Humillación a la esposa de un policía
Unos ganster se vengan de un policía secuestrándolos a él y a su esposa. Deberá presenciar como es utilizada para vengarse de él.
Vuelvo a subir el relato, ahora completo. Os pido disculpas por las molestias
Desde que me habían ascendido a inspector jefe, todo me había salido estupendamente. Mis mayores éxitos habían sido detener a varios miembros del clan de los Márquez, que controlaban gran parte de los negocios menos claros de la ciudad, prostitución, drogas, juego............. Varias veces me habían hecho veladas amenazas hacia mi persona y mi familia, que llegó a asustar a compañeros y superiores, aunque mi respuesta siempre era que eso sólo sucedía en las películas. Por su parte, mi esposa, trabajaba como profesora de biología en un instituto, el mismo al que también acudía mi hijo.
Estábamos ya a mediados de mayo y nuestro único hijo, Adrián, de dieciséis años, se había marchado con los padres de Miranda a pasar el fin de semana. Era un joven responsable, y a pesar de estar próxima la finalización del curso, sabíamos que lo aprobaría sin problemas.
Aquel día era sábado y habíamos decidido salir a comer fuera. Todo transcurrió con normalidad, hasta que decidimos marcharnos a casa. Al arrancar el coche, alguien nos avisó que teníamos una rueda pinchada. Al bajarme al comprobarlo, varios hombres armados nos rodearon y nos obligaron a introducirnos en otro vehículo. Allí nos amordazaron y nos taparon los ojos.
Intenté defender a Miranda, pero fue inútil, ya que lo primero que hicieron fue quitarme mi arma reglamentaria y después golpearme varias veces hasta que perdí el conocimiento.
Desperté algún tiempo después. Según ella, cuando hablamos de aquello debió ser en torno a una hora. Al hacerlo, vi que estaba en un amplio salón que debía corresponder a una enorme y lujosa casa. Estaba situado en un sofá, apartado de otro más próximo a la entrada, por donde fueron desfilando todos los personajes que participaron en esta historia. En la habitación estaban colocadas estratégicamente varias cámaras, dos de ellas profesionales, por lo que pensé que el objeto de nuestro secreto era pedir un rescate o chantajear a la policía a cambio de mi vida.
Cuando quise ubicarme y recordar todo lo que había pasado, me di cuenta que estaba atado de pies y manos y mi boca se mantenía tapada por una mordaza. Estaba tan sólo con mis boxers, y mis pantalones y camisa junto a mi. Fue ahí cuando temí por mi esposa, que no sabía como se encontraría y si habría sufrido algún daño. Me considero muy celoso, e imaginé que si le habían tocado un pelo, buscaría a los culpables y los mataría uno a uno.
Miré a todos lados, y tan sólo vi a dos jóvenes y musculosos muchachos que vigilaban la entrada de la puerta. De inmediato entró alguien. Era un hombre mayor, con un carro de camarera, que por lo que me pareció ver, iba repleto de bebidas. Los esbirros le abrieron la puerta al entrar y la cerraron al salir.
Mi cabeza sólo acertaba a mirar para adelante. Estaba extrañado, y no sabía donde me encontraba, aunque sospechaba que tenía que ver con mi labor de policía.
Fue entonces cuando vi que entraba a quien llamaban Don Cristian. Era un hombre de unos 55 años, fuerte y alto, con fama de violento. Era el cabecilla del clan de los Márquez. Al momento entraron otros dos hombres, que llevaban en volandas a Miranda, la empujaron al centro de la sala y se marcharon. Tuvo que hacer serios esfuerzos para no caerse con los tacones que llevaba. Aquel día iba especialmente guapa para mi gusto, vestida con una falda corta, de color blanco y una camiseta estampada en tono marrón.
Miranda tiene la misma edad que yo. Eran cuarenta y un años entonces. Es una mujer atractiva. No tiene unos pechos enormes, aunque se mantienen firmes, no muy alta, rubia de pelo liso y un buen tipo. Creo que nadie diría que tiene esa edad.
Mi, mujer al ver que estaba magullado, tumbado y amordazado, corrió a mi auxilio. La dejaron hablar conmigo, el tiempo suficiente para preguntarme si había sufrido algún daño. Yo no pude contestarla, pero sabía que en su caso no era así, ya que su aspecto se mantenía intacto, igual que al salir al restaurante, lo que me tranquilizó.
