Humillado por las mujeres (2)

Cómo, despues de ver como humillaban a aquel chico en la barra de una discoteca, caí en sus redes en los baños de la misma discoteca.

(… Continuando con mi primera experiencia real de sumisión y humillación.)

Salí del reservado un poco aturdido, sin creerme del todo que aquello hubiera sucedido realmente. Miré el reloj y pude comprobar que hacía más de dos hora que habíamos entrado en la discoteca; mi mujer y los demás, seguramente estarían ya bastante intrigados, incluso preocupados, aún así decidí ir primero al baño a cambiar el agua al canario y refrescarme un poco la cara antes de ir a su encuentro.

Me dirigí a los servicios más cercanos, a escasos metros del acceso al reservado, abrí la puerta y pasé a un minúsculo recibidor, por llamarlo de alguna forma, donde se encontraban las dos puertas con sus muñequitos diferenciadores. La de las chicas estaba justo enfrente de la puerta de entrada, la de los chicos, un poco más a la izquierda, pegada casi al fondo. Entré por la puerta que me correspondía y me fui directamente a uno de los dos urinarios que había en la pared de la izquierda. Una vez descargada mi vejiga y tras unas pequeñas sacudidas, me enfunde el canario, cerré la jaula con cuidado y fui a lavarme las manos a uno de los lavabos que estaban en la pared de enfrente. Por el espejo que tenía delante, cubriendo completamente la pared, pude ver que las tres puertas que se encontraban a continuación de los dos urinarios, estaban abiertas y su interior gratamente desocupado. Sabiéndome solo, me tomé con más calma el lavado de mis manos, recreándome largo tiempo en su enjabonamiento y abstrayéndome en un relajante masaje bajo el agua del grifo. Mi mirada, ya desenfocada, se fue perdiendo poco a poco en las siluetas difuminadas del espejo; mi mente, empezó a ser bombardeada por una continua sucesión de imágenes, haciéndome revivir las escenas que habían protagonizado aquellas cuatro sádicas chicas… o… amas… o lo que fueran. Las humillaciones a las que sometieron a aquel chaval… o… esclavo… no se, obligándole a tragar toda aquella mezcla de saliva, colillas, restos de comida y suciedad, fueron increíblemente perversas, por encima incluso de mis fantasías más extraordinarias. Y frente a aquellas humillaciones extremas, el sometimiento más absoluto de él, aceptando y, seguramente, deseando sentirse de esa forma…, de la forma que ellas querían.

Comencé a soñar despierto, y en mis somnolientos pensamientos ya no era ese chico el que aparecía sometido a sus deseos, si no que era yo el que ante ellas, suplicaba poder estar eternamente a sus pies, limpiando con mi lengua la suciedad de sus botas, chupando y tragando todo lo que ellas me ordenaran… En definitiva, servirlas como un auténtico esclavo cuando y como ellas quisieran.

Dejándose llevar mi mente por la ensoñación del momento, mi cuerpo no tardó en reivindicar un mayor protagonismo: mi corazón comenzó a bombear con un ritmo más acelerado, sintiendo cómo mi estómago se encogía por la ansiedad de mis pensamientos y cómo mi pene, a modo de contrapunto, se crecía ante ellos. Con gran esfuerzo, intenté alejar de mi mente aquellas imágenes obsesivas, echándome agua en la cara con cierto frenetismo. Una vez terminadas mis nerviosas abluciones, sequé las manos en la parte de atrás del pantalón y frotándome la cara con ellas, me dirigí hacia la puerta.

