Humillado por Patricia

Mi nueva vecina descubre mi deseo de ser humillado y sometido a los pies de una mujer.

Humillado por Patricia

Me acababa de mudar a mi nuevo apartamento. Subía las escaleras con las bolsas de la compra, cuando, justo al llegar a mi piso, una chica que estaba junto a mi puerta buscaba algo en el bolso. Al acercarme la saludo cortésmente y ella me devuelve con una sonrisa el saludo, aunque contrariada por no encontrar lo que buscaba.

-Valla, parece que no encuentro las llaves. Eres el nuevo vecino, no?

-Si, acabo de mudarme, encantado de conocerte. Vivimos puerta con puerta, para lo que necesites, ya sabes… un poco de sal, leche… lo que no tengo son llaves para tu puerta –bromeo-. Ella levanta la vista algo molesta, parece que la broma no le hace demasiada gracia, tal vez la ocasión no merecía el chiste. –De todas formas, si no me equivoco, las terrazas de nuestros pisos son contiguas, tal vez puedas saltar desde el mío.

-Claro! –sonríe- Gracias, buena idea.

El caso es que la chica estaba de muy buen ver. Unos 30 años, casi 1.70, pelo rubio y liso recogido en una cola de caballo y muy buen tipo, atlético. Se ve que hace deporte. Vestía elegante y cómoda Con unos vaqueros desenfadados y blusa y chaqueta a juego en tonos marrones. Los botines claros le favorecían mucho. Entramos en mi piso y aprecié que, al igual que yo, era observadora. Tengo la impresión de que en una ojeada se aprendió cada rincón de mi apartamento y su decoración. Llegamos a la terraza.

-Bueno, lo primero entraré a por mis llaves, luego, si te apetece, me invitas a un café y nos conocemos, quieres?

-Si, claro –respondo animoso- te ayudo a saltar? Traigo una silla?-. Demasiado tarde, ligera, ya estaba del otro lado. En cuestión de minutos llama a mi puerta y allí estaba, ya tranquila y sonriente.- Pasa, el café ya está al fuego, aunque tengo que salir en 20 minutos. Soy profesor de física, y por cierto, me llamo Pablo.

-Yo soy Patricia. Soy dentista, encantada. Que pena que tengas que irte. Yo el sábado no trabajo, acabo de llegar de hacer unos recados, pero quiero salir a correr, me gusta hacer deporte.

A pesar de intentar mantener las formas, el caso es que yo no podía evitar una gran excitación sexual. Me hallaba ante una chica muy guapa y de muy buen tipo, inteligente y formada, además, lo del deporte me excitaba especialmente. Soy fetichista, y me encantaría ser sometido a los pies sudorosos de una hembra dominante, fantasía que nunca había cumplido ni de lejos, pero que acostumbraba a escribir relatos con ella. El último, lo había escrito la noche anterior, y aun estaba a la vista encima de la mesa de mi escritorio. En ese momento me invadió el pánico al pensar en la posibilidad de que por lo que fuera, cayese en manos de Patricia. Pensaría que soy un pervertido, casi le asustaría vivir a mi lado.

-Oye –exclamó- me encanta tu decoración, me enseñas un poco el piso?-. Mientras hablaba, se movía libremente por la estancia. Era un apartamento con una habitación, un baño, y un gran salón-cocina, con un rincón en la ventana que usaba como escritorio. Ella merodeaba todo, pero yo no creía que fuera capaz de ver lo que estaba escrito encima de la mesa. Me equivoqué ligeramente.

-El piso es lo que ves, además tiene un baño y un dormitorio. Supongo que como el tuyo-. La llevo a verlos apresuradamente. Su rostro no cambió, y pensé que nada había leído. –Creo que el café ya está, vamos a tomarlo, siéntate.

Tras el café, nos despedimos, yo bajé, tenía que hacer unos recados, y ella dijo que se iba a cambiar para ir a correr. Lo que pasó después, ella me lo contó mas tarde.

Entró en su piso y se puso el "chándal" de correr, pero no fue. Desde su terraza saltó a la mía, y entró en mi piso gracias a que ella, mientras yo preparaba el café, había dejado el cerrojo abierto. En realidad, era una chica muy curiosa, que había observado una frase en mi relato –lo que le dio tiempo a ver en un vistazo-: "…y mi deseo, en ese momento, alentado por el alma de esclavo que llevo dentro fue el de servirla, el de arrodillarme y besar sus pies…", además del título "Diario de un lamepiés".

