Humillada por su marido

Una esposa dependiente y perdidamente enamorada de su marido, descubre que éste le es infiel, debiéndose someter a todos sus oscuros deseos y lujuriosas perversiones para poder permanecer a su lado.

Humillada por su marido.

Una esposa dependiente y perdidamente enamorada de su marido, descubre que éste le es infiel, debiéndose someter a todos sus oscuros deseos y lujuriosas perversiones para poder permanecer a su lado.

Este relato lo escribí a medias con un autor de esta página en el que un día confié. No obstante, habiéndome sentido engañada y humillada por él, me veo liberada para publicarlo libremente. Espero que lo disfrutéis leyendo y sepáis perdonar los errores que tiene este mi primer relato.

A Mar no le hacía falta trabajar. Era la esposa de Mario, director general adjunto de una empresa de comunicaciones a nivel internacional. Ella nunca terminó la carrera de derecho, pero con el alto nivel de vida que le aportaba su marido vivía como una reina, como una esposa pija, caprichosa y consentida.

Su marido tenía un sueldo superior a los 15.000 € mensuales, a los que había que añadir los bonus que se repartían a final de año. Esto les permitía vivir a todo lujo en una suntuosa mansión valorada en un millón y medio de euros, ubicada en un distinguido barrio a las afueras de Madrid.

Lo tenía todo. Su vida era simplemente estupenda. A sus 42 años muchos hombres aún se giraban al verla. Morena, delgada, atractiva, con los pechos perfectamente moldeados tras el aumento al que se sometió varios años atrás y un culo respingón que sería la envía de muchas adolescentes.

Mario, por su parte, con 45 años era un hombre muy refinado, elegante y atractivo al que le gustaba alardear de su ostentosa posición. Vestía trajes caros, conducía coches de precios prohibitivos, practicaba costosos hobbies como el golf o los caballos y tenía talante para relacionarse con gente de la alta sociedad. Le consideraban un hombre influyente con una carrera meteórica dentro de la empresa. Poseía un fuerte carácter que le había servido para progresar en poco tiempo, un hombre que imponía respeto, un hombre soberbio y prepotente, bastante contundente en sus decisiones.

Mar le conoció a través de una amiga en una fiesta privada donde ella trabajó de camarera. Mario simplemente se encaprichó de ella y tras dos años de noviazgo terminaron casándose. Para ella, una chica de barrio, de familia humilde, Mario se convirtió en su príncipe azul. Muchas la acusaron de haber dado un buen braguetazo al haberse casado con un tío tan rico, pero Mar se enamoró de él perdidamente y lograba combatir con paciencia ese grado de superioridad que poseía su marido. Con él tenía la vida resuelta. Con él era feliz. Con él se divertía, conocía el mundo, asistía a fiestas espectaculares, tenía amigos envidiables, con él se sentía agraciada. Mario la trataba bien a pesar de ser un hombre poco cariñoso, quizás fruto del estrés de su trabajo, de sus continuas y extensas reuniones, de sus largos viajes. A veces mostraba una actitud insoportable, actitud que ella batallaba con mucha paciencia. Era la clave para que su matrimonio no se tambaleara, la paciencia. No habían tenido hijos, Mario no quiso. Alegó falta de tiempo para tener que preocuparse de críos y difuminó el deseo de Mar por ser madre.

La vida sexual en el matrimonio era más bien escasa y superficial y si lo hacían una vez por semana ya podía darse por satisfecha. Esa frívola intimidad formaba parte de la rígida rutina de un ejecutivo de la talla de Mario. Mar lo tenía asimilado. Surgía por iniciativa de ella, sobre todo los fines de semana. Se ponía en plan romántica y conseguía que le hiciera el amor, de una forma insustancial, sin mucha parafernalia, carente de pasión, en menos de cinco minutos, como si la follara por compromiso, por pura obligación. Mario era poco fogoso para el sexo o quizás es que sus grandes responsabilidades le impedían una mayor concentración. Ella se vestía para él, trataba de mostrar elegancia y exquisitez, a veces trataba de incitarle con lencería erótica, y en la mayoría de las ocasiones se veía dominada por una sensación de ridículo, de sumisión, como una camarera ante un señor. Lo achacaba a su frenético ritmo de vida.

Mar tenía la sospecha de que su marido, de vez en cuando, se desahogaba con prostitutas. Ella siempre había sido muy tradicional en el sexo y Mario nunca la había forzado. El sexo oral era lo más innovador que había probado, practicándolo en alguna ocasión y tragándose el asco que le causaba tener una polla alojada en la garganta con el único fin de satisfacer a su marido. Sin embargo sabía que los hombres son fáciles de engatusar con el sexo y que en muchas de las lujosas fiestas a las que acudía Mario sin su compañía, había jóvenes lolitas siliconadas dispuestas a dejarse follar a cambio de un buen regalo. Muchas veces lloraba en la intimidad por esa abrasiva sensación de sentirse una esposa florero. Mario cumplía con ella de manera casi matemática, con esa nimia pasión que la hacía sentirse ante él como una desconocida. Con los años, casi llegó a sumir que esos ratos con las prostitutas formaban parte del trabajo de su marido. Le amaba, sentía un amor tan fuerte por él, una admiración tan impresionante, que lograba doblegar esos traumas por la falta de cariño que demostraba.

Últimamente la falta de diálogo entre ambos se había agudizado de manera preocupante. Mario comenzó a llegar tarde a casa, de madrugada, a veces a las tres de las mañana, envuelto en un carácter apático, a faltar a los almuerzos, a estar horas y horas ilocalizable, a recibir llamadas a deshoras, llamadas que atendía encerrándose en su despacho, a dirigirse a ella en un tono mucho más despectivo que de costumbre.

-          ¿Es que ya no me quieres? – le había preguntado Mar.

-          Déjate de tonterías, coño, no tengo la cabeza yo para estas bobadas.

Llegaron a su mente las primeras sospechas de que probablemente tenía una amante y comenzó a derramar las primeras lágrimas por el constante deterioro del amor. Mario apenas le dirigía la palabra durante el desayuno, se limitaba a hojear el periódico mientras se bebía la taza de café. Se dirigía a ella de malhumor, se enfadaba por cualquier tontería y dejó de sorprenderla con fiestas y regalos. Si le sacaba el tema, la mandaba a tomar por culo de manera hostil.

Una tarde salió con su hermana Clara, de cuarenta años y abogada de profesión, a tomar un café y le hizo saber sus sospechas.

-          Ya no me quiere, Clara.

-          Estará pasando una mala racha, cariño, toma decisiones de mucha responsabilidad, pero estoy segura de que te quiere como el primer día.

-          Está insoportable, a veces creo que me va a dejar. Y no quiere hablar, se encierra en sí mismo y no me deja intervenir. Mi presencia le molesta. Creo que se ve con otra persona.

-          Estás obsesionada, Mar, estoy convencida de que sólo se trata de una mala racha. Ya verás, cariño, ten paciencia e intenta hablar con él. Mario es como es, pero es un buen hombre y sé que te quiere y que no te está engañando con nadie.

Las palabras de su hermana no consiguieron tranquilizarle. Ella estaba casada con Pedro y era tremendamente feliz con él, habían tenido tres hijos y hablaba delicias de su marido. Sin embargo Mar era consciente de que ella estaba como un adorno, como la esposa que su marido necesitaba para presentarla en sociedad.

Comenzó a olerle las prendas. Mario usaba una colonia natural de coco y a veces, tal vez fruto de su obsesión, detectaba un olor diferente, como a perfume de mujer. Le revisaba los calzoncillos y vio en un par de ellos lo que parecían manchones de semen. Y lo que ya terminó de reforzar sus sospechas fue una caja de preservativos que encontró en un cajón de su despacho. Ellos llevaban años haciendo el amor sin protección ya que la píldora la protegía de cualquier embarazo no deseado. Se le vino el mundo encima. Los celos la mataban. Ella había aprendido a soportar que su marido se desahogara de vez en cuando con alguna prostituta, que aprovechara alguna comida de la empresa para evadirse a través del sexo pagado. Sin embargo, las pruebas que había encontrado le indicaban que Mario frecuentaba la compañía de otras mujeres asiduamente. Es más, posiblemente tuviera una amante fija con la que cumplía todas aquellas fantasías que ella no le había permitido realizar. O quizá toda esta situación fuera producto de su imaginación y del ataque de celos que la invadía. No podía precipitarse en sus conclusiones y debía ser paciente.