Los dos jóvenes llevaron a mi esposa junto a la entrada. Al lado había una mesa baja, sillas, sofás, y el mueble bar que habían traído anteriormente. De inmediato mi cara palideció al ver que entraba Moisés. Era el hermano mayor de mi último arrestado. En ese momento vi peligrar nuestra integridad, la de Miranda y la mía.
Debía tener unos cincuenta años y sabía de la violencia de su mala fe, aunque jamás pensé que fuese a meterse con un policía.
- Inspector Sánchez. ¿Cuántas veces le dije que se metiera en sus asuntos y nos dejase tranquilos? ¿Cuántas? ….............¿Cuantas? Al final hemos tenido que traerle aquí.
No podía contestarle, ni tampoco lo esperaba. Tan sólo se acercó a mi y me dio un fuerte puñetazo en la cara, para de inmediato, dirigirse a donde estaba Miranda, que aterrada, intentó acercarse, e interesarse por mi salud.
- Cariño. Por dios¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Son ustedes unos canallas¡¡¡ ¿Estás bien?
Sólo pude asentir con la cabeza, mientras los dos jóvenes se volvían a llevar a mi mujer hacia el centro del salón.
Quería decirles que la dejasen libre y se quedasen sólo conmigo, pero no podía hablar.. Fue ahí cuando Moisés habló, y ordenó a mi esposa que les sirviese una copa. Un gin tonic para él y un brandy para Don Cristian.
Sirvió las copas de forma seria y temblorosa, buscando en cada uno de los compartimentos donde se encontraban las bebidas. A veces ellos mismos le indicaron donde se encontraban algunas cosas. Con nerviosismo, dejó las copas encima de la mesa.
- Miranda. Hagamos como que tu marido no está aquí. Al fin y al cabo está atado y no puede pronunciar palabra. Es como si estuviésemos solos. En familia. – Habló don Cristian de manera sonriente.
Mi esposa me miró extrañada. Aunque en pocos segundos se dio cuenta de la situación al continuar hablando.
- Me pareces......... nos pareces una mujer muy atractiva. Quiero que te quites la camiseta.
Quedó estupefacta y negó con la cabeza. Fue el momento en que recibí por parte de Moisés una fuerte y sonora bofetada cayendo sobre el sofá. Los dos jóvenes me ayudaron a incorporarme, me miró con lágrimas en los ojos. No pude hacer lo mismo mucho tiempo y bajé la cabeza. Aún se mantuvo firme, sin reaccionar, volviendo a repetirse la escena, en la que recibí un nuevo golpe. Esta vez, sus manos bajaron y sacó la camiseta por encima.
- Buena chica. – Respondió Moisés. – Ahora sube un poco la falda para que veamos tus piernas.
Dejaron la prenda en el respaldo de una silla, junto a donde yo estaba, como si los movimientos los tuvieran calculados. Ella mantenía los brazos cruzados, tapando sus pechos que seguían cubiertos también por el sujetador. Con vergüenza bajó sus manos hacia su ya corta falda y la subió hasta bien entrado los muslos. Los dos mafiosos jaleaban sus acciones, aunque no era suficiente para ellos.
- No le termino de ver las bragas, – Comentó don Cristian a Moisés. – Será mejor que te la quites. – Añadió riendo.
Gimoteaba a la vez que negaba con la cabeza. Esta vez fue el mayor de los mafiosos quien me golpeó con el mismo resultado.
Les habría resultado más sencillo haber desgarrado sus ropas y haberla dejado desnuda en unos segundos, pero aquello no habría sido suficiente para vengarse de mis acciones contra el clan.
La miraba con tristeza y humillación. Sabía por lo que estaba pasando y no tenía posibilidad de ayudarla. Lo peor es que no iba toda aquella violencia contra mi, si no contra mi mujer, aunque fuese yo quien recibía los golpes. No podía tolerar todo aquello. La veía tan guapa, tan dulce y tan indefensa que no podía soportarlo.
La falda iba justa, con un pequeño cinturón negro y empezó a desabrocharlo, pero la entrada de un nuevo hombre, casi un crío, en el cuarto, la hizo parar de nuevo. Era Ricard.. Hermano pequeño de mi último arrestado y de Moisés. Era joven, y mi sorpresa fue mayúscula al saber que era también alumno de Miranda en el colegio donde daba clase..