Lo que se encontró fue mi perdición. Hurgó en los cajones del escritorio y halló muchos mas relatos y cds con material relacionados con todas mis fantasías. En ese momento, decidió hacerse con todo el material. En los siguientes días fuimos entablando una amistad, y ella aprovechaba cuando sabía que yo no estaba en casa, para entrar y, poco a poco, ir copiando mis cds y fotocopiando los relatos. Así, conoció mi debilidad por el fetichismo del pie y la dominación femenina. Encontró videos donde el hombre es usado por la mujer como esclavo lamepiés, humillado y escupido por su Diosa, obligado a lamer el culo de su Ama, etc. En los relatos encontró situaciones de rol en las que yo era el protagonista-esclavo: La Reina Cleopatra y su esclavo lamepiés, La chica-policia que se limpia las botas con la lengua de un detenido, la profesora a la que literalmente has de lamerle el culo para aprobar, en fin, toda una serie de delicias para una persona como yo. También toma conciencia de que son para mí fantasías y que nunca he realizado. Lejos de asustarse, en realidad le fascinan, y siente respeto por la sexualidad de cada uno, en cualquier caso, siente el deseo de probar algo conmigo, no solo por la atracción mutua que claramente nacía, sino que además, la idea de ser el Ama protagonista de los relatos, dibujaba en su bello rostro una maliciosa sonrisa. Solo cuando lo hubo leído todo, una agradable noche en la que volvíamos de tomar unas copas de una terraza de un bar, pasó a la acción.

-Te apetece que tomemos la última? –dijo-.

-Si quieres la tomamos en mi apartamento. Tengo un ron cubano muy rico.

-De acuerdo –responde encantada-. En mi piso, la invito a sentarse en el sofá mientras preparo unas copas de ron con limón y azúcar, la verdad es que con el alcohol, nos sentíamos desinhibidos y animosos. A mí me gustaba esa chica, y desde luego, ella no pasaría los ratos que hemos pasado a solas en los últimos días por nada. Era muy amable conmigo, y me miraba y me sonreía constantemente. Teníamos conversaciones cultas, serias e importantes así como divertidas e ingeniosas, compartíamos algunos gustos en música, cine y arte, y discutíamos cada vez más apasionadamente las diferencias de opinión que al respecto se pudiesen producir. El caso es que esa noche, en el sofá, cada vez estábamos mas cerca e informales, hasta que nuestras manos incluso llegaron a tocarse. Ligeramente embriagado por el ron, aunque manteniendo perfectamente el control, acerqué mis labios a su cara lentamente, sonriendo y confiado. Ella me mantuvo la mirada y la sonrisa, y cuando ya estaba cerca, se apartó decididamente, pero no nerviosa o contrariada, sino que manteniendo la sonrisa y con voz sensual, me increpa: -qué haces?-, a lo que, algo cortado, respondo: -bueno, intentaba besarte-.

-Valla, no te será tan fácil, hay que ser un poco más cortés, has de pedirlo educadamente.

-De acuerdo –sonrío-, creo que el alcohol me desinhibe y me siento atraído por ti. Nos lo pasamos muy bien y eres inteligente y hermosa, me gustaría poder besarte.

-Jaja, eso esta mejor, no sé, creo que deberías arrodillarte-. Eso era demasiado para mí, desde luego me resultaba muy excitante, y me ponía visiblemente nervioso, dados mis pensamientos ocultos, aunque desde luego, lo mejor era disimular, ella sólo bromeaba, y lo mejor que podía hacer era seguirle el juego. Me levanto del sofa y me postro de rodillas.

-Está bien. Oh, belleza sublime, tiene a bien el permitir a este su humilde siervo la enorme dicha de ser bendecido por el bien de sus labios?

-Jajajaj, muuuy bien, eso es, en fin, por qué no habría de dejarte, eres cortes y muy guapo, que puede perder una grandeza como la mía al permitir tal deleite y alegría de tan noble vasallo-, y poniéndose en pie, soberbia, exclama: -besa mi pie, y date por contento.

Madre mía, mi corazón dio un vuelco, llevaba la broma demasiado lejos. Una reacción normal hubiese sido la de sonreir y decir "bueno, bueno, no te pases" y seguir charlando como si nada, pero ella sabía porqué lo hacía. Ella conocía mis pensamientos, aunque yo lo ignoraba, y sabía que mi reacción no podía ser normal, los nervios me traicionarían y así fue. De hecho lo peor que se puede hacer es ponerse nervioso, rojo, abochornado, con una descarada falsa sonrisa desencajada de no saber que hacer ni que decir. Yo aún fui mas allá, atraído por una doble fuerza: la de querer esconder la cabeza como una avestruz y que me trague la tierra, y la de querer besar realmente esos pies, que lujuriosos, uñas pintadas deliciosamente de negro al descubierto pues calzaban unas maravillosas sandalias de tacón y esperaban bajo mi mirada, conteste con voz temblorosa: -S…si, mi se…señora- y besé su pie.

Cotinuará