Humillación de una profesora(versión ella)

Una profesora que ha cometido un delito junto a su familia, tiene que participar en la fiesta de cumpleaños de un alumno para evitar que ella y su familia ingresen en prisión.

Nos hemos juntado dos escritores para escribir relatos con dos versiones. Una masculina y otra femenina. Esta es la de ella.

Ambas versiones son complementarias, bajo dos puntos de vista distintos. El relato es ficción con la sóla intención de entretener.

La situación cambió en nuestro país, si bien seguíamos votando libremente, el poder ejecutivo y judicial se había radicalizado y no había las garantías de tiempo atrás, siendo la policía y el ejército quien desempeñaban esos poderes.

Mi familia estaba compuesta por mi marido Miguel, mis dos hijos Daniel, recién cumplida su mayoría de edad y Pablo de 14. Yo tengo 43 años y soy profesora de inglés en un colegio.

Mi hermana era vecina mía, seis años mayor que yo, nos quedamos embarazadas con tres meses de diferencia. Ella de Carlos, su segundo hijo y yo de Daniel. Cuando nacieron, íbamos juntas al parque con los niños. Mi vecina de puerta también se hizo amiga nuestra. Su hijo Álvaro nació en junio, por lo que iba al curso de los nuestros. Tenía ya otro hijo, Javier, once años mayor. Cuando Javier acabó sus estudios nos pidió ayuda para ser profesor de dibujo en el colegio y lo consiguió gracias a Miguel y a mí.

En el colegio había voces críticas con la aplicación de las leyes. Nosotros estábamos entre ellos. De hecho, en una reunión con otras personas de ideas similares decidimos colaborar en colocar un pequeño artefacto en el ministerio a efectos reivindicativos. Intervinimos entre otros, mi marido, Daniel y yo. Al final se produjo un incendio y fue más grave de lo esperado.

Álvaro, Carlos y mi hijo Daniel fueron siempre muy amigos. Pocos años después se incorporó a su pandilla Pedro, educado y aplicado en los estudios, que aún en el trato privado como amigo de mi hijo, me seguía llamando de usted.

Javier, como profesor de dibujo, hizo varios logotipos para el ejército que fueron premiados y sin formación previa, fue nombrado comandante y director de la academia de cadetes. Arturo, otro profesor, y él eran íntimos amigos, además de compañeros.

Javier intentó convencer, a finales del curso anterior, a los chicos para ser militares. Pedro y mi sobrino aceptaron, además de Álvaro, su hermano.

Por un acuerdo, profesores del colegio comenzamos a impartir algunas asignaturas en la academia y pasé a dar clase en el primer curso. Al ser un colegio privado no pude negarme y seguí dando clase a Carlos, Álvaro y Pedro.

Era conocida mi oposición a la situación. Provocó un distanciamiento con Carlos, que comenzó a contestarme mal a pesar de las reprimendas de sus padres. Pero lo pero fue la discusión con Arturo, el ultimo día de clase. El director intentó poner paz, pero a la salida de su despacho...

  • Eres una zorra¡¡¡ – Gritó Arturo a la salida del despacho del director.
  • Eso te gustaría. Pagar para comerme el coño y follarme, pero no se ha hecho la miel para la boca del asno. Soy casada y sólo me toca mi marido y si no tuviera, contigo, nunca.

Al llegar a casa me puse a llorar por la contestación. Yo no era así, pero todo se complicó cuando detuvieron a otros opositores por el incendio. Se hablaba de años de prisión para ellos. Nosotros correríamos la misma suerte si nos descubrían.

Eran casi vacaciones. Un viernes y por la noche haríamos una fiesta en el colegio para celebrar el fin de curso los profesores del colegio, de la academia junto a los alumnos de último año. Comimos todos en el centro comercial e hicimos algunas compras. Al volver a casa, en la puerta había cuatro hombres.

  • Familia Sánchez? – Preguntó uno de ellos

Nos “invitaron” a acompañarlos. Nos metieron en una furgoneta y nos bajaron minutos después para llevarnos a una sala a los cuatro. Vino a vernos un sargento que no conocíamos.

  • Quiero que escuchen esta grabación.

Se escuchaba cómo hablábamos mi marido mi hijo y yo. Detalles del atentado, cómo lo habíamos preparado. No quedaba duda que éramos culpables. En otra, otro de los que colaboraron, nos delataba.

Mi familia se quedó allí y yo tuve que acompañar a aquel hombre. No supe donde estaba hasta que vi a Javier. Era su residencia, un piso enorme, con un gran salón. Me sentí aliviada al verle.

  • Lo sentimos todos muchísimo. Pagaremos los daños que hemos causado.

  • Sois unos delincuentes, pero también eres mi antigua compañera y quien me ayudó a conseguir el trabajo como profesor. Hoy no me gustaría mandar a nadie a prisión, es el cumpleaños de mi hermano, espero que te quedes.

  • Y mi familia? – Respondí sorprendida por la petición en aquel momento tan complicado. Nos haremos cargo de los daños. Por favor, déjanos libres.
  • Estáis en un buen lío. Doy por hecho que te quedas al cumpleaños.

Javier cogió el teléfono. A los pocos minutos sonó el timbre. Eran mi sobrino, Álvaro y Pedro.

  • Hola Javier. Qué hace ella aquí?

  • Está detenida. Es culpable, junto a su familia, del atentado en el ministerio.

  • Si es culpable, que vayan a la cárcel. Todos.
  • Eres mayor de edad pero muy inocente. El que perdona, cultiva el amor. Pero lo haremos al revés. Si nos da amor, la perdonamos. Demos gracias a Carlos que lo descubrió. Es un gran defensor de nuestra democracia y sospechando, colocó unos micrófonos en su casa

Me indignó la invasión de mi sobrino en nuestra privacidad y su chivatazo. Javier abrió una botella de champán y nos sirvió, incluida yo. Me sentía mejor ante la posibilidad de su perdón. Brindé con ellos y felicité a Álvaro.

Javier entregó su regalo. El chico abrió los ojos como platos. Un móvil de última generación. Lo mostró y pasó de mano en mano. Sus amigos fueron más modestos, unas zapatillas de marca, unas camisetas y un bonito estuche con un bolígrafo personalizado.

  • Y tú qué le has regalado, Lucía?

  • Yo? No he traído nada, no sabía de la fiesta, pero prometo regalarte algo.

  • No pasa nada. Tengo una idea...

Se hizo un largo silencio. Nerviosa, bebí de nuevo de la copa que aguantaba entre mis manos. El comandante se dio cuenta, me ofreció un cigarrillo y me lo encendió.

