Humillado en la cena de fin de año

Si suman el título y la categoría en que pongo el relato, no hay mucho más que aclarar.

Ya faltaba poco para las doce, pero era tiempo más que suficiente para que la velada se echara a perder. Eso pensaba Luciano mientras escuchaba a Adrián fanfarroneando sobre cómo ponía en su lugar a sus subalternos, quienes, según dejaba deducir, le tenían más miedo que respeto.

— Y a vos Luci, ¿cómo te va en el trabajo? —le preguntó Adrián, con la copa de vino acercándose a sus labios, que estaban formando una provocadora sonrisa. A Luciano le desagradaba mucho que lo llamara así. Vio la mirada de los ocho invitados clavadas en él. En algunas de ellas, como en la de Juampi, parecía haber cierta sed de guerra. Pero Luciano prefirió fingir que no se había molestado, y contestar con cortesía.

— Bien. Ahora estoy en un puesto mucho más cómodo. Sólo tengo que estar sentado, prestando atención a unos monitores —respondió, esperando que dejaran de interesarse por  su vida laboral, pues le aburría mucho hablar de ella.

— Qué suerte —dijo Tatiana, la novia de Ricardo.

Lo cierto era que la vida laboral de Luciano no era nada envidiable. Trabajaba hacía cinco años como guarda de seguridad, y hasta el momento no había conseguido un ascenso. Su novia, Sami, en cambio, era una arquitecta de veintisiete años, que se había recibido con el mejor promedio de la clase, y ahora ganaba un sueldo que quintuplicaba al suyo, y además, era ayudante de cátedra en la misma institución que la vio graduarse.

Los comensales, en total, eran diez. Luciano y Samanta habían pasado navidad con la familia de él, y ahora festejarían el año nuevo con algunos amigos. Ya habría tiempo más adelante para visitar a los padres de Sami.

Sin embargo, la realidad era que los presentes eran más amigos de Sami que de él. Tatiana y Rocío, ambas amigas de la adolescencia de Sami, con sus respectivos novios; luego estaban Juampi y Adrián, quienes habían trabado una relación estrecha con la pareja desde hacía pocos meses; también estaba Rubén, un gordito simpático que había hecho la carrera junto a Samanta; y finalmente un chico de apenas dieciocho años, que se llamaba Benito. Este último contrastaba notablemente con los demás, ya que el resto eran todos treintañeros. Según entendió Luciano, era un amigo de Juampi y Adrián. Le pareció fuera de lugar el hecho de que invitaran a alguien que ni él ni Samanta conocían, pero qué podía decirles. Además, el chico no tenía la culpa de nada, probablemente se había quedado sin un lugar donde festejar fin del año el pobre.

Estaban todos vestidos de blanco, cosa que a Luciano le parecía una costumbre estúpida, pero por dar el gusto a su mujer, les siguió la corriente, poniéndose una remera blanca con un pantalón de jean. Samanta estaba hermosa. Y eso que su vestido no era particularmente sugerente. Se trataba de un diseño simple, recto, suelto, sin un escote llamativo, que le llegaba hasta unos centímetros por encima de la rodilla, y por supuesto, totalmente blanco. Pero estando ahí sentada, lo que valía no era tanto el vestido, sino su rostro bien maquillado, sus cabellos rizados recogidos en un coqueto rodete, sus labios sensuales pintados de un rojo intenso, y sus ojos marrones con las pestañas bien arqueadas que le daban una apariencia felina que la hacían irresistible. De las tres mujeres presentes, era la más linda, por lejos.

— Fémur, me pasás el vino, por favor —dijo Juampi, dirigiéndose al más joven del grupo: Benito.

El grupo se había enzarzado en diferentes charlas, dividiéndose en pequeños subgrupos. Era difícil entender lo que decía el que estaba dos asientos más allá, pero cuando Juampi levantó la voz para dirigirse al chico, todos observaron a Benito, intrigados. A Luciano le pareció notar que Samanta insinuaba una sonrisa.

— ¿Fémur? —preguntó Tatiana—. ¿Por qué te dicen así?

Su novio, Ricardo, le dijo algo al oído. Entonces la chica sonrió, y se sonrojó. Luciano no entendió en principio, pues ni siquiera sabía exactamente qué era un fémur, aunque se le hacía que tenía que ver con los huesos. Pero cuando reparó en las sonrisas pícaras de algunos de los invitados, hizo dos más dos, y comprendió.

— Y bueno, algunos nacen superdotados, y otros nos arreglamos con lo que podemos ¿No, Luci? —dijo Adrián, dirigiéndose a la cabecera de la mesa, donde se encontraba el dueño de casa.

Samanta vio cómo la vena del cuello de su novio palpitó, y sus dientes se apretaron. Luciano no dijo nada, pero sintió que Adrián ya se estaba pasando de la raya. Era una de las pocas personas, junto a su novia, que sabían que poseía un pene muy pequeño. Eso le había costado mucho sufrimiento, pues siempre le resultó muy difícil mantener sus relaciones por un tiempo prolongado. Pero esa era la genética que le había tocado. Siete centímetros. Eso era lo que tenía. No llegaba a ser un micropene, por lo que ni siquiera tenía el consuelo de que lo que le ocurría era una malformación. Simplemente la tenía chica. Sintió la mano de Samanta apretando la suya, por debajo de la mesa. En ese momento se tranquilizó, o al menos comenzó a hacerlo.

— Pues no sé cómo la tendrá Luciano —intervino inesperadamente Rubén—. Pero para haber conquistado a Sami, algo debe de estar haciendo muy bien. Miren que en la facultad no le faltaban pretendientes. Y no sólo alumnos…

— No me hagas acordar al viejo Pereteiro —dijo Samanta, aunque el recuerdo del viejo acosador parecía divertirle.

