Huérfano 2

Isabel

ISABEL

Joaquin, el alcalde del pueblo,  era un hombre de cincuenta años, simpático y entrador, de labia fluida y conocedor del pueblo como nadie, nada de lo que ahí pasaba, estaba fuera de su control.

Imposible hacer negocios en la región, sin pasar por su oficina a dejar parte de las ganancias, la cual invertía religiosamente en mejorar la vida de la comunidad, sin depender del gobierno de la región, ni deber favores políticos. Tampoco era un santo, el sabio manejo de su influencia, le facilitaba hacer negocios rentables. Esto le permitía llevar un estilo de vida, muy por encima de su sueldo como alcalde. A su favor, se puede decir, que en comunión con el Jefe de policía, era implacable con narcos o delincuentes que atacaran a su comunidad.

Otro punto a su favor, era su generosidad para con los que trabajaban para él, o con la gente que tuviera alguna necesidad urgente, eso sí, cuando luego te pedía un favor a cambio, debías complacerlo.

Y ese era mi caso, Joaquin siempre estuvo presente en las necesidades del orfanato, procurando que no nos faltara nada, y facilitándonos el acceso a una buena educación y atención sanitaria. Nos conocía a todos desde pequeños y siempre estuvo atento a nuestras necesidades.

Empezaba Diciembre cuando me llamó para decirme que me necesitaba, le dije que sí, aún antes de saber de qué se trataba.

Joaquin tiene dos hijos de su primera esposa, que falleció luego de una larga y cruel enfermedad a los veinticinco años de casados. Poco tiempo después, volvió a casarse y lo hizo  con la muchacha que cuidaba a su mujer, veinte años menor que él, y una auténtica belleza. No eran pocos los que sospechaban que todo había comenzado aún antes que la finada diera el último paso.

Isabel su nueva esposa, era una muchacha dulce y gentil, muy amiga de Maria e integrante del grupo de féminas que esculpían sus fabulosos cuerpos, en el Gimnasio del centro. Piel blanca, uno setenta de altura, pelo castaño, grandes ojos celestes, nariz respingada y una boca pequeña de labios marcados. Su físico no pasaba desapercibido, sus grandes pechos, cintura angosta y cola trabajada, llamaban la atención allí por donde pasara.

Sea por celos o no, el alcalde nunca la dejaba sola, con la excusa de su seguridad, una asistente la acompañaba a toda hora, fuera donde fuera. Lo curioso, era que muy pocas veces se los veía juntos al alcalde y su mujer. Entre sus múltiples obligaciones, sus negociados, sus noches de póquer y el seguimiento al equipo de sus amores, poco tiempo le quedaba para Isabel.

Y por ahí rumbeaba el favor que me pedía. Isabel debía realizarse unos chequeos de rutina en la ciudad y su asistente había sufrido un accidente doméstico.

No era raro que confiara en mí, nunca me había visto sin mi mono de trabajo, ni mi barba afeitada y si, siempre con el pelo largo y despeinado. El alcalde sabía que  yo hablaba poco y no era muy sociable, pero sí muy fuerte y responsable.

Me llamó un Miércoles a la tarde

  • El viernes a primera hora debes acompañar a mi mujer a la ciudad

  • Como usted diga señor.

  • No debes despegarte de ella, ayudarla en todo lo que te pida y hacerte responsable de su seguridad
  • Delo por hecho, señor

  • Veo que nos entendemos, se te facilitara un teléfono, y ante el menor inconveniente, me llamas

  • Si, señor

  • Perfecto, toma el teléfono y mañana te diremos a qué hora debes estar listo.

  • Gracias señor.

Le comenté a Maruja el extraño encargo y mi querida negra se ofreció a ponerme presentable. El viernes bien temprano después de mi ducha, me afeitó la barba, dejándome un look de un par de días para que parezca mayor, me recortó el pelo peinándome con una coleta, me hizo vestir con un vaquero elastizado, una camisa negra ajustada, una chaqueta negra de piel y botas haciendo juego. Toda ropa regalada por mis vecinos agradecidos. Para completar, me preparó un bolso con un pantalon negro de vestir, una camisa blanca y distinto enseres de cosmética.

A las ocho de la mañana, esperaba en la puerta, ansioso y excitado por mi primera salida del pueblo cuando el Audi Q3 blanco de Isabel, apareció por la esquina, al detenerse en la puerta, bajó el vidrio de su lado y comenzó a reírse a carcajadas. Mosqueado, pegué la vuelta y ascendí por el lado del acompañante.

Al ver mi rostro tenso, Isabel con lágrimas en los ojos me comentó…

  • Ja, ja, ja, perdona que me ría, pero si te viera con esa facha, el enfermo celoso de mi marido, te baja del coche a patadas.

