Ibiza me convenció
En otro barco...
IBIZA ME CONVENCIO
Mientras esperaba me dediqué a adujar todos los cabos, a dejar impoluta la cubierta, a disponer todo el barco para que la travesía fuese del máximo agrado de todos; aquel viernes el cielo estaba despejado y la suave brisa del sur nos llevaría rápidamente a nuestro destino, Ibiza, donde pasaríamos el fin de semana a bordo de mi velero, una embarcación de 9 metros que disponía de un amplio confort para los tripulantes. Era una travesía especial; aunque sabía de sobra que mi novia, Ana, tenía un amante con el que compartía la vida en Madrid, no lograba hacerme a la idea.
Nuestra relación era algo extraña, ya que yo residía en un pequeño pueblo de la costa alicantina y Ana vivía en Madrid, mientras terminaba los estudios; nos veíamos poco, y ella, ardiente y fogosa como era, no encontró impedimento alguno para recibir las dosis de sexo que necesitaba. Yo al principio lo había tomado como un juego, pero al final caí en la cuenta de que su relación era una realidad a la que yo me había acomodado. La quería demasiado como para dejarla, así que consentí en su devaneo sexual, a cambio de que no me dejara nunca. Pero aquella iba a ser la primera ocasión en que me encontraría cara a cara con mi rival y la verdad, estaba nervioso como un colegial; todo había sido una idea de Ana, a fin de calmar un poco su remordimiento para conmigo y a la vez escudriñar una posibilidad morbosa de emparejarnos los tres.
Pasaban dos minutos de las doce de la mañana cuando apareció mi coche en el aparcamiento del puerto, conducido por un hombre que pensé que era él, y efectivamente no me equivoqué; era un tipo espigado, moreno y atractivo, ataviado con un traje de ejecutivo que bajó del coche apresuradamente para abrirle la puerta a Ana, que salió sonriente. Se cogieron de la mano y caminaron hasta el barco como dos enamorados; una punzada de celos atacó mi corazón, pero no era nada comparado con lo que tendría que soportar a lo largo de los tres días que estaríamos juntos. Subieron a bordo y Ana nos presentó, nos dimos la mano con bastante frialdad por mi parte y nos dispusimos a zarpar; mientras hacía la maniobra para salir Ana acompañó a Jaime, que así se llamaba nuestro "partenier", al camarote principal para que se cambiase de ropa y pudiese estar más cómodo durante la travesía.
Ya estaba saliendo del puerto, izando las velas y poniendo rumbo hacia la isla cuando aparecieron los dos por la escotilla, sonrientes; pensé que habían tardado demasiado, pero traté de desechar la idea de mi cabeza, puesto que nos quedaban unos días por delante y de lo que se trataba era de que Ana estuviese feliz. Tras preguntarme si hacía falta que me ayudase con algo de forma amistosa, le dije que no hacía falta, ya que estábamos de camino a nuestro destino, con un toque irónico en mi voz, lo que provocó que mi novia me lanzase una mirada de reproche, lo que me dolió más que nada hasta ese momento; traté de relajarme y tras ajustar todos los parámetros de nuestra ruta, nos sentamos los tres a disfrutar del sol y el viento, camino de Ibiza.
Fue entonces, en la inmensidad del mar, en la soledad de nuestro barco, cuando se planteó el tema crucial de aquel viaje; me relató Ana, a lo que Jaime asentía, que su relación se basaba en la amistad y la carencia de afecto efectivo al estar yo a muchos kilómetros de ella durante gran parte del tiempo. Jaime sabía de mi existencia y aceptaba aquella relación a tres bandas y Ana sentenció que para ella los dos éramos sus novios. No tenía nada que objetar, si quería seguir con Ana tenía que aceptar aquella singular relación. En cuanto al sexo, ella quería disfrutar de los dos y esperaba que llegásemos a un buen entendimiento, algo con lo cual yo era un tanto receloso, ya que nunca se me había pasado por la cabeza estar con un hombre, aunque a decir verdad, tampoco era muy lógico estar allí con ellos dos, así que esperé la evolución de los acontecimientos. Se notaba que la situación ponía cachonda a Ana, así que propuso comenzar a conocer nuestros cuerpos en ese mismo momento, y sin decir más se quitó la camiseta que llevaba, dejando al descubierto sus dos maravillosos pechos; azorado y pudoroso, aparté la mirada de ella, fingiendo controlar alguna parte del barco.
