Huida y destierro

Dos jóvenes hermanos obligados a huir y lo que juntos descubren en el trayecto. Incesto y sexo, maduros y jovenes, caliente combinación.

HUIDA Y DESTIERRO

Por más que traté de no pensarlo, la palabra brincaba insistente en mi mente: desterrado.

Uno jamás se imagina que algo así puede suceder. Solemos creer que depende de nosotros mismos decidir donde vivir. Pero no siempre es así. De buenas a primeras me vi en la forzosa necesidad de abandonar mi tierra, el lugar en dónde nací, sin tener la posibilidad de volver, al menos por un buen tiempo.

Recuerdo perfectamente la hora y el lugar, el momento justo cuando mi hermano mayor, Rodrigo, vino corriendo asustado a advertirme que nuestro padre había sido detenido. Mi primera reacción puramente instintiva, fue la de volverme invisible y hacer como que yo no era yo. Algo difícil de conseguir cuando el padre de uno tiene una merecida fama de maldito, corrupto, ladrón y hasta asesino. No, no era fácil ser hijo de Julián De la Sierra, y menos aun si Don Julián acababa de caer preso después de haberse ganado los odios y rencores del pueblo entero y sus alrededores. Mi hermano tenía razón, había llegado el momento de huir.

Mi hermano no era muy listo, dicho sea de paso, y aunque ya lo sabía me dolió comprobarlo en aquellos momentos de tanto apuro. Sin pensármelo, lo seguí ciegamente a través del campo, con la certeza de que él sabría cuidar de mí, y no fue sino tres horas después de correr entre el monte, completamente arañados y sucios, muertos de hambre y de cansancio que se me ocurrió preguntarle hacia dónde nos dirigíamos.

No lo sé – contestó con aquellos ojos negros y serios – lejos, supongo.

Lejos? – pregunté incrédulo, negándome a creer que en eso consistiera su plan de escape.

Si – dijo confiado, la frente perlada de sudor y mugre – donde no nos encuentren.

Sentí deseos de matarlo. De patearlo y de escupirlo, de azotarle la cabeza contra una piedra, para ver si dentro había algo parecido a un cerebro, o si de verdad estaba tan hueca como me temía.

Me quieres decir que salimos corriendo sin dinero, ropa o algún contacto que pueda ayudarnos? – pregunté con la inútil certeza de la respuesta que obtendría.

Asintió simplemente. Un hombre de 19 años, de un portentoso metro ochenta de estatura, musculatura perfecta y rostro varonilmente apuesto, y que ahora pateaba la tierra como un chiquillo que está a punto de echarse a llorar al saber que ha cometido un error imperdonable.

Te das cuenta, Rodrigo, del lío en que estamos metidos? – le reproché amargamente.

Y que querías? – contestó envalentonado – quedarte en el pueblo para que la chusma nos apresara como a nuestro padre y se vengara con nosotros?

No, idiota, claro que no – le contesté escupiendo con rabia las palabras – pero al menos hubiéramos tomado algo de dinero antes de escapar.

La lógica nunca ha sido su fuerte. Hizo un mohín de niño malcriado y echó a andar entre la espesura. La tarde había dado paso a una noche clara iluminada de luna y no tuve mas remedio que seguir las anchas espaldas de mi hermano hacia un destino no tan claro como la noche pero igual de insondable.

Llegamos finalmente al río, que es la frontera imaginaria de nuestro pueblo y el poblado vecino. Nuestro padre también era detestado allí, así que no albergaba esperanzas de encontrar ayuda allí tampoco. Decidimos parar y lavarnos la mugre y el cansancio en las templadas aguas.

Con todo y el serio apuro en que nos encontrábamos, sumergirnos en las frescas y cristalinas aguas, fue un simple y llano placer. El cansancio, la suciedad y hasta el miedo parecieron disolverse en el agua, y me atreví a sonreír, y casi hasta llegué a perdonarle a mi estúpido hermano su existencia. Después de todo era mi sangre, y comenzamos a jugar de pronto, tal vez para olvidar definitivamente tanta mala suerte acumulada durante el día. Rodrigo es mas alto y más fuerte que yo, y pronto me tuvo acogollado y sometido con la facilidad que se somete a un niño. No tuve mas remedio que cogerle por los huevos y apretárselos hasta que conseguí soltarme.

Eso es de maricas! – gritó entre molesto y divertido, lanzándose a perseguirme.

Bucee bajo el agua algunos metros y sólo salí hasta que vi las oscuras sombras de unos matorrales en la orilla. Mi hermano aun me buscaba cuando unos hombres, desde la orilla contraria, le encontraron a él primero.

Pero si es el hijo mayor de Don Julián De la Sierra – dijo uno de ellos inmediatamente.

Rodrigo se quedó petrificado al escuchar el nombre de nuestro padre. Desnudo, con el agua a la cintura, se dio cuenta que huir era imposible, y más al ver que los hombres estaban armados.

Sal del agua, muchacho – dijo uno de ellos, de enormes bigotes y tez oscura.

