Humillada con un cerdo

Cansado de que una empleada no pare de intentar seducirme, decido humillarla obligándola a hacer cosas repugnantes con un cerdo.

Humillada con un cerdo

Hace unos años, una de mis empleadas intentó seducirme. Soy el dueño de una gran empresa de cría de cerdos y debió pensar que esa era una buena manera de tener al jefe contento y de conseguir algún que otro ascenso. Tenía razón al pensar eso porque al final lo logró. Eso sí, tuvo que pagar de una manera que ni por asomo se le habría ocurrido

Desde que llegó, no paró de usar conmigo palabras más amables de lo normal, de lanzarme miraditas y de agacharse en los momentos más extraños a recoger cosas que ella misma tiraba para hacer alarde de sus posaderas. Hasta un subnormal se hubiera dado cuenta de lo que pretendía y la mayoría, supongo, no hubiesen dudado en concederle lo que con tanto ahínco buscaba. Yo, por mi parte, no le prestaba demasiada atención porque, cuando uno es dueño de una empresa que da bastante dinero, puede gozar de los favores de tantas otras como ella sin tener que andar desesperado por follarse a la primera que se agacha a recoger un bolígrafo

Sin embargo, un día que entró a mi despacho sin venir a cuento vestida con ropa bastante escasa de tela y maquillada como un putón para hablar de tonterías, se me ocurrió una idea. Me pareció tan repelente su descaro y me jodió tanto que me hiciera perder el tiempo en aquello que empecé a sentir deseos de humillarla. ¿Hasta que punto sería capaz de rebajarse para lograr lo que buscaba? Ni siquiera la escuché mientras habló, sólo pensaba en esa idea que me rondaba la cabeza y me la imaginaba llevando a cabo los actos más denigrantes que una persona puede cometer. Aun así, no pude evitar que una de sus frases captase mi atención.

  • Haré todo lo que usted quiera.

Salí de mi ensoñación y la miré bien. No me fijé en sus pechos grandes, en sus labios carnosos o en su larga cabellera rubia, me fijé en sus ojos. Quería leer en su alma qué clase de persona tenía delante y hasta qué punto hablaba en serio cuando decía algo así. Ella, por su parte, debió pensar que estaba valorando la posibilidad de cerrar la puerta de mi despacho y follármela allí mismo porque se acarició el pelo y movió los labios sin ningún tipo de recato. Su gesto me ayudó a decidir lo que haría con ella, no le daría lo que quería.

-¿Estás segura?

-Sí.

-Vuelve a media noche.

Cuando llegó la noche, no quedaba nadie en la granja, todos se habían ido a sus casas y nosotros podríamos gozar de la intimidad que requería la situación. A las doce en punto, ella hizo su aparición vestida con menos ropa aun de la que traía por la mañana. No la dejé hablar.

-Acompáñame.

Hizo caso de lo que le pedí y fuimos a una de las naves donde teníamos a los cerdos. Bajamos las escaleras, abrimos puertas, salimos al exterior, entramos en la nave y, por fin, llegamos al sitio que había preparado para la ocasión, el sitio donde ella demostraría que estaba dispuesta a hacer todo cuanto yo quisiera.

-¿Por qué hemos venido aquí?

Su desconcierto era comprensible, tenía delante de ella a un enorme cerdo metido dentro de una especie de jaula. En una granja que cría cerdos, es necesario a veces ordeñarlos para extraerles el esperma y poder fecundar a determinadas hembras. Esa jaula servía para mantener al cerdo quieto y en la posición más adecuada para llevar a cabo la extracción.

-Dijiste que harías cualquier cosa ¿Verdad?

-Sí.

-Entonces, masturba al cerdo.

Su cara fue todo un poema, puso tal expresión de horror que aguantarme la risa me resultó difícil. Casi se podía adivinar lo que estaba pensando, todas sus ambiciones y el futuro profesional que se había imaginado debía de estar pasando por su cabeza al mismo tiempo que imaginaba su mano meneándole la polla al cerdo. Una difícil elección para alguien como ella.

-Si quieres, te puedes ir y volver mañana para hacerme las fotocopias.

Mis palabras la ayudaron a decidirse. No le bastaba con dedicarse a las tareas más monótonas y repetitivas de una oficina. Quería mucho más y no se iba a echar atrás cuando le surgía un obstáculo como ese.