Luciano agradeció en silencio al Rubén. Eso de las fiestas de fin de año tenía esas cosas de verse obligado a compartir la mesa con personas con las que uno no se lleva del todo bien. Para empezar, no había tenido pensado invitar a Adrián y a Juampi, y mucho menos a ese tal Fémur, a quien ni siquiera conocía, pero Adrián se había autoinvitado en el último momento, y él no había sabido decirle que no. Era cierto que en los últimos meses habían estado muy unidos, pero no eran personas tan íntimas como para que estuvieran en ese momento, y de hecho, ni siquiera le caía bien. Pero ya no había nada que hacer.

— Bueno, llegó la hora de brindar —avisó Ricardo.

— ¿Vamos a traer el champagne mi amor? —le dijo Sami a Luciano.

Fueron a la cocina, y sacaron del freezer las bebidas. Ella lo abrazó, y le dio un beso en la boca.

— ¿Estás bien mi amor? —le preguntó. Aunque sabía que la actitud de Adrián lo estaba sacando de quicio. Siempre se había sentido intimidado por él, y el otro, como si fuese un adolescente abusón, no desaprovechaba la oportunidad de burlarse de él.

— Sí —dijo él—. Bueno, en realidad… ¿Te parece bien que me trate así en mi propia casa? —dijo finalmente Luciano, indignado. Después de todo, encima de que había sido tan gentil de haberlo invitado, se burlaba en su cara.

— No, pero ya sabés cómo es —dijo Samanta, y cuando vio que la respuesta no pareció conformar a su pareja, agregó—: Una vez que brindemos, los aguantamos un rato más y los invitamos cordialmente a que se vayan. Acordate que mañana tenemos que ir temprano a lo de mis papás.

Al decir eso le guiñó el ojo de manera pícara. Lo cierto era que irían a lo de sus suegros recién por la tarde, pero era una buena excusa para deshacerse de los invitados. De todas, formas, las amigas de Sami irían a terminar el festejo a una fiesta privada. Seguramente invitarían a Rubén, y también a Adrián y los demás. Sólo debían aguantar un poco más y estarían al fin solos.

— ¡Ay, no! —dijo Sami, cuando Luciano le pellizcó el culo.

Podían decir lo que quisieran de él, pero ese lindo trasero le pertenecía. De todas formas, decidió que esa misma noche le diría a Sami que a partir de ese momento cortaran relaciones con Adrián y Juampi. Ella entendería.

— ¡Ey! ¿Por qué tardaron tanto? —preguntó Tatiana, jocosamente.

Sirvieron en unas elegantes copas el champagne. A Luciano no le gustaba brindar con esa bebida. Desde siempre lo había hecho con sidra. Pero a algunos de los amigos de Sami, les gustaba dárselas de snobs. Por eso era también que de cena había sushi. Él preferiría hacer el tradicional asado. Pero cuando un grupo de millennials de clase media se reunía, no había manera de hacerlos cambiar de opinión. Lo que sí tenía de bueno esa comida, era que resultaba muy liviana, ideal para noches en las que se esperaba tener una buena sesión de sexo, tal como pretendía que sucediera.

Como una broma de mal gusto del destino, sintió un retorcijón en el estómago. Antes de la cena se había comido una tableta de chocolate con almendras ¿había sido eso? Quizás no debió haber mezclado.

Tatiana hizo el conteo. Cuando decretó que era el momento, las diez copas se encontraron en el centro de la mesa, y chocaron. Luciano notó, que cuando Sami y Adrián brindaron, este la comía con los ojos. Luego comenzaron a desearse felicidades, de manera individual, dándose abrazos, y besos en la mejilla. Luciano no perdió de vista a Adrián, quien, al abrazar a Samanta, la estrechó con un fuerte abrazo. Ella arrimó la cara para besar su mejilla, pero él movió el rostro hacia la misma dirección que ella, lo que provocó que sus labios se juntaran.

Sami corrió la cara, y rió, nerviosa.

— Perdón Luci —dijo Adrián—. Fue sin querer.

— Deberías pedirme perdón a mí, imbécil —dijo Sami. Vio a su novio, que estaba a punto de estallar—. No le hagas caso amor, es solo un estúpido.

— Lo que hace el alcohol… ya empezaste a ver doble ¿Eh, Adri? —dijo Rubén, quien había visto la escena muy de cerca.

— Sí, eso es. Creo que tomé de más —comentó Adrián, y recién ahí soltó la cintura de Samanta—. ¡Ey, vamos a ver los fuegos artificiales!

El grupo se había sumido en un silencio tenso que fue salvado por el héroe de la noche, Rubén. Ahora salieron todos al patio de atrás, a ver el espectáculo que se desataba en el cielo. Ricardo, Adrián y Juampi habían comprado pirotecnia, y se dispusieron a encenderla.

A Luciano tampoco le parecía divertida esa costumbre, además que le daba pena los pobre perros que sufrían con tanto ruido. La pareja se quedó rezagada, en el umbral de la puerta.

— Estoy seguro de que lo hizo a propósito —dijo Luciano.

— No seas tonto. Es un idiota, pero no tanto —dijo Sami, tomándolo de la mano.

Luciano sintió un retorcijón más fuerte que el anterior. Haber bebido champagne no había ayudado en nada. Ahora odiaba a esa bebida más que entes.

— Ya vengo —dijo.

