Humillado por las mujeres (1)

Lo que se puede disfrutar siendo dominado y humillado por el género femenino.

Me llamo Luis, tengo 33 años, vivo en una casa a las afueras de la ciudad compartiendo hipoteca a 20 años con la mujer que hasta hace pocos meses era mi novia formal de toda la vida, mi sueldo no supera los 1200 euros y disfruto de un círculo de amigos en el que en la mayoría de los casos son amigos de la infancia.

No me puedo quejar de mi situación económica (mi mujer también trabaja), que aunque no nos permite vivir a capricho, nuestras necesidades quedan suficientemente cubiertas y de vez en cuando nos permite hacer algún viajecillo en vacaciones.

Lo único que hace que vida sea algo diferente a la de la mayoría es el gran fetichismo que rodea siempre a mis fantasías sexuales, cuyo principal ingrediente suele ser la dominación femenina. Me encanta imaginar que soy sometido a los pies de una mujer de talante dominante, obligado a besar y lamer sus botas de tacón alto, a limpiar con mi lengua la porquería de sus suelas, a dejarme introducir hasta la garganta sus afilados tacones, a servirla de alfombra o felpudo para ser pisoteado y pateado a su antojo… en definitiva, ser humillado y tratado como una auténtica basura.

Dentro de mis fantasías fetichistas las relativas a los pies femeninos las tengo cubiertas en cierta manera, gracias a que a mi mujer le vuelve loca las caricias y los masajes en sus pies, dice que es una de sus partes más erógenas (cosa que para un fetichista como yo es de agradecer), y de hecho nuestros mejores polvos suelen estar precedidos de juegos eróticos con ellos.

A la hora de ver la televisión en el salón (sobretodo después de comer) solemos recostarnos en el sillón, cada uno sobre uno de los reposabrazos; ella normalmente acaba totalmente estirada con sus piernas sobre las mías y yo acariciando y masajeando sus pies descalzos; llegados a este punto, si ella no se queda dormida, la posibilidad de que llegue a excitarse con mis masajes y que comience a utilizar sus pies para ponerme cachondo es bastante alta.

Lo primero que suele hacer es posar un pie sobre mi polla (yo suelo estar en calzoncillos) y una vez comprobada mi excitación, fingiendo una cierta sorpresa, empieza su particular masaje con el pie en un movimiento similar al que se hace con una brocha al pintar: hacia abajo con la yema de sus dedos y hacia arriba con el dorso del pie, unas veces recorriendo toda mi polla empalmada y otras recreándose únicamente en mis huevos; a esta técnica suele añadir ligeras presiones con sus dedos o con su talón sobre mi polla ya completamente dura y acompañarlas de pequeños movimientos circulares. A la vez que me practica este masaje con su pie, para ponerme todavía más cachondo, suele usar el otro para acariciarme el pecho, recorriéndolo lentamente y acercándose poco a poco a mi barbilla.

Yo aprovecho para acariciarlo suavemente con mis manos y mientras cruzamos unas miradas lascivas ella comienza a jugar con sus dedos sobre mi boca cerrada, rozándola muy suavemente y presionando sobre mis labios, señal inequívoca de que desea entrar en mi boca; la voy dejando hacer, y siguiéndola el juego voy abriendo lentamente mi boca, permitiéndola introducir sus dedos poco a poco entre mis labios. Empiezo a chupar sus dedos, primero uno a uno, cubriéndolos muy despacio, mirándola con absoluta devoción, después, llenándome la boca con sus dedos y chupándoselos cada vez con más pasión y entrega, aprovechando cada segundo ya que en cualquier momento ella retirará su pie de mi boca y me propondrá terminar en la cama lo que hemos empezado en el sofá.

Los polvos que vienen a continuación no duran mucho, ya que debido a lo calientes que estamos, pasamos directamente a follarnos como posesos.

Nuestra posición preferida es la de ‘tijera’ (como la que utilizan las lesbianas para frotarse el coño), quedando su pierna derecha sobre mi cuerpo y su tobillo a la altura de mi cara, postura en la que con un pequeño giro de mi cabeza me permite besar y lamer su tobillo deslizándome por el lateral de su pie con total devoción; cuando ella ve que le falta poco para correrse dobla ligeramente su pierna colocando el talón de su pie sobre mi pecho dejando los dedos apoyados sobre mis labios, invitándome a contribuir a su orgasmo con una adoración devota de su pie; yo acepto su invitación, comenzando a deslizar mis manos lentamente por su pierna y mientras con una mano acaricio suavemente su empeine (con la otra sigo masajeando su pierna) ella levanta ligeramente el talón de mi pecho facilitándome la introducción sus dedos en mi boca para poder chupárselos con comodidad y lamérselos con suma delicadeza incluso entre sus dedos; así continuamos hasta que anuncia entre gemidos su inminente corrida, y como en alguna ocasión me comentó que sus orgasmos son más intensos cuando siente en su pie la humedad de mi boca, inmediatamente la abro al máximo, y ella aceptando mi ofrecimiento, comienza a deslizar su delicado pie entre mis labios presionando con fuerza hasta conseguir introducirlo casi hasta mi garganta; con mis manos sigo acariciando su pierna y lo que queda visible de su pie y entre grandes gemidos ella consigue alcanzar su deseado orgasmo.

Tras su corrida y sin sacar el pie de mi boca, no tardo en alcanzar yo también el mío, quedando los dos tendidos sobre la cama, sin movernos, con su pie ya fuera de mi boca y disfrutando de ese momento de paz que siempre hay después de un gran polvo.

