Humillada en el viaje (6)

Siento una gran excitación. Sé que de nuevo voy a ser exhibida, humillada y utilizada por quién sabe cuántos hombres. Y algo dentro de mí tiene ganas de empezar.

HUMILLADA EN EL VIAJE - 6

Siento una gran excitación. Sé que de nuevo voy a ser exhibida, humillada y utilizada por quién sabe cuántos hombres. Y algo dentro de mí tiene ganas de empezar.

Pienso que lo de bajar cuando esté preparada es una ironía porque es el botones quien decide cuándo estoy lista. Y no me da su visto bueno hasta que estoy de nuevo con mi collar puesto, las pulseras de cuero en mis muñecas y pies, y las manos atadas a la espalda. Vuelvo a llevar las pinzas metálicas en mis pezones, unidas por la cadenita que me regaló el tatuador. Y esta vez, el botones me coloca una mordaza de pelota en la boca. Casi inmediatamente empiezo a babear y siento vergüenza al pensar que me puedan ver con la saliva colgando.

El botones engancha una cadena a la argolla de mi collar y con un suave tirón me ordena que me ponga en marcha. Le sigo con la mirada baja, como me han enseñado. Me siento muy excitada y mi sexo se humedece. Desde luego, quien me vea se va a encontrar con una hembra viciosa, necesitada de ser utilizada.

Entramos en el ascensor. Esta vez es el ascensor principal del hotel. No tengo tiempo de mirar a qué piso vamos porque cuando se cierran las puertas, el botones me tapa los ojos con un pañuelo negro. No veo nada y la oscuridad me hace sentir insegura. De pronto, mi destino se vuelve incierto. Tengo miedo por primera vez.

El ascensor se para. Oigo abrirse las puertas y un tirón de la cadena unida a mi collar me indica que me tengo que poner en marcha. Camino vacilante, preocupada por si tropiezo, pero el botones parece no darse cuenta. Camina por delante de mí sin prestarme atención y por primera vez me siento sola y perdida.

El botones se para. Escucho voces; parece que donde nos encontramos hay mucha gente, sobre todo hombres, aunque también distingo la voz de una mujer. Un instante después se hace el silencio. No veo nada pero sé que todos me están mirando y siento una mezcla de orgullo y vergüenza.

_Quiero presentaros a la esclava ana

La voz de mi Amo se escucha como un trueno. Mis pezones se ponen duros de la excitación.

_Esta mañana nos servirá y podréis disponer de ella con total libertad.

Mi Amo explica a las personas que están en la sala que pueden hacerme todo lo que quieran y disponer de mí hasta la hora de comer. El tiene que salir y volverá para recogerme.

Siento que alguien me toca los tobillos y me veo obligada a abrir más mis piernas. Pronto comprendo que han atado mis tobillos a los extremos de una barra metálica que me obliga a permanecer así. Pienso que me quedaré aquí, de pie. Pero me equivoco: un tirón de la cadena me ordena empezar a caminar. Lo hago torpemente y empiezo a escuchar murmullos burlones que se transforman en carcajadas cuando tropiezo y caigo al suelo.

Unas manos me quitan la mordaza, aunque sigo con los ojos vendados. Noto unos pies ante mi cara y comprendo que debo besarlos y lamer la suela de los zapatos. Lo hago a gusto de su propietario porque alguien me ayuda a ponerme de rodillas. Por los sonidos que escucho me hago una composición de lugar: estoy arrodillada en medio de un círculo formado por no sé cuántos hombres y, quizá, alguna mujer.

Sus intenciones están claras: pronto empiezo a sentir en mi cara el roce de varios miembros y comprendo lo que debo hacer. Los busco en la oscuridad y cuando encuentro uno, lo atrapo con mis labios y empiezo a chupar. Están poco tiempo en mi boca porque se van turnando, pero no tardo en recibir en mi garganta y en mi cara el fruto de mis esfuerzos.

Alguien empieza a azotarme la espalda. Lo hace suavemente, pero me recuerda lo que soy y dónde me encuentro.