- Pasa Ricard. Te presento a Miranda. Es la mujer del inspector Sánchez. – Dijo señalando hacia mi. – y también tu profesora de biología, como ya sabes. – Ironizó con la situación. – Estamos convenciéndola para que se quite la falda y nos enseñe las piernas y su ropa interior, si es que la lleva. – Dijo riendo. – Vamos, continúa – Volvió a ordenar.
Quedó cortada con la entrada de Ricard pero de nuevo la violencia, esta vez verbal de Moisés la hizo reaccionar.
- ¿Te la quitas o le suelto otra hostia a tu querido marido?
El cinturón ya estaba abierto. Desabrochó tres pequeños botones que la ajustaban a su cintura y lentamente comenzó a bajarla ante la atenta mirada de los que allí se encontraban.
La falda cayó al suelo, y Moisés la recogió dejándola justo encima del cojín de la silla donde estaba también su camiseta. Miranda se mantenía firme y sus manos intentaban cubrir sus partes más íntimas.
- Miranda, coño¡¡¡ Que estamos entre amigos¡¡¡ Venga, ponle a Ricard lo que quiera tomar. Ya sabes donde está todo.
- Me gusta su ropa interior. Es semitransparente.
Le miró con odio, esperando que le pidiese. Todos mirábamos, aunque las de los demás no eran las mismas intenciones que las mías. Efectivamente, se transparentaban tanto los pezones como el vello negro de su sexo. Sólo quería matarlos y que no la mirasen. Me moría de celos..........
- Ponme un gin tonic. Con mucho zumo de limón. – Pidió riendo el joven
Al girarse recibió un azote del joven. Miranda se giró, llevando su mano a su trasero, que debía sentirse dolorido. Tras matarle con la mirada, se dirigió de nuevo al carro de las bebidas y mientras lloraba sacó hielo, exprimió un limón, echó una dosis de ginebra y añadió la tónica, para después entregarle la bebida. Por mi parte hice intención de levantarme, pero resultaba inútil.
Justo en ese momento sonó un teléfono móvil. Lo descolgó don Cristian. Por una vez, las miradas pasaron del cuerpo de mi mujer al cabecilla del clan, quien al acabar la conversación, comunicó al grupo que debía marcharse.
Todos, idolatrando y rindiendo pleitesía a su jefe, le propusieron esperar con la fiesta.. No quiso, pero si les pidió que hicieran algo por él.
- Tengo que marcharme y tardaré. Seguid vosotros con lo que hemos hablado. Lo que si me gustaría es que me dejéis una copia de la película que estamos grabando en mi despacho. Otra cosa. Mandaré a Lito aquí, para que disfrute un poco. Haced que lo pase bien. – Dijo mientras salía por la puerta.
No sabía quien era Lito. No le conocía, al menos por ese nombre, aunque cuando entró por la puerta me quedé de piedra. Miranda también. Era Manolo. Amigo de nuestro hijo, y también alumno de Miranda.
Vi como mi esposa se sonrojó. Manolo venía frecuentemente a nuestra casa. Era también integrante de la pandilla de mi hijo y alumno de Miranda, a pesar de ser ya algo mayor. Su nivel de estudios no era todo lo bueno que de él se esperaba y había perdido el curso varios años y por supuesto, se le daba fatal la biología, por lo que eran habituales sus suspensos.
- Manolo. ¿Qué haces aquí? – Preguntó mi esposa con voz temblorosa mientras enjugaba sus lágrimas.
- Cristian es mi tío. – Respondió con voz natural, aunque sus ojos no paraban de observarla.
- ¿Qué te parece Miranda? – Preguntó Moisés. – En la playa ha de hacer estragos. Tiene unas tetas pequeñas pero duritas, y unas piernas espectaculares. ¿No crees?
- Está de muerte. Pedí a mi tío que me dejase estar en esta fiesta y me dijo que no. Mis notas en el colegio no fueron del todo buenas, pero al final me ha permitido venir.
- Tu tío siempre te complace en todo. – Volvió a contestar Moisés.