-Lo haré

-Me parece bien.

Su cara era digna de ser retratada en una foto, era la misma cara que pondría una pija al darse cuenta de que una paloma acaba de cagarse sobre la blusa que lleva puesta. Parecía no terminar de decidirse a tocar al cerdo, una parte de ella no debía querer hacerlo.

-¿Puedo usar guantes?

-No

No iba a tener clemencia, o hacía todo cuánto le pidiese o tenía que irse de ahí. O se decidía a hacerlo tal y como se lo había pedido o se marchaba, no tenía más opciones. Mientras tanto, yo me regodeaba con sus reacciones, la cara de asco que ponía cada vez que miraba al cerdo me parecía un justo castigo a sus pretensiones de ganarse mi favor al precio que fuera. ¡Ni que fuera alguien al que se puede comprar con sexo!

-Toma un poco de gel.

Cuando parecía haber hecho de tripas corazón, le ofrecí el lubricante que se usa para no lastimar al animal y facilitar la tarea. Como una niña pequeña que había sido castigada, acercó la mano con la que iba a lograr su ascenso y yo le eché la cantidad que estimé conveniente. El momento del espectáculo llegó cuando la acercó al flácido y sucio pene del cerdo. Su expresión fue mejor que la anterior porque parecía que esta vez iba a vomitar. El olor a cerdo que ha estado revolcándose en su propia mierda tuvo que llenar necesariamente sus fosas nasales y eso, junto con el asqueroso tacto de la carne del animal, era suficiente como para provocar arcadas a manos no tan experimentadas.

Una vez pasado el espanto inicial de tocarle al animal lo que le estaba tocando, fue capaz al fin de agarrar el pene con la decisión suficiente como para conseguir que el cerdo sintiese algo. Movía la mano con bastante soltura así que pensé que debía tener bastante experiencia. ¿A cuántos tíos se la habría machacado con tal de conseguir sus propios fines?

Logró que el cerdo se empalmara y disfrutase de aquello. Ella, en cambio, se moría del asco que le daba tocar la piel de un animal capaz de revolcarse en sus propias heces por estar fresquito. Me acerqué hasta la jaula y quité uno de los barrotes laterales. Ella aprovechó que necesitaba espacio para apartarse y dejar de masturbar al animal. No me gustó que lo hiciera pero no la reñí, iba a pagar por ello de todas formas. La jaula del cerdo tiene algunos barrotes que se pueden quitar para facilitarles a los que los ordeñan la recogida del esperma. No hacía falta quitarlo mientras sólo se le masturbaba pero ahora que había conseguido que se empalmase se hacía necesario prepararlo todo para la recolección.

-Quiero que acerques tu lengua a su pene.

-¡Dios, no! ¡Qué asco!

-Entonces, vete.

Me quedé mirándola fijamente, serio y callado, ella no quería irse, quería complacerme para obtener lo que quería y lo perdería todo si se iba ahora. No le habría servido de nada masturbar al cerdo y aguantarse el asco que le daba. Pero lo que le estaba pidiendo era demasiado para ella. Volvió a sufrir un conflicto interno, se le notaba en la cara, y se decidió al final tras mucho meditar.

-Vale, lo haré.

No me sorprendió que quisiese seguir. Al fin y al cabo, ella no era muy distinta al animal al que tenía enfrente. Una sonrisa se me dejó ver cuando ella comenzó el ritual de acercamiento al cerdo. Igual que había vacilado para tocarle, vacilaba ahora para lamerle. Sacaba su pequeña lengua entre sus labios pintados de rojo y acercaba su cabeza un poco a la jaula antes de pararse y volvérselo a pensar. Al poco rato, volvía a acercarse y se volvía a parar. ¡Menudo espectáculo! Era incluso excitante.

Finalmente, la lamió. Fue sólo un segundo en el que la punta de su lengua y el glande del cerdo hicieron contacto pero fue suficiente para que ella casi vomitase del asco que le dio. Nada más tocarle apartó su cara corriendo y empezó a hacer muecas de la misma manera que las hace una niña cuando su madre la obliga a comer verduras. Era una empleada muy graciosa.

-No ha sido para tanto ¿Verdad?

No contestó pero me miró como si estuviese loco. Para mí había sido un espectáculo digno de ser grabado en video pero para ella había tenido que ser de lo más repulsivo.

