Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca.

Al fin y al cabo, desde mañana ya no te veré.

Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca.

Jaime tardó un buen rato en decidirse a bajar del auto. No sabía por qué, pero una opresión en su pecho, algo parecido a un presentimiento, le aconsejaba encender el motor y marcharse a toda prisa. Desde antes que saliera de la oficina lo había invadido esa sensación de vacío, y tentado estuvo a aceptar la invitación que le hicieron sus compañeros de irse de parranda. No tenía ganas de volver a casa, mas cumplía tres años con su novia y debía hacerlo. No es que no le gustara estar con ella o que no la amara sino que… Algo andaba mal, se lo decía el corazón. Más por obligación que por convicción, pasó a comprar un ramo de flores para Ariadna y condujo sin muchas ganas hasta estar ahí parado, con las rosas en una mano y la otra incapaz de introducir la llave en el cerrojo, con miedo de cruzar la puerta. Cosa que finalmente hizo sólo para descubrir con tristeza el motivo de su ansiedad.

Sentada en el sofá, con esa cara desencajada que ponemos cuando nos vemos obligados a comunicarle una mala noticia a un ser querido, lo esperaba su novia con maleta en mano. Jaime la miró a los ojos y entonces todo comprendió. No sólo esa sensación de vacío que se apoderó de él gran parte del día sino las cada vez más escasas conversaciones, las despedidas sin abrazos, las buenas noches sin besos y la falta de sexo. Como por arte de magia, como suelen aclararse las ideas cuando ya nada puede hacerse, cuando el final es ya evidente, las respuestas a todos esos porque que a últimas fechas lo atormentaban se le vinieron a la mente y lo sacudieron como un rayo. Los ojos se le rasgaron, las rosas cayeron, sintió un nudo en la garganta y espero a que ella hablara. Él no podía decir palabra.

– No hay una manera fácil de decirlo – comentó finalmente Ariadna, luego de varios minutos de tenso silencio en los que se limitaron a pedirse perdón con la mirada –, así que iré directo al grano. Existe alguien más, Jaime – confesó agachando la cabeza –. Un compañero de trabajo. Ninguno de los dos lo planeó así, pero… Nos enamoramos, y me ha pedido que me mude con él. Créeme que haría lo que fuera para que las cosas no hubieran sido así, porque sé que esto te duele más que a mí y lo último que hubiera querido es lastimarte, pero… Tú bien sabes que el corazón nunca obedece y así como un día puede latir por alguien al otro día, sin razón alguna, puede que ya no. Me lo ha estado pidiendo desde hace un par de meses, pero no había encontrado el momento oportuno para hacerlo. ¿Cómo si hubiera un momento adecuado para decir adiós? ¿Cómo si… ¡Lo siento mucho, Jaime! ¡De verdad te juro que lo siento! Lo nuestro fue muy bello y habría dado mi alma para que siempre fuera así, pero ya ves, ahora me voy. Sé que es mucho pedir, pero… ¡no me odies, por favor! – pidió poniéndose de pie.

– ¡¿Odiarte?! ¡Ay, Ariadna! ¿Cómo voy a odiarte si te amo? – preguntó Jaime haciendo un gran esfuerzo para no llorar –. ¿Cómo voy a odiarte si eres mi vida?

Al escuchar las sentidas palabras de su ahora ex novio, fue Ariadna la que no pudo contener el llanto. Todo lo que había dicho era verdad, ella nunca planeó enamorarse de otro y el que hubiera sucedido no la dejaba dormir en paz. El día que aceptó vivir bajo el mismo techo que Jaime, lo hizo sintiendo un gran amor por él, pero de aquel profundo y bello sentimiento sólo restaba el deseo de conservar una amistad. Justo como ella lo mencionara, habría dado hasta su alma para cambiar el curso de las cosas y no causarle a él un sufrimiento como ese, pero… Era tiempo de marcharse. Luego de limpiarse los ojos, cogió sus maletas y se dirigió a la puerta.

– ¿Y es preciso que te vayas hoy – inquirió Jaime como pidiendo quédate al menos esta noche –, en nuestro aniversario? ¿No puedes esperarte aunque sea otro día?