Ella se dio cuenta de mi nerviosismo. - " Vaya, parece que te va a costar un poco, ¿no?. Está bien, cuando estés preparado ya me lo dirás. Vamos, Jaime, hagámoslo abajo, en el camarote", y sin mediar palabra con él, lo tomó de la mano y se lo llevó abajo. Jaime me miró de soslayo con una mirada de disculpa pero la siguió; yo me quedé clavado en mi asiento verlos desaparecer y sin saber que actitud adoptar, centré mi mente en el horizonte; me preciaba de ser un buen navegante, así que tomé los mandos de mi barco y me puse a navegar de forma técnica, pasando las olas con solvencia y controlando la escora y velocidad, concentrado en los dígitos de la pantalla que me daba los datos. Poco a poco esa concentración quedó hecha añicos cuando unos gemidos de placer llegaron nítidos hasta mis oídos procedentes del camarote principal; al principio traté de no hacerles caso, de apartar esa llamada al placer de mi mente, pero parecía que el viento los empujaba hasta lo más recóndito de mi cerebro.
O me volvía loco o me unía a aquel perverso placer que tenía en mi Ana a su diva fogosa; mi miembro, oculto bajo un bañador amarillo, me lanzó unas bengalas de socorro que impactaron contra mi corazón. Una parte de mí quería unirse a todo lo que la situación representaba, pero otra era reacia a seguir con aquella indolencia maquiavélica inventada por Ana. Recordé que una escotilla daba justo encima el camarote donde se encontraban los amantes, y luchando contra mi punzada de rencor, me levanté y guié mis pasos, cautelosos y con sigilo hasta la escotilla; pero, ah canalla, la cortina opaca sujeta a la parte interna del vidrio se hallaba cerrada, por lo que no pude ver nada. Regresé a mi puesto de mando y me sorprendí a mí mismo acariciándome por encima del bañador, embriagado por el dulce gemido de mi novia, y me pregunté que debía hacer. - "Cariño, te puedes acercar, por favor". La voz de Ana me sacó del ensimismamiento, me sobresaltó e involuntariamente aparté mi mano de mis zonas íntimas, casi caigo al suelo; asomé la cabeza por la entrada y vi la puerta del camarote entornada; los efectos de la luminosidad exterior me impidieron enfocar la imagen de Ana. - "Podrías traernos un poco de hielo, por favor". "Encima recochineo", pensé, pero conectando el piloto automático dejé el barco solo y me dirigí al congelador, llenando una cubitera para ellos; me acerqué a la puerta de donde no salía ningún sonido y por un momento pensé en entrar sin avisar y encontrarme de una vez con lo que había sido una imagen fija en mi cabeza.
Pero mi cobardía llevó a retirar mi mano del picaporte y a golpear con mi puño en la hoja cerrada. La cara de Ana apareció sonriente y le pasé el cubo: me pude fijar que de las comisuras de sus labios resbalaba una sustancia blanquecina que asocié al semen, pero antes de que pudiese decir nada la puerta se me cerró en las narices. Volví a mi puesto, un tanto enfurecido, y me centré de nuevo en la navegación; durante las siguientes horas a solas no paré de darle vueltas al tema, tenía que decidirme por afrontar la situación o terminar con Ana. Fue una dura lucha conmigo mismo, pero al final decidí que si había soportado que me lo contase, que conociese a su amante y que encima hubiese presenciado, aunque solo fuese de oídas, uno de sus tórridos encuentros, podría pasar por el hecho de compartirla en la cama también. Resolví que se lo diría en cuanto la viese aparecer en cubierta. Eso no ocurrió hasta un rato después; ya llevábamos siete horas de travesía en las que ellos habían estado cinco en el camarote, pero pensaba que no todo el rato habían estado haciendo el amor, puesto que si fuese así yo no daría la talla ni de lejos.