  • Señora, disculpe, no entiendo qué tiene de malo mi ropa.

  • De malo nada, todo lo contrario, estas para comerte crudo, ja ja ja.

A partir de ese momento el viaje se volvió ameno y divertido, distintas y jugosas anécdotas de la gente del pueblo, hicieron que isabel no parara de reír en todo el viaje.

Arribamos a la ciudad al mediodía y para mi sorpresa, nos dirigimos directo a un hotel de cierto nivel, dejamos el auto con el valet-parking y entramos prestos a la recepción, nos atendió un conserje uniformado de expresión indescifrable, verificó la reserva y nos entregó la llave. Subimos a la habitación en un quinto piso con vidriera a la avenida, era una amplia suite con una cama gigante, una especie de recepción con un sofá y un baño con todos los servicios, dejamos el equipaje y bajamos a caminar.

Me di cuenta que lo del chequeo, era un invento de Isabel para librarse por unas horas del cerrojo de su marido. Me tomó del brazo y encaramos la zona comercial. Nos detuvimos a comer unas pastas en un italiano, acompañados de bebidas sin alcohol, luego paramos en una heladería de donde nos fuimos comiendo unos conos entre risas.

Sobre las siete, regresamos al hotel, donde Isabel llamó cabreada a Joaquín, culpándolo de su cabezonería y de no haberla dejado viajar el dia anterior debido a la enfermedad de la asistente y por esa razón, no haberse podido hacer los análisis de laboratorio requeridos, debiendo realizarlos durante la mañana y la tarde del sábado. También le recriminó, que debido a todo esto, no tendría más remedio, que quedarse en un hotel.

Al preguntarle Joaquín por mi, Isabel le comentó que no era problema suyo, que si era por ella, me quede en un sillón de recepción o durmiendo en el auto, lo que hizo estallar a Joaquín, el que le dijo que de eso nada, que por su seguridad reservara una habitación con sofá en un buen hotel. Isabel me miró sonriente y me hizo el símbolo de OK con el pulgar levantado ante mis carcajadas.

Nos duchamos por turnos y nos preparamos para salir, en mi caso pantalon ajustado negro, camisa blanca, campera y botas de piel negras. Pero cuando vi a Isabel me sentí jugando en otra división, salió del baño vestida con un vestido no demasiado corto elastizado, que marcaba de forma escandalosa su silueta, escote pronunciado decorado con un collar de cuentas, espalda al aire, chaqueta corta de la misma tela y zapatos de aguja, con una pequeña cartera haciendo juego. Estaba sutilmente maquillada y peinada con bucles sobre los hombros. Se la veía realmente preciosa.

Salimos a las diez con ella tomada de mi brazo, entramos a un restaurante y tomamos una cena liviana, acompañada de un vaso de vino para ella y bebida sin alcohol para mi. Aproximadamente a media noche, fuimos a un boliche céntrico a tomar una copa y bailar.

Los seguratas de la puerta, encandilados por la belleza de mi pareja, nos dejaron pasar sin hesitar. Era un antro moderno de gente joven y mediana edad y siendo viernes por la noche, estaba repleto a rabiar.

Siendo imposible conseguir una mesa, Isabel se cruzó la cartera en el torso y tomándome de la mano, me arrastró excitada a la pista donde sonaba una bachata. Nunca agradecí tanto a los dioses haber puesto a Maruja en mi camino, como cuando vi a Isabel asombrarse por mi destreza en el baile, en realidad a ella y a un par de deslumbrantes féminas más, que parecían pretender arrebatarle la presa.

Isabel para marcar su territorio, no despegaba su cuerpo del mío, ni para respirar. Después de una hora de bailar sin parar y sedientos por el trajín, nos paramos a un costado y me pidió que le trajera algo de beber. Tarea que me llevó más de quince minutos, debido a la multitud.

Al retornar, con un gin tonic para ella y una gaseosa para mi, al lugar donde la había dejado, no la encontré. Al mirar a la pista la vi bailando reggaetón con un guaperas, haciéndole un perreo de escándalo. Justo cuando me empezaba a cabrear sintiéndome muy estupido con los dos vasos en las manos, abrió los ojos y me vio. Se libró de las zarpas del maromo y vino corriendo hacia mi. Al llegar, entre carcajadas me dio un beso en la boca que casi me saca los dientes, ante el cabreo y la indignación del macho desairado.