Mi hermano obedeció, saliendo del agua tratando de taparse sus partes íntimas con las manos. La luz de la luna refulgió sobre su cuerpo mojado, emergiendo como un antiguo dios pagano, y solo sus ojos llenos de miedo daban al traste con aquella similitud.

Que andas haciendo tan lejos de tu casa? – preguntó el mismo hombre mientras se acercaba a mi hermano.

Nada – contestó éste – bañándome.

Volví a maravillarme de la brillantez de mi hermano. Los tipos debieron pensar lo mismo, porque estallaron en carcajadas.

Yo no sé que será peor para tu padre – replicó el hombre todavía sonriendo – si la larga condena que le espera o tener un hijo tan pendejo como tú.

Empujó a Rodrigo sin mayores contemplaciones y así desnudo le amarró las manos y los pies, empujándolo junto a unos arbustos. Los demás comenzaron a preparar una fogata disponiéndose a pasar la noche. Me mantuve escondido, tan desnudo como mi hermano pero con mucha mejor suerte que él. Por un momento pensé en escapar para pedir ayuda, pero rápido comprendí que aquello no era muy buena idea. Si alguien iba a ayudar a mi hermano tendría que ser yo.

Tras cenar y beber, los hombres fueron cayendo uno a uno, y me mantuve despierto sabiendo que aquella sería mi única oportunidad. Rodrigo dormitaba a ratitos. Había terminado por olvidarse de su desnudez, y boca abajo, sus blancas y bien formadas nalgas parecían reflejar la claridad de la noche. Finalmente los ronquidos de los hombres fueron el único sonido de la noche. A punto estuve de lanzarme a liberar a mi hermano cuando me di cuenta que el bigotón se incorporaba. Contuve el aliento, temeroso de haber sido descubierto, pero el hombre mas bien revisaba que todos sus compañeros durmieran, y cuando se cercioró de que todos roncaban se deslizó silenciosamente hasta mi hermano.

Acompáñame – le susurró poniendo una navaja en su cuello. Los ojos de Rodrigo se abrieron como platos, pero obedeció al instante. El hombre le desató los pies, pero no las manos, y comenzó a jalarlo hacia la espesura.

Los seguí silenciosamente y a prudente distancia. Cuando se detuvieron, busqué donde esconderme.

Te lo voy a decir una sola vez - dijo el hombre de los bigotes pegando su fiero rostro al de mi hermano – ando caliente, quiero coger y lo único disponible son tus nalguitas.

Rodrigo iba a replicar pero la navaja se clavó en su garganta.

No quiero escuchar ni una palabra – le advirtió – ni el menor de los susurros, ni el mas leve quejido, porque te mataré más rápido que a un cerdo, créeme. No me importa nada tu vida, y nadie me reclamará nada si digo que intentaste escapar y asesinarnos mientras dormíamos, y por tanto tuve que matarte.

Mi hermano asintió con ojos aterrorizados.

Está todo claro? – susurraron los bigotes junto al oído.

Mi hermano no contestó, pero era claro que había escuchado perfectamente.

El hombre se abrió entonces la bragueta y se sacó la verga, oscura y flácida. Empujó a Rodrigo hacia abajo, señalándole con la navaja su gorda pero dormida herramienta.

Abre la boca y empieza a chupar – le ordenó.

Me quedé tan estupefacto como Rodrigo. No sabía si sentía temor, vergüenza, frustración o qué cosa, pero no podía apartar los ojos de mi hermano y cada uno de sus movimientos. Lo vi vacilar y el brillo de la hoja lo puso en movimiento. Agarró la verga del hombre y se la metió en la boca. El hombre le tomó la cabeza y lo empujó sobre su pelvis, haciendo que se la tragara toda. Rodrigo comenzó a chupar entonces, guiado por las enormes y fuertes manos, subiendo y bajando la cabeza en absoluto silencio.

Minutos después, el trasto había crecido tanto que ya no le cabía en la boca. Venas gruesas cruzaban el tronco, coronado por una bulbosa cabeza que Rodrigo lamía sabiendo que de eso dependía su vida. El tipo empujó entonces a Rodrigo sobre la tierra, obligándole a ponerse en cuatro patas, como un animal, con la cola alzada y lista para recibirle. Le separó las nalgas y le escupió el ano, embarrando con uno de sus dedos la saliva en el agujero. Le metió entonces un dedo, probando la elasticidad de su hoyito y mi hermano gimió quedamente.

Ni un quejido – le recordó con la navaja sobre la nuca.

Rodrigo se mordió los labios, al sentir que el dedo dejaba de hurgarle las entrañas y algo más grande se acercaba. Me di cuenta que ver todo aquello me excitaba. Tan silencioso como mi hermano, comencé a acariciarme la verga, olvidándome por un momento del peligro que corría Rodrigo. El hombre le puso la punta de la verga en su culito y empujó las caderas para metérsela.