Si bien, para un fetichista como yo, este tipo de juegos sexuales con los pies de mi mujer me hacen disfrutar enormemente, solo satisfacen una mínima parte de mis fantasías. Nunca he intentado hablar con mi mujer sobre mis fantasías relacionadas con la humillación, se me hacía difícil que ella pudiera entender que mi mayor fantasía era estar a los pies de una mujer, complaciéndola en todos sus caprichos y cuantos más denigrantes, mejor. De todas formas yo tampoco veía a mi mujer de dominatriz cruel que disfrutara humillando y sometiendo a los hombres a su antojo, aunque físicamente pudiera dar el perfil no daba esa imagen de mujer dominadora.

A sus 38 años mi mujer se conserva estupendamente: con sus 1’75 de estatura disimula bastante bien las incipientes cartucheras, que para esta edad es casi inevitable, y con sus sesiones de gimnasio consigue que, aunque no tenga un estómago plano ni un culo firme como una veinte añera, pueda ponerse ropa provocativamente ajustada, con escotes de vértigo y con minifaldas que permiten comprobar que sus piernas todavía tienen mucho que decir, sobretodo cuando le da por ponerse sandalias o botas de tacón alto. No son muchas veces las que se viste de esta forma, cada vez menos, pero cuando lo hace no puedo evitar pensar que igual no sería tan mala idea comprobar si ella disfrutaría llevando a la práctica este tipo de fantasías.

Aunque alguna vez tenga este tipo de dudas enseguida las quito de mi cabeza por parecerme descabelladas y como la mayor parte de la gente fetichista me conformo con masturbarme mucha imaginación, recreando situaciones morbosas, viendo vídeos y fotos y leyendo relatos pornográficos.

Sin embargo, como ocurre en la mayoría de las ocasiones, sucede algo inesperado que hace que tu vida de un giro de 180 grados y tome un rumbo que de otra forma nunca habrías decido escoger.

Un buen día mi mujer y yo quedamos con unos amigos, de esos de toda la vida, para salir por la noche; nunca fueron santo de mi devoción pero de vez en cuando los veíamos porque mi mujer no quería perder del todo el contacto con ellos.

Con gran excitación y sorpresa para mí, pude comprobar que mi mujer (Rosa) se había puesto la ropa de guerra: un vestido negro corto de estos que se ajustan al cuerpo, sin tirantes y sujetado únicamente con una doble cinta que salía de su escote cruzándose por delante del cuello y dando la vuelta por detrás de la nuca; el vestido le llegaba hasta la mitad del muslo más o menos y sus estupendas piernas eran realzadas por unas botas negras acharoladas acabadas en punta y con un tacón fino, que sin ser demasiado alto, la hacían parecer más esbelta de lo que era en realidad.

Fuimos a cenar y después de bebernos unos chupitos en la sobremesa nos acercamos a tomar unas copas a una macro discoteca de moda que habían abierto a las afueras. Habíamos dejado de ir a discotecas hacía tiempo, pero ese día, entre el vino y los chupitos estábamos bastante contentillos y queríamos recordar viejos tiempos.

Nada más entrar en la discoteca nos dimos cuenta que superábamos con creces la media de edad de la gente que había por allí. La discoteca era impresionantemente grande. Era una nave industrial situada a las afueras de la ciudad y que había sido reacondicionada unos meses atrás. Desde la entrada se podían ver cuatro pistas de baile agrupadas en forma de cuadrado, un poco más allá de lo que era el centro de la discoteca; entre las pistas se ubicaba una barra circular donde la gente podía ir a pedir sus copas sin tener que abandonar el sitio de baile.

La zona que había desde la entrada hasta las pistas estaba destinada a la gente que prefería sentarse con sus copas para charlar y observar todo con más comodidad; en los laterales se situaban dos interminables barras, que llegaban casi hasta el fondo de la disco, donde espectaculares chicas servían copas ligeritas de ropa y provocaban intencionadamente a todos los tíos que se acercaban a consumir. Al fondo, detrás de las pistas, se encontraba alguna barra más, pero era una zona bastante menos iluminada y no se podía ver con claridad; probablemente por allí estarían camuflados esos reservados donde la gente iría a magrearse sin ser vista.

Una vez dentro, como en la mayor parte de los grupos de amigos, los tíos acabamos por un lado y las tías por otro. En nuestro caso los tíos nos fuimos a la barra de un lateral a pedir unas copas y ellas se lanzaron como posesas hacia la zona de baile. Una vez conseguimos alcanzar la barra y que una despampanante camarera nos sirviera las copas, nos pusimos a observar el ganado que se movía por allí.

  • ¡Joder! como visten a las niñas de hoy, pero si se les ven las bragas a todas. A Pedro se le veía que empezaba a emocionarse con lo que estaba viendo por allí.

  • Ja, ja, ja, quien las hubiera pillado cuando teníamos 18. Julio, siempre era el que le reía las gracias a Pedro, y aunque no era un mal tío, esa actitud de peloteo continuo a Pedro me repateaba el estómago.

Yo me limité a sonreír sin quitar la vista de las tías que pasaban delante de nosotros, y con un escueto –ya te digo– dejé bien claro que no tenía intención de conversar demasiado con ellos.