Seguimos bailando una hora más, hasta que agotados decidimos marchar, fuimos al guardarropa a retirar las chaquetas y  me pidió que la espere unos minutos que iba al baño, que no daba más. Es normal, que en locales atestados, haya mucha cola en los servicios, pero al ver que pasada media hora no volvía, me acerqué a ver qué pasaba.

La vi apoyada contra una columna, discutiendo airadamente con el hombre que estaba bailando, que la tenía sujeta por el brazo. Me empecé a envarar. El maromo al ver que me acercaba la soltó y ella aprovechó para escapar. Al llegar a mi lado me pidió por favor que nos fuéramos urgente. Encaramos la salida por el lado del estacionamiento, que era la más cercana al hotel, que estaba a un par de cuadras.

Al pasar entre dos coches estacionados, dos grandotes musculosos, uno morocho y otro rubio, nos cortaron el paso, al querer dar la vuelta, nos encontramos con el guaperas de la disco. Isabel se revolvió furiosa y lo encaró. Antes que yo pudiera reaccionar los grandotes me adelantaron y se colocaron entre la pareja y yo, impidiendo el paso.

Discutían a los gritos y el guaperas exaltado le reclamaba tirándole del brazo…

  • Llevas medio año dándome largas con la excusa de la esposa fiel y te estas tirando a otro, desgraciada. A mi nadie me toma por estúpido.

  • Pues por estúpido te tomas solo. Es un amigo.

Le devolvió ella, dándole un empujón que lo tiró al piso de culo.

El matón se levanto furioso y tomándola del cuello con la mano izquierda la incrustó contra el coche estacionado, ante mi impotencia

  • Puta de mierda, conmigo no se juega.

Acto seguido con la mano derecha le levantó el vestido, que al ser elastizado quedó arremangado en su cintura, la metió entre sus piernas, y le arrancó las bragas de un tirón.

Ante el grito desesperado de Isabel, el rubio de mi derecha giró su cabeza intrigado, segundos que aproveché para pegarle una tremenda patada a la rodilla, que crujió y se dobló en un ángulo imposible, dejándolo tirado en el piso.

Cuando el morocho asombrado intentó reaccionar, ya le había clavado una tremenda trompada en el hígado, con mi brazo derecho y cuando se dobló por la mitad buscando aire, le volé la cara con el empeine de mi pierna derecha.

Frío y metódico y con la idea de no dejar enemigos a mis espaldas, me acerqué al rubio que se retorcía en el piso tomándose la cara boca arriba y con un pisotón le aplasté la cabeza contra el pavimento.

Furioso y repleto de adrenalina, me dirigí con pasos lentos hacia la pareja que me miraba congelada. Ella con los ojos desorbitados, con el vestido arremangado y desnuda de la cintura para abajo con las piernas abiertas, y él, teniéndola apretada por el cuello con la mano izquierda contra el auto, los pantalones y calzones arrugados sobre sus pies y empuñando un más que respetable y erguido nabo con la mano derecha.

Congelado, sin acabar de creer que sus colegas estuvieran fuera de combate y levemente girado hacia mí, no pudo evitar que mi gancho de derecha lo alcanzara pleno en la mandíbula, tirándolo duro como una tabla y ya dormido para atrás. No importando que ya estuviera fuera de combate, le machaqué los huevos con un tremendo pisotón.

Me dirigí a Isabel, suavemente le bajé el vestido y la levanté en brazos. Cuando me girè para irme, dos gorilas del tamaño de un ropero me cortaron el paso. Mientras la cabeza me trabajaba pensando como zafar, uno de ellos me sonrió y me cedió el paso.

  • Vimos todo lo que pasó, marcha tranquilo, que nosotros nos ocupamos de la basura.

  • Podriais haber intervenido.

Reclamé airado.

  • Viendo como las gastas, hubiera sido abuso, ja ja ja.

Sin ganas de replicar y con una sonrisa relajada a pesar del cabreo que tenía, encare para el hotel, con Isabel en brazos aferrada a mi cuello. Unos metros antes de llegar, le acomodé la ropa y llevándola de la cintura, por el estado de conmoción en que se encontraba, la acompañé hasta la puerta de la habitación.

Cuando Isabel abrió la puerta, le dí un beso en la mejilla, e intenté retirarme

  • ¿Dónde vas ?

Me preguntó * A dormir en el coche o en la recepción. * No seas tonto pasa. * De eso se trata, ¿No es así ? Del tonto de Juanito que no se entera de nada. No me gusta que me usen. * Entiendo que estés excitado por la pelea y extrañado por la situación. Pero el pasillo no es lugar para hablarlo. Entra y déjame que te explique.

Me rogó con la voz trémula y los ojos irritados.