A lo lejos se divisaba Ibiza ya, cada vez más cerca, y no nos faltarían más de tres horas para llegar cuando salieron; para mi desasosiego, ambos salieron a cubierta totalmente desnudos, lo que volvió a provocar el rubor en mis mejillas. Salían con cara de fatiga pero de satisfacción al tiempo que una sonrisa se dibujaba en sus labios; el pudor debía haberse quedado en el puerto, ya que actuaron con toda naturalidad. Ana se me quedó mirando fijamente, tratando de averiguar lo que me pasaba pro la cabeza; en eso era especialista y enseguida supo que me había decidido a aceptar el asalto. Sonrió y fue como la señal; me puse en pie y decididamente me solté el cordón del bañador y me lo bajé hasta los pies, apartándolo a un lado con el pie izquierdo, pero con tan mala suerte que cayó por la borda y se perdió en el agua, lo que provocó las risas de los dos.
Me quedé plantado allí en la cubierta, de pie, mientras ellos se reían, y fue cuando me fijé en el tamaño del miembro de Jaime; era bastante más grande que el mío, largo y grueso. La piel de su prepucio apenas abarcaba su grosor y la punta salía desvergonzada, en una mueca que simulaba a una sonrisa de satisfacción por sí misma. Me relajé un poco y me senté de nuevo a los mandos del barco; Ana se tendió sobre cubierta para disfrutar de los últimos rayos de sol mientras su amante le acariciaba el torso. No cambiamos más palabras hasta llegar al puerto de Ibiza.
Tras vestirnos, atracar el barco y resolver el papeleo en las oficinas, nos dispusimos a cenar algo en un bar del puerto; parecíamos tres amigos de toda la vida, yo mas relajado, intercambiando chistes y anécdotas. Tomamos una copa relajados y pude contemplar como bailaban pegados, fundidos en un abrazo, cuerpo con cuerpo, recorriéndose con las manos y al final, agotados por la travesía, nos fuimos al barco para descansar; yo le susurré a Ana al oído que ya estaba preparado, pero me dijo que hoy no, que dado el numerito que había montado al principio del día, tendría que esperar.
Una vez más vi como se cerraba la puerta y desaparecían los dos en el camarote. Me quedé solo en mi cama, más pequeña que la suya, y no pude pegar ojo hasta que los gemidos cesaron; me entregué a los brazos de Morfeo pensando en el día siguiente, donde todo se arreglaría. La mañana amaneció luminosa y llena de vida; me desperté pronto y salí a cubierta a empaparme de la fragancia del viento y la sal del mar, acompañados de la frenética actividad que en el puerto se desarrollaba. Estaba decidido a contentar a mi novia, a hacer realidad sus deseos y me fui hasta una panadería a buscar algo para desayunar.
Preparé café caliente y dispuse la mesa con los croissant recién hechos y una rosa a modo de decoración romántica; el aroma que emanaba el café debió causar su efecto, ya que al poco tiempo escuché sus voces y sus risas. La voz de Ana me llamó, me acerqué a la puerta y esperé. - "Pasa, no tengas vergüenza", me susurró sibilina. Ya estaba armado de valor para enfrentarme con aquella situación, así que giré el pomo de la puerta y abrí; allí estaban los dos tumbados en el confortable colchón tapados únicamente con una sabana, abrazados. Delante de mis narices se dieron los buenos días con un beso en la boca, breve pero intenso; mi novia retiró la sábana que los cubría y me permitieron contemplar sus cuerpos desnudos. Una pierna suya estaba por encima del estómago de Jaime y con la mano izquierda acariciaba el miembro erecto de su amante; me miró desafiante. - "¿No me vas a dar un beso de buenos días?", me dijo. Me acerqué a su lado un tanto receloso y deposité un breve beso sobre sus labios, con cierta prudencia al recordar el semen que debió bañarlos la noche anterior. - "¿Qué me decías ayer que habías decidido?", sonrió. "Si era cierto lo que decías, ¿por qué no empiezas por acariciar esta polla tan maravillosa?".