La mayoría de las tías iban calzadas con impresionantes botas (en plataforma, con suela fina, con tacones de aguja, con tacones de base más ancha, con las punteras cuadradas, redondeadas, puntiagudas…, hasta medio muslo o por de bajo de la rodilla…, en fin, para todos los gustos) y con atrevidas sandalias de tacón, a través de las cuales se podían ver perfectamente sus dedos con las uñas perfectamente pintadas; vestían siempre con ropas provocativas (normalmente con minifaldas muy cortas y tops ajustados) marcando sus curvas y dejando ver con generosidad sus bien desarrollados atributos. Todo este gratificante panorama hizo que poco a poco mi imaginación empezara a funcionar haciéndome cada vez menos discreto a la hora de mirarlas.

  • Oye, Julio y yo nos vamos a la pista a rozarnos con alguna pervertida a ver si se pone cachonda ¿te vienes?

  • Ja, ja, no gracias, prefiero acabarme la copa aquí tranquilamente, ya me acerco después, no os preocupéis por mí.

  • Vale campeón, pero cuidado con estas zorritas, no te vayas a calentar demasiado a ver si te va a dar un infarto.

De vez en cuando Pedro tenía su punto gracioso y reconozco que me he reído muchas veces con él, pero cuando están los dos juntos se me hacen un pareja insoportable. Y tras un –vengaa, hasta ahora–, desaparecieron entre la gente en dirección a la zona de baile. Yo me quedé allí apoyado contra la barra, retomando mis pensamientos y alimentando mis fantasías con lo que estaba viendo.

Me llamó especialmente la atención un grupo de tres chicas que pasaron delante de mí. Una de ellas era de raza negra, su pelo era corto pero completamente trenzado y de color oscuuro, debía medir por lo menos 1'85 de altura, con un cuerpo bastante trabajado, de lo que deduje que debía practicar algún deporte o ir asiduamente al gimnasio. Sus piernas eran impresionantes, unos poderosos muslos se dejaban ver al finalizar su vestido negro, de esos elásticos que se ajustan a todo el cuerpo, envolviendo su precioso culo redondo; no llevaba medias y sus piernas negras se alzaban sobre unas sandalias plateadas que dejaban ver la belleza de sus pies prácticamente desnudos, vistiéndolos con dos finísimas tiras de cuero, cruzadas en la base de sus dedos y con otra tira rodeando su tobillo y unida al talón por otra más ancha, y todo ello elevándose sobre unos tacones de aguja de los que quitan el hipo.

Las otras dos no tenían nada que envidiarle, eran de raza blanca pero con la piel oscurecida por el sol, con cuerpos no tan musculados como el de la otra pero lo suficientemente robustos como para no tener demasiados problemas a la hora de manejar a los hombres; una de ellas tenía el pelo largo, liso y moreno; la otra también tenía el pelo largo pero era rubio y rizado; ambas tenían los rasgos muy duros y marcados, con cara de pocas amigas; iban vestidas muy similares, ambas llevaban unas minifaldas negras de esas que al andar se mueven con un pequeño vuelo hacia dentro que a mi personalmente me vuelve loco, llevaban también unos tops ajustados por encima del ombligo, marcando sin ningún tipo de pudor los pezones de sus poderosos pechos, las dos calzaban botas de chúpame la punta por debajo de la rodilla, con tacón alto pero no excesivo; las botas de la chica rubia eran de color blanco, acharoladas, las de la chica morena eran de piel de serpiente en un tono tirando a malva. Lo que más me llamó la atención de ellas era la prepotencia con la que apartaban a la gente al pasar, moviéndose entre ella como si fueran las dueñas del mundo.

No pude evitar seguirlas con la mirada; se encaminaron a través de la multitud hacia el fondo de la discoteca donde se encontraba ‘la zona oscura’, que desde allí ya pude comprobar que consistía en cinco barras puestas en línea a lo ancho de la discoteca, detrás de las cuales, supuestamente, estarían las zonas de reservados, separadas por unos tabiques estratégicamente colocados y a las que se accedían por los pequeños pasos que había entre las barras; estas zonas estaban perfectamente camufladas dada la escasa luz que había y la efectiva disposición de las barras a modo de barricada. Terminaron por desaparecer por detrás de la barra que estaba a la derecha del todo.

Continué observando al resto de las chicas que se movían por allí, fantaseando con sus cuerpos, pero aunque estaban todas impresionantes, la imagen de aquellas tres diosas caminando de esa forma entre la gente y perdiéndose poco a poco en la penumbra del fondo, no se quitaba de mi cabeza; finalmente me dejé llevar por el gran morbo que me habían despertado y decidí encaminarme hacia esa zona de la discoteca por donde ellas habían desaparecido y seguir alimentando mis fantasías con lo que pudiera encontrarme allí.

Cuando ya estaba llegando a la barra pude ver con gran satisfacción que mis tres musas estaban al otro lado de la barra, en la esquina izquierda que formaba la barra con el tabique de separación, justo al otro extremo de donde se encontraba el paso de acceso.

Mi corazón empezó a acelerarse y con gran nerviosismo crucé el paso, situado a la derecha de la barra y muy cerca de la puerta de los baños que estaban en el lateral; y girando a la izquierda me senté en el taburete más cercano a la entrada, a unos cuatro metros de donde estaban ellas. Después de unos segundos, armándome de valor y viendo que me ignoraban profundamente, con mi brazo izquierdo apoyado sobre el mostrador comencé a observarlas con detenimiento. La chica rubia estaba sentada contra la pared, de frente hacia mí, sus piernas cruzadas hacían que la minifalda estuviese subida casi hasta la cintura, consiguiendo que sus piernas fueran todavía mucho más deseables. A su derecha, de pie y apoyada en la barra estaba la negraza, impresionante, fumándose un cigarrillo con aire majestuoso, no pude evitar recorrer sus piernas con mi mirada hasta posarla en sus pies casi desnudos, momento en el que pude ver con gran excitación como tiraba el cigarrillo al suelo y lo aplastaba con la suela de su sandalia girándola en un movimiento de auténtica diosa. La chica morena estaba sentada enfrente de la de color en la misma posición que la rubia, con su pierna derecha cruzada sobre la otra dejándome contemplar sus preciosos muslos y una pequeña sombra que se dejaba ver entre ellos y que no llegaba a tapar la escueta minifalda.