Desconcertado por todo lo que me estaba sucediendo, salí al pequeño recibidor y justo cuando me disponía a ir hacia la puerta de salida, ésta se abrió enérgicamente provocándome un gran sobresalto, a continuación, mi cuerpo no pudo evitar quedarse paralizado ante la entrada de aquellas tres impresionantes diosas que estaban atormentando mi cabeza. A medida que iban pasando, fueron colocándose con cierto orden, casi estratégico, frente a mí, clavando sus perversas miradas en la mía. La chica de color, la que se hacía llamar Ama Venus, fue la última en pasar y cerrando la puerta suavemente, se apoyó, amenazante, con su mano izquierda sobre ella, haciéndome ver que no saldría de allí sin su permiso. A su derecha se colocó la chica rubia…Ama Lidia, la cuál, cruzando los brazos por debajo del pecho, fue adelantando su pierna derecha con aire desafiante, separándola ligeramente hacia fuera y descargando el peso de su esbelto cuerpo en la pierna más atrasada. La chica de pelo moreno… Ama Nuria, quedó a la derecha de ellas, un poco más adelantada y pegada a la puerta de las chicas, en la misma posición desafiante que su compañera rubia.

La imagen de aquellas tres chicas, con sus cortas y ajustadas minifaldas, con sus torneadas piernas enfundadas en ese provocativo calzado (botas de chúpame la punta y unas sandalias plateadas) de tacón alto, y sobretodo, con ese aire dominador que envolvía todos sus movimientos, era francamente arrebatadora.

Allí nos encontrábamos los cuatro, como fichas de ajedrez a punto de afrontar un desigual final de partida, en el que yo, únicamente con mi rey, tenía que enfrentarme a tres damas, que inexorablemente, acabarían derrotándome sobre el tablero...

Una mezcla de excitación y miedo se apoderó de mi cuerpo, agarrotando todos mis músculos e impidiéndome pensar con claridad. Después de unos segundos de tenso silencio, en un arranque de valentía y con toda la seguridad de la que pude hacer acopio…moví ficha.

Avancé con mi indefenso rey por el tablero, buscando desesperadamente un movimiento en falso de mi rival que me hiciera conseguir unas más que improbables tablas...

Cuando llegué a la altura de la puerta, custodiada por aquel cuerpo amenazante, con mi mano derecha agarré fuertemente el pomo…dispuesto a salir de allí lo más rápido posible.

– ¿A dónde crees que vas? Creo que todavía tienes algo pendiente con nosotras.

La voz de aquella negraza –Ama Venus–, retumbó en mi cabeza, vibrante, como la bocina neumática de un barco a punto de zarpar.

–Nno sé de que me habláis, ¡dejadme salir ahora mismo!

En un intento desesperado, tiré con fuerza del pomo, consiguiendo abrir la puerta apenas unos centímetros para a continuación cerrarse bruscamente contra el marco, impulsada por el resorte humano de su poderoso brazo.

jaque.

La seguridad con la que había tratado de enfrentarme a ellas se desvaneció por completo. Tímidamente giré mi cara, elevándola para poder mirarla a los ojos, unos ojos de un color azul muy claro, casi transparente, lo que hacía que su mirada fuera aún más inquietante todavía.

– Por favor…, dejadme marchar…, no quiero nada con vosotras.

– ¿Nada?, después de haber disfrutado de nuestro espectáculo, sentado como estabas en primera fila, ¿pretendes marcharte sin darnos nada a cambio?…, eso no está nada bien…, pero que nada bien.

–… yo no he disfrutado de

Sin darme tiempo a acabar mi alegato, me asestó un fuerte derechazo en el estómago, dejándome prácticamente sin respiración; inmediatamente y sin poder coger casi aire, me sujetaron las otras dos por los brazos y abriendo la puerta del baño de tías me lanzaron al suelo de un fuerte empujón.

jaque mate.

La caída, apenas amortiguada con los brazos, me hizo deslizarme por el sucio suelo arrastrando la cara por él, quedando desparramado en el centro del baño entre las puertas de los urinarios y los lavabos.