Y lo decía con toda la naturalidad del mundo; no podía echarme atrás, ahora no, ya que me había decidido. Tartamudeé la excusa de que el café se enfriaría, pero ella dijo que eso podía esperar; me invitó a quitarme el bañador que llevaba puesto y unirme a ellos en la cama. Ya no lo dudé, me quité lo que me había dicho y me tumbé al lado de mi novia, quedando ella entre los dos; Ana me cogió de la mano y me llevó hasta la polla de Jaime, me enseñó a moverla con suavidad, a recorrer todo el tronco sin apretar demasiado, a presionar donde más placer daba, aunque yo ya lo sabía, puesto que no era la primera vez que me había masturbado. El contacto con aquel miembro viril al principio me sobresaltó, pero su candidez y textura me hicieron ganar confianza; palpitaba en mi mano como un ser con vida propia y acostumbrado a tener mi miembro en la mano, aquel me parecía mucho más grande.
Estaba nervioso, pero la angustia había dejado paso la relajación, como si me hubiese desprovisto de un tabú que me atenazaba desde hacía tiempo; ellos comenzaron a besarse mientras yo seguía concentrado en la masturbación que le prodigaba a mi rival y mi novia, agarrando mi cabello, me hizo descender hacia la parte de los pies de la cama, hasta que mi cabeza estuvo a la altura de su vientre. Abrió las piernas y permitió que mi cara se alojara entre sus muslos; mi boca se pegó a su sexo y mi lengua lo exploró. Sabía que hacía muy poco tiempo la polla que tenía en la mano, masturbándola, había estado alojada en el lugar que yo ahora tenía la lengua, pero ya nada me importaba, mientras ellos seguían besándose; una de las manos de Jaime apretaba soezmente el pecho derecho de Ana, lo que a ella no parecía importarle a pesar de que a mí siempre me había dicho que tuviese cuidado con apretarlos, ya que eran muy sensibles, pero parecía que todo el cuadro que estaba viviendo la hubiese hecho cambiar. - "¿Por qué no traes el desayuno aquí, que realmente necesitamos coger fuerzas?", me dijo Ana despegando sus labios de los de Jaime y abriendo los muslos para que pudiese oírla.
Me levanté de la cama y Ana se dio cuenta de que mi polla estaba erecta. - "Ya sabía yo que te acostumbrarías y los disfrutarías", me dijo dándome una palmada en las nalgas. El café estaba todavía caliente y los croissant mantenían el aroma de hacía unos minutos; lo puse todo en una bandeja y los deposité en la cama, aprovechando un momento en que se habían separado del abrazo para hacer sitio, y coloqué la bandeja entre sus dos cuerpos, a modo de venganza.
Pero el plan se me vino en contra. - "¿Por qué no aprovechas que desayunamos para familiarizarte con la polla de Jaime?", me dijo Ana haciendo un gesto con la mano que me hizo entender que le gustaría verme lamerla. Ya me daba igual, así que me fui hacia el lado donde él estaba y me tendí en el colchón entre sus piernas; cogí de nuevo su miembro con una mano y miré cómo Ana asentía mientras mojaba un trozo de croissant en el café. Jaime me observaba paciente cuando cerré los ojos y agaché la cabeza lentamente hacia el capullo sonrosado que me esperaba anhelante; mis labios rozaron el glande que ya había replegado la piel, pero sin despegarse, mi boca fue abriéndose lentamente, permitiendo que la polla penetrara, resbalando por mis labios secos, hasta quedar la mitad del tronco alojada dentro. En ese punto de la situación ya no había necesidad de andarse con remilgos, por lo que comencé a menear mi lengua sobre el duro tronco mientras mi labios se iban mojando y resbalaban con más ritmo sobre toda la extensión; no debía hacerlo tan mal, ya que Jaime comenzó a gemir despacio, derramando el café sobre la sábana mientras Ana no dejaba de desayunar, divertida ante el espectáculo que le estaba brindando.
En ese momento surgió la frase temida. - "Me voy a correr". Ana dejó la taza apresuradamente sobre la bandeja, derramando lo poco que quedaba de café, y se acercó a mi boca; me la saqué de la mía, sabiendo lo que se me venía encima, pero repasando con mis labios el tronco por un lado mientras mi novia hacía lo mismo por el otro y acariciaba los testículos de su amante, cuando de repente una erupción blanca salpicó nuestros rostros, empapando mis mejillas y la nariz de Ana, quien, pasado el primer golpe de semen, se metió la polla en la boca golosamente, succionando con pasión hasta que no dejó una sola gota. Con restos de semen en la boca aún, me besó profundamente, haciéndome partícipe del sabor ácido del placer de nuestro compañero.