  • Dime Álvaro. Cómo vas con las chicas. Creo que no muy bien¡¡ – Comentó provocando un largo silencio. – Creo que ninguno de vosotros sois expertos en mujeres más allá de los vídeos que veis por internet. Bueno, Pedro tiene novia. Sé cual será tu regalo, Lucía. Qué tal tu ropa interior y te desnudas para ellos? Vamos¡¡ – Dijo intentando levantarme la camiseta.

Iba vestida de sport, vaqueros y una camiseta con un dibujo por debajo. Soy una mujer delgada, quizá demasiado, pelo un poco por debajo de los hombros y rizado. El joven no dijo nada pero abrió los ojos como platos, más aún que con su deseado móvil. Todos se callaron. Miré aterrada a mi sobrino que se mostraba sonriente, todos, salvo Pedro.

  • Estás loco? Soy una mujer decente, casada y fiel. – Dije alterada.
  • No me grites – Contestó firme a la vez que me daba una bofetada. – Si no obedeces, tu marido, tus hijos y tú misma sufriréis las consecuencias de vuestro delito. Decide entre ser una decente reclusa o una obediente stripper, pero decide ya.

La bofetada no me dolió físicamente pero sí me hizo comprender la situación. No sabía hasta donde podría llegar aquello. Me levantó bruscamente dejándome enfrente de todos los chicos.

  • Eres decente, pero te despelotas o ninguno cenaréis en casa. Que salgáis libres depende de tu actitud. – Dijo mientras rellenaba las copas.
  • Pero Javier, por dios, soy una mujer casada. – Respondí llorando y suplicante.
  • Casada y madre. Decídete¡¡ Te vuelvo a recordar que estás detenida...

No tuve alternativa, casi sin pensarlo la levanté y lo saqué por encima de la cabeza. – Ahora los pantalones. – Dijo dejando la camiseta sobre la mesa.

Miré a los chicos, a mi sobrino. Agaché la cabeza, desabroché el botón y bajé la cremallera. La cintura se estiró y procedí a bajarlos. Los llevé hasta los tobillos y como pude los saqué, no sin antes quitarme las zapatillas que llevaba.

  • Vas muy guapa. Conjuntada. Bragas y sujetador blanco. Pocas veces he visto tus piernas.
  • Por favor.¡¡¡ Soy yo. Has sido como un hermano pequeño para mí. Cuántas veces viniste a casa. Tu madre y yo somos amigas.

  • A la próxima que nombres a mi madre te doy dos hostias. Te baila el sujetador. Álvaro no ha visto nunca una mujer desnuda. Tu sobrino tal vez y Pedro tiene novia.

  • Por favor... – Respondí llorando.

  • No te de vergüenza. Tienes unas tetas pequeñas. Además, estamos entre amigos, familia, alumnos y compañeros. Te recuerdo que llevas puesto los dos regalos de Álvaro. Te has quitado el envoltorio y ahora dale su regalo.

Pensé en mi familia una vez más. Miré a mi sobrino, a quien se debía que estuviese allí. Eché las manos hacia atrás y me lo quité entre lágrimas. Javier lo cogió y se lo entregó a Álvaro.

  • El regalo de Lucía. Quita las manos. – Recriminó gritando. – Pequeñitas pero firmes. Qué opináis chicos? A que lo son? – Dijo pasando el dedo por mi pezón.

Sólo miraban. No hablaban. Creo que aunque estuviera preparado, no tenían idea de aquello, o simplemente no daban crédito a lo que estaban viendo. Mi sobrino se acercó y pasó su dedo.

  • Ahora tu prenda más deseada por Álvaro. La que él quiere tener y la que todos queremos que no las tengas tú. Quítate las bragas¡¡
  • No, por favor, no puedo¡¡ – Supliqué tirándome al suelo y rompiendo a llorar.
  • Lo entiendo, Lucía. Es algo muy íntimo Son tus bragas. Vístete. Sabía que no eras tan putilla como para hacerlo aunque sacrifiques a tu familia. Álvaro, devuelve el sujetador.

El joven me lo ofreció. Javier me acercó el resto de mi ropa. No bromeaba. No lo cogí. Lloré. Aparté los pantalones y la camiseta. Me levanté y llevé las manos a las bragas con resignación.

  • Estás dando una oportunidad a tu familia. Piensa que estamos de fiesta.

Ahora ya no tenía alternativa. Metí mi mano derecha por debajo de ellas para tapar mi sexo mientras que con la izquierda procedía a bajarlas y me las saqué.

  • Dáselas al chico. Quita la mano¡¡ Te digo que te las quites para que se las des a Álvaro, pero también para verte la rajita. Eres una P U T A. Repítelo.
  • Una pu... – Repetí sin poder terminar, mostrándome de pie frente a ellos.

  • Te cuesta, ehh? Tienes un bonito coño. No eres muy peluda. Quiero que me digáis uno a uno qué opináis de ella.

Álvaro le digo las gracias a su hermano y Carlos se mostró satisfecho, explicando que siempre le gusté como algo más que su tía carnal. Sus caras se debatían entre unas miradas morbosas y una sonrisa difícilmente contenida.

  • Es guapa, pero no deberíais aprovecharos de la situación. Si ha cometido un delito, que sea juzgada. – Espetó Pedro. – Pero no me gusta que esté obligada.

  • No está obligada. A que no lo estás?

Tuve que negar con la cabeza. La verdad es tenía que estar agradecida por darme la oportunidad de no ir a prisión. Se pasaban mis bragas entre comentarios obscenos.

  • Álvaro. Vamos a hacer unas fotos. Ponte a su lado.
  • Por favor, fotos no, noooo¡¡¡ – Supliqué entre lágrimas. – No sabía donde podían terminar.

El director cogió el nuevo móvil de su hermano. Después se puso mi sobrino. Le miré entre lágrimas y terminé por bajar los ojos. Javier puso a Pedro a mi lado, que no rechistó.

Cuando terminó se puso otra copa de champán y preguntó a los demás si querían. Sólo aceptó Álvaro, envalentonado, que se acercó a darme un beso en los labios. Su hermano se enorgulleció. Carlos hizo lo mismo ante la risa de los dos hermanos.

Por unos instantes se olvidaron de mí, que me mantenía desnuda en el sofá y comenzaron a mirar los regalos. Vi cómo se reían mientras mientras miraban el teléfono, suponía, eran mis fotografías. Me observaban entre risas. Mi sobrino me tocó la mejilla, me dieron un par de azotes y Javier acarició mi vello púbico ligeramente, después el pelo de mi cabeza, era toda suya.

