Humillado por las mujeres (3)

La nueva relación con mi mujer comienza con una prueba bastante dura.

Con las manos aferradas al volante, un gran nudo de angustia se fue apoderando de mi garganta al tiempo que mis nervios se enfrascaban en una particular batalla de bombardeo sobre mi estómago. La figura de mi mujer, mientras tanto, se mantenía impasible en medio de aquel tenso y frío silencio.

Poco a poco mi mirada se fue perdiendo en la oscura y lluviosa carretera. Medio hipnotizado por el movimiento rítmico de los limpiaparabrisas, que a duras penas conseguían apartar del cristal las centelleantes gotas de lluvia, mi mente comenzó a repasar con cierto frenetismo todo lo que había sucedido en el interior de la discoteca.

Unos minutos antes había estado arrodillado ante ella, aceptando sin dudarlo las primeras reglas que había impuesto a nuestra relación; sin pararme a pensar que el secreto de mi condición de hombre sumiso estuviera, como una poderosa arma cargada, en sus manos, apuntándome peligrosamente. Dentro del coche (los efectos del alcohol ya estaban remitiendo) las cosas no se veían del mismo modo que en el interior de los baños de la discoteca, en medio de aquella vorágine de excitación. Me sentía tremendamente avergonzado por haber sido incapaz de controlar aquella situación y haber sucumbido tan fácilmente ante la dominación de aquellas tres bellezas. Ya no había vuelta atrás, aquello no había sido un sueño del que pudiera despertarse al día siguiente sin sufrir sus consecuencias. Cuatro personas, incluida mi mujer, habían descubierto mis tendencias sumisas, y lo que es peor, fueron testigos y partícipes de mi entrega absoluta hacia ellas, tanto física… como mental.

Mi mujer y yo siempre hemos sido una pareja muy enamorada y, en cierta manera, bastante liberal, compartiendo la mayoría de nuestros ‘oscuros secretos’ y superando constantemente nuestras pequeñas diferencias, siendo comprensivos el uno con el otro y, sobretodo, tratándonos siempre un enorme respeto. Pero después de lo acontecido en la discoteca ¿cómo me miraría a partir de ahora? ¿Me despreciaría por ser una persona que disfruta humillándose ante una mujer, deseando echarse a sus pies y someterse completamente a ella?, ¿comprendería mi forma sumisa de sentir a las mujeres, aceptándome con respeto y queriendo compartir conmigo esta singular manera de disfrutar del sexo?, o simplemente ¿dejaría que el tiempo echara tierra sobre el asunto, recordándolo como una simple anécdota que sucedió en una loca noche de otoño? Las dudas atormentaban mi cabeza y el temor a que una mirada suya de desprecio se clavara en la mía se hacía cada vez más insoportable.

Después de recorrer unos cuantos kilómetros de tenso mutismo, nos fuimos acercando a una gasolinera abandonada en medio de un frondoso y lóbrego parque; su iluminación consistía únicamente en la tenue y triste luz de una farola de carretera. A escasos metros de la entrada, la calidez de la voz de mi mujer irrumpió de manera inesperada, acabando de un plumazo con aquel largo y desagradable silencio.

– Cariño…, no te puedes imaginar las ganas que tengo de besarte… de sentir en mis labios el roce húmedo y delicado de los tuyos.

El sonido dulce de sus palabras llegó como música celestial a mis oídos, consiguiendo relajar por completo mis nervios y dibujar en mi cara una sonrisa tonta de emocionada satisfacción.

Paré inmediatamente el coche en el arcén, justo antes de la entrada a la gasolinera. Apagué el motor y quitándome el cinturón de seguridad la miré… de la misma forma que un niño, apesadumbrado por haber hecho algo mal, mira a su madre después de que ésta le conceda su liberador perdón.

Quitándose ella también el cinturón, se giró hacia mí, y colocando su mano izquierda por detrás de mi cuello nos fundimos en un cálido beso.

– Sinceramente, –comenzó a decirme retirándose hacia su asiento –creo que somos una pareja afortunada: nos queremos, de eso no me cabe la menor duda, y además nos complementamos perfectamente en ese tipo de fantasías que no entran dentro lo que se puede considerar… ‘sexo convencional’. No te puedes hacer idea de lo que puedo llegar a disfrutar imaginando, y ya no te digo nada, sintiendo mi poder sobre una persona, comprobando que puedo hacer lo que quiera con ella, sometiéndola y humillándola con la crueldad que yo desee en cada momento… y sobretodo, observando su incondicional adoración hacia mí, venerándome como a una auténtica diosa, y con el único deseo de satisfacer todos mis caprichos, arrastrándose sumisamente a mis pies y agradeciendo el poder disfrutar de mi placer. Esa persona me encantaría que fueras tú. Quizá hoy haya abierto las puertas de tu intimidad de una forma un poco… impetuosa, pero viéndote cómo contemplabas ensimismado la humillación de aquel chico ante sus amas, no quise desperdiciar la oportunidad de comprobar que estábamos hechos el uno para el otro.