Extasiado por aquel trío de diosas no me percate de la presencia de la camarera.

  • ¿Vas tomar algo o bienes solo a mirar? Me giré sorprendido y mientras intentaba salir de ese estúpido embobamiento, ella, con una mirada desafiante y sin dejar de masticar chicle puso los brazos en jarras y con gran desdén me dijo: "¡espabila!"

  • Pperdón, un Bacardi con cola. La voz me salió muy tenue y sin apenas fuerza, dándome cuenta de ello intenté sobreponerme y con un tono más grave y con algo más decisión puntualicé: "solo con dos hielos por favor."

La chica aún estuvo un par de segundos sin desviar la mirada, después se dio la vuelta y se puso a buscar la bebida. La chica sin ser tan espectacular como las otras no estaba nada mal. Su pelo era de color castaño con trenzas en plan rasta, no muy largo y echado hacia atrás, tenía varios pearcings en la cara: un aro en la ceja, uno incrustado en la aleta izquierda de su nariz, otro también incrustado debajo del labio inferior y otro, que se podía ver cuando masticaba chicle, en la punta de la lengua. Llevaba puesto un top blanco de esos que se atan por detrás de la nuca, tapando escasamente sus pequeños pechos y dejando al descubierto un estómago perfectamente torneado con un ombligo adornado con otro pearcing que lo atravesaba. Sus piernas estaban enfundadas en unos pantalones vaqueros desgastados, de cintura caída y muy ajustados, los cuales, terminaban en forma de campana, llegando casi hasta el suelo y permitiendo ver solamente la puntera afilada de sus zapatos negros y la mitad de un tacón no muy alto pero fino.

La camarera no tardó mucho en servirme la copa y ponerse a recoger copas y a meter vasos en los lavaderos. Mientras, yo me dediqué a echar un vistazo alrededor. A mi derecha (con la barra situada a mi izquierda) se encontraba la zona de sillones y mesas donde en esos momentos no había nadie, pero que seguramente, serían utilizados para algo más que para sentarse.

En ese instante que estaba yo en plan contemplativo, entró un chico algo timorato, y sin mucha decisión se dirigió al lugar donde estaban ellas, cuando llegó a su altura puso las manos detrás de la espalda e inclinando la cabeza hacia delante se quedó esperando sin decir nada; la diferencia de estatura era evidente, no debía llegar al 1’70 y además no era de constitución ancha. Estuvieron ignorándolo durante unos minutos hasta que las tres, dirigiéndose a él, empezaron a humillarlo con insultos y desprecios, riéndose de él sin compasión; ante mi sorpresa, la chica de color le agarró por el pelo atrayéndolo hacia ella, y obligándole a mirarla a la cara, le lanzó un escupitajo en toda la boca. El chico ni se inmutó, no dijo nada, pero continuó sin bajar la vista.

  • Deberías ser más agradecido con el trato que te damos, ¡capullo! A continuación le soltó una bofetada que le hizo girar la cara y volviendo la cara a su sitio se atrevió a decir unas palabras: "Gracias ama, no soy digno ni de ser usado como escupidera, te suplico que tengas la bondad de permitirme disfrutar del néctar de tu saliva cubriendo con ella mi despreciable cara."

-¡Eso está mejor!, pero te recuerdo que eres el esclavo de las tres y debes mostrarnos el mismo respeto a todas. A continuación el chico se arrodilló lentamente en medio de sus tres amas y mirando sumisamente a las botas de su ama rubia continuó diciendo: "…este humilde esclavo os suplica que aún sin ser digno de ello… ¡cállate y levanta tu asquerosa cara", el chico totalmente entregado, calló sin rechistar, echando su cabeza hacia atrás, mientras, sus amas ya puestas en pie comenzaron a escupirle de forma indiscriminada y sin ningún tipo de compasión cubriéndole la cara de saliva; incluso de vez en cuando sorbían por la nariz para pasar sus fluidos a la garganta y después de llevarlos a la boca con ese sonido tan repugnante se lo escupían; la saliva se deslizaba lentamente por su cara hasta acabar chorreando en su camiseta o en el suelo. De vez en cuando utilizaban sus bebidas para recargar sus bocas y después de unas pequeñas gárgaras se lo escupían como si fueran un sifón.

No me podía creer lo que estaba viendo, siempre había disfrutado fantaseando con este tipo de situaciones humillantes, pero nunca hubiera imaginado que podría encontrármelas en la vida real. Francamente no sabía que hacer, por una parte estaba acojonado de estar tan cerca de la escena, pero en cambio el tener delante de mí esa fantasía que siempre había soñado, hizo que me quedara pegado al taburete, completamente empalmado, contemplando sus movimientos como si de un película se tratara.

Después de unos largos minutos de insultos, carcajadas y escupitajos, habiendo acabado con sus bebidas y volviendo a sentarse en sus taburetes, la diosa de ébano, que continuó de pie, le obligó a levantarse y a pedirle a la camarera otra ronda de copas. El chico se incorporó y se acercó a la barra con su cara chorreante de saliva.