Se fue al baño a evacuar. Al terminar de hacerlo, lejos de sentirse aliviado, se dio cuenta de que se encontraba peor de lo que había imaginado. Odió su suerte. Esa noche esperaba disfrutar del hermoso cuerpo de Sami, pero ahora dudaba de que se encontrara en buenas condiciones para hacerlo. Lo único que le faltaba era que le agarrara diarrea mientras cogían.

Cuando volvió al patio, vio que su mujer se alejaba de Adrián, quien la miraba con una sonrisa retorcida.

Cuando se aburrieron de tirar cohetes al aire, volvieron a la sala de estar.

— Bueno, ¿vamos a esa fiesta de las que nos hablaste? —dijo Rubén, dirigiéndose a Tatiana. Por lo visto se había dado cuenta de que la cosa no estaba bien. Era mejor dejar a la pareja en paz, y mientras antes lo hicieran, mejor. Tatiana pareció a punto de objetar, pues era demasiado temprano para ir, pero en el último momento se percató de lo mismo que se había percatado Rubén.

— Claro, ¿Vamos? Están todos invitados —dijo, dirigiéndose al grupito de Adrián.

Se despidieron, deseándose nuevamente un próspero dos mil veintidós. A Luciano le agarró un nuevo retorcijón, esta vez con un fuerte dolor de panza, por lo que tuvo que meterse rápidamente en el baño.

Sami vio cómo los invitados se iban metiendo en el auto, pero en el último momento, Adrián le dijo algo a Tatiana, y regresó a la casa junto con Juampi y Benito, alias Fémur.

— ¿Qué pasó? —

preguntó ella.

— Acá, el cabeza de enamorado se olvidó el celular —dijo Adrián, refiriéndose al adolescente superdotado que lo acompañaba.

— Bueno, decime dónde lo dejaste, que ya te lo traigo —dijo Sami.

— Es que… no recuerdo en dónde lo dejé. Es mejor que entremos a buscarlo.

Algo contrariada, los dejó pasar. Mientras ellos buscaban el aparato, Sami se dispuso a levantar la mesa. Lo primero que hizo fue juntar la pila de platos y llevarlo a la pileta de la cocina. Cuando se disponía a volver al comedor, Adrián apareció, llevando en las manos una bandeja con las copas que había utilizado.

— Qué descortés de parte nuestra no quedarnos a ayudarte a limpiar —dijo, dejando la bandeja en la mesada.

Sami se apoyó en esa misma mesada. Lo miró fijamente, con indignación. Estaban uno al lado del otro.

— Vos te comportaste descortésmente durante toda la noche —dijo—. No me gusta que te burles de mi novio, como si fueras un puto niño que le hace bullyng a su compañero de clase. Lo humillaste cada vez que pudiste.

— Peo si tu novio se humilla solo —dijo Adrián.

Sami le cruzó la cara de un cachetazo. Le gustó ver su lindo rostro de pómulos sobresalientes y ojos verdes, colorado debido al golpe.

Pero Adrián no se quedó impasible. Amenazante, la arrinconó contra la mesada. Su pelvis se apretó en el ombligo de ella, de manera descarada.

— Cortala, no me parece gracioso —advirtió ella.

Pero él no le hizo el menor caso. Usó toda la fuerza de su cuerpo para mantenerla apretada, y evitar que se moviera. Su mano grande y áspera se metió por debajo del vestido.

— ¿Qué hacés? —dijo ella, escandalizada.

Trató de empujarlo, pero el otro era una mole. Agarró su brazo, e intentó zafarse de él, pero no lo hizo retroceder ni un centímetro, más bien al contrario, el grueso y venoso brazo siguió su camino hasta encontrarse con los muslos de Sami.

— No, ahora no quiero —susurró ella.

El vestido se fue arrugando, mientras iba levantándose más y más. Ahora los dedos habilidosos  del hombre se frotaban, demasiado cerca del sexo de ella.

— ¿De verdad te pensás que me voy a ir sin cogerte? —comentó él. Casi parecía una amenaza.

— Pero si Luciano nos ve…

— No te preocupes, el cornudo de tu novio está muy ocupado en el baño. Y por lo que escuché cuando pasé por ahí, tiene para rato —explicó él, soltando una perversa risotada.

— No, esperá. Esto se está saliendo de control. Además, ese chico, Fé… Benito, ¿Quién es?

— Vos sabés quién es —dijo Adrián.

Como si hubiese sido convocado, el adolescente se asomó en el umbral de la cocina. Se apoyó cómodamente en el marco de la puerta, como quien estuviera viendo una película. Lo que veía en cambio, era a la hermosa anfitriona estremecerse mientras Adrián le metía mano. El vestido estaba levantado hasta tal punto, que las hermosas piernas de la mujer aparecían desnudas hasta los muslos. Vio cómo Adrián le decía algo al oído. Ella parecía contrariada, pero finalmente asintió con la cabeza.

Era increíble. Adri se lo había explicado, pero él no terminaba de creerlo, y recién era ahora que se daba cuenta de que lo que le había prometido no había sido una broma. Se acercó a la pareja. Ella todavía estaba algo reacia, no hacía nada. Pero tampoco oponía ningún tipo de resistencia mientras el hombre parecía estar hurgando en su sexo.

De repente Sami se dio cuenta de la presencia de Fémur, y dio un respingo. El chico ya se estaba acercando a ellos. Era un jovencito muy lindo, de ojos azules un poco saltones, delgado y alto, con el pelo castaño muy corto. Vestía una bermuda verde, y una camisa blanca y lisa suelta, lo suficientemente larga como para cubrir la parte en donde escondía ese miembro que, según Juampi, era enorme. Se colocó al lado de Adrián. Apoyó tiernamente la mano en el rostro de Sami, y la hizo mirarlo a los ojos. Entonces le comió la boca de un beso. Usaba los labios y la lengua de manera increíblemente hábil. Incluso llegó a morderle el labio inferior, pero con la fuerza justa y necesaria, como para no dejarle ninguna marca.