Y agarrándome las manos con ternura, continuó:

– ¿Quieres ser mi complaciente esclavo y disfrutar conmigo de una nueva vida en la que tu única misión sea adorarme como a una auténtica diosa, ofreciéndome tu cuerpo y tu mente como tributo para satisfacción de todos mis deseos?

– Sí, quiero. –Me sentía totalmente entregado, no pude evitar mirarla como un jovencito enamorado en el día de su boda. –Quiero ser tu siervo fiel entregándome a ti como la única diosa que eres y prometo complacerte sumisamente en todos y cada uno de tus divinos deseos…, hasta que la muerte nos separe.

Después de una pequeña pausa, proseguí.

– ¿Quieres ser mi poderosa diosa, y disfrutar conmigo de una vida en la que tu única misión sea gozar, usándome para ello cuándo desees, cómo desees y dónde desees?

– Sí, quiero. –Sus ojos brillaban radiantes de emoción. –Quiero ser tu soberbia diosa, entregándome a mis propios placeres, que serán también los tuyos, y prometo hacerte partícipe de todas mis perversiones, humillándote y sometiéndote para mi entera satisfacción…, hasta que la muerte nos separe.

Y cogiendo cada uno nuestros respectivos anillos, simulamos la ceremonia que habíamos protagonizado meses atrás, pero esta vez colocándolos en la mano contraria, simbolizando el comienzo de una nueva relación. Una vez puestos los anillos nos dimos un largo y apasionado beso.

Separando ligeramente sus labios de los míos, continuó acariciándome dulcemente la cara.

– Como buen matrimonio que se precie… no podemos terminar la noche de bodas sin consumar nuestra nueva relación… ¿verdad amor? –La expresión de mi cara era de total devoción hacia ella –Me gustaría ver de lo que eres capaz de hacer por complacerme, ¿estás preparado para entregarte ahora mismo a mis perversos deseos?, recuerda lo tremendamente cruel que puedo llegar a ser.

– Pídeme lo que sea… mi ama, sinceramente, no creo estar preparado todavía, pero el poderoso deseo de verte gozar, mitiga en gran parte todos mis miedos. -La palabra ‘ama’ había salido de mi boca instintivamente, sin apenas percatarme de ello.

Dándome un cariñoso beso en los labios, me desató un par de botones de la camisa y metiendo una mano por dentro de ella sacó la correa que tenía escondida, la ató alrededor de mi cuello y volvió a meter la cadena por dentro abrochando nuevamente los botones.

– ¿Ves a ese par de prostitutas que están entre los dos surtidores de la gasolinera? –A través del parabrisas del coche pude ver a dos mujeres resguardándose de la lluvia bajo una vieja tejavana que apenas conseguía protegerlas –Deberás ofrecerlas tus servicios consiguiendo que accedan a una limpieza de sus botas…o del calzado que lleven puesto, tendrás que ingeniártelas para que acepten tu ofrecimiento sin tener que entregar nada de dinero a cambio, y lo más importante, no podrás utilizar nada más que tu… –y acercando su boca a la mía recorrió mis labios con la punta de su lengua –…uhmm…deliciosa boca… y lo que tienes dentro de ella… claro.

Después de deslizar nuevamente su húmeda lengua por mis labios, llevó mi mano izquierda entre sus piernas y abriéndolas ligeramente la posó en su depilada y ardiente cueva.

– Mira como me he puesto de solo imaginarte arrodillado ante ellas. –Y mientras mi mano comprobaba la húmeda excitación de mi mujer, comenzamos a juguetear sensualmente con nuestros labios, dándonos pequeños mordisquitos y lamiéndonos lascivamente en medio de entrecortados jadeos; finalmente acabamos juntando nuestras bocas, hundiendo nuestras lenguas con enredada y creciente pasión. A medida que mis dedos se iban sumergiendo en los fluidos de su caliente coño, mi pene se iba irguiendo vigoroso, empujando fuertemente contra la tela que lo aprisionaba.

Después de que ella consiguiera, con gran maestría, ralentizar nuestros movimientos, retiró mi mano cuidadosamente de entre sus piernas. Observando mis dedos bañados por sus jugos no pude evitar el irrefrenable deseo de llevarlos a mi boca. Mirándola a los ojos y totalmente entregado, los introduje entre mis labios chupándolos lentamente y recogiendo con mi lengua los restos de su discreto orgasmo. Sin apartar la mirada, su mano se posó sobre mi abultado miembro, acariciándolo por encima del pantalón.

– Vamos querido esclavo, ve hacia ellas y haz gozar a tu diosa de verdad.

– Como desees, mi ama.