Con mi cara pegada a la fría y sucia baldosa iba escuchando como la música acompasada de sus tacones se acercaba a ambos lados de mi cuerpo, en un efecto estéreo que me hizo estremecer; cuando el sonido de su caminar se silenció lo que realmente terminó por derrumbarme fue el golpe sordo de la puerta al cerrarse, acompañado del ‘clic’ sentenciador del pistillo. Bueno, eso… y la tremenda patada que recibí en mi costado derecho cuando intenté levantarme torpemente del suelo. El fuerte golpe me hizo dar la vuelta, quedándome boca arriba, con las piernas encogidas y con las manos apretando mi estómago, intentando mitigar el dolor de la patada sufrida. No tardaron en apartarme los brazos y aprisionármelos con sus botas contra el suelo; mi brazo derecho quedó flexionado hacia arriba, con la palma de la mano a la altura de mi cabeza y con la bota blanca de su pierna izquierda pisando mi muñeca; mi otro brazo quedó estirado hacia abajo, formando un ángulo de unos 45º con el costado de mi cuerpo, con la palma de la mano contra el suelo y con la bota de piel de serpiente de su pie derecho sobre mi muñeca, con la puntera señalando los lavabos.

En esa posición pude ver como la chica de color, llevando unas esposas (de mayor tamaño que las normales) en la mano, fue acercándose hasta colocarse de espaldas a mí, con sus esculturales piernas a ambos lados de las mías. Permitiéndome contemplar su redondo y firme culo fue flexionando sus rodillas con la clara intención de esposarme los tobillos. Intenté zafarme de la prisión de mis brazos consiguiendo únicamente un fuerte pisotón de la chica de pelo moreno, clavándome el tacón de su bota en pleno estómago. Casi sin aire, apenas pude emitir un apagado gemido.

–¡¡Ni se te ocurra moverte, cabrón!! Vas a ser nuestro esclavo, te guste… o no te guste.

La chica morena después del pisotón siguió manteniendo la presión de su tacón sobre mi estómago...

A continuación, la chica rubia levantó su pierna derecha y echándome hacia atrás la barbilla con la punta de su blanca bota, posó su pie sobre mi garganta, dejándome la nuez entre la suela y el tacón. –Cuanto antes aceptes tu condición esclavo, antes comenzaras a disfrutarlo. –Poco a poco fue aumentando cruelmente la presión hasta dejarme casi sin poder respirar.

La chica de color, una vez terminó de colocarme las esposas en los tobillos, se giró y poniéndose de nuevo con sus piernas por fuera de las mías (como si del gran Coloso de Rodas se tratara), levantó su pie derecho y colocando suavemente la suela de su sandalia sobre mi ya abultado paquete, comenzó a magrearlo con gran dedicación.

–Mirad cómo se le está poniendo al cabronazo este

Una de mis mayores preocupaciones en ese momento era que pudiera haber alguien en el único urinario que tenía la puerta cerrada; con el paso de los minutos mis miedos fueron remitiendo, hasta quedar prácticamente convencido de que en aquel baño no había nadie más que nosotros cuatro: ellas tres y yo. Esta creciente tranquilidad hizo que mis sensaciones de miedo y dolor se fueran transformando poco a poco en sensaciones de morbo y placer, dejándome arrastrar por el oscuro deseo de verme sometido ante su poder, sin resistencia alguna ya por mi parte.

–…pero si está a punto de reventar

En mis fantasías, había podido recrearme con la morbosidad de estas situaciones en infinidad de ocasiones, incluso estaba convencido de que en la vida real no llegaría a ser tan placentero… Pero nada más lejos de la realidad, la visión que estaba teniendo de aquellas tres diosas encumbradas sobre mi cuerpo, sometiéndome a sus pies dominadores, hacía que me sintiera como si hubiera alcanzado el paraíso perdido del Edén.

La piel blanca de la bota que aprisionaba mi garganta se alzaba por encima de mis ojos como una poderosa columna de marfil alejándose del suelo, elevándose hasta fundirse con la morena piel de su rodilla, que doblada en un ángulo perfecto, permitía a su muslo desnudo perderse en la oscuridad profunda de su minifalda, guardando entre sus sombras el oculto olimpo de su sexo...

La imagen de aquella diosa rubia alzándose por encima de mi cabeza, junto con la presión punzante de un tacón sobre mi estómago y el masaje cada vez más intenso sobre mi miembro, hacía que estuviera llegando a un inevitable y espectacular orgasmo.

