Humillado y follado en nochebuena

He aprendido la lección: si una vecina me ofrece un café, jamás se lo volveré a rechazar.

  • ¡Maldita borracha!- exclamé indignado, cuando una voz femenina procedente de la calle y que canturreaba una canción me despertó en plena madrugada, en el tránsito del día 24 al 25 de diciembre.

Tras la típica cena familiar, había regresado a casa y me había acostado a dormir a una hora prudente. Sin embargo, ese descanso se vio bruscamente interrumpido por aquel estúpido cántico. Se oía justo debajo de la ventana de mi habitación y era evidente que quien lo entonaba estaba bastante ebria. De repente, la canción cesó por unos segundos y escuché cómo la puerta del bloque de viviendas se cerraba. Segundos más tarde, en medio del silencio de la noche, el ruido de unos tacones golpeando los escalones del edificio comenzó a sonar y poco después también se oyó de nuevo la canción que me había desvelado. Cada vez todo ese jaleo era más perceptible para mis oídos y el taconeo se escuchaba más cerca: estaba claro que la chica que protagonizaba aquello subía por las escaleras. Y lo hizo hasta detenerse en el descansillo de la planta de mi piso. La voz de la joven penetraba por mis oídos a escasos metros de donde yo dormía y retumbaba dentro de ellos. La chica se había detenido allí mismo y empecé a darme cuenta de que, seguramente, se trataba de la vecina de al lado.

Se llamaba Ruth y hacía sólo un par de meses que había alquilado el piso junto al mío. Era fisioterapeuta y tendría unos 25 años. No sabía mucho de ella, pese a que ya había tenido que ayudarla en dos ocasiones con algunos problemas en su vivienda, uno con la lavadora y otro con un corte de luz.

Al ver que la chica seguía sin entrar en su casa y que parecía estar dispuesta a continuar con aquel escándalo, decidí levantarme de la cama y salir a ver qué diablos pasaba. Me puse sobre el bóxer un pantalón del pijama y sin más, descalzo y con el torso desnudo, abrí la puerta de la vivienda. En efecto, en el rellano de la escalera, entre su puerta y la mía, se encontraba mi vecina. Me quedé un tanto sorprendido al ver su vestimenta. Iba ataviada con un traje de Mamá Nöel: lucía en su cabeza un gorro rojiblanco que cubría su cabello castaño; un escueto vestido rojo se ceñía a su cuerpo, atado a la cintura por un cinturón negro, y que tapaba poco más que el culo y la entrepierna, dejando al aire la práctica totalidad de los muslos de la chica, embellecidos por unos pantyhose negros, finos y transparentes. Unas botas rojas y unos guantes negros del mismo tejido que los pantyhose completaban el vestuario.

Al verme, Ruth sonrió y, antes de que yo pudiera abrir la boca para hablar, me dijo:

  • ¡Feliz Navidad, vecino! ¿Qué haces despierto a estas horas? ¿Acaso no puedes dormir?
  • Lo hacía, hasta que cierta mujer me despertó con su escándalo- le respondí de forma seca y agria.
  • No te pongas así, hombre, que es día de fiesta- me replicó.
  • Lo único que quiero es dormir, así que, por favor, compórtate un poco, ¿vale?- le advertí antes de girarme para entrar de nuevo en mi piso.

Pero inmediatamente sentí la mano de la chica sujetándome mi brazo derecho:

  • ¿Te vas así, sin felicitarme las Navidades y enfadado conmigo?- señaló Ruth, cuyo aliento olía enormemente a alcohol.
  • Feliz Navidad, Ruth, y buenas noches- le comenté intentando acceder por fin a mi vivienda.

Pero la presión de la mano sobre mi brazo se hizo mayor.

  • ¿No puedo ni siquiera invitarte a una copa? Tengo un anís delicioso, típico de estas fechas. Anda, coge las llaves de tu casa, cierra la puerta y tómate ese anís conmigo. Te prometo que ya luego te dejo descansar- me dijo Ruth.

Dudé unos instantes: no me apetecía nada una copa a esas horas de la madrugada ni en esas circunstancias, pero consideré que, si aceptaba y si invertía un par de minutos en eso, podría definitivamente volver a dormir. Accedí finalmente a tomarme el anís con mi vecina de modo que cogí las llaves, cerré la puerta y le dije a Ruth:

  • Sólo uno rápido y me dejas descansar, ¿de acuerdo?
  • Trato hecho- me respondió satisfecha por haber logrado su objetivo.

A duras penas acertó la joven a meter la llave de su domicilio por la cerradura debido a su estado de embriaguez. Cuando por fin lo logró, me invitó a entrar y a pasar al salón. Una vez allí, me senté en un sofá, mientras ella cogía dos copas de un mueble y se dirigía a la cocina.