-Por favor, ¿podría ponerme otras tres copas…para mis… amas? La camarera miro a sus tras amas como pidiendo permiso y ante su aprobación, lo miró a los ojos y se sacó el chicle con una mano.

-¡Abre la boca! y después de ensalivar durante unos segundos, le soltó un escupitajo en el interior de su boca. A continuación, se volvió a meter el chicle en la boca, se dio la vuelta y cogiendo tres vasos, los posó sobre la barra y sirvió las bebidas de las botellas que ya tenía sobre el mostrador. Él sacó un billete de 50 € del bolsillo, y con él en la mano, se la quedó mirando con miedo.

-¿Cuánto le debo?, ella sin mediar palabra cogió el billete, lo metió en la caja registradora y sin sacar nada de cambio regresó.

  • ¡A ver come mierda!, ¡abre tu asquerosa boca que voy a darte la vuelta!; y mientras él iba abriéndola, ella con el chicle entre los dientes comenzó a estirarlo con los dedos, a continuación lo sacó de la boca y moviéndolo como si fuera un péndulo delante de la cara del chico lo lanzó al suelo junto a los pies de sus amas.

-No pensarías que te lo iba a dar de mi mano ¿eh?, ¡a qué esperas!, ¡tírate al suelo como un gusano y límpialo, vamos!, ¡que no quede ni rastro!

Justo donde había caído el chicle se encontraba un pequeño barrizal de suciedad y saliva. Cuando ya se encontraba tumbado con las manos a la espalda y con la boca cerca del chicle, su ama morena le puso la punta de su bota de piel de serpiente delante de la boca impidiendo que comenzara.

  • ¡No tan deprisa, esclavo! Vamos a ver si eres buen come mierda y te haces merecedor del título de ‘perro come mierda’. Acto seguido apartándolo con un empujón de su bota empezó a amontonar colillas ya pisoteadas y restos de comida (en la barra se veían pinchos de todos los tipos: de tortilla rellena de lo que quisieras, de gulas, de chorizo, de bonito con mayonesa…) que se le habrían ido cayendo a la gente al suelo a lo largo de la noche. Una vez consiguió juntar porquería del tamaño de un plato de postre y ocultando el asqueroso chicle, las tres amas se agacharon y comenzaron a escupir sobre ese amasijo de mierda hasta cubrirlo por completo de saliva.

-¡Vamos gusano apestoso, coloca tu boca sobre este manjar y suplícanos que te dejemos disfrutar de esta deliciosa comida! De inmediato con las manos a la espalda se arrastró por el suelo hasta colocar su boca casi en contacto con aquella masa inmunda.

  • Este perro come mierda os suplica que me deis permiso para saborear este exquisito manjar que habéis preparado con tanto...

  • ¡Calla y come, perro asqueroso! La mujer de color no le dejó acabar y poniendo un pie sobre su cabeza la apretó contra el suelo hundiendo su boca en aquel amasijo.

No se como no echó hasta la primera papilla; entre arcada y arcada el chico iba cogiendo con sus labios las babeantes colillas y una a una las iba metiendo en la boca para tragárselas con disimulada mueca de asco. Los restos de comida eran más difíciles de coger por lo que tenía que succionarlos como si fuera una aspiradora humana.

Cuando ya únicamente quedaba el chicle con algún resto de comida y alguna que otra colilla, su diosa rubia se puso de pie.

  • ¡Aparta perro asqueroso! El chico, con permiso del pie de su ama negra que tenía sobre la cabeza, se retiró unos centímetros y pudo observar como su ama rubia volvía a reagrupar los restos que quedaban sobre el ya sucio chicle y con la suela de su bota blanca y con el mismo movimiento que se usa para apagar una colilla en el suelo (levantando ligeramente el tacón de su bota y pisandolo con unos pequeños giros sobre la suela) aplastó todo contra el suelo desbordándose parte de la masa por fuera de la suela. Una vez la rubia termino de 'amasar' aquello se volvió a sentar cruzando las piernas dejando por encima la pierna de la bota que había utilizado. En el suelo apenas quedaron un par de colillas en medio de aquel barrizal.

  • ¡Vamos, acaba con lo que hay en el suelo que luego viene lo mejor!

El chico volvió al ataque, comiéndose las dos colillas que quedaban y limpiando con su lengua la suciedad mezclada con saliva que aún quedaba en el suelo.

-¡Ya está bien, ahora arrástrate ante mí y ponte de rodillas cuando te lo ordene! Con sus manos a la espalda fue reptando por el suelo hasta llegar a la altura de la bota con la que estaba pisando y con un lado de la cara apoyado en el suelo sacó su lengua sumisamente y empezó a lamer la punta de su bota. Después de unos minutos de adoración en los que las tres chicas aprovecharon para encender unos cigarrillos, la diosa rubia decidió continuar con la diversión.

-¡De rodillas, y que no se te ocurra quitar las manos de la espalda! Como pudo, revolviéndose en el suelo, consiguió ponerse de rodillas delante de su otra bota. "¡vamos saca tu lengua y empieza a lamer, la suela la dejaremos para el postre!"

La imagen de aquel chico, lamiendo y acariciando con sus labios las botas de aquella diosa mientras ella daba caladas a su cigarrillo con aire dominante, era increíblemente excitante para un fetichista como yo. Estaba realmente cachondo y mi polla estaba a punto de reventar. Lo que no entendía muy bien es como dada la poca distancia que había entre ellas y yo, todavía no me habían dirigido ni una breve mirada.

El chico continuó lamiendo desde la punta hasta la parte alta de la bota subiendo y bajando por todos sus rincones.