Un sábado por la noche, sorprendentemente y después de varios meses, la sacó a cenar con unos compañeros de trabajo. Fue una velada agradable y Mario se comportó con ella de una manera afectuosa, mimándola y besándola delante de todos. Mar se sintió bien, se sintió amada de nuevo, se divirtió con su marido por primera vez en mucho tiempo. Llegaron a casa de madrugada y allí todo cambió. Su carácter apacible se tornó de buenas a primeras iracundo. De pronto su presencia parecía incomodarle. Se dirigía a ella en tono arisco y a Mar le resultaba incomprensible un cambio tan brusco. Cualquier cosa que ella dijera era contestada por Mario con un reproche o un insulto. Ya en la habitación, mientras ella se desmaquillaba, Mario se desnudó. Solía acostarse sin nada. Mar se puso un pijama de raso y al volverse le vio tumbado boca arriba en su lado de la cama. Quiso intentarlo de nuevo, trató de conmoverle. Entró a cuatro patas hacia él y comenzó a estamparle besitos en los labios. Mario trataba de apartar la cabeza para que le dejara en paz.

-          No sabes cuánto te quiero – le decía ella.

-          Pff, estoy hecho polvo, he bebido…

Mar irguió el tórax para desabrocharse la camisa del pijama y abrírsela hacia los lados, mostrándole sus dos preciosas tetas, dos tetas redondas y grandes ribeteadas con dos pequeños y oscuros pezones. Mario ni la miró.

-          Estoy caliente, ¿tú no?

-          Ya te he dicho que estoy cansado…

Pero ella pasó por alto su desgana y volvió a inclinarse hacia él, esta vez besándole por el pecho, concentrándose en lamerle las tetillas. Mientras lo hacía, extendió el brazo izquierdo y con la palma abierta le acarició los huevos y la polla. Poco a poco se la fue poniendo dura. Tenía una polla muy gruesa con un tronco venoso y velludo en la base, así como un capullo enrojecido y afilado. Le miró mientras le lamía las tetillas. Parecía concentrado, mantenía los ojos cerrados y comenzaba a respirar a modo de ligeros jadeos, sin tocarle un pelo. Mar quería conquistarlo de nuevo, que él se olvidara de las otras mujeres, que se olvidara de las cosas que le hacían y por eso decidió comportarse como una de ellas. Lentamente fue bajando con los labios rozándole el vientre hasta adentrarse en el vello genital, le agarró la polla con su manita y empezó a masturbarle lentamente mientras con la lengua le lamía la punta del capullo. Su lengua rozaba la parte de abajo del capullo de Mario mientras sus labios le chupaban la polla. Continuó mamándosela, metiéndosela cada vez más adentro de su boca hasta notar como le chocaba contra su campañilla. Entonces, con la mandíbula desencajada ante el grosor de la polla, le miró a los ojos, sumisamente, conteniendo una arcada, para a continuación seguir con la mamada metiendo y sacando la polla de su boca, rozándola con los labios y con su lengua. . La gruesa polla de Mario entraba y salía de la boca mientras su lengua la humedecía. Se la estuvo mamando un ratito mientras él continuaba inmóvil, envuelto en la misma concentración. Hacía muchísimo tiempo que no le hacía una mamada. A ella, particularmente, era algo que no le atraía, que incluso le daba asco, y Mario nunca se lo pedía, pero era plenamente consciente de que a los hombres les encantaba. Se sintió como una de sus fulanas lamiéndole la polla, pero era la única manera de embrujarle y suavizarle el genio. Volvió a incorporarse para mirarle.

-          ¿Te gusta, mi amor?

-          ¿Y a qué viene ahora ese papel de puta?

La sonrisa se borró de la cara Mar ante la inesperada ofensa. Su barbilla tembló, decepcionada, como a punto de echarse a llorar.

-          ¿Qué te pasa conmigo, Mario, qué te he hecho para que me trates así?

-          Sigue chupándome la verga y déjate de cuentos.

-          Mario, por favor, necesito que hablemos.

-          ¡Qué me chupes la puta polla! – vociferó indignado, salpicando saliva por la boca, e incorporándose bruscamente.

-          Mario, qué te pasa…

-          Tienes ganas de follar, ¿no? Estás caliente, eso has dicho, ¿no?

La sujetó con rudeza por la nuca y la forzó a tumbarse boca abajo en la cama, con la cara hundida en la almohada. Atemorizada, sin apenas respiración por la presión que ejercía sobre su cabeza, notó cómo le tiraba hacia debajo de los pantalones del pijama y la dejaba con el culo al aire.

-          Jodida zorra, voy a quitarte la puta calentura…

-          Mario, por favor, no… - Consiguió suplicar Mar.

Se le echó encima, con el tórax elevado de su espalda. Se había sujetado la polla y rebuscó con ella en la entrepierna de Mar hasta que pudo clavársela en el coño de un golpe seco. Ella elevó la cabeza de la almohada para emitir un agudo gemido ante la súbita dilatación. Y comenzó a follarla, violándola mientras ella le suplicaba que parase, asestándole golpes en el culo con las caderas, colándole la polla por la entrepierna y abriéndole el chocho con velocidad. Mar gemía y las lágrimas inundaban sus ojos mientras sentía como la gruesa polla de su marido entraba y salía de su coño sin ninguna delicadeza, tratándola como un mero objeto sexual. Sin embargo, incomprensiblemente y a pesar de la humillación de ser violada, su coño estaba empapado. Mario resoplaba apretando los dientes. La follaba sin mirarla a la cara, como si se tratara de una de sus putas. Era la primera vez que la forzaba, la primera vez que la insultaba, la primera vez que la trataba como a una fulana. Ni un atisbo de cariño, ni un atisbo de dulzura ni de amor, le estuvo abriendo el coño sin alterar la postura hasta llenárselo de leche. Se sacudió la verga salpicándole el culo de diminutas gotas de esperma, luego se echó hacia su lado de la cama, tumbándose de nuevo. Mar aún trataba de recuperar el aliento. Tenía el coño dolorido ante la potencia y el alma destrozado ante la falta de sensibilidad.

-          Ya tienes lo que querías, ahora déjame dormir de una puta vez.

Y cerró los ojos. Y a los pocos minutos se puso a roncar. Mar se pasó varias horas encerrada en el cuarto de baño llorando sin parar. Algo estaba pasando. Aquella actitud tan hostil no era normal. Su marido la acababa de violar. Una horrorosa sospecha le rondaba por la mente. Seguro que se veía con otra mujer.

El domingo por la mañana ni le vio, le oyó levantarse y salió sin darle un beso de despedida, como solía hacer cada mañana. Esa costumbre ya la había dado por perdida. Estaba desecha, con el amor roto y las esperanzas por rehacer su matrimonio totalmente extinguidas. Vertió muchas lágrimas y buscó consuelo en su hermana menor, en Clara, a la que telefoneó con un sofocón inconsolable.

-          Ya no me quiere, Clara, ahora lo sé.  – lloraba -. Lo que pasó anoche nunca lo hubiera imaginado. Estaba descontrolado, sentí pánico.

-          Tranquilízate, criatura, te va a dar algo. Tienes que hablar con él seriamente. Tienes que sentarte y hablarlo. Necesitáis unas vacaciones, los dos solos. Sigo pensando que está muy estresado, que no sabe delegar en su gente y que así no puede seguir. No sé cómo no habéis tenido hijos. Proponle un crucero, necesita evadirse.

-          Me violó, Clara, sabes qué significa eso…

-          Cálmate, cariño, es tu marido, no digas que te ha violado. Seguro que estaba nervioso con todo el trabajo que tiene. ¿Quieres que hable con él?

-          No, será peor, le conozco.

-          Vale, ten paciencia.

Pero Clara, preocupada por su hermana Mar, una mujer dulce y sensible a la que la más mínima cuestión le afectaba mucho, telefoneó a su cuñado y un rato más tarde volvió a llamar a su hermana.

-          He hablado con él y le he dicho que estás mal, que estaba preocupada por ti, que te notaba muy deprimida.

-          ¿Qué te ha dicho?

-          Está agobiado, cariño, están implantando no sé qué en la empresa y me ha dado la razón, pero todo está bien, Mar. Él te quiere, sé que te quiere. Estoy segura de que no hay terceras personas. No me imagino a Mario con otra. Sabemos cómo es, pero es legal. Ten un poco de paciencia. Lo que te propuse del viaje a solas con él no es mala idea. No la deseches, necesita evadirse de todo ese jaleo. Trabaja demasiado, Mar. ¿Lo intentarás?

-          Claro que lo intentaré, le quiero demasiado.