Moisés era ahora en el grupo el jefe del clan. Le agarró las manos e hizo que se situasen estiradas hacia abajo. Abrazó su cintura, acarició sus nalgas y con un azotito le preguntó a Manuel, o a Lito, como le llamaba.
- ¿Qué quieres tomar? Te lo servirá esta camarera tan guapa que tenemos.
- Una cerveza – Respondió sin dudar.
Mi mujer hizo ademán de ir al carrito a sacar la cerveza, pero Moisés la paró.
- Lito es el sobrino del jefe. Se merece lo mejor. Quítate el sujetador¡¡¡
- Noooo. Por favor¡¡¡¡ No me hagan esto. – Dijo mirando al responsable de aquello, que ahora era Moisés, pero dirigiendo sus ojos al amigo de nuestro hijo primero y después a su otro alumno, esperando que nos echase una mano en aquella situación.
- ¿Dónde está el resto de su ropa? – Preguntó el joven con aire despistado.
Ricard le contestó y Lito se acercó a Miranda para descalzarla. Tomó sus zapatos y se dirigió a la ropa, donde cuidadosamente la colocó como si se tratase de un maniquí imaginario estirada en el suelo.
Los tres hombres se sentaron en el sofá mientras esperaban que Miranda reaccionase y quedase desnuda de cintura para arriba. Ella se resistía y negaba con la cabeza. De nuevo Moisés intervino.
- Por culpa de tu marido mi hermano está en la cárcel. Te doy tres opciones. Te puedo inflar a hostias y después quitarte yo el sujetador. Puedo pegar un tiro a tu marido, y después te quitaría el sujetador, o bien, quitártelo tú y deleitarnos con un strep tease. En cualquier caso, en menos de dos minutos te vamos a ver las tetas.
Una vez más hice intención de gritar y de soltarme pero era imposible. Mis celos, mi indignación y mi humillación estaban a flor de piel. Mientras, miraba como Miranda echaba sus manos hacia atrás y soltaba el cierre del sostén. Lito estuvo presto a recogerlo, doblarlo y colocarlo encima de la camiseta.
- Ahora, y sin taparte los pechos, puedes ponerle a Lito la cerveza que te ha pedido.
Miranda no paraba de llorar mientras que una vez más caminaba al carro de las bebidas y sacaba una cerveza y se la entregaba al amigo de nuestro hijo.
- Quiero verte el coño¡¡¡ – Dijo Ricard con voz autoritaria.
Mi esposa no contestó pero su llanto fue mayor. No podía dar crédito que pudiera estar pasando aquello. Parecía una pesadilla, pero no podía despertarme. Moisés paró a su hermano, sólo para hurgar más en nuestra herida.
- No se le puede pedir a una mujer que se quite las bragas así. Es cierto que estamos prácticamente en familia. Su marido no tiene nada que objetar. – Dijo irónicamente mientras me miraba con una sonrisa de superioridad.
- Quiero sus bragas – Dijo ahora Lito. – También quiero verle el coño. Su sobrina era una estrecha y apenas me dejó tocárselo por encima.
- Chicos, se va a quitar las bragas. Todos, hasta Toño y Lucas – Refiriéndose a los dos jóvenes que vigilaban la estancia – quieren verle el coño. Pero todo a su debido tiempo.
Miró a todos los que estábamos presentes y de nuevo se dirigió a Miranda.
- Mira. Nos vas a abrir una botella de champán y servirás cuatro copas. Una de ellas será para ti. Sé que tu esposo no bebe. Si lo haces sin rechistar, dejaremos que tus bragas y tú esteis juntas al menos un rato más.
Probablemente era lo menos humillante que le habían pedido desde que había entrado en la habitación. Se dirigió a por la botella de champán, tal y como le había indicado Moisés. Lo hacía con movimientos rápidos ahora. Torpemente quitó el envoltorio pero era incapaz de sacar el tapón. Fue el propio Moisés quien le ayudó y pudo servir las cuatro copas, entregando tres a los mafiosos.
- Yo no quiero – Dijo entre lágrimas.
- Sólo un sorbito para brindar – Volvió a contestar Moisés. – Por una mujer estupenda que hoy nos hará muy felices – Añadió levantando la copa y chocándola con la de Miranda.
Le habían dicho que podría quedarse con las bragas puestas. No sabía lo que pretendían, aunque era imaginable que terminarían por dejarla completamente desnuda.
