Huérfano 4

La oferta

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LA OFERTA

Después de la desaparición de Rosa, mi único entretenimiento eran las partidas de ajedrez con Manuel hablando de ella. Soñando con ella. Rogando por ella. Uno de esos Miércoles, llegué a casa de Manuel y me estaba esperando conversando con el notario. Cuando me vieron llegar,  Manuel me encaró.

  • Mira Juan, no puedes seguir así, quiero proponerte algo. Te has comportado conmigo como no lo ha hecho nadie. Has sido desinteresado y no has dudado en ayudar a mi nieta sin pedir nada a cambio. Quiero adoptarte, darte mi apellido y nombrarte mi heredero junto con mi nieta.

  • Tengo unas tierras en el pueblo donde nací. Alii se encuentra la casa de la familia, no tengo a nadie que la cuide y la mantenga, de hecho quedó a medio refaccionar, te la cedo en comodato con usufructo. El día que yo ya no esté, será tuya. Eres ingeniero y puedes hacerlo. También pongo a tu disposición un fideicomiso para los gastos.

  • No se que decirte, me agarras de sorpresa.

En realidad estaba al borde de las lágrimas.

  • Pues dime que sí. Lo que tú has hecho por mí y por mi nieta, no lo ha hecho nadie. Y no es un regalo, es un trabajo que te hará bien para aliviar esa cabeza. Una vez allá si necesitas algo, no dudes en acudir al viejo Juez Ramos Padilla, es un amigo de la infancia.

Y así fue como, con mi nuevo nombre, Juán Córdoba Reyes, cargando mis pocas pertenencias en el sidecar de la moto, a fines de Enero partí rumbo a  Entre Sierras.

Faltando poco para llegar, recorría la ruta que  bordeaba la costa y cuando se suponía que estaba acercándome al lugar, una sierra que cruzaba todo el terreno de Oeste a Este, descendiendo en pendiente sobre el mar, tapaba toda la visual por delante. Solo se veía la pared de rocas y el túnel que la atravesaba.

A un costado del camino, unas muchachas conversaban sobre unas tumbonas, mientras observaban cómo unos jóvenes se fajaban en un intenso partido de fútbol. Sin percatarme de que mi apariencia de vagabundo no era la más recomendable, arrimé la moto para preguntarles por el pueblo.

Mi dejadez de los últimos meses, mi barba desaliñada, el pelo largo, los pantalones militares, las botas y el sacón de cuero, me daban más pinta de pandillero que de turista. Los muchachos, al advertir la maniobra de aproximación se me vinieron encima.

  • Hey piojoso, ¿donde crees que vas ?

Preguntó un flaco alto, con cara de buitre. * Solo quería hacer una pregunta, no pretendo molestar.

  • A otro perro con ese hueso, a nuestras mujeres no se les arrima ningún vagabundo.
  • ¿Vuestras mujeres ? No sabía que por estos lados tuvieran título de propiedad.

Le contesté molesto, provocando las carcajadas de las chicas.

  • De eso nada hombre, apenas son nuestros novios. ¿Qué necesitas saber?

Contestó una rubia de muy buen ver con cara de pícara, provocando claros gestos de rabia contenida en los muchachos y de cachondeo en sus compañeras. Una morena de infarto y una castaña muy apetecible.

  • Solo saber si estoy muy lejos de Entre Sierras.
  • Pues no, solo debes atravesar el túnel y ya te lo encuentras. ¿Vas a  algún lugar en especial ?...

No pudo con su curiosidad * Muchas gracias por el informe. Creo que iré en busca del notario.

  • ¿Y eso para qué sería?

Preguntó divertida, viendo por donde iba mi respuesta. * ¿Pues para qué va a ser ? Para averiguar por tu título de propiedad. Por si está vacante. * Ja ja ja. Es que no tienes cara ja ja Ja. Vete, antes que a mi novio le estalle la yugular. * Ja ja ja. Adiós y muchas gracias.

Puse el cambio y partí entre risas antes de que se armara jaleo. Los novios estaban con un cabreo que acojonaba.

Al cruzar el túnel, apareció el pueblo, El nombre no podía haber estado mejor puesto. Estaba ubicado sobre el lado Oeste de la ruta, a mano derecha según marchaba, entre dos cadenas pedregosas, separadas unos mil metros. De hecho las mejores casas estaban ubicadas sobre las laderas de esas sierras.