  • Muy bien perrito, es hora de que te tomes el postre, coge mi pie entre tus manos y levántalo hasta poner la suela delante de tu boca.

Así lo hizo, y cuando tuvo la suela a la altura de su cara pudo comprobar que pegado a ella se encontraba el vomitivo chicle junto con alguna colilla aplastada y bastantes restos de comida también aplastados.

  • ¡Vamos, empieza a comer de mi suela, pero ni se ocurra tragártelo! Con mucho cuidado fue recogiendo con su boca los restos que había allí pegados; a medida que iba llenando su boca de porquería le costaba cada vez más almacenarla sin poder tragar. Con la boca casi llena de su propia saliva y de los restos de colillas y comida, comenzó la tarea final de despegar el chicle de la suela. Empezó con los labios después siguió haciendo presión con la lengua intentando despegarlo y finalmente tirando de él con los dientes. Después de un trabajo arduo, consiguió quitar el chicle y mantenerlo en el interior de su boca.

  • Muy bien perrito, vuelve a poner las manos en la espalda, y pon la cara hacia arriba, con la boca bien abierta, ¡ah!, y ni se te ocurra tragar algo.

La diosa de ébano miró desde su altura el interior de la boca de su esclavo y comentó: "yo creo que en este vertedero todavía podemos echar más mierda". Acto seguido cogió un cenicero medio lleno de colillas y lo vació en su boca.

El pobre chaval aguantaba estoicamente el tratamiento que estaba recibiendo y con gran control de su garganta y de su nariz, consiguió no tragarse nada y continuar respirando, que no era poco.

  • ¿Todavía tiene hueco para más? La camarera salió de detrás de la barra con un pincho de tortilla de chorizo en la mano. "Por supuesto" las tres amas respondieron a coro; la camarera no lo dudó y se metió un gran trozo de pincho en la boca, estuvo masticándolo unos cuantos segundos y cuando ya creyó que era suficiente empezó a soltar lentamente la tortilla a medio masticar en el interior de la boca del pobre chico y después de enjuagarse con su propia saliva para quitarse los restos de comida de entre los dientes terminó escupiendo en su cara.

Después de una gran carcajada regresó al interior de la barra.

Su diosa negra, no contenta todavía, comenzó a dejar caer sobre la boca de su esclavo toda la saliva que ella había conseguido acumular durante la actuación de la camarera, fue impresionante, aquella mujer no dejaba de soltar saliva por aquella boca; cuando ya solo colgaba un pequeño hilo de saliva, acabó lanzando un escupitajo sobre su cara.

-¡Échate al suelo, boca arriba, y con la cabeza a la altura de mis pies!, ¡que pueda ver perfectamente la basura que tienes en tu boca! Mientras él se colocaba en esa posición las otras dos se levantaron y se pusieron una a cada lado de su estómago.

Una vez que el chico se colocó en la posición que le había ordenado, una por una se fueron agachando para meter sus cigarrillos todavía encendidos en su boca. Cuando su ama de color terminó de incorporarse se apoyó con los codos y la espalda en la barra y levantando el pie izquierdo sobre la cara de su esclavo introdujo la punta de su afilado tacón en su boca.

  • ¡A ver si lo entiendes a la primera!, vas a cerrar tus labios entorno a mí tacón, y yo voy a ir introduciéndolo poco a poco hasta que quede completamente dentro, y cuando yo te lo ordene comenzarás a tragártelo todo con mi tacón dentro de tu boca, ni que decir tiene que ni se te ocurra abrir en ningún momento la boca porque te reventamos a patadas.

Acto seguido, el chaval cerró sus labios contra el afilado tacón, y lentamente, su diosa negra fue introduciéndolo hasta llegar casi a su garganta; cuando el tacón estuvo completamente dentro su ama le ordenó que empezara: "¡traga ya!"

Era increíble la capacidad que tenía aquel muchacho para no vomitar todo aquello, ellas lo sabían y no tardaron en ponéroslo todavía más difícil.

Sus dos amas apresaron contra el suelo, cada una con uno de sus pies, los brazos de su esclavo, y su ama morena, con gran decisión, levantó su pierna libre y le asestó un pisotón en pleno estómago. El chico lo encajó como pudo: involuntariamente del golpe, su cuerpo tendió a encogerse y su cabeza a levantarse; y tras unas cuantas arcadas y sin soltar el tacón que lo aprisionaba, recobró la calma y volvió a su posición horizontal.

Su diosa morena, todavía con su bota de piel de serpiente sobre su estómago, comenzó a apoyarse únicamente con su tacón, presionando cada vez con más intensidad hasta que cogida de las manos de la ama rubia, se subió al estómago de su esclavo, clavándole sádicamente el tacón de su bota.

  • ¡Vamos, sigue tragando como un perro!

Se le veía ya con la cara roja del gran esfuerzo que estaba haciendo por soportar la presión del tacón en su estómago. Además esa presión le dificultaba enormemente el poder tragar e incluso el poder respirar.

Después de unos minutos interminables para él, el ama que tenía sobre su estómago, sin soltarse de las manos de la rubia se bajó apoyando primero el pie que tenía en el aire y a continuación quitando de su estómago el otro.

  • ¿Acabaste de comer, perro?, ¡ah, que no puedes hablar!, bueno, si has acabado de tragártelo todo, con tu mano libre acaricia la pierna que tengo sobre tu boca hasta llegar a la punta de mis dedos.

Con un movimiento lento levantó su brazo izquierdo y le acarició la pierna.