Ese domingo por la noche Mar le esperaba sentada en el borde de la cama, limándose las uñas y ataviada con un erótico camisón negro de raso, cortito y de finos tirantes, sin nada debajo. Sus preciosos pechos operados asomaban casi completamente en un maravilloso escote. Ansiaba su llegada, ansiaba que todo volviera a la normalidad, que todo se tratase de una mala racha profesional, del estrés que le producían sus responsabilidades como director general. Necesitaba un momento tierno con él, precisaba de su cariño para recuperar el feeling perdido. Para ello, a través de Internet, había comprado dos pasajes para las Islas Maldivas, una estancia de diez días en un atolón de ensueño en pleno océano Índico. Le oyó llegar cerca de la una de la madrugada y en cuanto irrumpió en la habitación se dio cuenta de que estaba bebido. Dio unos tumbos al acercarse a ella. Desprendía un olor viciado, una mezcla de alcohol y perfume penetrante. Se detuvo frente a ella. Mar levantó la mirada hacia él desplegando una sonrisa.

-          ¿Cómo estás, mi amor?

-          Estás muy guapa – le dijo acariciándola bajo la barbilla y rozándole con el pulgar entre los labios.

-          Gracias, me gusta mucho ponerme guapa para ti.

-          Pareces una puta

El rostro de Mar empalideció en segundos y se levantó lentamente con unas lágrimas asomando en sus ojos.

-          Pero, Mario, qué te pasa?, esto no puede ser. Me insultas…

-          Me gusta que te vistas como una puta para mi.

-          ¡Mario! – gimió asustada, con las manos temblorosas, como si afrontara la mirada de un auténtico desconocido.

-          No me vengas con tonterías zorra… Me gusta que casi se te salgan las tetas como a una puta. Sácatelas.

-          Mario por favor, soy tu mujer… te quiero.

-          No me hagas repetirlo de nuevo… sácate las putas tetas!!!

Con lágrimas en los ojos Mar dejó caer los tirantes de su camisoncito permitiendo que la prenda resbalase por sus pechos hasta dejar éstos a la vista.

-          Tienes unas tetas perfectas – Le dijo Mario mientras alargaba la mano para apretárselas y manosearlas – Siempre me han excitado estas tetas de puta que te pusiste.

-          Mario, por favor, déjame… no me humilles más –respondió Mar con lágrimas en los ojos.

-          No seas calientapollas… te vistes como una zorra y quieres que sólo mire… Yo pago todo esto, hasta esas tetas las pagué yo y las disfrutaré como y cuando quiera… y ahora no me encabrones más y date la vuelta.

-          Mario, por favor, reacciona…

Pero su reacción fue sujetarla por los hombros y girarla hacia la cama. Le plantó una manaza en la coronilla y la forzó a curvarse sobre el colchón. Asustada puso las manos en las sábanas, con las tetas colgándole. Frunció el entrecejo, confusa por el temor y aquella tosca actitud. Prefirió mantener silencio y dejarse hacer antes de que él se enfadara. Por el espejo de enfrente vio que se desabrochaba los pantalones.

-          Ahora vas a ver lo que se hace con las putas como tú.

Le levantó la faldilla del camisón y de un tirón le bajó el tanga, dejándolo enrollados por debajo de las rodillas. Le separó ligeramente las piernas para tener su coñito mas abierto y se lo acarició suavemente con dos dedos. Inconscientemente Mar se excitó con ese contacto. No lo entendía, su cuerpo la estaba traicionando. Era plenamente consciente de que su marido estaba abusando de ella, de que la iba a violar de nuevo, y sin embargo y a pesar de la humillación, su coño estaba reaccionando a las caricias y estímulos de los hábiles dedos de Mario. Y evidentemente esta circunstancia no pasó desapercibida para él.

-          Pero bueno!!! Que tenemos aquí?? Si te estás mojando zorra. Ahora va a resultar que además de calientepollas eres una puta… Mejor, así entrará más fácil y disfrutare más- oyó decir a Mario al tiempo que le metía dos dedos en el coño y los movía arrancándole un gemido.

Mar permanecía en silencio, con los ojos inundados en lágrimas y avergonzada por las sensaciones contradictorias que sentía. Notaba como Mario le hurgaba con sus dedos, como los movía dentro de ella, lubricándola con los jugos de su excitación, metiéndolos y sacándolos completamente de su coño, invadiéndola sin que ella pudiera hacer nada… Notó como Mario la escupió en el coño y a continuación, incorporándose, paseó la punta de la verga por su ya encharcada rajita hundiéndosela de un golpe seco. Mario la follaba con rabia, sin jadear, apretando los dientes, sin mirarla a la cara. Mar gemía ante las duras penetraciones, la follaba clavándosela entera, hasta notar el golpeteo de los huevos. En cuestión de un par de minutos la llenó de leche. La inundó de tal manera que el semen fluyó del coño con tanta fuerza que goteó en el suelo. Cuando Mar se incorporó y le miró por encima del hombro, él se recogía la verga y abandonaba la habitación, como si acabara de echarle un polvo a una cualquiera. Esa vez no le salieron las lágrimas, aunque estaba muy apenada. Se subió el tanga y se tendió en la cama arropándose. Simplemente ahogaba su deseo sexual echándole un polvo, sin más, sin amor, sin cariño, sin mirarla a los ojos, obligándola a posturas insensibles como era invadirle el coño bajo el culo, por detrás, violándola, satisfaciendo sus fantasías más perversas, tratándola como a una vulgar puta. Así estuvo, toda la noche acurrucada bajo las sábanas, sin pegar ojo, oyéndole roncar como un cerdo, concienciándose de que todo se terminaba, de que su arisca e insólita actitud se debía a un sinsentido. Sabía a ciencia cierta que tarde o temprano iba a proponerle la separación. Debía averiguar la razón de aquel talante tan endemoniado, de aquella decadencia del amor.

El lunes por la mañana, Mar se levantó temprano y Mario abandonó la casa sin dirigirle la palabra, como si fuera un estorbo en su vida. Hojeó el periódico, se tomó el desayuno y desapareció, sin un beso, sin una disculpa, sin una explicación. De nuevo, derramó un montón de lágrimas cuando oyó el portazo, atrapada en la impotencia, devastada por la incertidumbre, vapuleada por unos celos que ignoraba de dónde procedían. Se miró al espejo. Era guapa. Alta, pelo negro, largo y liso, labios gruesos, ojos marrones, pechos operados y un culo endurecido por el ejercicio. Sin embargo, para su marido ya carecía de encanto. Estaba desesperada. Y tomó una decisión drástica: tratar de averiguar qué sucedía realmente. Le telefoneó a la oficina y le atendió su secretaria, Vanessa.

-          ¿Está Mario, Vanessa? Soy Mar.

-          Buenos días, Mar, cuánto tiempo. Sí que está, ¿te paso con él?

-          No, no, déjalo, no le digas que he llamado, por favor. Es que pensaba ir a comer con él, pero no me encuentro muy bien y no quiero que se preocupe.

-          Como quieras, no le diré que has llamado.

-          Gracias, Vanessa.

Se vistió con ropa informal, unos vaqueros, una camiseta y unas zapatillas deportivas y bajó al garaje. Se desplazó hasta el edificio donde estaban ubicadas las oficinas de la empresa, en el centro financiero de la ciudad. Aparcó en un lugar estratégico, con vistas al ventanal de su despacho, situado en la sexta planta, y al portal por donde entraban y salían multitud de empleados. Le vio salir alrededor del mediodía acompañado de otros directivos y les vio entrar en un restaurante cercano. Estuvieron almorzando casi hasta las cinco. Luego regresaron al edificio. Las horas transcurrían. Le dolían los huesos de estar tanto tiempo sentada al volante, pero no podía arriesgarse a salir fuera y que la descubriera desde el despacho. A última hora de la tarde, una avalancha de gente fue abandonando el edificio. Las luces de las plantas iban apagándose, pero el ventanal de su marido continuaba iluminado. Ya había anochecido cuando se apeó del coche y se dirigió decidida hacia el portal. Consiguió que el guardia jurado no la viera torcer hacia el pasillo que conducía a las escaleras y subió hasta la sexta planta cada vez más atemorizada, con el corazón desbocado por los nervios y con la sensación de que hacía mal espiándole. Pero la incertidumbre y la impotencia la empujaban a correr semejante riesgo. Si la pillaba, podría alegar que regresaba de casa de su hermana y que necesitaba hablar con él para aclarar las cosas. Ya no aguantaba más, ya daba todo por perdido, necesitaba descifrar el enigma sobre su radical cambio de actitud.