La ruta atravesaba ambas cadenas mediante túneles, dando el efecto de ingresar en una fortaleza amurallada.

La propiedad de Manuel estaba sobre el lado este de la ruta, frente al mar y ocupaba toda esa franja de tierra entre sierras. Desde la ruta hasta el acantilado bordeando el mar, donde las sierras se sumergían formando una bahía con una playa encantadora, pero inaccesible por tierra.

Toda la extensión entre las sierras, estaba ocupada por un pinar de unos doscientos ametros de profundidad, cortado al medio por un camino de unos quince metros de ancho. Avanzando por él, una vez cruzado el pinar, se desembocaba en un claro, donde el sendero se bifurcaba.

El camino principal doblaba al Sur bordeando el pinar, para volver a orientarse hacia el mar al llegar a la pared de piedra. Siguiendo el mismo, se llegaba al caserón, que protegiéndose de los vientos del sur se recostaba sobre el paredón. Un sendero más angosto, bordeaba el pinar hacia el Norte, culminando en un espejo de agua alimentado desde las sierras.

Sobre la sierra Norte, brotaba un arroyo entre las piedras, cruzaba entre unos árboles y terminaba formando el pequeño lago en el terreno. Desde allí, discurría sereno un hilo de agua, que se precipitaba en cascada hacia  la playa, formando otro estanque que escurría al mar por un arroyuelo.

El frente de la casa miraba al mar, la doble puerta de entrada estaba protegida por una galería que también oficiaba de garaje descubierto, al cual se  llegaba por una bifurcación del sendero principal, que rodeaba la construcción. Sobre ella se hallaba un mirador al que se accedía por una escalera externa.

La sala de estar estaba reacondicionada, recubierta totalmente en madera, contaba  con un gran hogar enfrentado a un sillón gigante, con dos sillones laterales formando un tresillo. A continuación de éste, cruzando una puerta, se entraba a un comedor antiguo, con una gran mesa y doce sillas, adosado a una gran cocina. Ambientes que estaban igual que hace cincuenta años. Antiguos, pero muy recuperables dada la calidad de la construcción.

De la cocina partía un largo pasillo pegado a la montaña, que conducía en forma consecutiva a un gran baño, dos dormitorios, otro baño grande y finalmente el dormitorio principal. Los baños poseían grandes bañeras de metal esmaltado, una gran ducha y una pila con pie, todo de porcelana blanca, que estaba coronada por un gran espejo.Todos estos ambientes tenían ventanas orientadas al norte.

El pasillo terminaba en una puerta que conducía a un gran cobertizo, que también oficiaba de garaje, con un portón doble de entrada ubicado al fondo, donde terminaba el sendero que venía de la ruta. De allí partía un camino secundario que giraba bordeando la casa hasta llegar a la galería frente a la entrada principal.

Guardé la moto en el cobertizo. Ubiqué todas mis pertenencias en la zona de estar, preparé el sillón para dormir, junté leña para el hogar y verifiqué el estado de las instalaciones.

La casa no contaba con conexión eléctrica. La cisterna funcionaba bien. El agua provenía de la vertiente y poseía un calentador alimentado desde una bombona de propano que estaba vacía, cosa que siendo pleno verano no me preocupaba. La iluminación se lograba con lámparas de kerosene que extrañamente estaban llenas y finalmente para cargar mi teléfono podía usar la batería de la moto.

Al ser verano anochecía tarde, por lo que a la diez, me dí una ducha y me acosté. Me dormí enseguida. El día había sido largo y agotador. A la mañana cargué las baterías del teléfono y el ordenador portátil, miré mis correos, contesté algunos y me puse a confeccionar la lista de materiales que iba a necesitar.

A media mañana de un día que se presentaba muy caluroso, me vestí con un pantalón corto, camiseta de tirantes y botas y decidí explorar la vertiente. Crucé la arboleda y ascendí la pendiente. Para mi sorpresa, escondida tras unas rocas que la hacía invisible desde abajo, la vertiente partía desde el interior de una cueva. Tuve que subir para acceder a la entrada desde arriba. El descubrimiento me emocionó, el interior de la cueva estaba iluminado por múltiples rayos de luz, que cual reflectores, se colaban por las fisuras de la roca y en el centro se encontraba un pequeño estanque azul con lecho de piedra. La imagen, era la de un sitio encantado.