– No, de verdad que no – respondió Ariadna deteniendo el paso –. El vuelo salé mañana por la mañana, y además, ¿qué caso tendría? ¿No crees que sería peor?

– ¿El vuelo? – la cuestionó sorprendido.

– Mi… Eduardo recibió una oferta de trabajo por parte de una empresa española, y me ha pedido que viaje con él – explicó ella –. Es por eso que no puedo esperar. Es por eso que finalmente me voy.

– ¡España! – exclamó él mirando en dirección al techo, como añorando algo que nunca aconteció –. ¿Madrid?

– Sí, Madrid – confirmó ella.

– ¡Qué ironía! ¿Te acuerdas que siempre quisimos ir de vacaciones a Madrid pero nunca se nos hizo? Y ahora finalmente vas a conocerla, pero del brazo de otro. ¿No es de darte risa? ¿No es de pena ajena? ¿No soy un imbécil? – sugirió en ese tono burlón que empleaba cada vez que por algo se auto castigaba.

– ¡Por favor, Jaime! ¡No te hagas esto más difícil! – le pidió tomándolo del brazo –. El que yo me haya enamorado de alguien más, el que… ¡Nada de eso es culpa tuya! ¡Y mía tampoco! Son… ¡Son cosas que pasan! ¡Cosas de la vida!

– Sí, para ti es fácil decirlo. Eres tú la que se va.

– ¡Eso no es justo, Jaime! Sabes muy bien que daría mi vida si con eso te hiciera sentir mejor. ¡Lo sabes! Por favor, no me reclames. No hagas que me olvide de todos los momentos que pasamos juntos. No provoques que sea yo la que te odie.

– Tienes razón, no es justo que te culpe de algo de lo que ya ni siquiera vale la pena nombrar culpables. Pero entiéndeme, no es fácil llegar a tu casa y que la mujer que amas te confiese que se va con otro. No es fácil comprobar que todas tus sospechas eran ciertas, que la vida como la conoces ya no existe y… ¿De verdad harías lo que fuera por verme mejor? – la interrogó rozándole los labios con un dedo.

– No me pidas eso, por favor – suplicó ella tratando de alejarse.

– ¿Por qué no? – inquirió él tomándola del talle y apretándola contra su pecho –. ¿Acaso no te gusta cómo te lo hago? ¿Acaso él lo hace mejor?

– ¡Qué tonto eres, Jaime! – le soltó Ariadna recargándole la cabeza en el hombro –. No puedo responder a esa pregunta porque Eduardo y yo no hemos tenido relaciones. Me ofende el que tan siquiera lo pienses, pero sé que no eres tú quien habla y… ¡Déjame ir, por favor! Se me está haciendo algo tarde.

– ¡Vamos! Tu vuelo no sale hasta mañana, ¿qué más da una última vez? ¿Acaso no merezco al menos eso? ¿Vas a negarme que la idea no pasó por tu cabeza? – preguntó Jaime besándole la oreja –. ¿Vas a negarme que no lo estás pensando ahora mismo? – cuestionó estrujándole las nalgas.

– ¡Por favor, Jaime! – exclamó ella dejándose hacer –. ¡Detente! – pidió con tono vacilante y escapándosele un leve suspiro al pasar aquellos labios de su lóbulo a su cuello y aquellas manos de sus glúteos a sus senos.

– ¡Déjate llevar! – propuso él conduciéndola al sofá –. ¡Déjate llevar! – insistió tirándola de espaldas y él encima de ella.

A pesar de que en las últimas semanas el contacto entre ellos se había visto reducido a casi nada, y a pesar de que el amor que sentía por él se había esfumado, Ariadna no pudo evitar vibrar por aquellos besos en su cuello y aquellas caricias en sus pechos. Jaime siempre había sabido la mejor manera de encenderla, y el que ahora ella estuviera a punto de marcharse no significaba que ya no lo supiera. Aunque el cariño que seguía sintiendo por quien hasta hacía poco había sido su novio le decía que aquello era hasta cierto punto justo, que era lo menos que podía hacer por él luego de haberle destrozado el corazón, Ariadna quiso resistirse, luchar contra ese cosquilleo que le abarcaba la piel. Intentó decir que no, pero su débil oposición terminó por desaparecer cuando los dientes de Jaime atraparon su pezón derecho arrebatándole un fuerte gemido.