Por increíble que pareciera, Rodrigo aguantó como los machos. Ni un solo quejido, y el enorme vergajo empezó a desaparecer dentro de su cuerpo, hasta que lo tuvo completamente dentro. Comenzó a cogérselo entonces, primero con lentos y prolongados empujones, que mas tarde se volvieron rápidos y violentos. Los minutos pasaron y comprendí que el clímax estaba cerca y que si iba a hacer algo, era justo el momento de hacerlo. Con la piedra más grande que encontré, me acerque despacio y se la sorrajé en la nuca, rezando por dejarlo al menos inconsciente. El hombre cayó pesadamente sobre Rodrigo, que despatarrado sobre la tierra aún tenía la verga del tipo metida en el culo. Se lo quité de encima, empujándolo hacia un lado, y no pude evitar mirar las blancas nalgas de mi hermano y la enorme verga abandonando por fin su sonrosado culito.

Vámonos – le dije – pélate cabrón antes de que se despierte.

Rodrigo estaba como en trance. Respiraba agitadamente mientras me miraba con ojos perdidos. Me di cuenta que él también tenía la verga parada, lo mismo que yo, pero no había tiempo para explicarnos esas cosas. Le tomé la mano y me lancé a correr en dirección contraria a donde dormía el resto del grupo, y no nos detuvimos hasta que los pulmones parecían querer estallar por el esfuerzo.

Todavía era de madrugada cuando finalmente nos detuvimos en las cercanías del poblado, donde encontramos unas casuchas abandonadas para escondernos. Había un pozo cercano, y en él nos lavamos el sudor y la tierra. Rodrigo aun estaba taciturno y tuve que empujarlo dentro de la cabaña. Había refrescado, y lo abracé porque temblaba. El calor de su cuerpo revivió los recuerdos tan recientes, y aunque traté de evitarlo tuve una potente erección imposible de ocultar, puesto que ambos seguíamos desnudos.

Te dolió mucho? – le pregunté sin dejar de abrazarlo.

Me miró pretendiendo no entender, pero sabía a qué me refería.

Algo – contestó finalmente.

Pero también te gustó – le dije sin pensar.

No chingues! – replicó enojado, zafándose de mi abrazo. Se dio cuenta de que yo tenía la verga parada, aunque traté de disimularlo.

Me dio la espalda, y sus nalgas, tan redonditas y bien formadas no hicieron sino excitarme aún más. Se las acaricié casi sin darme cuenta.

Qué te pasa, Raúl? – me preguntó con alarma, alejándose de mi caricia.

Pinche Rodrigo, qué tiene de malo? – le pregunté – ya te desgració ese cabrón, qué más te da que tu hermano menor disfrute también un poco?.

Las razones se le atrancaron en la boca. Casi podía leer en sus ojos el hilo de sus pensamientos, tan hechos bola que no atinaba a decirme ni uno de ellos.

Pues no, guey – dijo finalmente – no está bien – tartamudeó – no tiene porque importar lo que ese desgraciado me hizo.

Yo estaba cada vez más caliente, con un solo objetivo en mi cabeza.

Pero somos hermanos – le dije abrazándolo nuevamente, venciendo su resistencia, hablándole bajito mientras le acariciaba la espalda y los hombros.

Pues por eso – dijo, aunque esta vez sin alejarse de mí.

Échame la mano – traté de convencerlo – mira cómo me tienes? – le señalé acercándole mi verga erecta a su pierna.

No me jodas, Raúl – dijo alejándose nuevamente, aunque esta vez con menos determinación.

Le di unos minutos de tregua. Sabía que me miraba y que estábamos desnudos. Sabía que estaba viendo mi verga parada y la suya estaba también reaccionando. Comencé a acariciarme la reata, sabiendo que me veía y fingiendo que no lo notaba.

Ya te la metieron, compadre – ataqué de nuevo – y nada de lo que hagamos va a cambiar eso. Una verga mas no hará ninguna diferencia.

Rodrigo no contestó, pero casi pude escuchar las ruedecillas de su cerebro tratando de desarticular mi lógica, lo cual por supuesto era una tarea complicada para él. Decidí pasar a la acción y lo empujé hacia el piso, lo que lo tomó por sorpresa.

Ya deja de hacerte el pinche virgencito conmigo – le dije mientras aprovechaba su desconcierto y comenzaba a acariciarle sus apetecibles nalgas – que tú y yo sabemos el trozote de carne que te zambutieron en el culo.

Rodrigo gimió, no sé si por mis palabras o por mis acciones. Con un dedo le estaba acariciando el culo, que pese a todo era un anillito cerrado y tenso que con dificultad dejaba entrar la punta de mi inquisidor y travieso dedo. Lo más importante era que mi hermano estaba quieto, y según noté por su verga, la cosa también le excitaba. Me gustaba tanto ese culito suyo que no dudé en enterrar mi cara entre los tersos cachetes de su trasero y comencé a lamerle el ojete a conciencia. Mi hermano gimió y abrió los muslos, aceptando así tácitamente el placer que mi lengua mamadora le estaba proporcionando. Su agujero se fue calentando y abriendo poco a poco, aceptando mis besos, mi lengua y mis dedos, y si ya aceptaba todo eso, aceptaría también mi verga, razoné.