Y dejando mi cartera (a petición de ella) en el coche, salí hacia ellas con una sonrisa de felicidad dibujada en la cara. No me importaba el agua de la lluvia, ni tampoco lo que fuera a ocurrir con aquellas dos prostitutas, ni tan siquiera, que alguien conocido o no, pudiera ver todo lo que iba a suceder; lo único que me importaba en ese momento era que mi mujer, mi única diosa, quería deleitarse viendo como me humillaba ante dos putas de la calle. Mi adorada diosa sabía que al final, yo iba a disfrutar de aquello tanto o más que ella, y eso me hizo sentirme bien, agradecido, sin temor a lo que ella fuera a desear de aquí en adelante, con más ganas si cabe de complacerla y entregarme a ella.

Me encaminé con paso firme y decidido hacia la destartalada tejavana, alzada sobre un alargado bordillo en el que la mayoría de sus baldosas se encontraban rotas y levantadas. El suelo de la gasolinera estaba sin asfaltar, cubierto únicamente por una capa de tierra y grijo. A duras penas fui esquivando los charcos y barrizales que se habían formado, sin poder evitar meter mis zapatos en varios de ellos.

Con la correa disimuladamente metida por dentro de la camisa, fui llegando a su altura, comprobando con gran estupor lo desagradable de su aspecto. Había que estar muy desesperado para salir en una noche de perros como aquella y querer follarse a esas dos fulanas que daba verdaderamente pena verlas. No tendrían más de veinticinco años, pero por el aspecto que tenían se las podía echar perfectamente más de cuarenta.

Morenas las dos, sus pelos lacios y mojados caían desordenados tanto por su pecho como por su espalda; sus huesudas caras, exageradamente maquilladas, albergaban unos inquietantes ojos que parecían querer esconderse en el interior de sus cuencas; sus miradas estaban apagadas, carentes totalmente de brillo, a causa, supongo yo, de las drogas con las que parecían únicamente alimentarse.

Sus ropas no se quedaban a la zaga de su aspecto físico: la que se encontraba apoyada en lo que quedaba del surtidor de la derecha llevaba una corta y desgastada cazadora vaquera, a través de la cual se podía ver un top negro con un escote que atravesaba descaradamente sus redondos y apretados pechos; su corta minifalda, también vaquera, apenas llegaba a juntarse con la cenefa de sus medias negras de rejilla; sus delgadas piernas acababan en unas botas negras de tacón alto y puntera afilada, cuya piel, ajada por el uso y con un brillo matado por el paso del tiempo, se alzaba por sus piernas hasta cubrir por completo las rodillas. Su compañera tenía un aspecto muy similar: su cazadora y su minifalda eran igual de cortas, pero hechas de ese barato material que imita a cuero negro y adornadas con numerosas cremalleras cromadas. Por dentro de la ‘chupa de cuero’ llevaba una especie de malla muy fina y negra que transparentaba perfectamente un sujetador del mismo color. Las medias también eran de rejilla negra con las cenefas igualmente visibles por debajo de la minifalda; sus pies, a diferencia de su compañera, estaban enfundados en unos llamativos zapatos de color rojo con la piel visiblemente desgastada y elevados sobre unos tacones de altura más que considerable.

La que estaba más a la derecha se dirigió a mi con la voz algo ronca y sin disimular sus exagerados modales barriobajeros.

–Vamos guapetón, no seas tímido y acércate, que no te vamos a comer… nada que tú no quieras, claro…ja, ja, ja.

Las dos fulanas comenzaron a reírse a carcajadas, mostrando sus torcidos y amarillentos dientes. Cuando terminaron de reírse yo ya estaba de pie delante de ellas, en medio de un gran barrizal que rodeaba por completo el estrecho bordillo, intentando reparar lo menos posible en su desagradable imagen.

– Parece que no está mal el chaval, ¿eh, Tina?

– Sí señor, no está nada mal –Su voz, algo menos ronca pero con el mismo timbre macarra, salió de entre sus despintados labios rojos.

– ¡Mira que cuerpo…, todo un lujazo! –Sin demasiado arte, se abrió la cazadora de cuero dejando sus hombros al descubierto y mostrando orgullosa su no tan desagradable torso. Intentando posar de manera provocativa comenzó a caminar torpemente por el bordillo, tratando de imitar a las topmodel en un desfile de pasarela y consiguiendo únicamente trastabillarse repetidas veces entre las baldosas rotas del suelo. Cuando terminó su particular desfile, se paró justo delante de mí, quedando sus pechos a la altura de mi cara.

– ¡Naturales como la vida misma, sin conservantes… ni colorantes! –Apretándose las tetas con las dos manos comenzó a sacudirlas a escasos centímetros de mi cara –te gustaría tener mis pezones dentro de tu boca ¿eh, machote?, ¿o acaso prefieres comerte las tetas de silicona barata de Tina?

Acto seguido, su compañera se abrió la chaqueta vaquera y en un abrir y cerrar de ojos ya tenía su top negro por debajo de sus operadas tetas. Apartando a Mapi con su brazo derecho ocupó rápidamente su lugar.

– No hagas caso a esta puta envidiosa, ¿verdad que no hay nada mejor que un buen par de tetas de diseño? –Y cogiendo mi cabeza con sus manos me hundió la cara entre sus dos bolas de silicona.