Después de un par de horas, emprendí el retorno. Al acercarme a los árboles, comencé a escuchar pequeños gritos y risas, me asomé y me encontré a las tres ninfas de la ruta desnudas en el estanque, dos de ellas, la rubia y la castaña, metiéndose manos y pellizcos entre risas en el agua.

La morena de infarto, estaba meando agachada, con las piernas abiertas y de espaldas a un tronco caído para no ser vista por sus amigas. Pero con todo el chumino frente a mí que salía de los árboles frente suyo. Gritar, saltar hacia atrás meándose encima, tropezarse con el tronco, quedar caída de espaldas del otro lado, con el culo apoyado en el tronco y con el coño hacia arriba largando chorritos, fue un solo movimiento. Mis carcajadas hicieron historia.

  • Ja, ja, ja... chicas... Estas tierras sí tienen título de propiedad. Pero las perdono por el espectáculo ja, ja, ja...  La próxima vez avisen... así traigo la cámara. Ja, ja, ja.

Y seguí mi camino a la casa.

Ocupé el resto de la tarde tomando medidas, completando la lista de materiales, contestando correos de mis clientes y cortando más leña. Comí un par de sandwiches, me pegué una ducha y me fuí a dormir.

A media noche, una repentina oscuridad me envolvió y sujetó, le siguió una lluvia de golpes y la pérdida de conocimiento. Desperté en una celda. Parado frente a la reja estaba el flaco con cara de buitre, que vestido de policía se cachondeaba.

  • Por fin has despertado piojoso. Ya has visto cómo tratamos en este pueblo a los mirones asquerosos.

Mañana, después de la audiencia, vas a palpar en carne propia cómo tratan en nuestra cárcel a los pervertidos. * ¿Quién es el juez?

Pregunté * El Doctor Ramos Padilla. No has tenido suerte, es el más duro con gente como tú.

La suerte estaba echada, solo era cuestión de esperar.

A la mañana siguiente me llevaron esposado al tribunal. Me sentaron en el banquillo de los acusados de cara al público que era numeroso. Se ve que no se querían perder un espectáculo que no era muy frecuente en el pueblo. Entre ellos, estaban las tres chicas que extrañamente me rehuían la mirada sonrojadas.

Entró el juez. El fiscal me leyó los cargos. Y el juez se dirigió parco hacia mi persona.

  • ¿Tiene algo que decir en su defensa ?
  • Si su Señoría, las muchachas estaban en propiedad privada.
  • Y debo suponer que usted sabe de quién son esas tierras.

Me replicó molesto. * Por supuesto, son mías.

Le contesté ante su estupefacción

La carcajada fue general y estruendosa

  • SILENCIO.

Gritó el juez enfadado * ¿

Debo creer que usted podrá demostrar esa afirmación?.

Me inquirió con gesto contrariado. * Solo tiene que llamar a su amigo, el señor Manuel Córdoba Barrantes y él se lo confirmará. Soy su hijo.

Ahora solo se escuchaban murmullos. El juez tomó su móvil, pidió cinco minutos de pausa y salió de la sala. Al volver, se dirigió al buitre.

  • Quítele las esposas.

Y dirigiéndose a mí. * Mi amigo ha corroborado sus dichos, eso no justifica su actitud con las muchachas. * Yo solo me las encontré de golpe cuando bajaba de la sierra y les advertí que estaban en propiedad privada. No podía saber que no estaban presentables. * ¿Qué quiere decir con eso ?

Preguntó serio e interesado.

Vi que las chicas me miraban preocupadas.

  • Que estaban...en ropa interior

... Ahora miraban aliviadas. * ¿Fueron así las cosas Carmen ?

Le preguntó a la morena. * Si, tío...digo Señor Juez. Nos asustamos porque creímos que nos espiaba y cuando se lo conté a Julián se puso loco.

El tal Julián, el flaco cara de buitre estaba que explotaba.

  • Y dígame joven, si usted no tenía nada que ver, por qué se resistió al arresto.
  • Si usted llama resistirse, a que dormido en mitad de la noche, me taparan con una manta y me molieran a golpes. No tuve opción, su señoría.