Accedió al extenso hall de la sexta planta donde se ubicaba la dirección de la empresa. Todas las luces de la estancia permanecían apagadas. Tras las cristaleras, se fijó en los escritorios vacíos y en todos los despachos con las puertas cerradas, salvo el de su marido, de donde escapaba un tenue haz de luz procedente de una lámpara de mesa. Con movimientos cautelosos, traspasó la línea de la cristalera y nada más penetrar en la zona de los escritorios oyó una sucesión de gemidos, de su marido y de una mujer, una mujer que identificó enseguida. Se trataba de Vanessa, la secretaria de su marido, y todo quedaba claro, allí, paralizada en mitad de la penumbra. Se follaba a su secretaria, una mujer de treinta años, casada y con una hija, una mujer exuberante, una morena despampanante. Prefería follarse a una treintañera que a su esposa, una mujer de la que ya estaba hastiado, por muy guapa que fuese, por muy buena que estuviera. Le corrió una lágrima por la mejilla, pero tuvo valor para avanzar a pasitos cortos, hasta disponer de un plano general del interior del despacho.

Se la follaba en la mesa. Todos los objetos estaban por el suelo, como si los hubieran tirado salvajemente ante el destello de lujuria. Vio un minúsculo tanga negro, unos tacones y los pantalones y el bóxer de su marido. Vanessa llevaba un vestido negro de hilo. Estaba tendida boca arriba encima de la mesa, con las piernas separadas y levantadas, apoyadas sobre los hombros de Mario. Tenía el vestido enrollado en el cuello y el sujetador bajo las tetas, unas tetas grandes que se adivinaban operadas. Llevaba medias de rejilla y un erótico liguero de finas tiras laterales. Gemía como una loca cabeceando sobre la superficie, pellizcándose ella misma los pechos ante las incesantes penetraciones que sufría su coñito. Mario, desnudo, sólo con la camisa abierta, estaba situado de pie con las piernas de su secretaria en los hombros, contrayendo repetidamente el culo para ahondar la polla en el jugoso coño de su amante. Mar pudo distinguir a la perfección cómo la polla de su marido bombeaba aquel chocho mientras se aferraba a sus piernas para mantener la postura. Jadeaba secamente dándole fuerte. Vio que se echaba sobre ella, sin parar de embestirla, y se comía sus tetas chupándolas con rabia. Su marido sudaba a borbotones. Vio que se besaban con una pasión desmedida y que volvía a incorporarse, esta vez para extraer la polla, una polla babeada por viscosos flujos vaginales. Le sujetó las piernas y se las flexionó aún más elevándole el culo de la superficie de la mesa, pegándole las rodillas a los hombros, aplastándole las tetas con los muslos. Mar le vio el ano, un ano tierno de esfínteres enrojecidos.

-          Me va a doler, Mario – le advirtió Vanessa.

-          No preciosa, no te va a doler…verás cómo te gusta, tú relájate, amor mío.

Agarró su gruesa polla y la colocó en la entrada del ano de Vanessa, hundiéndosela lentamente mientras ella chillaba envuelta en sudor, ya con su cabellera morena humedecida, los ojos desorbitados, tratando de contener el dolor por la enorme dilatación. Tras encajársela entera, aplastándole las piernas contra el tórax para que no las bajara, le folló el culo. Le folló el culo embistiéndola fuertemente, sacando la polla casi completamente para metérsela a continuación de un golpe de caderas mientras Vanessa gemía de dolor y placer. Metiéndola y sacándola una y otra vez hasta que consiguió correrse, inundándole el culo con su leche y desbordándoselo, dejando que esa gelatina amarillenta resbalara por su culo. Cuando le sacó la polla impregnada de leche, Vanessa bajó las piernas y se incorporó quedando sentada en el borde, casi tiritando, resoplando como una perra malherida. Mar fue testigo de cómo su marido la abrazaba y la besaba en los labios, alisándole el cabello sudoroso.

-          Ya está, mi niña, ya pasó, seguro que te ha gustado… ¿Te ha gustado?

-          Me ha dolido… pero me ha excitado… saber que tu mujer no te deja que le hagas estas cosas  y que conmigo puedes disfrutar, que me haces tuya mientras ella se queda en casa me excita tanto que te permito lo que sea.

Y volvieron a fundirse en un apasionado beso. Vio cómo aplastaba las tetas contra el pecho de Mario. Con las manos de Vanessa acariciando la espalda de su marido, Mar retrocedió hasta el hall, giró hacia la puerta que daba a las escaleras, bajó y consiguió abandonar el edificio sin ser vista. Ya tenía la respuesta. Quedaba una cruel batalla con los celos.

Deambuló en la noche sin rumbo fijo, sumida en una honda desesperación. Lo presintió desde el principio, sabía que su marido estaba con otra. Desde que se casó con él siempre temió que dejara de quererla. Tal vez no había sido una buena esposa, tal vez no se había entregado lo suficiente, tal vez había creído que la rutina y el acomodo económico bastaban para el matrimonio. Pasaba demasiadas horas junto a Vanessa, una mujer temperamental, joven, sensual, y al final la atracción había estallado. Mar se culpabilizaba de lo sucedido, se culpabilizaba de la falta de pasión en la pareja, para tener 42 años, en cuanto al sexo, se reconocía a sí misma que había sido excesivamente superficial y ante un hombre de la talla de Mario debía de haber sido más imaginativa. Mario había buscado el frenesí en otra mujer, en una mujer joven, de más experiencia que ella. Recordó la noche que le chupó la polla, seguro que recién salida del coño de su amante. Le entraron ganas de llamar a su hermana Clara para narrarle su patético descubrimiento pero no quería disgustarla más. Debía afrontar por sí sola su ruina psicológica. La exasperación la empujó a tomarse unas copas en un bar. El tópico de ahogar las penas en una barra. Echaba de menos sus amigas de la infancia, las amigas de ahora eran todo escaparate. Lo más lógico sería plantarse y solicitar el divorcio, pero el amor que sentía por Mario era demasiado grande como para darse por vencida, sin contar con que Mario la pondría de patitas en la calle con una mano delante y otra detrás, perdería su magnífico tren de vida y un amor que ella siempre creyó sincero.

Regresó a cada cerca de la medianoche. Llevaba alguna copa de más y se le notaba en sus ojos decaídos. Su marido la esperaba en el salón con un humor de perros. Se sorprendió al verle, solo ataviado con un bóxer ajustado y unos calcetines negros. Se levantó del sofá en cuanto ella soltó el bolso.

-          ¿De dónde coño vienes a estas putas horas?

-          Necesitaba estar sola – le contestó con la voz apenada.

-          ¿Y la puta cena?

-          Ahora mismo te la hago.

Se acercó a la mesa rectangular del salón y él la sujetó del brazo obligándola a mirarle.

-          Has bebido, estás borracha.

-          Te quiero mucho y fui a buscarte, quería arreglar las cosas, es lo que más deseo, y te vi con ella -. El rostro de Mario se emblanqueció ante la directa -. ¿La quieres?

-          No – contestó aún bajo los síntomas de la sorpresa.

-          Folla mejor que yo, ¿verdad?

-          Echamos un polvo de vez en cuando – reconoció -, no es nada serio, nos divertimos, sólo se trata de eso, pero entiendo cómo te sientes, así es que puedes largarte – le dijo reponiéndose de la sorpresa inicial y tomando de nuevo los mandos de la situación.

Mar alzó los brazos y plantó las manos en sus hombros, con mirada suplicante, con intención de besarle.

-          Yo te quiero, Mario, no me dejes, por favor, necesito estar a tu lado.

-          Me gusta follar con Vanessa… es una zorra en la cama y le puedo hacer todo lo que tú siempre me has negado.

-          Por favor, no me dejes, haré lo que me pidas – suplicó.

-          ¿Te has excitado viéndonos follar? – le arremetió.

-          ¿Qué?

Le colocó la mano derecha en la nuca y con la izquierda le tiró del escote hacia abajo desgarrando la camiseta. Le separó los trozos de tela y le bajó bruscamente las copas del sujetador dejando libres sus dos redondos pechos que manoseó achuchándolos. Mar exhaló con la boca muy abierta mirándole a los ojos.

-          ¿Quieres ser tan puta como ella? -. Le dio unas palmaditas en la cara -. Contesta.

-          Sí… -contestó acobardada sabiendo que era lo único que podía hacer para retenerle a su lado.