  • Muy bien perrito, ahora abre bien tu boca y empieza a sacar tu lengua para limpiarme, eso sí, la lengua la quiero quieta.

Con el tacón completamente dentro, abrió su boca y como pudo sacó la lengua todo lo que daba de sí. Ella empezó a deslizar la punta del tacón por la lengua de su esclavo hasta sacarlo de su boca, dejándolo apoyado sobre su lengua. A continuación fue pasando la suela de su sandalia por su lengua, repetidas veces hasta dejarla prácticamente seca.

-¿Me permitís acabar a mí? La camarera volvió a pasar por debajo de la barra enfundada en unos guantes de goma de esos para limpiar suelos y con una bayeta negra de suciedad. "Acabo de limpiar el suelo de la barra y me gustaría que quedara también limpio lo de fuera" y con una sonrisa malévola tiró la bayeta al suelo, puso su pie derecho sobre ella y como si fuera un patín comenzó a limpiarlo; la verdad es que daba un poco de asco el barrizal que se ha había formado entre la suciedad, la saliva, las bebidas que le escupieron y demás porquería acumulada; de vez en cuando daba la vuelta a la bayeta con la punta de su zapato para utilizar todas sus partes.

No entendí muy bien las intenciones de ella con aquello, pero más tarde comprobaría que su grado de crueldad era casi mayor que el de ellas.

Después de pasar la bayeta por todo el suelo incluido la zona pegada a la barra que es donde más colillas y mierda se acumulan, con sus manos, agarró la bayeta cogiendo con ella toda la porquería que había conseguido recoger y haciéndola una bola se dirigió hacia el muchacho dejándola al lado derecho de su cara. Pasó su pierna izquierda por encima de él colocando su pie al otro lado, a la altura de su hombro; levantó el otro pie dejándolo en el aire sobre su cara todavía llena de saliva.

¡A ver, comedor de mierda, abre tu asquerosa boca y saca tu lengua de perro! Una vez hizo lo que le ordenó, la camarera empezó a limpiarse la suela del zapato en su lengua. Cuando creyó que era suficiente, levantó ligeramente la pierna y dobló su pie, apuntando con la punta de su zapato (como si fuera a darle una estocada) hacia su boca.

  • ¡Abre bien la boca y ni se te ocurra meter la lengua!

Sin darle tiempo a más y tirando de los pantalones un poco hacia arriba, introdujo la punta de su afilado zapato hasta meterlo casi totalmente en su boca. Estuvo con el pie metido en su boca casi un minuto.

-Voy a sacar el pie de tu boca, así que aprieta con fuerza y succiona mi zapato con ganas.

Con su lengua deslizándose por la suela, aquel sumiso chupaba intensamente el zapato de su ya otra ama; una vez sacaba el zapato de su boca volvía a metérselo hasta adentro: la frecuencia fue aumentando poco a poco hasta parecer que se lo estuviera follando por la boca. Cuando se cansaba de fallárselo con la punta de su zapato continuaba follándoselo con el tacón, así durante largos minutos. Terminada la limpieza de su zapato se sentó sobre su pecho con las rodillas apoyadas sobre los brazos que su esclavo mantenía pegados al cuerpo y con sus manos enfundadas en esos guantes de goma, comenzó a torturarlo cruelmente.

-Así que estás entrenado para no vomitar hagan lo que te hagan, espero que eso sea cierto porque si no te reviento la cara a golpes, ¡abre la boca y saca la lengua, cerdo, y procura controlar tus arcadas! A continuación, con su mano izquierda, comenzó a estrangularlo ligeramente, mientras, con dos dedos de su otra mano, iniciaba un juego cruel en el cuál introducía sus dedos hasta la garganta, moviéndolos para provocarle arcadas. Tardó unos segundos en conseguir que tuviera una.

-¿Te repugnan los dedos de tu ama? Y sacando los dedos de su boca le dio una sonora bofetada. Dirigiéndose a la chica de color le dijo: "¿me puedes acercar el cenicero que tienes detrás?"; la diosa negra se giró y pudo comprobar para su satisfacción que la camarera se había molestado en recolectar ceniza y tabaco desmigado de todos los ceniceros que pudo, llenándolo casi hasta arriba. "podéis escupir en él si queréis"; la chica de color, sin dudarlo echó su aportación de saliva pasándoselo a sus dos compañeras, colaborando ellas también con una gran donación de saliva; una vez acabadas tres rondas le pasaron el cenicero a la camarera.

  • Yo que tú me replantearía tener otra arcada. Y soltando gran cantidad de saliva en el cenicero comenzó a usar los dos dedos de antes para mezclar la saliva con la ceniza, formando un engrudo de lo más asqueroso. Una vez terminada la masa untó sus dedos completamente y los introdujo solo hasta la mitad de su abierta boca.

  • ¡Límpialos y que no quede nada! Inmediatamente, su perro esclavo levantó ligeramente la cabeza hasta introducirse los dedos de su ama por completo y cerrando suavemente la boca con un gesto de auténtica repulsión, deslizó sus labios lentamente, acariciando sus dedos, succionándolos durante todo el recorrido y recogiendo de esa forma la mayor parte de lo que manchaba sus dedos; una vez llegaba con su cabeza al suelo ella los retiraba lentamente y mientras volvía a untarlos, él aprovechaba para tragar lo que había limpiado (con una indescriptible cara de asco) y abrir la boca de nuevo para ella.