Entré detrás de ella, cerré la puerta a mis espaldas, me saqué la campera y me quedé parado apoyado de espaldas contra la misma cruzado de brazos. Isabel se sacó la chaqueta y notando que no la seguía, se dio la vuelta y corrió a abrazarme. Pegó su cuerpo tembloroso al mío, pasó sus manos envolviendo mi cintura y apoyó su cabeza en mi pecho.

A pesar de mi cabreo la abracé y mientras que con la mano izquierda le tomé la mejilla, apretándola  suavemente contra  mi pecho para que se calme, con la derecha le acariciaba la espalda

  • No te enojes conmigo, por favor. Déjame que te explique.

Me rogó. * No le debes ninguna explicación al tonto del pueblo. * Tu eres mucho más que eso. Eres mi héroe particular. * Entonces dime quién era ese tipo, y no me mientas. * El que intentó violarme se llama Luis y es uno de los monitores del gimnasio. Entró a trabajar hace un año, y desde que entró junto con sus dos discípulos, se adueñó del lugar.

  • No sólo terminó haciendo lo que se le canta la polla, sin que nadie se atreva a llevarle la contraria, sino que también empezó a revolotear alrededor nuestro, como buitre sobre la carroña.

  • Como no le dábamos ni la hora, hace seis meses se centró en mí, se acerca a cada máquina en la que me pongo, me toca disimuladamente para indicarme la posición más correcta y últimamente empezó  invitarme a tomar algo afuera del gimnasio, insistiendo en que somos amigos, que no tiene nada de malo y otras lindezas por el estilo.

  • Como no paraba de insistir un día le contesté que siendo casada y además con el alcalde del pueblo, le iba a pedir permiso a él, para que la gente no piense mal. Esto lo paró hasta ahora, que me lo encontré acá. Me vió parada al lado de la pista y me sacó a bailar, ya viste que es un buen bailarín. No tan bueno como tú por supuesto. Y para no hacer un escándalo acepté.
  • Ya te vale. Que lo estabas perreando poseída como una guarra. No se te veía a disgusto para nada.

  • Ahí la cagué mal. Sabía que volverías pronto y me pareció divertido dejarlo pagando en medio de la pista y además besarte y dejarle claro que no estaba para él. Y te confieso que también lo hice para marcar territorio a las zorras que te estaban acechando. Jamás pensé que iba a reaccionar así, perdiendo los papeles.

  • No es bueno jugar con las personas. Me he sentido usado y podríamos haber terminado muy mal.
  • Te pido disculpas por eso, lo manejé como una estúpida. Así y todo hay algo que no alcanzo a comprender.
  • ¿Que cosa?

  • Estos tres, han tenido atemorizados a todos los musculitos del gimnasio durante un año y tú los despachaste como basura en menos de un minuto.

  • No es ninguna hazaña, Antonio - mi mentor del gimnasio- me enseñó que estos tipos inflados a esteroides, son unos cobardes impotentes cuando los enfrentas.
  • ¿Que no es ninguna hazaña, me dices ? Eso es porque no te viste. Cuando le pisaste la cabeza al rubio y te volviste caminando despacio hacia nosotros, la expresión de tu cara era aterradora, pensé que los matabas.
  • Perdóname por asustarte, no era mi intención.

Se separó de mí. Me miró con los ojos turbios y rodeándome el cuello con los brazos me dijo con voz suave y levemente enronquecida...

  • ¿Asustarme? Me has puesto cachonda perdida, creí que me corría patas abajo, encima con la mano de Luis entre las piernas.

Acto seguido, se prendió a mi boca con sus labios, metiendome la lengua hasta la campanilla. No sé en qué momento de la charla, ella había logrado desabrocharme los botones de la camisa, por lo que sin dejar de besarla y enroscar su lengua con la mía, me solté el pantalón y lo dejé caer a mis pies, junto a mis gambuyos. Acto seguido, le saqué el vestido por la cabeza de un tirón y tomándola del culo me la subí a la cintura.

Isabel enroscó sus piernas a mi cuerpo y buscando mi glande con su entrepierna se dejó caer, empalándose  de un golpe, el alarido de placer que profirió, me dejó zumbando el oído. Apoyado contra la puerta, empecé a subirla y bajarla empujándola por sus nalgas, aturdido y excitado por sus gemidos. Cuando alcanzó el orgasmo, me apretó tanto con sus piernas, que creí que me partía al medio.

En cuanto se calmó un poco, me di vuelta, la apoyé a ella contra la puerta y empecé a bombearla poseído. No sé cuantos orgasmos alcanzó, pero cuando llegó el mío quedó desvanecida.

Cuando al otro día salimos para el pueblo. Mi polla y su chumino estaban para el desguace.

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