  • Lucía es una mujer decente. Ha hecho un striptease, ha regalado su ropa interior a Álvaro. – Se ha despelotado por su familia. Ves Álvaro? Eso es amor. A su familia y para nosotros.

El comandante puso algo de música. Todos se mostraban contentos. Sólo Pedro me parecía apiadarse de mí, aunque quizá supiese todo con antelación y no me avisó.

  • Vamos a tomarnos otra copa de champán. Tú también, Lucía – Gritó. – No, no las sirvas tú. – Dijo parando a Álvaro. – Lo hará ella. Es morboso que nos sirva una profesora desnuda. También lo fue mía hace años, yo estudié también en el colegio.

Había una botella abierta pero apenas dio para servir dos copas. Me indicó que sacase otra de la nevera. Al agacharme me dio un fuerte azote y volvieron reír. Cogí una pero los nervios hacían difícil quitar el alambre que aferraba el tapón y cuando lo hice no tenía fuerza para abrirla. Pedro se acercó sin llegar a tocarme y me ofreció su ayuda.

  • Quiere que se la abra yo? – Me susurró.
  • Sí, por favor. No puedo¡¡¡ – Rompí a llorar sin ver el fin a todo aquello.

Sacó el tapón a la primera que salió con fuerza hacia la pared. El champán brotó y al agarrar la botella, me mojé yo y parte cayó al suelo. Javier me dio mi camiseta para usarla como toalla. Serví las copas, cinco, incluida una para mí.

  • No te la pongas, sólo sécate y limpia el suelo. – Expresó advirtiéndome mientras yo me arrodillaba. – Por Álvaro, por un día estupendo.

Levantamos muestras copas y bebimos. Mi sobrino se mostraba cómodo. Me mantenía de pie, desnuda, como un trofeo y con una copa en la mano. En ese momento sonó el timbre.

  • Abre Lucía. Es otro invitado. – Dijo mientras cogía la botella y llenaba otra copa.
  • Pero... Puedo vestirme? – Pregunté sollozando y extrañada.
  • Por supuesto... – Dijo haciendo una pausa. – que no... Abre así. Le alegrarás la vista.

Los miré y una tibia sonrisa asomaba en sus caras. No sabía quien podría ser. Javier me puso la mano en el cuello, acompañándome hasta la puerta, no sin antes entregarme una copa de champán. Avergonzada, abrí. Se me vino el mundo encima. Tiré la copa al ver al otro lado de la puerta a mi compañero Arturo.

  • Lucía. Seca otra vez el suelo y recoge los cristales, sobre todo por ti, que vas descalza.

Me dio la camiseta de nuevo. Se me subía la sangre a la cabeza mientras que agachada, con las rodillas juntas, limpiando todo. Javier abrió otra botella de champán y vertió parte al suelo a propósito mientras yo secaba el suelo con mi camiseta. Hablaban ignorándome.

  • Te lo dije Arturo. Te abriría tu compañera en bolas. Deja ya de fregar. – Me ordenó.
  • Eres grande, Javier. – Respondió chocando las manos con él, en señal de triunfo.

  • No Lucía, no. No sólo tienes que que dejar que te vea, si no además servirle una copa – Has tirado la que tenías para él. Brindaremos de nuevo.

No podía dejar de llorar. Cogí la botella con las dos manos y llené la copa de Arturo. Brindamos mientras que mi compañero me agarró fuertemente por la cintura y empezó a darme besos en las mejillas para terminar en los labios.

  • Joder. Antes discutir nunca te imaginé así, pero me gustas. Qué coño tan bonito¡¡¡
  • Quiero pedirte perdón por la discusión que tuvimos. No pienso eso de ti.
  • Llevabas razón, habría pagado por follarte. Me gustas. Qué coño tan bonito, me lo comería ahora mismo¡¡
  • Tendrás que merendar, Arturo. Vamos a la habitación de invitados¡¡¡
  • Nooo, por favor¡¡¡ – Tapé mi sexo instintivamente mientras Arturo apoyaba su mano en mi espalda y me hacía seguir al comandante hasta la habitación.

Había una cama situada en el centro del dormitorio con una almohada, cojines y una sábana. Me ordenó que me tumbase mirando hacia arriba y pasando los brazos por debajo de la almohada. Así quedé, expuesta ante los cinco, muy tensa y mas avergonzada si cabía.

  • Lucía. Arturo es un buen hombre. Leal con nosotros y buen amigo. Vas a pedirle perdón y que te coma el coño.
  • No puedo, por favor¡¡¡¡ – Rompí a llorar.

  • Te vuelvo a recordar tu situación. Arturo quiere comerte el coño. vas a abrir tus piernas y te vas a dejar a hacer. – Dijo tumbándose en la cama y al oído.

  • No. Soy casada¡¡¡ No puedo¡¡¡ – Supliqué apretando mis rodillas.
  • Lucía. Cuando alguno esté disfrutando de tu coño, de la manera que sea, has de abrir mucho las piernas. – Volvió a susurrarme. – Pídeselo.
  • Arturo, perdóname. Puedes hacerlo. – Respondí rompiendo a llorar.

Separé ligeramente mis piernas y pude sentir el aliento de Arturo que acechaba mi vagina. Noté como suboca rozaba el vello púbico y besaba mis labios mayores.

  • Vas a regalarle tu almeja. Separa bien las piernas. Deja que te la coma y disfrute. Relájate.

Me puse tensa, clavándome en la almohada. Esperaba su lengua de un segundo a otro. Llegó a mi clítoris. Me estremecí. Comenzó a mover su lengua de arriba a abajo mientras escuchaba al comandante en mi oído, besándome en las mejillas y boca y tocando mis pechos.

  • Tienes que abrirte más. Mi amigo tiene que tener la almeja a su disposición como si fuera tu marido. Por él y tus hijos se la vas a dar. Así, más, así... bien abierta.

Sentía la lengua de Arturo que se movía libre pero lentamente por mi vulva. El director me indicaba que me esforzase en separar lo máximo posible las piernas, que me relajase y que me dejara hacer. Mi compañero paró un momento y propuso compartir su botín. Se lo ofreció a Álvaro, como el protagonista de la celebración. Se negó, supongo que por vergüenza, pero se ofreció mi sobrino.

Clavé la cara en la almohada de nuevo. Por dios, era mi sobrino quien me iba a pasar la lengua. L empecé a sentir. Lo hacía ansioso por recorrer mi vagina. A lo lejos podía escuchar los comentarios jocosos por lo que hacía a su profesora y tía.

