Hoy he soñado con Mauthausen (4)

Un campo de concentración. Una pareja de presos inocentes. Un oficial de poder ilimitado. ¿Qué será de ellos?

HOY HE SOÑADO CON MAUTHAUSEN (4)

Un campo de concentración. Una pareja de presos inocentes. Un oficial de poder ilimitado. ¿Qué será de ellos?

No suelo soñar con Mauthausen. ¿Para qué? Es mi territorio. Aquí soy Rey y Señor, siempre dispuesto a segar el tallo de una vida con mi guadaña irrefrenable. No obstante, hay un sueño que me hace despertar feliz: la culminación de mi experimento. Por ahora todo va de maravilla, supongo que he acertado con Misha. Cuando le vi en la estación, tan vulnerable y puro, entendí que la cosa podría funcionar. La belleza de su rostro me fulminó. Me sentía un cuervo que se abalanzaba sobre un mártir encadenado y se alimentaba de su carne. Nunca olvidaré el brillo de resignación en lo hondo de sus pupilas, el silencio agradecido de su piel después de nuestra primera fusión y un tímido “Te amo, maestro” . No es más que un comienzo de una gran aventura para toda la eternidad.

Sí, para toda la eternidad en el sentido literal de la palabra. Desde tiempos inmemoriales mis antepasados rompían la cabeza en el intento de encontrar maldita receta. Pertenezco a un linaje de poderosos mutantes (brujos, alquimistas, delincuentes, etc.), dispersos por el globo terráqueo. Cada uno tiene su historia irrepetible y destaca por alguna peculiaridad. Todos juntos representamos un ejército invencible de Perfidia. Jajaja, eso es lo que importa: representar un fenómeno íntegro, bien definido, perfecto como un diamante engarzado, a diferencia de medusas amorfas que pululan por el mundo y no saben para qué. En realidad paso de política y no me identifico con ningún régimen. ¿Qué ofrecen aparte de aberraciones? Ese Hitler con sus ridículos tanteos en el terreno de magia negra… ¡menudo idiota! Si supiera una milésima parte de mis conocimientos moriría de euforia. Me divierte desarrollar mi talento de mimetismo ensayando la imagen de un oficial abnegado. No cuesta mucho. El ambiente me conviene por una razón obvia: en medio de una destrucción masiva es más fácil captar el tipo de alma que ando buscando. Alma alada, ligera, sensible, indiferente al gancho de vanidad y poder. Ha de poseer bastantes cualidades que no voy a exponer aquí, pues no se trata de una investigación científica. Sólo estoy anotando los pensamientos de un Wolf enamorado.

Misha me trae recuerdos de mi primer amante – Karl, mi hermano gemelo, un lucero de hombre, el menos depravado de nosotros. A decir verdad me inicié en el sexo con mi madre, una matrona de curvas voluptuosas, más astuta que una legión de demonios. (Un procedimiento muy sabio – aprender las artes amatorias de una persona que simboliza tu alfa y omega. Todos mis parientes se atienen a la tradición). No me cansaba de devorar a besos su boca mentirosa, ni de amasar sus pechos que habían alimentado mi sed de bebé, ni de mecerme entre la espuma de sus muslos perforando el túnel abrasador que me había empujado a la vida. Lástima que no tuviéramos descendencia. Bueno, lo recompensé con tres hermanas y dos primas. Las mayores parecían clones jóvenes de mamá, igualmente exuberantes y ninfómanas. Echo de menos nuestras travesuras y pequeñas orgías que me dejaban molido. La hermanita menor, una bestia desquiciada, opuso resistencia a mis deseos. Por ello rompí su coñito con violencia especial y disfruté de su encanto núbil hasta la saciedad. Más tarde se convirtió en mi sombra carente de impulsos no relacionados conmigo. Me servía muy bien… tan bien que me olvidaba de su existencia. El hijito que me regaló era el mejor, definitivamente. Lo de primas no merece una mención aparte. Querían copular y procrear. Me eligieron debido a mi fama de un amante inagotable, apasionado y frío al mismo tiempo, excelente portador de sangre malvada. Cabe señalar que tenemos prohibido preñar a las hembras que no están ligadas a nuestra estirpe. Los dones mágicos y el legado deben transmitirse dentro del círculo familiar. La falta de respeto por esta ley conlleva un castigo duro – la pena de muerte para el transgresor y su desgraciado retoño. Mi conciencia está limpia. Con 5 varones preciosos cumplí con el deber de un modo más que satisfactorio. Menos mal que engendré a mi prole antes de que mi vida sexual dio un giro en el sentido contrario cuando Karl terminó sus estudios en Suiza y volvió a casa.

Quedé encandilado en cuanto le vi entrar en el comedor. Nada de extrañar. Es conocido que el vínculo entre gemelos posee una fuerza mística, más aún si se trata de gemelos brujos. Era mi reflejo mejorado, mi lado luminoso, mi ilusión transparente. ¡Cuánto le idolatraba! Lo inmenso de mi apetito carnal por él eclipsaba las experiencias anteriores y les restaba la importancia. Por ello le llamo “el primer amante” que moldeó mi cuerpo, mi alma, mi forma de ser y sentir… todo.