La entrepierna de Sami estaba hecha un incendio, y a la vez, una laguna. Adrián corrió a un lado la braga que la cubría, y enterró un dedo, sintiendo la increíble humedad que había en esa hendidura. Fémur agarró su mano y la llevó a su sexo. Sami al fin comprobó que su apodo no era una exageración. Una verga anormal yacía detrás de la bragueta. Ya entendía por qué el chico usaba esa camisa tan larga, varios talles más de lo que le correspondía. Seguramente todas sus prendas eran así. Si tuviese una erección en un momento inoportuno, quedaría en evidencia ante todos. Palpó el grueso instrumento, notando, asombrada, que ni siquiera estaba del todo tieso.

— ¿Qué pasa acá? —escuchó Fémur decir a alguien.

Miró a la entrada de la cocina. Ahí se encontraba la pareja de la chica que le estaba masajeando la verga, y Juampi. El tal Luciano tenía los ojos desorbitados y el rostro rojo, además, la vena de la frente parecía estar a punto de estallar. Sin embargo, Juampi, quien era un pelilargo musculoso, mucho más grande que él, lo mantenía quieto.

Fémur sintió temor. Sabía, según había visto en muchas películas, que los hombres como ese, que parecen débiles y se dejan humillar por los demás, cuando finalmente se deciden a actuar, lo hacen por todo lo alto, dejando un montón de cadáveres a su paso. Vio que Juampi le decía algo. Las palabras salieron rápidas, y entre susurros, pero Fémur alcanzó a oír la frase “Acordate de lo que hablamos”.

Entonces Luciano pareció calmarse un poco. Y ahora, el rostro de ira fue reemplazado por uno de impotencia y resignación. Sus ojos se pusieron muy brillantes, y hasta parecieron a punto de largar unas lágrimas. Adri, por su parte, le susurró algo nuevamente al oído a Sami. Esta vez el chico lo oyó claramente, aunque no logró comprender a qué se refería.

— ¿Ves? Te lo dije —dijo el tipo que lo llevó a esa casa de locos.

Sami miró a Luciano, como esperando a que dijera o hiciera algo. Pero el tipo no abrió la boca, ni movió un dedo. Entonces Adrián se agachó, y mientras lo hacía, le bajó la ropa interior a Sami. Se trataba de una linda tanga blanca que ahora se encontraba a la altura de los tobillos. Juampi seguía sosteniendo al novio, aunque este ya no oponía resistencia, y le decía cosas al oído, como si fuera un pequeño diablito que se había subido a su hombro, para susurrarle cosas perversas.

Samanta dio un paso hacia adelante, dejando la tanga en el suelo. Adrián la tomó.

— Vamos a un lugar más cómodo —dijo este último.

Agarró a Sami de la mano y se dispuso a salir de la cocina. Cuando ambos pasaron al lado del novio, Adrián le puso la tanga en la cabeza, como de sombrero.

— Sé un buen chico y guardásela —dijo.

Fémur creyó que esa actitud exageradamente hostil iba a tirar por la borda la linda noche que les esperaba. Pero Luciano se limitó a quitarse la tanga de la cabeza y a hacerla un bollo con la mano. El chico iba detrás de los amantes, a lo que aprovechó para acariciarle el culo a Sami, en las narices del su novio. Cuando le contase a sus amigos lo que había sucedido, no se lo creerían. Estaba viviendo el mejor comienzo de año de su vida. Siempre le gustaron las mujeres mayores, y esta en particular estaba muy buena, además, Adrián le había contado que era docente universitaria, lo que le daba mucho morbo, pues él se había inscripto en la misma universidad, y en la misma carrera donde ella daba clases.

Luciano veía la mano ansiosa de aquel chico magreando la tersa nalga de Sami, a través del vestido. Al igual que su novia, sentía que todo ese asunto se estaba saliendo de control. Cuando salió del baño y notó la presencia de ellos, se dispuso a echarlos inmediatamente. Pero Juampi lo había detenido.

— ¿Por qué te enojás? Si a vos te gusta que te humillen —le había dicho.

— Pero una cosa es un juego sexual, y otra cosa es que lo haga frente a los amigos de mi mujer. Ese imbécil de Adrián se pasó de la raya —dijo Luciano.

— No seas tonto. Es sólo un juego previo para que la cosa sea más divertida. Adri no lo hizo con mala intención, lo hizo por ustedes. Hagamos una cosa. Vayamos a ver qué están haciendo. Si Sami no quiere, paramos todo. Yo mismo te ayudo. Pero si ella está dispuesta… Dale, anímate.

Luciano estaba muy reacio a permitirlo. Y confiaba en que Sami, después de presenciar cómo Adrián lo había molestado durante toda la noche, tuviera la prudencia de negarse. Pero cuando entró a la cocina se encontró con que tenía encima no sólo a Adrián, sino a aquel pendejo al que acababan de conocer. Cuando Adrián le bajó la tanga, sin que ella hiciera nada, se dio cuenta de que ya no había nada que hacer.

Se sentía violento, pues lo estaban humillando en su propia casa, pero esa misma sensación era la que hacía que aquella velada fuera  especial. Luciano era, en su vida cotidiana, muy estructurado y rutinario, y esas experiencias tan intensas lo hacían sentirse vivo.