Un tanto avergonzado por lo que acababa de hacer, pero feliz al ver el resplandor de gratitud en los ojos de Ana, me levanté y me dispuse a recoger los restos del desayuno y mientras ellos se aseaban y vestían. Pasamos todo el día del sábado de visita por la isla, comimos un rico caldero de langosta que me salió por un ojo de la cara (y es que quería hacerme el machito invitando yo), recorrimos la ciudad de Ibiza, como unos turistas más, curioseando en las tiendas, los tres abrazados por las calles, aunque podía ver cómo las manos de Jaime se iban una y otra vez a posarse sobre las nalgas de Ana. Tras unas compras, antes de cenar, resolvimos ir a descansar en el barco un ratito; Ana se había comprado unos modelitos bastante escandalosos, unos zapatos de un tacón increíblemente altos y me prometió hacerme un pase especial. Llegamos al barco y enseguida se despelotaron, invitándome a imitarlos; cuando me quedé desnudo ellos ya estaban en la cama; Ana estaba de costado y Jaime del mismo modo abrazándola por la espalda y yo me recosté a su lado, de cara a mi novia.
Pude notar una de las manos de Jaime cogiendo uno de los pechos de Ana, así que yo me apropié del que quedaba libre. Los tres quedamos dormidos en poco tiempo; no se cuanto tiempo estuve dormido, pero no supe si en sueños o no, los gemidos de mi novia seguían metidos en mi cabeza, incluso un movimiento casi imperceptible me meció en mi sueño; me desperté lentamente, abrí un ojo y observé la cara de Ana, con una sonrisa dibujada en sus labios y la lengua relamiéndose. Algo estaba pasando.....
Mi novia abrió los ojos, me sonrió y pegó sus labios a los míos y acto seguido presionó mi cabeza para bajarme por su cuerpo hasta la altura de sus pechos; para entonces ya sabía que Jaime la estaba penetrando. Había temido ese momento desde que embarcamos, pero ya no había vuelta atrás; lamí sus pezones duros, uno a uno, repasé con mi lengua el contorno de sus pechos, y sin que ella siguiese presionando mi cabeza, bajé por su vientre, lamí su ombligo y al final llegué a su entrepierna. El falo de Jaime estaba enterrado en su coño, hasta el fondo, y se movía despacio, casi ni se notaba, pero hacía que el cuerpo de Ana vibrara; acerqué la lengua al caliente volcán y lamí sus labios abiertos, profundicé un poco y luché por hacerme un hueco en su tesoro.
Pero la mano de Ana sacó la polla de su coño y la llevó hacia su culo; al principio no me di cuenta, cuando logré meter toda la lengua dentro, pero al poco caí en la cuenta. Ella nunca me había dejado que la poseyera por detrás, y ahora estaba lamiéndola y a pocos centímetros una polla estaba poseyéndola analmente; podía sentir el miembro en mi lengua, a través de las finas paredes de su interior, esta vez penetrando con ritmo, con fuerza. No pude soportarlo más, me incorporé, poniéndome a la altura de Ana y abrazándola, enterré mi polla tremendamente cura en su coño, con violencia; los bombeos no duraron mucho tiempo, ya que estaba muy excitado y al unísono Jaime se corrió conmigo, llenando a mi novia por sus dos agujeros.
Caímos rendidos los tres sobre el colchón, ella nos abrazaba con fuerza, y entonces lo soltó. - " Podrías ser nuestro juguete, cariño". Al principio me cogió por sorpresa, me quedé a cuadros, pero Jaime, que ya sabía de mis gustos, apoyó la propuesta; no sabía que decir, pero era lo que quería en el fondo; me mandaron a comprar algo de cena, ya que esta vez nos quedaríamos en el barco, lo preparé todo y esperé a que aparecieran. - "Ya sabes cual es tu sitio, cariño, no te hagas el remolón", me dijo Ana. Me metí debajo de la mesa y me senté en el suelo, poniendo la cabeza en la parte del asiento; enseguida observé cómo Ana iba a ocupar su sitio, o sea, sobre mi cara, avanzó por el banco corrido alrededor de la mesa y se colocó sobre mí. Fue descendiendo poco a poco, levantándose la corta falda que lucía y dejando rozar sus braguitas en mi cara, hasta que descansó todo su peso sobre mis mejillas, acomodando mi nariz entre sus labios vaginales; entonces comenzaron a degustar la cena y durante todo el tiempo estuve en la gloria bajo el culo de mi novia.