La volvió contra la mesa y le empujó la cabeza hacia la superficie hasta dejarla inclinada, con las tetas colgándole, los pezones rozando la superficie y la mejilla aplastada. Con ambas manos, le tiró del vaquero hacia abajo, ejerciendo tanta fuerza que le arrancó el botón delantero. Luego le bajó el tanga, casi al límite de la entrepierna. Se sacó la polla por un lateral del bóxer y la orientó hacia los bajos del culo, impulsándose hasta clavársela en el coño. Mar jadeó poniendo su cuerpo rígido ante la penetración y sintiendo como su cuerpo la traicionaba por la inexplicable y humillante excitación que estaba sintiendo al ser violada de nuevo. Notó la pelvis de su marido pegada al culo, con la polla hundida hasta el fondo. Le cogió los brazos y le inmovilizó las manos en la espalda, como si sujetara las riendas de un caballo. Mantenía el tórax tendido sobre la superficie, con las tetas aplastadas y sobresaliéndole por los lados. Elevó la cabeza unos centímetros mirando al frente, con la vista centrada en una foto de bodas donde aparecía feliz con su marido saliendo de la iglesia. Mario comenzó a menearse sobre el culo, metiéndola y sacándola del coño con fuerza. Mar gemía con la cabeza erguida y las piernas rígidas.

-          ¿Te gusta, zorra? ¿Quieres parecerte a ella? -. Aún le mantenía las manos inmovilizadas a la espalda y con la mano libre le asestó un cachete en el culo -. Veo que te gusta…

Aceleró sacando casi toda la verga y hundiéndola secamente, provocando los gemidos de placer de Mar, sin soltarle las manos y dándole azotes en la nalga. Una de las veces, la polla resbaló. Cuando se disponía a meterla de nuevo, las piernas de Mar temblaron y un chorro disperso de pis salió de su coño salpicando la verga de su marido, las piernas y el suelo. Ella miró hacia él, por encima del hombro, mientras se meaba. Mario le volvió a clavar la polla en el coño mojado y la embistió con la misma fuerza hasta correrse y encharcarle el chocho, un desbordamiento de leche que fluyó mezclándose con las gotas de orín. En cuanto le extrajo la verga, la cogió de la coleta y tirando de ella la obligó a ponerse de rodillas frente a él.

-          Límpiamela.

-          No por favor Mario, no me hagas esto…

-          No quieres? Estás segura? Prefieres que sea Vanessa la que se arrodille frente a mí, saque su preciosa lengua, me coma los huevos y me deje la polla reluciente? Mar, no me obligues a que te abandone… chúpamela y déjala bien limpia.

Con la amenaza de ser abandonada, Mar acercó la boca a la sucia polla de su marido y comenzó a limpiarla con la lengua, suavemente, lamiendo el tronco y tragando los restos de semen y orín que le quedaban. Sus ojos se llenaron de lágrimas ante la humillación a que estaba siendo sometida, sin embargo su lengua y sus labios no dejaban de chupar ante el temor de que Mario la dejara. Y Mario, no tardó en excitarse con la escena. Tener a su mujer como una puta, chupándole la polla cuando siempre se había negado, humillada, al borde del llanto, sabiendo que podía hacer lo que quisiera con ella y que Mar aceptaría sumisa, logró que su polla volviera a ponerse dura.

-          Así me gusta que lo hagas zorra… mira que dura me la has vuelto a poner.

Mar seguía lamiendo en silencio, con lágrimas en los ojos al tomar conciencia de que debía ser la puta de su marido para que no la abandonara. Notó las manos de Mario acariciándole la cabeza, entrelazando los dedos entre sus cabellos…

-          Trágatela entera…

Sumisamente agarró la gruesa polla con su manita y abriendo la boca permitió que se iniciara un suave mete saca. Tragaba hasta la mitad, lo suficiente para no sentir arcadas, esforzándose al máximo para dar placer a su marido, acompañando la felación con su lengua y el roce de los labios en el capullo. Intentaba hacerlo de la forma más sensual posible, sin embargo, de repente notó como las manos de Mario la agarraban fuertemente de la cabeza, sujetándola y obligándola a tragarse la polla por completo. Mar intentaba resistirse, alejar su boca, pero su marido la tenía bien sujeta y se la metió hasta el fondo de la garganta provocándole tremendas arcadas y una catarata de babas al sentirse ahogada. Comenzó a follarle la boca como si se tratara de una vulgar puta, sacándole la polla y clavándosela de nuevo hasta el fondo, disfrutando de los gemidos y las arcadas de Mar. Las babas le caían por la comisura de los labios… Mario no aguantaba más. La imagen de su delicada mujer convertida en su puta particular le estaba llevando al límite de su excitación. La agarró con fuerza clavándosela de nuevo y mirándola a los ojos comenzó a correrse. Gruesos chorros de leche inundaron directamente la garganta de Mar, obligada a tragar para no ahogarse.

Después de descargarse y con Mar tirada en el suelo, babeando, escupiendo y con los ojos llorosos, Mario se guardo la polla en el bóxer dirigiéndose al baño y metiéndose en la ducha.

La dejó allí, sobre el charco de orín, con la camiseta desgarrada, los pantalones y las bragas bajadas y toda la entrepierna calada de pis y esperma y la boca desencajada tras la bestial mamada que había sido obligada a hacer. Caminó como pudo hasta el otro cuarto de baño y precisó de una buena ducha para aniquilar el rastro de semejante perversión. Un rato más tarde se echó al lado de su marido. Ya roncaba durmiendo de costado, mirando hacia el otro lado. Se pegó a él y le abrazó. Le amaba tanto que prefería convertirse en su esclava, someterse a sus perversas fantasías, compartirle con una zorra como Vanessa. No pudo evitar las lágrimas. Su amor se convertía en deprimente. Su alternativa válida, si quería mantenerle a su lado, era únicamente la sumisión.

Cuando a la mañana siguiente Mario se incorporó, Mar estaba despierta. Parecía esperarle, sentada sobre el cabecero, abrazada a sus piernas. Su marido la miró con cierto recelo y ella le correspondió con una sonrisa dulce, una sonrisa que trataba de suavizar la tensión entre ambos. Mar quería recuperar a su marido, al precio que fuese. Le vio la polla empalmada.

-          Buenos días, mi amor.

Mario se arrodilló encima de la cama ladeándose hacia ella. Iba a borrarle la sonrisa en cuestión de segundos.

-          Quiero que te vayas, ¿entiendes?, que cuando vuelva no estés en casa.

-          ¿Por qué me haces esto, Mario? Sabes lo que te quiero.

-          Quiero libertad. Lárgate, joder, no pongas las cosas más difíciles. Te mandaré dinero…

-          ¡No! – gimió apaleada por los celos y la rabia -, esta es mi casa, yo te quiero y soy tu mujer, no pienso irme.

Mario le sujetó las mejillas.

-          Lárgate, Mar.

-          No me voy a ir, Mario, no permitiré que esa zorra se lleve a mi marido.

-          Esa zorra folla mucho mejor que tú – le susurró salpicándole la cara de saliva.

-          No me voy a ir – consiguió decir a pesar del fuerte apretujón que ejercía sobre sus mejillas.

-          Te excitas, ¿verdad, zorra?

Le cogió la cabeza con ambas manos y tiró de ella empujándola hacia delante, dejándola tumbada bocabajo, con la cabeza casi por fuera de los pies de la cama. Sus brazos quedaron bajo el cuerpo. Le arrebató los pantalones del pijama a tirones y le arrancó las bragas. Ella se comportaba con docilidad, permitiendo ser vapuleada. La dejó con el culo al aire. Inmediatamente se le echó encima, metiendo la polla por la entrepierna y punzándole el chocho con brusquedad. Mario mantuvo el tórax separado de la espalda de su mujer y enseguida comenzó a contraerse para follarla, haciéndola gemir.

-          ¿Te gusta, guarra? ¿Es esto lo que querías?

Mar acezaba con los ojos cerrados percibiendo la paliza que recibía su coño. La follaba sin mirarla, como ya era costumbre en los últimos días, por detrás, a modo de castigo, como buscando su rendición. E incomprensiblemente, estaba mojada. Su cuerpo volvía a traicionarla ante una nueva violación. Todo su cuerpo se movía en cada acometida. Sonaban los chasquidos de la pelvis contra el culo. Le perforó el coño durante un buen rato, hasta que derramó un grueso chorro de semen volviéndole a desbordar la cavidad vaginal. Al retirarle la polla fluyó la leche a modo de manantial. Mario recuperaba el aliento arrodillado entre sus piernas.