Siguió, junto con Juampi, a aquellos tres. Se encontraron todos en el comedor. Ahora era Fémur quien tomaba la iniciativa. Agarró a Sami del brazo y la llevó hasta la mesa. Hizo la silla a un lado. Sami apoyó sus manos en la cabecera, ahí donde hacía unos minutos estaba cenando su novio, y se inclinó, como si estuviera a punto de hacer flexiones. Separó las piernas.

Fémur volteó a mirar a Luciano. El cornudo parecía ansioso por ver cómo se cogían a su mujer. Era increíble que existieran personas así, pensó, pero mejor para él.

Sacó del bolsillo de su bermuda un preservativo. Adrián había sido muy insistente en ese punto. Las penetraciones debían ser siempre con protección. Se bajó la bermuda y el bóxer de un rápido movimiento. Abrió el paquete de preservativo extra large, y se lo colocó, con cierta dificultad.

Todo el mundo daba por sentado que tener un instrumento como ese era una bendición, pero la verdad era que le traía muchos problemas. No había ropa que se adaptara a su entrepierna, viéndose obligado a comprar siempre talles más grandes. Y además, las erecciones repentinas que solía tener en la calle, o cuando salía a bailar, eran extremadamente difíciles de ocultar. Por si fuera poco, contrario a lo que la mayoría de los hombres creía, un miembro tan exageradamente grande no era del agrado de la mayoría de las mujeres. Pero como contrapartida, a veces se encontraba con algunas que tenían un fetiche con eso, o como ahora le sucedía, con cornudos que tenían la fantasía de ver cómo una poderosa verga se introducía en las hendiduras de su mujer.

Fémur levantó el vestido de Sami. La mujer tenía un culo digno de encuadrar. Realmente era hermosa por donde se la mirase. Quizás sus tetas no eran muy grandes, pero fuera de eso, era perfecta: su rostro bello e inteligente, su piel blanca con montón de lunares por todas partes, su sonrisa cálida, sus ojos de viciosa, sus piernas kilométricas… Y pensar que había posibilidades de que en un futuro cercano fuera su profesora. La idea lo excitaba muchísimo.

Ya tenía la verga totalmente erecta. Se arrimó a la mujer, apuntó su imponente cañón al orificio y empujó.

A pesar de ser tan joven, tenía bastante experiencia. Una vez, estando con una veterana prostituta, dio su primera embestida con tanta potencia, que la mujer se retorció de dolor, y enojadísima, se negó a seguir cogiendo. Desde ahí que aprendió a ir a un ritmo suave, pero siempre creciente, y sobre todo, sintiendo qué tan amplia era la cavidad femenina, para saber hasta qué punto aguantaría. Mientras enterraba su enorme gusano en Sami, sintió que atravesaba un camino extremadamente apretado, pero algo le dijo que no tardaría en dilatarse, y así podría hundirse más en ella. La agarró de la cadera, retiró su miembro, y empujó nuevamente. Sami gimió.

— Vení, miremos de cerca —le dijo Juampi a Luciano.

Ambos se sentaron en las sillas que rodeaban la mesa, a apenas unos centímetros de los otros dos. Adrián, por su parte, y sin que los otros se dieran cuenta, se había empelotado, y ahora se subía sobre la mesa, para apoyar su trasero en el mantel, y arrimar su verga a Sami.

Ella extendió la mano, la agarró, y empezó a masturbarla. Miró a su novio, quien asintió con la cabeza. Acercó sus labios pintados de rojo al instrumento que le ofrecían, sacó la lengua y lamió el glande. Sabía que a Adrián le gustaba que lo hiciera así. Primero jugar con su cabeza, lo que le generaba el placer más intenso, para luego seguir con el tronco y las bolas, para finalmente comerse la verga. Así que escupió sobre ese falo, y vio cómo la saliva se deslizaba por el tronco. Pero cuando se dispuso a lamerlo, el chico que tenía detrás, la penetró ahora con más fuerza, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera, y largue un grito, impidiéndole así que concrete su tarea oral.

— Juampi, poné música, que ya sabemos cómo le gusta gritar a esta puta.

Sami lo miró, molesta, pero no dijo nada. Juampi encendió el televisor que estaba en el living, puso un canal de música y subió el volumen hasta el máximo nivel.

En su corta carrera de hotwife, Sami se había encontrado con unas cuantas vergas grandes, pero esto ya era otra cosa. No obstante, si bien le daba cierto temor, se daba cuenta de que sentir ese descomunal falo hundiéndose cada vez más en su sexo, le generaba un increíble placer.

Luciano veía, hipnotizado, cómo la poderosa verga de aquel chico delgado se enterraba en la mujer que amaba. Pasaban los minutos, y Fémur iba aumentando la potencia de sus embestidas, hasta que su instrumento se perdía hasta la mitad en las profundidades de Sami. La mujer, por su parte, empezaba a gozar de manera tan intensa, que ya se le hacía imposible meterse la verga de Adrián a la boca. Su torso ahora estaba totalmente apoyado en la madera, y su cuerpo se retorcía sobre ella cada vez que el chico empujaba, además, tal como había vaticinado Adrián, de su garganta salían gemidos que de a poco, se fueron convirtiendo en gritos, cada vez más potentes.

Finalmente Adrián, con cierto disgusto pintado en su rostro, se bajó de la mesa y volvió a ponerse el pantalón.

Fémur se sorprendió de la resistencia de la mujer. Ciertamente ahora su cavidad se sentía más dilatada, y resbaladiza, sin embargo estaba claro que su verga era demasiado para ella, y aun así, soportaba estoicamente mientras la penetraba cada vez con mayor vehemencia. Le dio una nalgada, con mucha fuerza, y ella lo gozó. Así que eso era, pensó el chico, a la muy puta le gustaba el sexo duro. Le dio otra nalgada, y siguió metiéndosela, una y otra vez.