Enfilé hacia sus angostas caderas, recordando la forma en que el bigotón lo había arponeado. Mi hermano estiró la espalda, arqueando el cuerpo, preparándose para recibirme.

Ya la quieres dentro, verdad putito? – le dije como una forma más de excitarme, sin afán de ofenderlo, y me arrepentí de habérselo dicho, pero Rodrigo asintió con un gemido.

Lo que tú digas, Raúl – dijo con una vocecita chiquita y tensa.

Ya quieres esta vergota metida en tu culito, verdad? – continué implacable en mi fantasía.

Sí, toda adentro – aceptó mansamente.

Y se la metí. Toda, hasta el fondo, gozando mucho más de lo que había imaginado. Las angostas paredes de su ano me envolvían como una funda de seda tibia, rozando mi glande y el tronco de una forma enloquecedora. Me recargué sobre su espalda, besándole la nuca y los hombros.

Dime cuánto te gusta? – le pregunté al oído, metiéndole la lengua en sus lindas orejas.

Mucho, mucho – aceptó con un ronco gemido.

Me lo cogí rápido y apenas logré aguantar unos minutos antes de regarle las entrañas con mi chorro de leche. Rodrigó se acarició entonces la verga y con tres jalones se vino también abundantemente.

Me hubiera gustado aguantar toda la noche – le dije acariciándole el pelo – pero me tenías tan caliente que nomás no pude.

Mi hermano no dijo nada, y se acurrucó junto a mí para dormirse.

Al día siguiente buscamos algo de ropa que ponernos, y la única solución fue robar a una mujer que lavaba ropa en el río y que en un descuido despojamos de algunas prendas. El pantalón de Rodrigo le quedaba estrecho, y aunque no fuera su intención, aquello no hizo sino provocarme más todavía. Las nalgas de mi hermano, enfundadas en aquellos pantalones apretados, bajo los cuales yo sabía que no llevaba nada debajo, me tenían con la verga tiesa todo el tiempo.

Comencé a volverme exigente. Hacía un alto en el camino y le obligaba a mamarme la verga, buscando algo de alivio a mi cada vez más creciente excitación. Rodrigo comenzó a obedecerme, como un dócil corderito. Ya no era el hermano mayor que antes conociera. Ahora me hacía caso en todo lo que le dijera, sobre todo en las cuestiones que tuvieran que ver con saciar mi cada vez mayor apetito sexual.

Si nos encontrábamos solos, como era la mayor parte del tiempo, le agarraba las nalgas, excitándome al sentir aquellos perfectos globos de carne danzar con el movimiento de su cuerpo. A veces le bajaba los pantalones hasta las rodillas y le obligaba a caminar delante de mí, con el único objetivo de ver su impresionante culo desnudo, tan cerca y al alcance de mis manos. Seguíamos andando por caminos solitarios, evitando en lo posible cualquier contacto humano, pero inevitablemente nos topábamos con alguien de vez en cuando. Uno de ellos fue un campesino que sembraba maíz en una parcela. Había hecho un alto en la jornada y lo saludamos al pasar, para no despertar sospechas.

Andan perdidos? – preguntó tras contestarnos el saludo – porque ustedes no son de por acá, verdad?

No – acepté – venimos a visitar a unos parientes, pero no dimos con ellos.

Y ya comieron? – preguntó al ver nuestro patético estado.

A decir verdad, no – acepté.

Pues algo de ayuda no me vendría mal – concluyó.

Prometió darnos comida y alojamiento por una noche a cambio de ayudarle con la siembra de ese día. Acepté por los dos y nos pusimos a trabajar, arriando la mula entre los surcos y desyerbando lo que estorbaba. El campesino habló poco, lo cual me pareció perfecto. Las preguntas me ponían nervioso, y fue un alivio cuando finalmente levantamos los bártulos y enfilamos hacia su casa. Para mi sorpresa, no había esposa ni hijos en la pequeña pero limpia casa del campesino. Nos indicó una pila de agua para asearnos y al ver nuestras ropas sucias nos prestó unos calzones de manta que ponernos mientras lavábamos nuestra ropa y él preparaba la cena. El olor de la comida me recordó que hacía mucho que no probábamos bocado. Nos sentamos los tres alrededor de la pequeña mesa, sin hablar, mirándonos las caras.

Y vive usted aquí solo? – le pregunté sólo por romper el silencio.

Sí – contestó lacónicamente.

Parece arreglárselas bastante bien – le dije como cumplido.

No te creas – dijo – la comida y la ropa son cosas sencillas, pero para otras cosas, me hace mucha falta una mujer.

Lo dijo suavemente, pero con intencionada entonación y se encendió una débil pero sutil alarma en mis sentidos. Sus ojos negros me miraron brevemente, para saltar entonces hacia mi callado y cabizbajo hermano. Sentí una alarmante corriente de excitación corriendo desde mi espina dorsal directamente hasta los huevos. La frase quedó flotando en el aire, anidándose en el pesado silencio.