– ¡Ah! – chilló al sentir aquellos colmillos presionar tan sensible parte de su cuerpo –. ¡Ah! – volvió a gemir al tiempo que Jaime la desprendía de la falda y de las bragas –. ¡AHHHHH! – aulló al descender aquellos expertos labios a su sexo.

Jaime sabía muy bien cómo hacerla gozar, cómo hacerla estremecer con el mero uso de la lengua. Incontables habían sido las veces en que ella se corriera en su boca, y la más intensa de todas se propuso esa noche lo sería. Separando los húmedos y tibios pliegues para facilitarse la penetración, le hundió la cara entre las piernas para no sacarla hasta el primer espasmo provocarle. Y después, buscando más fuerza en el orgasmo, le introdujo un par de dedos y con otro par el clítoris capturó. Lo estrujó y lo retorció sin parar su lengua de mover, y en cuestión de segundos Ariadna explotó arañando los cojines, momento que él aprovechó para extraer su endurecido miembro y mojar la punta en aquellos jugos que como en manantial brotaban.

– ¿Quieres que te folle, amor? – la interrogó repasándole la vulva con la punta de su inflamado pene –. ¿Quieres que te coja, mi putita? – insistió levantándole las piernas y acomodándose de rodillas entre ellas.

– ¡Sí! – contestó ella aún bajo los efectos del clímax –. ¡Te quiero dentro! ¡Quiero que me la metas! ¡Quiero que me cojas porque soy tu puta! – gritó presintiendo que muy posiblemente extrañaría el sentirse sucia al escucharlo llamarla por esa última palabra.

Sin parar de frotar su erecto falo contra aquel sexo empapado, Jaime pensó que, siendo aquella una ocasión especial, Ariadna accedería a cumplirle el único capricho al que en tres años de convivencia se había negado, y colocó la punta de su polla en el centro de aquel rosado y virgen ano.

– ¿Quieres que te lo haga por aquí? – le preguntó con voz de ruego –. ¿Quieres que te rompa el culo? – inquirió inclinándose para morderle los pezones.

– ¡Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca! – indicó ella sintiendo que de repente la magia del momento se evaporaba dando paso a la conciencia –. Al fin y al cabo – volteó la cara arrepentida –, ésta será la última.

Al mencionar su ex novia aquel detalle, al caer en la cuenta de que efectivamente después de aquella no habría otra, Jaime se vio envuelto en un lapso de locura y rabia en medio del cual, sin detenerse a pensar en que podría lastimarla, penetró a Ariadna sin ninguna compasión. Imprimiendo a sus movimientos una fuerza tal que incluso a él dañó, le enterró la verga entera arrancándole un lastimoso alarido. Y sin hacer caso a los gritos ni a las suplicas, con la única idea de satisfacerse en mente, comenzó a embestirla de una manera por demás violenta. Su hinchado miembro entró y salió furioso de aquel estrechó canal hasta derramar dentro de éste abundantes chorros de semen que acentuaron el ardor de las heridas. Luego, una vez habiendo eyaculado y recuperada la razón, se apartó de ella y caminó hacia un rincón.

– Por favor, perdóname – susurró conteniendo el llanto –. Te juro… Te juro que no sé por qué lo hice. De verdad que

– Ya no importa – lo interrumpió ella al tiempo que se volvía a poner la ropa y se enfilaba en dirección a la salida –. Ya pasó. Ya pasó. ¡Adiós! – se despidió sin siquiera mirarlo –. A pesar de todo, ¡fue un placer haberte amado! – le dijo para salir de su vida tras un último y enérgico portazo.

Jaime se dirigió a la puerta a paso lento, como si pisar el piso le doliera. Recargó su cuerpo contra la madera y como si se tratara de los labios de su amada le dio un beso a la mirilla. Después se derrumbó con el alma echa pedazos por la despedida, por su estupidez y cobardía. Reprochándose el haber convertido lo que pudo ser el inicio de una amistad sincera y duradera en el desafortunado y brusco final de un amor, golpeó su cabeza contra el muro. Y una vez la sangre escurriendo por su frente, se durmió deseando nunca despertar.