Humillaciones sexuales en el Servicio Militar (1)

Mi experiencia en el cuartel de reclutas fue la experiencia más vergonzosa de mi vida. Las himillaciones sexuales eran moneda corriente y marcaron el resto de mi vida.

Humillaciones sexuales en el Servicio Militar (I).

Entre como recluta en junio de 1999 en el cuartel, muchos de nosotros estabamos atemorizados por las historias que se cuentan de la mili y teníamos la esperanza de que esas novatadas eran cosas del pasado.

Convivir en un cuartel con dos mil hombres puede ser una experiencia dura y estresante y en el cuartel de reclutas donde yo ingresé se había perdido todo sentido de la dignidad. La humillación sexual había roto las fronteras entre las palabras y los hechos y cualquier castigo se llevaba siempre a ese terreno. Lo pudimos comprobar a las pocas horas de ingresar en el cuartel.

La primera actividad del primer día, después de adjudicarnos una matrícula como si de coches se tratara, fue cortarnos el pelo. Nos formaron a todos los nuevos enfrente de la compañía, éramos un reemplazo numeroso, unos ciento cuarenta nuevos reclutas, la mayor parte en torno a los veinte años.

Unos soldados nos repartieron unos sacos de tela a modo de bolsa y un sargento nos dijo que nos iban a cortar el pelo para estar más decentes, así que nos ordenó que nos quitáramos toda la ropa de paisano, absolutamente toda, calzoncillos y calcetines incluido y que la metiéramos en el saco. Nos quedamos atónitos. Alrededor había mucha expectación, muchos soldados veteranos se reunieron alrededor nuestro y se reían y hacían comentarios de mal gusto: - ¡Sois carne de cañón!,- ¡Conejos, os vamos a matar!- ¡Me pido ese del culo respingón! El sargento, al ver nuestras caras de sorpresa, nos gritó que en treinta segundos nos quería ver desnudos y con la ropa ya guardada en el saco. A la voz de ¡arrr! En ninguna de nuestras mentes cabía la protesta, a toda velocidad nos desabrochamos los pantalones y las camisas e inmediatamente nos quitamos los calzoncillos, camisetas y calcetines y los metimos amontonados en el saco. El sargento miraba fijamente su reloj con expresión seria y cuando se cumplieron los treinta segundos dijo: ¡todos firmes, arrr, mirando al cielo, quietos!- Me quedé inmóvil en posición de firmes con la cabeza mirando al cielo. Había un silencio sepulcral.

Todos habíamos conseguido desnudarnos por completo pero dos reclutas no habían conseguido meter toda la ropa en el saco. El sargento se acercó a ellos con un auxiliar y le dijo: Apunta la matrícula de estos dos, esta noche que se presenten al oficial de guardia. Era una sensación extraña sentir la brisa en toda la piel y en especial ese frescor que recorría del aire enfriando mi entrepierna. Me sentía infinitamente vulnerabilidad. Allí estabamos, desnudos sobre el asfalto del patio, en posición de firmes y mirando al cielo. Era realmente vergonzoso. La escena me recordaba lo que debieron sentir los judíos al desnudarse para ir a las cámaras de gas.

A continuación, el sargento ladraba: Atención, quiero que a la voz de ¡ya!, salgan todos corriendo hacia la compañía y guarden el saco con sus ropas en la taquilla, lo cierran y vuelven aquí, exactamente al mismo lugar donde estaban formados. Tienen minuto y medio. A la voz de... ¡ya!

Corrimos apelotonados y chocando unos contra otros hacia nuestras taquillas, cerramos con la llave que llevábamos alrededor del cuello con un cordel y bajamos rápidamente a la formación. Esta vez ni una sola persona tardó más del minuto y medio. Una vez en nuestro puesto, el sargento nos gritaba: Todos firmes, vientre adentro, pecho fuera, pollas y cara mirando al cielo. La gracia era reída por todos los soldados que no perdían detalle del espectáculo, seguramente muchas veces presenciado con cada nuevo reemplazo.

Ahora nos conducían a cortarnos el pelo. Nos llevaban en formación cruzando todo el inmenso patio del cuartel. Yo me sentía muy raro desnudo, nunca había sentido el viento alrededor de todo mi cuerpo y la rugosidad del asfalto en mis pies descalzos. Formamos frente a un edificio donde estaba la peluquería. Nos hicieron formar en cuatro filas y los cuatro primeros entraban en una habitación. Cuando los reclutas iban saliendo nos dimos cuenta que no solo nos iban a afeitar la cabeza al cero sino también el resto del cuerpo. Nos quedamos atónitos de la rapidez de la operación. La respuesta la encontré cuanto llegó mi turno. Había cuatro soldados dedicados a cada recluta. Nos hacían permanecer de pies con las piernas y los brazos abiertos y otros reclutas, también desnudos, nos rasuraban con máquinas eléctricas , uno la cabeza , otro las piernas, otro los brazos y otro el pecho, abdomen, pubis y espalda. Hasta quedar sin un solo pelo. Después, bastante escocidos, salíamos a la calle a formar de nuevo.