A una señal de Moisés, los dos jóvenes guardianes abrieron el sofá que de inmediato se convirtió en cama. De uno de los armarios sacaron una almohada y unas sábanas y de inmediato hicieron una cama.
- Miranda. Para un alumno, el mayor de los morbos es hacérselo con una de sus profesoras. Normalmente no puede ser, pero hoy que estás complaciente, se lo vas a permitir.
Negó, lloró, imploró, ante la mirada de los hombres que allí se encontraban que no tenían intención de escuchar sus súplicas.
Sin dejarla hablar más, Moisés la empujó y la tumbó sobre la improvisada cama. De inmediato, flexionó sus rodillas, quedando en posición fetal, y tapando su cara y sus pechos.
- Te diré lo que quiero que hagas. Vas a colocar tus manos agarradas sobre la almohada, vas a separar mucho tus piernas y sobre todo, no vas a protestar. Si lo haces así, tu marido no sufrirá las consecuencias. Te aseguro que el cuerpo me pide matarle y después hacer contigo lo que queramos. Lo segundo será así con toda seguridad. Lo primero dependerá de ti.
La tensión se agrandaba dentro de la sala. Todos miraban a mi esposa de manera lujuriosa y yo nada podía hacer para defenderla de aquella grotesca situación. No tuvo otra opción que obedecer, tumbándose, agarrando la almohada y cerrando sus ojos, aunque no estos no podían evitar que rezumasen y rodasen las lágrimas por las mejillas.
- Miranda. Seguro que estos jóvenes han imaginado alguna vez como les besabas sensualmente. Ya sabes lo que te toca.
Ahora ni tan siquiera se resistió verbalmente. Los dos chicos se acercaron a su cara, para que uno a uno les fuese besando sensualmente. Tanto Ricard como Manolo aprovecharon para acariciar fugazmente sus pechos.
Estaba claro que no sólo pretendían abusar de mi esposa, si no también intentar humillarme, eso sin conocer, para qué usarían las imágenes que estaban tomando.
Ahora lo haremos un poco más picante. Me excita ver el coño de vuestra profesora, pero tenemos tiempo. ¿Por qué no le metéis mano por debajo de su braguita? Es una sensación única. Os lo aseguro. Vamos.... Separa tus piernas y da alguna facilidad a los chicos.
No pueden obligarme a hacer eso – Respondió Miranda con voz alta y hundida a sabiendas que estaba en una situación de clara inferioridad..
- Claro que podemos – Volvió a responder con extrema superioridad. – Ya verás como si pueden. Salvo que tú digas lo contrario con las consecuencias que ya conoces.
La cabeza de mi esposa se clavó en la almohada. No podía mirar, pero tampoco dejar de hacerlo. Ahora, el negro de su vello se transparentaba aún más a través de su tanga. Sus piernas se separaro hasta salir sus tobillos por los dos lados del colchón.
Los dos jóvenes no esperaron demasiado y fue Lito, mucho más lanzado y con un comportamiento más vengativo quien introdujo su mano por debajo de la prenda. El negro de su vello dejó de verse, pasando en su lugar a transparentarse el movimiento de su mano.
Dejó paso a su amigo. Sus manos se turnaban. Esperaba que pasase algo y parasen. Fue entonces cuando volvió a hablar Moisés.
- Miranda. Mis dos hombres, los chicos, yo y hasta seguro que el inspector, estamos deseando verte totalmente desnuda..... Vamos...... Que queremos ver tu coño. Para ello, elige quien de los cuatro te quitará las bragas. Lito, Ricar, Toño o Lucas, estos últimos, referidos a los guardianes.
Quedó callada. No decía nada. Tan sólo hacía pucheros, punteandose su barbilla mientras todos mirábamos y esperaban a quien elegiría para semejante humillación.
- Contestas en diez segundos o le meto un tiro a tu marido? Elige......
- Me da igual – Respondió sin demorarlo demasiado.
- Lito o Manolo para ti, Ricard o Ricardo como le conoces. Toño y Lucas. Di un nombre de una puta vez.
Aunque la mirada de los dos guardianes eran también lascivas, no eran primeros protagonistas de la película, por lo que eligió a Toño, aunque igualmente podría haber sido su compañero.