Tal vez estuviera un par de minutos. Lo hizo nervioso, como apurado por quedar bien. Para esos momentos sabía que no tenían sólo la intención de darme una pequeña lección, si no la de humillarme completamente y seguramente tener todos sexo conmigo. El comandante dijo que probase Pedro.

No escuché al joven decir que no. Mantenía los ojos cerrados para no mirar la verbena en la que se había convertido mi cuerpo. Acercó mi sexo a su boca y volví a sentir una lengua entre mis piernas. Era más pausado que mi sobrino, sabía donde meter la lengua. Evidenciaba que tenía pareja y su conocimiento del sexo era mayor que el de Carlos.

Javier se mantenía junto a mí. Me sujetaba la cabeza, la levantaba a veces para que mirase y continuaba susurrándome marranadas, principalmente que mis piernas estuvieran más y más separadas, hasta el punto de casi dolerme las articulaciones, y a tocarme los pechos, pasando el dedo, pellizcando y acariciando.

  • Sería bueno para ti y tu familia que te corrieses, o al menos que lo finjas.

Me volví a clavar en la almohada. Clavé los talones en la cama y dejé hacer Pedro. Intenté pensar en algo agradable. Me gustaba cuando lo hacía mi marido. Incluso si estaba enfadada con él, por alguna tontería, sólo tenía que bajar, hacerme un cunnilingus para hacerse perdonar de inmediato.

Durante unos instantes mi cuerpo se dejó llevar. Las palabras de Javier me volvieron a la realidad.

  • Mira que eres puta¡¡ Te vas a correr con la lengua del amigo de tu hijo?

Me paré, volví a mi realidad. Supongo que me había movido durante unos segundos y al parar, Pedro también lo hizo. Noté como unas manos se colocaron en las cachas de mi culo y lo levantaba, como si fuera una bandeja de la que comería directamente. De nuevo sentí otra boca en mi vagina, que ahora se mostraba levantada, como si estuviese bebiendo de un tazón. Hice intención de abrir los ojos.

  • Tranquila. Es Arturo. Pídele que te haga correr con su boca.
  • No¡¡¡¡ – Dije inútilmente para decirlo de inmediato. – Arturo, hazme llegar con tu boca. – Añadí.
  • Álvaro y yo te tocaremos las tetas para hacerlo más rápido.

Ahora se colocó entre mis piernas. Su acción era más rápida que la primera vez. Las manos de los dos hermanos se aferraron a mis pechos pero de manera suave, sin apretarlos, sólo los acariciaban por encima. Después pasaron sus lenguas. Primero el director y al momento su hermano, imitándole.

Si me evadía sentía cierto placer aunque sería imposible que llegase al orgasmo tal y como me había pedido así que decidí fingir. Me moví, levantando mi cuerpo por encima de la cama, agitándome, respirando más rápido.

  • Está mojada. Me gusta. – Expresó Arturo.

Simulé no escucharle. Había habido un par de momentos donde había obtenido una agradable evasión pero no había sido en ese. Quise seguir fingiendo hasta que terminé con un pequeño grito.

  • Yaaaa¡¡¡ – Avisé llevando la mano delante de mi sexo.

Escuchaba las risas. Giré las piernas mientras mantenía mi mano tapando la vagina.

  • Eres una puta. Ves? No era tan grave. Como todas. Sólo había que era ponerte con las patas abiertas y te correrías. No eres especial¡¡¡ Voy por una cosa.

Aguantaba los comentarios simulando que no me importaba aunque estaba siendo completamente degradada. Les escuché hablar entre ellos, descorchar otra botella de champán y servirse. Al momento volvió Javier con unas bolas chinas.

  • Es para la foto. Estás delgada, pero pareces flexible y has tenido dos hijos. Entrarán. Mételas en tu coño. Ahora está lubricado. – Rió Javier mientras me las entregaba.

Me levantaron ligeramente, apoyando sus manos en mi espalda. La cama no tenía cabecero y se encargaron Pedro y Álvaro de que estuviera en posición. Metí las bolas sin demasiados problemas dejando el cordón fuera, e hicieron de nuevo unas fotos. Expulsé una y cuando estaba a medias me dio la orden de parar, momento en el que aprovechó para hacerme una segunda foto. La saqué por completo y volvieron a fotografiarme. Por último, ahora fue el propio comandante quien la terminó de sacar. Javier se fue de la habitación, quedando sola con los chicos y mi compañero.

Cuando volvió, se acercó. Traía una sonrisa que de oreja a oreja, con su copa de champán en una mano y el estuche con el bolígrafo que los amigos de Álvaro le habían regalado, en la otra.

  • Ahora quiero una foto... ya sabes cómo. – Dijo tocando mi sexo con el bolígrafo.
  • No por favor, pensé que habíamos terminado. – Excusé cerrando instintivamente las piernas.
  • Terminar? Seguimos de fiesta de cumpleaños. Todos queremos ir a la fiesta de esta noche y quizá lo hagas. – Espetó condescendiente. – Ufff. Lucía, eres profesora pero tú no aprendes. Qué has de hacer cuando estamos jugando con tu coño?

Respondí separando las piernas pero ahora no fue suficiente. Me pidió que lo dijese con palabras.

  • Tengo que separar las piernas. – Respondí avergonzada a su orden, abriéndolas y exponiendo mi vagina.

  • Ya sabes. Mételo hasta dentro. Ese pedazo de coño puede con un boli y con el doble, a que sí? Si has podido con unas bolas chinas, cómo no vas a poder con un bolígrafo? Además, un boli es más pequeño que mi polla. – Exclamó presumiendo.

Escuchaba el sonido de un clic de la cámara y observé que Álvaro también estaba allí, utilizando su nuevo móvil. Introduje el bolígrafo completamente.

  • Así, así. Como si fuera tu juguete preferido. Mete y saca, mete y saca... Eres una profesional del sexo. – Se burló contagiándo su risas. – Para. Déjalo dentro, así quieta.

Me paré quedando abatida, lo dejé dentro de mi vagina y me derrumbé de nuevo.

  • Sin tocarlo. Lo has hecho muy bien. – Dijo sacándome de golpe el bolígrafo. – Te veo alterada. Vamos a ir avanzando que queremos cenar en casa. Ahora gírate.

Me di la vuelta temiendo que me fuesen a penetrar analmente. Me agarré a los lados de la cama y puse mi cara hacia abajo. Era un ligero alivio el no tener que mirar a ninguno. Noté cómo un líquido viscoso caía sobre mi muslos.

  • Vamos a darle un masajito. Normalmente una mujer es quien da los masajes, pero en este caso seremos nosotros.

Escuchaba comentarios ininteligibles para mí, que escuchaba a lo lejos,mientras pintaban mi trasero con el aceite.

