Hoy me confieso

Me inicio un tío en Italia cuando recién entraba en mi pubertad.

HOY ME CONFIESO.

Han pasado cuarenta años y tengo la necesidad de confesar mi secreto que he guardado durante toda mi vida. Estoy felizmente casada, y mi único hijo se ha casado el año pasado y ha formado su propio hogar.

Junto a mi hermana y mi madre fuimos a Italia para visitar a sus parientes. Permanecimos casi un año. Yo tenía doce años y era una nena que aparentaba más edad. En esa época me desarrolle y rápidamente se notaron los cambios. Apareció la menarca, mis senos se agrandaron y el vello pubiano se hizo tupido. Me avergonzaba y trataba de ocultar las transformaciones. Mi pensamiento y mi educación no me permitían pensar en otras cosas que no fuesen en los juegos de una chica de mi edad, era feliz. Pero a partir de mi primera menstruación las cosas cambiaron.

Conocí a un tío paterno de unos cuarenta años, que se mostró desde que me conoció muy cariñoso y atento complaciéndome en todos mis caprichos. Solíamos pasear juntos con mi hermana, cinco años mayor que yo, visitando parientes e iglesias lo que me genero una confianza ilimitada. Nos acompañaba a la playa, al cine, y adonde se nos ocurriese. Me encantaba su compañía y disfrutaba de su humor y sus comentarios.

Recuerdo que daban una película que me gustaba y como mi hermana no quiso ir, Pedro, que así se llamaba se ofreció a acompañarme, ya que mis padres no me dejaban ir sola aceptaron confiando ciegamente en él. Recuerdo que llevé una pollera escocesa a la rodilla que dejaba ver mis torneadas piernas que aún hoy conservo y una blusa ajustada de cuello redondo donde los senos y los pezones, se insinuaban a través de la tela. Yo inconcientemente había comenzado a presumir de ser una adolescente de más edad y los mostraba con orgullo.

Nos sentamos en el cine, y al promediar la película sentí que Pedro posó su mano sobre mi muslo. No me atreví a retirarla ni a moverme turbada por la situación. Pasados unos minutos sin que yo reaccionara, movió su mano acariciando el muslo y aproximando su mano a la entrepierna. Sentí por primera vez una sensación de calor y mi cuerpo tembló. Era una mezcla de pudor y rechazo y traté de separar su mano, pero Pedro era más fuerte y estaba decidido a continuar. Sentí vergüenza y tuve miedo de que la gente se diese cuenta de lo que estaba sucediendo. Estaba paralizada. Pedro siguió con las caricias y me susurró al oído que no temiese y me preguntó, "Te gusta". Sin saber porqué asentí con la cabeza, no quería que nadie me escuchase. Entonces continuó. Se animó, me acarició la vulva por encima de la pollera y yo instintivamente me acomodé y abrí las piernas. Mi respiración y mi corazón se aceleraron.

Era una nena aún pero estaba descubriendo un mundo nuevo. El frote a través de la pollera me excitó. "Basta, por favor, me estoy orinando", le supliqué mientras cerraba los ojos. Sonrió y al oído me tranquilizó "Es tu primer orgasmo, no temas", "ya eres una mujer".

Al encenderse las luces mi cara estaba encendida y el rubor de las mejillas delataba el momento vivido. Mi bombacha estaba empapada y a pesar de ello nadie pareció haberse percatado de la situación.

Camino a casa me hizo prometer que no le contaría a nadie lo ocurrido y menos a la familia. De pronto me preguntó "¿Te gustó?".

"Me dio una cosquilla creciente, hasta que me oriné, luego me relajé y quedé sin fuerzas". "Fue lindo pero me dio vergüenza que alguien nos hubiese visto"

"María, tuviste un orgasmo. Esto es el comienzo, lo que sigue es mucho más placentero y si no le comentas a nadie lo que pasó en el cine, te enseñaré mucho más para que aprendas lo que es gozar como una mujer".

Pasaron algunos días y aprendí a disfrutar acariciando el clítoris como lo había hecho Pedro. Un domingo decidimos ir toda la familia a la playa, y por supuesto Pedro fue con nosotros. En un momento del picnic, mientras nos bañábamos en el río y jugábamos a la mancha, percibí que mi hermana coqueteaba con mis primos y Pedro. Me puse celosa y se lo hice saber enojada. Pedro rió.

"Ahora te toca a ti preciosa". Me sumergió y me acarició bajo el agua.

"Descarado, atrevido", le reproché sin convicción.

"Te espero detrás de los árboles, lejos de las miradas indiscretas", me invitó, y agregó, "No te vas a arrepentir".

Luego de un rato desapareció de mi vista. Me imaginé que me esperaba y dudé de ir, pero la curiosidad por la promesa de Pedro me decidió.

Me recibió con una sonrisa. Ejercía una seducción sobre mi persona que no podía evitar. Yo era una nena deslumbrada por un hombre experto y decidido que no me tuvo compasión y se aprovechó de mi inocencia.