  • Enseguida vuelvo- me indicó.

Unos segundos más tarde regresó con las dos copas llenas y me ofreció una de ellas.

  • ¡Chin, chin, feliz Navidad!- exclamó Ruth, chocando su copa con la mía, antes de darle un primer sorbo.

Bebí yo también un poco de anís y, ante la atenta mirada de mi vecina que me desafiaba a que me bebiera el resto, apuré toda la copa.

  • Yo he cumplido la parte de mi trato. Te toca a ti cumplir tu parte y dejarme descansar- le indiqué.

La chica estaba sentada a mi lado, con las piernas cruzadas, rozando una de ellas mi muslo derecho. La blonda de los pantyhose estaba a mi vista y no pude evitar recorrer con los ojos de arriba a abajo las sensuales piernas de la joven. Nunca hasta aquel día Ruth me había atraído físicamente pero así vestida, tan escasa de ropa y tan pegada a mí provocó que me fijase atentamente en ella. Sin embargo, decidí levantarme del sofá para marcharme pero, de pronto, mi cabeza empezó a dar vueltas y los ojos a pesarme. Algo debió de echarle mi vecina al anís que me ofreció, porque lo siguiente que recuerdo es que desperté tumbado en su cama y que vi sobre el suelo de la habitación mi pantalón del pijama. El estúpido bóxer rojo con motivos navideños que llevaba puesto casi por obligación, regalo habitual de una de mis tías cada Nochebuena, se encontraba en poder de Ruth, la cual se hallaba a los pies de la cama y exhibiendo mi prenda íntima en sus manos como si fuese un trofeo conquistado.

Miré el reloj que había en la mesita de noche y había pasado ya una hora desde que entré en la vivienda de la vecina. Fue entonces, al internar incorporarme sobre la cama, cuando me percaté de que estaba atado de pies y manos, por medio de unas esposas, a las barras de la cama. Y no sólo eso: tras salir definitivamente del aturdimiento del sueño, me di cuenta de que Ruth me había puesto su bata de Mamá Nöel y también los pantyhose. Me vi ridículo y humillado vestido así, con ropa de mujer y de esa guisa. Debido a mi mayor altura en comparación con Ruth, la falda de la bata dejaba al aire mi entrepierna y pude observar mi polla y todo el paquete bajo la fina licra de aquellos pantyhose.

Volví a mirar a Ruth: estaba semidesnuda. Conservaba puestos el gorro y los guantes, pero su torso sólo estaba cubierto por una especie de tiras rojas que tapaba, a modo de “V”, únicamente los pezones y la raja vaginal. Se giró delante de mí y exhibió su rotundo y macizo culo, entre cuyas nalgas se perdía la tira de aquella especie de “trikini”. Luego, volvió a darse la vuelta, acercó mi bóxer a su boca y comenzó a lamerlo. La lengua de la chica recorría una y otra vez toda la superficie de mi prenda y, en especial, la zona de la entrepierna. Yo estaba tan atónito que me costó reaccionar. Cuando por fin lo hice, le pregunté a Ruth:

  • ¿Pero qué demonios está pasando aquí?

Ella dejó de chupar el bóxer por unos instantes y me contestó:

  • Lo siento, pero no me ha quedado más remedio que hacerlo. Tú te lo has buscado.
  • ¿Qué me he buscado? ¡No entiendo nada!

Aquella joven, que hasta ese día me había parecido una chica normal y un tanto reservada, se mostraba ahora completamente distinta, autoritaria, con aires dominantes y segura de sí misma.

  • Desde que me vine aquí a vivir, te he ofrecido un par de veces un café y siempre me lo rechazaste. ¿Recuerdas? Sucedió el día de la lavadora y también el del corte eléctrico: no quisiste aceptar mi ofrecimiento en ninguna de las dos ocasiones. Y eso no se le hace a una mujer como yo.
  • ¡Sigo sin entender nada!- grité desesperado, mientras trataba de liberarme de las esposas.
  • Donde pongo el ojo, pongo la bala. Tío que me atrae y que me gusta, tío al que me termino follando. Hasta ahora ninguno se me había resistido: en cuanto me insinúo lo más mínimo, caen en mis garras como moscas. Pero tú fuiste un torpe y no captaste mis señales, o te quisiste hacer el despistado. Así que ahora tendrás que pagar por ello y voy a follarte. No pienso consentir que un madurito como tú rompa mi inmaculado expediente de mujer fogosa.

Tras oír todo esto, lamenté no haber sido lo suficientemente hábil para haber captado, en su momento, las insinuaciones de Ruth, Porque ahora me veía allí tumbado en la cama, vestido de mujer, humillado e indefenso ante mi vecina. Forcejeé una última vez para tratar de liberarme de las ataduras, pero me percaté de que era imposible. Me rendí ante el rostro sonriente de Ruth.