Pero debe haber formas para aliviar sus problemas – dije rompiendo el espeso momento.

Pues sí – dijo el campesino echándose hacia atrás en la silla, las piernas abiertas con una clara insinuación de su abultada entrepierna – pero tú sabes que la mano jamás será lo mismo que un agujero suave y caliente – concluyó.

Le reí la frase, con ese estilo macho que es tan común entre hombres. Mi hermano continuaba callado, aunque atento a todo lo que se decía.

Ustedes sabrán perfectamente de lo que hablo – dijo el campesino, esta vez apoyando una de sus grandes manos muy cerca del bulto entre sus piernas – viajando solitos por esos caminos, sin más compañía que la de ustedes mismos.

Pues sí – acepté – lo entiendo perfectamente, aunque debo confesar que nos las arreglamos bastante bien – dije poniendo la mano sobre el muslo de Rodrigo, que sólo entonces levantó los ojos para mirarme, aunque no me retiró la mano de su pierna.

El ambiente se tornó casi eléctrico. Veía a aquel hombretón rudo y zafio, tal vez sin educación, pero atractivamente masculino en su rudeza, haciendo insinuaciones a un par de muchachos y me sentí excitado a más no poder.

Y cómo se las arreglan? – preguntó tras unos minutos de silencio cargados de tensión.

Mi hermano Rodrigo suele echarme una mano con eso – dije descaradamente.

El campesino sonrió por primera vez en la noche. Se acarició el mentón mal rasurado y se sobó la verga antes de preguntar.

Y será que pueda echarme una mano a mí también?

Rodrigó se puso tenso en su silla. Esperaba mi respuesta, lo mismo que el campesino. Los miré a ambos, tardándome en contestar lo más posible.

No veo porqué no – dije finalmente – usted nos ha ayudado bastante.

El campesino se puso de pie y sin quitarnos los ojos de encima se desabotonó la camisa, dejando ver unos impresionantes pectorales cubiertos de oscuro vello. El cinturón de cuero y los pantalones siguieron después y finalmente los blancos calzoncillos. La tranca debía medirle fácilmente 18 centímetros, y con ella por delante se acercó a mi hermano, que no se movió de su sitio.

Rodrigo – le dije – hazme el favor de mamarle la verga al señor.

Mi hermano cayó de rodillas, sin importarle lo ridículo que había sonado la frase. Lo vi acercarse a la enorme verga del campesino y tomándola con su mano se la llevó a la boca. Tenía los ojos cerrados, y el enmarañado pubis de abundantes pelos negros le tapaba casi la nariz. El hombre suspiró de placer. La escena era increíblemente cachonda. Me bajé los calzones y comencé a masturbarme lentamente. Después le bajé los calzones a mi hermano, descubriendo sus preciosas nalgas blancas y me hinqué tras ellas para comenzar a comerle el culo.

Déjame a mí – pidió el campesino después de un rato.

Rodrigo permaneció en la misma posición, mientras yo me hacía a un lado para que el hombretón aquel pudiera meter la cara entre las nalgas de mi hermano. Tenía el culo ya húmedo con mis lamidas, y el hombre se esmeró en mojárselo aún más. Excitado, el campesino acercó la sólida y impresionante tranca al solicitado agujero de mi hermano.

Si la aguanta, verdad? – preguntó el hombre al ver la enorme desproporción entre la gorda cabeza de su miembro y el apretado esfínter de mi hermano.

Seguro – le contesté – retácasela hasta el fondo – le alenté. Y lo hizo.

La escena me excitaba demasiado. Busqué la boca de Rodrigo y le metí la verga hasta la garganta, sin perder detalle de cómo el hombre le empujaba su grueso e hinchado cacharro hasta la base y mi hermano apañaba con aquella cosota entre sus nalgas. Los dos suspiramos de placer al conseguir nuestro objetivo. Minutos después ambos descargábamos nuestro semen en los respectivos agujeros de mi hermano y satisfechos nos echamos a dormir, el campesino en su cama y nosotros en un jergón dispuesto en el piso.

Desperté en medio de la noche y me di cuenta de que Rodrigo no estaba a mi lado. Estaba en la cama del campesino, con las piernas muy abiertas y sobre los hombros del campesino, que le estaba dando verga vigorosamente. No dije nada y esperé pacientemente hasta que terminó de cogérselo. Mi hermano regresó al jergón, sólo para encontrarse con que su hermanito menor tenía la verga bien dura y sin queja alguna se acostó boca abajo dejándome que lo montara, sin que me importara encontrar su resbaladizo agujero lleno de caliente semen y le vaciara el mío también en su interior.

