Humedeciendo tus Nalgas...

Qué no daría por volver a dormir con mi madre...

HUMEDECIENDO TUS NALGAS..

Qué no daría por volver a dormir con mi madre..

Siempre dormí con ella en la misma cama. La pobreza fue la primera razón, en una sola cama pasábamos la noche mis padres mi hermana mayor y yo. Luego fue la costumbre, ya que los ingresos aumentaron y nos mudamos a una casa más cómoda, pero yo seguí durmiendo con mi madre.

Yo la abrazaba mientras dormíamos. Era un placer sentir sus formas, sus ricas curvas, porque mi madre era y es bonita, su cuerpo es llenito, tiene unos senos redondos y enormes, ricas tetas mamé de pequeño, además es blanquita por todos lados, quebradita, potona, y cada centímetro de su piel despedía un perfume de ensueño. Su altura es de un metro sesenta y ocho y entonces ella andaba por los 45 años. Ahora que lo pienso, monumento de mujer, deseable.

No recuerdo como empezó todo pues desde siempre he tenido licencia para jugar con sus senos. A veces ella misma para halagar el amor de madre que me tenía me decía jugando " venga mi hijo a tomar su tetita, venga mi bebé" y se descubría un seno acercándolo a mi boca. Lo recuerdo y era una broma de amor, nada de sexo, nada de morbosidad, tanto así que entonces en efecto yo le chupaba el pezón. Recuerdo también que acariciaba sus piernas mientras dormíamos. Ella al sentir mi mano en la noche se volteaba, me besaba la mejilla y me decía " ya duerme hijito mío" o "quieta esa mano", nunca un reproche.

Cuando crecí, quizá a los 8 o 9 años ya se me paraba el pene cuando la abrazaba. Cuando ella lo sentía me mandaba a orinar. Una vez le pregunté por qué se me paraba así y ella me dijo que era porque yo tenía ganas de orinar, que a todos los hombres se les para. Entonces cuando dormía con ella siempre que me sentía armado me mandaba a orinar, yo lo hacía, me acariciaba el pene un poco y volvía tan armado como había salido. Ella le restaba importancia, ignoraba mis caricias sobre su cuerpo.

Mi padre murió cuando yo tenía once. Mi hermana mayor volvió a acompañarnos en la cama, pero al otro lado de mi madre. Todos estábamos destrozados, eso nos unió más. Mi madre ya no le tomaba atención a mis erecciones nocturnas, las consentía. Yo ya no me satisfacía con acariciarle las piernas, comencé a sobarme en ellas con mi pubis. Ella se dejaba. Siempre ignoraba mis arremetidas.

Definitivamente ella sabía que la estaba paleteando. Mi pantaloneta se humedecía de tanto líquido lubricante que yo soltaba, ella sentía esa humedad, no se inquietaba, solo algunas veces retiraba su cuerpo. Muchas noches, casi como jugando me abrazaba frente a frente con ella y yo hundía mi rostro entre sus enormes senos, apretándola a mí, arrimándole el pene duro y dispuesto entre sus piernas. Ella me abrazaba cariñosa, con movimiento de madre me acariciaba la cabeza, me engreía, me besaba tiernamente.

Mi hermana no toleraba mis niñerías y me decía que yo era un aniñado, mimoso y marica, muy pronto ella prefirió volver a su dormitorio, yo me quedé con mamá, con sus senos, sus piernas, sus caricias.