Aquellas tetas apestaban: el olor a sudor que desprendían era demasiado intenso como para que fuera producto de un mal día. Ese hediondo aroma, junto con la humedad de su pecho rozando mis labios, me provocó una enorme arcada que tuve que disimular para no ofenderlas y seguir teniendo posibilidades en mi particular…misión.

– Por cierto, corazón, ¿dónde has dejado aparcado el coche? No veo ninguno por aquí cerca. ¡Mapi!, ¿tú ves alguno por ahí?

– Nada de nada, Tina. No habrás venido en un platillo volante desde algún planeta lejano ¿verdad?, ja, ja, ja

Rápidamente saqué mi cabeza de entre sus pechos mirando en la dirección donde supuestamente tendría que estar el coche, temiendo que por alguna razón hubiera desaparecido. Camuflado por los árboles seguía donde lo había dejado, eso sí, con las luces discretamente apagadas.

– Allí, detrás los árboles. –Y apuntando con el brazo extendido en la dirección del coche les mostré el lugar donde estaba aparcado.

– Pues con la noche maravillosa que hace lo podías haber acercado un poco más ¿no?, en fin, tú mismo cariño. Bueno…, a lo que estamos corazón, te vamos a hacer una oferta que no vas a poder rechazar: –Y acercando Mapi su mano derecha a mi paquete comenzó a magrearlo con decisión.

–Por solo 20€ te puedo hacer una mamada marca de la casa, incluyendo por ser tú una buena corrida en mi cara o en mi boca, como prefieras. Pero si lo que buscas es una buena follada… -En ese momento incrementó intencionadamente la intensidad de su mano.

–… por 30€, echaríamos el polvo de tu vida, sin prisas, con todo el tiempo del mundo y corriéndote en mi coño las veces que quieras…o que puedas, ja, ja, ja… –Aquella visión amarillenta de sus dientes volvió a golpearme nuevamente.

–A ver muchachote ¿con quién te lo prefieres montar?, aunque con esa cara de viciosillo que tienes igual prefieres hacértelo con las dos ¿eh?, en ese caso por unos… 50€, nos lo podríamos pasar de puta madre los tres juntos, ¿verdad Tina? –En ese instante Tina se puso al lado de Mapi y agarrándome con una mano fuertemente del culo acercó su boca a mi oreja comenzando a mordisquearla lentamente, jugueteando con su apestosa lengua y susurrándome al oído multitud de obscenidades sobre lo bien que lo íbamos a pasar.

Solo de pensar en meter mi polla en el coño de aquellos dos desechos, o entre los asquerosos dientes de su boca, hizo que mi estómago sufriera unos tremendos retortijones. Aún así, los magreos que me estaban dando las dos zorras junto con los calientes susurros y los húmedos lengüetazos en mi oreja, provocaron que tuviera una monumental erección.

– Por cierto Tina, ¿tienes la llave de la caseta, a ver si no vamos a poder follárnoslo allí dentro? –Al fondo, por detrás de ellas, pude divisar una minúscula caseta como la que usan los obreros para ponerse el mono de trabajo.

– Sí, aquí la tengo. –Y sacando la llave de un bolsillo de la chaqueta la mostró a su compañera volviéndola a guardar de nuevo.

  • Vamos joder, no seas tímido que nos lo vamos a pasar de la ostia. –Mientras seguían insistiendo, comenzaron a tirar de mí hacia la caseta.

Sacando fuerzas de flaqueza me clavé en el sito como pude y comencé a explicarlas nerviosamente lo que realmente deseaba.

– Yo… en realidad…no he venido a alquilar vuestros servicios, sino más bien… a ofreceros los míos

– Frena el carro un momento, –dijo Mapi apartando la mano de mi paquete –los únicos servicios que queremos de ti son los cincuenta putos euros, así que si no vas a aflojar la pasta ya te puedes ir yendo por donde has venido, que no tenemos el día para aguantar mamonadas.

– Lo siento mucho, no…, no pretendía molestaros, solo quiero… poder serviros para mejorar vuestro aspecto…, que… bueno… que no es que esté mal… si no que… podíais tener una mayor

– ¡Jooodeer! ¡Lo que nos faltaba!, con la mierda de noche que llevamos y nos viene a tocar los cojones un tarado gilipollas. –La que se hacía llamar Mapi se iba calentando cada vez más, gesticulando y moviendo con gran vehemencia sus brazos. –Mira guapito de cara, llevamos muchas horas de pie en este puto sitio, con los pies empapados y doloridos, y sin habernos llevado un puto euro al bolsillo, así que no nos vengas con milongas de ofrecernos historias… de no se qué pollas; con lo que ya te puedes ir marchando cagando leches antes de que perdamos la paciencia y te inflemos a ostias aquí mismo.

Las cosas se estaban complicando demasiado. No iba a ser nada fácil conseguir que accedieran a hacer algo sin recibir nada de dinero por ello.