Pasamos tres días con el campesino, trabajando en su parcela durante el día y cogiéndonos a Rodrigo por la noche. El buen y cogelón campesino nos invitó a quedarnos indefinidamente, pero a pesar de lo bien que la pasábamos con él me preocupaba ser descubiertos y atrapados, y preferí poner más distancia de por medio. Terminé confesándole nuestra situación al campesino y seguramente aun subyugado por las complacientes nalgas de mi hermano se ofreció a ayudarnos, prestándonos una mula para viajar más rápido al próximo pueblo, indicándonos la dirección de su compadre, acaudalado ranchero del lugar, para devolver la mula y tal vez conseguir también con él algo de ayuda.

Esa última noche antes de nuestra partida, Rodrigo tuvo que aguantar al menos tres soberbias cogidas del campesino. Mi hermano simplemente se acomodaba boca abajo, o de lado, o con las piernas abiertas y mamaba y se dejaba coger el tiempo que el campesino aguantara, que no era poco. Todavía me sorprendía el cambio experimentado por mi hermano en esos pocos días. Parecía estar resignado a su suerte, como si fuera cosa inevitable del destino tener una verga dura horadando su culo, aunque definitivamente le gustaba, aunque no lo expresara, porque más de una vez me percaté de que lograba venirse, aun sin tocarse la verga y sus gemidos, que cualquiera tomaría de dolor, se parecían sospechosamente a expresiones de placer.

A la mañana siguiente nos encaminamos hacia el poblado, y logramos llegar al caer la tarde. El rancho del compadre mentado era grande y basto. No estaba cuando llegamos y tuvimos que esperar en la cocina, bajo la desconfiada mirada de las cocineras. Ya casi de noche, fuimos finalmente recibidos por el compadre, que todos con respeto llamaban Don Simón. Tendría unos 50 años, de fuerte complexión y pesados mostachos, los cuales atuzaba mientras escuchaba nuestra historia y nos estudiaba con parsimoniosa calma.

Y se pasaron tres días con mi compadre – dijo cuando ya terminaba de contarle todo.

Si, señor – le confirmé, extrañado de que fuera precisamente ese detalle el que le llamara la atención.

Y a cuál de los dos se cogió mi caliente compadre? – preguntó a bocajarro – o a los dos? – remató sonriendo ampliamente.

Me sentí enrojecer, por no hablar de mi hermano, y no atiné a encontrar una respuesta rápida.

No se hagan pendejos – dijo Don Simón sin perder la calma – si estuvieron en casa de mi compadre tres días, seguramente fue porque se los estaba cogiendo – razonó simplemente – si lo conoceré yo!.

A mi hermano – acepté finalmente y traté de no mirar a Rodrigo para no ver la cara que pondría.

Lo sabía – dijo Don Simón acercándose para levantar el rostro de Rodrigo – se le ve a leguas que le encanta la verga.

Ni mi hermano ni yo rebatimos su observación. No tenía caso y además se acercaba bastante a la verdad.

Y aquí hay una buena – completó Don Simón agarrándose descaradamente el paquete y por si quedara alguna duda, tomó la mano de mi hermano y la acomodó sobre el bulto de su entrepierna.

Rodrigo dejó la mano sobre el grueso bulto, y al sentirla latir comenzó a sobarla. Apenas un minuto después, Don Simón se abrió la cremallera y sin mayor apuro se sacó la verga, tiesa y cabezona. Para tener 50 años, el maduro ranchero estaba en excelentes condiciones. Rodrigo acercó el rostro a la suculenta herramienta y comenzó a mamársela sin necesidad de que se lo ordenaran. El muy puto ya sabía lo que había que hacer y aunque yo había visto ya esa escena con el campesino varias veces, la imagen de su boca, prendida a aquella gruesa verga continuaba excitándome a mas no poder.

Desnúdate – pidió Don Simón retirando la verga, empapada de saliva, con ese tono de quien está acostumbrado a mandar y no acepta excusas ni negativas.

Rodrigo comenzó a quitarse la ropa.

Ayúdale tú – ordenó Don Simón, y me acerqué a mi hermano para desabrocharle los pantalones mientras él hacía lo propio con la camisa.

Don Simón nos miraba atentamente, acariciándose el grueso vergajo.

Lámele el culo al puto de tu hermano – dijo mientras se bajaba los pantalones hasta las rodillas, revelando sus gruesos y velludos muslos.

Empiné a Rodrigo sobre el sillón, acariciándole las soberbia nalgas. Comencé a besárselas, excitándolo, provocando aun más sus ansias por tener sexo y ser montado. Don Simón nos dejó un buen rato así. Se veía que disfrutaba con la escena, aunque finalmente la ganó la calentura y haciéndome a un lado le encasquetó la reata a mi hermano, que con todo y la preparación emitió un sordo quejido al sentirse arponeado de manera tan intempestiva.