Cuando cumplí trece años mi atención se sentó en sus nalgas. Su duro trasero fue víctima de mis arremetidas. Comencé a tocarlo pero mi madre tiernamente me pedía que no lo haga. Fue lo primero que me negó, aunque sí permitía que acerque mi pubis a sus nalgas. Yo empezaba a intuir que no era normal acariciar tanto a la madre, pero me gustaba. Me hacía el niño de siempre y me sobaba fuertemente, hasta donde ella me permitía, pues aveces de manera amorosa pero decidida me mandaba a estar quieto. Era gracioso pero mientras yo la paleteaba veíamos la televisión, mientras gozaba con su cuerpo comentábamos la película, repasábamos algunas anécdotas, me preguntaba sobre asuntos del colegio y hasta me decía que no olvide rezar antes de dormir. Yo para entonces ya la sobaba delicadamente, sin movimientos groseros, con respeto. Ella me dejaba hacerlo. Fue la época en que tuve mas conciencia de la carga sexual que existía en esto pues comencé a masturbarme pensando en su trasero. Aveces la espiaba, porque ella no me dejaba verla desnuda, mis ojos buscaban su culo blanco y mas de una vez la ví bañándose desnuda, vi como sus tetazas se movían en el vaivén del aseo personal. La deseaba.

El colegio es fuente de conocimiento, los compañeros de clase hablan de sexo y sus ricuras, yo aprendí que no es por el culo por donde las mujeres dan placer, sino por delante, por la chucha. Entonces empecé a fijarme en la chucha de mi madre. De noche, mientras ella dormía se la acariciaba por encima de la trusa. Yo echado a su lado bajaba mi mano a sus nalgas, sus muslos, su chucha. Sobre su calzón sentía sus labios vaginales, imponentes, su clítoris, cómo éste se hinchaba a mi contacto, la acariciaba toda. Una vez despertó de tanto toqueteo y entre dormida y despierta me dijo que me esté quieto y siguió durmiendo. Otras veces más atrevido comenzaba a meter mis dedos por entre su calzón para sentir piel a piel su sexo. Si despertaba yo sacaba mi mano y me movía de tal forma que ella piense que despertaba por mis apretadas de cuerpo entero.

No sé realmente como llegué a tanto. No hubo palabras ni consenso. No hubo comentarios ni complicidad, yo podía paletearla, poner mi pieza en sus nalgas, sobarle amorosamente los senos y besuquearla, pero siempre lo hacía fingiendo caricias amorosas, como si estos actos no tuvieran carga sexual. Parece que mi madre quería creer que no los tenían. Parece que ella gozaba de mis arremetidas pero prefería creer que eran goces de madre a hijo y no placer sexual. Pero su trasero era mío. Deliciosamente mío. Y digo esto porque una vez me vacié de tanto sobarla dormida, le mojé la trusa, los muslos. Del placer de la venida moví como loco mi pene en su raja, buscando una introducción que no podía producirse. Ella no me sintió, o no quiso sentirme y además ni se inmutó. Siguió durmiendo como si nada. Nunca me dijo nada sobre lo sucedido, supongo que la mañana siguiente notó la leche seca en su piel y en su trusa, no sé. Nuestra vida cotidiana era de lo mas normal, nos llevábamos como toda madre e hijo, no se hablaba de sexo para nada, ni un solo consejo recibí de ella, yo diría que no tenía mayor interés sexual, no tenía apetito, qué se yo.

Hubo una noche en que ella llegó de una reunión familiar con muchos tragos de más. Yo que entonces dormía desperté y celoso a pesar de mis trece años le reproché el estado en que llegaba; ella me oía mientras se desvestía y se metió en la cama. Luego me abrazó tiernamente, acalló mis reproches, me dijo cosas bonitas y se durmió. Entonces yo recién caí en que sus enormes senos estaban a pocos centímetros de mi boca. En la penumbra podía notar sus curvas con claridad, así que empecé a besárselos cada vez con más pasión. Ella no me sentía, solo despedía de su boca un aliento a licor y parranda: estaba ebria. Esta situación me llenó de arrechura, acerqué mi cuerpo a ella, mientras sobaba mi mejilla en sus tetas le acaricié el cuerpo como sabía hacerlo, toqué sus muslos con más atrevimiento, ella nada, dormida. Haciéndome su bebé con una mano repasé su nalga, sentí el calzón suelto sobre su piel, no tan tenso como en oportunidades anteriores, noté que podía meter mi mano en sus orificios, así lo hice, sobé suavemente su vulva, me atreví mas y mojé en mi boca el dedo índice de mi mano. Leve pero decididamente introduje mi dedo en su vagina húmeda, ingresó relativamente fácil, saqué mi dedo y me lo olí con placer, olor a sexo de mujer, nunca lo había sentido, rico, me chupé el dedo con enfermizo deseo pues ella era mía y así sellaba yo mi sentencia.