Moisés la hizo colocarse de pie, estratégicamente para que los demás pudieran verle, y sobre todo, para que las cámaras tomaran un primer plano.
Todos la tenían de frente salvo yo, que estaba situado a su espalda. Poco a poco fue bajando su tanga de lo que yo sólo vi su trasero desnudo. Una sonrisa se dibujó en todos y cada uno de los hombres que allí estaban, describían su satisfacción por lo que contemplaban.
- Miranda. Lo has hecho estupendamente. Ahora pasaremos de filmar una película erótica a otra de carácter pornográfico. Inspector. Su mujer es tan bella vestida como desnuda. Es usted un hombre afortunado.
No dijo nada. Tan sólo se limitó a llorar más intensamente. En esos momentos ya lamentaba profundamente haber sido policía y sobre todo, haber dado motivos al clan de los Márquez para habernos secuestrado.
- Chicos, desnudaos. Ahora la fiel esposa del inspector os hará una gran mamada.
- Por favor no, señor, por favor. Ricardo, Manuel, tened piedad.........
- Ponte de rodillas, separa las piernas y empieza. Queremos verte y ellos disfrutarte.
No había obtenido contestación a sus plegarias. Se había colocado de frente a la cámara, mostrando claramente su sexo a ella y las manos de los chicos empezaron a jugar con su cabeza, para que comenzarse a succionar sus penes erectos. No se resistió y vi como sus labios se abrían y su boca era penetrada por Manuel, mientras que Ricardo esperaba su turno.
Sus movimientos eran más bien torpes, pero su excitación no le hicieron aguantar demasiado, y la cara de Miranda se impregnó de semen. Sin esperas, fue el turno de Ricardo, quien agarró del pelo a mi esposa para que iniciara una nueva felación, esta vez, en su persona.
Se notaba que era aún más inexperto que su compañero. Tampoco parecía que fuera a aguantar demasiado, dado los gestos que mostraba su cara. Apenas podía ver el rostro de mi esposa, que se concentraba en terminar cuanto antes el martirio a la que le estaba sometiendo su alumno.
De forma torpe movía la cabeza de Miranda, haciendo que sus labios y boca le masturbasen. Los gestos del joven hicieron saber a todos que su orgasmo estaba a punto de producirse. Cuando esto sucedió, apretó la cabeza de mi mujer sobre él, haciendo que todo su semen se depositase dentro de su boca.
La miré, humillado, sin saber que hacer, ni qué decir. Ya no tenía ganas de matar a nadie, de vengarme de ninguno de los hombres que allí se encontraban. Sólo quería que nos dejasen en paz, sobre todo a ella y podernos marchar a casa.
Aunque me costaba reconocerlo, sabíamos los dos que aquello no terminaría con un par de felaciones a sus alumnos.
- Dejemos que los chicos se recuperen. Ahora es mi turno. – Añadió Moisés mientras que comenzaba a desabrochar sus pantalones.
Se quitó su camisa, quedando con sus calzones y mostrando una prominente barriga. Miró descaradamente, sonriendo y la habló.
- Quiero probar todo de ti. Empezaremos por una buena mamada hasta que me la pongas dura. Después te follaré como nunca te lo han hecho.
- Por favor...... Déjeme en paz. Paren ya esta locura.
Con violencia la hizo colocarse de rodillas y llevó su boca hacia su miembro. Era grande y le daba sacudidas en su cara, la metía en su boca y la sacaba. Miranda giraba su cara, intentaba escupirla pero se lo advirtió una vez más.
- Colaboras o mato al poli. Tú eliges¡¡
Mi esposa, que ahora lloraba en silencio. Obedecía sin rechistar. El pene de Moisés ya no se doblaba como antes. Detuvo su cabeza y la hizo colocarse sobre la improvisada cama.
- Voy a follarte. Tal vez estés más cómoda si te ayudan. A una mujer tan decente le costará follar con otro.
Al decir esto, los dos alumnos y los dos jóvenes guardianes se acercaron a ella. Los dos primeros la sujetaron por las muñecas y los otros le separaron las piernas. Su sexo estaba abierto y expuesto a todas las miradas. También pronto lo estaría a la penetración del cabecilla. Moisés, tomó la cámara de vídeo y la colocó justo para que quedase en un primer plano su cuerpo, y en especial su sexo.