El juez miró severamente a Julian y me preguntó

  • ¿Quiere interponer una denuncia por eso ?
  • No su Señoría, hay cosas que se arreglan cara a cara.

A la salida del tribunal, Julian me encaró con un empujón, tratando de lucirse frente a su novia.

  • ¿Qué es lo que quieres arreglar cara a cara, piojoso? Aquí me tienes.

Cuando me estaba por empujar otra vez, lo senté en el piso de una trompada. Se revolvió furioso para levantarse y se encontró con la mano del juez sobre su hombro.

  • Ni se te ocurra

JULIA

Después del incidente, decidí que era momento de resetear mi vida. Me afeité a ras. Peiné mi pelo en una coleta. Y retomé el ejercicio físico. Me puse unos pantalones cortos elastizados, una remera de mangas cortas de fitness, un par de zapatillas y salí a correr.

Después de recorrer 10 km por la ruta, estaba aproximándome a la casa, cuando vi a las tres chicas esperándome frente a la puerta.

  • Vaya, vaya, qué sorpresa. Justo la visita que estaba esperando. Ja ja ja.
  • No te burles, venimos a disculparnos,

me dijo la rubia, dándome un repaso

. * Por cierto me llamo Julia.

Y me dió dos besos.

Julia parecía la más lanzada, tenía una mirada pícara que me encantaba. Vestía un pantalón cortito elastizado que marcaba una cola exquisita y una cintura angosta. Combinaba con un top corto, que modelaba unas tetas de escándalo y zapatillas.

Montse.

Dijo la castaña y también me besó

Montse en cambio, era la más femenina, mirada dulce y labios sugerentes. Vestía un vestidito suelto que insinuaba unas tetas medianas, cintura estrecha y un culo de escándalo. También estaba con zapatillas.

Carmen.

Se presentó la morena infernal y me tendió la mano avergonzada.

Carmen lo tenía todo. Pelo negro, ojos verdes, tetas prominentes, cintura estrecha y un culo perfecto. Vestía un bermudas elastizado combinado con una camisa blanca y zapatos de esparto. Una mujer para aislarse con ella en una isla desierta y nunca más salir.

Les devolví el saludo con una sonrisa

  • Está bien, cuatro besos sobre seis posibles es un buen promedio, estáis perdonadas. Ja, ja, ja.

Y comenzaron el interrogatorio, que quién era, qué hacía allí, a que me dedicaba, en fin, todo lo que su curiosidad les pedía. Estuvimos charlando toda la mañana en una forma amena y divertida.

Me explicaron que el día del incidente le comentaron el hecho a sus parejas como una anécdota, que Julián, el novio de Carmen se lo tomó a la tremenda y decidió, junto a los novios de las otras dos, darme un escarmiento, sin consultarlo con ellas.

También me contaron, que luego del juicio tuvieron una pelotera grande por no haber negado mis argumentos y por haberse estado bañando en ropa interior. Me agradecieron no haberlas puesto en evidencia y me empecé a reír a carcajadas

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  • Ja ja ja. En realidad el agradecido soy yo.
  • Más te vale.  Imagino que te habrás puesto al día con las vistas.

Me reprochó sonriente Julia. * No. Ja, ja, ja. No es por eso... Es decir, las vistas fueron buenas, pero...ja, ja, ja.

  • ¿Pero...?

Preguntó Montse curiosa y un poco tentada.

  • Es que Carmen. Ja, ja, ja…me dió una idea para poner una fuente en el parque. Ja, ja, ja ... esas del angelito largando agua por el pito. Ja, ja, ja.

Carmen se puso muy colorada ante el descojone de las otras dos.

Ese día me enteré que las tres tenían veinticinco años. Julia regenteaba el corralón de materiales de sus padres junto a su novio, situación que aprovechamos para hablar de abrir una cuenta para los materiales que yo necesitara y que se irían abonando desde el fideicomiso. Para estar en contacto, intercambiamos los números de teléfono.

Arreglamos que los pedidos menores los entregarían en el día con una pequeña camioneta y los más grandes, los sábados con el camión, acompañado por personal para descargarlo. Era una chica muy práctica y servicial, que demostraba conocer su trabajo, además de bonita y alegre. También pude notar que de alguna manera yo no le era indiferente.