Por supuesto que mi pene estaba parado y buscando su cuerpo. Luego del calentamiento y goteando de ganas tomé mi pene por un lado de mi pantaloneta y estiré la entrepierna del calzón de mi madre para colocárselo allí, en su chucha. La cabeza tocó su puerta. A pesar de la inexperiencia de mis años la posición fue apropiada para colocarlo de manera agraciada en su vulva. Como había sentido un leve acomodo de mi glande en ese frondoso cuerpo no hice mas que retirar mi mano mientras mi pene no se desacomodaba. Allí, con el corazón al tope, explotando de emoción, temor y placer hundí mi rostro en sus tetas y acerqué mucho mas mi cuerpo a ella. Como no despertaba hice un leve movimiento para acercarme mas a su pelvis, ya mi rostro no estaba en sus tetas sino a la altura de su quijada. Con mi brazo sobre su talle me sujeté a ella, sentía que tenía espacio para iniciar la introducción, pero me daba miedo. Me latía el trozo de carne como pidiéndome atrevimiento, yo dudaba pero en lo rico de la posición mi glande comenzaba a resbalarse hacia dentro de su vagina; que sabia es la naturaleza, mi humedad había lubricado el camino, empujé un poquito, sí, un poquito y mientras entraba mi pequeño pene a esa deliciosa caverna me vine en un explosivo orgasmo, en un soñado placer que me hizo olvidar la delicada situación, empujé con fuerza toda mi masculinidad mientras seguía vaceándome, escupí todo mi semen dentro de ella, mi mano se aferró fuerte a su nalga para que la penetración sea total, entré fácil pues su concha era grande para mí, toda mi leche se la di, casi gimiendo me hice hombre en la chucha de mi madre.

La mañana siguiente era domingo, ella se levantó mas tarde que de costumbre, había dormido la mona, yo en cambio me había despertado tempranísimo y salí a la calle a ver a los amigotes, con un sentimiento de culpabilidad enorme, con el temor de que mi madre me increpara mi aberración. Ella no lo hizo. Diríase que nunca la había penetrado, que nunca la había llenado de mi leche. Ella era la misma, todo siguió normal entre nosotros, los abrazos acostumbrados, las licencias de siempre. Desde entonces comencé a razonar un poco mas, a creer que ella sabía lo que le hacía y lo consentía. Decidí ser más atrevido con ella, ver hasta donde estaba dispuesta a tolerarme.

Luego de esa mi primera cogida me obsesioné por repetir el placer. Mi madre no llegaba borracha todos los días, pero mi pincho la esperaba siempre armado y dispuesto al delicioso paleteo. Es gracioso pero mi madre me dejaba sobarla, yo andaba casi a explotar por sus nalgas, a veces en plena risa por alguna gracia en la televisión yo aprovechaba los movimientos para sobarla con mas atrevimiento, ella como siempre no decía nada. Lo que recuerdo es que en esos días cuando ella ya quería dormir me decía "anda ya a orinar " y yo entendía que lo hacía porque quería dormir, como diciéndome que ya pare de tenerlo tan duro. Me iba al baño y cuando regresaba a la cama ella ya estaba acomodada como para negarme su trasero. El placer estaba concluido, salvo algunas noches en que estaba tan arrecho que tenía que optar por cogerla dormida. Como ella era quebrada siempre me encontraba con su trasero levantado, sus nalgas eran de esas que parecieran que se abren cuando las rodillas se juntan. De manera solapada y sin despertarla me vacié allí muchas veces, sobre su calzón, su pierna, también sobre mi mano que apretaba duramente mi miembro, y también se lo habré metido así unas diez veces, vaceándome la mitad de las veces, gozando a mil, pero, no sé si me entienden, el hombre quiere siempre más.