Comencé a masturbarme, deseando ser yo quien estuviera dentro de ese angosto y cálido agujero. Rodrigo gemía, con los ojos cerrados y ese rictus de concentrado placer que casi parecía mueca de dolor. Me hubiera venido, sino es porque Don Simón se detuvo, perlado de sudor, y quiso cambiar de posición. Se echó en el piso, con la verga bien parada y le indicó a Rodrigo que se sentara en ella y lo cabalgara. Mi hermano obedeció, pero la verga no atinaba el camino correcto y el recio ranchero me ordenó que le ayudara. Me metí entre sus piernas y le agarré la verga. Se sentía caliente y dura, y la puse en el ángulo correcto, indicándole a Rodrigo que bajara las nalgas y ayudando un poco a dilatar con mis dedos su ano, conseguí que la reata le entrara finalmente. Fue una maravilla ver cómo el grueso miembro empezaba a entrar en el enrojecido ojete de mi hermano. Sin pensarlo, comencé a acariciar los peludos huevos de Don Simón, que era prácticamente lo único que quedaba de fuera, y acariciando las suaves y calientes bolas me vine copiosamente, y poco después lo hizo el viejo, regando las entrañas de mi hermano con abundantes y espesos chorros de semen.

Desde hoy considérense mis invitados – dijo Don Simón abrochándose los pantalones – daré instrucciones para que les preparen un cuarto.

Nos advirtió ser discretos con la familia y le aseguré que no se tenía de qué preocuparse. A la noche siguiente, Don Simón nos visitó en el cuarto. Rodrigo terminó sirviéndole igual que como lo había hecho con su compadre, y aunque a mí me excitaba ver al recio ranchero cogiéndose a mi hermano, terminé deseando también algo de acción. Rodrigo me mamaba la verga un par de veces en el día, pero aun así seguía caliente, y se lo dije a Don Simón.

Faltaba más, muchacho! – exclamó – tengo un chingo de hijos y ahijados, no faltara alguno que te agrade la pupila – dijo sonriendo.

Efectivamente, la familia era numerosa, según pudimos darnos cuenta en las horas de comida, donde llegaban una multitud de parientes, entre hijos, primos y entenados.

Pero el que me gusta dudo mucho que se preste a estas cosas, Don Simón – le advertí.

Ah, chingá – dijo muy ufano – pues de quién chingados estamos hablando?

De su hijo José – le dije, refiriéndome a uno de sus hijos, de los mayores, que con su poblado bigote negro y enjutas cejas me había llamado la atención.

Don Simón soltó la carcajada.

Pues se verá muy machito y tendrá una prole como de seis hijos – me aclaró – pero ninguno de mis hijos se ha salvado de pasar por las armas – dijo Don Simón agarrándose la verga – y aunque ha pasado ya mucho tiempo desde la última vez, seguro se acordará – prometió.

Usted cree? – le piqué el orgullo – porque yo pienso que no.

Me corto un huevo! – apostó el viejo – tú prepárate para la noche y ya veremos.

Ni qué decir que me pasé el día entero con la verga parada. José no vivía en la casa, pues estaba casado y tenía su propia familia, pero pasaba gran parte del día en el rancho, con variadas actividades. Le vi un par de veces ese día, y me excitaba pensar que tal vez pronto vería aquel par de suculentas nalgas sin la cubierta de los gastados pantalones de mezclilla. Tuve que utilizar la boca de Rodrigo un par de veces, para mantener a raya la calentura, y apenas se hizo de noche esperé ansioso en la habitación la llegada de Don Simón.

A media noche, cuando ya creía que no vendría, apareció finalmente. Le acompañaba José, con una expresión seria mezclada con indudable curiosidad.

Estos – dijo señalándonos a Rodrigo y a mí – son mis invitados, como ya muy bien sabes.

José asintió, con la mirada baja, acostumbrado a escuchar y callar cuando su padre hablaba.

Y como mis invitados – continuó el viejo relamiéndose los bigotes – es mi deber complacerlos y tratar de que lo pasen bien aquí.

El hijo volvió a asentir, tal vez preguntándose a dónde quería llegar su padre con toda esa perorata.

Y para no hacerte tanto pedo – dijo Don Simón finalmente – que ya me cansó tanta pinche explicación, te me vas encuerando porque estos jóvenes te quieren ver en pelotas.

José peló los ojos tomado totalmente por sorpresa. Seguramente había imaginado muchas cosas, excepto esa.

Pero papá – comenzó a replicar – cómo me pide usted eso? – dijo en tono incrédulo y lastimero

Mira, mira – y de cuando a acá se discute una orden mía – dijo el viejo con fuerte voz de autoridad.

No es eso, papá – bajó la voz José – nomás que no entiendo para que me pide eso – tartamudeó – y delante de sus invitados – dijo a manera de excusa, enrojeciendo.

Pues ya te dije – contestó el viejo – y a mi nadie me desobedece.

Y como si las palabras no fueran suficientes, Don Simón se acercó a su hijo y comenzó a desabrocharle la camisa. José, con los brazos inermes no opuso resistencia. El bronceado torso velludo y fuertes brazos eran una promesa para lo que seguiría. Don Simón abrió el grueso cinturón vaquero de plateada hebilla y desabotonó diestramente los pantalones. De un tirón se los bajó hasta las rodillas y para mi sorpresa, el puritano y apuesto José no llevaba calzones. La verga morena y gruesa descansando sobre un par de gordos y peludos huevos hicieron que mi hermano emitiera un sonoro resoplido de placer.