Montse trabajaba también con su novio en un pequeño mercado de ramos generales con servicio de comida perteneciente a sus padres y también entregaban a domicilio. Era la mejor amiga de Julia.

Finalmente, Carmen era la maestra del pueblo y novia del ayudante del comisario, hombre - que según ella- era bonachón, y que yo todavía no conocía por estar de baja médica.

Ese mismo día le encargué a Julia un set de lijas, barnices y pinceles para comenzar a reparar el dormitorio. Entramos  a la casa para que la conocieran. Les pareció encantadora y aprovechamos con Julia para estimar la cantidad de material necesario.

De paso me comentó que podría encargarse de conseguir la bombona de gas de reemplazo cada vez que la necesite. Esa noticia me alegró bastante. En realidad ya estaba cansado de bañarme con agua fría. Me la prometió para dentro de dos sábados. Me recomendó tener siempre una bombona de repuesto, ya que el otoño se estaba acercando y en ese lugar refrescaba bastante.

El lunes amaneció soleado y fresco, me levanté a las seis, salí a correr y desayuné unas frutas que me quedaban. Aproveché para hacer un listado de almacén, verdulería y productos de limpieza, para entregar algunos de ellos, en días alternados. Al no tener heladera, no podía hacer grandes acopios de alimentos perecederos.

A las ocho comencé a limpiar la habitación grande y aproveché para sacar afuera el viejo colchón que estaba bastante sucio y arruinado. A las nueve apareció Julia con la camioneta. El novio se había negado a hacer la entrega. Le pregunté si todavía estaba ofendido y ella entre risas me comentó que después de la trompada a Julián lo que estaba era acojonado.

  • Es que...hombre...un poco bruto, sí que lo eres. Ja, ja, ja.

Descargamos entre risas la compra en el cobertizo. Aproveché para entregarle la lista para Montse y se ofreció a tirar el viejo colchón en el desguasadero. Se lo cargué en el vehículo y cuando me iba a despedir, me sorprendió sacando del vehículo dos vasos térmicos con café caliente, que estuvimos degustando entre risas.

  • Como todavía no tienes gas ni electricidad, imaginaba que añoras algo caliente.
  • No te imaginas cuanto. Muchas gracias.

A partir de ese día, todas las mañanas cuando volvía de mis carreras, me estaba esperando al lado de su camioneta y desayunábamos juntos el café que ella traía, ya que yo todavía no podía cocinar.

Esa semana se la dediqué por completo a lijar el techo de madera, las aberturas, las paredes de yeso y finalmente el piso de roble, al cual le apliqué la primera mano de cera para protegerlo cuando pintara, de lo que pudiera caer.

El viernes, al finalizar mis tareas, salí a dar unas vueltas con la moto antes que anocheciera para recargar la batería. Cuando estaba regresando, pude observar como a un hombre que iba delante mío en bicicleta, un Audi A1 rojo conducido por unos jóvenes lo encerraron contra la banquina y lo arrojaron al zanjón. No llegué a verle la patente pero terminaba en 17.

Me detuve y  descendí al barranco, se trataba de un hombre mayor, delgado y de abundante pelo blanco, que estaba bastante dolorido por el golpe. Lo tomé en brazos, lo subí al sidecar y le dí la doblada bicicleta para que la mantuviera sobre el mismo y no se cayera a la ruta. Siguiendo sus indicaciones lo transporté a su casa, ya que no quería ir al hospital. Se trataba de una pequeña granja más allá de la cadena Sur.

Nos recibió su esposa preocupada. Se trataba de una mujer menuda, pero muy activa, que lo primero que hizo fué regañarlo por no querer ir al médico. Lo llevé hasta su baño, lo dejé dentro de la bañera ya que estaba muy sucio y embarrado y me retiré a la zona de estar.

Al rato salieron los dos y ya se sentía mejor. Se veía, que se trataba de un hombre duro, curtido en el trabajo pesado. Cuando supieron quién era y dónde vivía, se desvivieron en atenciones.

En su juventud, habían sido amigos de Manuel. Se llamaban José y María y ambos tenían setenta y cinco años. Me invitaron a cenar en agradecimiento y al finalizar me llevé la bicicleta para tratar de arreglarla.