Dándose cuenta la diosa negra de mi inminente eyaculación, levantó su hermoso pie negro; abandonando mi hinchado miembro y dando un paso hacia delante, se colocó a ambos lados de mi cintura cruzando sus brazos por encima del ombligo.

– Disfrutando ¿eh? La verdad es que no has tardado demasiado en someterte a nosotras y aceptarnos como tus amas…, de todas formas, llegados a este punto, te vamos a dar la oportunidad de tomes tú la decisión de continuar.

La diosa de ébano levantó su pie izquierdo (permitiéndome ver la húmeda suciedad que cubría la suela de su sandalia) dejándolo a un centímetro escaso de mis labios. Los latidos retumbaban en mi pecho cada vez con más intensidad. La proximidad de aquel adorable pie, realzado con el brillo plateado de su sandalia, me hizo desear,…desear que lo apoyara sobre mis labios y poder sentir su mojada textura de cuero,…desear recorrer con mi lengua toda su ennegrecida suela, lamiéndola muy despacio, limpiando y saboreando cada centímetro de su superficie.

– Si quieres terminar con todo esto, con un ‘no quiero seguir’ será suficiente para liberarte y dejarte marchar…, en caso de que decidas entregarte a nosotras deberás sacar tu lengua y dar una gran lamida a la suela de mi sandalia… Tú decides.

Mi cuerpo y mi mente ya estaban completamente a su merced, ellas lo sabían, lo único que buscaban era recrearse un poco más en mi humillación, con un reconocimiento voluntario de mi entrega hacia ellas.

Sin apenas dudarlo, saqué la lengua todo lo que pude, la posé en la parte de la suela más cercana al tacón y mirándola a los ojos comencé a deslizar lentamente mi lengua hasta llegar al otro extremo de la suela de su sandalia.

–Muy bien perrito, está claro que deseas ser nuestro perro sumiso, pero eso no basta para que nosotras te aceptemos como tal, así que tendrás que ganártelo a pulso y como ya has podido comprobar, no nos conformamos con poquita cosa. De momento sigue limpiándome la suela hasta que se te ordene lo contrario.

Seguí lamiendo con toda la superficie de mi lengua, consiguiendo poco a poco quitar de su suela la película húmeda de suciedad que se había ido adhiriendo al caminar sobre el suelo del baño. Mientras, pude escuchar repetidas veces el chasquido de la ruedecilla de un mechero seguido del leve sonido de unas caladas y sus correspondientes exhalaciones de humo.

Después de algunos minutos, en un movimiento sincronizado, retiraron sus pies de mi cuerpo y se colocaron a mi derecha, junto a la puerta del urinario que permanecía cerrado. Formaron de pie un pequeño semicírculo, con la diosa de ébano en medio de las otras dos.

– A ver esclavo, incorpórate y ponte de rodillas, y a cuatro patas acércate a nuestros pies, y sin levantar la vista del suelo.

Hice lo que me ordenaron, colocándome sumisamente delante de ellas, ubicando mi mirada en el pequeño semicírculo de suelo que se dejaba ver entre las sandalias de la diosa negra y las botas blancas y malva de las otras dos.

Cuando terminé de postrarme ante ellas pude ver cómo tiraban sus colillas al suelo y, cómo cada una de ellas, adelantando uno de sus pies, las apagaban pisándolas contra la sucia y mojada superficie, dejándolas ocultas bajo sus pies.

– Si quieres ganarte el privilegio de poder servirnos como limpiabotas deberás convencernos de tu valía. A partir de ahora te dirigirás a nosotras como "Mis Amas" y si tienes que hacerlo individualmente, hacia mí lo harás como "Ama Venus", si lo haces hacia tu diosa rubia, lo harás como "Ama Lidia", y si es hacia tu otra diosa…, como "Ama Nuria". ¿Lo has entendido?

– Sí, Ama Venus.