"…Mira como me pongo de solo imaginarte arrodillado ante ellas…", aquella frase volvió a resonar en mi cabeza, recordándome el deseo de mi mujer de verme humillado a los pies de aquellas dos putas. No podía defraudarla, seguramente estaría viendome, confiando en mis posibilidades. Y apartando de mi mente el desagradable aspecto de aquellas dos piltrafas fui a por todas para conseguir complacer los deseos de mi mujer.

– Solo pretendo ofrecerme humildemente para limpiar vuestro sucio… pero hermoso calzado. –Lentamente fui arrodillándome en el embarrado suelo, mirando primero hacia las botas negras de Mapi y después dirigiendo la mirada a los zapatos rojos de Tina, sacándome al mismo tiempo la correa del interior de la camisa y ofreciéndosela a ellas. –Podría quitaros la suciedad del barro, incluso de vuestras suelas, de esa forma los clientes podrían admirar más todavía vuestra indudable belleza.

Enfundándose las tetas, Mapi rápidamente tomó las riendas de la situación, cogiendo el extremo libre de la correa y tensándola ligeramente.

  • ¿Y cómo pretendes limpiarnos, mamonazo? -Su ronca voz se hizo más amenazante todavía.

– Podría usar mis manos… o incluso… podría quitarme la camisa y limpiaros con ella, seguro que de esa forma quedaríais todo lo relucientes que os merecéis

– ¡Pero a quien pretendes engañar, cabrón de mierda! –Y dando un fuerte tirón de la correa hacia ella me hizo caer de bruces contra el bordillo, amortiguando el golpe torpemente con los brazos y quedando con mis muslos apoyados sobre el borde.

– ¡Qué te piensas, que porque seamos putas vamos a ser gilipollas! Y poniendo su pie derecho sobre mi cabeza, la pisó con fuerza, aplastando el lado derecho de mi cara contra un pequeño charco que había entre las baldosas.

– Te das cuenta Tina de lo que ha intentado el mierda éste, ¿desde cuándo los gusanos como vosotros no desean usar su lengua para lamernos y limpiarnos?, ¿acaso pretendías provocarnos y obligarte a hacerlo sin pensar en el dinero? Vamos cabrón, empieza a soltar los euros antes de que te molamos a patadas, que ya nos has hecho perder bastante el tiempo.

Recordando que había dejado la cartera en el coche, intenté zafarme girándome sobre el costado derecho. A ras de suelo pude ver como rápidamente se acercaban los zapatos rojos de Tina propinándome a su llegada un fuerte puntapié en medio del estómago. La fuerte patada me hizo encoger instintivamente las piernas lanzando al mismo tiempo un tremendo quejido de dolor.

– Te vas a enterar de lo que les pasa a los que le tocan los cojones a la Tina o a la Mapi –De nuevo su zapato rojo volvió a impactar contra mi estómago, dejándome esta vez casi sin respiración. Mapi aprovechó ese momento para cogerme de los brazos y atármelos a la espalda con el extremo libre de la correa. Volviendo a colocar su bota derecha sobre mi cabeza y presionándola cada vez con mayor fuerza acabó poniéndose de pie sobre ella. – ¡Te aplastaré como a un rata asquerosa!

  • ¡Por favor, dejadme! no tengo el dinero aquí… pero si me dejáis ir al coche… os prometo traerlo, por favor…soltadme… os lo suplico

  • Por supuesto que nos vas a pagar, gilipollas, pero antes vamos a calentarnos los pies a ostias contigo, so mamón… A continuación Tina comenzó a patearme sádicamente el estómago: cada vez que me asestaba una patada me obligaba a estirarme sobre mi costado para darme cómodamente el siguiente puntapié.

  • ¡Vamos, cabrón! ¡Suplícame que te de otra patada!

  • Os lo suplico… pero dejadme marchar… por favor

  • ¡Pero de qué vas hijo puta! ¡Qué manera es esa de hablarnos! –Mapi, con su pie izquierdo apoyado en el suelo, comenzó a darme pisotones en la cara con la suela de su bota, retumbando mi cabeza a cada golpe. -¡Suplica como es debido o te reviento la cabeza!

Aquellas dos fulanas habían perdido el norte, y sinceramente, pensaba que mi vida corría serio peligroso, así que seguí su juego sádico intentando no contrariarlas en lo más mismo.

  • Se que mi estómago no es digno de sentir el contacto de vuestro hermoso zapato, pero aún así, este humilde perro os suplica que le permitáis disfrutar de vuestras adorables patadas.

  • ¡Toma ésta, cabrón! –la punta de su zapato rojo se estrelló de nuevo violentamente contra mi estómago. Sin darme tiempo a recuperarme colocó su pie sobre mi costado, empujando hasta pegar mi espalda al suelo.