No basta coger un cuerpo dormido, yo quería sentir que ella se me entregue, se mueva a mi ritmo, que sea mi mujer. A pesar de mis quizá quince años, yo quería cachar como se debía con mi madre. Es por eso que cometí un exceso. Una noche en que ella dormía y luego de gozarla por buen rato llegué a colocar mi pene en la entrada de su vagina Yo superarrecho estaba empezando a clavarla cuando ella despertó, no se si realmente pero se mostró como sorprendida e impresionada, yo empujé con fuerza mientras ella movía su cuerpo como reaccionando a lo que pasaba, ingresó algo mi pene, que rico placer, ella en un movimiento mecánico empujó su trasero hacia mí y se lo insertó todito, yo me aferré a su muslo y ella pretendió levantarse, ese su movimiento no hacía mas que darme sensaciones de mete y saca profundas y creí que era adrede de su parte, me dije por fin se me va entregar a plenitud, pero no, ella quería reincorporarse para liberarse de mi arremetida, de la violación.

Ese acto fue abierto y sin disfraces, ambos teníamos claro lo que estaba pasando, mi situación era de desesperación, no quería perder el placer que estaba sintiendo clavándole mi sable a mi carnosa madre, me mostré tal y como eran las cosas, le decía " déjame, déjame" o algo así, y seguía follándola, ella gritó "no " y con fuerza trataba de liberarse, fueron segundos que duraron una eternidad para mí, sentí un extraño placer al verla que se sabía cogida, que no existían secretos, que ambos éramos conscientes que estábamos teniendo sexo. Me acomodé su culo sin reparos, de maravilla, el sentir sus movimientos agitados no hizo mas que apurar mi orgasmo, por nunca iba a quedarme con las ganas, la apretaba fuerte, pero más pudo su fuerza, su mano cogió la base de mi pene para retirarlo de su vagina y de un movimiento de cadera se liberó de la cachada que le estaba propinando, mi semen se soltó al aire, a su mano, su calzón, sus nalgas sus muslos, ella veía todo, decía algo así como "qué es esto" , como si no lo hubiese sospechado nunca, como si yo fuese un depravado, como si solo había malinterpretado su cariño de madre, como si ella no se merecía ese momento. Me dijo mil cosas que no quiero recordar pero su timbre me decía que estaba furiosa pero sufriendo, tomó una sábana y se limpió su mano, su sexo y sus piernas, cubriéndose, dándome la espalda, mostrando todo su pudor, y yo me tapé el miembro con las manos, salí disparado de la habitación y lloré. Realmente no sé si lloré por lo incómodo de la situación o porque sentí rabia de ser rechazado, mi deseado culo no quería ser mío, sentimientos mezclados pero que me hicieron muy infeliz.

Prácticamente allí acabó nuestra historia. Mi madre estuvo molesta conmigo mucho tiempo, nunca más me dejó dormir con ella, extrañamente se sintió muy ofendida como madre y mujer, nunca lo entendí, acaso fue solo una ilusión mía, yo pensé que ella consentía todo los placeres que me daba pero mostró todo lo contrario, se alejó de mí. Nunca más fue la misma, yo que fui dueño de sus tetas, de su trasero, yo que la hice mía muchas veces la perdí sólo por no dejar las cosas como estaban, por no seguir poseyéndola en ese engaño que tal vez ella prefirió vivir, por querer tenerla sin disfraces, de verdad, por querer blanquear la situación, por intentar que lo nuestro sea pleno. Pero para mi mala suerte ella me mostró que, al menos para ella, lo nuestro era solo cosa mía.