El Domingo a la tarde recibí la visita de las tres chicas. Todos los Domingos sus novios y su grupo de amigos iban a alentar al equipo de fútbol local. Cuando jugaba de visitante en lugares lejanos, se iban desde el sábado a la tarde y no volvían hasta el Domingo por la noche. Aprovechando, según Julia, para desmadrarse lejos de sus novias, cosa que las otras dos dudaban.

Trajeron café y masas y pasamos una tarde agradable. Aproveché para encargarle a Montse un colchón nuevo de resortes. Pasamos a tomar las medidas y les asombró el cambio que había dado la habitación.

El Lunes a media mañana recibí la visita sorpresa de José, que venía en un tractor arrastrando una gran cortadora de césped y una lunchera con el almuerzo para los dos, conteniendo un guiso que estaba para chuparse los dedos. Para el fin de la tarde habíamos emparejado todo el gigantesco terreno dejándolo como a una cancha de golf. Un gran gesto en agradecimiento por mi ayuda con el accidente. Todo hacía prever el inicio de una gran amistad. Aproveché para entregarle la bicicleta que le había arreglado.

El viernes al finalizar el día, ya había barnizado el techo, las puertas y los ventanales de cedro, pintado las paredes de blanco y encerado los pisos de roble. Solo faltaba esperar que se seque y se ventile, para empezar a ocuparla.

El sábado a mediodía, me llamó Julia para decirme que el camión había llegado tarde y que, como su novio se iba a la capital a ver a su equipo no quiso descargarlo y las bombonas habían quedado en el fondo tapadas por todos los materiales.

Estábamos a mediados de Marzo y empezaba a refrescar. Así que me fui para allá. Julia se sorprendió cuando me vió llegar, pero más lo hizo cuando vestido con un mono enterizo,  le informé que le iba a descargar el camión.

Cerró la entrada del negocio y pasamos al depósito. Le dije que tome el apilador de paletas y que lo ponga sobre el culo del camión con una paleta. Y fui apilando sobre ella bolsas de semillas, tierra y fertilizante. Cuando estuvo completa, Julia la aparcó en un rincón. Así una a una, a lo largo de dos horas descargamos el camión.

Al terminar, descargué las bombonas, las llevé a la moto que estaba dentro del garaje y las cargué en ella, tomé mi bolso con ropa de repuesto y me saqué el mono enterizo que dejé en el sidecar, vestido solo con pantalón corto, dejé el bolso en la oficina, pregunté por los vestuarios y pase a darme una ducha.

Al salir para ir a cambiarme, vi que  Julia se había vestido con un vestido floreado, liviano, de pollera suelta y top drapeado elastizado marcando una tetas de escándalo. Estaba sentada en un banco alto acodada de espaldas a un pequeño tablero inclinado y las piernas abiertas apoyadas sobre dos tocones bajos. La falda de la pollera, caía tapando el paisaje entre ellas.

Esa rubia de rostro hermoso, grandes tetas y figura insinuante, lucía una imagen salvaje y atractiva que enervaba pasiones. Me miraba llegar a ella esbozando una sonrisa y mordiendo un lápiz. Me detuve parado entre sus piernas mirándola a los ojos. Sin decir palabras me tomó de las mejillas y acercando su cara, me besó.

Me pegué a ella, la abracé y el beso se convirtió en morreo. Mis manos bajaron a sus piernas, acariciando sus muslos por debajo de la pollera hasta llegar a sus nalgas desnudas, apenas cubiertas por un pequeño tanga. Sin dejar de besarla fuí recorriendo el elástico hasta llegar a su cálida humedad, que estaba desbordante.

Hay momentos en que los juegos previos están de más, me bajé la cintura elastizada de mis pantalones y tomando la polla con mi mano, ladeando su tanga tanteé el camino a su interior. El pequeño coño se fue abriendo goloso, tragando centímetro a centímetro de mi erguida virilidad. Cuando hice tope, Julia gimió su angustia en mi boca y me erizó la piel.

Nos fuimos moviendo uno contra el otro con creciente velocidad, el sonido del chapoteo y nuestros jadeos presidían el ambiente. Julia explotó primero, pero yo seguí martillando sin detenerme, y para cuando llegó por segunda vez, exploté tras ella, en un grito conjunto que nos salió del alma. Quedamos así, parados, abrazados, jadeando uno sobre el cuello del otro.