-Ahora, quiero que vuelvas a masturbar al cerdo. Pero, escúchame bien, quiero que acerques tu cara a su polla y que dejes que se corra sobre ti sin que se te caiga ni una sola gota. Si lo haces, ya no te pediré nada más, mañana subes a mi despacho y hablamos de tus nuevas funciones en la empresa. Si no quieres, te puedes ir.

Acogió con horror mis palabras, lo que le proponía era repulsivo. Sin embargo, ya sabía que si lo hacía tendría premio y también sabía que no tendría que hacer nada más. Renunciar e irse a casa supondría en cambio tirar a la basura todo el esfuerzo de voluntad que había hecho con ese cerdo. Volvió a aceptar hacer lo que le proponía y volvió a tener remilgos. Acercó su cabeza de nuevo a la entrepierna del cerdo y la colocó justo delante de su polla. Cerró los ojos para no ver lo que se le venía encima y tardó un rato en decidirse a empezar. Finalmente, acercó su mano hasta el animal y lo volvió a agarrar, masturbándole mucho más rápido esta vez que la otra. Estaba claro, quería terminar cuanto antes.

Yo no pude quedarme quiero ya que me había excitado mucho. Humillar a esa joven ambiciosa me había puesto cachondo y quería descargar como fuera. Me coloqué a sus espaldas y toqué su culo, que había quedado en pompa debido a la posición en la que tenía que tener la cabeza. No se quejó porque era lo que había ido buscando desde un principio y, ahora que estaba teniendo que hacer lo que estaba teniendo que hacer, que yo la tocase era lo de menos. Levanté su minifalda y pude contemplar que ni siquiera llevaba bragas. Tampoco creo que las llevase a menudo porque contrastaba sobre su piel morena por el sol unas finas líneas blancas que se correspondían con la forma de un tanga.

Me bajé los pantalones y agarré el bote de lubricante con el que me unté la polla. No quería que ella disfrutase de la experiencia, quería que aquello fuese el precio a pagar por su ascenso y hacerla disfrutar le quitaría toda la gracia. Unté uno de mis dedos también y, sin mucha delicadeza, se lo metí en el culo. Dio un respingo pero no dijo nada. Yo tampoco me ablandé y ensanché ese agujero lo más rápido posible. Cuando juzgué que ya no le hacía falta más dilatación, retiré mi dedo y lo sustituí por mi polla.

Poco a poco, fue entrando y pronto la tuvo toda dentro. Dio un leve gruñido de incomodidad y su manera de masturbar al cerdo se volvió un poco arrítmica. Sin embargo, sólo fue unos instantes porque pronto recobró la normalidad. Deslicé mi pene dentro de ella a buen ritmo mientras ella ponía cara de asco. El cerdo no tardó en correrse y llenar la cara de mi empleada. Fue una corrida bestial y digna de unos huevos tan grandes como los que tienen esos animales. Llenó su pelo, sus ojos, su nariz y su cuello. Era un espectáculo asqueroso que merecía la pena contemplar.

-Quédate quieta.

No quería que se moviera ahora que era yo el que intentaba disfrutar de sus posaderas. Me moví más rápido buscando llegar cuanto antes al clímax porque no quería que aquello durase, el sitio y la chica me daban algo de asco. Miré como finos hilillos de semen de cerdo se dejaban caer de su cara al suelo de la jaula y miré su expresión de intenso asco. Me agarré fuertemente a sus caderas y la embestí con toda la mala leche de la que fui capaz. Me hacía daño yo mismo pero ¡qué gustito me daba! Finalmente, con un leve gemido de desahogo yo también me corrí en ella. Se la saqué y mi semen comenzó a escurrirse por su culo. Tanto por delante como por detrás, mi empleada chorreaba esperma.

-Límpiate, que das asco, y márchate. Mañana sube a mi despacho que hablaremos de ti.

Sin decir nada más y sin girarme para ver como reaccionaba a mis palabras, me largué de allí. A la mañana siguiente, vino a verme sin toda esa parafernalia con la que había intentado seducirme y llevarme a la cama. Le concedí su capricho y la ascendí. No fue un gran ascenso, el sueldo solo le aumentó cinco euros más al mes, pero creo que para ella fue suficiente porque nunca más volvió a insinuárseme.