Un gran escalofrío recorrió mi cuerpo, consiguiendo que el vello de mi cuerpo se erizara como escarpias, "Sí, Ama Venus", el eco de la frase retumbó en mi cabeza durante unos segundos, produciendo en mi cuerpo de gran excitación.

– Vamos perrito, empieza por tu Ama Lidia y ya te dirá tu Ama Nuria cuando debes limpiar sus botas.

Sin más dilación, me incliné acercando mi cara hacia el par de botas que estaban a mi izquierda, y comencé a besarlas y a lamerlas. Recorrí toda su piel blanca: desde la punta afilada de su bota hasta la parte alta de la caña, descendiendo por su parte de atrás y llegando a su afilado tacón hasta tocar con mi lengua el suelo; cuando llegaba a esa parte del recorrido, ella levantaba el tacón para permitirme, con la cabeza apoyada en el suelo, introducírmelo en la boca y chuparlo con gran deleite.

Cuando mi Ama Nuria me lo ordenó, me desplacé hacia la derecha en busca de sus botas de color malva y piel de serpiente. Las limpié con la misma dedicación, deslizando mi lengua por toda su superficie y recreándome en su delgado tacón cuando ella lo levantaba.

– ¡Basta ya¡ ¡túmbate en el suelo boca arriba y con la cabeza puesta entre nuestros pies!

La voz poderosa de Ama Venus me hizo obedecer de inmediato, colocando mi cabeza entre sus sandalias.

– Si quieres que te aceptemos como esclavo y permitirte limpiar la suela de nuestro calzado, deberás convencernos de tu deseo.

–…Este humilde aprendiz de limpiabotas os suplica poder usar su asquerosa lengua y su apestosa boca para dejar las suelas de vuestro hermoso calzado limpias y relucientes, ya que como diosas que sois no os merecéis que estén de otra forma.

– Está bien, podías haberte esmerado un poco más, aún así te vamos a dar la oportunidad de servirnos de limpia suelas, así que esmérate, si no quieres contrariarnos.

La diosa que calzaba las brillantes botas blancas, levantó su pie, el que había utilizado para apagar su cigarrillo. –¡Vamos, empieza antes de que nos arrepintamos!

Inmediatamente acerqué mi boca a la suela de Ama Lidia, comencé primero por despegar la aplastada y mojada colilla con los labios, luego, después de tragarla, usé mi lengua para limpiar su suela de los restos de ceniza y suciedad del baño.

Ama Nuria, una vez que la suela de la bota de Ama Lidia quedó limpia, no tardó en reclamar mis servicios; rápidamente giré mi cabeza hacia mi izquierda colocando mi boca debajo de su suela. Con una gran lamida recogí la colilla que tenía pegada y, de la misma forma que había hecho antes, limpié su suela con absoluta devoción.

– ¡Ahora me toca a mí!

Ante la voz imperativa de Ama Venus no dudé en abandonar la suela de ama Nuria y centrar mi cabeza ante sus pies.

–Voy a ser yo quien se limpie la suela con tú lengua y no tú el que la utilices, así que sácala todo lo que puedas y déjala completamente quieta.

Nada más sacar mi lengua, comenzó a frotar su suela contra ella, empezando por la punta de su sandalia hasta llegar a la parte de a atrás de su suela, logrando despegar la colilla y depositarla sobre mi ya ennegrecida lengua.

– Voy a ayudarte un poco en tu tarea.

Y poniéndose en cuclillas, después de unos segundos de espera, soltó un gran chorro de saliva sobre mi negra y seca lengua. –¡Vamos, trágatelo ya!

Mientras yo engullía la colilla aliñada, ella se incorporó y continuó pasando por la superficie de mi lengua su sucia suela, hasta dejarla prácticamente limpia.

– ¡Incorpórate! Y ponte a cuatro patas frente a la puerta del urinario.

Levantándome inmediatamente, pude ver como Ama Venus sacaba una correa de perro y me la colocaba al cuello mientras se ponía a mi espalda. Las otras dos se situaron a mis costados.