  • Muy bien perrito, vamos a seguir así hasta que te lo termines todo, como un buen perro que eres. Y así siguieron, él chupando con asco sus sucios dedos de goma y ella untando sus dedos de ceniza y saliva. Después de rebañar el cenicero por última vez ordenó a su esclavo lamerlos y chuparlos durante un buen rato.

Sin más le volvió a dar una bofetada y apoyó el cenicero en su boca.

  • ¡Lámelo y que quede bien limpio! El chico sacó su lengua y como hacen los perros cuando les pones el envase de un yogurt vacío en el hocico, empezó a moverla en todas las direcciones, lamiendo toda la superficie y todos los bordes, hasta que su ama quedó satisfecha.

  • Espero que hallas aprendido la lección y no desprecies mis dedos, y obligándole de nuevo a abrir la boca y a sacar la lengua posó el cenicero en el suelo y retomó el juego que había empezado antes, introduciendo sus dedos otra vez hasta su garganta y estrangulándolo ligeramente con su otra mano. Los movimientos de sus dedos en su garganta se hacían más intensos, jugaba sin piedad con su campanilla y apretaba la parte de atrás de su lengua para conseguir introducirlos todavía más adentro. Después de unos minutos viendo la gran resistencia de su esclavo comenzó a estrangularlo con mayor fuerza, consiguiendo, por la falta de aire y la presión de sus dedos en el interior de la garganta, provocarle una gran arcada, evitando él, con un gran control, que acabara vomitando en las manos de su ama.

Sin soltarle la garganta sacó los dedos de su boca y le propinó una fuerte bofetada que le hizo chocar con el otro lado de su cara en el suelo.

-¡Perro de mierda, si me llegas a vomitar te mato a ostias!, ahora si que vas a paladear lo que te mereces.

Lo que vino a continuación terminó de aclararme el por qué de haber limpiado el suelo de esa manera.

La cruel camarera desplegó aquel gurruño de bayeta empapada y la estiró completamente en el suelo dejando ver sobre ella un montón de colillas y restos de comida (restos de gulas, trozos pequeños de lechuga ennegrecida con restos de mayonesa, restos de tomate aplastado…) y todo ello sobre una mugrienta bayeta amarilla que había pasado a ser negra de la suciedad que tenía.

-¡Abre la boca, y no tragues hasta que yo te lo ordene! A continuación con su mano derecha fue haciendo montoncitos con la basura de la bayeta y cogiéndolos con los dedos, los depositaba en el interior de la boca de su esclavo. En unos segundos dejó la bayeta sin restos sólidos y cogiéndola por una esquina cogió la chorreante bayeta izándola a un par de centímetros sobre la boca de su perro. El líquido que rezumaba de la bayeta era prácticamente negro y durante unos segundos fue un continuo hilo de líquido asqueroso lo que caía dentro de su boca; cuando ya solamente caían unas pocas gotas, agarró con su otra mano la bayeta, justo por debajo de la mano que la sostenía, estrujándola en un movimiento descendente hasta llegar al extremo inferior de la bayeta; el líquido negro cayó en su boca como si de una pequeña cascada se tratara, llenándola casi completamente.

-¡Vamos cabrón, traga esa basura! Y apretándole de nuevo la garganta para ponérselo todavía más difícil, le obligó a tragarse toda esa mezcla asquerosa. Cuando acabó de tragar, dejando la bayeta en el suelo le obligó a limpiarle los guantes con su lengua. Con los guantes ya limpios cogió la bayeta, se la restregó por toda la cara y ordenándole que abriera la boca le metió la mugrienta bayeta. "Como se te caiga te la hago tragar". Dándole una fuerte bofetada se levantó; "hasta otra, perro come mierda" y tras una sonora carcajada le dio un violento pisotón en el estómago y a continuación se fue detrás de la barra.

La chica negra se giró hacia la barra donde estaba la camarera.

-Nos ha gustado muchísimo tu actuación, nos encantaría que vinieras a una de nuestras fiestas, te aseguro que lo pasarás en grande.

La camarera cogió una tarjeta de visita que tenía debajo de la barra y con una leve sonrisa se la dio.

-Mi nombre es Ama Silvia y el teléfono está en la tarjeta, llamarme cuando queráis.

-El mío es Ama Venus.

La chica rubia se desplazó un poco a su izquierda y poniendo la suela de su bota blanca en el cuello de su esclavo dijo: mi nombre es Ama Lidia.

La chica de pelo moreno dándole un tremendo pisotón en el estómago dijo también su nombre: Ama Nuria.

Después de las presentaciones una vez que la chica negra se giró hacia su esclavo, se dedicaron a pisotearlo con violencia y a saltar sobre su estómago durante unos cuantos minutos. Cuando acabaron de pisotearlo su Ama Lidia levantó el pie de su garganta.

-Ahora levántate y vete a por tu correa ¡rápido! El chico se levantó torpemente y corriendo, fue hacia los sillones, cogió su correa y volvió para postrarse ante ellas con las manos extendidas y ofreciendo su correa; su Ama Venus la cogió y se la puso. "¡Andando perro, a cuatro patas!" a continuación las tres amas y su esclavo se encaminaron hacia donde yo estaba, en dirección al paso de salida, y cuando estaban a mi altura el ama de color se inclinó sobre mí y poniendo su cara casi pegada a la mía me susurró con voz pausada y profunda: "tú vas a ser el siguiente".

Un gran escalofrío recorrió mi cuerpo dejándome completamente helado. Una vez que hubieron desaparecido fui recobrando la tranquilidad y ya dudando de que aquello hubiera sido real me en caminé al baño a refrescarme un poco la cara.

(CONTINUARÁ)