Cualquiera que la escuchase, pensaría que la estaban torturando. Sin embargo, Luciano notaba, en el rostro de su pareja, que lo estaba disfrutando increíblemente.

— Mierda, ya pasaron diez minutos —dijo Juampi, quien se había puesto a comer unas almendras bañadas en chocolate—. Diez minutos de mete y saca sin parar. Mirá que hay que tener fuerza en las piernas para ir a ese ritmo durante tanto tiempo.

Era cierto, Fémur cabalgaba a su mujer sin siquiera cambiar de posición, y si bien ya parecía agotado, había soportado mucho tiempo embistiéndola. Ahora que lo veía mejor, a pesar de tener un cuerpo delgado, sus piernas eran muy musculosas, sobre todo sus muslos, que eran muy gruesos en relación al resto de su cuerpo. El chico se comportaba como un semental, dándole maza a Sami, quien ahora tenía una pierna levantada, y apoyaba la rodilla en el borde de la mesa. Fue ella la primera en necesitar cambiar de posición. Se dio media vuelta, y se sentó sobre la mesa. Abrió las piernas. Su jugosa concha quedó a la vista de todos. Extendió la mano. Luciano la tomó con ternura. Y no la soltó cuando Fémur se acercó nuevamente a ella. La agarró de la cintura, y arrimó su monstruosa verga, para metérsela de nuevo.

Luciano sintió el temblor en la mano de su novia, cuando recibió al prodigioso miembro. Y lo siguió sintiendo una y otra vez, cada vez que se hundía en ella.  Era de esa manera, en que podía percibir una pisca del salvaje placer que le generaba aquel muchacho a Sami.

Fémur la agarró de las tetas, descubriendo que eran más grandes de lo que ese holgado vestido dejaba entrever, y siguió metiéndosela una y otra vez. Los aullidos de Sami, eran pornográficos, pero Luciano sabía que no eran exagerados. En un momento ella le apretó la mano con muchísima fuerza. El orgasmo estaba muy cerca. Lo miró a los ojos. Sus labios se abrieron, como pronunciando unas palabras, pero no alcanzó a decir nada, aunque Luciano sí logró entenderla. “Te amo”, le había dicho. Y cuando ella alcanzó el clímax, con esa bestial poronga metida adentro, rodeado de aquellos dos imbéciles que lo trataban como a un pelele, reconoció, como muchas veces lo había hecho, que él también la amaba con locura.

Sami había quedado tirada sobre la mesa. Casi desmayada después del intenso orgasmo que había tenido. A pesar de que todo su cuerpo estaba atravesado por una sensación indescriptiblemente placentera, la arremetió nuevamente esa sensación de que todo se le estaba yendo de la mano, y que su relación con Luciano pendía de un hilo.

Recordó el intento que había tenido Rubén de sacarle de encima a esos tipos. El buen Rubén, un gay reprimido que siempre la quiso con un cariño paternal. Era de los pocos que sabían que ella llevaba a cabo esas prácticas. Sami ahora piensa que ojalá se los hubiese llevado. El chico llamado Benito era muy bueno, y parecía muy amable y educado. Pero los otros dos se estaban mostrando muy prepotentes. Al igual que le pasaba a ella, la cosa se les estaba yendo de la mano. Recordó también a Mario. Se trataba de un cincuentón que los había ayudado a meterse en el mundo del cockold. Si supiera las estupideces que estaban haciendo ahora, se sentiría muy decepcionado.

Mario había sido el primer corneador que habían tenido, cuando al fin se decidieron a transitar por ese camino. Gracias a él, sus primeras experiencias fueron placenteras. Les había enseñado las reglas básicas de esa extraña comunidad de cornudos y hotwife. Una de las principales, era la regla de las cinco citas. Básicamente consistía en que una pareja no debía sobrepasar esa cantidad de encuentros con un corneador determinado. Pasadas las cinco citas, siempre había alguno que se desviaba del objetivo principal del juego, el cual no era más que pasarla bien, y disfrutar de la sexualidad abiertamente. El novio se pondría celoso del corneador, la novia se encapricharía con el corneador, o el corneador con la novia. O en el peor de los casos, sucederían las tres cosas a la vez. Pasados el límite de encuentros, indefectiblemente las cosas empezarían a marchar mal.

Otro de los consejos había sido que, mientras aún fueran novatos, eligieran a un corneador con mucha experiencia, pues un encuentro entre principiantes no solía tener buenos resultados. Finalmente, otra cosa muy importante, era hablar detalladamente, previo al encuentro, sobre qué cosas estarían permitidas, y cuáles serían los límites que los involucrados no estarían dispuestos a cruzar.

Y ahora Sami debía reconocer que no habían cumplido con ninguna de esas reglas. Para empezar, hacía mucho que habían pasado de los cinco encuentros, al menos con Adrián. A estas alturas ya había mucha hostilidad entre él y Luciano, y Adrián estaba evidentemente obsesionado con ella. Además, él no era del ambiente zwinger. Se había metido una vez en un boliche de este tipo, sólo para curiosear, y ahí había conocido a la pareja. Ni siquiera tenía experiencia previa como corneador, y era por eso que le costaba tanto acatar las normas básicas de ese mundo. Finalmente, los tres dejaron de lado, en varias ocasiones, eso de acordar previamente lo que iban a hacer. A Adrián le gustaba visitarlos intempestivamente. Luciano le invitaba unos tragos, y dejaba que se cosiera a su mujer en sus narices. Según le había dicho muchas veces, le parecía que todo el planeamiento previo le quitaba mucho morbo a la situación. Pero en esta noche de año nuevo, habían llegado a un extremo que no debieron alcanzar jamás. Adrián había humillado a su novio frente a sus amigos, en un contexto que no tenía nada que ver con lo sexual. Le había dado un beso en la boca delante de todos, y cuando Luciano se metió en el baño, le manoseó las nalgas en el patio, mientras todos veían los fuegos artificiales. Por suerte esto último no lo había notado nadie, pero la puso en una situación muy comprometida, para colmo, cuando había terminado de reprenderlo, su novio apareció, notando que algo había pasado.