-          Vete, maldita sea, es a ella a quien deseo, entérate de una puta vez.

Se bajó de la cama y se dirigió hacia el baño dando un portazo. Mar se palpó la vagina de donde no paraba de manar leche. La tenía dolorida de follarla de esa manera tan cruel. Recogió las bragas rotas y el pantalón del pijama y bajó al lavabo de la planta baja. Desde allí le escuchó salir, desde allí oyó un nuevo portazo. No iba a darse por vencida, esa zorra no iba a arrebatarle el amor de su vida, estaba dispuesta a llegar lejos por su marido.

No salió de casa en todo el día y se puso ropa cómoda, un pantaloncito corto de color blanco muy ajustado, el sostén de un bikini rojo, un sostén de copas triangulas y diminutas que sólo tapaban la zona de los pezones,  y unas zapatillas de estar por casa. Al mediodía recibió la llamada de su hermana.

-          ¿Cómo va todo, cariño?

-          Mal, Clara, todo va muy mal. Pasa lo que te dije que pasaba. Se está tirando a su secretaria.

-          ¿Qué? Pero, Mar…

-          No me des consejos, les vi y él lo reconoce. Quiere dejarme.

-          Tienes que dejarle, Mar, es un sinvergüenza que no te merece.

-          Quiero recuperarle.

-          Mar, no seas tonta – insistió Clara -, un canalla así no merece la pena. Vente a casa, aquí estarás bien.

-          Quiero recuperarle y lo voy a conseguir.

Y colgó el teléfono evitando así una réplica de su hermana. Almorzó sola, ahogada en sus penas, pero tratando de reforzar su dignidad. No quería darse por vencida. Para su sorpresa, a las siete de la tarde se presentó Mario. Era la primera vez en mucho tiempo que llegaba tan temprano. Se iluminaron sus frágiles esperanzas a pesar de no saludarla siquiera. Nerviosa por la tensión que se respiraba, le esperó sentada en el sillón del salón, simulando que veía una película de la tele. Al cabo de un rato, apareció con el albornoz, sin nada debajo, al caminar se le abría los faldones y dejaban a la vista parte de sus cojones. No se atrevía a dirigirse a él. Se había puesto cómodo, ya no pensaba salir y Mar quería aferrarse a ese hilo de esperanza. Sin embargo sonó el timbre. Ella frunció el entrecejo, extrañada. Vio que él se dirigía hacia la puerta a recibir la visita. Y enseguida oyó su voz. Era ella, Vanessa, la amante de su marido, en su propia casa y delante de sus narices.

-          Buenas, Mario, traigo la documentación de la agencia para que la firmes.

-          Pasa, bonita.

Oyó el beso que se dieron. Sus nervios se acrecentaron ante la incomodidad del momento. Empleó unos segundos en reforzar la compostura, en aplacar los celos y la rabia. Oyó los tacones acercándose y la vio aparecer. Estaba despampanante. Llevaba su melena morena recogida en un moño y vestía un traje ejecutivo de finas rayas blancas, compuesto por una chaqueta con blusa blanca debajo, y una falda ajustada con amplias aberturas laterales que definían las curvas de sus caderas y su culo. Iba monísima, con zapatos de tacón aguja y medias negras transparentes. Sintió envidia por aquella exuberancia. Además ella estaba demasiado informal, desmaquillada y con una expresión de patetismo como bandera.

-          Buenas tardes – la saludó.

-          Hola, Vanessa – correspondió con voz débil.

-          Siéntate, bonita – la cortejó su marido.

Ambos se sentaron en el sofá, muy juntos, con ella a la derecha de Mario. Le entregó la carpeta para que revisara los documentos y cruzó las piernas con sensualidad y estilo. Su marido la trataba con mimo, no paraba de piropearla, de tocarle por el brazo, de darle una palmadita en la rodilla. Eran amantes. Mar quiso mirar hacia otro lado, pero la pretensión de su marido consistía en humillarla, en forzar su rendición, en forzar su marcha.

-          Tráenos unas copas – Le ordenó Mario.

A pesar de la humillación, Mar estaba dispuesta a luchar por su marido. Era plenamente consciente de que si se negaba le estaría dando la excusa perfecta a Mario para abandonarla y echarla de casa a patadas. Seguía queriéndole, seguía enamorada de él y lo conservaría a pesar de las dificultades, aunque tuviera que sufrir una humillación tras otras. Sin embargo, estaba convencida de que al final su marido la correspondería. De este modo, sumisamente y con obediencia, se dirigió hacia el mueble bar y comenzó a preparar las copas. Olía la complicidad entre ambos, oía el cuchicheo y las risitas, se estaba convirtiendo en la esclava de ambos

-          Date prisa, coño- dijo Mario.

Volvió a girarse hacia la parejita y caminó hacia ellos. Se las entregó justo en el momento en que su marido soltaba la carpeta. Tenía una parte del faldón caído hacia un lado y toda la pierna al descubierto.

-          Gracias, Mar – le agradeció la secretaria -. Estás muy guapa.

-          Gracias.

-          ¿Te gusta mi mujer? – le preguntó Mario en tono lujurioso.

Vanessa se reclinó contra el respaldo.

-          Sí, es una mujer muy guapa.

Mario le plantó la mano derecha encima de la rodilla y lentamente fue deslizándola por encima de la media hacia el muslo, arrastrando con ello la base de la falda y descubriendo poco a poco el panty, un panty de nailon donde se transparentaba su coño, porque no llevaba bragas. Era un coño bien depilado, sólo un fino hilo de vello por encima de la raja decoraba toda la zona. Mar observaba perpleja el recorrido de la mano mientras servía de exhibición para la pareja.

-          ¿Te pone cachonda, mi mujer?

La secretaria descruzó las piernas, separándolas, ofreciéndose.

-          Sí, me excitan la puritanas que visten de zorra.

Mario subió la mano hasta el vientre y bajó ya por dentro del panty, donde comenzó a acariciarle el coño con las yemas. A través del nailon, Mar distinguía el movimiento de los dedos hurgando en el chocho. Vanessa profirió un agudo jadeo meneando la cadera, elevándola unos centímetros, frunciendo el entrecejo, enloquecida de placer al notar cómo las yemas invadían su rajita. Ambos la miraban, como inspirándose en su sumisión para calentarse. Vanessa plantó su manita derecha encima de la de Mario, la que hurgaba en el chocho, como para presionarla, como para obligarla a follarla con algún dedo. Sólo la delgada y transparente tela del panty separaba el tacto entre ambas manos. Tendió el brazo izquierdo y le desnudó el cinturón. Le apartó el faldón del albornoz y le agarró la gruesa polla con la manita izquierda, sacudiéndola levemente. Mar presenciaba cómo se masturbaban mutuamente, él acariciándole el chocho bajo el panty y ella agarrándole la polla como si fuera un mango. Vanessa le echó hacia él y le susurró algo al oído.

-          Sácate las tetas – le ordenó su marido -, vamos, zorra, quiero que ella te vea las tetas.

De forma cumplidora, Mar echó los brazos hacia atrás, quitó el nudo de la espalda y retiró el mini sostén. Sus tetas se balancearon levemente.

-          Muévelas Mar, tócatelas mientras tu marido me mete mano… mira que dura tiene la polla con mis caricias… – le dijo Vanessa que no paraba de menear la cadera ante la sensación de los dedos clavados en el coño.

Agitó el tórax y las tetas se mecieron hacia los lados, acto seguido se las sobó con delicadeza. Vanessa cerró los ojos. Mario ahondaba con dos dedos en su coño y los curvaba hacia arriba provocando su delirio, un delirio en forma de chorro, un chorro blanquecino que fluyó del chocho empapando la mano de su marido y la fibra del nailon. Mario retiró la mano e inmediatamente ella se bajó el panty hasta los tobillos. Volvió a reclinarse elevando las piernas para que su culo sobresaliera por el borde.

-          Nunca me ha comido el coño una puritana, ummmm… es algo que me encantaría probar- dijo Vanessa jadeando.

-          Ya has oído, zorra, chúpale el coño –ordenó Mario.

Mar no daba crédito. Se había preparado mentalmente para soportar como su marido se follaba a Vanessa en su presencia, pero jamás habría imaginado que se iba a ver obligada a participar en tan degenerada escena. Sin embargo sabía que de no obedecer perdería a Mario para siempre.