  • Ahora vamos a darle por el culo... – Expresó riendo. – Aceite, claro. Hazlo tú Álvaro. Pedro, pon una almohada debajo para que levante sus lindas posaderas.

Un chorro cayó sobre mi ano. Sentí una mano más áspera y fuerte. Supe que era de Javier al decírmelo al oído. Abrió mi ano, apretó fuerte y su dedo pulgar se introdujo dentro Grité. Me dio dos cachetes más y dejó a los chicos.

  • Lucía, puede subir un poco la espalda? – Dijo Pedro colocando un cojín bajo de mi vientre.
  • Joder Pedro. La llamas de usted después de las confianzas que nos estamos tomando?

No respondió. Obedecí, levanté mi culo ligeramente mientras me apartaban un poco las rodillas. No supe quien era, pero noté varios dedos que subieron de mis muslos a mi ano y de este a mi vagina, en ese momento completamente abierta. Agarré fuerte la almohada de la cama, grité y supliqué, sin que nadie se apiadase. Noté como un dedo se metía bruscamente en mi ano y grité.

  • Muy bien chicos. Ya está engrasada por detrás. Lucía, date la vuelta, vamos a hacer lo mismo por delante.
  • Nooo. Por favor. – Imploré mientras intentaba resistirme a darme la vuelta.

Javier agarró mi hombro y mi brazo para obligarme y quedar mirando hacia arriba.

  • Haremos lo mismo. Hermanito, mete el dedo. Venga. Sin miedo. – Mientras volvía a echarme un líquido viscoso.

Separé las piernas antes que me lo repitiesen. El joven llevó su dedo dentro de mi vagina, metiéndolo y sacándolo. Volví a escuchar risas y cuchicheos pero bastante tenía con mantener mi mente fuera del lugar aunque suponía que me grababan y fotografiaban. Imaginaba sus miradas, sus sonrisas de complicidad. Me quería morir.

  • Lucía. Esto que estás haciendo demuestra lo que quieres a tu familia. Eres una gran mujer. Carlos. Tú eres el artífice de que tengamos a esta gran mujer para esta fiesta. Mete los dedos.

Al escuchar que era mi sobrino cerré las piernas de manera instintiva y negando con la cabeza.

  • Eres una hembra estupenda pero un poco dura de mollera. Primero, vas a pedirle a tu sobrino que te meta los dedos en el coño, se lo ha ganado, es leal, no como tú y tu familia, y además le vas a decir cómo tienes que poner tus putas piernas cuando alguno de nosotros nos estamos divirtiendo con tu chochito. Y no respondas con un “no” porque me voy a terminar enfadando y al final todos tus sacrificios van a caer en saco roto.

Separé las piernas y de malos modos me dio un azote en la parte interna de los muslos.

  • Ábrelas bien, coño¡¡¡ Sepáralas como cuando te lo han comido. Vamos, y dí lo que tienes que pedir a Carlos.
  • Carlos, puedes meterme los dedos si quieres y mientras estés jugando con mi... mi sexo, mantendré las piernas muy abiertas. – Respondí llorando y derrumbándome.
  • Ves como no es tan difícil?

Mi sobrino metió un dedo en mi vagina. Después metió un segundo. Los metía y sacaba. Al principio lentamente pero de repente los llevó hasta dentro y los giró hacia arriba. Me produjo un fuerte escalofrío, me estremecí clavando mis talones en la cama. Al moverme así de nuevo rieron y comentaron.

  • Parece que le gusta. – Comentó Arturo. – Se está excitando.

  • Hace unas semanas estuvísteis fuera unos días. Pedro y Álvaro estuvieron en tu casa. Buscaron bragas en el cesto de la ropa sucia y se hicieron unos pajotes con ellas. Álvaro, deja a Carlos las bragas que te ha regalado Lucía.

Al mirarle vi como mi sobrino sostenía las bragas que había llevado hasta llegar allí. Jugaba con ellas con una mano mientras que con la otra continuaba operando dentro de mi sexo. Arturo me sujetaba ahora la espalda para que pudiera ver mi sexo mientras introducía los dedos en el. Álvaro era el encargado de hacer las fotos.

  • Vamos a hacernos una foto con ella metiéndole el dedo en el coño. – Dijo Javier a Arturo.

Pedro y Carlos sujetaban ahora mi espalda. Me mantenía incorporada. Arturo y el director se colocaron a los lados. Javier bruscamente su mano por mi vello púbico, separando mis labios vaginales y pidió la foto a su hermano mientras me metía el dedo. Después hizo lo mismo su amigo y él pasó a tocarme mis pechos. Sacaron varias fotos enfocando mi cara y buscando que saliese en primer plano.

  • Álvaro. Otra foto. – Dijo mientras posaba. – Me las enseñas? Anda que no voy a presumir con este book que estamos haciendo¡¡¡

Se apartaron mientras hablaban entre ellos. El resto también se acercó, supongo que a ver las fotos. Sólo supe llevar la mano a mi cara y ponerme a llorar.

  • Ahora vamos a por un poco de acción.
  • Por favor, déjanos en libertad. He hecho lo que me habéis pedido.
  • Un poco más. Sigue así y esta noche cenaréis los cuatro juntos. Tienes mi palabra. Eres una puta terrorista, pero también lo eres aquí. Mira cómo me tienes¡¡ – Dijo llevándome la mano por encima de su pantalón, mostrando una fuerte erección.

Ahora veía la situación más próxima a su fin. Eso me aliviaba y ya sólo importaba terminar libres esa noche. Pedro y Javier hablaban en voz baja, no podía escucharlos pero me miraban.

  • Pedro. Ven aquí. Lucía, siéntate en la cama. Hazle una buena paja. Con eso de tocarte el coño los has puesto muy cachondos.

Le miré. No sé qué reflejaría mi cara pero en ese momento era indignación y vergüenza. El saberme sometida e indefensa ante Javier en aquella situación y encima tener que agradecérselo. Mientras, Pedro comenzó a bajarse los pantalones.

  • Pedro tiene novia. Se conformará con un pajote. No te veo muy cómodo y por eso no te digo que te la folles, pero quiero que demuestres que no eres maricón.

Se sentó tumbó en la cama. Estaba excitado, su miembro miraba al techo. Quería terminar cuanto antes. No pensé en nada y lo agarré con fuerza subiendo y bajando su piel. Tenía un miembro enorme, excitado, mostrando todo su explendor. Lo empecé a mover de arriba hacia abajo. Se relajó. Se negaba a tocarme, tan sólo lo hizo ligeramente con mi pelo, pero estaba excitado. Imagino que pensaba en su novia. Le miré y tenía los ojos cerrados, yo hice lo mismo hasta la siguiente orden.