Cuando nos calmamos y mi virilidad exhausta, se retiró goteando de su interior, se bajó de la butaca y me condujo de la mano a los altos de su oficina, donde tenía un pequeño dormitorio con baño. Me fuí para mi casa el Domingo a la tarde, satisfecho y agotado.

Desde ese día, cada vez que el equipo regional jugaba de visitante, nosotros jugábamos nuestra localía en su oficina. Tiempo más tarde, cuando el dormitorio estuvo terminado, lo pasábamos en mi casa. Nunca quise ir a la suya.

Todo empezaba a cobrar forma. Terminé el dormitorio, José traía su tractor los Lunes por la mañana con su almuerzo incorporado, a mitad de la semana cenábamos en su casa y Domingo por medio en forma alternada, pasábamos la tarde con las chicas en mi casa o follaba con Julia.

Mientras el dormitorio se oreaba, me dediqué a la vertiente. El fondo de pedra del estanque estaba a un metro de profundidad y el espejo de agua a su vez, estaba a un metro por debajo del plano medio del terreno. Comencé a cavar alrededor del estanque, a un metro de distancia del  borde del lago, que mide aproximadamente diez metros de ancho  por treinta de largo, cavé una zanja de medio metro de ancho y hasta el suelo de roca. Luego le coloque un encofrado hasta la altura media  del terreno, armé la estructura de hierros y llamé a una hormigonera para llenarlo de concreto.

Cuando estuvo fraguado, armé un frente sobre el acantilado dejando el lugar para una compuerta y una turbina, que instalé una semana más tarde. Retire la tierra entre el borde y el hormigón tirándola por detrás de la pared emparejando el terreno. Finalmente terminé el pequeño embalse de dos metros de profundidad, con un cableado subterráneo que suministró energía a mi casa y algunas luminarias exteriores.

Las luces, el parque con el césped cortado y el embalse nuevo, empezaron a darle forma a un espacio idílico. Un sábado a la noche, aprovechando el viaje de los novios por el partido de visitante del equipo local, realizamos la inauguración con las chicas, Juan y María, con una comilona y bebida libre. Cuando se fueron todos, Julia se quedó para participar de un festejo privado desarrollado en mi sillón.

Con el dormitorio, el baño principal y todo el pasillo terminado, llamé a Montse para que me trajera el colchón y una heladera. Quedamos para el próximo miércoles por la mañana. Llegó a las nueve, descargué la heladera y acomodamos el colchón vistiéndolo con las sábanas y una colcha gruesa . Ya estábamos a principios de Abril y el tiempo estaba fresco.

Los miércoles era el día en que el mercadito hacía el reparto del menaje. El reparto local estaba a cargo de Montse y el de los pueblos de alrededor, de su novio, lo que le llevaba todo el día hasta bien entrada la noche. En la región los negocios cerraban al mediodía y luego permanecían abiertos hasta las ocho.

Todavía quedaba mucho trabajo en la casa, pero haber terminado el dormitorio grande, tener el baño principal restaurado funcionando con agua caliente, y el pasillo de acceso a ellos  terminado, era todo un avance. El sector de cocina y comedor era muy antiguo, pero estaba construido con materiales de mucha calidad y era muy confortable. Mi idea estaba más por el lado de restaurarlo que el de modernizarlo.

Acababa de preparar un café para ambos, mientras Montse terminaba de armar la cama y guardar las sábanas y fundas de repuesto. Lo serví en dos tazas y lo llevé al dormitorio. Nada mas cruzar la puerta me quedé paralizado con las dos tazas en las manos y la boca abierta como un estúpido.

El voluptuoso cuerpo de Montse, de tatas medianas y culo de escandalo, estaba cubierto solamente, por un conjunto mínimo de sujetador y tanga con encajes de color negro, combinado con medias de red y portaligas del mismo color. Todo el conjunto rematado con zapatos negros con tacos de aguja.

Estaba echada en la cama, tendida de costado con la cabeza apoyada en su mano derecha y el codo  en la almohada. Una pierna a lo largo y la otra levemente doblada. Su otra mano extendida con la palma hacia arriba. Con el puño cerrado, me indicaba con el dedo índice oscilando, que fuera hacia ella.

  • Sé que los domingos los tienes ocupados... ¿Cómo te van los miércoles ?

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