  • Tu bóxer huele y sabe delicioso, más de lo que imaginaba. ¡Además, es tan navideño! Hace juego con mi disfraz.
  • ¿Era necesario vestirme así y humillarme?- le pregunté.
  • Me gusta jugar a eso con los tíos: dominarlos y someterlos. A ti, por rechazarme, te he castigado vistiéndose así. Estás muy “mono”, por cierto: tienes unas piernas preciosas- dijo, divirtiéndose conmigo.
  • ¡Joder! ¡Estás loca!- exclamé.
  • Pssttt...Calma, tranquilízate. Te prometo que no dirás lo mismo, cuando empecemos realmente con el juego.

Una de las tiras que ocultaba los pezones se desplazó un poco y dejó al descubierto el oscuro, carnoso y tieso pezón de la joven. No hizo absolutamente nada por volver a taparlo, todo lo contrario: deslizó del hombro la otra tira y dejó al descubierto ambos pezones. Luego se acercó más a la cama, se subió a ella y puso su culo y su entrepierna pegado a mi cara., mientras se inclinaba y acercaba sus manos a mi bulto. No tardó en penetrar por mi nariz el intenso y fuerte aroma que manaba del coño de Ruth, que había ya empapado de flujo la tira roja que lo cubría. Mi vecina terminó de despojarse de la prenda y dejó su cuerpo completamente desnudo. Sólo conservó el gorro y los guantes. El sexo de la chica lucía totalmente depilado y brillaba de humedad.

Entonces Ruth me dio una primera orden:

  • Quiero me lo chupes hasta que no sientas la lengua y te quedes sin respiración.

Obedecí, no me quedaba más remedio, y con la lengua comencé a rozar los labios vaginales de la mujer. Una explosión de sabor ácido inundó mi garganta, cuando probé el flujo de la joven. De forma automática, mi verga empezó a palpitar: centímetro a centímetro se fue acrecentando e hinchando, atrapada bajo los pantyhose.

  • Eso es...Así...Ummmm....Delicioso. Sé que te está gustando, no lo puedes ocultar: tu polla no para de ponerse tiesa y dura.

Inmediatamente sentí la mano de Ruth acariciando mi pene sobre la medias: la finura del guante de la mano de la chica rozaba una y otra vez mi miembro desde la base hasta la punta. Poco a poco los movimientos manuales se fueron haciendo más rápidos y vehementes y noté cómo mi glande salía del prepucio. Rápidamente la humedad que había en mi rojiza bola manchó los pantyhose, para alegría de Ruth, que con su lengua se puso a chupar la mancha creada sobre el tejido. Mientras lo hacía, masajeaba mis testículos envolviéndolos con la mano, acariciándolos y apretándolos con suavidad.

  • ¡Qué bien me comes y me lames el coño! Ahora quiero que me lo penetres con tu lengua- me ordenó.

De nuevo seguí las directrices de mi vecina y empecé a darme cuenta de que ya no lo hacía por obligación o para acabar con esa situación humillante para mí lo antes posible, sino que cumplí la orden de forma gustosa. Mi lengua se perdió una primera vez dentro de la raja del coño de mi vecina, la saqué y volví a hundir la punta. Repetí la acción innumerables ocasiones, cada vez más rápida y enérgicamente. Empezó a faltarme el aire y la saliva me chorreaba por la boca, empapando las nalgas y los muslos de Ruth, cuyos labios no paraban ahora de rozar mi polla y de tratar de atraparla. Con los dientes mi vecina romper los pantyhose, sin obtener resultado. Tuvo que valerse de las manos para tirar con fuerza de la prenda y abrir un boquete por el que salió, liberada y como un resorte, mi verga empalmada y mirando hacia arriba.

Ruth engulló lentamente mi miembro y empezó a recorrerlo entre sus labio, desplazando, incansable, el rostro hacia delante y hacia atrás. Noté cómo mis huevos se endurecían ante el placer que mi polla estaba recibiendo. Los dientes de Ruth rozaban mi glande, cuya sensibilidad provocaba que sintiese cada roce como una auténtica ráfaga de deleite. La chica dejó escapar mi polla de la boca y se dio la vuelta, mirándome.

  • Te voy a follar el culo. Prepárate- me comentó.
  • ¿El culo? ¡No, por favor! ¡Hazme cualquier cosa menos esa!

Pero la chica hizo caso omiso: de un fuerte tirón desgarró todavía más los pantyhose hasta dejar al descubierto mi orificio anal. Liberó mis pies de las ataduras para poderme penetrar más cómoda y me advirtió:

  • No te resistas o será peor. Nada de usar las piernas para defenderte o te las vuelvo a atar. Estoy convencida de que, si te relajas, lo vas a disfrutar y te acabará gustando.