Tenía puesta una malla de dos piezas y me urgió a que me la sacase, ante mi sorpresa y mi inacción, me desnudó. Comenzó a besar mis senos y lamer los pezones. Traté de defenderme y lo amenacé con gritar, pero no me hizo caso. Me reclinó sobre la arena me abrió las piernas y me sorbió el clítoris. Sentí la lengua recorriendo la raja y el ano. Lo tomé de los cabellos tratando de separarlo pero terminé acariciando su cabeza e incrustando su boca en mi vulva. Una sensación de calentura se apoderó de mí y a pesar de mis miedos y mis protestas deseé que continuase hasta que me corrí. Se incorporó y al bajar su malla, observé por primera vez la verga de Pedro dura palpitando. "Ahora te toca a vos", "Yo te voy a guiar, princesa", como le gustaba llamarme. Era una orden.

Estaba paralizada y le obedecí como una autómata.

"Llévala con tus manos a la boca y bésala", "Ahora métela y chúpala como si fuese un helado", "Así mi princesa", "Muy bien, muy bien, muy bien", repetía.

Yo seguí haciéndole caso, hasta que luego de unos minutos me advirtió.

"Me voy a correr, trata de tragar la leche que te pondrá más grande y linda".

"Aaaaaaaahhhh, aaaaaaah, aaaaaaah, me voy", musitó.

Sentí un chorro agridulce que me atragantó. Tragué lo que pude y haciendo arcadas escupí el resto. "No pude tragar más tío", fue mi excusa.

"Estuviste fantástica por ser la primera vez". "Cada vez será mejor y lo disfrutaremos más, princesa", fueron sus palabras mientras regresábamos con la familia.

"De esto ni una palabra a nadie", fue su advertencia final.

Esa noche mientras repasaba lo ocurrido me dormí profundamente esperando el día siguiente y fantaseando con el próximo paso.

La oportunidad no tardó en llegar, quedamos solos una tarde en la casa con mi tío, y solícito me mostró unas revistas donde una joven era penetrada por un hombre. Nunca había visto una fotografía pornográfica y en mi inocencia le pregunté como la habían sacado y si era frecuente disfrutar pues parecía gritar de dolor. Riendo se aproximó y me abrazó.

"Que inocente eres mi princesa", mientras me acariciaba los senos y me besaba. "Al principio duele un poco pero luego te causa un placer maravilloso", "Aún eres muy chica para probar las mieles y el placer del sexo".

"No me dijiste que ya era una mujer aquella tarde en el cine", le contesté.

Pedro se dio cuenta que yo había caído en su trampa. "Serías capaz de iniciarte y probar, como la mujer de la foto", me insinuó.

"Estas loco, que pensaras de mí" me defendí al principio, pero él continuó besándome y acariciando mis piernas, hasta que mi calentura pudo más.

"Te quiero tanto y ya soy una mujer". "Quiero hacerte feliz y entregarte mi amor".

Me desnudé frente a él y esperé el momento de mi desfloración con ansiedad y temor. Pedro se desnudó totalmente y me besó. Yo para no ser menos lo besé en la boca como veía en las películas y me apreté a su cuerpo. Todavía era una niña delgada pero mis senos parecían haber crecido en los últimos días y los chupones que me prodigó endurecieron los pezones. Me recostó en el diván y se situó entre mis piernas. Abrió con delicadeza los labios mayores y se regocijó cuando observó el himen intacto y se jactó de ser el primer hombre que iba a explorar el interior de la vagina virgen. "Que privilegio me ofreces princesa, ser tu maestro".

"Tío trata de no hacerme doler".

Enfundó un condón en su miembro al que previamente yo había besado y chupado. Me parecía enorme y me asusté del tamaño y el grosor pero no era el momento para arrepentirme. Comenzó a deslizar el glande por el clítoris, mientras me pedía que abriese más las piernas. Yo inconcientemente las cerraba hasta que me urgió a que lo dejase hacer. Mi calentura crecía y él continuaba acariciando el himen con su miembro haciéndome desear.

"Dime cuando estés preparada, princesa".

Yo me movía hasta que no pude más, y en el paroxismo de la calentura le pedí. "Ahora tío no aguanto más".

Me introdujo su miembro sabiamente y cuando rompió el himen grité. Sentí que una parte de mi cuerpo se desgarraba y lloré. Percibí que las paredes de la vagina se dilataban al paso de esa masa cálida que me penetraba mientras un hilillo de sangre corría por mis muslos. Sentía ardor con las embestidas pero ya no era dolor. El bombeo acompasado me empezó a gustar e instintivamente lo acompañé. Me entró toda la verga hasta sentir los testículos golpeando mis nalgas. En ese instante, Pedro gimió y yo creo que tuve un orgasmo cuando él eyaculaba. Nos besamos y luego de 10 minutos de bombeo terminamos. Al levantarse pude apreciar el miembro que me había desvirgado. Era enorme y grueso, no podía creer que todo eso había entrado en mi vagina.

Todavía temblando y algo dolorida por la desfloración le pregunté. "Me porté mejor que la mujer de la revista tío"

"Nena, que capacidad tiene tu concha" "estás preparada para gozar del sexo sin problemas". "¿Sufriste mucho?".

"Me ardió un poco al principio, pero luego me gustó". Fue mi comentario.

Me fui a bañar antes que viniesen mis parientes y al mirarme al espejo examiné mi vulva que parecía no haberse alterado luego de esa primera vez y semejante cogida. La abrí con mis manos y solo comprobé el orificio agrandado y el color enrojecido por donde había pasado el "tren".

Jamás me atreví a contar mis inicios a los doce años con mi tío, al que nunca más volví a ver luego de retornar de Italia y que sé, ha fallecido.