  • Venga Lucía. No seas estrecha. Estamos pagando con vuestra libertad. Hazle una mamadita.

Me agaché y le di un pequeño lametón en la punta. Se estremeció. Seguí masturbándole, tal vez durante un minuto en el que cambiaba mi boca y mis manos. Enseguida varios chorros de semen, de manera interrumpida y rítmica, se dispararon, manchando mi cara. Todos rieron ante la finalización del muchacho.

  • Has tardado poco. Que tengas novia no ha sido inconveniente para que te corrieses con la paja y lengua de tu profesora de inglés Si algún día te quedas sin trabajo, como chupona tendrás futuro. Álvaro, supongo que querrás perder tu virginidad, no?
  • No, no puede violarme. – Me anticipé a decir. – No quiero que me haga nada.
  • Nadie va a violarte. Puedes irte de aquí cuando quieras. – Dijo pausado. – Estás aquí voluntariamente. Si aceptas, él no te hará nada, serás tú quien se lo hagas a él. Además, ya sabes... No querrás estropearlo ahora. Decide si eres una puta a la que pagamos con la libertad de la familia o una estrecha ama de casa, madre y esposa.

Me tapé la cara durante unos segundos. No sé cuantos fueron pero al quitar mis manos vi a Álvaro con el bóxer, mojado la punta que rozaba su miembro. Se desnudó, cayendo un pequeño hilillo de semen que se mantenía pegado a su prenda íntima hasta que esta cayó al suelo.

  • Le pones mucho. Celebra su cumpleaños. Quiero que te pongas sobre él y le hagas sentir especial. Pero primero, chúpala. Hemos visto ya que sabes hacerlo. A los hombres nos gusta que no mojen la aguja antes de coser.

El joven ya estaba sentado. Su tamaño era menor que el de Pedro. Hice lo mismo y dirigí su miembro a mi boca. Podía sentir el sabor de su incipiente semen. Fueron sólo unos lametones porque enseguida Javier me indicó que me colocase encima, supongo, que temiendo que su excitación hiciese que no me llegase a penetrar. Me puse de rodillas sobre él, con ellas separadas. Su miembro rozaba mi sexo pero me intentaba mantener arriba, sólo con pequeños roces pero sin llegar a entrar en mí.

  • Carlos, abrázala. Tu tía se alegrará de ver una cara conocida.

Mi sobrino se colocó a mi lado. Contento, me dio un abrazo. No podía dar crédito que pudiera estar participando en aquella aberración. Carlos me abrazó por la cabeza y Álvaro me sujetó de la cintura, tirando de mí hacia abajo. Me clavó en su miembro. Di un grito lo que provocó de nuevo las risas.

  • No la has dejado indiferente. – Expresó orgulloso de su hermano. – Lucía, cabalga sobre él.

El joven se agarró a mi hombro y de inmediato bajó a mi pecho. Mi sobrino me sujetó la mano mientras me seguía acariciando. Estaba excitado, moviéndose, moviéndome. Su miembro era más pequeño que el de Pedro, aunque se mantenía completamente erecto.

  • Carlos, tócale las tetas. Te quiero más activo.

Mi sobrino, me acariciaba la cara, consolándome, bajó las manos hacia mis pechos, apretándolos. Su amigo seguía debajo de mi, mientras yo subía y bajaba, dándole placer. Notaba como el joven aumentaba sus jadeos. Su miembro incrementaba aún más su tamaño. No debería tardar demasiado. Escuchaba los comentarios sobre mis movimientos. El chico respiraba agitado y yo gemía por las penetraciones continuas, despojándome de toda mi dignidad de mujer casada veinte años atrás.

  • Lucía, tienes un culo precioso y lo mueves de maravilla. Te gusta?

Por supuesto que no me gustaba. Ante los comentarios todo eran risas. El joven seguía concentrado. Se aferró a mis caderas y llevó su boca a mis pechos, haciendo que mi sobrino quitase su mano y la llevase de nuevo a mi cara. Su boca se dirigió a la mía y me metió la lengua. Me acariciaba el pelo mientras seguía con sus embestidas, entrando y saliendo de mí. En realidad era yo. Subía y bajaba, haciendo que a cada bajada, su miembro se clavara cada vez más dentro de mí. Sólo quería que terminase. El joven me agarró fuerte y tomó las riendas. Sabía que era inminente que terminase por lo que le advertí.

  • Álvaro, por favor. No termines dentro. – Le reseñé con la voz entrecortada.
  • Siii, voy a correr...me. – Gritó.

Intenté levantarme, pero al hacerlo dos manos sobre los hombros impidieron que me levantase para apartarme. Era Javier. Arturo también me sujetó y no tuve fuerzas para levantarme.

  • Nooo, No quiero... – Grité desesperada cuando noté que el chorro de semen se inyectaba hasta dentro de mi útero.

Cuando el joven ser relajó sus manos se apartaron. Me eché a un lado, hundida y mas humillada que antes y me tiré sobre la cama.

  • Espero que no tengas un primito, Carlos. Aunque no me importaría nada ser tío, aunque el problema de follarse a una zorra es que nunca sabrás si es tuyo – Dijo felicitando a su hermano y humillándome a mí. – Consuela a tu tía. Ahora te necesita. Me encanta ver tu mano, Lucía, ese anillo de mujer casada, con lo que representa.

Carlos acercó a mí y me abrazó. Sólo me dejé hacer. Era consciente que si estaba en aquella situación era por él pero dejé que me acurrucase a su lado. De nuevo noté su erección y le empujé por el asco que me dio.

Como había dicho Javier, Álvaro no me había violado, pero la situación me había obligado a hacerlo con él, con unas consecuencias horribles si me negaba.

  • Carlos. Te toca a ti. – Dijo tirándome de nuevo mi camiseta para que me limpiase.
  • No, él no. – Respondí de manera instantánea.
  • Tú te callas, gilipollas. Harás lo que yo diga o ya sabes...

Cuando me recordaba la situación me desarmaba. Lo había vuelto a hacer. Cuánto lamentaba haber preparado aquel pequeño incendio y que tan caro me estaba costando.

  • Venga Carlos. Haz que tu tía disfrute.

Mi sobrino estaba ya completamente desnudo. También completamente erecto. Se acercó y nos miramos los dos. Mis ojos volvieron a nublarse. Miré a Pedro, que se mantenía callado y quieto.

  • Carlos. Deja en buen lugar a los cadetes. Lucía, debes hacer que se corra, queda claro? Si no lo consigues es que no vales como puta, y si no vales...