  • ¡Estírate, vamos! –Con el vientre dolorido, volví a extender mi cuerpo, preparándome para que ella continuara con su particular tortura. Aprisionada mi cara contra el suelo solo pude sentir como se estrellaba brutalmente el fino tacón de su zapato contra mi ya maltrecho abdomen. - ¡Aahhh! …por favor… os suplico que me perdonéis

Lo único que conseguí con mis súplicas fue que después de cada taconazo Tina se recreara sádicamente con su tacón presionándolo y girándolo sobre mi estómago, y que Mapi introdujera completamente su tacón derecho en mi boca, pisando con fuerza para evitar que abriera la boca.

Después de unos cuantos taconazos se cogió de las manos de Mapi para subirse con ambos pies sobre mi estómago.

–Como te muevas y me hagas caer te enteras, perro de mierda.

A medida que pasaban los segundos el dolor punzante de sus tacones se iba haciendo cada vez más intenso. Mapi, sin soltar las manos de su compañera, sacó el tacón de mi boca y colocándose a la altura de mi pecho, al otro lado de Tina, puso su pie en mi garganta, presionando hasta dejarme casi sin respirar.

-Si se cae Tina al suelo te aplasto la nuez, así que yo que tú me estaría muy quietecito.

Justo cuando Mapi terminó su advertencia, su compañera Tina, sin soltarse de sus manos, dio un pequeño salto cayendo con sus zapatos de tacón cruelmente sobre mi estómago. Como pude, aguanté el dolor sin apenas moverme.

-Muy bien…, ja, ja, ja, se nota que eres un chico disciplinado. Por cierto, que sepas que nuestra tarifa acaba de subir a 100€ por… las molestias, ja, ja, ja, ¿te parece bien, Tina?

-No sé…, yo diría que… 200€ sería lo justo…, por el desgaste del calzado más que nada, ja, ja, ja.

-Tienes toda la razón del mundo, y tú, perro asqueroso, ¿te parece justo el precio? –Mapi aflojó ligeramente la presión de su pie sobre mi garganta para permitirme contestar.

-Me parece justo, pero por favor, os lo suplico, dejadme marchar ahora y prometo daros… 50€ más si me soltáis.

-Este tío es más tonto de lo que pensaba, Tina ¿Todavía no te has enterado? Aquí ahora las condiciones las ponemos nosotras… y nosotras seremos las que decidamos cuando te tienes que marchar; tuviste tu oportunidad para hacerlo pero preferiste quedarte a tocarnos los huevos, así que ahora te vamos a joder vivo, pedazo mamón. ¿No querías servirnos? Pues nos vas a servir, pero a nuestra manera.

A continuación puso su cara a la altura de la mía y mirándome durante unos segundos a los ojos, dejó escapar de su boca un gran chorro de saliva, estrellándose contra mi mejilla izquierda y cayendo en un gran río de baba hasta mi cuello.

-Para que veas que también pensamos en ti, te voy a permitir que nos limpies los zapatos… con tu lengua. –Y después de restregar su embarrada suela contra el escupitajo de mi cara, levantó su pie, colocando la suela de su bota a escasos centímetros de mi boca.

-¡Vamos gusano, saca tu asquerosa lengua y límpiame con ganas! –Mientras deslizaba mi lengua por la superficie embadurnada de su suela, Tina continuaba con sus crueles saltos sobre mi estómago, incrementando la fuerza del golpeo, incluso cayendo de vez en cuando con un único pie.

Mapi y Tina se estuvieron ensañando de esta forma durante largo tiempo: saltando sádicamente sobre mi estómago, escupiéndome en la cara, restregándome sus embarradas suelas y obligándome a limpiarlas con la lengua; hasta que en uno de esos saltos, debido ya a mis escasas fuerzas, no pude mantener la rigidez necesaria, por lo que Tina se desequilibró apoyándose torpemente con sus pies en el suelo, evitando la caída de puro milagro. La cara de Tina se transformó, adoptando un semblante de aterradora ira. El miedo me embargó por completo. Esta vez si que mi vida corría verdadero peligro.

-¡Hijo de puta! Y abalanzándose sobre mí comenzó una serie indiscriminada de patadas y pisotones por todo mi cuerpo, cebándose sobretodo contra mi magullado y machacado estómago. Cuando parecía que ya se había tranquilizado lanzó de improviso un terrible taconazo contra mi abdomen, causándome un dolor espantoso. Lo peor de todo fue ver como se partía el tacón de su zapato en mi estómago.

-¡Cabrón, mira lo que has hecho! -Y sin dudarlo un instante se puso rápidamente a la altura de mi cabeza pisando mi garganta con su zapato destaconado y presionando con fuerza hasta dejarme sin respiración.

-¡Estás muerto, cabrón!

Mis ojos comenzaron a nublarse. Cuando ya estaba a punto de perder el conocimiento, pude oír cómo a lo lejos se acercaba el ruido de un motor de coche. Medio en sueños ya, fui capaz de escuchar varias voces femeninas que discutían sobre algo, una de ellas parecía ser la de mi mujer. En ese momento fue cuando perdí totalmente la consciencia.


