Hoy se me hizo me dieron con odo
Nunca me había hecho coger de tal forma. Todas las noches, horas ensartada, largando unos polvos bestiales que me dejaban sin fuerzas.
La nueva pieza, no tenía comparación con la del petiso.
En el suelo, un viejo y sucio colchón, lleno de manchas, vaya a saber de qué.
Encima una amarillenta y rotosa sábana y tres o cuatro almohadas, todo igual de sucio.
Las descascaradas paredes de la pieza que tenían atrás de la verdulería, estaban prácticamente cubiertas con recortes de revistas con un único tema, conchas, culos y tetas.
El baño no tenía ducha, tan solo un excusado, un balde con agua de pozo de color marrón y un olor poco agradable y una pequeña palangana de aluminio.
En aquella pieza no respirabas lo que se llama aire, sino una rara mezcla de un rancio olor a sudor junto a un hedor a pata al que el primer día me costó mucho acostumbrarme y como broche de oro, el inconfundible aroma a semen viejo y reseco.
La única bebida existente era un vino tinto, berreta y tibio.
Por último la música, unas estridentes cumbias a todo volumen, en una vieja radio (me supuse que serían para tapar mis posibles gritos o gemidos, pensando que eran unos exagerados), pero debo reconocer que tenían toda la razón, pues durante nueve noches me hicieron bramar como una yegua. A tal punto que una noche, a pesar de la radio a todo volumen, me sintieron desde la vereda.
Así fue que durante las siguientes 9 noches de mis vacaciones en Punta, yo entraba a aquella pieza a eso de las 10 u 11 de la noche y me iba a las 5 o 6 de la madrugada.
Aquello era como una droga, apenas llegaba a la pieza, me desnudaba y ya en pelotas me tiraba en el mugriento colchón con las piernas bien despatarradas.
Poco después se iniciaba el desfile de machos a darme guasca.
En la verdulería eran cinco, el dueño, un pardo pelado y petizo con la verga más corta de todas (unos veinte centímetros), pero anormalmente deforme por lo gruesa, a tal punto que el mismo no se planteó en ningún momento la posibilidad de darme por el culo.
Creanlo no exagero, asustaba.
Me llegó a dar lastima, chupársela bien no podía, no me daba la boca para que entrara y tenía que conformarse con lamidas, y coger lo que se dice coger tampoco ya que al ser tan gruesa y si bien yo con las calenturas que me agarraba con aquella bestialidad, logre varias veces comérmela hasta la mitad, no había manera ni lubricante alguno para lograr que corriera atrás y adelante.
Se limitaba a tener la mitad dentro de mí y sentir como con mi concha se la apretaba y aflojaba hasta sacarle toda la leche.
A los otros no les gustaba nada que me la metiera, pues después me quedaba tan abierta que a los otros les bailaba, esa fue una de las razones por las que mi culo, salvo cuando me estaban garchando de a dos, permanecía casi continuamente ocupado.
Luego estaba el socio del pardo pero casi no lo cuento ya que era un infeliz al que lo arreglaba con un par de mamadas por noche.
El plato fuerte eran los dos negros veteranos a cuál de los dos mas armado, el que me llevo a la pieza y su hermano.
Y por último un negro de unos veinte años, con una herramienta más chica que la de su padre o su tío, pero que compensaba esta diferencia con unas incansables erecciones y una tremenda facilidad para volver a la máxima dureza, y ademas el negrito joven me cogía única y permanentemente por el orto, cosa que en algunos momentos me parecía genial y en otros me asustaba al ver cómo aquella cogedera permanente se estaba convirtiendo en un indomable vicio.
Nunca me había hecho coger de tal forma. Todas las noches, horas ensartada, largando unos polvos bestiales que me dejaban sin fuerzas.
Pero eso si, nunca pedí que me aflojaran, al contrario si no estaba mamando, entre bufido y bufido, pedia mas.
Mi ojete llegó a tal grado de emputecimiento, que durante el día solo esperaba la llegada de la noche para volver a la pieza, y hacerme garchar durante seis o siete horas.
Arriba tienen mi email, tengo algunos audios que quizas les guste escuchar.
Besooo