Humos

Recuerdo rojo y surrealista inducido por las líneas de la mujer.

Me acosté bajo el efecto de la marihuana una noche después de leer bastante.

Había estado repasando la sensualidad del baile y la belleza del culo femenino y todo lo que de él se desprende.

Apenas estaba quedándome dormido y veía colores de tonos rojizos aún con los ojos abiertos; de repente estaba metido de lleno en una habitación totalmente roja.

No había nada en ella

Súbitamente, las paredes de la habitación empezaron a emanar una música encantadora: sonaban chelos y bandoneones con una pasión tal que me turbó de inmediato; sentía espesos mis fluidos corporales y los sentidos estaban totalmente aguzados. La noche era caliente y eso completaba la situación.

Respiraba yo algo agitado al compás de la música que, como un gas, continuaba llenando la habitación;

era un tango

sensible, pasional

A través de dicho sonido sentí, no vi, que muchos labios carnosos, con el color de las mismas paredes, me estaban rodeando.

Se acercaban amenazadores y yo, inmóvil, estaba quieto en el centro de ese recinto de asombro.

Las bocas llegaron a mi en todos los sentidos, tamaños y velocidades imaginables. Un par de ellos, bastante grandes, se entreabrieron y me tomaron la cabeza; la cabeza del cuerpo.

Húmedamente me fueron engullendo hasta quedar metido en ellos desde arriba hasta la altura del pecho.

Yo, aún inmóvil, alcanzaba a percibir el olor de la saliva que acompaña los momentos de sexo y ese leve sonido que emite una boca húmeda al moverse, además de una sucesión de sonidos respiratorios que me excitaron completamente.

Suspiros cortos, entrecortados, agudos gemidos y tragos de saliva retumbaban en mis oídos.

La boca empezó a subir y a bajar por mi pecho, mis hombros y mi cabeza... al hacerlo repetidamente me di cuenta de que yo mismo era un pene. Estaba siendo succionado con tal encanto que toda la sangre subía a mi cabeza arriba y abajo la boca me lamía y ya no sentía estar parado en ninguna parte sino volando.

A pesar de ser un pene, también sentía mi propio pene rodeado a su vez por otra boca que realizaba exactamente los mismos movimientos que sucedían alrededor de mi cabeza.

El calor era brutal

La respiración mía se confundía sonoramente con la de la gran boca como en una competencia.

Con gran esfuerzo pude abrir los ojos y, a pesar de encontrarme en mi cama, seguí viendo el tono rojizo y dos pezones enormes que se acercaron rápidamente a mi cara hasta penetrar en mis ojos para hacérmelos cerrar de nuevo.

De nuevo dentro de la boca la situación era inmanejable, había saliva por todo mi cuerpo y los pezones seguían al lado de mis ojos...

Un último gemido, no sé si mío o de la boca, rompió las reservas de líquido que quedaban y me encontré allí tendido y solo en ese cuarto rojo cansado y eyaculado...