Me encontraba caminando, completamente solo, por la arena fina de un interminable desierto. El cansancio era terrible y un sol cegador abrasaba sin piedad mi maltrecho cuerpo. Después de un largo caminar a través de las innumerables dunas, pude divisar a lo lejos un grupo de palmeras que parecían conformar un pequeño vergel. Me dirigí hacia allí todo lo rápido que mis cansadas piernas me lo permitieron. Una vez llegado al oasis, pude comprobar con gran satisfacción la existencia de una fuente natural, cuya agua salía directamente de la grieta de una roca, cayendo en un irregular chorro sobre la tierra. Como un poseso me tiré boca arriba sobre la tierra húmeda, colocando mi boca bien abierta bajo el agua fresca y cristalina que emanaba de aquella piedra. Su frescor era maravilloso, bañando gratamente mi reseca cara y mi magullado cuerpo.

Por alguna inexplicable razón, el agua de la fuente empezó a sufrir un desagradable aumento de temperatura, desapareciendo su transparencia cristalina y tornándose gradualmente al color ocre del sol. Mientras se producían estos cambios extraños en el agua, la luz del sol comenzó desvanecerse rápidamente, al tiempo que la visión nítida de mis ojos se difuminaba hasta perderse completamente en las sombras del repentino anochecer.


Unas voces empezaron a oírse en la lejanía, haciéndose cada vez más y más audibles. Al principio eran sonidos inconexos, que pronto se fueron transformando en palabras sueltas y más tarde eran casi ya frases completas lo que se escuchaba. Mientras, la cálida agua de la fuente seguía cayendo sobre mi cara.

La niebla de mis ojos se fue despejando, sintiendo como la percepción de la realidad volvía de nuevo a mi machacado cuerpo. Poco a poco fui situándome en el contexto de la olvidada gasolinera y de las asquerosas y sádicas putas que estaban pateándome. A ambos lados de mi cabeza se encontraban las botas negras de una de ellas, cuya impresionante meada estaba cayendo directamente sobre mi boca.

-¡Eh, mirad, ya vuelve en sí el mamón este! –Un fuerte taconazo en mi vientre, acabó por devolverme del todo a la realidad.

-Tienes suerte de que tu ama haya intercedido por ti, porque por lo que a mí respecta tu vida no vale una mierda.

¡Mi ama! Me incorporé ligeramente y pude ver a mi mujer sentada al volante de nuestro coche, con la puerta abierta, girada sobre el asiento mirando hacia nosotros con las piernas cruzadas y con el pie apoyado en la barra inferior del marco de la puerta.

-Antes de ir con tu ama tenemos que terminar una cosilla. –Y empujando mi pecho contra el suelo con su zapato sin tacón, Tina me volvió a colocar bajo la inagotable fuente de orina de Mapi.

  • ¡Vamos, abre la boca y trágate todo lo que queda! –Durante casi un minuto fui tragando toda la lluvia dorada que iba cayendo en mi boca, intentando no pensar de quién era todo aquello que emanaba. Después de soltar sus últimas gotas, se echó ligeramente hacia atrás poniéndose en cuclillas, con la cara justo encima de la mía. Sus mofletes estaban más abultados de lo normal, en seguida pude comprobar el por qué: su saliva comenzó a caer en mi boca abierta en un gran chorro espumoso, llenándola casi por completo de sus babas. Acabado su gran escupitajo, se incorporó, colocándose de pie a ambos lados de mi pecho, frente a mí. Tina no tardó en abrirse de piernas, de pie, a ambos lados de mi cabeza, y comenzar a soltar su meada apuntando directamente a mi boca. Mapi, ayuda por Tina, se subió sobre mi pecho y comenzó a jugar con su bota derecha bajo la meada de Tina y sobre mi desbordada boca. A medida que iba mojando su bota de orina, introducía su puntera todo lo que podía en mi boca, obligándome a chuparla y a lamerla cuando la sacaba. Durante más de dos minutos fui engullendo toda su caliente meada, bien directamente de su chorro o bien chupándola de la bota de Mapi, tragando con gran repugnancia aquel amarillento líquido que me hacía recordar el color de sus asquerosos dientes. Terminada su descarga, de la misma forma que lo había hecho su compañera, se inclinó sobre mi boca.

-¡Vamos, saca tu asquerosa lengua y que yo la vea! –Con mi lengua totalmente fuera, Mapi no dudó en posar su pie sobre ella, dejando la punta de su bota en la entrada abierta de mi boca. En ese momento, Tina comenzó a soltar sobre su punta toda la saliva que había conseguido acumular durante su meada. Las babas de Tina caían chorreantes desde la punta de la bota hasta el interior de mi boca. Tras terminar Tina su tarea, se puso de pie, al tiempo que Mapi se bajaba de mi aplastado pecho.

-¡De rodillas, y bien erguido!

Como pude me puse de rodillas ante ellas, de espaldas a mi mujer. Ellas se abrieron un poco, ladeándose ligeramente. Tina no tardó en darme una fuerte patada en la boca del estómago.

