mías… o tendría que ocultarle algunas. Cuando estuvo todo listo, recorrimos el camino hacia la encrucijada agarrados de la mano y besándonos de vez en cuando. Me pareció entonces que había encontrado a la persona que quería tener a mi lado.

Bajamos hasta la casa, depositamos la poca basura en el cubo y le dijimos a la señora que nos teníamos que marchar, que habíamos recibido una llamada para que volviéramos a casa. Se sintió muy preocupada y tuvimos que insistirle en que no pasaba nada grave. No tuvimos que pagarle ya nada más, pero le quedamos muy agradecidos y ella, que seguía tratándonos como a niños, se acercó a nosotros y nos besó para despedirse. Cuando bajábamos hacia la entrada, nos gritó:

  • ¡Eh, hijos! – nos volvimos para mirarla -, que seáis felices. Os deseo que seáis felices. En esta colina no hay cobertura; no sé cómo habéis recibido la llamada, pero volved cuando queráis.

Nos quedamos mudos, nos volvimos y seguimos bajando:

  • ¡Joder, Felipe! – le dije muy bajito y disimuladamente -; me parece que hemos metido la pata, pero ella lo ha comprendido.

Al llegar al pueblo tras una bajada bastante accidentada, entramos en el primer bar que vimos. Dentro se estaba muy bien y pedimos unas tostadas y café muy caliente. Luego, le preguntamos al dueño si sabía dónde había un hostal barato pero que no estuviese muy mal y señalando hacia la calle con el brazo nos dijo:

  • ¿Veis esa casa de enfrente? No os habéis dado cuenta de que tiene una H al lado de la puerta. No es caro y hasta tiene baño en las habitaciones.

Cuando terminamos, le dimos las gracias a aquel amable hombre y atravesamos la calle. Entramos en el hostal y nos recibió otra señora mayor que fumaba y se llamaba Gloria:

  • ¡Hola, mis niños! ¡Qué cargados venís! – nos dijo al vernos -; me parece que habéis pasado una mala noche de camping.

  • Verá, señora - le dijo Felipe -, se nos ha ocurrido ir al camping viejo y ponernos en uno de los peores sitios, así que hemos decidido pasar una noche tranquila y más cómoda antes de volvernos.

  • ¡Hacéis bien, hijos! – respondió -, que este pueblo es sano y tranquilo. Veréis cómo os gusta la habitación que os voy a dar.

Subimos unas escaleras estrechas pero muy cómodas detrás de doña Gloria que siguió hablándonos todo el tiempo.

  • Veréis, chicos – nos dijo -; es muy fácil. Cuando subáis las escaleras, la tercera puerta a la derecha. Es una habitación con mucha luz que os va a gustar. Tiene baño y da a la calle, pero es muy tranquila.

Abrió la tercera puerta y entramos. Era una habitación mediana con cama de matrimonio, una ventana a la calle, algún mueble que otro y un cuarto de baño no muy grande. Cuando vimos la cama de matrimonio nos miramos un poco asustados. Posiblemente, aquella señora no tenía habitaciones dobles con dos camas, pensamos, pero cuando ya se iba y antes de cerrar la puerta, nos dijo que era muy amiga de la señora del camping viejo.

Cerré la puerta por dentro, nos quitamos las mochilas y nos abrazamos en pie durante un largo rato. Bajamos para ir a dar un paseo y nos dijo doña Gloria que, aunque había amanecido soleado el día, pronto llovería otra vez. Quiso prestarnos un paraguas, pero le dijimos que no nos retiraríamos mucho y que descansaríamos el resto del día.

Así fue. Comenzó a chispear a medio día y volvimos al hostal cuando empezaba a apretar.

  • ¡Es raro! – dijo doña Gloria -; no es tiempo de lluvia aquí y anoche, cuando me desperté y me asomé a la ventana, se había echado una niebla espesa y hacía frío. Si queréis, podéis bajaros a la salita. Tengo la chimenea encendida. Pero la habitación que os dado es acogedora.

  • Gracias, señora – dije sonriente -, creo que lo que necesitamos es descansar.

  • Pues tendréis que almorzar, supongo – se acercó a nosotros -. Tengo hoy un cocido riquísimo. Podéis comer aquí y así no tendréis que salir a la calle, pero tenéis que confirmarlo ahora.

Felipe y yo nos miramos sonrientes y luego le dijimos que sí, que preparase para dos más.

Sin desnudarnos, nos echamos en la cama besándonos y acariciándonos casi hasta la hora de comer. Nos dimos una buena ducha de agua caliente y nos comimos un cocido que estaba realmente exquisito.

La siesta fue siesta aunque empezó con un juego que yo hubiera seguido toda la tarde y la noche. Tomamos unos pinchos en el bar de enfrente y nos dispusimos a disfrutar el uno del otro hasta caer rendidos.

Nos desnudamos mirándonos cada uno cómo lo hacíamos. Era la curiosidad de saber cómo se desnudaba el otro. Nos quedamos en calzoncillos y nos metimos en la cama bien tapados con una gruesa colcha y mirándonos fijamente y embelesados.

  • No podía ni imaginarme que iba a conocerte – me susurró Felipe acariciándome los cabellos -. No estoy solo del todo; tengo amigos y amigas, pero me parecen de esos que están a tu lado mientras llevas euros en el bolsillo o una tarjeta Visa Oro.