Con los postres invitó a Jaime a que me probara como cojín, cosa que no me hizo mucha gracia, pero ya había aceptado ser su perrito; pero él se quitó los pantalones y los calzoncillos para tomar asiento; sus nalgas eran duras pero flexibles y se amoldaron bien a mi cara. Ana estaba muy excitada con aquel numerito, así que noté cómo se metía debajo de la mesa y le prodigaba a su amante una buena mamada; Él debía estar en la gloria, ya que tenía una lengua en el capullo y otra en el culo. Sin más respiro que el de levantarse de mi cara, me llevaron a la cama de su camarote y me lanzaron a él de bruces; ya sabía lo que se me venía encima y no me resistí. Ana se subió sobre mi cabeza, sentándose sobre ella y aplastándome la cara en el colchón mientras Jaime, levantándome la grupa por las caderas, abría mis piernas y escupía sobre la entrada de mi culo virgen. A decir verdad no noté todo el dolor que temía; jaleado por mi novia, el capullo se apoyó entre mis nalgas y mientras se fundía en un beso con Ana, Jaime fue presionando poco a poco, abriendo camino en mi estrecha galería hasta que de un golpe final consiguió meterla hasta el fondo. El bombeo dentro de mi ano fue violento, muy rápido, sus dedos se clavaban en mis caderas y sentía la humedad del sexo de Ana en mi nuca, pero por fin estaba entregado por completo a mi novia, lo que siempre había querido.
El calor que inundó mis entrañas fue indescriptible, un alivio que tiró por el suelo todos mis miedos y recelos, lo disfruté tanto como ellos. Me dieron la vuelta y Ana quedó sentada sobre mi cara, lamiendo yo todo su sexo con pasión, con el culo roto y el miembro erecto, mientras ella hacía lo propio con su amante, ya que también quería su ración de placer; una vez puesto en condiciones, Ana se recostó sobre mi pecho y Jaime se colocó detrás suyo, de rodillas y sin previo aviso se la metió de un solo golpe, hasta el fondo, arrancándole aullidos de placer mientras me devoraba la polla como nunca antes lo había hecho. Lamí su coño follado, el trozo de polla que salía y entraba e incluso sus testículos que bailaban al son de las embestidas, pero a la hora de evacuar el placer retenido, Jaime se la sacó y la metió en mi boca, apurando los últimos bombeos y derramando su germen en mi garganta que esta vez sí, saboreé a solas. Por la mañana nos despertamos los tres abrazados, hechos un ovillo, en un enredo de piernas y brazos, con Ana bien estrechada por los dos.
- "Solo te queda el bautizo final, cariño". Nos fuimos los tres al estrecho baño del barco, que todo él era una ducha, y me arrodillé bajo ellos; mi novia tomó la polla de su amante con una mano y la apuntó hacia mi cara; al instante un chorro de orina se proyectó ante mis ojos, bañándome la cara y el pecho, mientras Ana, poniendo su entrepierna justo encima de mi cabeza, hacía lo propio, diciendo que debería tragar un poco en señal de buena voluntad, así que abrí la boca y la orina de los dos, fundida en una sola, inundó mi boca y regó mis entrañas. Tras asearnos y vestirnos, zarpamos a las once de la mañana rumbo a la península, una travesía que duró siete horas, ya que la hicimos a motor, puesto que ellos debían tomar un tren hacia Madrid a las ocho de la tarde, pero en la que tuvimos tiempo de disfrutar de nuestros cuerpos unas cuantas veces más. Los fui a despedir a la estación, se fueron juntos, abrazados y besándose.
Cuando ella me llamó por la noche al móvil me agradeció la dispensa que había tenido con ella, prometiéndome que me querría siempre y yo le juré que siempre estaría con ella.... y con su amante.
FIN
exclav