Aquella misma noche asalté su cuarto y le hice mío sin contemplaciones. Una lucha feroz llegó a ser un festín de dos semidioses entrelazados, incapaces de apurar la copa de besos y suspiros. Una compenetración en todos los sentidos imaginables. Un certamen de lujuria y ternura. Un viaje por dimensiones ocultas. Libaba su mirada insondable como si buscara el resplandor de estrella polar. Mordía su tersa piel como si fuera una manzana del jardín de Edén. Me hundía en los recovecos de su gruta oscura como si fuera mi única salvación. Nos unimos en un pulso que latía a doble velocidad. Desde entonces muestro una clara preferencia por los hombres. Las mujeres no me llevan al país de éxtasis donde se juntan amor, poder, armonía y goce. Comida del peor restaurante. Sin embargo, en el caso de urgencia, puedo revolcarme con alguna, ya que dispongo de la ventaja de suscitar una pétrea erección con un solo esfuerzo de voluntad.

El idilio duró 6 meses y se cortó por el filo de una tragedia irreparable. Nuestro hermano Andreas, con quien tuve un desliz ocasional, se obsesionó conmigo y se enteró del secreto. La envidia y los celos resultaron motivos suficientes para envenenar el vino de Karl en las mejores tradiciones medievales. Expiró en mis brazos. El loco de Andreas lo confesó todo riendo a mandíbula batiente. Acto seguido le maté con mi puñal, saqué sus ojos, arranqué su corazón y los pisoteé hasta reducir a polvo. Los familiares me justificaron. Pero la venganza no aplacó mi dolor. Me vi obligado a ingresar en una clínica privada y recibir tratamiento psiquiátrico que de nada me sirvió. Yo mismo me curé y me ordené salir adelante. Así que me enfrasqué en la carrera militar y, lo más importante, en los experimentos que muy pocos se habían atrevido a realizar. Al cabo de unos años empezó la Guerra, muy oportuna para mis planes. Por cierto, sigo comunicándome con el espíritu de Karl a través de las brumas de ultratumba.

A mi gran asombro, Misha resiste demasiado bien pese a su entrega. Su subconsciente adivina mis intenciones de arrebatarle el alma y me lo impide. Me he infiltrado en las partículas minúsculas de su ser, me he apropiado de su novia Katia que podría ser una válvula de escape para él, he borrado su vida anterior y su hipotético futuro sin mí. Somos inseparables como yo y Karl en los tiempos de mi juventud. Desgraciadamente, el núcleo que necesito tanto se aferra al dueño y no se desprende. Varias veces he conseguido una aleación fugaz que siempre acaba con su regreso al “hogar”. A esas alturas es imposible retenerlo por mucho tiempo.  No me rindo ante lo complicado de la labor, el resultado vale la pena. Confieso que guardo la calma con dificultad. Ayer mi enfado traspasó los límites. Le até a la cama, tomé mi látigo favorito y le azoté durante siglos de tensión dejando en el estado semejante a Marsias castigado por Apolo. Una de las pruebas de mi adoración. Limpié su piel con una esponja impregnada de aceites esenciales, besé los hematomas, succioné la sangre que considero mía, lamí las heridas, colmé de mimos al ángel rebelde. Presa de fiebre, Misha estaba delirando, repetía mi nombre, llamaba a Katia, rogaba perdón a sus padres. En un arranque de lucidez abrió sus ojos celestes y dijo: “Fóllame, Wolf, soy tuyo”. “ Ay, cariño, si eres mío, ¿por qué no me dejas llevar aquel tesoro escondido en tu pecho? ” – formulé una pregunta telepática sin esperar la reacción. Fue un placer acariciar la melena castaña, rozar los labios sedosos realzados por la barba, mordisquar las tetillas indefensas, recorrer la geografía seductora de espalda y muslos, enredar los dedos en el vello púbico. Estimulé su pene y provoqué unas cuantas descargas de riquísima savia que deleitó mi paladar (el néctar masculino me encanta infinitamente más que los jugos vaginales). Pasé la pluma de pavo real por los rinconcitos de su cuerpo y así rematé la faena preliminar. Las cosquillas deliciosas mitigaron el sufrimiento que le produjo la azotaina. Se retorcía y gemía, totalmente subyugado a mis actos, a la expectativa de penetración. No tardé en montarle y poseer a un ritmo lento, pausado, encantador cual gotas de lluvia martilleando los tejados. Justo lo que anhelamos.

Dentro de poco nos visitó la novia de mi joven amante. Una hembra terca, atractiva a su manera y sumamente irritante para mis gustos. Gracias a ella obtuve acceso al pasado de Misha, sus orígenes, su infancia, su homosexualidad reprimida. Al apoderarme de Katia rompí el cordón umbilical de mutuo afecto entre la pareja. De hecho me recuerda a mi hermanita salvaje. Ambas cayeron en la trampa de fascinación por lo cual dependían de mí como parásitos. Ahora la prisionera rusa venía con el santo objetivo de follar conmigo delante de las narices de su prometido que yacía en un sopor postcoital. La sodomicé a gusto, ya que el horno acogedor de su culo merecía un aplauso. La chica se desmayó. Y entonces el alma de Misha quiso recurrir a su ayuda y se atascó en mis redes. Formamos una sustancia indisoluble, un hombre que compartía mis rasgos y los suyos (mi personalidad predominaba, por supuesto). El primer paso para transformarnos en un espécimen inmortal que cambiaría muchas cosas en el planeta podrido. Esta vez logré retener al “pajarito” durante un trecho más prolongado de lo normal. Sentía sus vibraciones frenéticas, oía sus quejidos de susto, me reía de sus pataletas y forcejeos. Al final volvió a emprender el vuelo y se deslizó en la envoltura habitual que apenas se distinguía de una cáscara fría.

En general estoy contento de la evolución de mi tarea. Un poco de paciencia y Misha sucumbirá ante lo inevitable de nuestro “matrimonio”. El tiempo no apremia. Y después tendremos todo el tiempo del mundo.