-¡Rápido, ponte de pie, que no tengo toda la noche para despedirme!

Retorciéndome como pude logré ponerme de pie en el mismo sitio, esperando la despedida de Mapi. Ella se posicionó de medio lado justo delante de mí, a metro y medio más o menos, con su cadera derecha apuntando hacia mí. Con una tremenda patada de kárate estrelló su tacón en medio de mi machacado vientre; la fuerza del impacto me impulsó violentamente hacia atrás, golpeándome contra el coche y cayendo boca arriba en el embarrado suelo a los pies de mi mujer.

-Ahí tienes a tu esclavo. Y ahora danos tu parte del trato.

Con mi torso a la altura de sus pies intenté incorporarme, encontrándome la poderosa oposición de las botas de mi mujer, que con un rápido movimiento, volvió a pegar mi espalda contra el frío barro.

-Aquí tenéis, 200 para ti –Mapi alargó su brazo y cogió los billetes –y 200 para ti –Tina agarró igualmente su parte metiendo el dinero en el bolsillo de su cazadora. –Y ahora largaros y dejadnos solos.

-Vamos Tina, dejemos a estos dos colgados que se pudran aquí si quieren –Y dándose media vuelta se encaminaron hacia la caseta que tenían entre los árboles.

Las botas de mi mujer descansaban sobre mi estómago y sobre mi pecho. Sus botas y sus piernas era lo único que podía ver de ella tumbado en el suelo. Con una leve presión sobre mi cuerpo se echó hacia delante en le asiento, inclinándose ligeramente sobre sus muslos.

  • Ha sido maravilloso, ¿verdad? Nunca había sentido nada parecido como lo vivido esta noche contigo. Dime que tú también has disfrutado de todo esto.

-Lo sabes perfectamente mi ama, solo por ver la expresión de tu cara merece la pena pasar por todo el sufrimiento que sea necesario.

Su pie izquierdo se posó sobre mi garganta, presionando ligeramente. – ¿Me vas a decir que no has disfrutado estando bajo el dominio de estas dos furcias, empapado en sus orines, limpiando con la lengua sus sucias suelas y sintiendo el poder de sus afilados tacones? El tacón de su bota comenzó a clavarse en mi lastimado estómago. La punzada de dolor sobre mi abdomen junto con la presión de su pie sobre mi garganta, consiguieron provocarme una tremenda erección.

-Ves como no puedes engañarme, mi amor –Levantando el pie de mi cuello, comenzó a acariciarme la cara con la suela de su bota. –Vuelve a decirme que deseas ser mi esclavo, me encantaría oírtelo decir de nuevo.

-Quiero ser tu esclavo, tu siervo…, todo lo que tú quieras que sea. Lo eres todo para mí y no deseo otra cosa en el mundo que adorarte y agradecerte la crueldad con la que me haces disfrutar. De nuevo volví a sentir esa entrega incondicional hacia ella, anhelando estar eternamente bajo el dominio y la protección de sus pies. Mis labios buscaron ansiosamente el contacto con la piel brillante de su bota; nada más sentir el roce suave de su piel comencé a venerarla con los cálidos besos de mis labios y las sumisas caricias de mi lengua. Después de permitirme que me recreara en su adoración, retiró sus protectores pies abandonando mi cuerpo.

–Date la vuelta, amor. –Revolcándome en el barro, me coloqué boca abajo, con la cara sobre el barro. Apoyándose con su pie izquierdo sobre mi cabeza liberó mis brazos de la atadura de la cadena.

-¿Me puedes conceder el último deseo de hoy?

-Tus deseos son órdenes para mí, ya lo sabes.

-Está bien mi querido esclavo, incorpórate. -Mientras ella se colocaba correctamente en su asiento, yo aproveché para ponerme de rodillas a su lado, esperando impacientemente su deseo.

-Tengo algo que quiero que te pongas, pero tendrás que hacerlo en la caliente oscuridad del maletero, de camino a casa –y girando levemente su cuerpo, recogió del asiento de al lado una toalla totalmente empapada –Durante toda la noche la he ido impregnando para ti con las esencias viscosas de mis orgasmos mezcladas con las doradas y aromáticas aguas de mi cuerpo. Cúbrete la cara con ella y embriágate con los aromas y sabores de mi cuerpo.

Sin dudarlo llevé la tela hacia mi cara y aspiré profundamente llenando mis fosas con su poderoso e intenso aroma. Tras un –gracias mi ama –me dirigí hacia el maletero y me metí torpemente en él. Después de cerrar la puerta, no sin alguna dificultad, envolví mi cara con el regalo de mi ama, sintiendo como poco a poco la viscosidad de sus jugos se iba adhiriendo a mis párpados, a mi nariz, a mis labios…, respirando únicamente el aire aromatizado que emanaba de las esencias de mi adorada diosa.

A lo lejos, pude escuchar la cálida voz de mi mujer.

-Vamos cariño, ya es hora de que volvamos a casa.