Este es mi hijo! – dijo Don Simón orgulloso, agarrando el soberbio paquete de José, acariciándolo suavemente. El hijo se mantuvo tieso, tal vez algo incómodo, pero no hizo nada por evitar que su padre lo toqueteara – vergudo como su padre! – rió el hombre satisfecho.

Y de culo? – pregunté, hablando por primera vez.

José mi miró extrañado, tal vez sorprendido que me atreviera a hacerle indicaciones a su padre.

Mejor aún! – contestó Don Simón complacido, dándole la vuelta a José para que yo admirara su retaguardia.

Me quedé sin aliento. Bajo la fina y perfectamente dibujada espalda, las regordetas nalgas, menos morenas que el resto de su cuerpo eran punto menos que deliciosas. Cubiertas de vello oscuro, casi desde donde terminaba la espalda, no tuve otro pensamiento que abrírselas para atisbar en su interior. Don Simón, viejo perverso me adivinó el pensamiento, y tomando cada nalga con sus manos las separó, para abatimiento del buen José y para mi delirante goce. No me había equivocado, en medio de las nalgas, un oscuro y peludo ojo negro me miraba. Parecía retarme, parecía llamarme, y con la invitadora mirada del padre me acerqué para caer de rodillas ante semejante maravilla.

Cómele el culito – me pidió Don Simón – y no tuve el menor empacho en complacerlo.

José tensó las nalgas al contacto de mi lengua, pero se fue relajando poco a poco. Le hice una seña a mi hermano para que se acercara, y obediente tomó su puesto por delante, metiéndose la hermosa verga de José en la boca, para el total beneplácito de Don Simón, que tranquilamente dio un paso atrás para disfrutar del espectáculo. No pasó mucho antes de que José gimiera completamente excitado, tanto que Don Simón se unió a la diversión, besándole a José las peludas tetas, apretándoselas rudamente, lo cual pareció encantarle.

Toma, hijo – dijo Don Simón con la gorda verga en la mano – para que te acuerdes de tus épocas adolescentes.

José se inclinó para mamar la enorme verga de su padre, lo que me permitió poder meterle la lengua más adentro. Su culito ya estaba empapado y totalmente relajado y me excitó ver aquel velludo agujero completamente mojado con mis lamidas y chupetones. Ya no aguanté mas y me acomodé para cogérmelo. José tuvo un leve respingo al sentir mi verga empujando desde atrás, pero estaba tan entretenido con la verga de su papá que ni tiempo le di de protestar, si es que pensaba hacerlo. Lo penetré despacio, saboreando la rica sensación de introducirme en su peludo agujero, el primero que probaba después del de mi hermano. Tras metérsela, empecé a moverme en su interior, tan apretado y caliente, y ya después no pude contenerme, y arremetí con fuerza en aquel pequeño y acogedor receptáculo, gimiendo como semental sediento y sin importarme nada en absoluto, salvo el inconcebible goce que el masculino ranchero me proporcionaba.

Terminé vaciándome a chorros, sin saber de dónde venía tanto semen, pues mi hermano se había encargado de ordeñarme un par de veces aquel día. Don Simón seguía todavía duro, pero bastante cerca del orgasmo.

Ven acá – le indicó a José, jalándolo hacia el sillón.

El viejo se sentó, con los pantalones aún en las rodillas. José terminó de quitarse los suyos y obediente a las indicaciones de su padre se sentó sobre aquella gruesa estaca de carne. Rodrigo y yo miramos extasiados cómo la gruesa cachiporra iba desapareciendo en el dilatado ano de José, que con concentrados movimientos descendía lentamente sobre el ariete inflamado, dejándole entrar poco a poco, pero sin cejar en su cometido hasta que los pelos de uno se mezclaron con los del otro. José suspiró al concluir la tarea, pero al viejo ya le urgía que se moviera, y con las manos en las soberbias nalgas le hizo cabalgar sobre su verga, haciéndole rebotar una y otra vez, hasta que explotó con fuertes quejidos de placer.

Rodrigo se acercó entonces. José aun tenía la verga bien metida en el culo y recibió con agrado la complaciente boquita de mi hermano, que en apenas un minuto le hizo acabar.

De esa forma pasamos la última noche en el rancho de Don Simón. Le dejamos la mula de su compadre y a cambio nos proporcionó un caballo que no tendríamos que devolver, a menos que quisiéramos volver algún día, aclaró el viejo con un destello pícaro en su mirada. Le aseguré que lo haríamos, no bien se aclarara la situación de nuestra familia.

Desde entonces han pasado ya algunos años. Finalmente pudimos volver a nuestro pueblo y eventualmente reencontramos a nuestro padre, pero esa es otra caliente historia que por el momento prefiero no contar. Claro, a menos que me lo pidan.

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