Humillada en el viaje (3)

El que acaba de dar la orden de que empiece es mi Amo. El corazón me da un vuelco: estoy feliz de tenerle aquí y muy nerviosa porque no quiero defraudarle. Al mismo tiempo tengo miedo de lo que me puedan hacer.

HUMILLADA EN EL VIAJE - 3

El que acaba de dar la orden de que empiece es mi Amo. El corazón me da un vuelco: estoy feliz de tenerle aquí y muy nerviosa porque no quiero defraudarle. Al mismo tiempo tengo miedo de lo que me puedan hacer.

El botones me agarra del pelo y me obliga a levantarme. Alguien a quien no veo manipula un mecanismo y del techo bajan dos cadenas acabadas en sendas argollas. El botones me ordena levantar los brazos y con movimientos precisos engancha las anillas de mis muñequeras a las argollas que cuelgan. Quien sea que controla el mecanismo hace que las cadenas suban un poco, de forma que quedo de puntillas y medio colgada del techo. Estoy incómoda, pero no debo quejarme, aunque sé que voy a ser azotada y que en esta posición no podré protegerme de los latigazos que me propinen.

Mi Amo hace una seña y entra otro botones llevando tres látigos y una fusta. Los presenta a mi Amo para que elija y mi Dueño escoge uno de tiras cortas. Cuando el botones me propina el primer azote en el culo compruebo que duele. Trato de aguantar el castigo, pero no puedo evitar que se me escapen algunos gemidos. Tras mi culo, es mi espalda la que recibe el castigo. Pero lo que más me duele y soporto peor es que me azoten las tetas. Diez latigazos que hacen saltar las pinzas que aprisionaban mis pezones y me llenan de marcas. Tampoco se salvan mis muslos y me da por pensar que con minifalda se me verán las marcas de los latigazos. ¡Como si no tuviera cosas más importantes de las que preocuparme!

_¡Basta!

El que da la orden es mi Amo. El botones me desata, mientras su compañero me sujeta abrazándome desde atrás. Siento en mi culo su miembro, enorme y duro; y tengo el presentimiento de que esta noche lo recibiré en alguno de mis agujeros.

Por lo pronto, agradezco que me sujete. Las piernas casi no me sostienen y, al parecer, ahora no quieren que me arrodille. El botones casi me arrastra hasta colocarme de frente a mi Amo.

_¡Da las gracias, esclava!

_Gracias, mi Amo

_Agradéceselo también a todos estos señores, zorra.

_Sí, Amo.

Uno a uno, el botones me va pasando frente a todos los invitados a la cena. Me siento como una muñeca, sujetada desde mi espalda y casi cargada como un fardo por el botones. A cada uno, le digo lo mismo:

_Gracias, mi Señor, por haberme azotado para mi correcta educación.

Y todos responden con un gesto de asentimiento. Me siento humillada y más esclava que nunca, indefensa y sometida a todos estos hombres que quién sabe qué otras cosas tendrán reservadas para mí.

Sin darme cuenta, termino de dar las gracias y el botones me lleva hasta la cocina. Allí, dos chicas completamente desnudas y anilladas preparan la cena bajo la atenta mirada de dos botones armados con sendos látigos. Llevan collares y muñequeras y están amordazadas.

_Coge una bandeja y empieza a servir la cena, esclava.

El que me ordena servir la cena es uno de los vigilantes de la cocina. Con gran esfuerzo me pongo en pie y cojo la bandeja que me indica el botones. Su compañero ata a la anilla de mi collar una cadenita y vuelve a colocarme las pinzas en los pezones. Cuando estoy preparada, tira de mí y me conduce hasta el comedor. Con mucho cuidado voy depositando los platos en la mesa. Mientras lo hago, algunos de los invitados me tocan, tiran de la cadenita que une mis pezones y pasan sus dedos por las marcas de los azotes, que ya se notan hinchadas. Antes de retirarme a por más bandejas, uno de ellos pide permiso a mi Amo y me ordena que se la chupe. Yo me arrodillo, meto la cabeza en su entrepierna y empiezo a chupar suavemente, pese a lo cual no tarda en descargar todo su semen en mi boca.

Poco después termino de servir la cena y se me ordena que espere en el centro del comedor, de rodillas. Obedezco y les escucho hablar sobre mí y sobre lo que me espera esta noche, aunque no consigo averiguar con exactitud a qué se refieren. A estas alturas de la noche vivo en una nebulosa, casi permanentemente excitada y sin fuerzas para oponerme a nada.

A los postres, mi Amo ordena a uno de los botones que traiga a las otras dos esclavas. Cuando regresa, las trae sujetas por sendas cadenas prendidas a sus collares y están atadas con las manos a la espalda. Mi Amo propone a sus invitados seguir con el plan previsto y todos se ponen en pie y empiezan a abandonar el comedor.

Un botones me ata las manos a la espalda y, junto a las otras dos esclavas, me lleva tras los invitados a la cena. Pienso que iremos a alguna habitación del hotel, pero no es así. Bajamos hasta el vestíbulo, que a esa hora está lleno de gente. ¡No serán capaces de pasearnos desnudas delante de los clientes del hotel!

Lo son, y no sólo eso. Nos sacan a la calle no sin antes haber provocado la admiración de los hombres que estaban en el vestíbulo y sentimientos contradictorios entre las mujeres. Rezo por que nadie nos descubra por la calle, aunque a mi Amo y a sus invitados eso parece no importarle. Vamos desnudas, descalzas, atadas y con marcas de azotes, pero eso no parece preocuparles. Además, vamos andando, como perras conducidas por un botones tras los pasos de mi Amo.