Para este momento ya nos dábamos cuenta de que este cuartel no era normal. No nos parecía normal permanecer tanto tiempo desnudos expuestos a las miradas de todo el cuartel, ni tampoco que nos afeitarán todo el cuerpo, ¿una norma de higiene extrema? Quizá.

Ahora nos conducían a las duchas. Las duchas tenían tres pasillos con alcachofas en lo alto. Los auxiliares del sargento nos empujaban hacia las duchas, casi no cabíamos y nuestros cuerpos se rozaban constantemente. Nunca había sentido otro cuerpo desnudo pegado al mío y tengo que confesar que la sensación me gustaba y la visión de las rasuradas pollas de mis compañeros me encantaba, las había tan pequeñas que parecían de un niño, otras eran largas y colgaban majestuosas, otras estaban arrugadas y parecían un capullo o un rechoncho gusanito. No era el único al que le excitaba esta visión ya que algunos penes estaban en semi-erección. Se veía la cara de satisfacción de los auxiliares. Inesperadamente, uno de ellos gritó:

-Todo el mundo con la mano en la polla y a masturbarse inmediatamente, tienen dos minutos para eyacular. Todos deben echar el semen en este caldero- y señalaba un caldero delante de él.

No comprendíamos bien a qué venía aquello, era evidente que era una novatada y todos nos mirábamos preguntándonos si iba en serio. El auxiliar, al vernos dudar, cogió su cinturón y empezó a golpear contra las paredes, cerca de nuestra piel:

-Todos a masturbarse, venga, inmediatamente. Tenéis dos minutos o de lo contrario tendréis sesión nocturna en el cuerpo de guardia.

Era evidente que era una novatada pero nadie se atrevió a negarse. La excitación era enorme, jamás me había masturbado enfrente de nadie, ni tan siquiera nadie había visto mi pene en erección. Sin embargo, me escondía en el anonimato de la masa, y eso facilitaba la operación. Todos agitábamos frenéticamente nuestros penes, unos pegados a otros, con el agua cayendo sobre nuestras cabezas. Como la tendencia natural al masturbarse es encogerse un poco, los auxiliares nos dieron la orden de hacerlo en la posición de firmes y mirando al techo. En menos de dos minutos ya estabamos muchos haciendo cola frente en el caldero para eyacular. Como el caldero estaba en el suelo nos obligaban a arrodillarnos para que no se escapase nada de semen. Era un espectáculo increíble ver a cincuenta hombres agitar nuestros penes en erección como posesos y pegarnos por una posición frente al caldero. Los auxiliares se desternillaban de risa y algunos nos hacían fotos. Desde la puerta de las duchas los soldados gritaban: ¡vaya polla que tiene el narigudo, lo quiero para mi! El peor momento era al eyacular en el caldero, ya que de repente uno salía de la masa y se volvía protagonista. La excitación aumentaba y los jadeos eran más evidentes. Por fin, el cosquilleo de la base del pene anunciaba el esperado semen y tras derramar la última gota, dejábamos nuestro lugar a otro protagonista.

Después de eyacular no podíamos volver a las duchas a lavarnos, así que a un auxiliar se le ocurrió otra brillante idea: antes de salir a formar al exterior teníamos que salir limpios de las gotas de semen que aún colgaba de nuestros penes, así que antes de salir teníamos que chupar el pene del que nos precedía. Me arrodillé par chupar las gotas que aún envolvían el glande de un compañero. Pensaba que me iba a resultar asqueroso, pero era algo que tenía que hacer y además rápido, no nos daban tiempo para pensar. Cogí su pene que casi estaba en erección y descorrí su pellejo para chupar entre los pliegues el semen que aún hacía brillar su prepucio. Tengo que confesar que me resultó delicioso, su semen blanquecino sabía como a melón maduro y la sensación de agarrar un pene caliente y meterlo en la boca me encantó.

Después de limpiarle su semen con mi boca me levanté para que otro compañero me chupara mi polla. Sus lengüetadas me producían un intenso placer y mi pene se estaba poniendo duro de nuevo. Todo esto lo hacíamos a menos de metro y medio de la puerta, soportando los comentarios de los soldados que se lo pasaban en grande y seguían haciendo fotos. Cuando salíamos, cruzábamos por entre los soldados que acariciaban nuestros cuerpos y pollas entre chistes y groserías. Una vez formados y limpios, aunque aún húmedos, nos llevaron en formación hasta el botiquín para un reconocimiento médico y ponernos las vacunas, pero eso será motivo de la siguiente entrega.