– ¡Rosa! ¡Tenías toda la razón del mundo! Tu marido tiene madera para ser un gran esclavo y creo que vas a poder disfrutar de él todo cuanto desees.

Me quedé completamente paralizado.

¿Rosa?...a que venía pronunciar ese nombre en ese preciso momento, allí no había nadie más que nosotros…a no ser que

Sin darme tiempo a seguir con mis cavilaciones, se corrió el pistillo de la puerta del urinario y abriéndose de par en par, pude ver a mi mujer Rosa, sentada en el retrete, con la minifalda subida hasta la cintura y con su pierna derecha levantada, apoyando el pie sobre el porta rollos de papel higiénico que había en la pared. En esa posición, y con su coño depilado al aire, empezó… o continuó con su masturbación.

– Luis, toda la vida reprimiendo mis deseos de verte humillado a mis pies, sometiéndote a vejaciones que solo he podido disfrutar en mi imaginación, pensando que eso no iba a funcionar contigo, y resulta que a las primeras de cambio eres capaz tirarte en el suelo mugriento de un baño y lamer las sucias suelas de tres mujeres desconocidas, tragándote sus colillas pisoteadas. De todas formas… no te preocupes, ya me encargaré yo de recuperar el tiempo que hemos estado perdiendo en todos los años de nuestra relación.

No era capaz de articular palabra, la humillación de estar en esa situación delante de mi mujer, viendo como se masturbaba, abierta de piernas, ante mi voluntario sometimiento hacia las tres Amas, me hizo quedar totalmente paralizado, sin saber qué decir ni qué hacer.

–Te vi de lejos, cuando te metías detrás de aquella barra en el reservado, y al acercarme pude ver que no quitabas ojo al espectáculo de humillación que estaban realizando estas tres amas. Después de la sesión hablé con ellas y tras intercambiar impresiones decidimos confirmar lo que ya sospechábamos: tu condición de hombre sumiso. Yo me metí aquí a esperar… y bingo… mi marido…a mis pies.

– ¡Vamos tonto baba! ¡Muéstrale tus respetos a tu nueva Ama Rosa!

Poniendo un pie sobre mi espalda, Ama Venus me empujó hacia el suelo. Caí de bruces, quedando mi cara sobre la bota de mi mujer.

– ¡Empieza a lamer, quiero correrme viéndote como sacas brillo a mi bota!

Aquí fue el comienzo de mi entrega y sumisión total a mi actual Ama. Ama Rosa.

Saqué mi lengua y recorrí toda su bota sumisamente, hasta que entre grandes gemidos llegó a su gran deseado orgasmo.

– ¡Ahora límpiame la otra bota!

Sin dudarlo me incorporé y con mis manos a la espalda comencé a lamer y besar la bota que tenía apoyada sobre el portarrollos. Mientras estaba lamiendo con gran entrega su piel de charol negro, empecé a escuchar el sonido de la meada de mi nueva Ama, chapoteando contra el agua del retrete. Una vez terminó de mear, bajó su pierna y se puso de pie.

– ¡De rodillas, con el culo sobre tus piernas y mirando hacia arriba con la boca bien abierta!

Al incorporarse ella, pude comprobar que de su vajina colgaba un fino hilo de color azulado; ante mi estupor, separó un poco sus piernas y con su dedo índice y pulgar tiró del hilo sacándose un ocre e hinchado tampón. ¡Se había corrido y meado con ello dentro!

– Tienes suerte de que hoy sea mi último día de regla, de todas formas ya te acostumbrarás a complacerme incluso aunque sean los primeros.

Y llevando el hinchado y chorreante tampón hacia mi boca, lo fue introduciendo, hasta dejar únicamente por fuera el cordelito azul, como si de una bolsita de té se tratara, depositada en el interior de una taza.

– ¡Pasad chicas! Vosotras me vais a ayudar con el agua del té.

Las cuatro me rodearon, y una tras otra fueron escupiéndome en la boca hasta llenarla casi por completo con su saliva.