Tras terminar de hablar, sacó de un cajón un dildo de color morado, bastante grueso y de unos quince o dieciséis centímetros, lo chupo varias veces para lubricarlo con saliva y lo acercó a mi culo. Noté cómo la punta del dildo entraba despacio, invadiendo la intimidad de mi ano. Ruth empujó un poco más y dejó el juguete enterrado hasta la mitad. Paró un segundo, al escuchar varios gemidos míos pero rápidamente introdujo hasta el fondo el dildo. Cerré los ojos al sentirlo entero dentro y apreté los labios, cuando Ruth empezó con el mete y saca.

El ritmo calmado del principio pronto se fue transformando en veloz y frenético. Cada entrada del juguete erótico me arrancaba un gemido mayor que el anterior pero no de dolor, sino de placer. De forma magistral y experta la joven usaba el dildo taladrando mi ano, a la vez que con la otra mano envolvía mi enhiesta polla y comenzaba a agitarla. Llegó un momento en que la tenía totalmente apretada y la sacudía con sumo vigor. De mi glande salían múltiples y minúsculas burbujas de líquido preseminal que desaparecían en cuanto los dedos de Ruth rozaban la pringosa bola.

  • ¿Qué me estás haciendo?- pregunté, pese a saber perfectamente la respuesta.

Ruth se limitó a esbozar una sonrisa y a seguir usando las dos manos para masturbarme. Noté que se acercaba el momento de la eyaculación y creo que me hubiese terminado de correr simplemente con la penetración anal. Pero mi vecina debió de darse cuenta de que estaba a punto de explotar de placer, porque sacó de golpe el dildo de mi culo, lo chupó de arriba a abajo y lo dejó caer al suelo. La chica se sentó, a continuación, sobre mi venosa verga y me dijo:

  • Ahora riégame de una vez el coño de leche. ¡Vamos!

Con sus dedos atrapó mis pequeños pezones y comenzó a friccionarlos y a tirar de ellos, al mismo tiempo que cabalgaba como una posesa sobre mi polla.

Los goterones de sudor de la morbosa fisioterapeuta caían, incesantes, sobre mi torso, ya desnudo tras ser despojado de la bata roja.

La joven dio un par de bruscas cabalgadas más sobre mi granítico nabo, tiró muy fuerte de mis pezones y ya no aguanté más: el pequeño agujero de mi glande se abrió de par en par para escupir varios chorros de leche que llegaron a lo más profundo de Ruth, quien suspiraba de placer al notar el caliente y espeso líquido inundando su vientre. Permaneció sobre mí hasta que solté laa última gota de semen y luego me liberó las manos, para que pudieran realizar un “trabajo”: que masajearan y manosearan las tetas de Ruth y aquellos enormes y salientes pezones.

Lo hice, a la vez que ella trazaba con su cintura suaves círculos, todavía con mi miembro encajado en su coño. Mis manos aceleraban conforme el ritmo pélvico de Ruth crecía. La chica dejó escapar de la boca un inmenso gemido que precedió al momento en que de su sexo comenzó a manar un interminable manantial de líquido: se estaba corriendo y meando de gusto, dejando mis muslos y las ingles empapados y con los pantyhose pegados a mi piel. Cuando Ruth estaba terminando de echarlo todo por el coño, me corrí una segunda vez dentro de la chica. Quedé agotado y exhausto por la tensión inicial del principio y por el placer y la relajación posteriores. Mi vecina también había consumido todas sus energías y se tumbó en la cama, a mi lado.

Hasta bien entrada la mañana siguiente no regresé a casa, con el pantalón del pijama en la mano y con los sucios y desgarrados pantyhose de Ruth puestos. Ella se quedó con mi bóxer rojo, tras reconocerme que coleccionaba los de los tíos a los que se follaba.

El primer día hábil después de las Navidades, al regresar del trabajo a casa, me encontré un pequeño paquete junto a mi puerta. Intrigado por su contenido, entré en la vivienda y lo abrí. Extraje una tarjeta firmada por Ruth y un pendrive o lápiz de memoria. Después leí la tarjeta y no daba crédito a lo que ponía:

  • Gracias por el regalo de Nochebuena. Aquí tienes el tuyo. Seguro que lo vas a disfrutar. Yo ya lo he hecho varias veces a solas en casa. ¿Me permitirás que repitamos pronto lo del otro día? Besos ardientes.

Me apresuré y conecté el pendrive a mi portátil para despejar la intriga: me quedé boquiabierto, cuando en la pantalla empezó a reproducirse segundo a segundo el encuentro sexual con mi vecina, que ella misma había grabado con algún tipo de dispositivo y sin que yo me percatase de ello.

Faltan pocos días para fin de año y sospecho que Ruth tendrá marcada en rojo esa noche en el calendario.