Le miré. No tenía dudas en que llegaría. Había sido todo idea suya y deseaba tenerme.

  • Tía. Te habrás dado cuenta que no me resultas indiferente como mujer pero no quiero que os pase nada a ninguno. Me correré y pasarás la prueba.
  • No eres digno hijo de tus padres pero espero que no cuentes esto a nadie. – Respondí ofendida y rabiosa.
  • Tía. Confía en mí. Nadie fuera de aquí lo sabrá. Cumpliré¡¡ – Expresó con seguridad.

Su sexo buscó el mío. De una fuerte embestida entró en mí. Su pene era enorme. Me llenó por completo mientras me agarraba tensa a la almohada con las piernas separadas, al máximo para que Carlos me penetrase y fuese todo lo más sencillo, y evitar cualquier advertencia del comandante, y terminase pronto. Comenzó a rozar mi sexo con su glande, le miré, mi vello se iba impregnando con pequeñas gotas de semen que provocaba su excitación hasta meterla de manera suave, al hacerlo no pude impedir dar un grito.

  • Lucía. Esta noche, después de la fiesta no sé si te van a quedar ganas celebrar el fin de curso. Te estás entregando al máximo. Si quieres le decimos a tu marido que no te toque. – Dijo el comandante.

Me mostraba desnuda, intentando no pensar y acabar con aquello. Llevó su mano a mi cara y comenzó a besarme. Primero sólo eran picos en los labios, después introdujo la lengua sin ningún tipo de miramientos mientras me seguía penetrando. Mi pasividad le invitaba a besar mi cara y mis pechos. La postura era tal y como lo hacía con Miguel cuando manteníamos relaciones.

Veía la excitación que le despertaba mientras me iba penetrando. Abrí las piernas al máximo antes que obtuviera alguna reprimenda. Hinqué mi cabeza sobre la almohada, esperando que terminase.

  • Tía, he montado todo esto porque me apetecía verte, tenerte. Me pareces una mujer especial aunque seas mi tía. He tenido que compartirte, pero ha merecido la pena. Nunca habrías aceptado estar conmigo a solas y ser una mujer en lugar de mi tía.

Rompí a llorar, no podía dar crédito. Mi sobrino continuó embistiéndome. Me mantenía en la postura del misionero. Todo lo que había vivido hasta entonces me parecía casi un juego en comparación al trauma que estaba viviendo en esos momentos.

Pedro se acercó y me dio la mano. Le miré y la apreté aún más, buscando protección. Cerré los ojos. Le dejé hacer. Estaba excitadísimo. Pensaba en cómo podía haber sido tan tonta. No haberme protegido más, haber insultado a Arturo y sobre todo, preparar y colocar aquel pequeño artefacto en el ministerio que me habían convertido en terrorista.

  • Tranquila. Yo no llegaré dentro. – Expresó casi sin aire por la excitación.
  • Te diré algo, Lucía. – Interrumpió el director. Sabes que les pones mucho. Recuerda que fueron a tu casa a follarse tus bragas.

No le contesté. Miré a mi sobrino, luego a los otros dos chicos. Era uno de los momentos más duros de aquella tarde noche. Por las embestidas supe que estaría próximo a orgasmo. Pensaba que nada en mi vida podría ser más terrible que aquello. De un salto salió y eyaculó sobre mi vientre, igual que Pedro lo hizo en varias veces y en abundante cantidad sobre el vello púbico. Quedé en la cama. Aunque estaban los cinco hombres en la habitación me sentía más sola que nunca. Busqué con la mirada a Pedro, volví a cerrar los ojos. Carlos se puso los pantalones.

  • Lucía. Ve al baño y dúchate.
  • Prefiero hacerlo en casa. – Respondí, tardando en contestar.
  • Estoy hasta los cojones que me repliques. Si digo que te duches, te duchas. Te irás cuando yo lo diga o te vendrán a buscar cuando lo digas tú, y tu puto hijo y el cabrón de tu marido te acompañarán a prisión. Tienes una toalla en el baño. La ropa déjala aquí..

  • Nosotros nos vamos. Muchísimas gracias por la fiesta y los regalos.– Agradeció Álvaro.

  • Esperad. Lucía. Los chicos se van. Vamos a brindar una última vez por su cumpleaños. Pedro, abre tú la botella. Ella abre bien las piernas pero las botellas no es lo suyo. – Dijo riendo y los demás le acompañaron. – Tú también bebes. – Me ordenó

Mi alumno abrió otra botella y brindamos de nuevo.

  • Por este día tan especial. Por este dieciocho cumpleaños de Álvaro. Porque tenga muchos días como el de hoy y que el curso que viene sea estupendo. – Dijo ofreciendo el brindis.

  • La vas a dejar libre? – Preguntó mi sobrino.

  • Se ha portado. Se está ganando el perdón. Yo siempre cumplo lo que prometo. Álvaro, no te dejes las bragas de Lucía y el sujetador. Le ha costado mucho regalártelos. Tú dúchate. – Me ordenó. – Por cierto, os veo después a todos en la fiesta del colegio.

  • Lucía. Gracias... – Dijo Álvaro sin que pudiera comprenderlo.

Salí corriendo al baño, dejando a todos allí. Abrí el grifo de la ducha. El agua caliente me reconfortaba, me limpiaba y me calmaba aunque no pude evitar derrumbarme y caer sobre la bañera. Sólo fueron unos segundos. Quería irme a casa y ver a Pablo, que mi marido y Daniel estuviesen bien y a pesar de todo, poder estar los cuatro juntos. Salí de la ducha, me envolví en la toalla y salí de nuevo a la habitación. Estaban solos Arturo, y Javier.

  • Puedo vestirme ya? – Pregunté sumisa y temiendo otra encerrona.
  • De momento quítate la toalla. No sabes la de veces que hemos imaginado un trío contigo.
  • No. Parad ya. Por favor.
  • Sería un error por tu parte abandonar en la orilla. – Explicó mientras me arrancaba la toalla. – Yo no te he probado y me apetece compartirte con él. Sólo tienes que ser un poco puta durante un rato más.
  • Lucía, no sabes las ganas que tenía de tenerte. – Señaló ahora Arturo. – Te he comido el coño y ahora quiero metértela.
  • Siempre he querido probar ese culito.

Arturo se colocó frente a mi cara y metió su miembro en mi boca. Javier se situó detrás. Se lo tomó con calma, dándome con su miembro varios golpecitos en mis nalgas, previas a la penetración. Lo hizo vaginalmente. Abriéndome completamente mi sexo con los dedos, estirándolos al máximo. Me dio varias embestidas y sus pulgares se dirigieron a mi ano, abriéndolo también.