Humillada se postró ante Vanessa colocándose a cuatro patas como una perrita y acercando la boca al rasurado coño de la amante de su marido. Sacó la lengua y comenzó a lamerlo, a saborear el líquido amargo que empapaba el clítoris y la vulva. La secretaria se retorcía de placer gimiendo y agitando la cadera sobre la boca de Mar. Extasiado, Mario se irguió ladeándose hacia su amante. Le abrió la chaqueta y le arrancó los botones de la blusa tirando hacia arriba de las copas del sostén. Se curvó para chuparle las tetas, para mordisquearlas, para babear sobre ellas. Poco a poco fue deslizando los labios por su cuello hasta que se fundieron en un morreo apasionado.

Ella continuaba acariciándole la verga y Mar seguía lamiéndole el coño con continuas pasadas de la lengua a lo largo de toda la rajita. Por encima del vientre les veía besarse con arrebato. Los goterones de saliva se deslizaban por la curvatura de las perfectas tetas. Vio que su marido separaba la cara, le abría la boca con ambas manos y le lanzaba un escupitajo dentro para volver a morrearla después. Mar no paraba de mojarle el coño, con la lengua impregnada de esos flujos blanquecinos. El desenfreno dominaba los impulsos de su marido. Vanessa no paraba de removerse, prácticamente recostada, con la cabeza apoyada en los bajos del respaldo. Mario se subió encima del sofá y se arrodilló mirando hacia ella. Nerviosamente le acercó la polla y le folló la boca bruscamente hasta hacerla vomitar gruesas porciones de saliva, porciones que resbalaron por su barbilla, bajaron por el cuello y se desparramaron por los pechos. Le folló la boca un par de veces más provocando sus arcadas, dejándole toda la boca y cuello baboseado. Le golpeó las tetas con la verga y miró repentinamente hacia su mujer que aún lamía el coño de su amante. El ardor le enloquecía y se movía de manera exaltada. Manó un líquido amarillento del chocho, un líquido que discurrió hacia la raja del culo hasta gotear al suelo. Le manchó la lengua y apartó un poco la cara fijándose en cómo se meaba, cómo fluía un arroyo de caldo que resbalaba hacia abajo… Vanessa se estaba meando de placer. Una mueca de asco le produjo una arcada. Su marido se bajó del sofá y la agarró de los pelos obligándola a incorporarse. Quedó arrodillada ante él.

-          ¿Te gusta su coño, zorra? -. Le atizó unas palmaditas en la cara -. Chúpame los huevos.

Vanessa se había incorporado y sentada en el sofá había extendido el brazo derecho y le sacudía la polla con velocidad mientras Mar le lamía los huevos. La secretaria terminó levantándose para pegarse a su costado y morrearle mientras se la machacaba. Comiéndose los huevos de su marido presenciaba la pasión entre ellos, cómo se tocaban los culos, cómo enrollaban las lenguas, cómo babeaban, cómo ella le meneaba la gruesa verga. Tras el intenso morreo, ambos miraron hacia la esposa sumisa. Continuaba hundiendo los labios en la blandura de los huevos.

-          Fóllame – le suplicó Vanessa -, quiero que tu mujercita vea cómo me follas.

Vanessa terminó de quitarse el panty mientras él volvía a sentarse en el sofá con las piernas separadas, sacudiéndose la polla. Arrodillada y humillada, Mar vio cómo la secretaria se sentaba encima de la dura polla de Mario, se abrazaba a él y comenzaba a cabalgar con la verga dentro. Mario la agarraba del culo, con las tetas saltando en su boca.

-          Zorra, no pares de lamerme los huevos.

Mar se acercó gateando al sofá colocándose entre las piernas abiertas de su marido y aferrándose a sus rodillas acercó la boca para continuar ensalivándole los huevos, con los ojos a escasos centímetros del coño que invadía la verga, con el culo de Vanessa golpeándole la cabeza, oyendo los besuqueos y los gemidos. A veces la polla se salía y ella era la encargada de posicionarla en la rajita del coño. La folló hasta que se detuvo con la polla dentro, hasta que comenzó a gotear leche en los huevos. Fue cuando Mar retiró la cabeza irguiéndose. Se besaban con una pasión desmedida. Ella con las tetas aplastadas contra el tórax de él y él acariciándole el culo, con la verga incrustada en el coño. Era un beso largo y arrebatador, sin alterar la postura, sin inmutarse con su presencia tras ellos.

Degradada por aquel menosprecio Mar recogió el sostén y retrocedió hasta el sillón sentándose en el borde. Se tapó las tetas y se pasó el dorso de la mano por los labios. Vio cómo se susurraban cosas al oído. Aguardaba como una tonta. Aún le mantenía la verga clavada, con los huevos manchados de gotas de leche. Poco a poco, su marido reanudó la marcha, esta vez elevándole el culo y bajándoselo para deslizar el coño a lo largo de la polla. Vanessa acezaba como una perra mientras Mario jadeaba secamente. El delirio retumbaba en todo el salón.

Compungida, se levantó y abandonó el salón, les dejó follando, para encerrarse en su habitación. Cerró la puerta y se sentó en el borde, frente al espejo, calibrando su desdicha. Su figura daba pena. Se había prestado a la perversión de los amantes como una esclava y ellos habían gozado humillándola. Oía en la lejanía a Vanessa chillar enloquecida y los jadeos vigorosos de su marido. Ya no sabía si resistiría… el precio resultaba muy caro, el precio le pulverizaba la dignidad. Se tapó los oídos hasta que se hizo el silencio. Un rato más tarde oyó la puerta de la calle y media hora después su marido abrió la puerta de la habitación. Llevaba el albornoz por encima y desabrochado, con la polla empinada y balanceándose con los pasos. Se acercó hasta ella deteniéndose a su altura. Pudo fijarse en las babas que relucían por todo el tronco de la verga y en las salpicaduras de esperma repartidos por el vello y los huevos. Mar levantó la mirada hacia él y entonces la acarició bajo la barbilla.

-          Levántate -.

Mar, sumisa, obedeció poniéndose de pie y permitiendo que le alisara el cabello

-          Date la vuelta y bájate los pantalones -.

Una vez más cedió ante la exigencia de su marido y se dio media vuelta. Se desabrochó el botón y se bajó la bragueta. Acto seguido dejó que el pantalón y las bragas cayeran hasta las rodillas. Adelantándose a lo que Mario le iba a pedir a continuación y queriendo agradarle a pesar de la humillación, se curvó hacia la cama plantando las manos en el colchón, con las tetas columpiándose levemente.

-          Muy bien zorra…. ¿te das cuenta como no es tan difícil hacerme feliz? Ábrete el culo.

Mar echó los brazos hacia atrás y se abrió la raja todo lo que pudo, exponiendo su ano, un orificio de un tono rosado y esfínteres poco pronunciados, un orificio que se contraía débilmente. Tragó saliva. Iba a sufrir una penetración anal por primera vez en su vida. Oyó como Mario abría un cajón de su mesilla y a continuación se acercó de nuevo a ella. Notó el roce de un dedo en su ano, un dedo untado en una fría pomada que le recorría su virgen culito y luchaba por meterse en él. Sin avisar, sin que estuviera realmente preparada, Mario de un golpe se lo incrusto entero. Mar gimió de dolor pero no dijo nada más. No quería darle esa satisfacción, sin embargo las lágrimas resbalaron por sus mejillas al comprender que si un simple dedo le había provocado ese dolor, la gruesa polla de su marido la destrozaría, por mucho lubricante que se diera.

-          ¿De verdad quieres que siga? Si quieres paramos, te vistes, recoges tus cosas y te vas… eres tu la que decide Mar.- Le dijo Mario humillándola nuevamente.

-          Si, quiero que sigas… no quiero irme de mi casa.

-          Así me gusta, que por fin te sepas comportar como una buena mujer. Y no te preocupes, quizá no te duela mucho… tengo la polla llena de las babas y la corrida de Vanessa, eso ayudara, ¿no crees?

-          Si Mario, ayudara que tu polla antes se haya follado a esa zorra- respondió Mar sollozando.

-          Ummmm, cuanto odio!!! Necesitas una cura de humildad… pídeme por favor que te folle el culo, pero pídemelo de forma que me lo crea, jejeje.

-          Mario, por favor, te suplico que me folles el culo, te pido por favor que me metas la polla dentro y me folles como a una de tus putas, deseo sentir tu polla partiéndome en dos…- los sollozos de Mar eran constantes mientras hablaba pero sabía que la humillación era lo que realmente excitaba a su marido y estaba dispuesta a dársela con tal de conservarle a su lado.