Al estar sujeta, Miranda intentaba zafarse. Su delgadez hacía que no tuviera ninguna posibilidad ante cuatro chavales que intentaban agradar a su jefe. Este se dirigió hacia ella y sin mediar palabra la penetró, lo que hizo que mi esposa gritase y volviese a suplicar.
Su miembro era considerablemente más grande que el mío. A pesar de los cuatro chicos, que se situaban a ambos lados de la cama, podía ver perfectamente como el pene de Moisés entraba y salía de mi esposa. Sus manos la agarraban por la cintura, y procuraba entrar lo más dentro posible.
Los jóvenes, todos, alumnos y escoltas, jaleaban los movimientos de su jefe. Su cuerpo grasiento, contrastaba con la belleza de Miranda. No podía mirar como la penetraba pero necesitaba hacerlo, para sentir lo mismo que sentía ella.
El viejo se levantó y se volvió a poner su ropa sin borrar en ningún momento su burlesca sonrisa. Me miró e llevó sus dedos cerrados a su boca, mostrándome así, su satisfacción por lo que había hecho a mi esposa.
Los dos alumnos volvieron a buscarla. Fue Manuel quien le dijo lo que debía hacer. No lo escuché, ya que se lo dijo al oído, en voz baja. Ella sólo agachó su cabeza en señal de asentimiento. El joven volvió a colocar la cama en posición de sofá, y la cámara justo de frente.
Se sentó y colocó a Miranda justo encima de él. Su sexo abierto le permitió penetrarla sin dificultad. La sujetaba y la levantaba como una pequeña muñeca.
Al más propio estilo voyeur, deseando verse en la cámara y que sus amigos, su tío y a quienes fuesen a enseñar la película, el joven disfrutaba con ello. Tardó en terminar bastante más que cuando lo hizo sobre su boca, pero al final, consiguió que su vello púbico se impregnase de semen.
Vi como los tres integrantes del clan hablaban ahora calmadamente. Supe que Ricardo no iba a volver a tocar a mi mujer, por lo que me tranquilizó. Pensaba que todo había terminado.
- Inspector. Quiero que sepa que esta película quedará en nuestro poder. Espero que a partir de ahora colabore con nosotros. Por supuesto, no abandonará la policía.
Moisés se mantuvo unos instantes en silencio, para volver a hablar, esta vez dirigiéndose a mi esposa.
- Miranda. Es usted una mujer estupenda. Es una gran profesora, una gran camarera – refiriéndose a las bebidas que les había servido – y una amante excelente. Confío en que Lito y Ricar, este año no sólo aprueben, si no que además saquen unas notas sobresalientes en biología. Creo que hay una parte de educación sexual, y hoy han demostrado que están puestos.
Fue a vestirse, pero de nuevo la detuvo el jefe del clan.
- No vamos a dejar a estos dos jóvenes así. Deberán desahogarse. – Dijo refiriéndose a los jóvenes que escoltaban la puerta.
Miranda negó con la cabeza, pero para ese momento, los dos chicos se habían abalanzado sobre ella. Toño la sujetó por los brazos y Lucas le separó sus piernas. Apenas ponía resistencia. Estaba totalmente abatida por lo que no tuvo problema en penetrarla. Moisés tomó la cámara en sus manos y empezó a filmar la situación.
De forma brusca y violenta terminó dentro de ella. De inmediato su compañero tomó su turno y Lucas le sujetó los brazos, a pesar que no era necesario. Lo hizo igual que su compañero. Era un premio que les otorgaba su jefe y no perdió tiempo en aprovecharlo.
Cuando hubo acabado, Moisés les ordenó que nos dejaran junto al coche. Nos dejaron en un camino, a unos quinientos metros del coche. Dejaron nuestras ropas allí mismo y se marcharon.
Una hora después estábamos en nuestra casa. Habían destrozado nuestro honor, nuestras carreras profesionales y tal vez nuestra vida.
Dos días después llegó un DVD en un sobre a casa. Estaba todo grabado, incluso cosas que habíamos olvidado.
Sorprendentemente, hablamos de todo lo que había pasado, de lo que habíamos sentido. Yo dejé en paz al clan de los Márquez, y Ricardo y Manolo obtuvieron un sobresaliente en biología. Al año, dejé de ser inspector de policía y monté una empresa de seguridad privada.