  • Por eso no debes preocuparte, precioso – le dije -, no busco dinero; lo tengo. Lo que tenía se fue por otras causas y me da la sensación de que tú no te vas a ir.

  • No podría, Edu – me besó -; me sobran todos los demás amigos y, aún estando a tu lado, te echo en falta. Lo que no entiendo es que te vengas solo a pasar un fin de semana de camping en vez de salir y procurar olvidar lo ocurrido.

  • No, no – exclamé -, no quería a nadie. Ahora me eres imprescindible. No me dejes, por favor.

Se echó a reír y me dijo que tendría que echarlo o dejarlo yo a él porque me necesitaba más que a nadie.

  • Oye, tío – le dije meditando - ¿no has tenido pareja nunca?

  • ¡Sí, claro! – respondió como resignado -; creo que me equivoqué. En realidad no sentí lo que siento ahora contigo.

  • ¿Y crees en el amor a primera vista? ¿En el flechazo?

  • Pues ni creía ni me lo planteo – me cogió por la nuca -; te he conocido y no quiero perderte. Si eso es amor a primera vista o flechazo

  • Sí, sí, lo es – le dije -, pero siempre deberemos vivir el presente y no andar pensando en que si tú me vas a dejar o yo me voy a enfadar. Vivamos este presente maravilloso todo lo que dure ¡Ojalá dure para siempre!

Y comenzaron unas caricias lentas, unos besos, unos roces, que acabaron subiendo de tono en besos maravillosos y cálidos, en caricias en todas las partes de nuestros cuerpos, en miradas penetrantes donde debería leerse la sinceridad con la que estábamos haciendo aquello. Me di cuenta inmediatamente de que lo que estaba ocurriendo era real y no había trampa. Me parecía poder leer los pensamientos de Felipe mientras besaba todo su cuerpo de arriba a abajo. Desnudos ya del todo, comencé a besar sus cabellos rubiancos y cortos, su frente, su nariz, sus mejillas, su boca, su cuello… así, hasta besarle los pies como si fuese un santo o mi amo. Me movió con cuidado y repitió todo aquello que yo le había hecho; comenzó a besar mis cabellos y acabó besándome los pies. Luego, se echó sobre mí besándome con verdadera pasión y noté que su pene se metía entre mis piernas; cálido, duro, un poco húmedo. Comenzó a acariciarme la entrepierna con él y se acercaba a mi culo. Sentí la necesidad de tenerlo dentro para siempre y me pareció que quería entrar en mí. Levanté mis piernas y las puse sobre sus hombros. Me miró sonriente y, sin buscar el lugar apropiado, encontró el hueco que buscaba.

Comenzó a entrar en mí y se doblaba hasta llegar a mi cara y besarme mientras tiraba de mis muslos. En poco tiempo lo tenía dentro y comenzó a moverse con un ritmo suave y más acelerado después. Aguantó mucho y yo sentí el doble placer de que me estuviese follando y de ver su mirada. A veces, levantaba la cabeza y la echaba hacia atrás soplando. Me alegré muchísimo de que estuviese sintiendo placer y dejé que hiciese lo que más le apeteciese hasta que el movimiento me indicó que le estaba llegando. Debería notar un gran placer porque abría la boca y respiraba profundamente. Se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme con mucha fuerza mientras le llegaban los últimos movimientos del orgasmo.

  • Ya, ya, querido – susurró casi ahogado -; ya tienes algo de mí dentro de tu cuerpo. Me parece que si digo que te quiero… no sé, no quiero equivocarme, pero me parece que me he enamorado de ti.

  • No me parece raro - le dije -; yo venía deseando la muerte por perder a mi ex y tú me has hecho olvidarlo.

Se echó a mi lado exhausto y nos quedamos mirando al techo.

-Oye, Edu – dijo de pronto -, eso de que deseabas la muerte… es un poco fuerte.

  • No me hagas caso – le contesté -, pero cuando me vi sin mi ex pensé en suicidarme. En hacer un viaje sin vuelta.

Se incorporó de la cama mirándome aterrado:

  • ¿Qué dices, Edu? ¿Qué dices? – preguntó con pánico - ¡No pensarías venir al camping para…!

  • Sí, amado Felipe – le contesté -, pero tu valor en oro es muy grande. Eres sincero. Te he calado ¿sabes? Sé que me quieres y te amo de tal forma que no podría vivir sin ti. Sin embargo, he aprendido que merece la pena seguir viviendo cada momento. Si llego a hacer una locura, no te hubiera encontrado.

Fue bajando su lengua por mi pecho sudoroso hasta encontrar mi pubis y comenzó a hacerme una mamada. Él tenía la boca demasiado ocupada para hablar y yo parecía haberme quedado mudo. Cuando me corrí con todas mis fuerzas en su boca, se retorcía mi cuerpo de placer y respiraba por la boca aceleradamente.

  • ¡Joder, tío! ¡Cómo la mamas!

Subió hasta ponerse a mi lado y, así mismo, estuvimos abrazados en silencio mucho tiempo. Cuando apagué la lamparilla para dormir, le oí decirme:

  • Los planes han cambiado. Este viaje será para ti de ida y vuelta.

Todavía hoy es Felipe mi compañero; el más sincero, el más cariñoso, el más leal, el más fiel, el más honrado, el que jamás había pensado encontrarme en un tren cuando iba a buscar la muerte.