Y luego fue a cogerla por la fuerza.

Pero ella también tenía su parte de culpa, porque ese hijo de puta arrogante la calentaba como nadie lo hacía. Le había dejado meter mano, segura de que eso sería todo lo que le daría. Pero entonces él le dijo esas palabras. La había convencido de que Luciano aceptaría todo. Y en efecto, eso sucedió. Cuando apareció en el umbral de la cocina, se veía molesto, pero no hizo absolutamente nada cuando vio que Adrián le metía la mano adentro del vestido, y después le bajaba la tanga. Después de todo, iba a dejar que se cogieran a su novia el mismo tipo que le había hecho sentirse mal en su propia casa.

— Esperen ¿Qué hacen? —escuchó decir a su novio, cosa que la sacó de su ensimismamiento.

Irguió su cuerpo. Aun se sentía agitada por el increíble polvo que había tenido. Observó que Juampi y Adrián tenían a Luciano agarrado de ambos brazos, como si fueran dos policías llevando a un delincuente a la cárcel. Sami se bajó de la mesa. Notó que esos dos le habían bajado los pantalones a su novio. Luciano no tenía nada que hacer con los dos tipos que lo sostenían. Sólo uno de ellos podría dominarlo físicamente con mucha facilidad. Lo arrastraron hasta ponerlo al lado de Fémur. El chico aún tenía su erección al cien por ciento. Los hombres forcejearon un poco, hasta que Luciano se rindió.

Ahora que el novio parecía haber accedido a lo que iban a hacer, Adrián lo soltó. Fue hasta el living, y enseguida regresó con un pequeño almohadón que dejó en el piso. Agarró de la mano a Sami.

— Agachate —le dijo.

Ella así lo hizo. Se arrodilló sobre el almohadón. Fémur arrimó su inverosímil miembro, al cual ya había liberado del preservativo. Largaba un fuerte olor que a Sami no le desagradó en absoluto. Juampi empujó a Luciano, y lo colocó también frente a ella. Las dos vergas quedaron a centímetros de su rostro. Ambas, totalmente erectas, ambas largando presemen. Pero sin embargo, eran absurdamente diferentes. Si se tenía en cuenta, tanto el grosor como su extensión, la de Fémur equivalía, como mínimo, a cuatro vergas de Luciano. Ahora el pequeño tamaño de su novio quedaba en evidencia como nunca antes.

Miró hacia arriba. Luciano la observaba con una expresión parecida a la de un niño al que obligaban a comer una comida que no le gustaba. Pero sabía, por la experiencia que tenían, que a pesar de dar esa impresión, luego, cuando quedaban a solas, se mostraría totalmente complacido. Varias veces le había dicho que no se preocupara si lo veía así. Lo que pasaba era que toda la situación parecía superarlo por momentos, pero que lo disfrutaba mucho. Viendo su potente erección, todo indicaba que en el fondo estaba disfrutando de esa humillación.

Para darle un poco más de alegría, Sami agarró del grueso tronco del chico, pero arrimó sus labios a la verga de su amado. Sin embargo, Adri se lo impidió. La agarró de la cabeza, y la hizo girar, para ir al encuentro del falo más grande.

Mientras se la metía en la boca, Sami vio de reojo a Luciano, quien le guiño el ojo, para indicarle que estaba todo bien. Pocas imágenes más hermosas vería él en su vida. El lindo rostro de su mujer invadido por esa cosa anormal. Sami debía abrir demasiado la boca para poder llevársela adentro. Al otro día tendría dolor de mandíbula, sin dudas. Luego lo lamió todo a lo largo. Realmente llevaría mucho tiempo pasar la lengua por cada poro de esa cosa.

Fémur se sentía un dios, mientras esa hembra, de rodillas, le mamaba la verga, y su novio sumiso miraba todo con cara de circunstancia. La chica la chupaba muy bien, pero parecía que no era de las que lamían las bolas. Pero hoy lo haría. Fémur le quitó el sexo de la boca, se acercó un poco más y le ofreció las bolas. Eran gigantes, y estaban llenas de leche que ya quería salir. La sexy profesora pareció contrariada al principio, seguramente porque los testículos tenían mucho vello. Pero enseguida sacó su lengüita de víbora, y empezó a lamerlos. La sensación no era tan intensa como cuando le chupaban la verga, pero se sentía muy agradable, y además, le gustaba verla hacer algo que a todas luces no le agradaba mucho. Le encantaba esa renuente sumisión. A cada rato se tenía que sacar los vellos que quedaban pegados en la lengua, cosa que a él le daba mucha gracia. Mientras lo hacía, la muy puta no dejaba de masturbarlo. Era toda una experta. Le encantaba ver su carita de viciosa comiéndole las bolas.

— Tu novia es increíble. Tenés mucha suerte de tenerla —le dijo a Luciano.

Por primera vez, después de mucho tiempo, un corneador parecía entenderlo.

— No entiendo cómo podés dejar que se coman a tu mujer en tu cara. Pero contá conmigo cuando quieras —dijo después Fémur, entre jadeos.

