Humillada en el viaje (4)

Vamos desnudas, descalzas, atadas y con marcas de azotes, pero eso no parece preocuparles. Además, vamos andando, como perras conducidas por un botones tras los pasos de mi Amo.

HUMILLADA EN EL VIAJE - 4

Vamos desnudas, descalzas, atadas y con marcas de azotes, pero eso no parece preocuparles. Además, vamos andando, como perras conducidas por un botones tras los pasos de mi Amo.

El camino hacia nuestro destino se me hace eterno. No nos permiten hablar, así que tengo tiempo de sobra para pensar en cómo ha cambiado mi vida en sólo unas horas. Desde que recuerdo, me he sentido sumisa. Sin embargo, nunca había pasado de ser una fantasía excitante; y, sin embargo, ahora soy la esclava de un Amo a quien no conocía antes –aunque hubiéramos hablado en el chat- y el objeto de placer de sus amigos.

Camino mirando al suelo, como me han enseñado. Me preocupa que alguien nos pueda ver así como vamos: desnudas, con las manos atadas a la espalda, nuestros pezones anillados –en el caso de mis compañeras- o pinzados –en el mío-, sujetas mediante una cadena unida a nuestros collares y sometidas. Pero parece que mi Amo ha elegido bien el camino porque no encontramos a nadie. Sólo un grupo de jóvenes reunidos en un portal nos lanza obscenidades cuando pasamos, aunque nadie les hace caso.

Por fin llegamos. Es un local de tatuajes y piercings. No me cuesta nada imaginar por qué estamos allí. Mis compañeras están anilladas, así que supongo que voy a ser yo la próxima en ser anillada. Sin embargo, no estoy preocupada; más bien me siento tranquila. Las otras dos esclavas entran, nada más llegar, en una sala donde les van a hacer una revisión y eso me hace sentir protegida por vez primera.

_¡De rodillas, esclava!

El botones que nos ha conducido me ordena humillarme. No me importaría si fuera ante mi Amo y sus amigos, pero el local está lleno de gente de todo tipo, chicos y chicas que se nos han quedado mirando al entrar y que han empezado a cuchichear bajito. Me siento humillada y aún más cuando obedezco y me arrodillo delante de toda esa gente. Como siempre, no levanto mi vista del suelo.

Mi Amo y sus amigos han pasado a la parte de atrás del local. El botones que me ha conducido se sienta a mi izquierda, sin soltar la cadena que me mantiene unida a él. A mi derecha se empiezan a reunir varios chicos y chicas, clientes del local. Aprovechando que el botones no mira, empiezan a tocarme con disimulo. Yo les dejo hacer. Me da por pensar que tienen derecho, puesto que soy una esclava. Me acarician suavemente la espalda y me estremezco, mis pezones se ponen duros y mi piel, de carne de gallina. Luego me manosean las tetas, tiran de la cadenita que une mis pezones y comentan por lo bajo que les encantaría tener una esclava como yo.

Uno de ellos me toca el sexo y mete su mano en mi coñito depilado. Me ruborizo porque pienso que no lo merezco, pero me gusta y pronto mi sexo se humedece mojando los dedos de quien me está tocando. El botones se vuelve en ese momento y hace un gesto al chico, que mete sus dedos en mi boca.

_¡Chúpalos!

Obedezco de nuevo. Estoy acabando de limpiar sus dedos con mi lengua cuando mi Amo sale y el botones se levanta, tirando de la cadena que me sujeta. Me ordena levantarme y seguirle, y lo hago. Entramos en una sala donde espera un hombre gordo con barba larga y los brazos tatuados. Sin mirarme siquiera me indica que me coloque de pie en el centro de la sala, donde tiene dispuesto su instrumental. Se acerca a mí, me quita las pinzas que me aprisionan y empieza a tocarme las tetas, acariciando mis pezones, pellizcándolos, de forma que enseguida se ponen tiesos y duros. Con rápidos movimientos los perfora e introduce los anillos que llevaré a partir de ahora. Luego me ordena tumbarme en una silla ginecológica y empieza a hurgar en mi sexo. Comenta con mi Amo los lugares donde me iría mejor un tatuaje. Quedan en hacérmelo cuando regrese a la revisión. Allí expuesta, me siento indefensa y entregada.

Antes de irnos, mi Amo me ordena arrodillarme y chupársela al tatuador. No tarda en correrse en mi cara, pero no me permiten limpiarme. Cuando salimos, la gente que espera me observa con curiosidad y yo me avergüenzo por primera vez de estar desnuda ante ellos, atada y con la cara manchada de semen que resbala.

El tatuador me ha regalado una cadenita para unir los anillos de mis pezones. Las otras dos esclavas se han marchado con sus Amos, así que al hotel regresamos mi Amo, el botones que me conduce y otros cinco hombres. Como en la ida, no encontramos a nadie en el camino. Entramos al hotel por la puerta principal y causamos de nuevo un gran revuelo entre los hombres y un gran escándalo entre las mujeres.

Esta vez me ordenan subir andando hasta el octavo piso. Cuando por fin llegamos arriba, mi Amo ha dispuesto una especie de cepo donde me colocan, la cabeza y las manos metidas por los orificios, de forma que quedo inclinada hacia delante, sin poder moverme. De una patada, el botones me obliga a separar las piernas.

En esa postura recibo 30 latigazos en el culo, antes de que mi Amo dé permiso a los tres botones que han trabajado esta noche para que me utilicen como quieran. El que me ha conducido hasta el tatuador elige mi boca y no tarda en llenármela de semen, que trago con sumisión. Otro elige mi culo y me lo llena también con su leche, que escurre por el interior de mis muslos. El tercero elige también mi culo. Luego me permiten ducharme y me llevan a dormir.