– ¿Cómo veis de cargado el té? Personalmente creo que habría que darle un poco más de color.

Y levantando la segunda tapa de la taza, mi Ama Rosa me obligó a sentarme en el suelo, apoyando la espalda en el retrete y echando la cabeza hacia atrás.

–Cuando terminemos, quiero que tu boca esté completamente llena.

Se pusieron en fila, y una tras otra fueron poniendo sus piernas a ambos lados de mi cara, soltando sus meados en el interior de mi boca, consiguiendo desbordarla con los primeros chorros, ya que no me atrevía a tragar nada por si acaso. Con mi boca abierta y con sus orines rebosando por ambos lados de mi cara, continuaron meándome hasta que la última de mis amas terminó de vaciar su vejiga. Acto seguido, mi Ama Rosa me ordenó colocarme de rodillas, en la misma posición de antes.

– Bien, bien…, esto ya tiene otro color.

Y cogiendo con sus dedos el hilo del tampón que estaba por fuera, lo fue sacando y metiendo en mí boca llena de meadas, recreándose durante unos segundos en ello, hasta que sacándolo del todo me obligó a tragar el líquido amarillo de mi boca.

Era la primera vez que lo hacía, aún así, el sabor ácido que impregnaba mi boca y el cálido líquido descendiendo por mi garganta, no me resultó desagradable, es más, me resultó enormemente placentero.

– A ver tragoncete abre de nuevo tu boca.

Volvió a introducirme el chorreante tampón, obligándome a chuparlo y a mamarlo hasta tragarme todo el líquido que fuera capaz de sacar. Una vez que el tampón quedó bastante exprimido, lo sacó y lo tiró al retrete.

– Bien chicas, gracias por vuestra colaboración. Mi parte del trato sigue en pie, así que, siempre que queráis, os lo prestaré encantada.

Se dio con todas dos besos de despedida y dándole las llaves de las esposas que me ataban los pies se encaminaron hacia la puerta.

–Nos veremos, perrito. –Y cerrando la puerta tras ellas, nos quedamos mi mujer (Ama Rosa) y yo, solos dentro del urinario.

–Muy bien Luis, a partir de ahora si deas ser mi esclavo, vas a hacer todo lo que yo te ordene,…cuando yo quiera…donde yo quiera…y con quien yo quiera. Te someteré a todas las vejaciones que se me ocurran, y te puedo asegurar que mis fantasías son todavía más sádicas que las que has podido ver hoy. Por el contrario, si no estás dispuesto a satisfacer todas mis fantasías, ya puedes ir levantándote y desaparecer de mi vida para siempre. ¿Qué dices?

– Que quiero ser tu esclavo. –musité.

– No estoy muy convencida de que estés preparado para servirme, de todas formas vamos a intentarlo, si en algún momento veo que no te entregas con el suficiente deseo, te echaré de mi vida como si fueras un perro.

Aquello parecía sacado de una película de Tim Burton, todo era demasiado extraño para ser real, mi mujer disfrutando con mi humillación, yo, disfrutando a su vez, de estar sometido ante ella, deseando que aquello durara eternamente. Todo parecía un sueño…–Rosa, no te puedes imaginar las veces que he me he imaginado adorándote como a una diosa

¡¡Plasss!! Una sonora bofetada cruzó mi cara, dejando mi mejilla izquierda ardiendo por el impacto.

–Desde ahora, si queremos que todo vaya bien, yo seré para ti: Ama Rosa. Podrás dirigirte a mí también como "mi Ama", "mi Diosa" o "mi Dueña", nunca de otra forma, así que vete aprendiéndotelo. No me gustaría tener que castigarte para que aprendas a hacer bien las cosas, pero si veo que no pones todo el interés necesario, me veré obligada a hacerlo.

–¡Mira perrito! –y tirando de la correa, acercó mi cabeza al agujero de la taza.