Y entonces ya no aguantó más. Empezó a masturbarse él mismo. Sami esperaba, arrodillada, con la boca abierta y la lengua afuera, como una perrita sedienta. El adolescente descargó todo su semen, con un grito de guerra, sobre el precioso rostro femenino. Fue muy abundante. Sami escupió hacia afuera lo que había entrado, pues tenía la costumbre de siempre recibir la eyaculación en la boca, para complacer a los hombres, pero nunca tragarla. Su barbilla quedó chorreando su propia saliva mesclada con el semen del chico, mientras que los otros chorros, más espesos, se deslizaban lentamente por su mejilla y frente.

Y entonces los otros dos tipos arrimaron sus instrumentos. Ambos estaban con los pantalones bajos. Habían mirado todo con fascinación, pero también necesitaban descargar, sobre todo Adrián, que se había quedado con las ganas de que se la mamaran. A pesar de que tenían un buen tamaño, al lado del miembro del muchacho eran insignificantes. Pensó que debía hacerles una mamada, pero por lo visto ya no aguantaban más. Los dos chorros saltaron y fueron a dar a su cara. Ahora sí, Sami parecía una actriz porno, con una absurda cantidad de semen chorreando por todo su rostro.

Fue a limpiarse la cara al baño, y regresó en cuestión de minutos, totalmente desnuda. Fémur conversaba animadamente con Luciano.

— Espero que no estén cansados —les dijo a los hombres.

Luciano notó que tenía una actitud muy diferente a la actitud sumisa y obediente que solía tener en esas situaciones. A ambos le gustaba que el corneador ocupara el lugar de macho dominante, pero ahora ella se veía altanera y descarada.

— Bueno, con un poco de ayuda yo ya estaría listo para el segundo round —comentó Fémur, quien tenía la verga ya un poco hinchada.

— No. Usted ya tuvo suficiente diversión, señorito. Dejemos que los abuelos se diviertan un poco.

Los hombres parecieron contrariados. Ambos ya pasaban los treinta, y no tenían, ni de lejos, la potencia que poseía un pendejo como Fémur, quien podía tener una erección apenas unos minutos después de acabar.

Sami se colocó contra la pared, y separó las piernas.

— Si no lo hacen ahora, se van a tener que ir ¿De qué me sirve un corneador que no me coja?—dijo, tajante.

Adrián se acercó a ella, masajeando su verga fláccida. Le acarició el culo, para mayor estímulo. Sintió que su falo se hinchaba, pero aún no lograba endurecerlo.

— ¿Qué pasa? Tu amigo no te funciona —le dijo—. Si no podés, dejá que un verdadero hombre lo haga —agregó Sami, mordaz.

Las palabras de la mujer tiraron abajo el poco efecto que había alcanzado en su miembro viril. Ahora Adrián masturbaba una verga totalmente blanda.

— Amigo, no me sirve un corneador impotente, mejor dejá el turno a otro —comentó Luciano. Fémur largó una risita.

— Qué carajos les pasa —gruñó Adrián—. Ya vas a ver cómo me la cojo.

— Pues ya te tardaste demasiado —respondió Sami. Se dio vuelta, y miró el alicaído miembro—. Mejor volvé otro día. Quizás te convenga tomar un viagra.

Sami había notado hacía rato, que el tipo debía hacer un esfuerzo enorme para coger más de una vez. Suponía que era por eso que había sumado a Juampi, y ahora a Fémur. Para que mientras los otros la cogían, le dieran tiempo para que lograra la segunda erección, y además, ninguna mujer que estuviera con tantos tipos lo pondría en el aprieto de hacerlo una tercera vez.

— Pendeja puta —rugió Adrián, herido en su orgullo, agarrándola con brusquedad del cabello.

— ¡Esperá Adri! —exclamó Juampi, cuando este tiró del pelo con tanta fuerza, que la hizo gritar del dolor.

Fémur fue a socorrerla. Pero Adrián lo espantó de un empujón, sin mucho esfuerzo. Fue por esa distracción que no vio venir el golpe. Luciano, furioso al ver cómo lastimaban a su mujer, fue corriendo en unos segundos, y le dio una piña con toda su fuerza, justo debajo de la oreja, cosa que hizo que Adrián viera todo borroso por unos segundos.

Cuando se pudo recuperar, se dispuso a atacar a su enemigo. Sami tuvo mucho miedo. Su novio le había dado un buen golpe, pero era evidente que había sido cosa de suerte. En un mano a mano, aquel tipo lo despedazaría. Pero cuando estiró la mano para agarrar del cuello a Luciano, entre Fémur y Juampi lo detuvieron.

— Calmate boludo, ¿No ves que no quiere? —le dijo Juampi.

Luciano vio, divertido, la cara de furia que tenía Adrián, mientras sus amigos lo arrastraban a la puerta de salida. En el forcejeo, se las arregló para subirse el pantalón. Pero esto hizo que no pudiera hacer nada para evitar que lo sacaran afuera.

Fémur estaba aún desnudo, por lo que se quedó un rato adentro, con la pareja.

— Qué noche de locos —comentó, jocoso.

Escucharon a los otros dos discutiendo un buen rato en la vereda, hasta que Juampi pareció convencer a Adrián de retirarse.

— ¿Querés pasar la noche acá? —le ofreció Luciano. Y luego, percatándose de que no lo había consultado con su mujer, agregó—: Perdón amor ¿te parece bien?

— Claro —dijo ella, aún desnuda.

— Sí, me encantaría. ¿Pero solo para dormir, o…?

Por toda respuesta, Sami se acercó a él, agarró su verga. Luego, con la otra mano, agarró la de su novio, y se los llevó a los dos a la habitación.

Fin