Íbamos a trabajar, creo...

Una ejecutiva cita a un nuevo proveedor... y sale bien surtida.

ÍBAMOS A TRABAJAR, CREO...

  • Me gustas, Paco.

No te esperaba tan directa. Me halagas, Ivonne: son las seis de la tarde y conversamos en tu oficina. Me viste anteayer dictando una conferencia de grafología para ejecutivas como tú y al finalizarla te me acercaste, me diste tu tarjeta, acordamos una cita, pero ahora me entero de que te llamé la atención: apenas hemos hablado durante diez minutos y tú estás echándome los perros. Una de tres: te fascino, estás muy urgida de sexo o crees en el amor a primera vista.

Tú también me gustas mucho: me invitan tus ojos redondos, con las pestañas largas: el color es castaño, con irisaciones en verde aceituna y en ese verde que sólo da el óxido de cobre. Me atraen tus pechos pequeños, que se adivinan firmes: ¿eres 34 b, por casualidad? No he visto todavía tu trasero, pero eres delgada, te calculo 1.70 metros, y tu cabellera lacia se acerca a tu cintura y ondula mecida por el ventilador que tienes a tu espalda. Envidio ¡ay! tus dientes perfectos, que te facilitan seducir. Aparentas unos 35 años y tu cutis es perfecto.

Vistes una blusa blanca, un pantalón azul marino, zapatos de tacón corto. Tu maquillaje es tan discreto como tu perfume. Estás sentada frente a mí, me miras de frente y sonríes. La puerta de tu oficina está cerrada, has pedido que no te pasen llamadas y que no te interrumpan; por si no lo sabes, tu secretaria tiene prisa por irse: cuando entré, hace diez minutos, ya estaba guardando sus cosas. En unos instantes estaremos solos la Directora de Personal de Una-gran-empresa y el grafólogo, y entonces seremos Ivonne y Paco, dos adultos que se atraen.

No sé si estás casada, soltera, si tienes un amante, dos o diez. No sé qué esperas de mí. Sólo sé que te gusto y que te me ofreces, que tus pezones están erectos bajo la blusa blanca y que en tu mirada asoma una promesa y una esperanza lasciva.

Oímos cómo se va la secretaria: una luz se apaga y tu entorno está solo. ¿Qué hago ahora? Puedo aceptar tu proposición, descolgar y apagar teléfonos, besarte, desnudarte, poseerte sobre la alfombra industrial que amortigua los ruidos. Pero también puedo jugar a seducirte, invitarte a cenar mañana, regalarte un hermoso arreglo floral... puedo imaginar que me enamoraré de ti.

Mi pene te atisba. Lucha por romper las ligaduras de la ropa interior estrecha, de los pantalones ceñidos que visto: observas mi entrepierna y tu pupila se dilata. Mi cuerpo, antes que mi cerebro, ha respondido a tu llamado.

Traigo condones en el bolsillo: no es lo común, pero los cargo desde hace una semana. No sabía que ibas a llegar, pero un día los agarré y por desidia no los devolví al cajón de la mesilla de noche, donde casi siempre aguardan mis aventuras.

Rodeo el escritorio que nos separa y me pongo detrás de ti. Empiezo a masajearte suavemente los hombros y suspiras. Me inclino sobre ti, te huelo, empiezo a besarte el cuello, suspiras otra vez. Giras ligeramente la cabeza: tus labios encuentran los míos y nuestras lenguas se enroscan.

Te urge hacer el amor: rozo tus pechos sobre el sostén, debajo de la blusa, y saltas. ¿Estarás ya inundada? Una pequeña mancha empieza a asomarse a través de tus pantalones. Giras tu silla hacia mí y tus manos recorren mi pecho, buscan los botones de la camisa, bajan impulsivamente a mis pantalones: jadeas, apremias, deseas.

Tu blusa ya no está sobre tu cuerpo, sino en un rincón de la oficina: la arrojas allí mientras te desabrocho el sostén. Sí, tus pechos son perfectos, con pezones pequeños y rígidos.

Ahora vuela mi camisa: cae encima de tu blusa como una premonición. Pongo los condones sobre la mesa. Beso tus pechos mientras desabrocho el botón de tu pantalón y bajo la cremallera: tú haces lo mismo conmigo. Los dos pantalones pronto se arrugan en un rincón... y para mi sorpresa, llevas un tanga blanco, de lencería: cabrona, cachonda Ivonne, no lo elegiste por casualidad.

Mi pene se te revela cuando bajas mi calzoncillo: lo acaricias con la mano, lo besas, empiezas a tragártelo con avidez mientras te quitas el tanga y me muestras un pubis depilado, de actriz porno o de niña perversa.

Te has cansado de lamer: te levantas, te pones de espaldas a mí, abres las piernas y me ofreces tu vagina y tu ano. Me agacho, te chupo los labios, ensalivo uno de mis dedos y empiezo a metértelo por este culito estrecho aún, pero que adivino ya desvirgado.

Me incorporo: me pongo el preservativo y mi pene te ensarta con facilidad. Agradeces mi embestida con jadeos que se empiezan a volver gritos. Sigo lubricando tu ano, te meto un dedo, dos. Murmuras: "Qué rico, sigue" alcanzas a decir mientras gimes. Te beso el cuello, la espalda, acaricio tus pechos, te amo como pulpo y me pego a ti por todo tu cuerpo.

¡Te estás convulsionando! Vaya forma de tener un orgasmo: tu cuerpo se contrae, se dilata, tu vagina está repleta de jugos. Aumentan la intensidad de tus jadeos ¡gritas, gritas, gritas! Por un momento, exhausta, pareces a punto de pedirme una tregua que no te doy. Saco mi pene de ti, te tiendo boca arriba sobre el escritorio y te ensarto de nuevo. Dejo descansar tu culo mientras te bombeo cambiando los ritmos, a ratos de manera frenética, a ratos lentamente, y veo mi pene deslizarse entre tus paredes. Tu respiración se acompasa con la mía, sudamos.

Ahora sí, quiero tu ano: te pongo boca abajo, ensalivo tu agujero y mis dedos vuelven a trabajarte: me intuyes, me ofreces tu culo. Te ensarto suavemente. No quiero romperte, deseo verte gozar. Lento, lento, mi pene te explora, siente como las paredes de tu recto ceden ante mi embestida. Tú gimes, de vez en cuando te quejas un poco, pero inmediatamente me ordenas: "Sigue, sigue". Sigo, mi pene está clavado en tu trasero, mis bolas tocan tus labios vaginales. Te bombeo una y otra vez, ahora sí con más y más fuerza: sé que resistes y sé que disfrutas porque un nuevo orgasmo te sacude el cuerpo mientras un "¡¡¡Aaaaahhhhhh!!!" bestial se escapa del fondo de tu garganta.

Ya has gozado: yo quiero terminar. Saco mi pene de tu hoyo, me quito el condón, te giro otra vez frente a mí y estallo, eyaculo y desparramo mi semen sobre tus pechos pequeños y sensibles.

Unos instantes de jadeos, de respiración agitada: me miras, Ivonne, te miro mientras pienso que era una cita formal. Te oigo repetir, todavía sofocada, feliz:

  • Me gustas, Paco, de veras me gustas.

Íbamos a trabajar... creo.