Notó el roce del capullo y cómo poco a poco le embutía toda la verga. Frunció el entrecejo ante el dolor, expulsando fuertes resoplido que la ayudaran a calmar la dilatación. Fue invadiéndola con suma paciencia, casi hasta el fondo. Reposó unos segundos y después le folló el culo con calma, despacio, extrayéndola hasta el borde del glande y hundiéndola pausadamente. No le quedó más remedio que gemir de dolor, agarrar con fuerza las sábanas, tensar las piernas y morderse el labio inferior.

-          Que cerradito lo tienes zorra!!! Es como follarse a una puta de 18 añitos.

Mar ni siquiera intento contestarle ya que solo se habrían escuchado sus gritos de dolor ante la tremenda dilatación. Mario aceleró poco a poco sus embestidas, clavándosela hasta el fondo de un solo golpe de caderas y sacándosela casi entera para volver a follarla de nuevo. Se inclinó sobre su espalda, respirándole en el oído mientras el tremendo trozo de carne seguía follándola sin piedad.

-          Mastúrbate zorra, acaríciate el coño mientras te rompo el culo…

Mar decidió obedecer, soltando con una de sus manos la sabana que no había soltado desde el inicio de su sodomización y llevándola a su coño. Sorprendentemente comprobó que estaba encharcado. Qué le estaba pasando, porqué se excitaba al ser violada y humillada de esa forma. No sabía los motivos pero lo cierto es que el placer fue invadiéndola. El dolor no cesaba. Cada vez que la polla se le incrustaba en el fondo del culo suponía una tremenda punzada de dolor, sin embargo el placer iba ganando terreno y fue precisamente esa extraña mezcla la que la hizo correrse descontroladamente entre intensos gemidos mientras su coño y su ano se convulsionaban con el tremendo orgasmo que estaba disfrutando.

Mario excitado por la nueva actitud de su esposa le clavó la polla hasta el fondo vertiendo varios chorros de leche en el interior del estrecho culo. Se la sacó despacio, luego le dio un cachete en la nalga y se quitó el albornoz. Mar se irguió. Parecía que tenía las caderas desencajadas. Vio que su marido se echaba en su lado de la cama, tumbado de costado, rendido ante la lujuria, sin decirle una sola palabra. Se subió las bragas y el pantalón y se tendió en el otro extremo, esta vez sin apenas rozarle. Apagó la luz. Cuando le oyó roncar, se le encharcaron los ojos ante el extraño masoquismo que se había adueñado de su mente. Fue una noche dura. Ya eran muchos días sin dormir, ya era mucho sufrimiento acumulado, ya estaba encadenada a una humillación demoledora.

Se quedó traspuesta casi al amanecer, fruto del tremendo agotamiento emocional que le estaba causando aquella humillación. Ni siquiera se había cambiado y continuaba con el pantalón corto y el sostén del bikini, con las bragas mojadas y la raja del culo pegajosa por el fluido de esperma procedente del ano. Cuando despertó y ladeó la cabeza vio que Mario no estaba. Tenía la boca pastosa, aún percibía la amargura de los flujos vaginales y el pis del coño de Vanessa. Mario salió del cuarto de baño ya trajeado, ajustándose la corbata y dándose los últimos retoques al cabello.

-          Ponte guapa, esta noche tendremos visita.

-          ¿Quién?

-          Es un socio muy importante. Quiero que seas una buena chica. ¿Me has entendido?

-          Sí.

-          Vendremos temprano. Ahora tengo que irme.

Salió de la habitación sin el beso que ella esperaba, sin la mirada tierna que deseaba. Mario ya no la quería. Mar era consciente de ello, sólo la necesitaba para sus prácticas perversas, para dar rienda suelta a sus fantasías sexuales, para follarla como desahogo, para compartirla con su amante o para ofrecerla quizás a ese socio misterioso. Ya se lo había advertido. Debía comportarse como una buena chica. Se sentía sucia y desgraciada, pero ya no le quedaban lágrimas que derramar. No quiso atender las llamadas de su hermana Clara que no paró de insistir con el teléfono durante toda la mañana. Tampoco quiso comer, se tiró horas y horas tumbada en el sofá, hasta que a media tarde comenzó a ponerse guapa por exigencias de su marido.

Se puso un pantalón de cuero muy ajustado. Un pantalón que definía las formas de su culo, un culo ensalzado con unos zapatos de tacón aguja. En lugar de sus habituales bragas usó un micro tanga de hilo dental que le habían regalado sus amigas como una broma y que aun guardaba en su bolsa original. Nunca se había atrevido a usarlo y al ponérselo se dio cuenta que cualquiera que la viera pensaría que no llevaba nada ya que era la mínima expresión de un tanga. Para la parte se arriba se colocó un top de lentejuelas abrochado a la espalda con corchetes, con los hombros desnudos. Finalmente se recogió el cabello con una coleta. Empleó tiempo en maquillarse, pintándose los labios de un rojo chillón, ensombreciéndose los párpados y coloreándose los pómulos, adornando todo su cuerpo con múltiples complementos. Estaba preciosa, para comérsela.

A las ocho en punto se presentó su marido con la visita. Venía acompañado de Vanessa, ataviada con un vestido blanco de lino, y un tipo ya bien adentrado en los sesenta, alto y delgado, con el cabello canoso, a igual que el bigote de abundante vello que destacaba en su rostro arrugado. Iba impecablemente vestido y se lo presentaron como el señor Fuster. Aquel tipo podía ser su padre, estaba segura de que se encontraba muy cerca de los setenta. Cuando la besó notó su descaro, su picardía, su baboseo, y sintió asco. Pero debía ser buena chica, su marido se lo había advertido. No paraba de devorarla con la mirada y piropearla a la más mínima ocasión con frases como ya me había dicho tu marido que estabas muy buena, pero se ha quedado corto. Ella se lo agradecía con un tímido gracias. Pretendía intimar con ella y seguro que para eso contaba con el permiso de Mario. No paraba de mirarle el contoneo del culo.

Mientras ellos discutían temas empresariales y firmaban un montón de documentos, ella se ocupaba de servirle las copas, como si fuera la criada de la casa. Su marido la exponía ante aquel baboso, la ofrecía para premiar la fidelidad como socio y para colmo la amante de su marido presenciaba aquella vejación. Se tomaron varias copas y el ambiente se fue caldeando. Mario y Vanessa se sentaron en el sofá. Su marido cometió la desvergüenza de pasarle un brazo por los hombros y acurrucarla contra él, estampándole un besito en los labios, como si la carantoña le diera alas al socio.  Angustiada se puso a recoger de la mesa algunas copas vacías. Pasaba un paño para recoger las migas del tapete cuando notó el tacto de una mano por su culo, una mano que se deslizaba por la curvatura de sus nalgas. Se irguió y se volvió hacia el señor Fuster. Lo tenía casi pegado. Se sintió atrapada entre su cuerpo y la mesa, hasta pudo percibir su apestoso aliento a tabaco y alcohol. Aún así, siguiendo las exigencias de su marido, le obsequió con una pobre sonrisa. Enseguida comprobaría lo pervertido que era aquel viejo.

-          ¿Te he molestado?

-          No, no, para nada.

-          Me gusta el culo que tienes.

-          Gracias.

-          ¿Te lo folla tu marido?

-          ¿Qué? – se sorprendió con la voz temblorosa ante la inesperada grosería, grosería que dejaba de manifiesto el consentimiento de Mario para acecharla.

-          Te pregunto que si te folla el culo

-          Sí, una vez.

El Señor Fuster le acarició de nuevo el culo, palpándoselo, elevándole las nalgas y pellizcándolas.

-          Mario me ha contado que eres una mujer muy complaciente y obediente… ¿es cierto?

-          Si, es cierto- contestó Mar tragándose el orgullo.

-          ¿Y que eres capaz de hacer?

-          No sé, nunca lo he pensado.

-          Piénsalo ahora y dímelo.

-          Creo que sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de que mi marido fuera feliz- dijo Mar mirando al suelo avergonzada y sin fuerzas para sostener la lujuriosa mirada del Sr. Fuster.

-          ¿Cualquier cosa? ¿para que tu marido sea feliz?... ufff Mar, eso es muy amplio. Además Mario puede ser feliz con tantas cosas. Fíjate, simplemente con los contratos que tenemos que firmar, con eso, Mario ya sería muy feliz… ¿no crees?

-          Si, esos contratos le harían muy feliz Sr. Fuster.

-          ¿Qué harías por tener firmados esos contratos?

-          Ya se lo he dicho- contestó Mar humillada- Cualquier cosa.

Continuará…