Javier sacó su miembro dentro de mí y lo llevó a la entrada de mi ano. Arturo paró, temiendo que con el dolor le pudiera morder. Me sujetó la cabeza, apretándola sobre el colchón. Pasó su pene por mi rabadilla, jugando y deslizándolo hasta que de una fuerte embestida me sodomizó. Grité, me dolió, ahora físicamente. Pensaba que aquello no tenía fin.

No pude evitar dar un grito de dolor, de desgarro pero no pareció importarle. En realidad a ninguno porque de nuevo llevó Arturo su pene a mi boca y continuó obligándome a realizar una felación. Sentía mi ano arder, me escocía mientras me continuaba embistiendo.

  • Arturo. Te cambio la boca por el culo. – Dijo riendo mientras unos hilos con mis babas junto a su semen caían sobre la cama.
  • Vamos. – Respondió sacándola. – Tiene un culo espectacular. Siempre lo hemos dicho.

Los dos se intercambiaron mientras yo permanecía sin moverme. Arturo la colocó sobre mi ano y la llevó adentro. Me dolió menos, era más pequeña. Lo vi cuando Javier me la metió en la boca que la llenó por completo. Ambos reían, me decían que parecía más joven por mi delgadez y que tenía un cuerpo muy estilizado.

  • Vamos, Señora de Sánchez, profesora de inglés aunque el francés es tu idioma natural. – Reía excitado. – Lo manejas muy bien. Sabía que hoy tendríamos un día inolvidable follándote o encerrándote. Me alegra que haya sido lo primero.
  • Cómo me pone esta zorra¡¡¡ Esto no se paga ni con todo el oro del mundo¡¡¡
  • Joder, como al chupa, voy a correrme. – Añadió Javier. – Diossss¡¡¡. Una decente mujer casada¡¡ –Dijo ahora retractándose de todos los comentarios anteriores. Se ha esmerado.

La sacó justo en el momento en que iba a llegar y toda mi cara se llenó de semen. Arturo tardó aún un poco. Se recreaba, me daba azotes y seguía manejándome a su antojo.

  • Este asno va a correrse. Ahhhh. – Dijo haciendo mención a mi insulto en el colegio. – Has sido todo un lujo para nosotros. Expresó quedando tendido sobre mí y chocando las palmas de manera sonora con su amigo.

  • Has cumplido. Sólo voy a ponerte tres condiciones. – Añadió el comandante.

La primera era que debería ir a la fiesta de fin de curso, e iría sin bragas y con una falda o vestido no más abajo de las rodillas. La segunda sería que no nos podríamos cambiar de domicilio durante al menos dos año. Y no dejaría las clases de la academia. Si no cumplía alguna de las condiciones, mi familia volvería a ser detenida.

Me vestí. La camiseta aún estaba mojada y un poco mojada del semen de Alvaro, aunque al ser blanca lo disimulaba. No tenía sujetador, así que la ahuequé para que no me marcasen los pechos. Apenas me había dado tiempo a vestirme cuando sonó el timbre. Era mi marido. Entraron y me dieron un abrazo.

  • Qué ha pasado? – Preguntó mi marido al ver las copas de champán, las botellas vacías y mi camiseta .
  • Cariño. Javier nos cubrirá con lo del ministerio. Nos deja en libertad. Hemos estado celebrando el cumpleaños de Álvaro, 18, ya sabes que es de la edad de Daniel. Los chicos se acaban de marchar – Dije agarrando del brazo a mi marido, abrazándole.
  • Gracias Álvaro. – Respondió mi marido. – Si podemos reparar el daño, dínoslo. Sentimos muchísimo los problemas que hemos causado. Espero que tu hermano lo haya pasado bien en la fiesta. – Respondió su marido ante las carcajadas al escucharlo.
  • Sí, ha sido una fiesta íntima y lo hemos pasado todos muy bien. Tu mujer ha animado la fiesta. Quería que mi hermano estuviese contento en su 18 cumpleaños y lo hemos conseguido.
  • Sí. Suele ser el alma de las fiestas. Gracias a ti también, Arturo. Espero que hayáis resuelto también vuestras rencillas, no merece la pena estar enfadados. – Añadió mi marido.
  • Tranquilo Daniel. – Respondió Arturo. – Ya se ha disculpado Lucía y se ha hecho perdonar.
  • Gracias. Me alegro que lo hayáis pasado bien.
  • Muy bien. Créeme. No se le da bien abrir las botellas de champán, pero se ha esmerado en todo. Tienes una gran mujer y una madre estupenda. Os quiere con locura y gracias a ella estáis libres. Te aseguro que nos quedamos con un gran sabor de boca de esta noche. Ninguno vamos a olvidar este maravilloso fin de curso. Ahora id a cenar y luego nos vemos en la fiesta del colegio.
  • Siempre te estaré agradecido, como padre y marido, por lo de esta tarde. Muchas gracias.

Me giré para que no me vieran llorar. Javier llamó y vinieron a recogernos para llevarnos a casa.

Abrí la puerta y fui directa al baño y me volví a poner ropa interior. Cenamos, aunque yo no probé bocado, Me terminé de arreglar para irnos a la fiesta del colegio. Me puse un vestido de verano negro sin bragas, al igual que cuando llegamos a casa.

Nos dirigimos a la fiesta. Fuimos de los últimos en hacerlo. Me encontré a Javier que estaba con Arturo.

  • Perdona Miguel. Quiero comentar algo a Lucía. – Expresó el comandante. – Nos das un minuto.
  • Claro. Tomaos el tiempo que queráis. – Respondió sin saber nada.

Llegamos a la sala de profesores. Allí estaban Arturo, Álvaro, Pedro y mi sobrino.

  • Sólo es una comprobación. Ya sabes. Chicos, venid.

Levanté la falda y volví a enseñarles mi sexo, como horas antes.

  • Tienes un coño precioso. Venga vamos a hacernos unas últimas fotos aquí, en el colegio, con la falda levantada.

Obedecí, levanté la falda, se fueron poniendo a mi lado por turnos, haciéndose fotos conmigo, y por último, puso el temporizador para salir todos juntos.

  • Quería comentarte que no sólo hicimos fotos, si no que había cámaras en la entrada, el salón, la habitación y baño. Tenemos una película, sin censura, bastante larga y completa. – De detuvo sonriendo. – Tengo unos compromisos y tal vez te llame para que amenices alguna celebración. Estoy de acuerdo con tu marido. Eres el alma de las fiestas. Disfruta guapa. – Dijo dándome un beso en la boca.