– ¿Ves dónde se ha quedado el tampón? No querrás que se atasque el baño ¿verdad? Pues si quieres ser mi esclavo tendrás que adorar la limpieza casi tanto como a mí, así que empieza por coger ese tampón con la boca y échalo en la pequeña papelera que hay al lado, que para eso la han puesto.

Por suerte, el tampón quedó pegado en una de las paredes, y mientras aspiraba el olor fuerte todas las meadas allí acumuladas, lo cogí entre mis labios, con cierto asco, todo hay que decirlo, y lo deposité en la papelera.

–Muy bien esclavo, creo que tú y yo, a partir de ahora vamos a hacer una pareja perfecta. Y como premio a tu buen comportamiento te voy a permitir que limpies mi coño de todos los fluidos que han salido de él. –Lentamente levantó su pierna derecha, apoyando su pie sobre el borde de la taza.

–¡Vamos, empieza! Y mirándola a los ojos acerqué mi boca a su mojado coño, saqué toda la lengua y colocando la punta sobre el agujero de su culo, muy lentamente fui deslizando la lengua, hasta llegar a su clítoris, pasando por los labios humedecidos de su coño.

–¡¡uhhmm!! Sigue esclavo, sigue haciendo gozar a tu Ama.

Con mis manos comencé a acariciar sus muslos, mientras, con mi cabeza agarrada por sus manos y aprisionada contra su coño, iba incrementando el ritmo de mis lamidas introduciendo completamente mi lengua entre sus labios.

Apenas tardó un minuto en correrse profusamente en mi cara, llenando mi boca con sus densos fluidos vaginales.

Echándome la cara hacia atrás, bajó su pierna de la taza y me agarró con una mano por el mentón. –Así me gusta, que sepas dar placer a tu ama. –Y después de soltarme un gran chorro de saliva dentro de la boca se bajó la falda de la cintura, percatándome en ese instante de la ausencia de sus bragas.

–Te espero en el coche, aséate un poco y despídete de nuestros amigos. –Dicho esto, tiró algo metálico dentro de la taza del baño y me miró con una sonrisa algo perversa… –ahí tienes la llave de tus esposas, si quieres desatarte…ya sabes lo que tienes que hacer.

Y dándose media vuelta abrió la puerta y se marchó.

De repente, me di cuenta que desde que se marcharon las otras tres, a aquel baño podía haber entrado cualquiera, así que inmediatamente metí la mano en líquido amarillo de la taza para coger la llave, abrí con alguna dificultad las esposas y comprobando que no hubiera nadie, me quité el collar de perro y me dirigí a los lavabos para limpiarme rápidamente la cara y las manos. Con algún que otro lamparón amarillo en la camisa, y con el instrumental metido por dentro de ella, salí de los baños y tras despedirme de mis amigos, sin apretones de manos ni besos por miedo a que me olieran o vieran las manchas con detalle, me dirigí hacia la calle, en dirección a donde habíamos aparcado el coche.

Cuando ya estaba llegando al coche pude ver como mi mujer, bueno…mi Ama, se encontraba sentada en el asiento del copiloto fumándose un pitillo. Nunca me había fijado en exceso en su forma de fumar, pero ahora, tal como la veía, parecía una auténtica diosa…mi diosa.

No sabía lo que me iba a deparar a partir de ese momento. La idea de ser su esclavo y estar bajo su dominio, era algo que siempre había imaginado en mis fantasías fetichistas; pero a partir de es instante, ella se había convertido en mi Ama y si quería estar con ella tendría que complacerla en todo…, día… y noche. Aún así, llevado por el gran morbo de todo lo que había pasado y por la imagen de gran diosa que tenía a través del cristal, me fui hacia el coche con la clara intención de seguir con todo aquello.

Después de aquel día, pude comprobar que aquella noche solo fue un pequeño aperitivo de lo que iba a venir a partir de entonces.

(…CONTINUARÁ)

P.D.: Se agradecen los comentarios, sobretodo los críticos. A ver si vamos mejorando

P.D.: Gracias a Gloria, por comentar mi primer relato.